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Full text of "Historia de la filosofía española;"

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>f  3  I 


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ASOCIACIÓN   ESPAÑOLA   PARA   EL    PROGRESO    DE  LAS 


HISTORIA 

DE  LA 

FILOSOFIA  ESPAÑOLA 


FILOSOFIA  CRISTIANA 

DE  LOS 

SIGLOS  XIII  AL  XV 

POR 

TOMÁS  CARRERAS  Y  ARTAU     JOAQUIN  CARRERAS  Y  ARTAU 

CATEDRÁTICO   DE   LA  UNIVERSIDAD  CATEDRÁTICO   DEL  INSTITUTO 

DE  BARCELONA  DE  2.a  ENSEÑANZA  «BALMES»   DE  BARCELONA 

OBRA  LAUREADA  POR  LA  ASOCIACIÓN  CON  EL  PREMIO  MORET 

TOMO  I 


domicilio  social: 

REAL  ACADEMIA  DE  CIENCIAS  EXACTAS,  FÍSICAS  Y  NATURALES 
Valverde,  24..— Teléfono  12529 
MADRID 
«939 
AÑO  UB  LA  VICTORIA 


-VA 


C.  BERMEJO,  IMPRESOR. — STMA.  TRINIPAP,  ?r- TELEFONO  31199— 


La  Asociación  Española  para  el  Progreso  de 
las  Ciencias  anunció,  en  1929,  un  Concurso  en 
homenaje  y  estímulo  de  la  ciencia  española  para  la 
adjudicación  de  cinco  premios  fundados  y  costea- 
dos por  su  Presidente,  Excmo.  Sr.  Vizconde  de  Eza, 
a  otros  tantos  estudios  que  continuasen  la  Histo- 
ria de  la  Filosofía  Española,  comenzada  por 
D.  Adolfo  Bonilla  y  Sanmartín.  El  importe  de  cada 
premio  era  de  veinte  mil  pesetas,  más  cinco  mil 
para  la  publicación. 

La  presente  obra  obtuvo  el  Premio  Moret,  pri- 
mero adjudicado  del  concurso,  en  virtud  de  fallo 
unánime  emitido  por  el  Jurado  Calificador  en  fe- 
brero de  1935. 


ADVERTENCIA  PRELIMINAR 


Tras  un  intervalo  de  veinticuatro  años  se  reanuda,  con  el  presente 
volumen,  la  publicación  de  la  Historia  de  la  Filosofía  Española,  comen- 
zada en  1908  por  el  Dr.  Adolfo  Bonilla  y  Sanmartín  y  detenida  en  el 
segundo  tomo,  aparecido  en  191 1,  a  causa  de  la  temprana  muerte  del 
ilustre  profesor.  El  asunto  de  este  tomo  se  contrae  a  la  filosofía  cristia- 
na que  se  desarrolla  en  España  durante  los  siglos  xin,  xiv  y  xv;  y  el 
plan  se  ajusta,  en  sus  líneas  generales,  al  trazado  antaño  por  el  doctor 
Bonilla  y  propuesto  después  como  pauta  en  el  concurso  en  el  que  esta 
obra  ha  sido  premiaída,  si  bien  la  concepción  de  los  autores  respecto  a 
la  distribución  de  las  'materias,  a  la  ponderación  y  conexiones  de  las  es- 
cuelas y,  sobre  todo,  a  la  valoración  y  sentido  de  la  filosofía  cristiana 
en  España,  responde  a  un  criterio  muy  diferente  del  que  preside  dicho 
plan. 

En  efecto,  mientras  el  plan  Bonilla  se  desenvuelve  a  base  de  un  su- 
puesto paralelismo  entre  las  producciones  literarias  y  las  manifestacio- 
nes de  la  actividad  filosófica,  en  lo  cual  se  transiparenta  el  intento  de 
explicar  esta  actividad  atendiendo  preferentemente  a  factores  naciona- 
les, estiman  los  autores  que  la  filosofía  cristiana  en  España,  durante  los 
citados  siglos,  hállase  condicionada,  ante  todo,  por  las  circunstancias  de 
la  vida  y  del  pensamiento  europeos,  y  ha  de  ser  explicada,  por  consi- 
guiente, más  que  como  una  explosión  del  genio  nacional,  como  la  sin- 
gular aportación  de  los  pueblos  hispanos  a  la  filosofía  general  de  Euro- 
pa en  dicha  época. 

Este  modo  más  bien  "europeo",  digámoslo  así,  de  enfocar  el  asun- 
to, sobre  ampliar  los  horizontes  de  la  investigación,  ha  sugerido  a  los 
autores  no  sólo  una  presentación  distinta  de  las  figuras  filosóficas  que 
aparecen  en  el  plan  Bonilla,  sino  también  la  inclusión  de  otras  no  men- 
cionadas en  él,  entre  las  cuales  las  hay  tan  representativas  como  Gon- 
zalo de  Balboa,  Alvaro  Pelayo  y  Juan  Marbres,  para  citar  sólo  un  pen- 
sador de  cada  siglo.  Asimismo,  ha  sido  revelada  la  existencia,  a  la  sa- 
zón, en  la  península  de  escuelas  y  direcciones  filosóficas  importadas  de 


X  - 


Europa,  que  gozaron  aquí  de  arraigo  y  tuvieron  valiosos  adherentes. 
Verdad  es  que  el  conocimiento  de  unas  y  otras  se  debe  principalmente 
al  progreso  de  las  investigaciones  históricas  acerca  de  la  Edad  Media 
en  los  últimos  años,  que  ha  logrado  desenterrarlas  del  olvido,  donde  qui- 
zás yacen  todavía  otras  notables  pensadores  españoles  de  aquellos  siglos. 

Expuestas  las  divergencias  entre  nuestra  concepción  y  la  que  ins- 
piró el  plan  Bonilla,  añadiremos  que  hemos  vaciado  aquélla  en  una  In- 
troducción y  cuatro  grandes  divisiones.  En  la  Introducción  se  describe 
el  ambiente  cultural  español  del  siglo  xiii,  dentro  del  cual  se  inicia  el 
nuevo  desarrollo  filosófico ;  y  en  ella  se  incluye  lógicamente  el  examen 
del  material  filosófico  existente  en  las  bibliotecas  españolas  medievales. 
El  siglo  xn [  es  tratado  con  la  amplitud  que  su  enorme  importancia  re- 
quiere, pues,  además  de  abordarse  en  él  el  estudio  monográfico  de  sus 
grandes  figuras — Pedro  Hispano,  Ramón  Martí,  Arnaldo  de  Vilano- 
va — ,  se  muestra  el  nacimiento  de  corrientes  o  direcciones  filosóficas, 
dentro  de  las  cuales  actúan  otros  pensadores  de  segundo  orden.  Cuanto  a 
los  siglos  xiv  y  xv,  son  examinadas  en  capítulos  paralelos  las  concepciones 
filosóficas  de  obras  y  autores  pertenecientes  a  la  Escolástica  y  las  que 
se  manifiestan  a  través  de  los  productos  literarios.  Algo  se  dice  también, 
a  guisa  de  apéndice  al  estudio  del  pensamiento  erudito,  acerca  de  los 
mitos,  las  supersticiones  y  las  creencias  astrológicas,  con  el  intento  de 
revelar  las  concepciones  populares  que  en  ellos  se  encubren.  Finalmen- 
te, se  agrega  un  capítulo  destinado  a  recoger  las  manifestaciones  litera- 
rias— versiones  e  imitaciones  de  clásicos,  principalmente — ,  que  prelu- 
dian el  Renacimiento  y  señalan  la  transición  a  la  época  siguiente. 

La  parte  más  extensa  de  la  exposición  y  que  ocupa  casi  la  mitad  de 
la  obra,  está  dedicada  a  Raimundo  Lulio  y  a  un  primer  intento  de  histo- 
ria filosófica  del  lulismo.  Ante  la  tradicional  confusión  reinante  alrede- 
dor de  esta  extraordinaria  figura,  objeto  de  los  más  contrapuestos  jui- 
cios y  apasionamientos,  los  autores  se  han  producido  con  gran  libertad 
en  la  manera  de  situar  el  personaje,  de  valorar  las  diversas  direcciones 
de  su  pensamiento  y  de  enjuiciar  el  proceso  del  lulismo.  Una  innovación, 
que  no  somos  los  primeros  en  establecer,  consiste  en  adoptar  corriente- 
mente la  denominación  de  Ramón  Lull,  rechazando  la  usual  castellana 
de  Raimundo  Lulio,  resabio  de  la  transcripción  latina  del  nombre  y  ape- 
llido originales.  Por  idénticas  razones,  sustituímos  la  denominación  de 
Raimundo  Martín  por  la  más  propia  de  Ramón  Martí. 

Relegamos  a  los  apéndices  algunos  índices  cronológico-bibliográfi- 
cos  relativos  a  pensadores  importantes,  aprovechables  como  instrumen- 
tos de  trabajo,  que  hubieran  alargado  excesivamente  el  texto. 


—  XI  — 


Aspiramos  a  presentar  un  cuadro  de  la  filosofía  cristiana  de  nues- 
tra Edad  Media  tan  completo  en  sus  líneas  generales  como  permita  el 
estado  actual  de  los  conocimientos.  Pero,  lejos  de  ofrecer  como  defini- 
tivo el  ipresente  ensayo,  lo  estimamos  susceptible  de  revisión  motivada 
por  nuevos  hallazgos  bibliográficos  y  ulteriores  y  más  afortunadas  in- 
vestigaciones. Los  autores,  al  revisar  el  manuscrito,  antes  de  darlo  a  la 
estampa,  han  procurado  poner  la  obra  al  día;  pero  han  usado  con  ex- 
trema parquedad  de  la  benévola  autorización  que  para  ello  les  fué  otor- 
gada por  el  Jurado  Calificador,  ante  el  compromiso  de  no  retrasar  la  im- 
presión. 

Hemos  luchado  con  dificultades  de  información  considerables,  que 
sólo  en  parte  hemos  logrado  vencer  gracias  a  la  cooperación  de  diversa 
índole  recibida  de  numerosas  personas,  a  todas  las  cuales  estamos  sin- 
ceramente agradecidos.  Debemos  mencionar  especialmente  al  personal 
directivo  y  técnico  de  varias  bibliotecas  barcelonesas,  a  saber:  la  Bi- 
blioteca Universitaria,  la  Biblioteca  de  Cataluña,  la  del  Colegio  de  Abo- 
gados, la  Biblioteca  Balmes  y  la  de  los  PP.  Capuchinos  de  Sarriá,  a  las 
cuales  hay  que  añadir  la  de  los  PP.  Benedictinos  de  Montserrat.  Cir- 
cunstancialmente,  hemos  utilizado  los  servicios,  no  menos  importantes, 
de  la  Biblioteca  Nacional  de  Madrid  y  de  la  de  la  Facultad  de  Filosofía 
y  Letras  de  la  Universidad  Central.  También  el  Centro  de  Estudios  Ale- 
manes, de  Barcelona,  nos  ha  gestionado  el  préstamo  de  obras  pertene- 
cientes a  la  Preussische  Staatsbibliothek  de  Berlín. 

Queremos  terminar  expresando  públicamente  nuestro  reconocimien- 
to al  ilustre  procer  e  insigne  presidente  de  la  Asociación  Española 
para  el  Progreso  de  las  Ciencias,  D.  Luis  Marichalar,  Vizconde  de  Eza, 
quien  con  la  feliz  idea  de  los  concursos  anunciados — de  la  cual  es 
fruto  la  presente  obra — ha  sabido  crear  un  método  para  despertar  ener- 
gías y  entusiasmos,  estimular  y  a  la  par  rendir  culto  a  la  investigación 
pura,  tan  llena  de.  dificultades,  y  abrir  nuevos  cauces  a  la  ciencia  es- 
pañola. 

Los  Autores. 

Barcelona,  agosto  de  1935. 


PARTE  PRIMERA 

INTRODUCCION 


CAPITULO  I 


EL  AMBIENTE  CULTURAL  EN  LA  ESPAÑA  DEL  SIGLO  XIII 


'•  i   >  ••:  < 

La  corte  real  castellano-leonesa. 

Los  comienzos  de  la  cultura  nacional  en  el  reinado  de  Fernando  III. — La  tradi- 
ción isidoriana  medieval  y  la  versión  de  las  Etimologías;  el  Septenario. — Re- 
nacimiento jurídico;  el  maestro  Jácome  de  las  Leyes. — Obras  didáctico-mo- 
rales  de  influencia  oriental;  el  Libro  de  la  Nobleza  y  Lealtad  y  las  Flores  de 
Filosofía. 

Alfonso  X  el  Sabio  y  el  apogeo  cultural  del  siglo  xm. — Facetas  diversas  en  la 
actuación  cultural  de  este  monarca: 

a)  Alfonso  X  en  relación  con  la  cultura  eclesiástico-latina  de  su  tiempo. — 
Redaciones  con  Pedro  Gallego,  Pedro  Hispano  y  los  teólogos  occidentales. 

b)  Protección  al  saber  científico. — La  segunda  escuela  de  traductores  en 
Toledo. — Las  Tablas  Alfonsíes,  los  Libros  del  Saber  de  Astronomía  y  las  de- 
más obras  científicas  impulsadas  por  Alfonso  el  Sabio. — Su  repercusión  en  la 
cultura  filosófica. 

c)  Florecimiento  de  la  literatura  didáctico-moral  en  este  reinado. — Con- 
sideración especial  del  Poridad  de  Poridades  y  de  Los  Bocados  de  Oro. 

d)  La  obra  jurídica  de  Alfonso  X. — Consideración  especial  del  Fuero 
Real,  del  Espéculo  y  de  Las  Siete  Partidas. — Valor  filosófico  de  dichos  cuerpos 
legales. 

Sancho  IV  el  Bravo. — El  Lapidario. — El  Libro  de  los  Castigos  e  Documentos  atri- 
buido a.  este  rey. — Su  influencia  en  los  Consejos  del  rey  'de  Mentón,  de  la 
Historia  del  Caballero  Cifar,  y  en  otras  obras  del  mismo  género. 

i.  El  siglo  xm  se  abre  para  la  cultura  europea  bajo  los  mejores  aus- 
picios. Brotan  en  él  los  gérmenes  de  una  nueva  vida,  latentes  desde 
antiguo  en  su  seno,  bajo  la  fecunda  influencia  de  hechos  universales  de 
una  profunda  significación.  La  humanidad  asiste  en  este  siglo  al  fraca- 
so de  las  empresas  religioso-militares,  tan  características  de  la  primera 
época  de  la  Edad  Media ;  y  la  Cristiandad  ahora,  como  antes  el  Islam, 


-  4  — 


se  ve  obligada  a  renunciar  a  la  temeraria  aventura  de  imponer  su  ideal 
en  el  mundo  por  la  fuerza  de  las  armas.  A  medida  que  se  desvanece  el 
ensueño  de  las  Cruzadas,  sobreviene  en  los  pueblos  europeos  una  fase 
de  concentración  espiritual  que  les  lleva  a  forjar  en  las  empresas  de  la 
cultura  las  nuevas  armas  con  que  conquistar  la  anhelada  superioridad. 
También  en  este  tiempo  se  desmorona  la  empresa  carolingia  de  fundir 
la  nueva  Europa  en  un  imperio  que,  bajo  la  égida  espiritual  del  Papado, 
restaurase  el  poder  de  la  Roma  clásica  y  perpetuase  su  dominación  en 
el  mundo.  La  comunidad  del  sentimiento  religioso  salva  efectivamente 
la  unidad  moral  de  los  pueblos  cristianos  y  aun  los  estrecha  cada  vez 
más  en  torno  al  Pontífice,  como  miembros  de  una  gran  familia;  pero  el 
vínculo  político-militar  se  va  poco  a  poco  relajando  hasta  perder  toda 
eficacia.  Mientras  tanto,  Europa  vence  trabajosamente  los  peligros  de 
la  disgregación  feudal  y  acaba  por  cristalizar  en  una  pluralidad  de  nú- 
cleos políticos  diversos.  En  vez  del  Imperio,  surge  una  Etnarquía. 

Cada  una  de  las  nacientes  nacionalidades  alienta  el  afán  de  crear  su 
propia  cultura.  El  cultivo  literario  de  las  lenguas  vulgares,  ensayado 
con  timidez  en  el  siglo  anterior,  adquiere  un  rápido  incremento  en  el  ac- 
tual y  se  adueña  presto  de  todos  los  géneros  de  la  poesía;  desde  media- 
dos de  siglo,  los  romances  se  muestran  maduros  para  expresar  en  las 
formas  de  la  prosa  cualesquiera  producciones  de  la  actividad  didáctico- 
moral  y  jurídica.  Apenas  se  salvan  de  la  creciente  invasión  de  los  nue- 
vos idiomas  las  altas  especulaciones  del  espíritu,  en  especial  la  teología, 
la  ciencia  y  la  filosofía,  que,  por  desarrollarse  en  un  plano  supranacio- 
nal,  siguen  expresándose  en  latín  hasta  el  fin  de  la  Edad  Media.  Las 
fuentes  básicas  de  las  que  se  alimentaba  esta  intensa  actividad  espiri- 
tual de  los  pueblos  europeos,  preexistían  en  la  cultura  cristiana  ante- 
rior de  los  tiempos  de  la  Patrística  y  aun  de  los  siguientes  hasta  el  ciclo 
carolingio.  El  contacto  con  la  civilización  oriental  había  revelado  ade- 
más, en  el  siglo  xii,  un  cúmulo  de  ignorados  materiales  del  saber,  y  des- 
de entonces  el  Occidente  trabajaba  afanoso  en  asimilárselos.  Por  uno 
y  otro  camino,  la  Europa  medieval  llegó  a  descubrir,  aunque  parcialmen- 
te y  casi  siempre  de  segunda  mano,  los  tesoros  de  la  Antigüedad  clási- 
ca y,  andando  el  tiempo,  a  empalmar  sus  originales  creaciones  en  la  grar; 
corriente  histórica  de  la  más  auténtica  tradición  occidental. 

Las  instituciones  escolares  resultaron  'pronto  insuficientes  para  encau- 
zar la  labor  de  las  nuevas  promociones  que  tuvieron  acceso  al  saber, 
reclutadas  en  buena  parte  en  capas  sociales  hasta  entonces  ajenas  a  la 
cultura  intelectual.  El  depósito  y  la  transmisión  de  los  conocimientos 
acumulados  desbordó  el  recinto  de  los  monasterios;  las  catedrales  or- 


—  5  — 


ganizaron  sus  bibliotecas  y  ofrecieron  enseñanza  pública  de  artes  y  de 
teología  al  clero  secular,  sin  excluir  a  los  laicos.  En  ese  movimiento  de 
secularización  y  difusión  del  saber  participaron  asimismo  los  reyes  y 
las  municipalidades.  Al  propio  tiempo,  en  algunas  ciudades  florecientes 
de  Europa  (París,  Oxford,  Bolonia,  etc.)  se  operaba  la  integración  (le- 
los órganos  propulsores  de  la  cultura  en  una  vasta  y  poderosa  institu- 
ción unitaria,  y  así  nacieron  las  primeras  Universidades.  A  su  vera,  las 
Ordenes  mendicantes  fundaron,  a  partir  del  mismo  siglo  xni,  institucio- 
nes paralelas,  complementarias  o  rivales,  primer  cimiento  de  otra  pode- 
rosa organización  escolar. 

2.  En  mayor  o  menor  medida  todos  los  acontecimientos  referidos 
se  sucedieron  o  influyeron  en  España,  y  acabaron  por  producir  en  ella 
un  brillante  renacimiento  cultural.  Al  cabo  de  cinco  siglos  de  resisten- 
cia y  de  lucha  armada  sostenida  sin  descanso  por  los  reinos  hispano- 
cristianos, la  dominación  árabe  fué  reducida  a  términos  prácticamen- 
te nulos.  Las  campañas  de  Fernando  III  el  Santo  y  de  Jaime  I  el  Con- 
quistador rescataron  del  poder  de  la  morisma  la  casi  totalidad  del  país. 
A  tan  halagüeño  resultado  contribuyó  decisivamente  el  hecho  de  que  la 
variedad  peninsular  se  organizara  bajo  la  hegemonía  de  dos  robustos 
núcleos  políticos :  el  castellano-leonés  y  el  catalano-aragonés,  que  acer- 
taron con  frecuencia  a  coordinar  en  forma  armónica  sus  respectivas 
empresas.  Libre  de  los  agobios  de  la  invasión,  la  España  cristiana  pudo 
ahora  entregarse  a  la  urgente  tarea  de  su  reconstrucción  interior,  que 
se  inicia  en  el  reinado  de  aquellos  dos  monarcas  con  una  serie  de  re- 
formas de  orden  político,  social  e  intelectual. 

De  las  tres  literaturas  peninsulares  nacidas  en  el  siglo  anterior :  la 
gallega,  la  catalana  y  la  castellana,  las  dos  últimas  se  consolidan  y  ro- 
bustecen al  amparo  de  los  sucesos  políticos  favorables  hasta  transfor- 
marse en  instrumentos  aptos  para  las  varias  manifestaciones  del  saber. 
La  cultura  latino-eclesiástiea  emprende,  a  su  vez,  un  movimiento  as- 
censional  merced  a  los  esfuerzos  de  personalidades  eminentes  de  signi- 
ficación europea  y  a  la  creació  i  de  nuevos  centros  de  enseñanza.  Por 
otro  lado,  el  saber  oriental  sigue  afluyendo  a  raudales,  traído  en  gran 
parte  por  los  sabios  musulmanes  inmigrados  en  tierras  cristianas  a  con- 
secuencia de  las  persecuciones  que  origina  el  fanatismo  y  la  intoleran- 
cia almohades;  y  de  su  benéfica  influencia  se  aprovechan  por  igual  la 
ciencia  profana  y  las  más  elevadas  especulaciones  de  la  teología.  Abier- 
ta a  todos  los  vientos,  España  va  atesorando  copiosos  materiales  con 
los  que  pronto  ensayará  levantar  el  edificio  de  una  cultura  propia. 

3.  El  eje  de  la  profunda  transformación  sobrevenida  en  la  socie- 


—  6  — 


dad  española  del  siglo  xm,  fué  la  realeza.  De  esta  suprema  institución 
política,  que  las  circunstancias  históricas  del  momento  rodearon  de 
prestigio,  partieron  estímulos  no  sólo  para  las  empresas  de  orden  gue- 
rrero, sino  aun  para  las  más  delicadas  iniciativas  de  la  vida  espiritual. 
Los  monarcas  de  la  dinastía  castellano-leonesa,  y  lo  mismo  se  diga  de 
los  de  la  Casa  de  Aragón,  acertaron  entonces  a  encauzar  las  desbor- 
dantes energías  de  sus  pueblos  respectivos  hacia  un  ideal  de  reconstruc- 
ción nacional.  Y  no  fué  el  menor  de  sus  méritos  el  haber  participado 
muchos  de  ellos  personalmente  en  las  tareas  literarias  y  el  haber  im- 
pulsado iniciativas  científicas  de  gran  alcance,  instaurando  así  una  po- 
lítica cultural  que  con  un  gran  espíritu  de  continuidad  fué  proseguida 
en  los  siglos  inmediatos. 

Esta  política  integradora  y  de  un  hondo  sentido  nacional  la  inauguró 
en  Castilla  el  rey  Fernando  IIT,  quien,  además  de  un  excelente  gue- 
rrero, fué  un  gran  propulsor  de  la  cultura.  Cuando  a  la  invitación  de 
su  primo  camal  Luis  IX  de  Francia  para  que  coadyuvara  en  la  cruza- 
da de  Tierra  Santa  contestó  con  la  conocida  frase:  "No  faltan  mu- 
sulmanes en  mi  tierra",  sentaba  explícitamente  una  de  las  normas  di- 
rectivas de  su  reinado  por  la  que,  sin  desvincularse  de  la  comunidad 
moral  que  formaba  la  Cristiandad,  reservaba  para  su  país  y  para  su 
pueblo  las  ventajas  territoriales  a  obtener  con  sus  conquistas.  En  el 
orden  de  la  cultura,  un  interés  análogo  le  llevó  a  reanudar  la  tradición 
isidoriana  que  representaba  a  sus  ojos  el  momento  más  fecundo  del 
pasado  nacional.  A  iniciativa  suya,  comienza  en  su  reinado  la  versión 
al  romance  de  las  Etimologías,  la  obra  enciclopédica  en  que  el  ilustre 
prelado  sevillano  se  esforzó  en  resumir  el  saber  de  su  tiempo  y  que, 
al  ser  incorporada  al  acervo  de  la  lengua  vulgar,  ofreció  a  las  personas 
deseosas  de  instruirse  una  suma  bastante  completa  de  los  conocimien- 
tos profanos  y  eclesiásticos.  Aun  suponiendo  que  la  traducción  no  lle- 
gara a  su  fin,  toda  vez  que  el  único  texto  conservado  contiene  nada  más 
los  diez  primeros  libros  de  la  obra,  es  innegable  que  su  divulgación  de- 
bió aportar  un  poderoso  estímulo  al  despertar  de  la  cultura  nacional. 
Los  siete  libros  de  las  artes  liberales  constituyeron  un  texto  clásico  para 
iniciación  escolar;  los  de  medicina  y  derecho  aportaron  elementos  de 
consulta  a  las  nacientes  Facultades  universitarias;  y  el  libro  de  crono- 
logía contribuyó  a  facilitar  los  trabajos  de  los  historiógrafos.  En  espe- 
cial, la  redacción  en  vulgar  de  nociones  y  textos  clásicos  de  derecho 
ayudó  a  perfilar  el  vocabulario  jurídico  castellano  y  puso  una  multitud 


-  7  - 


<ie  conocimientos  técnicos  al  alcance  de  cuantas  personas  fuesen  llama- 
das a  administrar  justicia  (i). 

Con  idéntica  finalidad  fué  concebida  por  Fernando  III  una  empre- 
sa de  más  altos  vuelos,  con  la  que  se  proponía  repetir  en  la  España  del 
siglo  xiii  una  hazaña  similar  a  la  realizada  por  San  Isidoro,  es  decir, 
redactar  una  nueva  enciclopedia  de  los  conocimientos  humanos  a  la  al- 
tura de  los  tiempos.  Reunió  a  tal  objeto  en  su  corte  una  comisión  de 
sabios,  que  se  encargó  de  dar  cima  a  tan  ambiciosa  empresa  dentro  de 
los  moldes  tradicionales  del  trivium  y  del  quadrivium.  El  Septenario, 
que  así  fué  intitulada  la  obra,  debía  consistir  en  una  perspectiva  gene- 
ral de  las  siete  artes  liberales :  "Onde  todas  estas  siete  cosas  de  las  sie- 
te naturas  que  son  dichas  sabiduría,  segunt  dixeron  los  sabios,  fazen 
venir  a  orne  a  acabamiento  de  todas  las  cosas  que  sabe  fazer  e  acabar. 
E  por  ende  ordenaron  los  sabios  los  siete  saberes,  a  que  llaman  artes  ; 
e  estas  son  maestrías  sotiles  e  nobles  que  fallaron  por  saber  las  cosas 
ciertamente,  e  obrar  dellas  segunt  conviniesse"  (2).  El  texto  del  Sep- 
tenario, cuya  redacción  fué  comenzada  en  el  reinado  de  Fernando  TTÍ 
y  proseguida  en  el  reinado  siguiente,  apenas  nos  es  conocido  a  través 
de  los  escasos  fragmentos  que  de  él  se  nos  han  conservado;  pero  cabe 
desechar,  desde  luego,  la  idea  de  que  contenga  un  código  legislativo. 
Hay,  sin  embargo,  autores  que,  desconociendo  su  carácter  enciclopédi- 
co, lo  reducen  a  una  especie  de  tratado  político,  moral  y  religioso,  sín- 
tesis de  la  ciencia  medieval. 

4.  El  retorno  a  las  grandes  creaciones  culturales  del  período  visi- 
godo se  hace  aún  más  visible  en  la  resolución  del  rey  Fernando,  por  la 
que  la  colección  legislativa  del  Fuero  Juzgo  recobró  su  vitalidad,  des- 
pués de  haber  sido  vertida  al  romance  castellano.  Las  ciudades  recién 


(1)  Sobre  el  manuscrito  castellano  de  las  Etimologías,  véase  la  obra  del  P.  Julián 
Zarco:  Catálogo  de  los  códices  castellanos  de  la  Real  Biblioteca  de  El  Escorial.  I,  Ma- 
drid, 1924,  págs.  29-31. 

Los  fragmentos  jurídicos  del  códice  han  sido  publicados  por  el  Prof.  Román  Riaza: 
La  versión  castellana  del  libro  V  de  las  Etimologías  de  San  Isidoro.  Transcripción  y  nota 
preliminar.  Madrid,  1929;  y  en  un  artículo  de  la  "Revista  de  Ciencias  jurídicas  y  so- 
ciales", vol.  15,  1932,  págs.  383-412. 

Los  fragmentos  matemáticos  contenidos  en  el  libro  III  han  sido  editados  por  F.  Vera: 
San  Isidoro  matemático,  en  la  revista  "Erudición  ibero-ultramarina",  vol.  2,  193 1,  pá- 
ginas 1-22. 

Sobre  el  contenido  de  las  Etimologías,  véase  el  tomo  I  de  esta  Historia,  publicado  por 
el  Sr.  Bonilla,  págs.  232  y  sgtes. 

(2)  Citado  por  A.  Bonilla  y  Sanmartín:  Historia  de  la  filosofía  española.  I,  Madrid, 
1908,  págs.  234-235.  El  texto  del  Septenario,  inédito  y  aun  sin  estudiar,  se  conserva 
manuscrito  en  las  Bibliotecas  de  El  Escorial  y  Catedral  de  Toledo. 


—  8  — 


conquistadas  de  Córdoba  y  Sevilla,  a  las  que  en  reinados  posteriores 
fueron  añadidas  Jerez  y  otras,  se  rigieron  efectivamente,  por  iniciativa 
real,  con  arreglo  a  los  preceptos  de  aquel  código.  Para  la  cultura  jurí- 
dica española  del  siglo  xin  esta  soberana  disposición  revistió  conside- 
rable importancia,  porque  a  3U  amparo  revivieron  en  parte  del  territo- 
rio nacional  las  instituciones  del  derecho  romano  justinianeo  combina- 
das con  las  del  derecho  visigodo.  En  la  intención  del  rey  era  notorio  el 
deseo  de  remontar  a  las  fuentes  más  puras  de  la  tradición  jurídica  his- 
pana, enturbiada  y  desnaturalizada  en  unos  siglos  de  legislación  feudal, 
y  juntamente  de  volver  a  la  unidad  legislativa  del  reino,  rota  en  la  anár- 
quica diversidad  de  los  fueros  municipales.  La  tendencia  unificadora 
condujo  asimismo  en  este  reinado  a  la  redacción  de  las  compilaciones 
legales  que  hoy  conocemos  con  los  nombres  de  Libro  de  los  Fueros  y 
Fuero  Viejo  de  Castilla  (3). 

Paralelamente  se  iniciaba  en  la  corte  real  el  cultivo  científico  del 
derecho,  que  fructificó  muy  pronto  en  las  primeras  obras  de  filosofía 
jurídica  escritas  en  idioma  castellano.  Fué  ocasión  para  ello  la  educa- 
ción del  primogénito  real,  a  quien  Fernando  III,  con  el  propósito  de 
adiestrarle  no  sólo  en  la  profesión  militar,  sino  también  en  el  más  di- 
fícil arte  de  gobernar  a  los  pueblos,  dió  por  ayo  un  notable  juriscon- 
sulto, el  maestro  Jácome.  Un  hecho  al  parecer  tan  sencillo  originó,  sin 
embargo,  resonancias  incalculables.  Con  la  entrada  del  maestro  Jácome 
en  la  corte  se  infiltró  a  la  vez  en  las  alturas  del  gobierno  la  corriente 
científica  que  Italia  irradiaba  desde  el  siglo  xn  por  conducto  de  los  clé- 
rigos llegados  de  todas  las  partes  de  Europa  a  estudiar  en  Bolonia  el 
derecho  románico  y  el  derecho  canónico.  Los  españoles  habían  afluido 
en  abundancia  (4).  El  mismo  Jácome,  aunque  lego,  pudo  ser  uno  de 
esos  escolares  españoles  formados  en  Italia,  si  bien,  como  han  revelado 
los  Sres.  L^reña  y  Bonilla  (5),  es  más  verosímil  que  naciera  en  Italia  y 
estudiara  allí  en  su  juventud  la  ciencia  del  derecho.  En  la  tarea  de 


(3)  J.  Beneyto  Pérez:  Fuentes  de  Derecho  Histórico  Español;  Ensayos.  Barcelona. 
Librería  Bosch,  1931;  págs.  125-127. 

(4)  J.  Beneyto  Pérez:  La  tradición  español-a  en  Bolonia,  artículo  en  "Revista  de 
Archivos,  Bibliotecas  y  Museos",  año  1929. 

Para  los  estudiantes  de  la  Confederación  catalano-aragonesa,  véase  el  estudio  de 
J.  Miret  y  Sans:  Escolars  catalans  al  estudi  de  Bolonia  en  la  XIII  centuria,  inserto  en 
el  "Boletín  de  la  R.  Academia  de  Buenas  Letras  de  Barcelona",  tomo  8,  julio-septiem- 
bre de  1915,  págs.  137-155;  al  grupo  de  los  estudiantes  catalanes  de  derecho  perteneció 
San  Ramón  de  Peñafort. 

(5)  Estudio  preliminar  a  las  Obras  del  Maestro  Jacobo  de  las  Leyes,  publicadas  por 
R.  de  Ureña  y  A.  Bonilla  Sanmartín;  Madrid,  Editorial  Reus,  1024. 


—  9  — 


instruir  a  su  real  discípulo,  el  futuro  legislador  de  las  Partidas,  con 
cibió  el  maestro  Jácome  la  idea  de  dedicarle  un  libro  "por  que  podies- 
sedes  aver  alguna  carrera  ordenada  para  entender  et  para  delibrar  es- 
tos pleytos,  segundo  las  leys  de  los  sabios".  Las  "leyes  de  los  sabios" 
eran,  para  un  jurisconsulto  del  siglo  xiii,  las  constituciones  contenidas 
en  los  códigos  de  derecho  romano,  con  sus  aclaraciones  de  la  Glosa.  Las 
Flores  de  Derecho,  pues,  que  así  intituló  eil  maestro  Jácome  su  obra, 
aun  siendo  un  compendio  de  derecho  procesal,  lo  mismo  que  sus  otras 
obras  conocidas  (6),  declaraban  explícitamente  la  inspiración  de  su  au- 
tor en  la  corriente  científica  romanista.  La  influencia  extraordinaria  ejer- 
cida por  tan  notable  jurisconsulto  se  revela  en  la  actividad  jurídica  ex- 
cepcional de  Alfonso  X,  en  la  incorporación  de  algunos  textos  tomados 
de  las  Flores  de  Derecho  al  cuerpo  de  las  Partidas  y,  también,  en  las 
traducciones  al  portugués  y  al  catalán  de  las  Flores  y  de  alguna  otra  obra 
del  maestro  Jácome,  aparte  los  plagios  y  las  glosas  a  las  mismas  escri- 
tas en  los  siglos  xm  y  xiv. 

5.  Finalmente,  en  este  mismo  reinado  de  Fernando  III  aparecen 
las  primeras  muestras  de  la  literatura  filosófica  en  lengua  vulgar,  a  imi- 
tación de  modelos  orientales.  Pertenecen  al  género  didáctico-moral  y 
están  redactadas  en  forma  sentenciosa,  la  más  a  propósito  para  instruir 
a  gentes  rudas  en  sus  deberes  tanto  públicos  como  privados ;  por  esto, 
han  sido  bautizadas  acertadamente  con  el  nombre  de  "catecismos  po- 
lítico-morales". Los  más  antiguos  son  el  Tratado  de  la  Nobleza  y  Leal- 
tad y  las  Flores  de  Filosofía.  El  primero  se  denomina  usualmente  Li- 
bro de  los  doce  Sabios  (7),  poique  finge  en  su  comienzo  una  asamblea 
de  doce  sabios,  "algunos  dello.,  grandes  filósofos,  e  otros  dellos  de  san- 
ta vida",  convocada  para  redactarlo.  La  ficción  es  típicamente  oriental, 
y  el  mismo  origen  tienen  probablemente  la  mayoría  de  los  materiales 
utilizados  en  el  cuerpo  de  la  obra;  pero  algunas  ideas  y  expresiones 
netamente  cristianas  inducen  a  asignarle  autor  español.  Después  de  atri- 
buir a  los  doce  sabios  otras  tantas  definiciones  de  algunas  virtudes  y 


(6)  Además  de  las  Flores  de  Derecho,  conocemos  de  él  un  Doctrinal  de  pleitos,  que 
compuso  para  Bonajunta,  su  hijo,  y  una  Suma  de  los  nueve  tiempos  de  los  pleitos,  apar- 
te una  breve  exégesis  a  una  ley  de  las  Partidas,  todas  las  cuales  fueron  editadas  por  los 
señores  Ureña  y  Bonilla  en  el  volumen  citado. 

(7)  Esta  curiosa  obra,  de  la  que  se  conservan  manuscritos  en  la  Biblioteca  de  El 
Escorial  y  en  la  del  Palacio  Nacional  de  Madrid,  fué  impresa  en  Valladolid  el  año  1500. 
Fué  reeditada  en  las  Memorias  para  la  vida  del  santo  rey  Fernando  III  del  pseudóni- 
mo P.  A.  M.  Burriel  publicadas  en  Madrid,  1800,  págs.  188-206;  y  de  ellas  extrajo 
fragmentos  el  Sr.  M.  Lafuente  para  insertarlos  en  Apéndice  a  su  Historia  de  España, 
Madrid,  1851,  tomo  V,  págs.  485-494. 


—    IO  — 


vicios  (lealtad,  codicia,  etc.),  expone  por  piezas  menudas  las  cualidades 
indispensables  a  la  persona  del  rey  y  los  deberes  inherentes  al  ejercicio 
de  la  realeza.  Pecaría  de  temerario  el  intento  de  reducir  a  cuerpo  de 
doctrina  el  amasijo  incoherente  de  definiciones  nada  más  literarias 
("lealtanza  es  prado  fermoso  e  verdura  sin  sequedad",  dice,  por  ejem- 
plo, uno  de  los  sabios)  y  de  máximas  triviales  con  las  que  se  entreteje 
el  texto  del  libro.  Pero  queremos  subrayar  la  fuerza  evocadora  y  el  sa- 
bor de  época  que  se  encierra  en  algunos  de  sus  capítulos.  Así  en  uno  de 
ellos,  el  tercero,  se  asigna  un  fundamento  racional  a  la  institución  de 
la  monarquía  hereditaria,  al  exigir  que  el  rey  nazca  de  sangre  real, 
pues  "...  non  seria  cosa  complidera  nin  razonable  que  el  menor  rigiese 
al  mayor,  nin  el  siervo  al  sennor.  Et  mas  razón  es  que  el  grado  depen- 
da de  la  persona,  que  la  persona  del  grado..."  Mayor  interés  ofrecen 
todavía  los  capítulos  XXVI  y  XXVII,  que  desarrollan  una  teoría  mo- 
ral del  conquistador  cristiano :  "Sennor  conquistador,  si  quieres  ganar 
otras  tierras  e  comarcas  e  las  conquistar,  tu  deseo  es  amochiguar  la 
ley  de  Dios  e  le  seguir  e  fazer  plazer,  e  dexar  al  mundo  alguna  buena 
memoria  e  ñombradia..."  Una  vida  justa  y  cristiana  aparece  condición 
obligada  en  el  rey  para  alcanzar  el  favor  de  Dios  en  la  conquista : 
"...  primeramiente  ante  de  todas  las  cosas  pon  tus  fechos  en  Dios,  e 
en  la  su  gloriosa  Madre,  e  encomiéndate  a  el,  que  a  el  se  debe  la  paz 
de  la  tierra,  e  todos  los  malos  sojuzga,  e  el  es  sennor  de  las  batallas,  e 
siempre  crescerá  tu  nombre,  e  tu  estado  irá  adelante  en  todos  tiempos. 
E  lo  segundo  ordena  toda  la  tierra  e  sennorio  a  toda  buena  ordenanza 
e  justicia...  Et  -lo  tercero  tu  entencion  sea  mas  de  acrecer  la  ley  de 
Dios  que  non  por  aver  las  glorias  mundanales..."  Ese  florilegio  moral 
para  la  educación  de  un  rey  guerrero  constituye  una  magnífica  mues- 
tra de  la  rudeza  de  las  costumbres  en  ios  tiempos  y  en  los  hombres 
para  los  que  fué  escrito.  Adviértese  al  rey  que  no  desprecie  el  consejo 
de  los  simples,  "...que  muchas  veces  embia  Dios  sus  gracias  en  per- 
sonas que  non  se  podría  pensar...";  y  se  le  pide  alguna  reflexión  en  sus 
actos,  "...  salvo  cuando  vieres  tus  enemigos  delante  ty,  que  aqui  non 
hay  que  pensar,  salvo  ferir  reciamente,  e  pasar  adelante..."  Otorga  a 
la  voz  del  rey,  y  por  analogía  a  su  nombre  o  fama,  una  virtualidad 
casi  mágica:  "...  la  tu  voz  empavoresca  el  tu  pueblo,  e  sea  el  tu  nom- 
bre temido,  e  con  esto  empavorescerán  los  tus  enemigos,  e  la  meitad 
de  tu  conquista  tienes  fecha...;  ...  los  que  conquistaron  mucho,  asi  Ale- 
xandre  como  todos  los  otros,  más  conquistó  su  voz  e  su  temor  que  los 
golpes  de  sus  espadas". 

Una  producción  más  culta,  pero  menos  fresca  y  espontánea,  del  mis- 


1 1  — 


mo  género  encontramos  en  las  Flores  de  Filosofía  (8),  cuyos  38  capí- 
tulos se  dice  en  el  prólogo  compuestos  por  una  asamblea  de  37  sabios  jun- 
tamente con  Séneca,  que  habría  acabado  la  obra.  En  medio  de  tanta 
ficción  resulta  siquiera  verdad  que  en  esa  "guirnalda  filosófica,  cuya 
trama  forman  las  reglas  del  bien  vivir",  como  la  ha  definido  H.  Knust, 
se  contiene  un  gran  fondo  de  moral  estoica,  apenas  velado  por  algunas 
escasas  máximas  de  espíritu  cristiano.  La  exaltación  de  la  nobleza  como 
virtud  cardinal  que  resume  las  demás,  de  la  justicia  como  la  virtud  del 
rey  por  antonomasia,  de  la  ley  como  el  mejor  bien  del  pueblo,  de  la 
mesura  en  que  toda  virtud  ha  de  inspirarse,  del  saber  o  conocimiento 
que  ha  de  iluminar  las  acciones,  son  tópicos  que  campean  por  doquier 
en  el  libro.  Una  idéntica  significación  descúbrese  en  la  doctrina  de 
"commo  la  voluntad  es  enemiga  del  omme"  (cap.  XXXVII),  que  se  ex- 
pone a  continuación  de  una  apología  del  saber.  Ese  conjunto  de  máxi- 
mas y  sentencias,  dispuesto  con  mucha  mayor  arte  que  el  Libro  de  los 
Doce  Sabios,  constituye  un  código  moral  valedero  ya  no  sólo  para  el 
rey,  sino  en  general  para  todo  hombre,  que  con  bello  ropaje  literario 
cumple  su  finalidad  instructiva  y  vulgarizadora  de  una  doctrina  cier- 
tamente elevada,  aunque  nada  original  ni  sistemática.  Amador  de  los 
Ríos  afirma  que  Fernando  III  mandó  componer  el  Libro  de  los  Doce 
Sabios  y  las  Flores  de  Filosofía  para  la  educación  de  su  hijo  Alfonso; 
si  tal  suposición,  difícil  hoy  de  comprobar,  resultase  verdadera,  estas 
obras  habrían  desempeñado  en  la  formación  del  Rey  Sabio  un  papel 
análogo  al  de  las  Flores  de  Derecho,  y  quedaría  con  ello  revelado  en 
buena  parte  el  secreto  del  caso  maravilloso  de  este  monarca,  sin  par 
en  la  historia  de  la  cultura  castellana. 

6.  Alfonso  el  Sabio  continúa  y  amplifica  las  empresas  culturales 
de  su  padre,  de  quien  parece  haber  seguido  las  inspiraciones,  lo  mismo 
al  promover  la  continuación  del  Septenario  y  del  Libro  de  la  Nobleza  y 
Lealtad,  que  al  ordenar  la  redacción  del  código  de  Las  Siete  Partidas 
según  un  proyecto  acariciado  por  Fernando  III  (9).  Pero,  ya  en  vida 
de  éste,  inicia  por  su  cuenta  nuevas  corrientes  culturales  encaminadas 
a  establecer  un  estrecho  contacto  con  el  saber  oriental.  Su  prolongada 

(8)  Las  ha  editado  H.  Knust  en  Dos  obras  didácticas  y  dos  leyendas,  tomo  XVTI  de 
los  publicados  por  la  "Sociedad  de  Bibliófilos  españoles",  Madrid,  1878,  págs.  11-83. 

El  mismo  autor  había  ya  publicado  anteriormente  un  estudio  literario  del  manus- 
crito, existente  en  la  Biblioteca  Nacional,  en  el  "Jahrbuch  für  romamsche  und  englische 
Litteratur",  tomo  X,  1869,  págs.  45-55- 

(9)  "...  el  muy  noble  e  bienauenturado  rey  D.  Fernando  nuestro  padre...  lo  quisie- 
ra fazer  si  más  biuiera,  e  mando  a  Nos  que  lo  fiziesemos...",  dice  D.  Alfonso  en  el  pró- 
logo a  Las  Siete  Partidas. 


  12  — 


permanencia  en  Murcia,  que  había  reconquistado  del  poder  de  los  mo- 
ros y  de  cuyo  territorio  su  padre  le  había  conferido  el  gobierno,  le  de- 
paró la  ocasión  de  conocer  y  tratar  numerosos  sabios  musulmanes  re- 
sidentes en  las  ciudades  andaluzas.  Uno  de  ellos,  Mohamed  el  Ricotí, 
despertó  su  admiración  y  obtuvo  que  le  organizase  una  escuela,  a  la 
que  afluyeron  por  igual  escolares  castellanos,  judíos  y  moros,  y  donde 
fueron  usados  a  la  vez  el  árabe,  el  hebreo,  el  latín  y  el  romance.  Esos 
contactos  culturales  habían  de  dar  muy  pronto  sazonados  frutos. 

El  reinado  de  Alfonso  X  señala,  en  efecto,  un  momento  de  singu- 
lar esplendor  en  la  cultura  de  Castilla.  En  las  Cantigas,  la  lengua  ga- 
llega y  la  música  popular  llegan  a  expresar  acentos  líricos  de  una  gran 
belleza.  Aparece  la  historiografía  en  la  lengua  nacional,  y  en  madura 
prosa  castellana  son  esbozadas  por  iniciativa  del  rey  una  historia  de 
España  y  una  historia  universal.  Se  intensifica  el  cultivo  de  los  demás 
géneros  en  prosa,  que  florecen  en  obras  originales  y  en  traducciones 
del  árabe.  Aparte  estos  aspectos  puramente  literarios,  en  los  que  no  po- 
demos detenernos,  Alfonso  favoreció  multitud  de  otras  tareas  cultu- 
rales que  importa  enumerar,  siquiera  sea  brevemente. 

La  cultura  eclesiástico-latina  recibe  en  tiempos  del  Rey  Sabio  un 
formidable  impulso  con  la  creación  de  nuevas  Universidades  en  Se- 
villa y  en  Valladolid  y  la  reorganización  de  la  de  Salamanca,  que  abre 
el  camino  a  su  período  de  esplendor.  Paralelamente,  un  buen  número 
de  estudiantes  españoles  afluye  a  las  más  afamadas  Universidades  euro- 
peas;  un  infante  de  Castilla,  tal  vez  el  quinto  de  los  hermanos  de  Al- 
fonso, seguía  por  estos  años  en  París  las  lecciones  universitarias  de 
Alberto  de  Colonia,  y  hasta  le  regaló  una  concha  de  mucha  rareza  que 
el  gran  naturalista  apreció  como  un  magnífico  ejemplar  do).  En  cam- 
bio, un  ilustre  extranjero,  a  quien  se  suele  considerar  maestro,  o  pol- 
lo menos  guía  espiritual,  del  Dante,  el  italiano  Brunetto  Latini,  apro- 
vechaba su  estancia  en  España  a  título  de  embajador  acreditado  cerca 
de  Alfonso  X  para  trabar  relación  en  Sevilla  y  en  Toledo  con  sabios 
musulmanes  y  judíos  y  cosechar  abundantes  materiales  con  destino  a 
su  enciclopedia  del  Tesoro,  que  tanta  fama  había  de  valerle  en  la  cul- 
tura occidental  ín).  Por  su  lado,  el  rey  mantenía  relaciones  literarias 


fio)  Según  testimonio  del  mismo  Alberto  en  su  Comentario  al  libro  de  los  Me- 
teoros, II,  tract.  3,  c.  i:  "...  cum  essem  Parisiis  de  numero  doctorum  et  grege,  contigit 
advenire  ad  studium  filium  regis  Castellae...".  Tomo  esta  cita  de  un  artículo  del  P.  Bel- 
trán  de  Heredia,  publicado  en  "La  Ciencia  Tomista",  t.  34,  1926,  págs.  360-361. 

(n)  G.  Sarton:  Introduction  to  the  history  of  science,  vol.  II,  part.  II,  London. 
1031,  páes.  026-7. 


con  eminentes  personalidades  eclesiásticas,  como  el  lisboeta  Pedro  His- 
pano, más  tarde  Papa  con  el  nombre  de  Juan  XXI  (12);  y  confesores 
suyos  fueron  el  franciscano  Pedro  Gallego,  nombrado  a  propuesta  suya 
obispo  de  Cartagena  a  raíz  de  la  conquista  del  reino  de  Murcia,  y  el 
teólogo  e  historiador  Juan  Gil  de  Zamora,  autor  asimismo  de  un  ira 
tado  de  historia  natural.  La  noticia  de  tales  amistades  de  Alfonso  el 
Sabio  ofrece  tanto  mayor  interés  cuanto  que  permite  relacionar  a  este 
monarca  con  la  primera  escuela  de  los  traductores  toledanos,  pues,  aun 
cuando  Pedro  Hispano  no  pertenece  al  grupo  de  los  traductores,  debió 
trabajar  en  íntimo  contacto  con  ellos,  cuyas  versiones  del  arábigo  al 
latín  tomó  por  base  de  sus  n'umerosos  comentarios  científicos  (13).  De 
Pedro  Gallego  han  sido  descubiertas  recientemente  dos  traducciones  del 
árabe  al  latín :  una  del  Tratado  de  los  animales,  de  Aristóteles,  y  otra 
de  una  Económica,  que  corría  en  su  tiempo  bajo  el  nombre  de  Gale- 
no (14).  El  Líber  de  animalibus  es  una  abreviación  de  aquél,  hecha  por 
Pedro  Gallego  a  base  de  un  texto  árabe  anónimo,  con  ayuda  de  la  pri- 
mera versión  de  Miguel  Scoto  y  del  resumen  de  Averroes;  para  la  exé- 
gesis  y  aclaración  del  texto  ha  sido  utilizado  el  comentario  de  Aboul- 
faradj  ibn  at  Tayib,  un  sacerdote  siríaco  del  siglo  xi,  y  las  glosas  a 
este  comentario.  Pedro  Gallego  ha  añadido  de  su  cosecha  un  prólogo 
a  la  traducción  y  un  justificante  de  la  división  adoptada  en  la  obra.  El 


(12)  En  una  canción  festiva,  original  del  rey  Alfonso,  éste  alude  a  sus  relaciones 
con  Pedro  Hispano  y  con  Pedro  Gallego  en  los  siguientes  términos: 

Pero  que  ey  ora  mengua  de  companha, 
Nem  Pero  García,  nem  Pero  d'Espanha, 

Non  Pero  Galego 

Non  irán  comego. 
E  bem  vol-o  juro  por  Santa  Maria, 
Que  Pero  d'Espanha,  nem  Pero  García, 

Nem  Pero  Galego 

Non  irán  comego. 
Nunca  cinja  espada  con  boa  bainha, 
Se  Pero  d'Espanha,  nem  Pero  García, 

Nem  Pero  galego 

For  ora  comego. 

Galego,  galego, 

Outro  irá  comego. 

La  canción  está  incluida  en  el  cancionero  llamado  de  Collocci-Brancuti,  Ed.  Molteni, 
Halle,  1880. 

(13)  Véase,  más  adelante,  el  capítulo  sobre  Pedro  Hispano. 

(14)  A.  Pelzer:  Un  traducteur  inconnu:  Fierre  Gallego  Franciscain  et  premier  évé- 
que  de  Carthagéne  (1250-1267).  "Miscellanea  Fr.  Ehrle",  I,  Roma,  1924,  págs.  407-456. 
En  el  apéndice  a  su  interesante  opúsculo,  Mgr.  Pelzer  ha  publicado  fragmentos  del  Liber 
de  animalibus  y  el  texto  íntegro  del  Regitiva  domus. 


—  14  — 


otro  opúsculo,  Regitiva  domus,  es  también  una  abreviación  a  base  de 
un  texto  árabe  hoy  desconocido,  en  el  que  en  cinco  partes  o  capítulos 
se  examina  el  fin  de  la  economía  doméstica,  la  vida  conyugal,  las  re- 
laciones entre  padres  e  hijos,  el  comportamiento  de  los  amos  con  sus 
criados  o  servidores  y,  finalmente,  la  adquisición  y  el  uso  de  los  bienes 
materiales.  No  es  improbable  que  Pedro  Gallego  se  haya  decidido  a 
emprender  sus  versiones  por  iniciativa  de  su  real  protector,  aun  cuan- 
do faltan  datos  para  asegurarlo. 

7.  La  significación  extraordinaria  de  Alfonso  X  para  la  cultura 
nacional  arranca  de  su  ambicioso  proyecto  de  verter  al  romance  caste- 
llano las  grandes  creaciones  de  la  civilización  oriental,  así  las  religio- 
sas como  las  científicas  o  meramente  literarias.  Un  plan  tan  vasto  in- 
cluía la  traducción  del  Alcorán,  del  Talmud  y  de  la  Cábala;  de  las 
obras  matemáticas,  astronómicas,  físicas  y  naturales  que  gozaban  de 
mayor  crédito  entre  los  árabes;  de  magníficas  colecciones  de  novelas  y 
cuentos.  Hay  que  relacionar,  sin  duda,  esta  colosal  empresa,  que  no 
pudo  ser  realizada  íntegramente,  con  la  aparición  en  Toledo  de  la  se- 
cunda escuela  de  traductores,  que,  bajo  el  patrocinio  y  con  la  colabo- 
ración del  rey,  vino  a  continuar  la  magna  obra  iniciada  un  siglo  antes 
por  el  arzobispo  Don  Raimundo.  La  nueva  escuela,  que  por  el  nombre 
de  su  real  mecenas  se  suele  apellidar  "escuela  alfonsina",  no  influyó 
tan  profundamente  en  la  cultura  europea  como  la  anterior,  en  parte 
por  haber  renunciado  al  latín,  que  seguía  siendo  el  idioma  para  la  co- 
municación internacional,  y  en  parte  por  haber  dejado  al  margen  las 
obras  de  especulación  filosófico-teológica,  que  suscitaban  a  la  sazón  el 
máximo  interés  en  Occidente.  El  palacio  real  en  Toledo  parece  haber 
sido  el  centro  de  esa  segunda  escuela  de  traductores,  de  la  cual  forma- 
ron parte  sabios  cristianos,  judíos  y  musulmanes,  en  ejemplar  colabo- 
ración. Entre  los  primeros,  sobresalen  Guillermo  Arremon  Daspa  y 
Juan  Daspa,  ambos  aragoneses;  Juan  de  Mesina,  Juan  de  Cremona, 
Fernando  de  Toledo  y  un  tal  Bernardo.  Los  colaboradores  judíos  eran: 
Judah  ben  Moses  ha-Kohen,  Samuel  ha-Levi  Abulafia,  Isaac  ibn  Sid 
ha-Hazzan,  Abraham  Alfaquín  de  Toledo  y  Rabí  Zag  Aben  Cayut,  el 
más  notable  de  todos.  Por  lo  común  estos  dos  grupos  trabajaban  aco- 
plados en  parejas  integradas  por  un  cristiano  y  un  judío.  Se  ignoran 
los  nombres  de  los  colaboradores  árabes,  que  ciertamente  existieron.  A 
los  nombres  antedichos  hay  que  sumar  los  de  algunos  otros  extranje- 
ros, como  Pedro  de  Regio  o  el  parmesano  Egidio  de  Tebaldis,  que  se 
encargaron  de  verter  varios  textos  del  castellano  al  latín,  con  lo  cual 
aquéllos  alcanzaron  una  mayor  difusión.  El  caudal  de  las  obras  cientí- 


ficas  incorporadas  al  castellano  por  orden  del  Key  Sabio  está  integrado 
en  buena  parte  por  tratados  de  astronomía,  la  ciencia  que  gozó  de  sus 
preferencias:  los  Libros  del  saber  de  Astronomía,  que  reformaron  el 
sistema  de  Tolomeo  y  fueron  aceptados  en  las  escuelas  de  Europa  has- 
ta fines  de  la  Edad  Media;  los  Astrolabios  llano  y  redondo;  el  Libro 
de  las  figuras  de  las  estrellas  fijas;  el  Libro  de  la  Esfera  y  el  de  la 
Azafea,  de  Azarquiel ;  el  Libro  del  globo  celeste,  el  de  los  cuadrantes, 
el  de  las  láminas  de  los  siete  planetas,  el  Tratado  de  las  Armiellas,  los 
cinco  libros  sobre  los  relojes,  y  otros  más.  Las  Tablas  Alfonsíes  fueron 
compiladas  por  mandato  del  rey  con  el  propósito  de  sustituir  las  Ta- 
blas Toledanas,  que  dos  siglos  antes  había  elaborado  en  la  misma  ciu- 
dad el  astrónomo  Azarquiel,  y  contienen  el  cómputo  anticipado  de  los 
principales  sucesos  astronómicos  a  partir  de  la  fecha  de  la  coronación 
de  Alfonso;  traducidas  al  latín  y  arregladas  por  Juan  de  Sajonia  a 
principios  del  siglo  xrv,  gozaron  de  inmensa  popularidad  en  Europa 
hasta  la  publicación  de  las  Tablas  Rudolñnas,  compiladas  por  Kepler, 
y  fueron  impresas  muchas  veces  en  los  siglos  xv  y  xvi  (15). 

Aun  cuando  el  contenido  de  estas  obras  se  ciñe  regularmente  a  los 
asuntos  científicos  enunciados  en  sus  respectivos  títulos,  deja  traslucir 
con  frecuencia  una  concepción  general  del  mundo  que  se  inspira  en  la 
filosofía  del  neoplatonismo.  Doctrinas  como  la  de  la  animación  de  los 
cuerpos  celestes,  la  del  influjo  y  poderío  de  los  astros  en  los  hombres 
y  en  las  cosas  terrenas,  la  de  las  virtudes  secretas  que  las  piedras  po- 
seen por  el  influjo  de  los  cuerpos  celestes  y  otras  similares,  muestran 
que  las  concepciones  astronómicas  aceptadas  por  el  Rey  Sabio  y  sus 
colaboradores  andaban  entremezcladas  con  prejuicios  astrológicos  (16). 
Una  obra  típicamente  astrológica  es  el  Libro  de  los  juicios  de  las  es- 
trellas, de  Ali  Abenragel,  cuya  versión  hay  que  añadir  a  las  anterior- 
mente citadas,  que  enseña  el  arte  de  consultar  las  estrellas  para  sa- 
ber si  un  consejero  es  leal  o  traidor,  si  un  negocio  será  bueno  o  malo, 
si  una  mujer  está  o  no  encinta,  y  si  tendrá  hijo  varón  o  hembra.  Otra 


(15)  Para  el  estudio  detallado  de  la  actividad  dentífica  desplegada  por  la  segunda 
escuela  de  los  traductores  toledanos  bajo  el  patrocinio  del  Rey  Sabio,  véase  la  obra 
de  Haskins:  Studies  in  the  History  of  Medioeval  Science,  Cambridge  (U.  S.  A.),  1024; 
chap.  I:  "Translators  from  the  arabic  in  Spain".  Una  visión  de  conjunto  sobre  el  mismo 
tema,  con  amplias  perspectivas,  se  hallará  en  la  obra  de  G.  Sarton:  Introduction  to  the 
History  of  Science,  vol.  II,  part.  II,  London,  193 1,  págs.  8'<4-842. 

(16)  José  A.  Sánchez  Pérez:  Alfonso  X  el  Sabio  y  el  Astrólogo,  artículo  publicado 
en  la  revista  "Investigación  y  Progreso",  año  IV,  núm.  5  (Madrid,  mayo  de  1930). 


—   10  — 


versión  es  la  del  Libro  de  las  cruces  (17),  de  Oveidala,  cuya  única  fina- 
lidad estriba  en  formar  horóscopos  y  predecir  sucesos  que  principal- 
mente interesan  a  los  reyes ;  el  deseo  de  aplicar  a  España  conocimien- 
tos que  reputaban  ide  tanta  utilidad  indujo  a  los  traductores  a  añadir 
un  capítulo  muy  interesante,  que  "fabla  en  saber  la  soma  de  los  grados 
ensennorados  sobre  las  principales  villas  antiguas  despanna.  Et  en  las 
planetas  sobre  quales  mansiones  an  poderio  et  las  mansiones  sobre  qua- 
les  de  las  villas  despanna.  Et  en  la  diversidad  de  las  opiniones  de  los 
sabios  sobre  el  signo  despanna  qual  es  et  del  sennorio  de  las  planetas 
sobre  dVersas  yentes".  También  es  una  traducción  el  Lapidario,  en  el  que 
se  recopilan  las  virtudes  secretas  de  las  piedras  y  se  indica  el  influjo 
de  los  astros  en  aquellas  virtudes.  La  divulgación  de  la  astrología  orien- 
tal abrió  un  surco  profundo  en  la  mentalidad  española,  que  precisa  te- 
ner en  cuenta  al  emprender  la  historia  de  las  supersticiones  arraigadas 
en  nuestra  patria  (18). 

8.  La  literatura  didáctico-moral  en  lengua  vulgar,  de  la  que  hemos 
examinado  ya  las  primeras  muestras  aparecidas  en  el  reinado  anterior, 
adquiere  en  éste  un  gran  incremento  y  se  manifiesta  en  traducciones  y 
arreglos  de  obras  arábigas  llevadas  a  cabo  en  la  corte  real  o  por  inicia- 
tiva de  personas  reales.  Tales  producciones  forman  parte  de  un  amplio 
ciclo  literario  de  influencia  oriental,  iniciado  en  el  siglo  anterior  con  la 
Disciplina  el  erica!  is,  del  judío  converso  Pedro  Alfonso,  y  que  ahora  cul- 
mina en  algunas  muestras  exquisitas  de  la  novelística  (19),  como  el  Ca- 
lila e  Dimna,  que  Alfonso  el  Sabio,  en  1251,  todavía  infante,  mandó 
poner  en  romance  castellano,  y  el  Sendebar,  que  a  iniciativa  del  infan- 
te D.  Fadrique,  hermano  de  Alfonso,  fué  traducido  en  1253,  con  el  tí- 
tulo de  Libro  de  los  engarnios  et  assayamientos  de  las  mugeres  (20). 
Estas  colecciones  de  cuentos  y  fábulas  suelen  exteriorizar  intenciones 
moralizadoras,  por  lo  cual  se  las  puede  tomar  por  verdaderos  ejem- 
plarios  morales ;  y  como,  además,  en  algunas  se  intercalan  abundan- 
tes máximas  y  sentencias  de  sabios  y  moralistas,  resulta  patente 
su  parentesco  con  las  obras  incluidas  en  el  género  didáctico-mo- 
ral. Aun  más:  la  mayoría  de  las  producciones  pertenecientes  a  este 

(17)  José  A.  Sánchez  Pérez  ha  pablicp^o  un  análisis  detallado  y  abundantes  ex- 
tractos de  este  libro  en  la  revista  "Isis".  vol.  14,  1030,  pá°¡s.  77-132 

(18)  Véase,  más  adelante,  el  Apéndice  al  capítulo  penúltimo,  que  versa  sobre:  "Li¡. 
filosofía  en  las  concepciones  populares". 

(19)  Angel  González  Palencia:  Historia  de  la  literatura  arábigo-española;  Barce- 
lona, Editorial  Labor,  1928,  págs.  309  y  ?->;tes. 

(20)  Publicado  por  A.  Bonilla  y  Sanmartín,  con  un  estudio  preliminar,  en  el 
tomo  XIV  de  la  Bibliotheca  Hispánica;  Barcelona,  1904. 


-  17  — 


último  género  toman  pretexto  de  una  fábula  para  desenvolver  con  oca- 
sión de  ella  su  contenido  doctrinal.  El  elemento  fabulístico,  nada  más 
insinuado  en  el  Libro  de  los  Doce  Sabios  y  en  las  Flores  de  Filosofía, 
cobra  luego  importancia  y  se  convierte  en  una  narración  introductoria 
a  la  parte  moral  o  filosófica;  así  ocurre  en  la  Historia  de  la  doncella 
Teodor,  la  esclava  que,  por  amor  a  su  dueño  y  educador  caído  en  la 
miseria,  pide  ser  vendida  en  la  corte  del  rey  Almanzor,  y  allí  maravilla 
por  sus  conocimientos  de  toda  índole  a  los  diversos  sabios  que  la  in- 
terrogan, o  en  las  Respuestas  del  filósofo  Segundo  a  las  cosas  que  le 
preguntó  el  emperador  Adriano,  curiosa  historieta  que  introduce  en  la 
literatura  castellana  el  experimento  moral  de  la  flaqueza  inherente  a  la 
condición  femenina,  o  en  la  obra  más  vasta  intitulada  Bocados  de  Oro, 
en  cuyo  texto  se  engarzan  a  veces  las  dos  precedentes  (21). 

Los  Bocados  de  Oro,  colección  de  dichos  o  sentencias  áureos  toma- 
dos de  los  sabios  orientales,  comienzan  con  una  pequeña  fábula,  que 
bien  pudiera  encerrar  un  profundo  simbolismo,  pues  en  ella  se  finge 
que  El  Bonium,  un  rey  de  Persia,  fué  a  las  tierras  de  la  India  en  bus- 
ca del  saber.  El  historiador  Floranes  (22)  advirtió  que  "El  Bonium  leí- 
do al  revés  dice  muy  noble",  epíteto  con  que  en  Castilla  se  solía  ape- 
llidar la  persona  del  rey;  y  supuso,  además,  que  el  nombre  de  Persia 
encubría  una  alusión  a  Hesperia.  En  esa  introducción,  pues,  que  por 
cierto  es  la  única  parte  de  la  obra  que  aparece  solamente  en  manuscri- 
tos castellanos,  se  expresaría  tal  vez  en  forma  velada  la  actitud  recep- 
tiva y  el  esfuerzo  asimilador  desplegado  por  los  monarcas  españoles 
frente  a  los  tesoros  del  saber  procedentes  del  lejano  Oriente.  Por  lo 
demás,  el  texto  de  los  Bocados  de  Oro,  salvo  la  introducción,  deriva 
del  Libro  de  las  sentencias,  de  Abulguafá  Mobáxir  Benfátic,  donde  se 
hallan  recopilados  los  dichos  de  filósofos  indios,  griegos,  latinos  y  ára- 
bes, que  oyera  el  rey  Bonium  en  su  visita  al  palacio  de  los  sabios  en  la 
India  (23).  He  aquí  los  nombres  de  los  sabios,  cuyas  sentencias  se  re- 
producen en  capítulos  separados:  Sed,  Ermes,  Catalquio,  Tad,  Omiro, 


(21)  Las  tres  obras  han  sido  publicadas  por  H.  Knust  en  sus  Mittheilungen  aus 
dem  Eskurial,  Tübingen,  1879,  en  cuyos  apéndices  se  acompañan  detallados  análisis  lite- 
rarios de  las  mismas. 

Ya  anteriormente,  en  el  tomo  X  del  "Jahrbuch  für  romanische  und  englische  Litte- 
ratur",  1869,  págs.  131-153,  el  mismo  autor  había  dado  a  conocer  sus  profundos  estudios 
literarios  sobre  este  grupo  de  obras  en  el  interesante  artículo  Ein  Beitrag  zur  Kenntnis  dcr 
Eskurialbibliothek . 

(22)  Floranes,  en  los  Apéndices  a  las  Memorias  históricas  de  la  vida  de  D.  Alon- 
so VIH,  por  el  Marqués  de  Mondéxar,  p.  CXXXVII. 

(23)  A.  González  Palencia,  obra  citada,  pág.  308. 


2 


—  j8  — 


Solón,  Rabión,  Hipócrates,  Pitágoras,  Diógenes,  Sócrates,  Platón,  Aris- 
tóteles, Alejandro,  Tolomeo,  Leogenin,  Enufio,  Medragis,  Sillo,  Ga- 
lieno,  Proteo,  Gregorio  y  Píramo.  En  un  extenso  capítulo  final  se 
amontonan  los  dichos  de  otros  cincuenta  filósofos.  Un  detalle  curioso 
es  que  varios  de  los  capítulos  consignan  al  principio  unas  breves  noti- 
cias históricas  de  los  filósofos  a  quienes  las  sentencias  son  atribuidas. 
Doctrinalmente  la  obra  resulta  un  mosaico  de  opiniones  y  tendencias 
sumamente  difícil  de  reducir  a  una  síntesis ;  el  capítulo  preliminar  con- 
tiene una  ingeniosa  teoría  psicológica  acerca  del  entendimiento,  como 
órgano  adquisitivo  del  saber,  y  de  los  cinco  sentidos  como  fuentes  de 
información  para  el  entendimiento,  entre  las  que  subraya  la  preemi- 
nencia del  oído,  y  la  demuestra  con  el  ejemplo  de  la  deficiencia  mental 
inherente  de  ordinario  a  las  personas  carentes  de  él,  deficiencia  que  no 
se  da  en  los  privados  de  la  vista  o  de  algún  otro  sentido.  Los  Bocados 
de  Oro  ejercieron  un  considerable  influjo  en  las  demás  obras  literarias 
del  mismo  género  aparecidas  en  aquel  siglo  y  aun  en  los  siglos  inme- 
diatos. Por  su  contenido  pueden  parangonarse  con  esta  obra  el  Libro 
de  los  Buenos  Proverbios,  otra  compilación  de  máximas  al  estilo  de  las 
recogidas  por  el  rey  Bonium,  que  ha  sido  traducida  de  las  Sentencias 
morales  de  los  filósofos,  de  Honain  ben  Ishac  Elibadí,  y  los  Ensenna- 
mientos  et  castigos  de  Alixandre,  donde,  al  igual  que  en  El  Bonium, 
se  insertan  dos  cartas  apócrifas  de  Alejandro  Magno  a  su  madre  (24). 

Por  esta  última  circunstancia  ambas  producciones  denuncian  su  ori- 
gen común  con  el  de  otra  obra  que  logró  en  estos  siglos  una  gran  difu- 
sión en  todo  el  mundo  culto,  y  en  España  fué  asimismo  conocida  no 
sólo  en  su  versión  latina,  sino  además  en  traducciones  y  arreglos  al  cas- 
tellano, al  aragonés  y  al  catalán.  Me  refiero  al  pseudo-aristotélico  Secre- 
tum  Secretorum,  una  obra  árabe  o  siríaca,  que  debió  irse  formando  en 
los  siglos  vni  y  ix,  y  de  la  que  se  conoció  en  el  siglo  ix  una  versión 
árabe  de  Yahya  ben  Batric ;  en  el  siglo  xn,  Juan  de  Sevilla  hizo  una 
versión  latina  que,  al  divulgarse  por  Europa,  sirvió  de  base  a  nuevas 
traducciones  en  todos  los  idiomas  romances.  La  versión  castellana  hecha 
en  el  siglo  xm,  bajo  el  título  Poridat  de  Poridades,  es  más  bien  una 
selección  del  original,  que  no  se  sabe  si  hay  que  atribuir  al  traductor 
o  si  preexistía  en  algún  texto  latino.  Está  dividida  en  ocho  tratados, 


(24)  El  Libro  de  los  Buenos  Proverbios  ha  sido  también  publicado  en  los  Mitthei- 
lungen  aus  dem  Eskuruil,  págs.  1-65,  por  H.  Knust,  quien  en  el  apéndice  a  esta  obra  y 
en  el  tomo  X  del  citado  "Jahrbuch",  págs.  317-327,  lo  ha  analizado  literariamente. 

Sobre  los  Ensennamientos  el  Castigos  de  Alixandre,  véase  el  mismo  tomo  X  del 
"Jahrbuch",  págs.  306-317. 


—  19  — 


de  dos  cuales  los  dos  primeros  contienen  un  código  de  moral  para  uso 
de  los  reyes,  germen  de  los  futuros  Regimientos  de  Príncipes,  que  tan- 
to habían  de  abundar  en  los  siglos  xiii  y  xiv.  Los  cinco  tratados  si- 
guientes desenvuelven  una  doctrina  de  los  deberes  a  cumplir  por  los 
funcionarios  dependientes  de  la  corte  real:  jueces,  escribanos,  alguaci- 
les, adelantados,  caballeros,  mandaderos,  jefes  militares,  etc.,  y  cons- 
tituyen el  precedente  inmediato  de  varias  compilaciones  legislativas  que 
ordenó  Alfonso  X.  El  último  libro,  que  "...  es  de  los  saberes  ascondi- 
dos  e  de  propriedades  de  piedras  e  de  las  plantas  e  de  las  animalias  e 
de  poridades  estrannas  de  física",  no  parece  guardar  una  estrecha  re- 
lación con  los  anteriores,  y  se  compone  de  una  fisiognomónica,  una  su- 
ma de  preceptos  para  la  conservación  de  la  salud  y  un  lapidario.  Aun- 
que el  Secretum  Secretorum  no  sea  obra  auténtica  de  Aristóteles,  sino 
compuesta  siglos  después,  se  inspira  fielmente  en  sus  doctrinas,  por  lo 
cual  contribuyó  muchísimo  a  infiltrar  el  aristotelismo  en  la  filosofía  po- 
lítica europea  a  partir  del  siglo  xiii,  en  que  fué  divulgado.  Más  con- 
cretamente, el  texto  castellano  del  Poridat  de  Poridades  ha  suminis- 
trado abundantes  materiales  para  la  doctrina  política  que  se  despliega 
en  Las  Siete  Partidas.  Y  otros  documentos  reales  tan  característicos  de 
la  época,  como  el  Libre  de  S aviesa,  atribuido  a  Jaime  I,  y  los  Cas- 
tigos e  documentos,  atribuidos  a  Sancho  IV,  se  han  aprovechado  asi- 
mismo de  aquella  obra,  ya  fuese  en  la  versión  latina  o  en  alguno  de  los 
textos  romanceados  (25). 

9.  Ideológicamente  no  existe  solución  de  continuidad  entre  esos  ca- 
tecismos político-morales  que  acabamos  de  examinar  y  las  grandes  obras 
legislativas  debidas  a  la  iniciativa  del  Rey  Sabio.  Nos  referimos,  claro 
está,  no  a  las  colecciones  de  leyes  promulgadas  para  remedio  de  nece- 
sidades concretas  y  ocasionales  de  la  vida  pública  {Leyes  del  Estilo,  Or- 
denamientos de  las  Tafurerías,  Leyes  Nuevas,  etc.),  sino  a  los  cuerpos 
legales  inspirados  en  una  concepción  política  general,  como  son  el  Fue- 
ro Real,  el  Espéculo  y  las  Partidas,  los  tres  muy  semejantes  entre  sí 
por  el  contenido  y  la  doctrina,  tanto,  que  cabría  incluso  pensar  si  des- 
envuelven gradualmente  y  por  etapas  un  mismo  plan,  que  en  las  Par- 
tidas habría  llegado  a  madurez.  Así,  en  los  cuatro  libros  del  Fuero 


(25)  El  texto  latino  fué  impreso  por  primera  vez  en  Colonia  el  año  1480  y  ha  sido 
reimpreso  muchos  veces.  Véase  un  estudio  sobre  el  mismo  en  G.  Sarton,  obra  y  volu- 
men citados,  part.  I 

Sobre  el  Poridat  de  Poridades  consúltese  especialmente  el  artículo  ya  citado  de 
H.  Knust  en  el  tomo  X  del  "Jahrbuch",  págs.  303-317,  estudio  que  sigue  a  otro  de 
carácter  general  sobre  la  obra  (ibid.,  págs.  153-172). 


  20  — 


Real,  que  es  el  más  antiguo,  no  sólo  se  anticipa  el  cuadro  general  y  el 
orden  de  las  materias,  ajustado  al  del  Digesto,  que  das  Partidas  expla- 
narán más  tarde,  sino  que  se  esbozan  ya  sus  principales  instituciones, 
mientras  el  Espéculo  parece  un  ensayo  de  redacción  previa  de  las  Par- 
tidas primera  y  segunda,  con  cuyo  texto  ofrece  abundantes  coinciden- 
cias literales.  Las  tres  obras  anteponen  a  la  regulación  detallística  de 
las  instituciones  del  derecho  castellano  una  exposición  general  de  las 
fuentes  jurídicas,  un  resumen  del  derecho  eclesiástico  y  una  doctrina 
de  la  institución  real.  En  el  Fuero  Real  esa  parte  introductoria  ocupa 
escasamente  la  mitad  del  primer  libro,  aparece  bastante  compendiada 
y  peca,  sobre  todo,  de  insistemática.  Su  redacción  recuerda  más  la  for- 
ma sentenciosa  de  los  "dichos"  y  "castigos"  de  la  literatura  didáctico- 
moral  que  los  majestuosos  desarrollos  de  las  leyes  de  Partidas  o  del 
Espéculo.  El  mayor  interés  doctrinal  fluye  de  los  títulos  II,  III  y  VI 
del  libro  primero  (26) ;  éste  pone  los  jalones  de  una  filosofía  de  las  le- 
yes, ése  resume  las  diversas  virtudes  políticas  del  subdito  en  la  virtud 
capital  de  la  lealtad,  y  aquél  aplica  el  símbolo  del  organismo  a  la  teo- 
ría del  grupo  político,  en  el  que  el  rey  es  la  cabeza  y  el  pueblo  es  el 
cuerpo.  Con  dicho  símbolo  se  conjuga  la  idea  de  que  la  corte  real  en- 
carna en  la  tierra  una  viva  imagen  de  la  corte  celestial ;  y  lo  que  Jesu- 
cristo es  a  los  ángeles  y  bienaventurados  en  la  gloria,  es  el  monarca  en 
el  reino  a  la  multitud  de  sus  súbditos.  Todas  esas  doctrinas  habían  de 
encontrar  un  mayor  desenvolvimiento  en  los  textos  de  las  Partidas. 

El  Espéculo  (27),  a  diferencia  del  Fuero  Real,  presenta  un  cuadro 
parcial,  aunque  bastante  sistemático,  de  las  instituciones  del  derecho 
público.  En  esta  parcialidad  de  las  materias  que  trata  se  diferencia  de 
las  Partidas,  que  incluyen  toda  la  legislación;  se  diferencia,  además, 
por  la  menor  elevación  de  la  doctrina,  que  transige  con  algunas  impu- 
rezas del  vivir  humano,  tales  como  las  mancebas  o  los  hijos  bastardos 
del  rey,  para  con  quienes  impone  deberes  taxativos  a  los  súbditos  por 
el  estilo  de  los  que  establece  para  con  la  reina  o  los  hijos  legítimos.  El 
libro  II  encierra  un  código  muy  completo  de  los  deberes  político-mora- 
les de  los  súbditos  hacia  la  realeza  por  el  siguiente  orden :  la  persona 

(26)  El  Fuero  Real  ha  sido  editado  por  la  R.  Academia  de  la  Historia  en  los 
"Opúsolos  leches  del  Rey  D.  Alfonso  el  Sabio",  Madrid,  1836,  págs.  1-177  del  tomo  II. 

He  aquí  el  texto  literal  de  los  títulos  citados: 
"Tit.  II.    De  la  guarda  del  rey  e  de  su  señorío. 
Tit.  ITI.    De  la  guarda  de  los  fijos  del  rey. 
Tit.  VI.    De  las  leyes  et  de  sus  establecimientos." 

(27)  El  Espéculo  o  Espejo  de  todos  los  derechos  ocupa  todo  el  tomo  I  de  la  edición 
de  la  R.  Academia  de  la  Historia,  que  acabamos  de  citar 


—   21  — 


y  la  honra  del  rey ;  la  reina ;  la  persona  y  la  honra  de  los  hijos  del  rey ; 
los  castillos,  villas  y  fortalezas  del  rey,  las  cosas  muebles  del  rey  vivas, 
etcétera.  Los  desarrollos  se  pierden  a  veces  en  lo  detallístico  y  en  lo 
pueril,  como  ocurre,  por  ejemplo,  con  las  leyes  3  a  6  del  título  II,  que 
exponen  cómo  el  rey  debe  ser  honrado  "en  seyendo",  "en  estando  en 
pie",  "en  yaziendo" ;  pero,  por  lo  común,  responden  a  una  concepción 
doctrinal  trabada  y  coherente,  que  preludia  en  muchos  aspectos  la  de 
las  Partidas  (28).  Un  interés  especial,  desde  este  punto  de  vista,  ofrece 
el  título  I  del  libro  I,  que  se  ocupa  "De  las  leyes".  A  la  ley  le  es  asig- 
nada la  finalidad  de  que  por  ella  "los  ornes  sepan  traer  e  guardar  la  fe 
de  nuestro  Señor  Jesu  Christo...  e  otrosí  que  vivan  unos  con  otros  en 
derecho  e  en  justicia"  (ley  1).  Las  leyes  han  de  llenar  ciertas  condicio- 
nes; así,  han  de  ser  "muy  cuydadas  e  muy  catadas,  ...  llanas  e  paladi- 
nas..., e  sin  escatima  e  sin  punto  porque  non  pueda  venir...  disputa- 
ción nin  contienda"  (ley  2).  En  cuanto  al  legislador,  después  de  sentar 
que  "ninguno  non  puede  fazer  leyes  sinon  emperador  o  rey  o  otro  por 
su  mandamiento  dellos"  (ley  3),  enumera  sus  prendas  o  cualidades  per- 
sonales en  el  siguiente  orden:  amor  y  temor  de  Dios,  amor  de  la  jus- 
ticia y  de  la  verdad,  saber  ("deve  ser  entendudo"),  fortaleza  frente  a 
los  crueles  y  soberbios  y  piedad  hacia  los  mezquinos  e  inculpados,  hu- 
mildad y  paciencia  ("deve  ser  sofrido")   (ley  4).  Magníficamente  se 
describen  ¡las  ventajas  que  de  las  leyes  se  siguen :  "dan  paz  e  folgura 
e  fazen  los  ornes  de  buena  vida  e  bien  costumbrados  e  fazenlos  ricos 
que  cada  uno  aya  sabor  de  lo  suyo  e  non  de  lo  ajeno  e  castigan  el  mal 
e  dan  galardón  del  bien  e  acrecientan  el  señor  e  amuchiguan  las  gien- 
tes  e  muestran  carrera  a  los  ornes  para  ganar  amor  de  Dios"  (ley  5). 
Las  leyes  encaminan  a  los  hombres  a  conocer  a  Dios  y  a  su  señor  na- 
tural, a  amarse  los  unos  a  los  otros  en  paz  y  justicia  y,  en  definitiva, 
a  vivir  bien  (ley  6).  La  ley  toma  su  nombre  de  ligar,  porque  "ley  tanto 
quiere  dezir  como  castigo  e  enseñamiento  escripto  que  lega  a  orne  que 
non  faga  mal  o  quel  aduce  a  seer  leal  faziendo  derecho"  (ley  7).  La 
interpretación  de  la  ley  se  ajustará  a  un  sentido  "complido  e  sano,  e 
tomado  todavía  a  la  mejor  parte  e  mas  derecha  e  mas  aprovechosa  e 
mas  verdadera"  (ley  8).  La  ley  obliga  a  todos,  desde  el  rey  al  ín- 
fimo de  sus  vasallos :  el  pueblo  la  debe  observar,  porque  es  mandamien- 
to del  señor  y,  además,  buena  y  útil;  por  su  parte,  el  rey  se  ha  de  por 


(28)  La  crítica  histórica  no  ha  puesto  todavía  en  claro  si  el  Espéculo  es  anterior 
o  posterior  en  fecha  a  las  Partidas;  en  el  segundo  caso,  sería  una  condensación  abreviada 
de  los  libros  primero,  segundo  y  tercero  de  este  código. 


tar  más  respetuoso  con  las  leyes  que  ninguno,  porque  ellas  le  honran 
y  amparan,  le  ayudan  a  dictar  la  justicia  y  el  derecho  y  son,  en  fin, 
obra  suya  (ley  9).  Para  razonar  la  máxima  jurídica  tradicional  de  que 
la  ignorancia  de  las  leyes  no  excusa  de  su  cumplimiento  (ley  11),  se 
aduce  una  interesante  disquisición  filosófica:  "bien  asi  como  del  saber 
vienen  en  todas  las  cosas  e  los  bienes  e  los  proes...,  del  non  saber  vie- 
nen todos  los  males  e  todos  los  daños...  e  por  el  saber  conosce  orne  a 
Dios...  Otrosi  conosce  las  otras  cosas...  E  esto  faze  el  orne  seer  aca- 
bado e  complido  de  todo  bien  e  estremal  de  todas  las  otras  cosas  que 
non  an  este  entendimiento.  E  por  el  non  saber  yerra  el  orne  contra 
Dios...  e...  contra  todas  las  otras  cosas...  E  el  que  asi  bive  dezimos 
que  faz  vida  de  bestia  e  aun  peor,  ca  la  bestia  faze  segunt  su  sentido 
le  abonda..."  Este  breve  florilegio  de  textos  entresacados  del  Espéculo 
revela  la  enjundia  ideológica  que  vivifica  muchos  títulos  de  la  obra, 
en  la  que  han  hallado  franca  acogida  algunas  doctrinas  típicas  de  la 
jurisprudencia  romana  clásica  y  la  concepción  jurídica  y  política  apa- 
rece impregnada  de  un  hondo  sentido  ético. 

El  monumento  legal  más  importante  del  reinado  de  Alfonso  X,  y 
aun  de  toda  la  Edad  Media  española,  es,  sin  ningún  género  de  duda, 
el  Libro  o  Fuero  de  las  Leyes,  designado  usualmente  con  el  nombre  de 
Las  Siete  Partidas,  por  las  siete  partes  de  que  consta.  Esta  obra  cons- 
tituye un  ensayo  completísimo  de  legislación,  porque  abarca  la  totali- 
dad de  las  materias  del  derecho,  así  público  como  privado,  y  porque  a 
propósito  de  cada  institución  desarrolla  a  la  vez  las  normas  precepti- 
vas y  su  fundamento  racional;  y  así,  además  de  un  código,  resulta  ser 
un  tratado  de  filosofía  jurídica.  Durante  siglos,  el  último  aspecto  ha 
sido  el  más  influyente,  pues,  mientras  el  texto  legal  carecía  de  vigencia 
o  a  lo  sumo  la  obtenía  a  título  suplementario,  la  doctrina  jurídica  pene- 
traba en  la  mentalidad  castellana,  y  aun  llegaba  a  infiltrarse  en  todo  el 
ámbito  de  la  vida  española,  a  través  de  la  jurisprudencia  y  de  las  opi- 
niones de  los  jurisconsultos  (29).  Las  Partidas  gozaron  de  tanto  presti- 
gio gracias  a  que  su  orientación  doctrinal  estaba  tomada  de  las  más 
puras  corrientes  científicas  del  siglo  xiii  :  el  romanismo  y  la  legislación 
canónica,  tal  vez  porque  en  el  propósito  de  su  real  iniciador  debían  rea- 
lizar en  el  terreno  legislativo  la  aspiración  imperial,  con  que  soñó  Al- 


(29)  Para  las  cuestiones  histórico-críticas  acerca  de  la^  Partidas  consúltese  la  obra 
de  J.  Beneyto  Pérez:  Fuentes  de  Derecho  Histórico  Español;  Ensayos.  Barcelona,  193 1, 
págs.  133  y  sgtes. 

Sobre  la  influencia  de  las  Partidas  en  Cataluña,  véase  a  R.  d'Abadal  i  Vinyals:  Le* 
"Partides"  a  Catalunya  durant  VEdat  Mitja.  Barcelona,  1914. 


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fonso  X  durante  todo  su  reinado.  De  confirmarse  esta  sospecha  que  ya 
apuntó  el  historiador  Floran-es  y  vuelve  hoy  a  tomar  cuerpo  en  los  co- 
nocedores de  nuestra  historia  jurídica,  el  Libro  de  las  Leyes  estaba  pre- 
destinado a  ser  el  código  de  la  Europa  cristiana  de  entonces  o,  para 
decirlo  en  términos  más  exactos,  la  suprema  ley  del  Sacro  Romano  Im- 
perio. Por  lo  menos,  esta  idea  parece  haber  presidido  la  redacción  de 
las  dos  primeras  Partidas,  en  las  que  se  resume  toda  la  sustancia  del 
derecho  público  de  su  tiempo.  La  Partida  primera,  en  efecto,  aparte 
los  dos  títulos  iniciales  donde  se  enumeran  las  fuentes  del  derecho  y 
se  reproducen,  un  tanto  ampliadas,  las  doctrinas  del  Espéculo,  en  espe- 
cial aquella  interesante  filosofía  de  la  ley  que  antes  hemos  expuesto, 
viene  a  ser  un  compendio  del  derecho  eclesiástico,  extractado  casi  ínte- 
gramente de  las  Decretales,  que  empieza  enunciando  los  artículos  de  la 
Fe  Católica  y  los  sacramentos  de  la  Iglesia,  sigue  con  el  examen  de  la 
jerarquía  eclesiástica  desde  el  Papa  hasta  sus  últimos  peldaños  y  termi- 
na con  un  extenso  estudio  de  las  cosas  eclesiásticas :  iglesias,  monaste- 
rios, sepulturas,  derechos,  privilegios  y  franquicias,  beneficios,  diezmos 
y  primicias,  etc.  La  elevación  doctrinal  de  las  Partidas  culmina  en  él 
libro  segundo,  que  "fabla  de  los  Emperadores,  e  de  los  Reyes,  et  de  los 
otros  grandes  Señores  de  la  tierra,  que  la  han  de  mantener  en  justicia  e 
verdad"  (30).  En  su  título  I  se  definen  los  grados  de  la  jerarquía  polí- 
tica: el  emperador,  el  rey  y  los  demás  gobernantes  que  detentan  el  se- 
ñorío territorial ;  y  en  los  otros  treinta  títulos  se  desenvuelve  un  com- 
pletísimo tratado  de  los  deberes  morales  y  jurídicos  inherentes  a  la  per- 
sona del  rey  y  de  los  que  incumben  al  pueblo  hacia  su  rey. 

Ya  en  el  prólogo  a  la  segunda  Partida  se  anuncia  el  alcance  filosó- 
fico de  su  contenido,  al  establecer  en  sus  primeras  líneas  la  doctrina  de 
los  dos  poderes,  el  eclesiástico  y  el  político,  por  los  que  se  gobierna  el 
mundo  y  que  vienen  a  ser  como  las  dos  espadas,  prefiguradas  en  un  epi- 
sodio evangélico,  por  las  que  se  mantienen  la  justicia  espiritual  y  la 
justicia  temporal.  En  la  cúspide  de  la  jerarquía  política  figura  el  empe- 
rador, "gran  Dignidad,  noble  e  honrrada  sobre  todas  las  otras,  a  cuyo 
mandamiento  deven  obedescer  todos  los  [ornes]  del  Imperio,  o  el  non 
es  tenudo  de  obedescer  a  ninguno,  fueras  ende  al  Papa  en  las  cosas  es- 
pirituales". "El  Emperador  es  Vicario  de  Dios  en  el  Imperio,  para  fazer 
justicia  en  lo  temporal,  bien  assi  como  el  Papa  lo  es  en  lo  espiritual." 


(30)  Para  las  citas  de  las  leyes  de  Partidas,  hemos  utilizado  siempre  el  texto  esta- 
blecido por  Gregorio  López  y  reeditado,  con  la  versión  castellana  de  sus  glosas,  por 
Sanpons  y  Barba,  Martí  de  Eyxalá  y  Ferrer  y  Subirana,  Barcelona,  1843,  4  vols. 


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La  necesidad  de  la  institución  imperial  se  desprende  de  la  exigencia  de 
concertar  los  pueblos  entre  sí,  a  lo  que  contribuyen  en  gran  manera  las 
normas  de  una  sabia  legislación  y  los  fallos  de  una  justicia  recta,  y  asi- 
mismo de  la  conveniencia  de  "amparar  la  Fe  de  nuestro  Señor  Jesu 
Christo,  e  quebrantar  los  enemigos  della"  (ley  i).  El  poderío  jurídico 
del  emperador  (o  "poder  de  derecho")  dimana  de  la  antigua  institu- 
ción imperial  romana:  "...  ca  maguer  los  romanos,  que  antiguamente 
ganaron  con  su  poder  el  señorío  del  mundo,  ficiessen  Emperador,  e  le 
otorgassen  todo  el  poder,  e  el  señorío  que  avian  sobre  las  gentes,  para 
mantener,  e  defender  derechamente  el  pro  comunal  de  todos...  E  este 
poder  ha  el  Señor,  luego  que  es  escogido  de  todos  aquellos,  que  han 
poderío  de  lo  escoger,  o  de  la  mayor  parte,  seyendo  fecho  Rey  en  aquel 
lugar,  onde  se  acostumbraron  a  fazer  antiguamente,  los  que  fueron  es- 
cogidos para  Emperadores"  (ley  2) ;  este  poder  se  extiende  a  poner  y 
quitar  ley,  fuero,  costumbre,  juicio,  tributo,  moneda,  demarcación,  gue- 
rra, paz  y  tregua,  jefes  militares,  etc.  El  poderío  de  hecho  estriba  en 
la  fuerza  de  que  el  emperador  dispone:  huestes  y  caudillos,  castillos, 
fortalezas  y  puertos,  "mayormente  de  aquellos  que  están  en  frontera 
de  los  barbaros,  e  de  los  otros  Reynos,  sobre  que  el  Emperador  non  ha 
Señorío";  pero  el  más  firme  sostén  de  la  fuerza  material  radica  en  la 
justicia  y  en  el  derecho,  por  lo  cual  el  emperador  debe  rodearse  de 
"ornes  sabidores,  e  entendidos,  e  leales  e  verdaderos,  ...  para  su  conse- 
jo, e  para  fazer  justicia,  e  derecho  a  la  gente...  Otrosí  ...  el  mayor  pode- 
río, e  mas  cumplido,  que  el  Emperador  puede  aver  de  fecho  en  su  Seño- 
río, es  cuando  el  ama  a  su  gente  ,  e  es  amado  della"  (ley  3). 

La  expuesta  concepción  típicamente  medieval  del  Imperio,  que  se 
apoya  en  textos  del  derecho  romano  justinianeo  y  en  pasajes  de  los 
glosadores,  se  continúa  en  el  mismo  título  con  una  teoría  política  de  la 
realeza  de  neto  abolengo  aristotélico,  por  lo  menos  en  sus  rasgos  funda- 
mentales. El  rey  ha  sido  puesto  al  frente  de  su  pueblo,  como  alma  y  ca- 
beza suya  que  es,  para  mantenerle  en  el  camino  de  la  justicia  y  de  la 
verdad  (ley  5).  En  lo  cual  no  se  diferencia  del  emperador,  como  tampo- 
co en  el  resto  de  sus  derechos,  salvo  que  el  Imperio  se  extiende  a  más 
tierras  y  pueblos.  El  cotejo  entre  los  óos  supremos  grados  de  la  jerar- 
quía política  revela  al  instante  la  mayor  robustez  que  en  la  teoría  y  en 
la  práctica  iba  cobrando  la  institución  real  que,  en  contraste  con  el  Im- 
perio, se  transmite  por  herencia.  El  rey  puede,  además,  otorgar  e  in- 
feudar  señoríos  y  obligar  coactivamente  a  la  gente  de  su  tierra  a  que  le 
sirvan  en  guerra  y  en  paz,  mientras  nada  de  esto  puede  hacer  el  empe- 
rador (ley  8).  La  institución  de  la  realeza  satisface  a  una  íntima  necesí- 


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dad  social ;  toda  agrupación  humana,  sea  cual  fuere,  mantiene  su  cohe- 
sión por  una  persona  constituida  en  autoridad  que  unifica  los  esfuerzos 
del  grupo,  y  en  las  sociedades  políticas  esta  persona  es  el  rey.  El  rey 
es  el  señor  de  su  pueblo,  que  en  la  guerra  le  sirve  de  caudillo  y  en  la 
paz  le  mantiene  en  la  justicia  y  el  derecho  (leyes  6  y  7).  El  abuso  del 
poder  real  engendra  la  tiranía  (ley  10).  Entre  el  rey  y  el  pueblo  existen 
más  peldaños  de  la  jerarquía  política,  de  los  cuales  unos  ejercen  el  po- 
der por  señorío  de  la  tierra  vinculado  a  su  familia  y  otros  por  delega- 
ción del  rey,  a  quien  en  último  término  todos  deben  sujeción  (leyes  11, 
12  y  13). 

A  esta  doctrina  sobre  la  institución  real,  sigue  un  extenso  tratado 
filosófico-moral  en  el  que  se  exponen  ordenadamente  los  deberes  del  rey 
para  con  Dios,  para  consigo  mismo,  para  con  las  personas  de  su  familia 
(esposa,  hijos,  parientes),  para  con  sus  funcionarios  y  para  con  sus  sub- 
ditos (títs.  II  al  XI).  Para  con  Dios,  el  rey  tiene  los  deberes  de  cono- 
cerle, amarle,  temerle,  servirle  y  alabarle  (leyes  1  a  4  del  tít.  II).  Con- 
sigo, ha  de  ser  bueno  en  los  pensamientos,  palabras  y  obras  (títs.  III 
al  V) ;  no  debe  codiciar  honras  desmedidas  ni  grandes  riquezas,  no  debe 
decir  palabras  menguadas  ni  inconvenientes,  ha  de  ser  mesurado  en  co- 
mer y  beber,  ha  de  refrenar  su  sexualidad  ("guardar  en  que  lugar  faze 
linaje"),  realizar  sus  actos  con  buen  talante,  vestir  apuestamente,  ser 
manso  de  maneras,  sufrido  más  que  los  otros,  de  buenas  costumbres, 
nada  propenso  a  la  ira  y  a  la  malquerencia,  instruido  en  las  artes  y  cien- 
cias ("acucioso  en  aprender  a  leer,  e  de  los  saberes  lo  que  pudiere"), 
conocedor  de  los  hombres,  diestro  en  el  manejo  de  las  armas  y  en  el 
cazar,  etc.  Ha  de  amar,  honrar  y  guardar  a  su  mujer  y  a  sus  hijos 
(títs.  VI  y  VIII) ;  y  a  éstos  darles  buena  crianza  y  educación,  para  lo  cual 
escogerá  "ayos  de  buen  linage,  bien  acostumbrados,  discretos,  e  de  buen 
entendimiento",  que  les  enseñen  a  ser  "apuestos  e  limpios",  "mesurados 
en  bever  el  vino",  "como  fablen  bien  e  apuestamente"  y  "que  tengan 
buen  continente".  El  rey  no  olvidará  el  cuidado  y  la  instrucción  personal 
de  sus  hijos,  y  los  castigará  cuando  erraren.  A  sus  hijas  les  buscará  las 
mejores  amas,  las  guardará  y  procurará  casarlas.  A  sus  demás  parien- 
tes, el  rey  tiene  que  amarlos,  honrarlos  y  hacerles  bien,  y  escarmentar- 
los si  cometieren  yerro  (tít.  VIII).  También  viene  el  rey  obligado  a  cum- 
plir deberes  específicos  para  con  sus  oficiales  o  funcionarios  según  el 
cargo,  más  o  menos  elevado,  en  que  estuvieren  constituidos  (tít.  IX). 
Y,  en  general,  a  la  gente  de  su  pueblo  y  a  su  tierra  debe  el  rey  asimismo 
amarlos,  honrarlos  y  guardarlos  (títs.  X  y  XI). 

Recíprocos  de  los  deberes  que  incumben  a  la  realeza  son  los  que  las 


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demás  personas  tienen  para  con  el  rey,  para  con  sus  allegados  y  para 
con  sus  cosas  o  bienes.  Ante  todo,  el  pueblo,  que  "...  tanto  quiere  dezir 
como  ayuntamiento  de  gentes  de  todas  maneras  de  aquella  tierra  do  se 
allegan.  E  desto  no  sale  home  ni  muger,  ni  clérigo  ni  lego..."  (Part.  I, 
tít.  2,  ley  5),  tiene  los  deberes  de  conocer,  amar  y  temer  a  Dios  (Part.  II, 
tít.  XII),  y  conocer,  honrar  y  guardar  al  rey  (Part.  II,  tít.  XIII). 
También  viene  el  pueblo  obligado  a  guardar,  lo  mismo  que  a  las  per- 
sonas del  rey  y  de  la  reina,  a  sus  hijas  y  demás  parientas,  así  como  a 
las  dueñas,  doncellas  y  otras  mujeres  que  forman  el  acompañamiento 
de  la  reina  (tít.  XIV).  No  menos  apremiantes  son  los  deberes  hacia  los 
hijos  del  rey  (tít.  XV)  y  hacia  las  personas  investidas  por  el  rey  con 
autoridad  o  cargo  en  la  corte  o  en  el  país  (tít.  XVI).  Las  gentes  del  pue- 
blo deben,  por  fin,  al  rey  la  guarda  de  sus  cosas  muebles  y  raíces  que  le 
pertenecen  a  título  personal  (tít.  XVII) ;  la  guarda,  abastecimiento  y 
defensa  de  los  castillos  y  fortalezas  del  reino  (tít.  XVIII) ;  la  protección 
contra  los  enemigos  (tít.  XIX),  y  el  amor  a  la  tierra  natal  (tít.  XX).  El 
resto  de  la  Partida  segunda  sigue  especificando  los  deberes  de  los  caba- 
lleros, adalides,  almogávares,  peones,  en  la  guerra  terrestre  y  en  la  ma- 
rítima, etc.,  de  suerte  que  resulta  el  código  más  completo  de  moral  po- 
lítica que  se  pueda  imaginar  para  su  tiempo. 

Una  obra  de  tan  subido  valor  doctrinal  revela  que  la  cultura  moral 
y  política  había  llegado  en  Castilla,  a  mediados  del  siglo  xm,  a  un  nivel 
envidiable.  Las  investigaciones  contemporáneas  sobre  este  punto,  en  re- 
lación con  el  problema  de  las  fuentes  de  la  segunda  Partida  (31),  han 
aportado  algunas  interesantes  noticias,  que  convendría  complementar  con 
el  examen  de  las  fuentes  de  las  Partidas  restantes,  toda  vez  que  no  hay 
ninguna  que  no  aparezca  esmaltada  de  pasajes  filosóficos.  Hasta  ahora, 
los  comentaristas  de  las  Partidas  se  habían  contentado  con  el  tópico  de 
que  sus  materiales  estaban  sacados  del  derecho  canónico,  de  las  com- 
pilaciones justinianeas  y  de  los  escritos  de  los  jurisconsultos  romanis- 
tas (32).  A  lo  sumo,  se  había  logrado  precisar  los  modelos  inmediatos 
de  varias  leyes  de  Partidas  en  la  Summa  Hostiensis,  en  la  Summa  Azo- 


(31)  Pío  Ballesteros:  Algunas  fuentes  de  las  Partidas,  artículo  en  "Revista  de  Cien- 
cias jurídicas  y  sociales",  I,  1918,  págs.  542-547. 

(32)  "Les  sources  de  la  compilation  alphonsine  sont  indiquées  en  termes  généraux 
dans  le  recueil  méme:  ce  sont,  les  paroles  des  saints  et  les  dits  des  anciens  sages.  Par 
saints,  le  recueil  designe  les  auteurs  des  décrétales;  les  anciens  sages  sont  les  juriscon- 
sultes  romains."  Ernest  Nys:  Les  "Siete  Partidas"  zt  le  droit  de  la  guerre,  artículo  en 
"Rev.  de  droit  internation.",  XV,  pág.  43 1. 


-  27  - 


nis  y  en  la  Summa  Gofredi  (33).  Esa  actitud  tradicional  se  apoyaba  en 
el  ingenuo  supuesto  de  que  en  la  redacción  de  las  Partidas  habían  sido 
utilizadas  nada  más  fuentes  jurídicas,  siendo  así  que  en  su  texto  se 
manifiesta  repetidamente  (34)  que  fueron  puestos  a  contribución  las 
palabras  de  los  Santos  y  los  dichos  de  los  Sabios,  es  decir,  el  sa- 
ber sagrado  y  profano  de  aquel  tiempo.  Por  donde  se  plantea  el  pro- 
blema de  la  averiguación  de  las  fuentes  eclesiásticas,  filosóficas  y  aun 
las  meramente  literarias  en  que,  además  de  las  jurídicas,  se  inspiraron 
sus  autores.  Entre  las  primeras  cabe  señalar  el  Antiguo  y  el  Nuevo  Tes- 
tamento, algunas  obras  de  San  Agustín,  tal  vez  los  tratados  del  Pseudo- 
Dionisio  Areopagita  (35)  y  alguna  de  las  varias  Sumas  teológicas,  que 
ya  entonces  estaban  muy  difundidas.  Entre  las  literarias,  citaremos  en 
primer  término  algunos  de  los  tratados  didáctico-morales  en  romance 
que  antes  hemos  estudiado.  El  más  influyente  ha  sido  El  Bonium  o  Bo- 
cados de  Oro,  del  que  la  Partida  segunda  ha  transcrito  nada  menos  que 
18  pasajes,  inventariados  por  H.  Knust  (36).  También  las  Flores  de 
Filosofía  han  dejado  su  rastro  en  los  textos  de  Partidas,  y  es  verosímil 
que  algunas  citas  imprecisas  de  Séneca  estén  tomadas  de  las  Flores  o 
de  otra  colección  similar  de  dichos  de  sabios  y  filósofos.  Hasta  las  máxi- 
mas del  filósofo  Segundo  han  sido  aprovechadas  en  la  Partida  segun- 
da. De  las  fuentes  filosóficas,  consignaremos  aquí  Boecio,  varias  obras 
aristotélicas  — entre  ellas,  el  De  anima  y  la  Etica —  y  la  literatura  po- 
lítica contemporánea,  que  merece  consideración  aparte.  Pío  Balleste- 
ros (37)  ha  descubierto,  a  este  propósito,  una  abundante  utilización  de 
fuentes  peripatéticas,  lo  cual  no  es  de  extrañar  en  una  obra  cuya  doc- 
trina moral  y  política  se  caracteriza,  según  advertimos  oportunamente, 
por  fuertes  trazos  aristotélicos.  De  Aristóteles  han  sido  puestos  a  con- 
tribución el  apócrifo  Secretum  Secretorum,  o  más  concretamente  su 
adaptación  castellana  Poridat  de  Poridades,  y  también  la  Política.  Esta 
última  fuente  maravilla  tanto  más  cuanto  que  su  primera  versión  la- 
tina, realizada  por  el  dominico  flamenco  Guillermo  de  Moerbeka  a  ins- 
tancia de  su  hermano  en  religión  Tomás  de  Aquino,  fué  terminada  en 

(33)  Martínez  Marina:  Ensayo  histórico-crítico  sobre  la  antigua  legislación  de  Cas- 
tilla. Madrid,  1834,  tomo  I,  pág.  387,  nota  1. 

(34)  Por  ejemplo,  en  el  prólogo  y  en  el  título  I  de  la  Partida  I,  leyes  2  y  6. 

(35)  Me  hace  sospechar  la  utilización  de  esta  fuente  el  preámbulo  y  el  cuerpo  del 
título  VI  de  la  Partida  I,  en  los  que  se  alude  a  los  nueve  grados  de  la  jerarquía  angélica 
y  a  los  nueve  correspondientes  de  la  jerarquía  eclesiástica. 

(36)  En  el  registro  de  lugares  paralelos  inserto  en  los  apéndices  a  la  edición  de 
Bocados  de  Oro  antes  citada. 

(37)  En  el  artículo  antes  citado. 


-  28  — 


I2ÓO  (38),  cuando  la  redacción  de  las  Partidas,  comenzada  en  1256,  iba 
ya  bastante  adelantada  y  se  encaminaba  a  su  término,  que  tuvo  lugar 
en  1265.  Finalmente,  Ballesteros  ha  mostrado  que  el  plan  desenvuelto 
en  la  segunda  Partida  se  ajusta  en  muchos  detalles  al  de  una  obra  po- 
lítica anónima  entonces  muy  en  boga,  el  De  eruditione  principum,  que 
él  atribuye  equivocadamente  a  Santo  Tomás  de  Aquino,  siendo  así  que 
este  autor,  en  la  fecha  en  que  fueron  acabadas  las  Partidas,  aun  no 
había  dado  comienzo  a  su  tratado  De  regimine  principum  (39).  Como 
puede  verse  por  las  ligeras  indicaciones  que  anteceden,  la  averiguación 
de  las  fuentes  del  famoso  código  alfonsino  tiene  interés  sobrado  para 
que  la  erudición  contemporánea  emprenda  su  total  esclarecimiento. 

10.  Con  la  muerte  de  Alfonso  X  quedó  truncada  la  realización  del 
vasto  plan  de  traducciones  y  demás  empresas  culturales  que  estaba  pro- 
yectado. Su  sucesor,  Sancho  IV,  un  vivo  contraste  de  su  padre  en  mu- 
chos aspectos,  fué  ante  todo  un  bravo  militar  y  un  enérgico  gobernan- 
te, a  pesar  de  lo  cual  no  desatendió  totalmente  las  tareas  literarias.  Pudo 
inspirarle  afición  a  ellas  su  preceptor  Juan  Gil  de  Zamora,  a  quien  el 
rey  Alfonso  tenía  confiada  su  educación.  Cabe  incluso  la  sospecha  de 
que  este  teólogo  y  naturalista  interviniera  personalmente  en  la  compo- 
sición de  un  curiosísimo  libro  que  apareció  en  este  reinado  bajo  el  nom- 
bre de  Sancho  IV.  Me  refiero  al  Lucidario,  una  obra  que  proyecta  mu- 
cha luz  sobre  el  drama  cultural  que  en  España,  como  en  el  resto  de  la 
Cristiandad,  se  desarrollaba  en  aquellos  momentos  a  consecuencia  de  la 
invasión  de  la  ciencia  profana,  cuyas  afirmaciones  no  siempre  andaban 
acordes  con  el  dogma.  El  espíritu  religioso  experimentaba  una  cierta 
zozobra  ante  el  nuevo  saber  venido  del  Oriente  pagano  e  idólatra  a  tra- 
vés, sobre  todo,  de  España;  de  aquí  que  la  teología  tradicional  levan- 
tara en  París  cruzada  contra  el  averroísmo,  que  minaba  sus  fundamen- 
tos. A  la  necesidad  de  concordar  las  enseñanzas  de  las  ciencias  divinas 
y  humanas  (40)  responde  la  idea  del  Lucidario,  que  se  expresa  clara- 
mente en  el  prólogo :  "Veyendo  la  contienda  que  era  entre  los  maes- 
tros de  la  theologia  et  'los  de  las  naturas,  que  eran  contrarios  unos  de 
otros  en  aquellas  cosas  que  son  sobre  naturas  que  avian  a  rassonar  fe- 

(38)  B.  Geyer:  Die  patristische  und  scholastische  Philosophie,  11.a  edición  revisada 
del  vol.  II  del  Grundriss  der  Geschickte  der  Philosophie,  de  Überweg-Heinze ;  Berlín, 
1928,  pág.  348. 

(39)  M.  Grabmann:  Santo  Tomás  de  Aquino,  trad.  castellana  del  P.  A.  G.  Menén- 
dez-Reigada.  Madrid-Salamanca,  1918,  pág.  26. 

(40)  Amador  de  los  Ríos:  Historia  critica  de  le  literatura  española,  Madrid,  186 1- 
1865,  tomo  W,  pág.  30. 


¿9  — 


cho  de  nuestro  Sennor  Jhu.  Xpo.,  que  es  toda  la  obra  del  miraglo  que 
quiere  desir  tanto  como  cosa  maravillosa,  en  que  non  a  que  ver  natura 
nin  otra  cosa  ninguna;  et  otrosi  los  que  ovieren  a  rassonar  las  naturas 
que  es  rrason  del  curso  que  Dios  ordenó,  por  que  pasa  toda  via  el  mun- 
do por  el;  et  veyendo  esta  contienda  que  era  entre  estos  dos  saberes, 
et  aviendo  muy  gran  sabor  que  las  estorias  que  fablan  de  nuestro  Sen- 
nor Jhu. Xpo.  sean  departidas,  por  que  ninguno  non  pueda  dudar  en 
ellas,  et  por  traerlas  a  acordamiento  et  a  servicio  et  enxalgamiento  de 
la  nuestra  fée;  por  ende  Nos  Don  Sancho,  por  la  graqia  de  Dios  rey 
de  Castilla...  tovimos  por  bien  et  derecho  de  comentar  este  libro../'  (41). 
El  conflicto  entre  la  teología  y  la  filosofía  natural  aparece  planteado, 
como  se  ve,  a  propósito  del  determinismo  de  las  leyes  de  la  naturaleza, 
al  que  el  milagro  constituye  una  excepción;  pues  si  la  fe  muestra  los 
hechos  maravillosos  obrados  por  Jesucristo  en  el  decurso  de  su  misión 
evangélica,  la  ciencia  enseña  que  los  acontecimientos  mundanos  obede- 
cen a  una  ciega  necesidad.  El  argumento  del  Lucidario  presenta  en  for- 
ma viviente  ese  conflicto  que  daba  angustia  a  los  espíritus  cultos  de  en- 
tonces: un  escolar,  que  moraba  con  su  maestro  en  una  ciudad  donde 
había  "muchas  escuelas  en  que  se  leían  los  saberes",  entró  por  azar  en 
la  del  "arte  que  llaman  de  naturas",  en  la  que  se  había  entablado  "una 
muy  grant  disputación  entre  los  escolares  et  su  maestro";  excitada  su 
curiosidad  por  la  disputa,  el  escolar  frecuentó  aquella  escuela,  de  cu- 
yas enseñanzas  empero  "fallaba  que  muchas  cosas  eran  contrarias"  a 
las  que  él  tenía  por  verdaderas.  Confiado  en  los  conocimientos  de 
su  maestro,  el  escolar  le  expone  sus  dudas,  que  aquél  le  va  resolviendo 
a  todo  lo  largo  de  la  obra  por  una  doble  vía  del  saber:  por  teología  y 
por  natura.  Surge  de  ahí  el  pretexto  para  una  exposición  completa  de 
la  filosofía  natural,  en  la  que  se  intercalan  en  forma  algo  abigarrada 
numerosas  cuestiones  teológicas,  conducentes  a  mostrar  la  perfecta  ar- 
monía entre  la  fe  y  la  ciencia.  La  exposición  teórica  se  abre  con  una 
doctrina  del  Hacedor  Supremo  y  de  su  relación  con  el  cosmos,  a  pro- 
pósito del  cual  se  describe  el  sistema  astronómico  y  la  variedad  de  sus 
movimientos  y  se  estudian  las  causas  aparente»  y  reales  de  los  eclip- 
ses. Se  establece  la  eternidad  de  Dios  frente  a  la  temporalidad  del  mun- 


(41)  El  Lucidario  no  ha  sido  impreso;  en  la  Biblioteca  Nacional  de  Madrid  existen 
tres  manuscritos. 

Unicamente,  el  Sr.  Amador  ha  dado  breves  noticias  y  extractos  de  él  en  la  obra  cita- 
da, págs.  30-36,  y  el  Sr.  Pascual  de  Gayangos  ha  publicado  el  prólogo  íntegro  y  la  tabla 
de  los  capítulos  en  el  tomo  LI  de  la  "Biblioteca  de  Autores  Españoles"  (Madrid,  ed.  Ri- 
vadeneyra,  1884),  págs.  80-84. 


—  3o  — 


do  y  se  explana  el  misterio  de  'la  Trinidad  por  revelación  y  por  natura. 
Sigue  un  grupo  de  cuestiones  psicológicas  acerca  de:  si  el  alma  existe, 
en  qué  lugar  del  cuerpo  reside,  si  se  fracciona  al  cortar  una  mano  o  un 
pie,  y  cómo  mora  en  el  cuerpo.  Algunas  de  estas  cuestiones  se  tratan 
por  incidencia  de  otras  más  graves  de  índole  teológica  relativas  a  los 
misterios  que  preceden,  acompañan  y  siguen  a  la  venida  del  Mesías. 
Tras  una  especulación  sobre  los  novísimos  (muerte,  infierno,  etc.),  el  li- 
bro desemboca  en  unos  interesantes  capítulos  de  historia  natural,  con 
descripciones  de  aves,  plantas,  piedras,  bestias,  etc.,  y  termina  con  la 
clásica  doctrina  de  los  cuatro  elementos  de  que  se  componen  todas  las 
cosas.  Como  es  fácil  de  ver,  los  materiales  de  la  obia  han  sido  tomados 
de  fuentes  profanas  y  eclesiásticas,  entre  éstas  las  Etimologías  de  San 
Isidoro.  El  orden  y  el  tratamiento  de  las  materias  teológicas  revelan  la 
mano  de  alguien  avezado  a  manejar  las  Sumas,  que,  como  la  de  Pedro 
Lombardo,  constituían  el  texto  de  la  enseñanza  en  las  escuelas  eclesiás- 
ticas. Los  conocimientos  astronómicos,  y  los  astrológicos  que  con  ellos 
se  entrelazan,  dimanan  de  las  obras  traducidas  por  orden  del  Rey  Sa- 
bio; y  los  naturalísticos  tal  vez  estén  tomados  de  la  historia  natura) 
que  escribiera  Juan  Gil  de  Zamora,  que  bien  pudiera  no  ser  ajeno  a 
esta  compilación.  Un  examen  más  a  fondo  de  la  obra  ofrecería  el  inte- 
rés de  revelar  el  estado  de  la  filosofía  natural  en  Castilla  a  fines  del  si- 
glo xiii,  y  quién  sabe  si  aportaría  algún  esclarecimiento  al  enigma  his- 
tórico de  la  teoría  de  la  doble  verdad. 

ii.  Durante  largo  tiempo  fué  atribuida  a  Sancho  IV  una  obra  del 
género  didáctico-moral,  titulada  Castigos  e  documentos,  que,  a  creer 
la  letra  del  prólogo,  habría  él  redactado  en  la  cuaresma  de  1292,  mien- 
tras tenía  puesto  cerco  a  Tarifa,  para  su  primogénito  Fernando.  La 
obra  está  cortada  según  el  patrón  de  la  moda  europea  del  tiempo,  en 
el  que  la  educación  de  los  príncipes  reales  se  convirtió  en  tema  predi- 
lecto de  la  literatura  moral  y  política  (42).  Tal  vez  cabría  hallar  su  in- 
mediato modelo,  por  lo  menos  en  la  forma,  en  el  libro  de  Les  enseigne- 
menz  que  monseigneur  Saint  Loys  fist  á  son  ainzné  füs  Phelippe  y  en 
los  otros  tratados  similares  que  se  suponen  escritos  por  el  santo  rey  de 
Francia  para  sus  restantes  hijos  (43).  En  los  noventa  capítulos  de  que 
consta  la  obra  se  van  desenvolviendo  y  razonando  las  advertencias 
("castigos")  paternas  encaminadas  a  mostrar  al  hijo  cómo  se  ha  de  com- 

(42)  G.  Sarton :  Introduction  to  the  History  of  Science,  vol.  II,  part.  II,  London, 
1931,  pág.  72$. 

(43)  H.  Francote  Delaborde:  Le  texte  primitive  des  Enseignements  de  Saint  Lovii 
a  son  Fils.  "Bibliothéque  de  l'Ecole  des  Chartes",  vol.  73:  París,  1012. 


-  3i  ~ 


portar  en  su  vida  y,  especialmente,  en  el  desempeño  del  cargo  real.  Jun- 
to, pues,  con  un  tratado  de  la  vida  cristiana  para  uso  general,  los  Cas- 
tigos e  documentos  encierran  un  compendio  para  la  educación  del  prín- 
cipe cristiano,  al  estilo  del  que  Santo  Tomás  de  Aquino  empezó  para 
el  joven  rey  de  Chipre  o  del  que,  bajo  el  mismo  título  De  regimine 
principum,  el  romano  Gil  de  Colonna  compuso  para  el  futuro  rey  de 
Francia,  Felipe  el  Hermoso,  y  obtuvo  tanto  éxito  en  todo  Europa.  Los 
"castigos"  se  documentan,  en  la  obra  castellana,  con  "enxiemplos"  o 
historietas,  de  los  cuales  se  desprende  alguna  enseñanza  moral  congruen- 
te con  la  máxima  paterna  que  encabeza  el  capítulo;  las  fuentes,  muy 
varias,  de  tales  ilustraciones  hay  que  buscarlas  en  la  fabulística  orien- 
tal, en  las  narraciones  bíblicas,  en  las  hazañas  de  los  héroes  nacionales 
y  en  la  historia  universal.  El  acoplamiento  de  la  norma  abstracta  y  del 
caso  concreto,  de  la  enseñanza  teórica  y  de  la  ilustración  que  la  acom- 
paña, presta  un  singular  encanto  a  la  obra  y  la  hace  muy  apropiada 
para  los  fines  moralizadores  que  perseguía  su  autor  (44). 

La  erudición  moderna  ha  puesto  en  claro  que  la  atribución  de  los 
Castigos  e  Documentos  a  la  persona  del  rey  Sancho  IV  era  un  simple 
truco,  de  los  que  tanto  se  estilaban  en  la  Edad  Media,  por  el  que  un 
autor  poco  conocido  quiso  rodear  de  prestigio  una  obra  suya.  A  prin- 
cipios de  este  siglo,  en  efecto,  R.  Foulché-Delbosc  (45)  ha  mostrado, 
mediante  cotejo  a  doble  columna,  las  coincidencias  literales  de  los  Cas- 
tigos e  Documentos  con  el  texto  de  la  adaptación  castellana  que  fray 
Juan  García  de  Castrojeriz,  confesor  de  la  reina  María,  la  esposa  de 
Alfonso  XI,  realizó  hacia  1345  del  ya  citado  De  regimine  principum 
de  Gil  de  Colonna  (Egidio  Romano)  para  la  educación  del  príncipe  Don 
Pedro  (más  tarde  "el  Cruel"),  que  le  había  sido  confiada.  La  compo- 
sición de  la  obra  ha  de  ser,  pues,  retardada  en  más  de  medio  siglo  de 
la  fecha  que  se  venía  admitiendo.  Otros  materiales  fueron,  además,  uti- 
lizados por  el  anónimo  autor,  en  especial  las  disertaciones  originales 
con  las  que  fray  Juan  exornó  su  traducción,  las  leyes  de  la  Partida  se- 


(44)  El  texto  de  los  Castigos  e  Documentos  del  rey  Don  Sancho  ha  sido  impreso 
por  vez  primera  por  D.  Pascual  de  Gayangos,  a  base  de  dos  códices  conservados  en  la 
Biblioteca  Nacional  de  Madrid,  en  el  tomo  LI  de  la  "Biblioteca  de  Autores  Españoles" 
(Madrid,  ed.  Rivadeneyra,  1884),  págs.  85-228. 

(45)  R.  Foulché-Delbosc:  Les  "Castigos  e  Documentos"  de  Sanche  IV.  "Revue 
Hispanique",  vol.  XV,  1906,  págs.  340-371. 

En  el  mismo  volumen,  al  mencionado  artículo  le  precede  otro  de  Paul  Grossac : 
Le  livre  des  "Castigos  e  Documentos"  attribué  au  Roi  D.  Sanche  IV,  págs.  212-339,  en 
el  que  analiza  detenidamente  el  contenido  y  las  fuentes  de  esta  obra. 


gímela  y  una  primitiva  novela  castellana,  a  la  que  ahora  mismo  vamos 
a  referirnos. 

La  Historia  del  Caballero  de  Dios,  que  havia  por  nombre  Cifar,  el 
qual  por  sus  virtuosas  obras  e  hazañosas  cosas  fué  Rey  de  Mentón  se 
disputa,  en  la  opinión  de  los  críticos  e  historiadores  de  la  literatura  cas- 
tellana, con  el  Amadís  el  privilegio  de  ser  el  más  antiguo  «libro  de  ca- 
ballerías y,  por  ende,  la  primera  muestra  de  la  novelística  española  (46). 
A  fiar  en  su  raro  prólogo,  sin  relación  con  la  obra,  donde  se  narran 
sucesos  acaecidos  en  los  años  inmediatos  a  1300,  debió  ser  escrita  des- 
pués de  esta  fecha  y  antes  de  1305;  pero  se  ha  objetado  que,  aludién- 
dose en  aquél  a  la  muerte  de  D.a  María  de  Molina,  su  composición  ha 
de  ser  posterior  a  1321  (47).  Esta  extraña  Historia  se  compone  de  una 
leyenda  hagiográfica,  un  tratado  didáctico-moral  y  un  libro  de  aventu- 
ras caballerescas.  La  'leyenda  oriental  de  San  Eustaquio  o  Plácido,  po- 
pularizada en  Occidente  durante  la  Edad  Media,  se  transforma  aquí 
en  la  historia  de  Cifar,  un  noble  y  valeroso  caballero  víctima  de  un  sino 
fatal,  que  le  expatría  de  su  tierra  con  su  mujer  Grima  y  sus  hijos  Gar- 
fín  y  Roboam  y  les  obliga  a  errar  por  el  mundo  en  medio  de  tremendas 
adversidades,  que  acaban  por  dispersar  el  grupo.  Cuando  Cifar  logra, 
al  fin,  vencer  el  hado  y  reunir  otra  vez  a  su  familia,  ha  sido  coronado 
por  sus  méritos  rey  de  Mentón.  En  este  estado,  y  fallecida  su  mujer, 
Cifar  emprende  la  educación  moral  de  sus  hijos  antes  de  dejar  que  és- 
tos se  lancen  en  busca  de  aventuras,  con  las  que  aspiran  a  ganar  fama 
de  esforzados  caballeros.  El  adoctrinamiento  de  Cifar,  que  constituye 
la  materia  del  libro  II  de  su  Historia,  se  ha  de  incluir  en  la  literatura 
de  consejos  reales  destinados  a  los  príncipes,  y  guarda,  por  lo  mismo, 
una  notoria  relación  con  los  Consejos  e  Documentos  atribuidos  al  rey 
Don  Sancho,  para  cuyo  texto  fueron  aprovechados  abundantes  mate- 


(46)  La  publicó  por  primera  vez  Heinrich  Michelant,  el  año  1872,  en  el  tomo  CXII 
de  la  "Bibliothek  des  litterarischen  Vereins  in  Stuttgart". 

Una  edición  crítica  excelente  ha  aparecido,  el  año  1929,  por  obra  de  Charles  Philip 
Wagner,  que  forma  el  volumen  V  de  las  publicaciones  de  la  Universidad  de  Michigan, 
sección  "Language  and  LiUerature" ;  al  volumen  publicado  seguirá  otro  con  el  estudio 
de  las  fuentes,  historia,  influencias  y  crítica  interna  de  la  obra. 

El  mismo  erudito  ha  anticipado  ya  los  resultados  de  sus  primeras  investigaciones 
acerca  de  esta  obra  en  un  artículo:  The  sources  of  El  Cavallero  Cifar,  inserto  en  la 
"Revue  Hispanique",  1903,  vol.  X,  págs.  4  y  sgtes. 

(47)  Sobre  esta  importante  cuestión  histórica,  véanse  los  artículos  de  Erasmo  Bu- 
ceta:  Nuevas  notas  históricas  al  prólogo  del  uCavallero  Zifar".  "Revista  de  Filología 
Española",  XVII,  1930,  cuad.  4;  y  de  Gerhard  Moldenhauer:  La  fecha  del  origen  de 
la  "Historia  del  Caballero  Zifar"  y  su  importancia  para  la  historia  de  la  literatura  es- 
pañola. "Investigación  y  Progreso",  V,  1931,  n.°  12,  págs.  175-176. 


~  33  — 

ríales  de  aquélla.  Casi  todas  las  Flores  de  Filosofía  han  sido  reprodu- 
cidas en  los  consejos  del  Rey  de  Mentón,  y,  con  no  tanta  literalidad, 
han  sido  incorporadas  asimismo  algunas  leyes  de  la  segunda  Partida  y 
varios  pasajes  de  los  Bocados  de  Oro.  El  contenido  doctrinal  de  la  His- 
toria del  Caballero  Cifar  carece,  por  lo  dicho,  de  originalidad,  y  se  li- 
mita a  reproducir  los  tópicos  corrientes  en  el  tipo  de  obras  a  que  per- 
tenece. 

El  género  didáctico-moral,  introducido  en  la  literatura  castellana 
por  iniciativa  de  Fernando  III  e  incrementado  en  los  reinados  siguien- 
tes, ha  logrado  mucha  difusión  en  Castilla  a  lo  largo  de  los  siglos  xiv 
y  xv.  Por  un  lado,  bajo  la  influencia  de  la  literatura  política  europea, 
aquel  género  se  depura  de  elementos  fantásticos  y  florece  en  los  Regi- 
mientos de  Príncipes  y  en  los  libros  de  Consejos  et  Documentos,  tales 
como  los  escritos  por  García  de  Castro jeriz,  el  rabí  converso  Don  Sem 
Tob  o  el  maestro  Pedro  Gómez  Barroso.  Por  el  otro,  los  elementos  fa- 
bulísticos  crecen  hasta  convertirse  en  una  verdadera  novela  en  la  His- 
toria del  Caballero  Cifar,  y  persisten  en  el  Libro  de  los  Gatos,  de  fray 
Jacobo  de  Benavente,  y  en  el  Libro  de  los  Enxemplos,  de  Clemente 
Sánchez-Vercial,  así  como  en  las  obras  poéticas  didáctico-simbólicas, 
que  tanto  abundan  en  estos  siglos.  En  la  confluencia  de  ambas  direc- 
ciones, Don  Juan  Manuel  aparece  en  los  comienzos  del  siglo  xiv  como 
el  mejor  representante  de  dicho  género  literario  en  la  literatura  caste- 
llana de  todos  los  tiempos,  que  en  el  Libro  de  Patronio,  en  el  Libro  de 
los  Estados,  en  el  de  los  Castigos  o  Consejos  que  fizo  para  su  fijo  y 
otros  más  alcanza  formas  de  mucha  perfección.  Ni^to  de  San  Fernan- 
do, sobrino  del  Rey  Sabio  y  primo  hermano  de  Sancho  IV,  Don  Juan 
Manuel  recoge  la  herencia  literaria  de  los  monarcas  castellanos  del  si- 
glo xiii  para  transmitirla,  enriquecida  con  su  personal  y  valiosa  apor- 
tación, al  siglo  inmediato. 


3 


II 


La  corte  real  catalano-aragonesa. 

Jaime  I  el  conquistador. — Su  protección  a  la  cultura  literaria,  jurídica  y  religiosa. — 
Sus  relaciones  con  San  Ramón  de  Peñafort. — San  Ramón  de  Peñafort  como 
pensador  y  hombre  de  acción  y,  en  especial,  como  creador  de  la  teología  moral. 

El  renacimiento  literario  catalán  en  tiempo  de  Jaime  II. — Difusión  del  elemento 
oriental. — El  Libre  de  Saviesa. — Jafuda  Bonsenyor. 

12.  Mientras  en  el  trono  de  Castilla  Alfonso  X  congregaba  a  su 
alrededor  una  pléyade  de  sabios  de  diversas  procedencias,  que  con  un 
amplio  espíritu  de  tolerancia  cooperaban  a  un  común  ideal  de  saber, 
en  la  Confederación  catalano-aragonesa  se  formaba  otro  núcleo  cultu- 
ral importante  en  torno  a  la  figura  del  rey  Jaime  I.  Lo  mismo  que  en 
Castilla,  ese  florecimiento  cultural  lleva  un  anhelo  de  totalidad  y  se  ma- 
nifiesta en  ramos  muy  diversos  del  saber  y  de  las  letras,  y  provoca  tam- 
bién el  nacimiento  de  la  prosa  en  romance,  signo  de  madurez  en  la  len- 
gua vulgar.  La  cultura  literaria  adquiere  un  gran  esplendor.  En  poesía 
la  escuela  trovadoresca,  de  ascendencia  provenzal,  cuenta  con  ilustres 
representantes,  como  Cerverí  de  Gerona;  la  corte  del  rey  ofrece  a  los 
trovadores  amable  acogida,  y  en  ella  aprende  el  arte  de  rimar  aquel 
apasionado  caballero  Ramón  Lull,  que  más  tarde,  juglar  espiritual,  ha- 
bía de  componer  trovas  a  lo  divino.  En  prosa  aparecen  las  primeras 
producciones  del  género  histórico,  de  genuina  inspiración  nacional,  y, 
juntamente,  las  primeras  obras  didácticas,  apropiaciones  o  imitaciones 
de  otras  extranjeras. 

Al  propio  tiempo  se  produce  un  vigoroso  despertar  de  la  cultura 
jurídica.  Desde  Bolonia,  por  el  intermedio  de  los  estudiantes  catalanes 
que  acuden  al  Estudio  General  de  aquella  Universidad,  el  romanismo 
renaciente  invade  el  foro  y  se  impone  en  la  jurisprudencia,  hasta  el  ex- 
tremo de  verse  obligado  el  rey  a  dictar  medidas  de  protección  a  favor 
del  derecho  godo  y  consuetudinario  tradicional.  En  su  corte,  sin  em- 
bargo, el  rey  se  acompaña  constantemente  con  civilistas  y  decretalistas, 


-  35  - 


como  le  reprochan  las  Cortes  de  Zaragoza,  y  por  obra  de  ellos  el  nuevo 
derecho  científico  toma  carta  de  naturaleza  en  la  legislación  e  inspira 
notables  compilaciones  legislativas,  además  de  un  buen  número  de  tra- 
tados doctrinales.  Pero,  a  diferencia  de  Castilla,  donde  el  rey  pretendió 
introducir  el  derecho  romano  de  una  sola  pieza  en  el  gran  monumento 
de  Las  Siete  Partidas,  en  Cataluña  el  elemento  científico  importado  en- 
tra en  aleación  con  »los  elementos  godo  y  popular  y  transforma  lenta- 
mente la  legislación  nacional.  El  sentido  práctico  del  rey  Jaime  I  y  de 
los  legistas  que  le  rodeaban  supo  resolver  en  armonía  el  conflicto  de 
lo  nuevo  con  lo  antiguo. 

Tal  vez  la  máxima  diferencia  entre  la  cultura  de  Castilla  en  tiem- 
po de  Alfonso  X  y  *la  de  Cataluña  en  el  reinado  de  Jaime  I  estriba  en 
que  aquélla  ostenta  predominantemente  un  carácter  civil  y  ésta  se  pre- 
senta profundamente  impregnada  de  sentido  religioso.  No  sólo  la  cul- 
tura eclesiástica  florece  vigorosa  en  esta  época  en  Cataluña,  sino  que 
el  rey  informa  su  política  en  los  ideales  de  la  Cristiandad  y  se  incor- 
pora sin  titubeos  a  las  corrientes  más  universales  de  la  época.  En  su 
reinado  las  Ordenes  mendicantes  arraigan  en  el  país  y  adquieren  un 
incremento  extraordinario;  en  especial,  la  Orden  de  Predicadores  goza 
del  favor  del  rey,  quien  se  rodea  en  todo  momento  de  sus  personali- 
dades más  salientes:  Miguel  de  Fabra,  Arnaldo  de  Sagarra,  Cendra, 
Ramón  Martí,  etc. 

Sobre  todas  descuella  la  figura  eminente  de  San  Ramón  de  Peña- 
fort  (48).  Nacido  de  noble  estirpe  catalana  en  el  castillo  de  los  Peña- 
fort,  no  lejos  de  Villafranca  del  Panadés,  previos  los  estudios  de  ini- 
ciación, que  cursó  tal  vez  en  Barcelona,  hacia  1210  se  traslada  al  Es- 
tudio de  Bolonia,  donde  se  entrega  con  entusiasmo  al  cultivo  científico 


(48)    Sobre  San  Ramón  de  Peñafort  pueden  ser  consultadas  la<;  siguientes  obras: 
Raymundiana,  seu  documenta  quae  pertinent  ad  Sancti  Raymundi  de  Pennafort  vi- 
tam  et  scripta,  en  "Monumenta  ordinis  fratrum  praedicatorum  histórica",  VI,  partes  1-2, 
Roma,  1898-1901,  publicados  por  Francis  Balme  y  Ceslaus  Paban. 

Buenaventura  Ribas  y  Quintana :  Estudios  históricos  y  bibliográficos  sobre  San 
Ramón  de  Peñafort,  en  "Memorias  de  la  R.  Academia  de  Buenas  Letras",  Barcelo- 
na, 1890. 

Manuel  Durán  y  Bas:  San  Raimundo  de  Peñafort.  Barcelona,  1889.  (Estudio  refe- 
rido principalmente  a  la  obra  jurídica.) 

F.  Valls  i  Taberner:  El  diplomatari  de  Sant  Ramón  de  Penyafort,  "Analecta  Sacra 
Tarraconensia",  V,  1929,  págs.  249-304. 

L.  Feliu:  Documenta  inédits  sobre  Sant  Raimond  de  Penyafort.  "Vida  Cristiana" 
(Barcelona),  vol.  18,  193 1,  págs.  296-300. 

L.  Feliu:  Diplomatari  de  Sant  Ramón  de  Penyafort.  Nous  documents.  "Analecta 
Sacra  Tarraconensia",  VII,  1932,  págs.  ioi-it*. 


-  36  - 


del  derecho  (49).  En  el  ambiente  italiano,  sensible  a  la  sazón  a  todas 
las  inquietudes  espirituales,  sobresale  en  seguida  la  personalidad  vigo- 
rosa de  Ramón  de  Peñafort,  así  en  el  campo  del  saber  como,  sobre 
todo,  en  el  de  la  acción.  De  escolar  asciende  a  ser  maestro,  y,  al  pro- 
longado contacto  con  las  más  puras  corrientes  do'ctrinales  del  derecho, 
su  mentalidad  se  impregna  del  hondo  sentido  jurídico  de  que  dió  más 
tarde  acabadas  muestras  en  la  composición  de  las  Decretales.  El  Pon- 
tífice Gregorio  IX  encomendó  a  Ramón  de  Peñafort  la  sistematización 
de  las  normas  canónicas  para  poner  fin  a  la  diversidad  de  las  coleccio- 
nes en  uso,  y  en  seis  años  de  ahincada  labor  el  canonista  catalán  dió 
cumplimiento  al  encargo  papal,  redactando  una  compilación  tan  perfec- 
ta, que  ha  podido  lograr  siete  siglos  de  vigencia.  El  mérito  intrínseco 
de  las  Decretales  radica,  no  sólo  en  el  cúmulo  enorme  de  materiales 
canónicos  que  integran  la  colección,  sino  más  bien  en  su  carácter  cien- 
tífico, que  cabe  interpretar  como  una  huella  del  romanismo.  Induda- 
blemente Ramón  de  Peñafort  ha  tomado  modelo  de  los  códigos  roma- 
nos ;  pero,  lejos  de  lanzarse  a  un  calco  servil,  ha  sabido  inspirar  el  sis- 
tema de  las  normas  canónicas  en  un  profundo  espíritu  ético-religioso, 
muy  en  armonía  con  el  modo  de  ser  de  la  sociedad  eclesiástica.  La  es- 
piritualización del  sistema  jurídico  resalta,  al  cotejar  las  Decretales  con 
eil  derecho  romano,  en  la  simplificación  de  las  instituciones,  en  la  su- 
presión del  formulismo,  en  la  fina  elaboración  del  procedimiento  y,  so- 
bre todo,  en  el  criterio  de  libertad  civil  que  informa  la  contratación. 
Además  de  eminente  jurisconsulto,  Ramón  de  Peñafort  se  revela,  des- 
de los  días  de  su  primera  residencia  en  Italia,  como  un  formidable  hom- 
bre de  acción.  En  Viterbo  se  entrevista  con  el  procer  castellano  Do- 
mingo de  Guzmán,  quien  se  dirigía  entonces  a  Roma  para  dar  cima  a 
su  capital  empresa  de  difusión  de  la  Orden  de  Predicadores,  y  se  aso- 
cia inmediatamente  a  sus  proyectos  (50).  Al  emprender  el  regreso  a 
Cataluña  en  compañía  del  obispo  barcelonés  Berenguer  de  Palau,  Ra- 
món de  Peñafort  llevaba  ya  el  encargo  de  fundar  en  Barcelona  una  re- 
sidencia de  frailes  predicadores;  este  convento,  que  fué  puesto  bajo  la 
advocación  de  Santa  Catalina,  influyó  decisivamente  desde  sus  prime- 
ros momentos  en  los  destinos  culturales  de  Cataluña,  como  tendremos 
ocasión  de  ver.  Ramón  de  Peñafort,  a  quien  el  obispo  había  nombrado 


(49)  Petrus  Mandonnet,  O.  P. :  La  carriére  scolaire  de  Saint  Raymond  de  Peña- 
fort. "Analecta  Sacri  Ordinis  Fratrum  Praedicatorum",  vol.  XXVIII,  1920,  pági- 
nas 277-280. 

(50)  Mort:er:  Histoire  des  Maitres  Généraux  de  VOrdi'e  des  Fréres  Précheurs,  vo- 
lumen I,  París,  1903,  págs.  376-400. 


—  37  — 

canónigo  de  la  Seo  barcelonesa,  tomó  a  su  cargo  el  patrocinio  de  la  na- 
ciente institución;  pero  no  transcurrieron  muchos  años  sin  que  él  mis- 
mo experimentara  el  atractivo  de  aquella  activa  modalidad  del  vivir 
cristiano  y  solicitara  la  toma  de  hábito,  con  lo  cual  acabó  por  ser,  de 
hecho  y  de  derecho,  el  guía  de  la  nueva  comunidad  religiosa.  El  éxito  de 
su  gestión  al  frente  del  convento  de  Santa  Catalina  aumentó  su  fama 
de  hombre  de  gobierno  en  términos  que,  al  fallecer  el  segundo  maes- 
tro general  de  la  Orden,  el  cónclave,  reunido  en  Bolonia,  le  designó 
por  unanimidad  para  el  Generalato.  Fué  enviada  a  Barcelona  una  di- 
putación elegida  del  seno  del  cónclave  para  rogarle  la  aceptación  del 
cargo,  y  Ramón  de  Peñafort,  en  vista  de  las  críticas  circunstancias  por 
que  la  Orden  atravesaba,  accedió.  Durante  su  breve  paso  por  el  Gene- 
ralato redactó  las  segundas  Constituciones  de  la  Orden  (51),  para  reem- 
plazar a  las  primitivas  de  1228,  que  el  rápido  crecimiento  y  difusión  de 
aquélla  por  todo  Europa  había  vuelto  anticuadas;  su  talento  de  legis- 
lador acertó  asimismo  en  esta  ocasión  a  trazar  seguros  rumbos  a  una 
de  las  instituciones  más  prestigiosas  que  han  florecido  en  el  seno  de  la 
Cristiandad.  A  pesar  de  su  renuncia  al  cargo  de  maestro  general,  Ra- 
món de  Peñafort  continuó  siendo  hasta  el  final  de  su  vida  uno  de  los 
grandes  orientadores  de  la  Orden,  especialmente  en  asuntos  escolares 
y  misioneros. 

Reintegrado  por  propia  voluntad  a  su  convento  predilecto  de  Santa 
Catalina,  no  tarda  en  dirigir  los  destinos  de  la  política  catalana  a  tra- 
vés del  Conquistador,  de  quien  es  confesor  y  consejero.  Por  sugestión 
suya,  el  ideal  europeo  de  expansión  de  la  Cristiandad  a  costa  del  Islam 
encuentra  un  nuevo  adalid  en  Jaime  I,  y  al  combinarse  con  las  ansias 
de  expansión  nacional  de  este  rey,  se  concreta  en  los  planes  de  con- 
quista dirigidos  contra  los  musulmanes  de  Mallorca,  Valencia  y  Mur- 
cia. El  acrecentamiento  de  Cataluña,  país  situado  en  las  fronteras  del 
islamismo,  resulta  ser  a  la  vez  el  acrecentamiento  de  la  Cristiandad.  La 
política  exterior  religiosa  de  Jaime  I  perdura  a  lo  largo  de  su  reinado 
y  culmina  en  la  malograda  empresa  de  la  cruzada  a  Tierra  Santa.  Idén- 
ticos ideales  presiden  al  desarrollo  de  su  política  interior,  como  se  echa 
de  ver  en  la  decidida  protección  del  rey  a  los  frailes  predicadores,  quie- 
nes le  acompañan  en  las  guerras  contra  los  moros  y  fundan  nuevos 
hogares  de  cultura  en  las  ciudades  recién  conquistadas  (Palma,  Valen- 

(51)  Heinrich  Denifle,  O.  P.:  Pie  Constitutionen  des  Predigerordens  in  der  Re- 
daction  Raimunds  von  Peñafort.  "Archiv  für  Litteratur  und  Kirchengeschichte  des  Mit- 
telalters",  vol.  V,  1889,  págs.  530-564 


_  38  - 


cia,  etc.) ;  en  el  establecimiento  de  la  Inquisición,  para  preservar  la  uni- 
dad de  la  fe  mediante  la  vigilancia  y  desarraigo  de  las  herejías;  en  la 
conducta  observada  frente  al  judaismo,  imponiendo  la  predicación  cris- 
tiana en  las  sinagogas,  provocando  la  controversia  con  los  teólogos  cris- 
tianos y  sometiendo  a  censura  los  libros  rabínicos.  Otros  aspectos  de 
la  política  de  cooperación  religiosa  de  Jaime  I  se  muestran  en  la  fun- 
dación de  la  Orden  de  la  Merced  para  el  rescate  de  los  cristianos  cau- 
tivos en  poder  de  la  morisma  y  en  la  acción  diplomática  desplegada  a 
favor  de  los  misioneros  en  tierras  africanas.  En  la  mayoría  de  los  acon- 
tecimientos enumerados,  que  hinchen  de  grandeza  espiritual  el  reinado 
de  Jaime  I,  es  difícil  deslindar  la  parte  de  iniciativa  que  corresponde 
al  rey  y  la  que  corresponde  a  su  eminente  consejero;  hasta  tal  extremo 
se  entrelaza  la  actuación  de  ambas  vigorosas  personalidades  a  lo  largo 
de  este  reinado. 

Un  corolario,  nada  más,  a  la  intensa  vida  activa  de  Ramón  de  Pe- 
ñafort  son  sus  obras,  escritas  sobre  temas  candentes  de  la  vida  social, 
ética  y  religiosa,  de  su  tiempo.  Aparte  la  labor  legislativa  llevada  a 
cabo  en  la  compilación  de  las  Decretales  y  en  la  redacción  de  las  cons- 
tituciones para  la  Orden  de  Predicadores,  Ramón  de  Peñafort  ejerció 
toda  su  vida  la  guía  de  las  conciencias  mediante  la  solución  de  casos 
difíciles  y  las  respuestas  a  numerosas  consultas  que  le  eran  formula- 
das. Papas  y  reyes  le  tuvieron  por  penitenciario,  y  personas  pertene- 
cientes a  las  más  diversas  clases  sociales  del  país  acudían  con  frecuen- 
cia a  él  en  solicitud  de  criterios  morales  para  la  acción.  Algunas  de  las 
instrucciones,  por  su  trascendencia  en  la  vida  colectiva  y  por  su  mar- 
cado interés  general,  fueron  redactadas  por  escrito.  Así  nació  en  ma- 
nos de  San  Ramón  la  teología  moral,  y  no  como  un  centón  de  solucio- 
nes empíricas  a  unos  conflictos  de  conciencia,  sino  como  un  arte  de  re- 
solver reflexivamente  los  momentos  dudosos  de  la  conducta  mediante 
la  aplicación  de  unas  normas  generales  de  vida  cristiana.  Por  esta  in- 
vención Ramón  de  Peñafort  se  incorpora  netamente  a  la  historia  de 
la  filosofía  moral.  Se  ha  observado  con  justeza  que  el  casuísmo  moral 
de  San  Ramón  se  limita  a  aplicar  a  los  problemas  de  Ja  conciencia  la 
técnica  utilizada  por  los  jurisconsultos  romanos  en  la  solución  de  los 
casos  del  derecho ;  y  aun  parece  que  la  afirmación  se  puede  cimentar 
en  el  cotejo  de  algunos  textos  entresacados  de  la  Summa  de  Paenit en- 
tio. con  los  de  algunas  leyes  romanas  (52).  Si  una  vasta  exploración  de 

(52)  O.  Anguera  de  Sojo:  La  "Summa  de  paenitentia  et  matrimonio"  de  Sant  Ra- 
món de  Penyafort  i  les  Summes  de  l'Edat  Mitjana.  Conferencia  pronunciada  en  la  Bi- 
blioteca Balmes,  de  Barcelona,  en  13  de  mayo  de  1927  (según  extractos  periodísticos). 


-  39  — 


las  conciencias  suministró  a  su  autor  las  primeras  materias  para  la  com- 
posición de  una  obra  tan  original,  y  la  cultura  clásica  y  canónica  le 
dictó  los  criterios  de  rectitud  y  equidad  que  inspiran  sus  soluciones,  la 
moda  del  tiempo  le  dió  hecho  el  molde  en  que  externamente  habían  de 
vaciarse  unas  y  otras,  a  saber,  el  de  una  Summa  o  tratado  en  que  el 
tema  se  desarrolla  en  su  integridad.  La  Summa  de  Paenitentia  de  Ra- 
món de  Peñafort  encierra,  en  efecto,  una  doctrina  general  de  la  peni- 
tencia sacramentaría  (53) ;  pero  se  desenvuelve  como  un  sistema  de  ca- 
sos de  conciencia  dividido  en  tres  partes,  según  que  se  refieran  a  Dios, 
al  prójimo  o  a  aspectos  conexos  y  secundarios.  Al  contenido  primitivo 
de  la  Summa  le  fué  añadida  después  una  cuarta  parte,  el  Tractatus  de 
matrimonio,  para  la  guía  religiosa  de  la  vida  conyugal  y  familiar.  En 
esa  su  forma  definitiva,  el  libro  ha  alcanzado  una  difusión  extraordi- 
naria y  ha  venido  a  ser  el  breviario  moral  de  grandes  sectores  sociales 
de  la  Edad  Media  cristiana  (54).  Para  percatarnos  del  extraordinario 
interés  de  las  normas  de  vida  moral  formuladas  por  San  Ramón,  bas- 
tará citar  algunas  de  las  instrucciones  más  características.  La  Instruc- 
tio f  su per  deprehensis  in  carceribus,  por  ejemplo,  aboga  por  un  trato  hu- 
manitario a  los  herejes  encarcelados.  La  instrucción  a  los  comercian- 
tes moradores  en  tierras  de  infieles  traza  la  línea  divisoria  de  lo  lícito 
y  de  lo  ilícito  en  los  varios  aspectos  de  la  obligada  convivencia  con 
ellos  (55).  La  instrucción  sobre  el  salario  de  los  maestros  señala  los 
casos  en  que  los  profesores  de  París  o  de  Bolonia  pueden,  sin  incurrir 
en  pecado  de  simonía,  admitir  estipendio  en  pago  de  sus  lecciones  (56). 
Las  Responsiones  ad  dubia  e  praxi  missionariorum  exorta  contienen  la 
solución  a  la  consulta  formulada  ante  la  curia  romana  por  el  prior  de 
los  frailes  dominicos  y  el  ministro  de  los  franciscanos  en  Túnez,  jun- 
tamente, acerca  de  las  normas  de  vida  a  seguir  por  sus  misioneros  en 
el  trato  habitual  con  las  gentes  de  las  plazas  africanas  donde  resi- 


(53)  P.  Amedeus  Teetaert,  O.  M.  Cap.:  La  "Summa  de  Paenitentia"  de  Saint  Ray- 
mond  de  Penyafort,  en  "Ephemerides  Theologicae  Lovanienses",  1927;  y  La  doctrine 
pénitentielle  de  Saint  Raymond  de  Penyajdi,  O.  P.,  en  "Analecta  Sacra  Tarraconen- 
sia",  IV,  1928,  págs.  121-182. 

(54)  En  el  mismo  siglo  xiii  fué  declarada  obra  de  texto  en  la  Universidad  de  Pa- 
rís y  en  otros  centros  de  enseñanza  teológica.  Por  prescripción  de  la  Orden,  debían 
existir  en  todos  los  conventos  manuscritos  de  la  Summa  de  Paenitentia.  No  es  extraño 
que,  ya  en  vida  de  San  Ramón,  esta  obra  se  difundiera  por  toda  la  Europa  cristiana. 

Fué  impresa  por  primera  vez  en  Roma  en  1603,  y  ha  sido  reeditada  muchas  veces 
posteriormente. 
,  (55)    Summa  de  Paenitentia,  lib.  I,  tít.  V,  párr.  2. 
(56)    Ibid.,  lib.  I,  tít.  II,  párr.  1. 


—  4o 


dían  (57).  Otras  instrucciones  regulan  la  conducta  de  los  cristianos  con 
los  judíos  y  musulmanes  que  moran  en  sus  reinos,  el  pago  de  los  im- 
puestos, el  ejercicio  del  derecho  de  ocupación  sobre  las  cosas  proce- 
dentes de  naufragio,  los  torneos  y  las  guerras,  etc.  Así  la  teología  mo- 
ral de  San  Ramón  de  Peñafort  resulta,  históricamente,  un  magnífico 
inventario  de  la  vida  íntima  y  social  de  su  tiempo. 

13.  El  predominio  de  las  tendencias  eclesiásticas  en  la  política  de 
Jaime  I  el  Conquistador  mantuvo  la  cultura  nacional  libre  de  influen- 
cias orientales  durante  su  reinado.  Se  ha  querido  ver,  sin  embargo,  una 
muestra  de  tales  influencias  en  el  Libre  de  saviesa,  atribuido  al  propio 
rey,  que  nos  ha  sido  conservado  en  un  manuscrito  de  la  Biblioteca  Na- 
cional de  Madrid  y  en  otro  de  El  Escorial  (58).  Pero  es  probable  que 
tropecemos  aquí  con  una  nueva  atribución  apócrifa,  por  el  estilo  de  la 
que  antes  hemos  señalado  a  propósito  de  los  Castigos  e  documentos  del 
rey  castellano  Sancho  IV ;  el  aspecto  general  de  la  obra  y  la  madurez 
del  idioma  en  ella  empleado  más  bien  inducen  a  creer  que  ha  sido  com- 
puesta bastante  después.  El  Libre  de  saviesa  pertenece  asimismo  a  la 
literatura  de  tratados  para  la  educación  de  príncipes,  y  consiste  en  una 
colección  de  máximas  recopiladas  de  los  sabios  orientales.  La  fuente 
más  copiosa  de  donde  tales  máximas  fueron  sacadas  es  el  Secretum  Se- 
cretorum,  del  cual  se  encuentran  párrafos  enteros  en  el  Libre  de  sa- 
viesa; también  han  sido  utilizados  los  Bocados  de  Oro  y  el  Libro  de 
los  Buenos  Proverbios,  probablemente  en  texto  latino  o  hebraico.  Ade- 
más de  los  consejos  y  advertencias  relativos  al  arte  de  gobernar,  que 
integran  el  cuerpo  principal  de  la  obra,  ésta  contiene  dos  elementos 
heterogéneos:  la  predicción  de  una  serie  de  sucesos  astronómicos  que 
tuvieron  cumplimiento  entre  1290  y  1295  — lo  cual  permite  sospechar 
que  el  libro  haya  sido  compuesto  poco  después  de  esta  última  fecha — 
y  un  repertorio  de  proverbios  acerca  de  la  obligación  de  guardar  los 
secretos,  con  manifiestas  alusiones  al  castigo  infligido  por  Jaime  I  al 
obispo  gerundense  Berenguer  de  Castellbisbal,  a  quien  le  fué  cortada 
la  lengua  por  haber  revelado  un  secreto  de  confesión. 

La  literatura  de, proverbios,  de  ascendencia  oriental,  florece,  en  efec- 
to, abundantemente  en  la  prosa  catalana  hacia  fin  de  siglo,  en  tiempo 


(57)  Impresas  en  Monumento,  Ordinis  Praedicatorum,  IV,  II,  Romae,  1901,  pági- 
nas 29-37,  y  reproducidas  por  el  P.  Atanasio  López  en  el  apéndice  a  su  obra:  La  Pro- 
vincia de  España  de  los  Frailes  Menores.  Apuntes  histórico- críticos  sobre  los  orígenes 
de  la  Orden  Franciscana  en  España.  Santiago,  1915,  págs.  317-388 

(58)  Gabriel  Llabrés  y  Quintana  lo  hizo  estampar  en  Santander  el  año  1908,  en 
conmemoración  del  VII  centenario  del  nacimiento  de  Jaime  I. 


-  4i  ~ 


de  Jaime  II,  nieto  y  tercer  sucesor  del  Conquistador,  quien,  por  haber 
antes  reinado  bastante  tiempo  en  Sicilia,  tuvo  sobrada  ocasión  de 
entrar  en  contacto  con  los  medios  cultos  musulmanes  y  judíos.  El  se- 
mitismo llega  entonces  a  su  apogeo  e  irrumpe  en  la  literatura  nacional 
de  Cataluña  a  través  de  numerosas  imitaciones  y  versiones  de  obras 
árabes.  La  Disciplina  clericalis,  el  Cuzary,  el  Sendebar  y  numerosos  li- 
bros orientales  anónimos  son  puestos  en  catalán.  A  imitación  de  mo- 
delos árabes,  Ramón  Lull  compone  varios  libros  de  proverbios,  uno  de 
los  cuales  dedica,  en  1309,  a  Jaime  II.  Por  encargo  del  rey,  el  judío 
barcelonés  Jahuda,  hijo  de  Astruch  Bonsenyor,  que  había  servido  de 
secretario  a  Jaime  I,  dispone  una  nueva  colección  de  máximas  extraí- 
das de  textos  orientales,  que  intitula  Libre  de  páranles  e  dits  deis  savis 
e  filosops  (59) ;  libro  que,  por  la  maravillosa  concisión  de  sus  senten- 
cias y  la  elevación  de  sus  doctrinas,  obtuvo  una  difusión  considerable. 
Lo  trasladó,  en  1402,  al  romance  castellano  otro  judío,  Jacobo  Zadique 
de  Uclés,  por  orden  del  suegro  del  marqués  de  Santillana,  D.  Lorenzo 
Suárez  de  Figueroa,  de  quien  era  médico.  También  fueron  vertidas  al 
catalán  algunas  de  las  obras  didáetico-morales,  a  las  que  antes  nos  he- 
mos referido.  La  facilidad  con  que  tales  textos  pasaban  de  unos  a  otros 
idiomas  demuestra  el  grado  de  compenetración  alcanzado  en  largos  años 
de  convivencia  por  las  varias  literaturas  surgidas  en  el  suelo  penin- 
sular. 


(59)    Gabriel  Llabrés  lo  editó  asimismo  en  Palma  de  Mallorca  el  año  i88q. 


III 


El  elemento  semita-. 

Situación,  en  esta  época,  de  los  musulmanes  y  judíos  residentes  en  tierras  de  cris- 
tianos.— Las  escuelas  de  traductores  y  sus  aportaciones  a  la  literatura  hispana. — 
Las  controversias  dogmáticas  con  los  judíos  y  los  orígenes  de  la  nueva  apolo- 
gética cristiana. — Las  polémicas  cristiano-musulmanas. 

14.  El  vehículo  de  la  abundante  influencia  oriental  que  hemos  re- 
gistrado en  los  comienzos  de  las  literaturas  hispanas  romanceadas  son, 
naturalmente,  los  judíos  y  musulmanes  residentes  en  las  tierras  de  cris- 
tianos. La  contribución  que  unos  y  otros  aportaron  a  la  incipiente  cul- 
tura española,  y  aun,  a  través  de  ella,  a  la  cultura  europea  medieval, 
justifica  sobradamente  que  nos  detengamos  a  considerar  su  situación 
social  y  jurídica  en  los  reinos  peninsulares  y  los  hechos  culturales  a 
que  su  convivencia  dió  lugar. 

Urge  advertir  que  la  existencia  de  esos  dos  núcleos  alógenos  en  el 
seno  de  los  pueblos  hispano-cristianos  obedece  a  causas  muy  distintas 
y  reviste,  por  tanto,  un  distinto  carácter.  Los  judíos  carecían  de  patria ; 
dispersos  por  el  mundo,  adoptaban  como  propio  el  país  que  los  acogía 
y  acataban  respetuosos  su  organización  de  gobierno.  Faltos  de  vínculo 
político,  su  personalidad  colectiva  habría  acabado  por  desdibujarse,  a 
no  ser  por  sus  creencias  y  culto  peculiares;  los  rabinos  mantenían  su 
unidad  religiosa  y  la  sinagoga  ios  aglutinaba  como  a  pueblo.  De  ahí 
provenía  su  poder  de  irradiación  espiritual  y,  a  la  vez,  la  debilidad  de 
su  posición  en  la  vida  pública.  Desde  los  tiempos  de  la  monarquía  vi- 
sigoda numerosos  grupos  judíos  habían  arraigado  en  España,  amoldán- 
dose a  las  varias  situaciones  políticas  que  aquí  se  sucedieron  en  los  s:- 
glos  medievales.  Las  familias  musulmanas,  en  cambio,  habían  llegado 
a  nuestro  suelo  en  seguimiento  de  los  conquistadores  y  se  sentían  vin- 
culadas a  él  por  intereses  puramente  materiales,  casi  siempre  de  índole 
profesional ;  pero  su  centro  político  y  religioso  estaba  en  un  rincón,  to- 
davía musulmán,  del  Sud  de  España  y  en  Africa.  Esos  núcleos  mu- 


—  43  — 


sulmanes  habrían  carecido  de  toda  influencia  cultural  si,  por  un  extra- 
ño fenómeno  de  repelencia,  el  fanatismo  exacerbado  de  los  sectarios 
de  Mahoma  en  más  de  una  ocasión  no  hubiese  expulsado  de  sus  reinos 
a  grupos  de  moros  cultos  sospechosos  de  heterodoxia.  Estos  sabios  se 
refugiaron  en  tierras  de  cristianos,  con  lo  cual  Jas  aljamas  españolas 
cobraron  circunstancialmente  algún  esplendor.  Mientras  la  convivencia 
de  núcleos  musulmanes  constituía,  pues,  un  fenómeno  peculiar  de  Es- 
paña en  la  Edad  Media,  y  a  lo  sumo  de  algún  otro  país  — por  ejemplo, 
Sicilia — ,  la  convivencia  de  núcleos  judíos  era  un  fenómeno  general 
europeo. 

El  diferente  origen  y  carácter  de  los  grupos  semitas  incluidos  en 
los  reinos  españoles  contribuye  a  explicar  muchas  de  sus  vicisitudes. 
De  hecho,  a  propósito  de  las  relaciones  con  musulmanes  y  judíos,  se 
enfrentaron  aquí  a  menudo,  como  en  tantos  otros  aspectos,  dos  polí- 
ticas: una,  la  de  los  reyes,  inspirada  en  el  interés  nacional ;  otra,  la  de 
üos  Papas,  inspirada  en  el  interés  espiritual  europeo.  Ya  Inocencio  III 
había  prevenido  a  la  Cristiandad  contra  los  peligros  que  para  la  inte- 
gridad de  las  creencias  y  la  pureza  de  las  prácticas  religiosas  envolvían 
la  normal  convivencia  y  el  trato  cotidiano  con  gentes  de  otra  religión, 
como  eran  los  judíos;  y  los  Concilios  II  y  III  de  Letrán,  en  1180  y 
121 5,  respectivamente,  habían  ensayado  conjurarlos  mediante  un  siste- 
ma de  prescripciones,  entre  las  que  resaltan,  por  su  importancia,  el 
apartamiento  de  los  judíos  en  barrios  separados,  el  uso  de  vestidos  di- 
ferenciales que  permitieran  reconocerles ,  al  momento,  la  prohibición  de 
ejercer  cargos  que  llevaran  anejo  mando  o  jurisdicción  sobre  los  fieles 
cristianos,  restricciones  en  el  comercio,  etc.  En  esa  política  religiosa  de 
prevención  y  alarma  se  originan  las  antipatías  populares,  que,  al  agran- 
darse en  el  ambiente  contagioso  de  las  masas  y  al  mixtificarse  con  otros 
móviles  menos  puros,  se  desahogaron  a  intermitencias  en  las  matanzas 
y  demás  suertes  de  persecuciones  surgidas  en  distintos  lugares  de  Euro- 
pa. Bajo  la  presión  de  las  leyes  canónicas,  y  episódicamente  para  sa- 
tisfacer a  las  exigencias  de  sus  pueblos,  los  reyes  españoles  declararon 
en  vigor  aquellas  normas  en  sus  respectivos  Estados,  y  aun  las  hicieron 
extensivas  a  la  población  musulmana  por  razones  idénticas.  Pero  el  in- 
terés nacional  impelía  a  los  reyes  hacia  otros  derroteros,  y  apenas  la 
agitación  popular  y  la  presión  eclesiástica  cedían  en  su  empuje;  las  le- 
yes resultaban  letra  muerta,  judíos  y  musulmanes  se  redimían  de  su 
inferioridad  social  recabando  privilegio  tras  privilegio,  y  los  reyes  no 
desdeñaban  rodearse  en  su  corte  y  lámar  a  los  altos  cargos  de  gobier- 


—  44  — 


no  a  personalidades  notables  de  la  sinagoga  o  de  la  aljama  (6o).  Perío- 
dos hubo  en  España  en  que  los  creyentes  del  judaismo  y  del  mahome- 
tismo llegaron  a  gozar  de  una  completa  libertad  religiosa  y  fueron  equi- 
parados socialmente  con  los  cristianos.  Desde  mediados  del  siglo  xiv, 
sin  embargo,  la  igualdad  no  fué  ya  posible,  y  por  más  que  los  reyes 
mecharan  con  sus  benevolencias  para  mitigar  los  rigores  contra  moros 
y  judíos,  cada  vez  más  odiados  por  las  masas  cristianas,  el  sentimiento 
popular,  reiterado  en  terribles  explosiones  de  furor,  acabó  por  imoo- 
nerse  a  la  conveniencia  real  y  por  dictar  en  las  postrimerías  del  siglo  xv 
la  total  expulsión  de  unos  y  otros  de  nuestro  suelo. 

La  dualidad  de  tendencias  de  la  política  seguida  en  España  durante 
la  Edad  Media  para  con  los  musulmanes  y  judíos  cristaliza,  en  el  orden 
cultural,  en  dos  hechos  de  incalculable  alcance,  que  forman  como  el  an- 
verso y  el  reverso  de  la  convivencia:  las  escuelas  de  traductores  y  las 
controversias  apologéticas.  Aquéllas  se  organizan  en  un  ambiente  de 
tolerancia  y  rinden  por  la  colaboración  un  trabajo  fecundo,  del  que  la 
cultura  nacional  y  europea  reportan  opimos  frutos ;  éstas  se  inspiran 
en  el  recelo,  se  desenvuelven  en  apasionadas  discusiones  y  terminan  en 
medidas  persecutorias  y  en  coacciones  reales  o  inquisitoriales.  Crono- 
lógicamente, el  anhelo  de  la  compenetración  cultural  prevalece  en  los 
siglos  xn  y  xiii  ;  en  la  decadencia  del  espíritu  medieval,  que  se  acen- 
túa a  lo  largo  de  los  siglos  xiv  y  xv,  las  controversias  religiosas  toman 
cada  vez  mayores  vuelos.  Geográficamente,  Castilla  siente  con  mayor 
fuerza  el  atractivo  de  la  superior  cultura  de  los  pueblos  orientales,  tal 
vez  por  su  mayor  proximidad  e  intimidad  con  ellos ;  Aragón  y  Cata- 
luña, en  cambio,  más  sensibles  a  las  corrientes  europeas,  importan  las 
disputas  teológico-apologéticas  y  las  contagian  a  todo  el  ámbito  español. 

15.  En  lugar  oportuno  de  la  presente  Historia  fué  estudiada  con 
la  debida  extensión  la  actividad  de  las  dos  escuelas  de  traductores  to- 
ledanos, la  organizada  por  el  arzobispo  Raimundo  en  el  siglo  xn  y  la 
patrocinada  por  el  Rey  Sabio  en  el  xiii.  que  contribuyeron  decisiva- 
mente a  la  renovación  de  la  cultura  cristiana  medieval.  En  ambas,  la 
convivencia  pacífica  y  la  colaboración  amistosa  entre  los  sabios  de  las 
tres  religiones  alcanzaron  extremos  inusitados,  que  todavía  hoy  despier- 
tan admiración.  Con  alguna  anterioridad  un  hecho  igual  se  había  pro- 
ducido en  tierras  de  Cataluña,  donde  también  existieron  agrupaciones 
de  traductores  que  vertieron  al  latín  obras  científicas  sobre  matemáti- 


(60)  Fritz  Baer:  Studien  zur  Geschichte  der  Juden  in  Kcmigreich  Aragonien  wáh- 
rend  des  13.  und  14.  Jahrhunderts,  Berlín,  1913,  págs.  20  y  sgtes. 


1-  45  ~ 


cas,  agrimensura  y  música  (61).  Una  nueva  invasión  del  saber  oriental 
en  Cataluña  tuvo  lugar  a  fines  del  siglo  xm,  y  llegó  a  su  auge  en  el 
reinado  de  Jaime  II.  Las  figuras  catalanas  más  representativas  de  este 
tiempo  son  grandes  hebraístas  o  grandes  arabistas,  o  ambas  cosas  a  la 
vez,  conocen  a  fondo  no  sólo  la  lengua,  sino  además  la  literatura,  de 
ambos  pueblos,  utilizan  a  manos  llenas  los  materiales  de  sus  obras  cien- 
tíficas o  teológicas  y  traducen  algunas  de  ellas  al  latín  o  al  catalán.  Pero 
no  basta  con  mencionar  las  aportaciones  orientales  a  la  literatura  his- 
pano-cristiana  en  idioma  latino  o  en  romance,  toda  vez  que  las  infiltra- 
ciones de  una  a  otra  cultura  se  produjeron  en  esta  época  en  cualesquie- 
ra direcciones.  Un  esfuerzo  muy  intenso  de  asimilación  cultural  des- 
plegaron en  el  siglo  xm  los  judíos  del  Nordeste  de  España  y  Sud  de 
Francia  (Cataluña,  Rosellón  y  Provenza)  mediante  versiones  del  ará- 
bigo, que  por  su  número  y  la  importancia  de  las  obras  elegidas,  entre 
las  cuales  predominaban  las  de  los  grandes  peripatéticos  Averroes  y 
Maimónides,  influyeron  notoriamente  en  los  destinos  del  judaismo;  en 
especial,  la  primera  de  las  dos  versiones  hebreas  del  Mohre  Nebukim 
(o  "Guía  de  los  descarriados"),  de  Maimónides,  realizada  por  Samuel 
ibn  Tibbon  en  1204,  injertó  el  aristotelismo  en  los  medios  rabínicos  con 
tal  éxito,  que  la  interpretación  racionalista  de  la  Biblia  y  del  Talmud 
acabó  por  prevalecer  sobre  el  tradicionalismo  ortodoxo  en  las  sinago- 
gas (62).  En  dicha  versión  hebrea  de  Maimónides  fué  calcada  poco  des- 
pués una  versión  latina  anónima,  que  anduvo  en  manos  de  muchos  teó- 
logos cristianos,  así  como  la  versión  castellana  de  Pedro  de  Toledo,  a 
quien  algunos  pretenden  identificar  con  el  culto  prelado  Pedro  Gómez 
Barroso,  fallecido  en  Aviñón  en  1345  (63).  Las  familias  judías  de  los 
Qimhi  y  de  los  Tibbónidas,  cuyos  miembros  más  ilustres  fueron  espa- 
ñoles o  desarrollaron  sus  tareas  en  España,  se  distinguieron  extraordi- 
nariamente en  la  literatura  de  traducciones ;  Jacob  Anatoli,  que  empa- 
rentó con  los  Ibn  Tibbon  por  casamiento  con  la  hija  de  Samuel,  con- 
vivió en  la  corte  del  rey  siciliano  Federico  II  con  Miguel  Escoto,  y 
hasta  se  dice  que  prepararon  juntos  otra  versión  latina  de  la  citada  obra 
de  Maimónides,  que  su  suegro  había  trasladado  al  hebreo.  Por  lo  me- 
nos, es  seguro  que  Anatoli  conocía  a  la  perfección  el  latín  tanto  como 
el  árabe,  y  que  algunas  de  sus  versiones  hebreas  han  sido  elaboradas 


(61)  J.  Millas  Vallicrosa:  Assaig  d'histdria  de  les  idees  jisiques  i  matematiques  a 
la  Catalunya  med:eval,  vol.  I.  Barcelona,  1031. 

(62)  Georre  Sarton :  Introduction  to  the  history  of  science,  vol.  II,  part  II;  Lor- 
don,  1031,  págs.  719-720. 

(63)  Idem,  ibid.,  pág.  604. 


-  46  - 


a  base  de  textos  árabes  y  latinos  a  la  vez  (64).  En  lo  cual  se  revela  la 
importancia  creciente  que  a  los  ojos  de  los  judíos  iba  adquiriendo  la 
cultura  de  los  pueblos  europeos;  desde  la  segunda  mitad  del  siglo  xiii, 
en  efecto,  hubo  ya  traducciones  hebreas  de  obras  latinas,  y  su  número 
aumentó  considerablemente  a  lo  largo  de  los  siglos  xiv  y  xv.  A  los  his- 
toriadores de  la  cultura  judía  incumbe  explorar  este  aspecto  tan  inte- 
resante de  su  actividad  literaria.  Para  muestra  baste  decir  que  el  año 
1490  fueron  traducidos  al  hebreo,  probablemente  en  Ocaña,  los  comen- 
tarios de  Santo  Tomás  a  la  Metafísica  de  Aristóteles  por  Abraham  ben 
Joseph  ibn  Nahmias,  y  que  poco  antes  otro  judío  español,  Elijah  ben 
Joseph  Habillo,  tradujo  asimismo  las  Quaestiones  disputatae,  la  Quaes- 
tio  de  anima  y  los  comentarios  de  Santo  Tomás  a  la  Etica  nicomaquea, 
y,  bajo  el  influjo  de  la  filosofía  tomista,  escribió  tratados  originales  so- 
bre el  ser  y  la  cualidad.  Pero  tales  versiones  y  obras  de  los  judíos  espa- 
ñoles se  relacionan  ya  con  los  trabajos  de  los  hebreos  renacentistas  (65). 

16.  Las  controversias  apologéticas  son  en  parte  autóctonas  y  en 
parte  importadas.  Ya  el  judío  español  Pedro  Alfonso,  el  famoso  autor 
de  la  Disciplina  clericalis,  nacido  en  1062  en  Huesca,  con  el  nombre 
originario  de  Moisés  Sephardi,  y  bautizado  más  tarde  bajo  el  patroci- 
nio del  rey  castellano  Alfonso  VI,  de  quien  era  médico,  escribió,  para 
justificar  su  conversión,  unos  DiaJogi  cum  Judaeo,  en  los  cuales  Moisés 
y  Pedro,  dos  personajes  que  son  las  dos  figuraciones  del  autor  antes 
y  después  del  bautismo,  discuten  en  pro  y  en  contra  de  la  religión  ju- 
daica (66).  Tales  diálogos,  in  quibus  impiae  Judaeorum  opiniones  con- 
futantur,  aparecen  todavía  acuñados  en  los  moldes  platonizantes  de  la 
apologética  clásica,  que  tuvo  su  máximo  florecimiento  en  la  segunda 
generación  de  los  primitivos  escritores  cristianos.  Es  sintomático  que 
haya  sido  un  converso  el  autor  de  esta  temprana  obra  de  controversia; 
como  vamos  a  ver  en  seguida,  los  actores  principales  de  tan  dramáti- 
cas disputas  han  sido  frecuentemente  neófitos  recién  convertidos  del  ju- 
daismo, azuzados  o  protegidos  por  poderosos  personajes  eclesiásticos. 

El  nuevo  tipo  de  las  polémicas  anti judaicas  nació  en  Erancia  a  con- 
secuencia de  las  graves  denuncias  contra  el  Talmud  formuladas  en  1238 
por  el  judío  renegado  de  la  Rochela  Nicolás  Donin,  a  quien  se  imputa 
el  "levantamiento  de  terribles  persecuciones  contra  los  judíos  franceses, 
durante  las  cuales  murieron  asesinados  unos  tres  mil,  fueron  bautiza- 


(64)  Idem,  ibid.,  págs.  492-493. 

(65)  Jáer.\,  ibid.,  pág.  918. 

(66)  Idem,  ibid.,  págs.  199-200. 


47  - 


dos  quinientos  y  fueron  quemados  por  orden  del  Papa  Gregorio  IX  to- 
dos los  manuscritos  del  Talmud,  de  los  que  el  rey  de  Francia,  San  Luis, 
logró  incautarse.  Fué  dispuesta,  además,  una  disputa  pública  en  París 
entre  Donin  y  cuatro  rabinos,  que  comenzó  a  12  de  junio  de  1240,  y  a 
la  que  estuvieron  presentes,  entre  otros,  los  maestros  en  teología  Gui- 
llermo de  Alvernia  y  Alberto  Magno ;  el  resultado  de  la  controversia 
fué  la  condenación  del  Talmud  y  la  orden  real  de  quema  de  sus  ejem- 
plares (67).  Tales  sucesos  alcanzaron  entonces  una  considerable  reper- 
cusión, y  no  tardaron  muchos  años  sin  que  el  rey  aragonés  Jaime  I,  a 
sugestión  de  San  Ramón  de  Peñafort,  ordenara  una  disputa  pública 
similar,  que  comenzó  en  Barcelona  el  año  1263.  Fué  actor  principal 
otro  converso,  por  nombre  cristiano  Pablo,  a  quien  le  fué  enfrentado 
el  famoso  rabino  gerundense  Moisés  ben  Nahman,  más  conocido  con 
el  nombre  vulgar  de  Bonastruc  de  Porta,  y,  aunque  el  converso  parece 
haber  llevado  la  peor  parte  en  la  controversia,  el  rey  dispuso  a  su  tér- 
mino que  una  comisión  de  teólogos  procediera  al  examen  y  censura  de 
los  libros  rabínicos  (68).  De  ella  formaron  parte  el  obispo  de  Barcelo- 
na y  los  frailes  dominicos  Ramón  de  Peñafort,  el  prior  de  Santa  Ca- 
talina Arnaldo  de  Sagarra,  Pedro  Janer  y  Ramón  Martí,  a  quien  fué 
confiado  un  examen  minucioso  de  los  textos  (69).  La  sentencia  real  no 
fué,  empero,  de  quema,  sino  de  simple  expurgación. 

De  la  campaña  antijudía  levantada  en  el  reinado  del  Conquistador 
brota  en  Cataluña  la  literatura  polémico-apologética,  cuyo  primero  y  ca- 
pital representante  es  el  citado  Ramón  Martí.  Él  mismo  cuenta  en  su 
Capistrum  judaeorum,  una  obra  perdida,  hoy  a  punto  de  recuperar,  y 
de  la  que  se  conservan  abundantes  referencias  (70),  que  en  uso  de  un 
privilegio  real  se  había  personado  en  las  sinagogas  catalanas  a  predi - 


(67)  Idem,  ibid.,  pág.  557. 

(68)  Fritz  Baer:  Las  polémicas  de  R.  Jehiel  de  París  y  de  R.  Mossé  ben  Nahman. 
Separata  de  la  revista  hebraica  "Tarbís",  II,  vol.  II,  Jerusalén,  193 1.  Véase  también 
J.  Millás  Vallicrosa  en  "Estudis  Universitaris  Catalans",  X,  1925,  págs.  194-198. 

(69)  Véase,  mas  adelante,  el  capítulo  IV  a  propósito  del  estudio  dedicado  a  Ramón 
Martí. 

(70)  André  Berthier  ha  señalado  recientemente  la  existencia  de  dos  manuscritos 
anónimos  de  esta  obra  en  la  Biblioteca  universitaria  de  Bolonia  y  en  la  Nacional  de 
París,  respectivamente.  Véase  un  extracto  de  su  tesis:  Raymond  Martin,  Frere  Précheur. 
en  "Eco'e  Nationale  des  Chartes.  Position  des  théses  soutenues  par  les  éléves  de  la 
promotion  de  1931.  París." 

Según  comunicación  verbal  del  Dr.  J.  Millás  Vallicrosa,  existe  un  tercer  manuscrito 
en  la  Biblioteca  capitular  de  la  Catedral  de  Gerona;  y,  por  nuestra  parte,  creemos  estar 
en  situación  de  afirmar  la  existencia  de  un  cuarto  ejemplar  en  el  Archivo  de  la  Catedral 
de  Córdoba. 


-  48  - 

car  la  fe  cristiana  a  ios  judíos  y  había  sostenido  disputas  con  sus  ra- 
binos, pero  sus  predicaciones  carecían  de  fruto  por  la  mala  fe  de  sus 
contradictores,  que  en  la  disputa  hablada  trocaban  los  argumentos  y  se 
quejaban  de  la  inexacta  interpretación  de  los  textos  sagrados  auténti- 
cos. Entonces  Ramón  Martí  se  decidió  a  fijar  los  argumentos  por  es- 
crito con  la  alegación  de  los  pasajes  sagrados  en  el  original  hebreo.  Así 
apareció  en  España  la  literatura  de  controversias  religiosas ;  la  obra  más 
representativa  del  género  fué  compuesta  por  el  mismo  Ramón  Martí 
en  el  convento  barcelonés  de  Santa  Catalina,  el  año  1278,  con  el  rótulo 
de  Pugio  fidei  contra  Judaeos  (Puñal  de  la  fe  contra  los  judíos);  de 
ella  nos  ocuparemos  extensamente  más  adelante  (71).  En  el  Pugio  fidei 
inspiraron  el  obispo  oscense  Bernardo  Oliver  su  Tractatus  contra  cae- 
citatem  judaeorum  (72)  y  el  inquisidor  Nicolás  Eymerich  sus  invecti- 
vas contra  los  judíos,  que  incluye  en  el  Directorium  inquisitoram  y  en 
otras  obras  (73).  Por  su  parte,  los  judíos  no  permanecieron  inactivos 
en  la  defensa  y  propaganda  de  sus  creencias.  A  Ramón  Martí  le  re- 
plicó, también  por  escrito,  un  discípulo  de  Moisés  ben  Nahman,  el  bar- 
celonés Salomón  ben  Adret  (74).  Por  el  mismo  tiempo,  otro  judío  es- 
pañol, originario  de  Zaragoza,  Abraham  ben  Samuel  Abulafia,  empren- 
día un  viaje  a  Roma  para  dialogar  personalmente  con  el  Papa  Nico- 
lás III,  con  la  esperanza  de  provocar  su  conversión  al  judaismo  en  la 
tendencia  místico-cabalística  que  él  propugnaba  (75).  En  el  siglo  xiv  la 
polémica  escrita  entre  cristianos  y  judíos  continúa  y  aun  se  intensifica, 
sin  que  los  controversistas  reparen  mucho  en  los  materiales  utilizados 
para  conseguir  su  objeto.  Además  de  'las  obras  citadas  de  Bernardo  Oli- 
ver y  Nicolás  Eymerich,  fué  muy  divulgada  del  lado  cristiano  la  Epís- 
tola Rabbi  Samuelis,  una  refutación  del  judaismo  escrita  en  arábigo  por 
un  mahometano  y  traducida  al  latín  en  1339  por  un  teólogo  cristiano 
español  que  se  ocultó  bajo  el  pseudónimo  de  Alfonso  Buenhombre  (76). 


Í71)    Véase  el  estudio  dedicado  a  Ramón  Martí  en  el  capítulo  IV. 

(72)  Kürzinger:  Alphonsus  Vargas  Toletanus,  Münster,  1030,  pág.  X,  cita  un  ma- 
nuscrito de  esta  obra  existente  en  la  biblioteca  municipal  de  Munich. 

(73)  Véase  la  obra  antes  citada  de  Fritz  Baer  sobre  la  historia  de  los  judíos  en  el 
reino  de  Aragón,  pág.  69. 

(74)  G.  Sarton,  obra  y  volumen  citados,  pág.  884;  y  Ramón  Mallofré:  Rabi  Sa- 
lomo ben  Adreth  de  Barcelona,  artículo  en  la  revista  "Criterion"  (Barcelona),  V,  1929, 
págs.  46-55. 

(75)  G.  Sarton,  obra  y  volumen  citados,  págs.  881-882. 

(76)  Epístola  Rabbi  Samueles  israhelite  de  civitate  Regís  Marrocorum  missa  Rabbi 
Ysaach  maoistro  sinagoge...  translata  de  arábico  in  latinum  per  fratrem  Alphonsum  Bo- 
nikominis  hyspanum  ordinis  predicatorum...  anno  Domini  millcssimo  CCC°  XXXVIIII0. 
Tanto  la  versión  latina,  como  las  versiones  en  vulgar  que  la  tomaron  por  bace,  han  sido 


-  -[9  — 


Resulta  también  curioso  que  las  tesis  y  los  argumentos  del  Pugio  se 
reproduzcan  en  buena  parte  en  el  Mostrador  de  justicia,  del  judío 
Abner  de  Burgos,  converso  al  cristianismo  con  el  nombre  de  Alfonso 
de  Valladolid:  una  obra  originariamente  escrita  en  hebreo  y  puesta  al 
poco  tiempo  en  romance  castellano  (77). 

El  episodio  culminante  y  más  espectacular  de  la  prolongada  lucha 
entre  las  dos  confesiones  tuvo  su  escenario  en  la  ciudad  de  Tortosa  en 
los  años  de  1413  y  1414  por  disposición  del  Pontífice  Benedicto  XIII, 
el  aragonés  Pedro  de  Luna.  A  la  disputa  de  Tortosa  se  llegó  a  conse- 
cuencia de  haber  recrudecido  en  el  país  el  sentimiento  antijudaico,  que 
se  desahogó  en  terribles  matanzas  el  año  1391.  Con  el  propósito  de  en- 
cauzar por  caminos  de  menor  violencia  las  iras  populares,  el  monarca 
catalán  Juan  II  había  encargado  a  una  comisión,  integrada  por  los  maes- 
tros franciscanos  en  teología  Francisco  Eximenis,  Nicolás  Sacosta  y 
Tomás  Olzina,  que  examinara  los  libros  hebraicos  de  la  sinagoga  de 
Valencia.  Probablemente  esta  comisión  desistió  de  actuar,  por  haberse 
interpuesto  los  sangrientos  sucesos  aludidos  (78).  Veinte  años  después, 
una  querella  local  suscitada  entre  los  rabinos  de  Alcañiz  y  Josua  Ha- 
Iorki,  que  acababa  de  convertirse  al  cristianismo  con  el  nombre  de  Je- 
rónimo de  Santa  Fe,  encendió  una  controversia  general,  en  la  que  fue- 
ron obligados  a  participar  los  representantes  más  eminentes  de  las  si- 
nagogas españolas ;  en  ella  descollaron,  en  la  defensa  del  judaismo,  Jo- 
sef  Albo  de  Daroca  (79),  Astruch  Halevi  de  Alcañiz  y  Serachja  Halevi 
y  Matias  Hajizhari  de  Zaragoza.  La  defensa  del  dogma  cristiano  fué 
encomendada  por  Benedicto  XIII  a  Jerónimo  de  Santa  Fe,  su  médico 
de  cámara,  a  quien  San  Vicente  Ferrer  había  catequizado  en  la  corte 
papal.  En  la  intención  de  sus  promotores  la  controversia  tortosina  ha- 
bía de  conducir,  por  la  total  victoria  del  cristianismo,  a  la  conversión 
de  los  judíos  que  en  España  conservaban  todavía  la  fe  de  sus  mayores, 
y  finalmente  a  la  unidad  religiosa.  Pese  a  la  duración  de  los  debates 

editadas  muchas  veces.  Véase,  a  este  propósito,  la  obra  citada  de  G.  Sarton,  págs.  281 
y  401-402,  quien  da  por  auténtico  el  nombre  del  traductor  Alfonso  Buenhombre  y  le 
hace  obispo  de  Marruecos  en  1346. 

(77)  Fritz  Baer:  Abner  aus  Burgos.  Berlín,  IQ2Q. 

(78)  A.  Rubio  y  Lluch:  Documents  per  a  Vhistória  de  la  cultura  catalana  mig-eval, 
vol.  II,  Barcelona,  192 1,  pág.  338. 

(7q)  Sobre  e3te  eminente  pensador  judío,  véase  la  obra  reciente  de  J.  Husik : 
Joseph  Albo,  the  last  oí  the  medieval  Jewish  philosophers.  "Proceedings  of  the  Ameri- 
can Academy  for  Jewish  Rezearch",  1028-IQ30,  pá^rs.  61-72. 

En  iq^i  ha  s;do  publicada  en  los  Estados  Unidos  la  obra  capital  de  Josef  Albo,  el 
Libro  de  los  Principios,  en  cinco  volúmenes  de  texto  hebreo  original  acompañado  de  la 
versión  inglesa. 


1 


5o  — 


y  a  la  pertinacia  de  Jerónimo  de  Santa  Fe,  dicha  finalidad  político- 
religiosa  no  pudo  ser  lograda  (8o).  Disuelta  la  reunión  de  Tortosa,  con- 
tinuó la  polémica  escrita,  que  por  el  lado  cristiano  se  intensificó  a  par- 
tir de  esta  fecha;  en  ella  participaron,  además  de  San  Vicente  Fe- 
rrer  (81),  los  conversos  Pablo  de  Burgos  y  el  tarraconense  Pedro  de 
la  Cavallería  (82).  El  promotor  de  tan  activa  campaña  no  era  otro  que 
el  Pontífice  Benedicto  XIII,  en  cuya  biblioteca  existió  un  buen  núme- 
ro de  obras  apologéticas  anti judaicas  (83).  Esta  literatura  prosigue  a 
todo  lo  largo  del  siglo  xv.  Así,  por  ejemplo,  entre  1453  y  1458,  Fray 
Juan  de  Fuente  Saúco  escribe,  a  instancia  del  adelantado  de  Murcia 
Pedro  Fajardo,  un  tratado  De  Verbo  contra  Judaeos,  del  cual  toma  pre- 
texto, en  1459,  el  converso  Fray  Alonso  de  Espina  para  una  obra  de 
mayor  empuje,  el  Fortalitium  fidei  (84).  Apenas  establecida  la  impren- 
ta en  Valencia,  Fr.  Jacobo  Pérez  se  aprovecha  de  ella  para  divulgar, 
en  1484,  otro  Tractatus  contra  Judaeos.  Todavía  un  eco  postumo  de 
esta  literatura  antijudaica  lo  encontramos,  bastantes  años  después  de 
ocurrida  ya  la  expulsión,  en  Luis  Vives. 

17.  Mientras  los  gérmenes  de  la  apologética  antijudaica  fueron  im- 
portados a  España  en  el  siglo  xm,  la  literatura  antimusulmana  ha  te- 
nido aquí  sus  genuinos  orígenes.  Pero  el  diferente  carácter  y  situación 
del  mahometismo  ha  obligado  a  los  luchadores  cristianos  a  adoptar  tác- 
ticas nuevas  para  combatirlo.  En  vez  de  las  controversias  públicas  bajo 
el  patrocinio  de  reyes  o  de  papas  al  estilo  de  las  organizadas  contra  los 
judíos,  ha  sido  proyectado  un  ataque  en  gran  escala  a  la  confesión  de 
Mahoma  con  el  envío  de  un  ejército  de  misioneros.  La  ejecución  ha 

(So)    Fritz  Baer:  Die  Disputation  von  Tortosa  (1413-1414).  "Spanische  Forschun 
gen  der  Górresgesellschaft",  II,  Münster,  193 1,  págs.  307-336.  Véase,  asimismo,  el  ar- 
tículo de  Adolphe  Posnanski:  Le  col.loque  de  Tortosa  et  de  San  Mateo,  en  la  "Revue 
des  études  juives",  1923,  págs.  147-15 1. 

(81)  Tractatus  contra  perfidiam  judaeorum,  existente  en  el  manuscrito  latino  1043 
de  la  Biblioteca  Vaticana.  (Véase  Garrastachu:  Los  manuscritos  del  Cardenal  Torquema- 
da.  "La  Cencía  Tomista",  vol.  41,  1930,  pág.  199). 

(82)  Líber  de  Fide  in  Christum  adversus  Sarracenos  et  Judaeos,  existente  en  el  ma- 
nuscrito latino  3362  de  la  Biblioteca  Nacional  de  París.  (Citado  por  Mazzatinti:  La 
Biblioteca  dei  Re  d'Aragona  in  Napoli,  Roca  S.  Carciano,  1897,  pág.  10.)  Fué  editado 
en  Venecia  en  1592. 

(83)  En  el  catálogo  de  la  librería  papal  de  Aviñón  formado  en  1407  por  orden  de 
Benedicto  XIII  hállanse  inventariadas  más  de  una  docena  de  obras  pertenecientes  a  la 
literatura  de  controversias,  en  su  mayoría  de  autor  español,  algunas  de  las  cuales  se 
consideran  hoy  perdidas.  (Véase  P.  Galindo  Romeo:  La  biblioteca  de  Benedicto  XIII, 
Zaragoza,  1929,  pág.  157.) 

(84)  Citados  por  Mario  Schiff :  La  bibliothéque  du  marquis  de  Santülane,  Paris. 
1905,  pág.  426. 


—  5» 


sido  confiada  a  las  nuevas  Ordenes  religiosas  de  dominicos  y  fran<  3- 
canos,  quienes  han  fundado  en  España  centros  especiales  de  cultura  pa- 
ra la  preparación  de  los  frailes  destinados  a  las  misiones.  Las  exigen- 
cias de  la  preparación  escolar  y  las  ulteriores  de  predicación  y  disputa 
en  tierras  africanas  han  motivado  la  aparición  de  otro  tipo  de  apolo- 
gética cristiana,  algunas  de  cuyas  producciones  guardan  un  estrecho  pa- 
rentesco con  las  obras  de  controversia  anti judaica.  El  modelo  irrepro 
chable  de  esa  nueva  literatura  lo  encontramos  en  la  Summa  contra 
Gentes,  que  el  dominico  Tomás  de  Aquino,  a  indicación  de  San  Ramo;; 
de  Peñafort,  compuso  entre  los  años  de  1259  y  1264  Para  te  her. na- 
nos en  religión  que  recibían  una  preparación  misionera  en  los  conven 
tos  de  España.  De  esta  obra  transcribió  Ramón  Martí  capítulos  ente 
ros  en  el  Pugio  fidei,  que,  indistintamente,  fué  dirigida  contra  moros 
y  judíos  (85).  A  decir  verdad,  los  gérmenes  de  dicha  literatura  preexis- 
tían  desde  el  siglo  anterior,  en  que  Pedro  el  Venerable,  el  gran  refor- 
mador de  Cluny,  vino  a  España  en  visita  de  inspección  a  los  monaste- 
rios de  su  Orden.  Profundamente  impresionado  por  la  superior  cultu- 
ra de  musulmanes  y  judíos  y  consciente  de  los  peligros  que  amenaza 
ban  la  fe  de  los  cristianos,  concibió  Pedro  la  idea  de  traducir  y  refutar 
el  Corán  y  de  hacer  lo  propio  con  el  Talmud  con  la  ayuda  de  renega- 
dos. Un  anticipo  a  este  gran  proyecto  fueron  sus  Libri  II  contra  nc- 
fandam  sectam  Sarracenorum  (86).  De  todos  modos,  la  situación  cul- 
tural de  España  no  permitió  llevarlo  adelante  hasta  el  siglo  inmediato, 
en  que  el  Corán  fué  vertido  al  latín  y  fué  divulgada,  además,  una  Vita 
Mahometi,  escrita  desde  el  punto  de  vista  cristiano  y  en  desprestigio 
del  falso  profeta  (87).  Pero  fueron  los  hombres  curtidos  en  la  vida  mi- 
sionera los  que  en  España  forjaron,  también  con  su  pluma,  los  dardos 
más  mortíferos  contra  el  mahometismo.  Tal  es  el  caso  de  Ramón  Mar- 
tí, quien,  a  su  regreso  de  las  misiones  de  Túnez,  escribe  en  la  vejez  el 
Pugio  fidei-  Tal  es  el  caso  de  San  Pedro  Pascual,  el  valenciano  que. 


(85)  Véase,  más  adelante,  el  capítulo  IV  sobre  Ramón  Martí. 

(86)  G.  Sarton,  obra  y  volumen  citados,  pág.  161. 

Contra  la  afirmación  de  Sarton  que  da  la  obra  por  inédita,  podemos  citar  por  lo 
menos  dos  ediciones:  la  de  Migne  en  su  Patrología,  Series  latina,  vol.  189,  págs.  659-719; 
y  la  incluida  en  la  Collectio  Veterum  Scriptorum  et  Monument.,  Parisiis,  1724-1733; 
vol.  IX,  págs.  11 20  y  sgtes. 

Sobre  el  proyecto  de  Pedro  el  Venerable,  véase  el  artículo  de  Pierre  Mandonnet : 
Pierre  le  Venerable  et  son  activité  litteraire  contre  V Islam,  en  "Revue  Théologique",  I, 
1893,  págs.  328-343. 

(87)  M.  Serrano  y  Sanz:  Vida  de  M ahorna  según  un  códice  latino  de  mediados  del 
siglo  XIII.  "Erudición  ibero-ultramarina"  (Madrid),  vol.  2,  1931,  págs.  365-306. 


-  52  - 


llevando  en  las  venas  sangre  mora  (88),  llegó  por  sus  méritos  a  obispo 
de  Jaén,  y,  capturado  en  su  diócesis  por  los  moros  del  vecino  reino  de 
Granada,  escribió  en  el  cautiverio  su  Historia  e  Impunacion  de  la  Seta 
de  M ahorna  e  Defensión  de  la  ley  evangélica  de  Christo  (89).  Tal  es, 
sobre  todo,  el  caso  de  Ramón  Lull,  por  cuya  intervención  la  cruzada 
espiritual  contra  el  mahometismo  y  sus  infiltraciones  en  la  cultura  cris- 
tiana se  convierte  en  una  de  las  grandes  preocupaciones  europeas.  As- 
pectos parciales  de  la  vasta  cruzada  emprendida  por  Lull  son  sus  va- 
rios viajes  a  Africa  en  plan  de  misionero,  las  polémicas  mantenidas  en 
tierras  africanas  con  los  sabios  mahometanos  y  las  obras  de  contro- 
versia con  musulmanes,  como  la  Disputatio  Raymundi  et  Hamar  sa- 
rraceni,  o  la  Disputatio  fidelis  et  infidelis,  o  las  de  controversia  gene- 
ral, en  las  que  nunca  falta  un  contradictor  musulmán,  como  el  Libre 
del  gentil  e  deis  tres  savis,  el  De  quinqué  sapientibus,  el  Liber  de  Sanc- 
to  Spiritu  y  otras  más  (90).  Tras  un  período  de  esplendor,  la  contro- 
versia literaria  con  los  musulmanes  decae  a  lo  largo  del  siglo  xiv,  para 
no  reavivarse  hasta  bien  entrado  el  siglo  xv,  cuando  cuaja  en  el  am- 
biente popular  el  anhelo  profundo  de  eliminar  del  país  los  núcleos  se- 
mitas en  él  radicados.  Esta  literatura  transcurre  entonces  paralela  a  la 
literatura  anti judaica,  con  la  que  comparte  los  objetivos  y  aun  los  pro- 
cedimientos de  combate.  Entre  las  obras  antimusulmanas  cuatrocentis- 
tas señalaremos  el  ya  mencionado  Fortalitium  fidei,  de  Fr.  Alonso  de 
Espina,  al  que  había  precedido  poco  antes  el  De  Verbo  contra  Sarrace- 
nos, del  Dr.  Juan  de  Segovia,  y  el  De  confusione  sectae  Mahometicae, 
escrito  por  el  converso  valenciano  Juan  Andrés  a  fines  del  siglo  xv. 

Por  el  lado  musulmán  la  controversia  fué  mantenida  asimismo  ori- 
ginariamente a  mucha  altura.  La  obra  más  popular  de  la  apologética 
islámica  fué  una  refutación  del  cristianismo  y  del  judaismo  a  la  vez, 
compuesta  en  1221  por  el  egipcio  Abu-l-beca,  por  encargo  del  rey  de 
Egipto  Ayyubid,  quien  la  mandó  al  emperador  romano  en  respuesta  a 
una  carta  suya  anterior  (91).  Fuera,  tal  vez,  de  ésta,  ninguna  otra  obra 
de  la  apologética  musulmana  parece  haber  sido  conocida  en  los  países 
cristianos,  a  excepción  de  una  árabe,  escrita  en  Túnez  el  año  1420  por 
Abd-Alláh  ibn  Abd-Alláh,  el  Drogman,  con  el  título  de  La  ofrenda  del 


(88)  Sarton,  obra  y  volumen  citados,  pág.  803. 

(89)  Ingerta  en  el  volumen  II  de  las  "Obras  completas  de  San  Pedro  Pascual,  publi- 
cadas por  Fr.  Pedro  Armengol  con  la  traducción  latina  y  algunas  anotaciones".  Roma. 
Imprenta  Salustiana,  1906-1908. 

(qo)    Véace,  más  adelante,  el  capítulo  sobre  las  obras  de  Ramón  Lull. 
(91)    G.  Sarton,  obra  y  volumen  citados,  págs.  557-558. 


53  - 


hombre  letrado  para  refutar  a  los  partidarios  de  la  Cruz  (92).  La  ex- 
traordinaria impresión  causada  por  esta  obra  en  el  mundo  musulmán 
se  debió,  ante  todo,  a  la  circunstancia  de  que  su  autor  era  un  renegado 
cristiano  nacido  en  Mallorca,  por  nombre  de  bautismo  Anselmo  Tur- 
meda,  quien  en  su  juventud  vistió  el  hábito  de  San  Francisco  y  logró 
en  el  seno  de  su  Orden  ser  muy  apreciado  por  su  gran  cultura,  hasta 
que,  tras  una  tremenda  crisis  espiritual,  huyó  a  Túnez  y  abjuró  públi- 
camente el  cristianismo  en  manos  del  Sultán.  Su  vida  religiosa  ante- 
rior y  su  cultura  teológica  hacían  del  converso  Abd-Alláh  un  polemista 
temible,  a  quien  ciertamente  no  cabía  achacar  el  común  defecto  del  des- 
conocimiento de  la  dogmática  cristiana ;  no  sin  razón  se  ha  podido  afir- 
mar de  él  que  representó,  en  su  vida  y  en  sus  actividades  literarias,  una 
viva  antítesis  de  Lull  (93). 

A  fines  del  siglo  xv,  con  la  toma  de  Granada  y  la  expulsión  de  los 
judíos  por  los  Reyes  Católicos,  se  llega  en  España  a  'la  anhelada  uni- 
dad religiosa,  y  falta,  por  tanto,  desde  entonces  el  aliciente  para  la  pro- 
secución de  las  controversias  religiosas,  cuya  literatura  desaparece  casi 
por  completo.  Cuando,  pasados  los  hervores  del  Renacimiento,  el  géne- 
ro apologético  renace  en  España,  otras  preocupaciones  de  muy  diversa 
índole  se  ciernen  en  el  horizonte  espiritual  de  Europa  a  consecuencia 
de  la  escisión  religiosa  interior  que  la  reforma  protestante  entraña.  Los 
Loci  theologici  del  español  Melchor  Cano  señalan  entonces  los  nuevos 
rumbos  a  la  apologética  cristiana. 

El  contenido  doctrinal  de  las  controversias  religiosas  cae,  en  parte, 
dentro  de  la  filosofía.  Aunque  primordialmente  la  discusión  versara  so- 
bre las  verdades  de  fe,  en  especial  sobre  los  llamados  "dogmas  diferen- 
ciales" — la  Trinidad  y  la  Encarnación — ,  en  rigor  sólo  demostrables 
mediante  argumentos  de  autoridad  sacados  de  los  Libros  sagrados,  'a 
complicación  ulterior  de  la  disputa  indujo  a  alegar  argumentos  de  ra- 
zón natural,  es  decir,  filosóficos  (94).  En  la  controversia  con  el  maho- 
metismo, la  alegación  de  las  pruebas  racionales  constituía  una  necesi- 
dad imprescindible,  porque,  al  no  ser  reconocida  la  inspiración  divina 
del  Antiguo  ni  del  Nuevo  Testamento,  faltaba  una  base  común  positiva 


(92)  El  original  árabe  fué  editado  en  El  Cairo,  en  1904.  Con  anterioridad,  Jean 
Spiro  había  publicado  una  versión  francesa  (París,  Leroux,  1886). 

(93)  Lorenzo  Riber:  Un  Anti-Lulio.  "Boletín  de  la  Academia  Española",  abril  de 
1932,  págs.  249-259. 

De  Anselmo  Turmeda  se  tratará  especialmente  en  un  capítulo  más  adelante. 

(94)  T.  Carreras  i  Artau:  Introdúcelo  a  l'histdria  del  pensament  filosójic  a  Cata- 
lunya, Barcelona,  1931,  págs.  34-36  y  66-68. 


54  — 


de  discusión.  Por  esto,  en  la  Summa  contra  Gentes,  de  Santo  Tomás, 
y  en  el  Pugio  fidei,  de  Ramón  Martí,  la  apologética  se  desenvuelve  en 
buena  parte  en  forma  de  demostraciones  filosóficas.  Ramón  Lull  llega 
hasta  el  extremo  de  querer  demostrar,  frente  al  mahometismo,  la  ver- 
dad del  dogma  trinitario  y  de  la  Encarnación  por  meras  razones  ("per 
raons  necessaries").  Así,  aunque  el  conflicto  ideológico  afectaba  inicial  - 
úñente  al  contenido  dogmático  de  las  tres  religiones:  cristiana,  judaica 
y  mahometana,  su  desenvolvimiento  condujo  con  frecuencia  a  enfren- 
tar las  varias  corrientes  filosófico-teológicas  dominantes  en  cada  época 
y  en  cada  pueblo.  No  hay  que  olvidar  que  en  la  cultura  de  la  Edad 
Media  la  dogmática,  la  teología  y  la  filosofía  se  hallan  estrechamente 
vinculadas  entre  sí. 


IV 


LOS  NUEVOS  CENTROS  DE  CULTURA. 

Las  antiguas  escuelas  catedrales,  monacales  y  palatinas. 

Las  Universidades. — Fundaciones  en  Castilla  durante  los  siglos  xm  al  xv. — Las 
Universidades  de  Aragón  y  Cataluña. 

Las  Ordenes  mendicantes. — La  Orden  de  Predicadores  y  su  introducción  en  Es- 
paña.— Los  comienzos  de  la  Orden  franciscana  en  España. — Florecimiento  de 
las  escuelas  conventuales  de  ambas  Ordenes. 

Organización  de  los  estudios  filosóficos;  cátedras,  métodos  y  textos. 

18.  Si  la  cultura  oriental  penetró  en  España  a  través  de  los  nú- 
cleos semitas,  judíos  y  musulmanes,  que  convivían  con  los  hispano-cris- 
tianos,  la  cultura  latino-eclesiástica  encontró  su  vehículo  de  influencia 
en  las  escuelas  y  Universidades.  Como  en  todo  Europa  a  lo  largo  de  la 
Edad  Media,  también  aquí  el  elemento  escolar  fué  el  fermento  ac- 
tivo del  renacimiento  cultural. 

Los  primeros  jalones  de  la  organización  escolar  en  la  España  cris- 
tiana fueron  puestos  con  la  reforma  isidoriana  en  el  siglo  vn,  que  tuvo 
por  escenario  los  claustros  de  las  iglesias  más  prósperas  en  tiempos  de 
la  monarquía  visigoda:  Sevilla,  Toledo,  Zaragoza,  etc.  Los  altos  estu- 
dios se  caracterizan  en  esta  época  por  su  contenido  enciclopédico,  que 
en  los  cuadros  sistemáticos  del  trivium  y  del  quadrivium  pretende  en- 
cerrar la  totalidad  de  los  conocimientos  humanos,  y  por  su  finalidad 
religiosa,  que  consiste  en  la  formación  intelectual  de  los  clérigos  para 
mejor  prepararles  al  desempeño  de  los  oficios  divinos;  por  lo  mismo, 
el  estudio  de  los  textos  sagrados  constituye  el  coronamiento  de  la  ense- 
ñanza claustral.  La  invasión  musulmana  truncó  en  el  siglo  viii  el  des- 
arrollo de  esa  incipiente  organización,  que  resurgió,  sin  embargo,  en  la 
España  reconquistada.  A  partir  del  siglo  x,  en  los  claustros  de  las  ca- 
tedrales de  Santiago,  Mondoñedo,  Lugo,  Oviedo,  etc.,  en  el  NO.,  y  de 
las  de  Barcelona,  San  Félix  de  Gerona,  Urgel,  Vich,  etc.,  en  el  NE., 
funcionan  nuevamente  las  escuelas;  en  Toledo  fué  restablecida  a  raíz 
de  su  reconquista  por  Alfonso  VI,  en  1085.  En  general,  por  lo  preca- 


56  - 


rio  de  los  tiempos,  las  enseñanzas  deben  de  haber  sido  bastante  rudi- 
mentarias en  la  mayoría  de  tales  instituciones;  solamente  en  algunas, 
como  en  Vich,  ha  existido  un  florecimiento  científico  considerable,  que 
ha  irradiado  sus  esplendores  más  allá  de  la  Península  (95).  Pero  la  alta 
cultura  busca  entonces  un  ambiente  más  propicio  en  el  recogimiento 
de  la  vida  monacal,  y  en  los  monasterios  de  Ripoll,  San  Millán  de  la 
Cogolla,  Santo  Domingo  de  Silos  y  San  Juan  de  la  Peña,  entre  otros, 
los  estudios  alcanzan  un  nivel  envidiable.  Las  escuelas  catedrales  y  mo- 
nacales son  las  únicas  en  alimentar  el  rescoldo  de  la  enseñanza  supe- 
rior hasta  terminar  el  sigio  xn  (96). 

19.  En  la  confluencia  de  este  siglo  con  el  inmediato  se  columbran 
los  primeros  síntomas  de  una  profunda  transformación  escolar.  La  cul- 
tura cenobítica,  estancada  en  las  soledades  del  ambiente  rural,  decae; 
mientras  en  los  núcleos  urbanos,  o  sea  los  nacientes  municipios,  germi- 
na una  intensa  apetencia  de  saber.  Al  contagio  del  nuevo  ambiente  las 
escuelas  catedrales  cobran  ahora  una  mayor  vitalidad  y  asumen  las  fun- 
ciones directivas  de  la  enseñanza  superior.  La  Iglesia  contribuye  con 
oportunas  medidas  a  consumar  el  cambio,  apenas  iniciado;  el  Conci- 
lio III  de  .Letrán  (1179)  ordena  la  institución  en  todas  las  catedrales 
de  un  beneficio  para  el  sostenimiento  del  maestro  de  la  escuela,  y  el 
Concilio  IV  de  Letrán  (121 5)  hace  extensiva  la  disposición  a  las  igle- 
sias principales  en  cada  diócesis.  En  cumplimiento  de  las  normas  ca- 
nónicas se  fundan  escuelas  catedralicias  en  Palencia,  Salamanca,  Sego- 
via,  Astorga,  Tarragona,  y  otras  presbiterales  en  poblaciones  de  menor 
importancia  (por  ejemplo,  en  Reus,  Valls  y  Montblanch,  en  la  dióce- 
sis tarraconense).  Tanto  como  el  número  creciente  de  estas  escuelas  in- 
fluye en  el  cambio  cultural  el  enriquecimiento  de  las  enseñanzas.  En  los 
primeros  tiempos  de  la  Reconquista  el  maestrescuela  enseñaba  a  leer, 
escribir  y  contar,  y  a  lo  sumo  profesaba  la  gramática,  en  latín,  natu- 
ralmente. En  el  siglo  xu  renacen  en  las  catedrales  los  estudios  supe- 
riores :  por  un  lado  se  desdobla  la  enseñanza  en  dos  grados,  la  escuela 
infantil,  para  la  instrucción  en  la  letra  y  en  el  canto  de  los  monaguillos, 
con  vistas  al  servicio  del  coro,  y  la  escuela  mayor,  para  la  formación 
intelectual  del  clero;  por  el  otro  lado,  el  contenido  de  esta  segunda  en- 
señanza se  integra  con  las  otras  dos  disciplinas  del  trivium,  la  retó- 
rica y  la  dialéctica,  a  las  que  se  añadió  asimismo  la  música.  La  Par- 

(95)  J.  Millas  Vallicrosa:  Assaig  d'Histdria  de  les  idees  físiques  i  matematiques  a  la 
Catalunya  medieval.  Vol.  I,  Barcelona,  193 1;  2.a  part,  "Cultura  cristiana". 

(96)  H.  Sancho:  La  enseñanza  en  el  siglo  XII.  "La  Ciencia  Tomista",  vol.  IX,  1914, 
págs.  52-76. 


tida  I,  fiel  trasunto  de  la  legislación  canónica  de  la  época,  refleja  la 
descrita  situación  de  la  enseñanza  eclesiástica  en  la  ley  37  del  título  V, 
al  enumerar  "las  cosas  de  que  el  Perlado  debe  ser  sabidor",  en  los  si- 
guientes términos:  "La  primera  en  la  Fe...  La  segunda  ha  de  ser  sa- 
bidor en  los  saberes  que  llaman  artes,  e  mayormente  en  estas  quatro. 
Asi  como  en  Grammatica  que  es  arte  para  aprender  el  lenguaje  del  la- 
tín. E  otrosí  en  Lógica,  que  es  sciencia  que  demuestra  departir  la  ver- 
dad de  la  mentira.  E  aun  en  la  Rethorica,  que  es  sciencia  que  demues- 
tra las  palabras  apuestamente,  e  como  conviene.  E  otrosí  en  Música, 
que  es  saber  de  los  sones,  que  es  menester  para  los  cantos  de  Santa 
Esglesia...  Mas  los  otros  tres  saberes,  non  tovieron  por  bien  los  San- 
tos Padres  que  se  trabajassen  ende  los  Perlados  mucho  de  los  saber. 
Ca  maguer  estos  saberes  sean  nobles,  e  muy  buenos  quanto  en  sí  non 
son  convenientes  a  ellos,  nin  se  moverían  por  ellos  a  fazer  obras  de 
piedad..."  Junto  a  la  escuela  de  las  artes  liberales  del  trivium  y  de  la 
música  no  tardó  en  ser  instaurada  la  cátedra  para  la  instrucción  reli- 
giosa superior,  que  consistió  inicialmente  en  la  lectura  pública  de  las 
Sagradas  Escrituras  y  se  convirtió  con  el  tiempo  en  cátedra  de  teolo- 
gía. Por  las  escuelas  de  las  catedrales  españolas,  cuya  historia  yace  en 
buena  parte  en  el  olvido,  desfilaron,  en  calidad  o  de  oyentes  o  de  maes- 
tros, personalidades  eminentes.  Así,  en  la  de  Palencia,  cursó  sus  estu- 
dios, hacia  1184,  Santo  Domingo  de  Guzmán,  el  fundador  de  la  Orden 
de  Predicadores.  En  la  de  Valencia,  San  Vicente  Ferrer  desempeñó  la 
cátedra  pública  de  teología  durante  los  años  1383  a  1389.  En  la  ciu- 
dad de  Mallorca  fué  instituida  la  enseñanza  pública  de  la  teología  con 
carácter  temporal,  a  cargo  de  lectores  dominicos  y  franciscanos,  por 
turno ;  el  teólogo  dominico  Pedro  Correger  la  regentó  en  tiempo  del 
obispo  Antonio  de  Galiana,  y  le  sucedió  en  1384,  por  renuncia,  el  mi- 
norita  Nicolás  Sacosta,  a  quien  le  fué  nombrado  un  sustituto  para  caso 
de  ausencias  y  enfermedades  en  la  persona  de  Fr.  Juan  Exemeno,  y 
más  tarde  un  segundo  sustituto  en  la  de  Fr.  Antonio  Sent-Oliva.  A 
estos  varios  personajes,  muy  influyentes  en  la  historia  cultural  de  Ma- 
llorca, alude  nominalmente  Anselmo  Turmeda  en  una  de  sus  obras  li- 
terarias (97).  Ni  hay  que  olvidar  que  en  la  escuela  catedralicia  de  To- 
ledo fué  iniciado  el  contacto  con  el  saber  oriental,  que  transformó  en 
el  siglo  xiii  la  faz  intelectual  de  Europa. 

La  enseñanza  de  las  artes  y  la  de  la  teología  absorben  en  la  Edad 


(97)  Estanislau  Aguiló :  Identificado  deis  personatges  esmentats  per  Turmeda  en 
les  "Cobles",  en  la  revista  "Museo  Balear",  1885,  págs.  21S  y  sgtes.,  256  y  sgtes. 


-  58  - 


Media  todo  el  interés  filosófico,  aquélla  porque  el  contenido  del  trivium 
culmina  en  la  lógica  o  dialéctica  (filosofía  racional),  ésta  porque  en  su 
progresivo  desenvolvimiento,  y  aun  mas  desde  Anselmo  de  Aosta,  la 
especulación  sobre  el  dogma  involucra  cada  vez  en  mayor  escala  una 
concepción  metafísica  (filosofía  real).  No  habría,  pues,  ni  asomo  de 
exageración  en  afirmar  que  la  filosofía  de  la  Edad  Media  ha  nacido 
en  las  catedrales,  tanto  más  que  un  cultivo  independiente  de  la  misma 
no  aparece  hasta  muy  entrado  el  siglo  xin.  Precisa  para  ello  que  los 
moldes  tradicionales  de  la  organización  escolar  eclesiástica  sean  desbor- 
dados al  impulso  de  las  nuevas  exigencias  que  el  anhelo  de  saber,  ca- 
racterístico de  la  época,  trae  consigo.  Ya  no  es  sólo  el  alto  clero  el  que 
necesita  y  desea  una  cumplida  formación  intelectual ;  las  tareas,  cada 
vez  más  delicadas,  de  la  dirección  espiritual  de  los  pueblos  exigen  de 
todo  el  clero,  así  regular  como  secular,  un  nivel  mínimo  de  cultura. 
También  los  laicos  afluyen  en  crecido  número  a  las  escuelas  en  deman- 
da de  saber.  Los  antiguos  organismos  resultan  insuficientes  para  alojar 
a  las  masas  de  escolares,  que  se  concentran  en  los  grandes  núcleos  de 
población  en  edificios  elegidos  adrede,  fuera  del  recinto  de  los  claus- 
tros. La  escuela  ya  no  es  un  elemento  de  la  catedral,  pero  todavía  el 
obispo  y  el  cabildo  la  patrocinan.  A  esa  secularización  externa  de  la 
institución  escolar  contribuyó  eficazmente  la  ampliación  de  su  conteni- 
do con  las  enseñanzas  de  carácter  profesional,  la  medicina  y  el  dere- 
cho, organizadas  sobre  todo  para  los  laicos,  en  términos  que  a  una  par- 
te del  clero  le  estaba  formalmente  vedado  por  las  leyes  el  cursarlas  (98). 
Así  nacieron  en  España,  como  en  todo  Europa,  los  primeros  Estudios 
Generales  (Universidades),  en  los  que  los  nuevos  ideales  eclesiásticos 
se  armonizan  y  conjugan  con  los  anhelos  nacionales  de  cada  pueblo ; 
los  Reyes,  intérpretes  de  esos  anhelos,  toman  la  iniciativa  de  su  fun- 
dación, y  los  Papas  van  plasmando  en  visión  de  conjunto  la  organiza- 
ción intelectual  de  la  nueva  Europa. 

20.  La  más  temprana  de  las  Universidades  españolas  es  la  de  Pa- 
tencia, fundada  entre  1212  y  1214,  a  iniciativa  del  rey  Alfonso  VTTI 
de  Castilla,  instado  por  el  obispo  Tello  Téllez  de  Meneses,  mediante 
transformación  de  la  primitiva  escuela  catedral  (99) ;  "...  para  que  todo 
el  que  quisiese  aprender  los  saberes  allí  fuese",  según  refiere  la  Estoria 
de  Espanna  redactada  de  orden  de  Alfonso  el  Sabio,  fueron  llamados 


(98)  Partida  I,  título  VII,  ley  28:  "Que  ningún  Religioso  non  puede  aprender 
Física,  nin  leyes." 

(99)  George  Sarton,  obra  y  volumen  citados,  part.  I,  pág.  573. 


-  59  - 


a  profesar  sabios  de  Francia  y  de  Lombardía,  con  cuya  presencia  el 
Estudio  cobró  gran  realce.  Tal  vez  el  ensayo  fuera  prematuro,  porque, 
tras  un  período  fugaz  de  esplendor,  el  Estudio  decayó  rápidamente  y 
se  extinguió  sin  llegar  al  medio  siglo  de  existencia. 

No  mucho  después  de  la  de  Falencia,  la  escuela  catedral  salmantina 
fué  transformada  en  Estudio  General  durante  el  reinado  de  Alfonso  IX 
de  León.  El  privilegio  de  fundación  fué  renovado  en  1242  por  su  hijo 
Fernando  III  el  Santo;  pero  el  comienzo  de  su  prosperidad  arranca  de 
Alfonso  X,  quien  en  1254  le  otorga  nuevos  privilegios  y  obtiene  del  Papa 
Alejandro  IV  que  los  grados  por  ella  conferidos  sean  valederos  no  sólo 
en  todo  el  reino,  sino  aun  en  cualquier  otro  sitio  fuera  de  él,  a  excep- 
ción de  París  y  Bolonia.  El  Concilio  de  Vienne  (1312)  la  menciona  ya 
como  una  de  las  cuatro  grandes  Universidades  de  Europa,  y  dispone 
que  en  ella  se  implante  la  enseñanza  de  las  lenguas  orientales:  árabe, 
hebreo  y  caldeo.  En  1333  el  Papa  Juan  XXII  reconocía  a  sus  títulos 
valor  universal.  -Cuando  la  Universidad  de  Salamanca  contaba  ya  siglo 
y  medio  de  existencia  encontró  su  verdadero  reformador  en  Pedro  de 
Luna,  quien,  en  funciones  de  cardenal -legado  primeramente  y  después 
de  Papa,  promulgó  unos  nuevos  Estatutos,  amén  de  un  sinnúmero  de 
otras  constituciones,  con  lo  cual  sentó  las  bases  de  su  futura  grandeza 
en  el  siglo  xvi  (100). 

Al  tiempo  en  que  se  extinguía  el  Estudio  General  de  Palencia,  Al- 
fonso el  Sabio  fundó  otro  Estudio  en  la  ciudad  próxima  de  Vallado- 
lid,  otorgando  asimismo  a  los  grados  en  él  conferidos  validez  general 
en  todo  el  reino.  Difería,  pues,  del  de  Salamanca  en  no  ser  ecuménico, 
y  no  logró  el  carácter  de  tal  hasta  1346,  en  que  el  Papa  Clemente  VI 
confirmó  la  fundación  (101). 

Todavía  otro  tipo  de  escuela  superior  fundó  Alfonso  X  en  Sevilla, 
donde  en  1254  fué  inaugurado  un  Estudio  con  maestros  que  profesa- 
ban en  latín  y  otros  en  arábigo.  En  1260  el  Papa  Alejandro  IV  con- 
firmó la  carta  real  de  establecimiento  (102).  Estas  varias  fundaciones 
escolares  del  Rey  Sabio,  junto  con  la  del  Estudio  privado  que  instituyó 
en  Murcia,  a  cargo  de  Mohamed  el  Ricotí,  al  que  antes  se  aludió,  v  la 
interesante  legislación  universitaria  del  título  último  de  la  Partida  se- 
gunda, revelan  el  profundo  interés  de  aquel  monarca  por  elevar  el  ni 
vel  de  los  estudios  en  su  reino.  Hay  que  saltar  hasta  el  reinado  de  los 

(100)  H.  Denifle:  Die  pápstlichen  Dokamente  für  die  Universitát  Salamanca,  en 
"ArcViv  für  Litteratur-  und  Kirchengeschichte  des  Mittelalters",  V,  págs.  167-225. 

(101)  George  Sarton,  obra  y  volumen  citados,  pág.  862. 

(102)  Idem,  ibid. 


-  6o  - 


Reyes  Católicos  y  la  regencia  del  Cardenal  Cisneros  para  encontrar  un 
caso  igual  de  interés  por  la  cultura  intelectual  del  país.  En  ese  lapso  Je 
casi  dos  siglos  y  medio  ninguna  otra  Universidad  fué  fundada  en  Cas- 
tilla. Unicamente,  hacia  1293,  Sancho  IV  instituyó  en  Alcalá  de  Hena- 
res un  colegio  de  estudios  superiores.  En  1365  el  cardenal  Gil  de  Al- 
bornoz fundó  en  Bolonia  el  Colegio  de  San  Clemente  para  los  estu- 
diantes españoles  de  derecho  y  de  teología  en  aquella  Universidad. 
Desde  mediados  del  siglo  xv,  por  iniciativa  particular,  se  erigieron  Co- 
legios mayores  en  el  mismo  Alcalá,  en  Salamanca,  en  Toledo,  en  Avi- 
la, en  Valladolid,  en  Oviedo  y  en  Sigüenza,  preludio  de  las  nuevas  fun- 
daciones universitarias  que  surgen  en  los  albores  del  Renacimiento. 

En  la  Corona  de  Aragón  no  existió  Estudio  General  hasta  el  año 
1300,  en  que,  por  iniciativa  de  Jaime  II,  fué  fundada  una  Universidad 
nacional  en  la  ciudad  de  Lérida,  centro  geográfico  de  los  varios  Esta- 
dos de  la  Confederación.  Pese  a  los  esfuerzos  del  fundador  y  al  pres- 
tigio internacional  de  la  dinastía  aragonesa,  la  Universidad  de  Lérida 
no  alcanzó  rango  europeo  en  toda  la  Edad  Media  ni  le  fué  concedida 
la  Facultad  de  Teología  hasta  mediados  del  siglo  xv  (103).  El  máximo 
esplendor  de  la  primera  Universidad  catalana  corresponde  al  siglo  xiv, 
a  fines  del  cual  su  vitalidad  decae,  en  parte  debido  a  interminables  que- 
rellas internas  y  en  parte  a  la  competencia  de  las  nuevas  Universida- 
des de  Huesca  y  Perpiñán,  que,  por  el  mismo  patrón  de  la  de  Lérida, 
había  fundado  el  rey  Pedro  IV  en  1354  y  1350,  respectivamente  (104). 
Un  siglo  después,  Alfonso  V  el  Magnánimo  trae  a  Cataluña  las  auras 
del  Renacimiento  italiano  e  instaura  nuevas  Universidades  en  Gerona, 
Barcelona  y  Tarragona.  También  en  Mallorca  la  escuela  catedralicia, 
ya  existente  desde  el  siglo  anterior,  fué  transformada  en  Estudio  Ge- 
neral por  privilegio  obtenido  en  1483  del  rey  Fernando  el  Católico  (105). 

21.  El  cuadro  mínimo  de  las  enseñanzas  en  un  Estudio  General 
estuvo  originariamente  integrado  por  las  artes  liberales  del  trivium  y 
el  quadrivium  y  la  ciencia  del  derecho  (Partida  II,  tit.  XXXI,  ley  I), 
profesadas  — a  ser  posible —  por  maestros  especializados.  "Para  ser  el 
Estudio  general  cumplido,  quantas  son  las  sciencias,  tantos  deven  ser 
los  Maestros  que  las  muestren,  assi  que  cada  una  dellas  haya  un  Maes- 
tro a  lo  menos.  Pero  si  para  todas  las  sciencias  non  pudiessen  aver 


(103)  H.  Denifle:  Die  Universitdten  des  Mittelalterz  bis  1400.  Berlín,  1885;  I,  pá- 
ginas 500  y  sgtes. 

(104)  A.  Rubio  y  Lluch:  Documents  per  l'histdria  de  la  cultura  catalana  mi-eval, 
vol.  II,  Barcelona,  1921,  prólech,  págs.  LXVI  y  LXVII. 

(105)  V.  Lafuente:  Historia  de  las  Universidades  de  España,  Madrid,  1884. 


—  6i  — 


Maestro,  abonda  que  aya  de  Gramática  e  de  Lógica  e  de  Retorica  e 
de  Leyes  e  Decretos''  (ibid.,  ley  3).  El  de  Salamanca,  en  tiempo  de  Al- 
fonso el  Sabio,  contaba  con  dos  maestros  de  lógica,  al  igual  que  de  las 
otras  enseñanzas  (106),  entre  las  cuales  figuraba  asimismo  la  de  la  me- 
dicina (física).  De  la  de  teología,  en  la  que  culminaba  la  docencia  uni- 
versitaria, no  se  habla  hasta  más  tarde;  en  1355  existía  ya  una  ense- 
ñanza ordinaria  de  teología  a  la  hora  de  prima,  que  a  principios  del  si- 
glo xv  se  había  completado  con  otra  cátedra  de  vísperas,  amén  de  dos 
más  /profesadas  por  religiosos  en  los  conventos  de  dominicos  y  fran- 
ciscanos (107).  El  más  antiguo  titular  conocido  de  la  cátedra  de  Prima 
es  él  franciscano  Diego  Lope  ("Fr.  Didacus  Lupi,  Ord.  Min."),  y  du- 
rante los  siglos  xiv  y  xv  la  regentaron,  entre  otros,  los  maestros  Fray 
Lope  de  Barrientos,  Fr.  Alvaro  de  Osorio,  Pedro  Martínez  de  Osma, 
Fr.  Diego  de  Deza  y  Fr.  Juan  de  Santo  Domingo.  Por  la  cátedra  de 
Vísperas  desfilaron,  además  del  citado  Alvaro  de  Osorio,  Martín  Ro- 
dríguez de  Peñalver,  Fr.  Pedro  de  Calvea  y  Sebastián  de  Ota.  Había, 
además,  la  enseñanza  bíblica  o  escriturística,  que  desempeñaron,  entre 
otros,  Juan  González  de  Segovia,  Alonso  de  Madrigal,  Alvaro  García 
y  Fr.  Diego  Betoño.  Más  que  en  la  Facultad  teológica,  la  enseñanza 
de  la  filosofía  tenía  su  sede  propia  en  la  Facultad  de  Artes,  dentro  de 
la  que  logró  sobrepujar  a  las  demás  disciplinas  liberales,  hasta  el  ex- 
tremo de  que  el  arte  lógica  o  dialéctica  acabó  por  desdoblarse  en  un 
entero  ciclo  filosófico.  Este  comprendía,  en  141 1,  las  cuatro  enseñanzas 
de  lógica  vieja  (a  base  de  textos  antiguos  de  lógica),  lógica  nueva  (a 
base  de  las  Súmulas),  filosofía  natural  y  filosofía  moral.  En  los  siglos 
xiv  y  xv  profesaron  tales  enseñanzas  los  siguientes  maestros,  entre 
otros:  Fr.  Pedro  de  Padilla,  Diego  de  Navalmorcuende,  Juan  de  Cela- 
ya  y  Andrés  de  Carmona,  la  lógica  antigua ;  Martín  de  Espinosa  y  Mar- 
tín Vázquez  de  Oropesa,  las  Súmulas ;  Pascual  Ruiz  de  Aranda  y  An- 
tonio de  Salamanca,  la  filosofía  natural,  y  Fr.  Martín  Alfonso  de  Cór- 
doba, Pedro  Martínez  de  Osma,  Fernando  Pérez  de  Talavera,  Juan  de 
León  y  Fernando  de  Roa,  la  filosofía  moral  (108). 

El  ciclo  de  los  Estudios  se  repartía  por  grados  y  por  años;  los  gra- 
dos eran  dos:  bachiller  y  maestro.  Para  ser  bachiller  en  artes  se  debía 


(106)  E.  Esperabé  Arteaga:  Historia  de  la  Universidad  de  Salamanca,  tomo  I,  Sa- 
lamanca, 1914,  pág.  22. 

(107)  H.  Denifle:  Die  pdpstlichen  Dokumente  für  die  Universitat  Salamanca,  en  el 
citado  "Archiv",  V,  páss.  208-209. 

(108)  E.  Esperabé  Arteaga:  Historia  de  la  Universidad  de  Salamanca,  tomo  II,  Sa- 
lamanca, 1917,  págs.  245  y  sgtes. 

I 


62  - 


ingresar  en  la  Facultad  previa  una  instrucción  gramatical,  y  seguir  du- 
rante tres  años  los  estudios  de  las  varias  artes  liberales,  siendo  obliga- 
torio el  ciclo  filosófico  completo;  se  debía,  además,  explicar  diez  lec- 
ciones y  disertar  públicamente  sobre  un  tema.  Para  hacerse  maestro,  e] 
bachiller  debía  leer  (o  profesar)  durante  otros  tres  años  la  lógica  y  la 
filosofía  y  superar  la  prueba  final,  consistente  en  una  repetición,  o  sea, 
en  un  ejercicio  de  explanación  y  defensa  de  una  tesis  filosófica  de  ac- 
tualidad, con  respuesta  a  las  impugnaciones  que  los  maestros  formula- 
ren contra  ella  (109).  Los  estudios  de  artes  se  reputaban  introducto- 
rios a  los  de  las  demás  Facultades,  en  especial  a  los  de  teología.  Para 
llegar  a  bachiller  en  teología,  el  bachiller  en  artes  debía  oír  durante 
seis  años  la  lectura  del  Libro  de  las  Sentencias  y  simultáneamente,  por 
espacio  de  cuatro  años,  la  lectura  de  la  Biblia,  profesar  diez  lecciones 
y  defender  públicamente,  según  costumbre,  un  tema  de  actualidad.  Para 
el  magisterio  en  teología  se  requería  la  lectura  del  Libro  de  las  Sen- 
tencias por  espacio  de  cuatro  años,  en  forma  tal  que  cada  año  fuesen 
explicados  dos  de  los  libros,  y  a  la  terminación  del  ciclo  la  obra  hubie- 
se sido  comentada  íntegramente  dos  veces.  La  explicación  de  cada  libro 
se  inauguraba  con  una  disputa  quolibética  a  sostener  entre  bachilleres, 
bajo  la  dirección  del  maestro  que  dirigía  la  lectura;  había,  además,  las 
disputas  ordinarias  o  quaestiones,  según  práctica  importada  de  las  Uni- 
versidades extranjeras  ("ut  est  moris  in  aliis  studiis  generalibus").  Un 
examen  final  daba  acceso,  por  fin,  al  anhelado  título  de  magister  fno). 
Eá  curso  universitario  se  inauguraba  el  día  de  San  Lucas  con  una  so- 
lemnidad religiosa,  a  la  que  seguía  una  repetición  pública  a  cargo  de 
uno  de  los  maestros,  designado  por  el  rector  del  Estudio.  Algunas  de 
estas  repeticiones,  como  las  del  maestro  Juan  Alfonso  de  Benavente. 
en  el  último  tercio  del  siglo  xv,  fueron  muy  celebradas  en  su  tiem- 
po (111).  En  general,  de  toda  esta  literatura  de  repeticiones,  quolíbetos, 
cuestiones  disputadas  y  cursos  profesados  en  la  Universidad  de  Sala- 
manca, conocemos  muy  poco.  Cabe,  sin  embargo,  considerar  como  ge- 
nuinas  producciones  universitarias  algunas,  entre  las  obras  de  Alfon- 
so de  Madrigal,  Pedro  de  Osma  y  Juan  de  Celaya,  para  citar  solamente 
los  nombres  de  los  teólogos  y  filósofos  más  conocidos. 

Bastante  menos  detalladas  son  las  noticias  que  poseemos  de  la  Uni- 


(109)  H.  Denifle,  en  el  citado  tomo  V  del  "Archiv",  pág.  177. 

(110)  Idem,  ibid.,  págs.  210-21 1. 

(111)  Lynn  Thomdike:  Public  recitáis  in  universitics  of  the  fifteenth  century,  en  la 
revista  "Speculum",  III,  1928,  págs.  104-105;  y  C.  Lynn:  The  "repetitio"  and  "a  repe- 
titio",  ibid.,  IV,  1931,  págs.  123-131. 


-  63  - 


versidad  catalano-aragonesa  de  Lérida.  Se  abrió  en  1300  con  un  maes- 
tro ordinario  y  otro  extraordinario  de  derecho  civil,  uno  de  decretales, 
uno  de  gramática,  además  del  de  la  catedral,  uno  de  filosofía  y  uno  de 
medicina;  tales  enseñanzas  constituyeron  el  germen  de  las  futuras  Fa- 
cultades de  Leyes,  Medicina  y  Artes.  Esta  última  incluía,  en  el  siglo  xv, 
cátedras  de  gramática,  retórica,  lógica  y  filosofía  natural.  Hasta  1430 
no  fué  implantada  la  enseñanza  oficial  de  la  teología;  pero  desde  el  si- 
glo xiv  existía  ya  una  cátedra  libre  a  cargo  de  los  franciscanos,  en  la 
que  Fr.  Francisco  Eximenis  profesó  la  teología  durante  el  curso  de  1370 
a  1371  (112).  Cabe  suponer  que  los  grados  y  el  ciclo  de  los  estudios  es- 
tarían organizados,  poco  más  o  menos,  como  en  Salamanca;  por  noti- 
cias autobiográficas  de  Anselmo  Turmeda,  que  cursó  en  Lérida  parte 
de  sus  estudios,  sabemos  que  el  ciclo  completo  de  la  enseñanza  de  ar- 
tes duraba  asimismo  seis  años,  al  que  seguía  un  ciclo  escriturístico  de 
cuatro  años  en  la  Facultad  libre  de  Teología  (113).  Como  detalle  cu- 
rioso citaremos  que  en  la  cátedra  de  filosofía  natural  se  leía  en  1421  efl 
texto  del  escotista  español  Antonio  Andrés  (114),  que  en  el  siglo  an- 
terior había  sido  alumno  de  la  Universidad.  También  cursaron  allí  es- 
tudios San  Vicente  Ferrer  y  el  aragonés  Pedro  de  Luna,  y  otro  futuro 
Papa,  Alfonso  de  Borja,  desempeñó  la  cátedra  de  Prima  de  cánones 
en  la  segunda  década  del  siglo  xv  (115). 

Además  de  los  Estudios  Generales  patrocinados  por  Reyes  y  Pa- 
pas, hubo  en  España  durante  la  Edad  Media  otros  locales  de  inicia- 
tiva particular,  eclesiástica  o  civil.  "La  segunda  manera  — se  lee  en  la 
Partida  II,  tit.  XXXI,  ley  1 —  es,  a  que  dicen  Estudio  particular,  que 
quiere  tanto  decir  como  quando  algún  Maestro  muestra  en  alguna  Villa 
apartadamente  a  pocos  Escolares.  E  a  tal  como  este  pueden  mandar 
facer  Perlado  o  Concejo  de  algún  lugar."  Por  las  monografías  histó- 
ricas de  los  respectivos  municipios  consta  la  existencia  de  estudios  de 
esta  clase  en  sitios  como  Castellón  (116),  Valls  (117)  y  otros  muchos. 

(112)  E.  Serra  Ráfols:  Una  Universidad  medieval:  el  Estudio  General  de  Lérida. 
Discurso 'inaugural  del  año  académico  1931-1932  en  la  Universidad  de  La  Laguna.  Ma 
drid,  1931;  págs.  25,  42-46  y  48. 

(113)  En  la  introducción  a  su  obra:  Le  Présent  de  VHomme  Lettré,  versión  fran 
cesa  de  J.  Spiro;  París,  1886. 

(114)  E.  Serra  Ráfols,  obra  citada,  pág.  73. 

(115)  Idem,  ibid.,  pág.  68;  y  J.  Rius:  Vestudi  general  de  Lleida,  en  la  revista  "Cri- 
terion",  VIII,  1932,  págs.  72-90  y  295-304;  y  X,  1934,  págs.  96-105. 

(116)  L.  Revest:  Uensenyanca  a  Castelló  des  de  1370  a  1400,  en  "Boletín  de  la  So- 
ciedad Castellonense  de  Cultura",  IX,  1930,  págs.  161-190. 

(117)  Fidel  de  Moragues:  Vestudi  de  Valls,  en  "Estudis  Universitaris  Catalans", 
XII,  Barcelona,  1927,  págs.  467-472. 


64  - 


Solían  ser  escuelas  de  gramática  que,  a  favor  de  las  circunstancias,  se 
completaban  con  'las  enseñanzas  de  retórica  y  lógica;  rara  vez  el  ciclo 
del  trivium  era  desbordado  con  la  inclusión  de  alguna  enseñanza  cien- 
tífica. Estudios  de  esta  índole  funcionaron  asimismo  en  el  palacio  de 
los  Condes  de  Barcelona,  para  instrucción  en  la  gramática  y  lógica  a 
los  clérigos  y  aspirantes  adscritos  al  servicio  de  la  capilla  real ;  dicha 
escuela  palatina  llegó  a  contar  con  una  cátedra  de  teología,  a  la  que  el 
rey  Martín  llamó  en  1398  al  maestro  Fr.  Antonio  Canals,  lector  a  la 
sazón  en  la  catedral  de  Valencia  (118). 

22.  Finalmente,  hay  que  mencionar  las  escuelas  conventuales  fun- 
dadas por  las  Ordenes  mendicantes  a  partir  del  siglo  xiii.  Las  más  an- 
tiguas, y  a  la  vez  las  más  importantes,  las  poseyó  la  Orden  de  Predi- 
cadores, que  se  propagó  rápidamente  en  España  desde  la  misión  enco- 
mendada en  1216  por  el  Fundador  a  Suero  Gómez  para  que  estable- 
ciera una  primera  comunidad  en  Madrid  y  el  viaje  del  Santo  a  Espa- 
ña en  1219  (119).  La  organización  escolar  tomó  incremento,  sobre  todo, 
en  la  Corona  de  Aragón  por  la  iniciativa  y  los  cuidados  de  San  Ramón 
de  Peñafort  y  sus  colaboradores,  entre  los  cuales  figuró  el  primer  lec- 
tor de  teología  que  la  Orden  tuvo  en  París,  Miguel  de  Fabra ;  a  ellos 
se  debe  la  instauración  de  estudios  en  los  conventos  recién  fundados 
de  Mallorca,  Valencia,  Játiba  y  Murcia,  ciudades  que  Jaime  I  acababa 
de  arrancar  del  poder  de  los  moros  (120).  Aunque  en  un  principio  la 
Orden  se  mostró  hostil  a  la  admisión  de  los  estudios  profanos,  ese  es- 
tado de  prevención  duró  poco.  En  la  segunda  mitad  del  siglo  xiii,  el 
studium  conventuale  de  los  predicadores  se  presenta  ya  estructurado 
en  dos  grados :  el  superior,  o  studium  theologiac,  con  cátedras  de  Sa- 
grada Escritura  y  Teología,  y  el  inferior,  que  a  su  vez  se  desdobla  en 
studium  artium,  rpara  ila  gramática,  retórica  y  lógica,  y  el  studium  na- 
turale,  para  la  filosofía  natural  y  moral.  La  mayoría  de  los  conventos 
tan  sólo  poseían  uno  o  ambos  grados  inferiores ;  el  cuadro  completo  de 
los  estudios  se  cursaba  nada  más  en  ciertos  conventos  principales,  don- 
de había  el  studium  solemne  para  la  formación  de  la  élite  intelectual 
de  la  Orden  (121).  El  convento  barcelonés  de  Santa  Catalina  y  el  de 

(118)  A.  Rubio  y  Lluch:  Documcnts  per  a  VHistória  de  la  cultura  catalana  mig- 
eval,  vol.  I,  Barcelona,  iqo8,  págs.  247  y  401. 

(119)  Mortier:  Histoire  des  Maitres  Généraux  de  l'Ordre  des  Fréres  Précheurs,  vo- 
lumen I,  París,  1903,  caps.  II  y  IV. 

(120)  J.  Torras  y  Bages:  La  Tradició  Catalana,  3.a  edición,  Barcelona,  1913,  pá- 
gina 179. 

(121)  Mortier,  obra  citada,  caps.  V  y  VIII.  Cf.  C.  Douais:  L'Albigéisme  et  les 
Fréres  Précheurs  á  Narbonne  au  XIII  sihl?.  París,  1894. 


-  65  - 


San  Esteban  en  Salamanca  conquistaron  pronto  este  rango.  El  ciclo  de 
tos  estudios  se  desarrollaba  en  un  período  de  quince  años :  uno  de  gra- 
mática, cuatro  de  lógica,  dos  de  ciencias  físicas  y  naturales,  dos  de  pro- 
fesorado de  lógica,  tres  de  Sagradas  Escrituras,  dos  de  profesorado  de 
física  y  uno  para  el  estudio  intensivo  de  la  teología.  El  estudiante  solía 
cambiar  de  convento,  al  pasar  a  un  nuevo  grado,  en  busca  de  un  estu- 
dio más  completo.  En  la  Corona  de  Aragón,  la  enseñanza  mejor  de 
gramática  se  daba  en  él  convento  de  Gerona,  la  de  artes  humanísticas 
•en  Lérida  y  Mallorca,  la  de  ciencias  físico-naturales  en  Valencia,  la  de 
teología  en  Barcelona,  desde  donde  el  escolar  se  trasladaba  a  París  o  a 
'Oxford  para  cursar  en  aquellas  Universidades  los  restantes  estudios  de 
teología  y  obtener  el  magisterio  (122).  Hasta  1337  los  clérigos  regulares 
no  fueron  admitidos  a  los  grados  universitarios  sino  en  París,  en  Oxford 
y  en  Cambridge.  Los  textos  (para  la  enseñanza  de  la  teología  eran  la 
Biblia  en  la  forma  de  la  Vulgata  y  el  Libro  de  las  Sentencias,  de  Pedro 
Lombardo.  En  la  escuela  de  Artes,  para  la  enseñanza  de  la  lógica  anti- 
gua se  utilizaban  el  Comentario  de  Porfirio  y  las  obras  de  Boecio ;  para 
el  resto  de  la  lógica,  así  como  para  la  filosofía  natural  y  moral,  se  em- 
pleaban los  textos  de  Aristóteles  (123).  La  Provincia  de  Aragón,  re- 
cién desglosada  de  la  primitiva  provincia  de  España,  fué  la  primera  en 
adoptar,  en  el  capítulo  general  celebrado  en  Zaragoza  en  1309,  las  obras 
*der  Tomás  de  Aqulno  para  texto  de  teología;  el  bagaje  mínimo  del  es- 
colar dominico  quedó  integrado,  desde  aquel  momento,  por  la  Biblia  y 
la  Summa  Theologica,  los  dos  únicos  libros  de  que  no  podía  despren- 
derse, ni  aun  en  caso  de  necesidad  (124).  Por  las  dificultades  inheren- 
tes a  la  consecución  de  los  grados  superiores,  los  maestros  en  teología 
se  contaban  en  escaso  número;  en  1390  la  Orden  tenía  nada  más  trece 
de  ellos  en  toda  la  provincia  de  Aragón,  que  eran:  Nicolás  Eymerich, 
Pedro  Correger,  Antonio  Folquet,  Bartolomé  Gassó,  Francisco  Mar- 
many,  Juan  de  Montsó,  Pedro  de  Guils,  Pedro  Bañeres,  Bernardo  Cas- 
tellet,   Vicente   Ferrer,   Miguel   de   Pous,   G.   Cavila  y   Pedro  de 
Arenys  (125).  La  mayoría  de  los  teólogos  catalanes,  aragoneses  y  ma- 
llorquines habían  obtenido  su  magisterio  en  París ;  allí  residían  duran- 

(122)  M.-M.  Gorce:  Saint  Vincent  Ferrier,  París,  1924,  págs.  11-13. 

(123)  Mortier,  obra  citada,  cap.  VIII. 

(124)  Dictionnaire  de  Theologie  Catholique,  VI,  cois.  888-88q. 

(125)  Se^ún  la  crónica  de  este  último,  que  se  conserva  manircrita  en  la  B'blioteca 
Universitaria  de  Barcelona.  Véanse  extractos  de  la  nvsma  en  el  citado  "Archiv"  de  De- 
nifle,  vol.  III,  págs.  645-650.  El  texto  íntegro  ha  sido  pubUcado  por  el  P.  Rechcrt  en 
el  vol.  VII  de  los  Monumento,  ordinis  fratrum  Praedicatorum,  Roma,  igoo;  la  lista  Ae 
los  13  maestros  está  inserta  en  la  pág.  61. 


—  60  — 


te  los  estudios  en  la  casa  central  de  la  Orden,  que  Santo  Domingo  ha- 
bía puesto  bajo  la  advocación  del  Apóstol  Santiago  (Saint-Jacques),  y 
acudían  a  la  Universidad,  ya  fuese  para  sentarse  en  las  aulas  con  los 
demás  escolares  o  para  profesar  los  cursos  reglamentarios.  La  Univer- 
sidad parisién  tenía  incorporadas  tres  cátedras  de  teología,  a  cargo  de 
los  frailes  dominicos,  de  las  cuales  la  tercera  estaba  reservada  a  los  ex- 
tranjeros; en  ella  enseñaron  la  teología,  alternando  con  Santo  Tomás 
y  otras  grandes  figuras  de  la  época,  muchos  españoles  (126). 

No  muy  distinta  marcha  siguieron  los  acontecimientos  en  la  Orden 
franciscana.  El  viaje  a  España  de  San  Francisco  de  Asís  para  evange- 
lizar a  los  moros  y  visitar  el  sepulcro  del  apóstol  Santiago  (1213-1214) 
dejó  preparado  el  terreno  para  que  germinara  la  simiente  traída  por  el 
compañero  fundador  Fr.  Bernardo  de  Quintaval  a  raíz  de  la  disper- 
sión decretada  por  el  Capítulo  general  de  Asís  en  121 7.  Antes  de  los 
tres  años  se  delimitaba  la  provincia  de  España  con  más  de  100  com- 
pañeros, y  en  1233  ésta  se  desmembraba  en  las  tres  provincias  de  San- 
tiago, Castilla  y  Aragón.  El  florecimiento  intelectual  parece  haber  sido 
más  intenso  en  la  primera  durante  el  siglo  xui ;  pero  durante  los  si- 
glos xiv  y  xv  la  primacía  cultural  se  ha  desplazado  al  convento  de  San 
Francisco,  en  Salamanca,  y  al  de  San  Nicolás,  en  Barcelona,  donde  ra- 
dicaba el  studium  solemne  de  la  provincia  respectiva.  La  carrera  esco- 
lar se  perfeccionaba  asimismo  en  los  tres  grados  de  artes,  filosofía  y 
teología;  se  terminaba  en  la  Universidad  de  París  o,  preferentemente, 
en  las  de  Oxford  y  Cambridge,  a  donde  afluyeron  en  gran  número  los 
franciscanos  españoles.  Hasta  1421  no  les  fué  dado  obtener  el  magis- 
terio en  teología  en  ninguna  otra  Universidad ;  el  Capítulo  general  de  este 
año  lo  autorizó  en  cinco  más,  y  el  de  1437  aumentó  su  número  hasta  t6. 
En  la  lucha  entablada  en  el  seno  de  la  Orden  en  pro  o  en  contra  de 
los  estudias,  las  provincias  españolas  se  declararon  francamente  favo- 
rables al  cultivo  no  sólo  de  la  teología,  sino  de  las  ciencias  profanas 
reputadas  preliminares  (127).  En  el  capítulo  general  de  la  Orden  cele- 
brado en  Barcelona  en  1451  la  tendencia  intelectual  prevaleció  y  fueron 
elaborados  unos  excelentes  Statuta  a  propósito  de  las  escuelas  conven- 


(126)  Deniflc,  en  el  citado  "Archiv",  vol.  III,  págs.  645-6?o. 

(127)  H.  Felder  de  Lucerne:  Les  eludes  dans  l'ordre  des  Capucins  au  premier  siécle 
de  son  histoire.  I.  Les  études  dans  l'Ordre  franciscain  a  l'époque  qui  précéde  immédia- 
tement  la  reforme  capucine.  "Estudis  Franciscans"  (Barcelona),  vol.  41,  iQ2Q,  pági- 
nas 203-216. 


67 


tuales,  de  los  libros  y  de  las  bibliotecas,  que  se  han  mantenido  en  vigor 
durante  siglos  (128). 

Sobre  la  organización  escolar  de  dominicos  y  franciscanos  calcaron 
la  suya  más  tarde  otras  Ordenes  religiosas,  en  especial  los  agustino- 
carmelitas  (129) ;  huelga,  por  tanto,  insistir  sobre  el  tema.  En  lugar 
oportuno  citaremos  algunas  figuras  de  pensadores  españoles  pertenecien- 
tes a  ellas  (130). 

He  aquí  los  moldes  en  los  que  se  configuró  la  vida  filosófica  de  Es- 
paña en  los  siglos  xiii,  xiv  y  xv.  Los  capítulos  que  seguirán  no  harán 
sino  describir  el  desenvolvimiento  de  esa  vida  a  través  de  sus  figuras 
y  direcciones  más  representativas.  Antes,  empero,  conviene  añadir  unas 
páginas  de  información  sobre  el  material  filosófico  de  que  se  pudo  echar 
mano  por  aquellos  hombres  y  en  aquellos  tiempos  en  las  bibliotecas  a 
su  alcance. 


(128)  Statuta  genemlia  edita  apud  Baránonam,  publicados  por  Howlett  en  "Mo- 
mimenta  Franciscana",  vol.  II,  Londres,  1882,  págs.  90  y  sgtes. 

(129)  Fr.  Bartholomaeus  M.  Xiberta:  De  institutis  Ordinis  Carmelitarum  quae  ad 
doctrinas  philosophorum  et  theologorum  sequendas  pertinent.  Romae,  1929. 

(130)  Véase,  más  adelante,  el  capítulo  sobre  "La  Escolástica  en  el  siglo  xrv" 


CAPITULO  II 


LAS  BIBLIOTECAS  ESPAÑOLAS  DE  LA  EDAD  MEDIA 

Importancia  de  este  estudio  para  el  conocimiento  del  progreso  cultural  y  filosó- 
fico.— Fuentes  y  líneas  de  investigación. 

Los  antiguos  centros  de  cultura. — Los  cenobios  y  su  evolución  en  la  Edad  Me- 
dia.— La  Biblioteca  de  Ripoll. — Las  catedrales. — La  Biblioteca  capitular  de 
Toledo. 

Los  nuevos  centros  de  cultura. — Bibliotecas  de  las  Ordenes  mendicantes. — El 
convento  barcelonés  de  Santa  Catalina. — Las  Universidades  y  Colegios. 

Bibliotecas  de  particulares. — Gonzalo  Palomeque. — Arnaldo  de  Vilanova. — En- 
rique de  Villena. — Francisco  Eiximenis. — La  Biblioteca  papal  de  Peñíscola. 

Bibliotecas  cuatrocentistas. — Bibliotecas  reales:  de  Martín  el  Humano,  de  Al- 
fonso V  el  Magnánimo,  de  la  reina  María;  del  príncipe  de  Viana,  del  con- 
destable de  Portugal;  de  Isabel  la  Católica. — Bibliotecas  nobiliarias:  del  mar- 
qués de  Santillana.  del  duque  de  Béjar.  del  conde  de  Benavente. 

i.  Acabamos  de  señalar  en  las  instituciones  escolares  los  órganos 
para  el  ejercicio  de  la  actividad  intelectual!,  o  por  mejor  decir,  los  ins- 
trumentos para  la  adquisición  y  transmisión  del  saber.  Pero  el  conte- 
nido mismo  del  saber,  esto  es.  la  suma  de  los  conocimientos,  se  crea 
por  el  esfuerzo  humano  acumulado  y  se  conserva  por  tradición  oral  y 
escrita.  La  función  creadora  distingue  los  pensadores  eminentes,  cuyo 
estudio  singular  constituye  el  tejido  principal  de  la  presente  Historia. 
La  tradición  científica  se  transmite,  en  su  forma  oral,  en  la  comunica- 
ción de  maestros  a  escobares,  y  en  su  forma  escrita,  a  través  de  los  tex- 
tos. En  el  desarrollo  intelectual  de  la  Edad  Media  la  función  creadora 
ha  quedado  siempre  en  un  nivel  inferior  a  la  asimilación  de  los  cono- 
cimientos, y,  en  ningún  momento,  el  valor  de  originalidad  de  un  autor, 
de  una  enseñanza  o  de  una  obra  ha  superado  en  la  estimación  colectiva 
su  valor  tradicional.  De  aquí  que,  para  apreciar  la  intensidad  de  la  vida 
filosófica  jen  un  determinado  período,  y  más  si  se  trata  de  la  Edad  Me- 
dia, no  baste  con  registrar  las  creaciones  de  sus  más  originales  pensa- 
dores, sino  que  precise  describir  también  el  acervo  de  las  doctrinas  que, 
a  través  de  las  enseñanzas  y  de  los  libros,  se  transmiten  de  unas  a  otras 


-  69  - 


generaciones  a  título  de  patrimonio  universal.  La  tradición  científica  me- 
dieval se  vincula  básicamente  a  los  textos,  toda  vez  que  la  enseñanza 
consistió,  en  cualquier  tiempo  y  en  cualquier  grado,  en  la  lectura  de  un 
texto  dado  con  la  añadidura  de  meras  glosas,  comentarios  o  cuestiones. 
Salta  a  la  vista  en  seguida  la  importancia  que  para  el  conocimiento  de 
la  cultura  filosófica  en  la  Edad  Media  ofrece  la  averiguación  del  caudal 
de  sus  libros  y  de  sus  bibliotecas. 

Esta  averiguación  debiéramos  tal  vez  proseguirla  en  dos  sentidos, 
ateniéndonos,  por  una  parte,  a  la  difusión  geográfica,  y  por  otra,  al  acre- 
centamiento histórico  de  dicha  cultura.  Cada  vez  que  ha  sido  fundado 
un  monasterio  o  ha  sido  abierto  un  Estudio,  uno  de  sus  prinneros  cui- 
dados ha  consistido  en  proveerse  de  manuscritos  en  cantidad  suficiente 
a  cubrir  sus  mínimas  exigencias  de  vida  'espiritual.  Con  sólo  tener  en 
cuenta  que  durante  los  siglos  ix  al  xi  han  sido  fundados  en  España 
más  de  quinientos  monasterios  y  que  a  partir  del  siglo  xiii  se  ha  in- 
tensificado la  creación  -de  escuelas  seculares  o  conventuales,  se  compren- 
derá qué  proporciones  tan  cuantiosas  debe  'haber  alcanzado  entonces  la 
difusión  de  manuscritos.  El  hecho,  sin  embargo,  carece  de  interés  en 
una  investigación  de  la  cultura  filosófica,  ya  que  ésta  tan  sólo  ha  prendido 
y  arraigado  en  un  número  relativamente  escaso  de  cenobios  y  de  es- 
cuelas que  se  han  puesto  a  la  cabeza  del  movimiento  intelectual.  La  his- 
toria de  tales  centros,  en  especial  los  sucesivos  inventarios,  acaso  con- 
servados,  de  sus  bibliotecas  respectivas,  constituyen  las  fuentes  más  va- 
liosas de  información  que  es  dable  hoy  utilizar.  Desgraciadamente,  al- 
gunos de  éstos  elementos  se  han  perdido  y  muchos  yacen  ignorados  bajo 
el  polvo  de  los  archivos,  en  espera  de  que  la  erudición  histórica  los- sa- 
que a  luz. 

Los  libros  han  sido,  en  la  Edad  Media,  un  material  costoso  por  su 
rareza,  que  los  hacia  difícilmente  asequibles.  Cada  comunidad  se  procu- 
raba los  más  indispensables,  según  el  nivel  que  alcanzaba  su  vida  espi- 
ritual. En  las  iglesias  y  cenobios  el  primitivo  fondo  de  manuscritos  es- 
tuvo integrado  por  libros  religiosos:  los  de  rezo  (psalterio,  antifonario, 
evangeliario,  etc.)  y  de  ceremonial,  a  los  que  pronto  se  añadieron  libros 
bíblicos  y  de  antiguos  escritores  eclesiásticos  (San  Ambrosio,  San  Agus- 
tín, etc.)  (i) ;  se  guardaban  -en  el  coro,  en  la  sacristía  u  otro  lugar  del 
edificio,  a  disposición  de  quien  los  necesitare,  y  se  adquirían  por  com- 
pra, donación  o  trueque,  de  los  conventos  e  iglesias  principales,  que  re- 


ír) R.  Beer:  Hatulschriftenschdtze  Spaniens,  Viena,  1894;  Einleitung,  págs,  18  y  si- 
guientes. 


7o  — 


producían  dos  ejemplares  en  sus  scriptorium.  Las  investigaciones  de 
R.  Beer  y  las  más  recientes  de  otros  eruditos  han  proyectado  bastante 
luz  sobre  la  actividad  de  los  scriptorium  radicados  en  la  Marca  Hispá- 
nica durante  (la  época  carolingia:  Ripoll,  Vich,  Montserrat,  Seo  de  Ur- 
gel,  etc.  El  armario  — theca —  reservado  para  los  libros  — bibloi —  en 
las  sacristías  vio  así  crecer  su  tesoro  en  las  iglesias  más  prósperas.  No 
tardó  ese  tesoro  en  aumentar  con  la  aparición  de  un  nuevo  género  de 
libros :  los  textos  de  -enseñanza  de  la  escuela  claustrall.  Con  el  tiempo, 
en  las  catedrales  y  conventos  más  cultos  e|l  fondo  de  los  libros  utiliza- 
dos en  la  enseñanza  llegó  a  ser  tan  copioso,  que  él  armario  no  pudo  al- 
bergarlos, y  hubo  que  pensar  en  construir  una  habitación  para  guarda 
y  manejo  de  los  libros  del  Estudio.  Hasta  nosotros  han  llegado  intere- 
santes testimonios  de  esas  primeras  construcciones  de  bibliotecas  me- 
dievales, no  sólo  en  las  nacientes  Universidades,  sino  además  en  cen- 
tros ( conventuales  como  Santa  Catalina  de  Barcelona  o  Santa  María 
de  Poblet. 

2.  El  caudal  filosófico  de  1/as  más  ,antiguas  bibliotecas  medievales 
se  constituye  inicialmente  a  base  de  dos  grupos  de  manuscritos :  los  tex- 
tos de  (lógica  manejados  en  la  Escuela  de  Artes  y  un  corto  número  de 
obras  patrísticas  utilizadas  para  la  exégesis  v  comentario  de  las  Sagra- 
das Escrituras,  en  las  que  se  involucran  a  menudo  conceptos  y  doctrinas 
filosóficos.  Integran  el  primer  grupo,  casi  invariablemente,  el  Comenta- 
rio de  Porfirio  a  las  cinco  voces  y  algunas  obras  lógicas  de  Boecio ;  el 
segundo  suele  incluir,  en  los  monasterios  y  catedrales  españoles,  obras 
de  San  Gregorio  el  Grande,  de  San  Isidoro  — especialmente  las  Etimo- 
logías y  el  De  summo  bono — ,  de  sus  discípulos  españoles  (Tajón,  San 
Braulio,  etc.)  y  de  otros  enciclopedistas  (Beda,  Rábano  Mauro,  Casio- 
doro,  etc.),  a  todos  los  cuales  aventaja  en  importancia  San  'Agustín  por 
el  elenco  variado  de  sus  escritos,  de  muy  desigual  repartición  (2).  El  pri- 
mer grupo  falta  en  aquellos  centros  eclesiásticos,  en  cuyas  enseñanzas 
no  está  completo  el  ciclo  de  las  artes  liberales. 

Hasta  el  siglo  xn  el  enriquecimiento  progresivo  de  las  bibliotecas 
monásticas  y  catedralicias  españolas  tuvo  lugar  en  un  sentido  más  bien 
cuantitativo ;  se  multiplicaban  los  ejemplares  de  un  mismo  texto  para 
mayor  comodidad  de  los  estudiantes,  se  adquirían  nuevas  obras  de  un 
Santo  Padre  ya  conocido     -San  Agustín,  pongamos  por  caso—  o  se  ve- 

(2)  M.  Grabmann:  Geschichte  der  scholastischen  Methade,  Band  II,  Freiburg,  191 1; 
véase  el  cap.  III  de  la  parte  general:  "Die  Bibliothek  der  Scholastiker  des  12.  Jahr- 
hunderts." 


71 


nía  en  conocimiento  de  un  nuevo  autor  patrístieo  de  ideología  funda- 
mentalmente parecida  a  la  de  los  demás.  La  cultura  dialéctica  y  pa- 
trística iba  cobrando  nuevos  matices,  sin  rebasar  sus  cuadros  tradicio- 
nales. Pero  en  el  siglo  xn,  España  se  siente  agitada  por  convulsiones 
fecundas  que  presagian  nuevos  acontecimientos  culturales,  y  desde  en- 
tonces afluyen  a  nuestras  bibliotecas  primeramente  obras  orientales,  bien 
sea  en  su  texto  original  o  en  versiones  hebreas  y  /latinas  y  aun  roman- 
ceadas, y  más  tarde  Jas  producciones  de  la  cultura  eclesiástico-europea 
procedentes  de  Francia,  de  Italia  o  de  Inglaterra.  Al  cabo  de  otros  dos 
siglos,  una  nueva  convulsión  intelectual  estremece  todo  Europa,  y  des- 
de Italia,  unas  velces  directamente  y  otras  a  través  de  Francia,  llegan 
a  nuestro  país  las  primeras  manifestaciones  escritas  del  Renacimiento. 

En  otro  aspecto,  ila  creciente  secularización  de  ¡la  cultura  desde  el 
siglo  xiii  trae  por  consecuencia  ¡la  formación  de  bibliotecas  en  las  Uni- 
versiídades  y  Estudios  locales,  en  las  que  adquiere  preponderancia  el 
fondo  de  obras  teológicas,  filosóficas  o  meramente  (científicas.  Con  la 
mayor  profusión  de  manuscritos,  hasta  algunos  particulares  se  atreven 
a  formar  su  propia  biblioteca  para  finalidades  profesionailes  o  de  estu- 
dio; entre  ellos  sobresalen  obispos,  canónigos  y  clérigos  ilustres,  a  los 
que  se  añaden  luego  personajes  laicos  tocados  de  la  afición  al  saber 
científico  o  a  la  bella  literatura.  Entre  estas  bibliotecas  particulares  cabe 
contar  las  de  uso  personal  de  los  reyes  y  las  formadas,  a  imitación 
suya,  por  los  grandes  señores  (3).  La  casa  reail  de  Aragón,  en  la  que 
el  amor  a  los  libros  ^constituyó  una  tradición  de  familia,  llegó  a  poseer 
en  el  siglo  xv  una  espléndida  biblioteca,  y  no  son  menos  dignas  de  men- 
ción las  coleccionadas  en  este  mismo  siglo  por  los  nobles  castellano, 
contagiados  de  la  bibliofilia  renacentista. 

3.  Ninguna  biblioteca  de  la  Edad  Média  española  ha  tenido,  hasta 
ahora,  la  fortuna  de  contar  con  un  historiador  tan  atildado  como  e! 
que  el  antiguo  cenobio  de  Ripoll  ha  encontrado  en  R.  Beer  (4).  Gra- 
cias a  sus  fundamentales  investigaciones  es  hoy  posible  reconstruir  en 
gran  parte  el  proceso  que  ha  seguido  la  forma/ción  de  aquella  bibliote- 


(3)  R.  Beer,  obra  citada,  págs.  31-35. 

(4)  R.  Beer:  Die  Handschriften  des  Klosters  Santa  María  de  Ripoll.  Viena,  1907. 
Hay  traducción  catalana  por  el  Sr.  Barnils  y  Giol;  Barcelona,  1910. 

Véase,  sobre  el  mismo  asunto,  la  publicación  del  P.  Zacarías  García  Villada:  Biblio^ 
theca  Patrum  Latinorum  Hispaniensis,  II.  Band,  Viena,  1915. 

Sobre  el  estado  actual  de  los  manuscritos  del  antiguo  cenobio  de  Ripoll,  véase 
F.  Valls  y  Taberner:  Códices  manuscritos  de  Ripoll,  en  la  "Revista  de  Archivos,  Bi- 
bliotecas y  Museos",  Madrid,  193 1,  págs.  5-15  y  139-175. 


—  72  — 

ca,  la  más  rica  en  España  hasta  el  siglo  xn.  El  año  957  constaba  sola- 
mente de  53  códices,  en  su  mayoría  textos  bíblicos  y  manuscritos  li- 
túrgicos, con  alguna  que  otra  obra  de  ¡los  Santos  Padres ;  ni  un  solo? 
libro  era  apto  para  el  estudio  de  las  artes  liberales.  El  inventario  del 
año  1046  registra  ya  192  códices ;  en  él  figura  una  abundante  repre- 
sentación de  obras  patrísticas,  además  de  unos  46  códices  para  la  en- 
señanza de  las  artes  liberales  (5),  entre  ellos  un  texto  griego  de  Por- 
firio, dos  códices  de  la  Ysagoge  en  latín,  las  Categorías  y  el  Periher- 
meneias  y  un  comentario  de  Boecio  a  los  textos  de  Aristóteles.  El  mo- 
mento inicial  de  tan  interesantes  adquisiciones  hechas  en  el  trans- 
curso de  un  siglo  parece  coincidir  poco  más  o  menos  con  la  venida 
de  Gerberto  a  España  en  967.  Aun  cuando  el  monasterio  de  Ripoll 
pierde  su  primacía  en  el  siglo  xn  al  entroncarse  la  casa  -condal  de  Bar- 
celona con  la  estirpe  real  aragonesa,  la  biblioteca  sigue  enriqueciéndose 
con  nuevas  adquisiciones.  En  el  siglo  xm  afluyen  a  Ripoll  obras  mé- 
dicas traídas  de  Salerno,  obras  jurídicas  procedentes  de  Bolonia,  obras 
teológicas  asimismo  de  factura  italiana,  como  el  Libcr  sententiarum,  de 
Pedro  Lombardo,  con  el  comentario  de  San  Buenaventura  a  los  libros 
segundo  v  tercero,  que  ingresaron  en  julio  de  1238,  y  el  De  anima,  ác 
Santo  Tomás  de  Aquino.  En  el  siglo  xiv  las  adquisiciones  de  obras  teo- 
lógicas y  filosóficas  se  cuentan  en  gran  número;  entre  ellas  encontni 
mos  la  Summa  theologica  y  el  De  fide  catholica,  de  Santo  Tomás ;  los. 
comentarios  al  Libro  de  las  Sentencias,  de  Ricardo  de  Mediavilla  y 
Juan  Duns  Scot,  el  comentario  de  Santo  Tomás  al  aristotélico  De  ani- 
ma, sin  mencionar  un  nutrido  grupo  de  obras  de  filosofía  práctica.  En 
este  siglo  fué  adquirida  una  espléndida  colección  lde  textos  escolares  de 
lógica  y  de  filosofía,  a  cuya  cabeza  figuran  las  Summulas,  de  Pedro 
Hispano;  un  comentario  anónimo  a  las  mismas,  con  los  Sophismata,  de 
Alberto  de  Sajonia;  la  Summa  sophis'matum  Magistri  Matthaei  Aure- 
lianensis;  el  De  sensu  composito  et  diviso,  de  Guillermo  Hentisberus ; 
las  obras  del  lógico  inglés  Strode;  todos  los  libros  del  Organon  aris- 
totélico,  además  de  la  Metafísica,  los  Parva  naturalia,  el  De  generatio- 
ne,  el  De  animalibus,  la  Physingnomica  y  otros  más ;  el  Super  libro 
elenchorum,  de  Gil  de  Colonna  (Egídio  Romano) ;  el  tratado  sobre  Por- 
firio del  maestro  Bernardo  de  Sanciza,  las  glosas  de  Guillermo  de  Au- 
vergne  a  los  Primeros  Analíticos,  etc.  En  el  siglo  xv  ingresan  tres  nú- 
cleos de  libros  de  distinto  carácter :  por  un  lado,  obras  místicas  de  Hugo 


(5)  Cf.  A.  Bonilla  y  Sanmartín  :  Historia  de  la  Filosofía  española,  I,  Madrid,  iqc¿ 
página  247,  nota  3;  y  pág.  307,  nota  3. 


—  73  - 


de  San  Víctor,  San  Bernardo,  San  Buenaventura  y  algunas  anónimas 
por  otro,  manuscritos  renacentistas,  como  el  Líber  vitae  solitariae,  del. 
Petrarca;  los  Proverbios,  de  Séneca;  el  De  Officiis,  de  Cicerón,  y  otra 
buena  colección  de  textos  aristotélicos  latinos ;  y  finalmente,  obras  es- 
critas o  vertidas  en  romance,  colmo  el  Libre  de  la  intenció  y  el  Dictat 
de  Ramón,  ambos  Míanos ;  la  Doctrina  compendiosa,  de  Eiximenis ;  el 
texto  cataflán  del  boeciano  De  consolatione ,  los  cuatro  libros  de  los  Diá- 
logos, de  San  Gregorio,  en  su  traducción  lemosina,  y,  por  excepción, 
una  versión  castellana  de  las  Eticas,  de  Aristóteles,  que  los  catálogos 
dan  por  anónima,  y  parece  coincidir,  no  con  la  que  a  mediados  de  si- 
glo hiciera  e!l  príncipe  de  Viana,  sino  con  otra  anterior,  que  fué  luego 
impresa  en  Sevilla  en  1493. 

Si  hemos  expuesto  con  alguna  minuciosidad  las  sucesivas  aportacio- 
nes con  las  que  la  biblioteca  de  Ripoll  se  fué  enriqueciendo  a  lo  largo 
de  la  Edad  Media,  es  porque  de  ninguna  otra  biblioteca  española  han 
sido  publicados  tantos  datos  ni  cabe  reconstruir  tan  completamente  la 
historia  (6).  De  las  demás  bibliotecas  nos  son  conocidos,  a  lo  sumo,  uno 
o  más  inventarios,  que  reflejan,  como  en  proyección  instantánea,  la  am- 
plitud de  la  cultura  en  un  lugar  y  en  un  mohiento  determinado,  a  ve- 
ces muy  fragmentariamente.  No  por  esto  tales  inventarios  son  menos 
dignos  de  mención  y  de  estudio,  toda  vez  que  su  conjunto  ayuda  a  di- 
bujar con  trazos  firmes  los  progresos  realizados  durante  los  siglos  me- 
dios por  España  en  d  orden  de  la  cultura  filosófica. 

Para  darse  cuenta  de  la  riqueza  de  Ripoll  en  materia  de  códices 
basta  compararle  con  cualquier  otro  cenobio  español  de  vida  floreciente 
en  la  misma  época.  El  monasterio  de  Santo  Domingo  de  Silos,  por 
ejemplo  (7),  alineaba  en  el  siglo  xiii  nada  más  105  libros  manuscritos 
en  su  biblioteca.  En  el  fondo  de  libros  patrísticos  figuraban  las  Etimo- 
logías y  el  Contra  Judaeos,  de  San  Isidoro,  una  obra  de  San  Leandro, 
los  Diálogos  de  San  Gregorio,  en  doble  ejemplar,  los  cuatro  libros  de 
las  Sentencias,  el  Liber  de  Fide  y  una  obra  innominada  de  teología  cuyo 
primer  capítulo  trataba  de  la  Trinidad.  El  fondo  profano  incluía  dé 
45  a  50  piezas,  cifra  elevada  para  su  época,  y  en  él,  mezclados  con  otros 
libros  gramaticales  y  de  retórica,  aparecen  el  Liber  interpretationum,  de 


(6)  Sobre  la  importancia  de  algunos  códices  filosóficos  de  la  biblioteca  de  Ripoll, 
véase  a  M.  Grabmann:  Mittelalterliche  lateinische  Aristotelesübersetzungen  und  Aristo- 
ieleskommentare  in  Handsckriften  spc.nischer  Bibliotheken,  München,  1028;  y,  del  mis- 
mo autor,  Der  lateinische  Averroismus  des  XIII.  Jahrhunderts,  München,  193 1,  pági- 
nas 76-77. 

(7)  M.  Férotin:  Histoire  de  l'Abbaye  de  Silos.  París,  1897,  págs.  257  y  sgtes. 


;  ; 

Aristóteles ;  el  Libcr  Boecii  y  una  Sophisteria  de  lógica,  además  del  Lu- 
cidario  y  el  boeciano  De  consolatione.  El  monasterio  de  San  Salvador 
de  Oña  poseía  ya  en  el  siglo  xn  132  códices,  pero  tanto  el  fondo  pa- 
trístico  como  el  profano  resultan  extraordinariamente  pobres;  en  aquél 
destacan  las  Morales  y  los  Diálogos,  de  San  Gregorio;  las  Etimologías 
y  el  De  summo  bono,  de  San  Isidoro;  el  De  civitate  Dei  y  el  De  doc- 
trina christiana,  de  San  Agustín,  con  alguno  más  difícil  de  identificar; 
de  éste,  que  comprende  30  piezas,  no  hay  ni  un  solo  número  referente 
a  'libros  de  lógica,  lo  cual  permite  sospechar  que  la  enseñanza  del  tri- 
vium  no  se  daba  aún  completa  allí  en  dicho  siglo  (8).  Probablemente 
hasta  el  siglo  xm  los  estudios  filosóficos  no  fueron  implantados  en  mu- 
chos monasterios,  pues  las  noticias  conservadas  del  xn  raras  veces  alu- 
den a  textos  de  esta  índole;  ya  en  el  xm  estos  textos  se  mencionan  tan- 
to en  los  inventarios  como  en  las  cédulas  de  compra  o  en  las  notas  de 
préstamos.  Para  muestra  citaremos  que  en  una  lista  de  quince  obras 
prestadas  a  Alfonso  el  Sabio  por  el  convento  de  Santa  María  de  Nájera 
no  falta  el  indispensable  Boecio  Sobre  los  diez  predicamentos  al  lado  del 
De  consolación  y  del  comento  ciceroniano  sobre  el  Sueño  de  Scipión  (9). 

La  irradiación  cultural  de  Ri'poll  en  Cataluña  fué  considerable,  y 
entre  sus  manifestaciones  de  mayor  relieve  cabe  anotar  la  fundación 
del  monasterio  de  Santa  María,  en  las  montañas  de  Montserrat,  por 
monjes  ripolleses,  en  el  siglo  xi.  A  raíz  de  la  fundación,  la  nueva  co- 
munidad poseyó  unos  25  códices,  que  el  abad  de  Ripoll  había  encarga- 
do a  su  scriptorium  para  mandarlos  a  la  naciente  sucursal,  y,  a  pesar 
del  reducido  número  de  la  lista,  no  faltaban  en  ella  las  consabidas  obras 
de  San  Gregorio,  San  Agustín  y  el  Venerable  Beda,  por  un  lado,  ni, 
por  otro,  las  obras  lógicas  de  Porfirio,  Boecio  y  Aristóteles  fio). 

4.  Como  vemos,  en  las  bibliotecas  de  las  comunidades  monacales 
se  repiten  poco  más  o  menos  los  mismos  nombres  de  autores  y  los  mis- 
mos títulos  de  obras,  y  esta  coincidencia  no  puede  menos  de  acusar  unas 
directivas  idénticas  en  la  formación  cultural.  Las  precarias  noticias  que 
han  visto  la  luz  acerca  de  la  actividad  intelectual  en  las  escuelas  cate- 
dralicias convergen  a  un  igual  resultado.  Desgraciadamente,  las  anti- 
guas colecciones  de  códices  que  atesoraron  las  catedrales  españolas  se 
han  perdido  totalmente  (Compostela,  Oviedo)  o  en  buena  parte  (León), 


(8)  R.  Beer:  Handschriftenschátze  Spaniens,  págs.  309-370. 

(9)  Idem,  ibid.,  pág.  367. 

(10)  Dom  Anselm  M.a  Albareda:  El  llibre  a  Montserrat  (Del  segle  xi  al  segle  xix). 
Montserrat,  193 1. 


-  75 


y  las  conservadas  resultan  de  difícil  acceso  y  estudio  para  el  investiga- 
dor (Barcelona).  En  el  caso  mejor,  faltan  noticias  bastantes  a  recons- 
truir su  historia.  Citaremos  el  caso,  típico,  de  la  Biblioteca  capitular  de 
Toledo,  que  debió  figurar  entre  las  más  importantes  de  la  Edad  Media. 
El  fondo  antiguo  parece  disperso,  pues  la  base  de  <la  actual  colección 
resulta  ser  la  librería  donada  al  Cabildo  por  el  arzobispo  Pedro  Teno- 
rio en  el  siglo  xiv ;  aun  así,  su  primer  catálogo  conocido  no  se  remonta 
más  que  al  año  1455  (11).  De  los  manuscritos  anteriores  al  siglo  xiv 
a  duras  penas  cabe  identificar  unos  pocos  que  contienen  obras  patrísti- 
cas, manuales  de  gramática  y  textos  clásicos  para  la  enseñanza  del  la- 
tín y,  sobre  todo,  versiones  de  obras  arábigas  y  originales  de  autores 
toledanos  del  siglo  xiii.  Merecen  ser  mencionadas:  la  traducción  del 
apócrifo  C 'entilo quium,  de  Tolomeo,  por  Hugo  de  Santalla,  dedicada  al 
arzobispo  de  Tarragona;  la  de  una  obra  astrológica  de  Ali  ben  Acha- 
met  Embrani,  realizada  en  1124,  en  Barcelona,  por  un  judío  español 
de  nombre  Abraham ;  varias  traducciones  y  una  obra  original  de  Juan 
Hispalense;  la  traducción  de  un  comentario  árabe  a  la  Etica  nicoma- 
quea,  fechada  en  1240;  las  traducciones  del  Almagesto,  de  Tolomeo,  y 
de  un  comentario  árabe  aJl  mismo,  hechas  en  Toledo  por  Gerardo  de 
Cremona;  un  códice  misceláneo  con  obras  de  geometría  originales  de 
Euclides,  Teodosio,  el  árabe  Ameto  y  otras  anónimas,  vertidas  también 
en  latín  (12);  un  libro  de  astrología  judiciaria,  compuesto  con  fragmen- 
tos entresacados  de  varios  autores,  y  un  tratado  De  intellectu  humano 
et  de  creatione  mundi,  dedicado  al  arzobispo  de  Toledo  por  su  autor, 
G.  Alvaro,  un  toledano  que  debió  actuar  en  íntimo  contacto  con  la  Es- 
cuela de  Traductores  (13). 

En  la  Corona  de  Aragón,  en  cambio,  las  escuelas  catedrales  se  mues- 
tran más  sensibles  a  las  nuevas  corrientes  teológicas  aparecidas  en  Eu- 
ropa durante  los  siglos  xiii  y  xiv,  que  se  infiltran  poco  a  poco  en  el 
contenido  tradicional  de  las  enseñanzas  eclesiásticas.  La  catedral  de 
Vich,  cuya  escuela  floreció  bajo  la  égida  cultural  de  Ripoll,  poseía  ya 
en  el  siglo  xn  un  caudal  patrístico  considerable,  en  el  que  figuran 
los  Soliloquios,  las  Homilías  y  las  Epístolas,  de  San  Agustín;  las 

(11)  Inserto  en  la  "Revista  de  Archivos,  Bibliotecas  y  Museos",  VII,  1877,  pá- 
ginas 321  y  sgtes. 

(12)  José  M.a  Octavio  de  Toledo:  Catálogo  de  la  librería  del  Cabildo  Toledano.  Ma- 
drid, 1903;  números  1,  2,  13,  124,  286,  335,  336  y  400  de  la  sección  de  manuscritos. 
Vid.  A.  Bonilla  y  Sanmartín:  Historia  de  la  Filosofía  española,  I,  Madrid,  1908,  pági- 
nas 321,  nota  1;  363,  notas  2  y  3,  y  369-370,  nota  1. 

(13)  A  este  Alvaro  son  debidos  los  escolios  que  exornan  los  varios  tratados  cientí- 
ficos contenidos  en  el  códice  124  de  los  descritos  por  Octavio  de  Toledo. 


Morales,  los  Diálogos  y  obras  menores  de  San  Gregorio;  obras  de 
Orígenes,  de  San  Atanasio,  de  San  Isidoro,  de  San  Fulgencio  y  de  Al- 
cuino  ;  y  en  los  siglos  xiii  al  xv  adquirió  un  escogido  repertorio  de  ma- 
nuscritos de  teología  dogmática  y  mística  de  autores,  como  Pedro  Lom- 
bardo, Santo  Tomás  de  Aquino,  San  Buenaventura,  Hugo  de  San  Víc- 
tor, Pedro  de  Tarantasia,  Hervé  Nedelec,  Hugo  de  Ripa,  el  cartujano 
Landuilfo,  etc.  (14).  De  la  catedral  de  Valencia  desconocemos  los  catá- 
logos anteriores  al  siglo  xv;  pero  consta  que  en  1356  un  canónigo  de  su 
cabildo  adquirió  un  buen  lote  de  libros  procedentes  de  Aviñón,  en  su 
mayoría  jurídicos,  con  otros  de  teología,  como  el  Libro  de  las  Senten- 
cias, unos  Comentarios  a  él,  unas  Distinciones  escritas  por  un  fraile, 
cuyo  nombre  no  se  cita;  la  Summa  Theologica,  de  Santo  Tomás  de 
Aquino ;  el  De  articulis  fidei,  el  De  virtutibus  et  vitiis,  la  Summa  de 
San  Ramón  de  Peñafort.  las  Morales  y  los  Diálogos  de  San  Gregorio, 
un  libro  innominado  de  teología,  obras  de  San  Bernardo  y  un  De  regi- 
mine  principum.  Es  de  creer  que  esta  compra  tan  extraordinaria  res- 
pondería al  propósito  de  sentar  la  enseñanza  de  la  teología  sobre  bases 
más  amplias  (15). 

5.  El  vehículo  más  eficaz  para  la  infiltración  de  las  nuevas  tenden- 
cias teológico-filosóficas  lo  constituyeron,  sin  duda,  las  escuelas  conven- 
tuales fundadas  por  las  Ordenes  mendicantes.  Es  sorprendente  que,  ha- 
cia 1250,  fuese  ya  utilizada  en  el  convento  barcelonés  de  Santa  Cata- 
lina la  Summa  del  franciscano  Alejandro  de  Halés,  texto  oficial  enton- 
ces en  la  Sorbona,  y  juntamente  la  Lectura  sobre  las  Sentencias  del 
famoso  maestro  parisién  Fr.  Juan  Pointeláne  (Johannes  Pungens-Asi- 
num)  (16).  En  1256  Arnaldo  de  Sagarra,  que  había  seguido  en  Colonia 
las  lecciones  de  Alberto  Magno,  con  el  precio  sacado  de  una  Biblia  com- 
pró para  su  convento  varias  obras  de  teología,  y  entre  ellas  (ttotum 
scriptum  fratris  Alberti,  magistri  nostri,  super  sententias,}  (17).  Casi  a 
raíz  de  su  aparición  fueron  conocidos  en  el  convento  de  Barcelona  los 
Sermones  de  Sanctis,  los  cuatro  volúmenes  del  Comentario  a  las  Sen- 
tencias y  las  Cuestiones  disputadas  De  Veritate,  de  Santo  Tomás  de 

(14)  R.  Beer:  Handschriftensckatze  Spaniens,  págs.  545-552. 

(15)  J.  Sanchís  Sivera:  Bibliología  valenciana  medieval,  en  "Anales  del  Centro  de 
Cultura  Valenciana",  III,  1930,  págs.  84-86. 

(16)  André  Callebaut:  La  Somme  d'Alexandre  de  Halés  chez  les  Dominicains  de 
Barcelone  et  de  Pise  vers  la  moitié  du  XIII  siécle,  en  "Archivum  Franciscanum  Histo- 
ricum",  XIX,  1926,  págs.  201-205. 

(17)  H.  Denifle:  Quellen  zur  Gelekrtengeschickte  der  Predigerordens  im  13.  und  14. 
Jahrhundert,  en  "Archiv  für  Literatur-  und  Kirchengeschichte  des  Mittelalters"  II,  pá- 
ginas 202-203  y  241-248. 


-  :7  - 


Aquino,  así  como  otro  Comentario  del  franciscano  Otto  Rigaldi.  A  me- 
diados del  siglo  xiii,  en  la  Escuela  de  Artes  del  convento,  se  leían,  ade- 
más de  la  lógica  vetus  y  nova,  comentarios  modernísimos  a  la  lógica 
como  el  del  maestro  oxoniense  Roberto  Grosseteste,  los  libri  naturales 
aristotélicos  y  la  Summa  de  anima  de  Alberto  Magno.  Bastan  estos  po- 
cos datos  para  convencerse  de  que  el  nivel  de  las  enseñanzas  on  la  jo- 
ven fundación  barcelonesa  no  desdecía  del  de  las  mejores  instituciones 
escolares  europeas.  Ni  eran  olvidadas  las  producciones  de  la  escolásr 
tica  anterior;  juntamente  con  las  lecciones  teológicas  de  Alberto  Mag- 
no, Arnaldo  de  Sagarra  adquirió  un  volumen  en  el  que  estaban  transcri- 
tas de  los  textos  originales  obras  de  San  Juan  Damasceno,  de  San  Ansel- 
mo, del  Pseudo  Dionisio  Aeropagita  y  de  otros  autores  (et  quaedam 
alia).  En  la  segunda  mitad  del  siglo  xiii  fueron  divulgadas  en  Bar- 
celona la  Summa  contra  Gentes  y  la  Summa  Theologica,  con  alguna 
otra  obra  de  Santo  Tomás  de  Aquino.  En  'manos  de  los  frailes  del  con- 
vento corrían  asimismo  en  este  siglo  o  en  el  siguiente  algunos  extracT 
tos,  apostillas  y  comentarios  anónimos  al  Libro  de  las  Sentencias,  un 
libro  intitulado  Pharetra,  atribuido  a  San  Buenaventura;  las  Historias 
Escolásticas,  de  Pierre  le  Mangeur,  y  las  Praelectiones  in  librum  Sa~ 
pientiae,  del  dominico  inglés  Roberto  Holkot  (18).  Como  vemos,  en  la 
enseñanza  de  los  Predicadores  de  Santa  Catalina  el  fondo  tradicional 
de  obras  patrísticas  había  sido  reemplazado  por  las  producciones  anti- 
guas y  recientes  de  la  Escolástica. 

Las  noticias  de  este  convento  barcelonés  resultan  tanto  más  valio- 
sas cuanto  que  de  los  demás  conventos  español  es  desconocemos  en  ab- 
soluto la  historia  de  su  biblioteca  en  ¡los  siglos  medios,  como  ocurre  con 
eÜ  convento  franciscano  de  San  Nicolás,  o  poseemos  a  lo  sumo  datos 
muy  fragmentarios,  como  es  el  caso  de  la  mayoría.  Igual  lamentación 
hacemos  extensiva  a  las  bibliotecas  de  nuestras  Universidades  medie- 
vales, como  Salamanca,  Valladolid  y  Lérida,  y  de  los  Colegios  que  les 
estuvieron  incorporados,  como  el  Colegio  Viejo  de  San  Bartolomé  Ma- 
yor, en  Salamanca,  o  el  Colegio  de  Santa  Cruz,  en  Valladolid,  cuyos 
tesoros  bibliográficos  antiguos  fueron  pasto^  de  las  llaímas  o  han  sufri- 
do irreparable  dispersión  a  consecueniciá  de  desastres  bélicos  y  de  ca- 
lamidades políticas.  De  alguna  de  estas  bibliotecas  empieza  a  clarearse 
su  historia  a  partir  del  siglo  xv,  cuando  las  novedades  renacentistas 
afluían  ya  a  España.  Así  la  Universidad  de  Salamanca,  a  la  que  el  Papa 


(18)  Douais:  Les  assignations  des  livres  aux  reügieux  du  couvent  des  Fréres  Pré- 
cheurs  de  Barcelone.  Toulouse,  1803. 


-  78  - 


Benedicto  XIII  ordenaba  en  141 1  la  adquisición  de  las  obras  de  San- 
to Tomás,  de  San  Buenaventura  y  de  los  teólogos  más  recientes,  cons- 
tituyó a  fines  de  dicho  siglo  un  fondo  importantísimo  de  obras  clásicas, 
de  autores  griegos  y  latinos;  más  de  600  adquirió  de  un  solo  golpe  el 
año  1497  por  donación  del  canónigo  toledano  Alonso  Ortiz.  A  este  fon- 
do renacentista  hay  que  añadir  unas  pocas  versiones  e  imitaciones  de 
obras  clásicas  en  romance  castellano  que  iban  ingresando  paralelamen- 
te, como  la  versión  de  Séneca  por  D.  Alonso  de  Cartagena  o  la  anó- 
nima de  San  Gregorio  o  el  Libro  de  las  virtuosas  e  claras  mugeres,  de 
D.  Alvaro  de  Luna  (19).  En  cambio,  en  el  fondo  antiguo  de  obras  do- 
nadas al  Colegio  Viejo  de  San  Bartolomé  Mayor,  de  Salamanca  (20), 
preponderaban  las  de  contenido  teológico  y  filosófico,  al  igual  que  en  las 
bibliotecas  conventuales. 

6.  Mientras  las  bibliotecas  monásticas  y  catedralicias,  por  un  lado, 
y  las  universitarias  y  conventuales,  por  otro,  acogían  de  (preferencia  las 
obras  pertenecientes  a  la  cultura  eclesiástico-latina,  tanto  en  su  caudal 
patrístico  y  teológico  como  en  el  meramente  filosófico,  se  mostraban  por 
lo  común  impermeables  a  las  manifestaciones  de  la  cultura  oriental  y 
a  las  nuevas  producciones  en  romance,  que  lograron  introducirse  en  el 
ambiente  cultural  de  España  a  merced  de  la  iniciativa  individual.  De 
ahí  la  extraordinaria  importancia  que  para  el  conocimiento  de  la  lite- 
ratura nacional  y  de  las  influencias  orientales  reviste  el  estudio  de  las 
bibliotecas  formadas  por  particulares.  Por  lo  mismo,  es  de  lamentar 
vivamente  que  no  estemos  mejor  informados  de  la  biblioteca  de  un  per- 
sonaje central  en  la  cultura  castellana,  como  es  Alfonso  X  el  Sabio.  La 
reconstitución  intentada  por  Amador  de  los  Ríos  (21)  resulta  insufi- 
ciente, porque  se  basa  en  el  análisis  de  las  fuentes  literarias  de  las  obras, 
sin  distinguir  entre  las  citadas  por  manejo  directo  y  las  de  referencia 
a  través  de  otras ;  en  igual  defecto  incurren  los  demás  ensayos  hechos 
hasta  ahora.  De  todos  modos,  cabe  admitir  que  Alfonso  el  Sabio  po- 
seyó una  vasta  cultura  patrística  y  que  por  'lectura  directa  o  por  citas 
conoció  San  Isidoro,  Beda,  Rábano  Mauro,  San  Jerónimo,  Orígenes, 
San  Agustín  y  otros  Santos  Padres.  Menciona  también  la  obra  capital 
de  Pedro  Lombardo.  Además  de  la  Biblia  y  del  Corán,  conoció  la  Mish- 
na,  la  Cábala  y  el  Talmud,  junto  con  algunas  obras  de  exégesis  de  loá 
libros  sagrados  árabes  y  rabínicos.  De  lo  dicho  anteriormente  (22)  se 

(19)  Beer,  obra  citada,  págs.  420-426. 

(20)  Gottlieb:  Vber  die  mittehUerlicke  Bibliotheken,  Leipzig,  1890,  págs.  267-273. 

(21)  Beer,  obra  citada,  págs.  28-30. 

(22)  Véase  el  capítulo  anterior,  §  I,  n.°  p. 


—  79 

colige,  además,  con  visos  de  gran  verosimilitud,  que  estuvo  bastante  bien 
informado  en  la  literatura  ididáctico-moral  y  política,  así  la  divulgada 
desde  los  centros  eclesiásticos  europeos  como  la  asimilada  de  fuentes 
orientales.  El  acoplamiento  de  datos  tan  dispersos  ayuda,  si  no  a  reha- 
cer, por  lo  menos  a  sugerir  los  principales  fondos  de  manuscritos  que 
el  Rey  Sabio  tuvo  a  su  disposición. 

Ya  que  no  podamos  conocer  de  fuente  segura  la  biblioteca  de  uso 
personal  del  Rey  Sabio,  por  lo  menos  nos  ha  sido  conservado  él  inven- 
tario de  líos  libros  de  un  contemporáneo  suyo  que  mantuvo  con  él  rela- 
ciones científicas,  el  canónigo  toledano  Gonzalo  Palomeque,  que  mu- 
rió obispo  de  Cuenca  (23).  En  1273  poseía  este  clérigo  la  respetable 
cantidad  de  42  códices,  que  en  un  examen  superficial  de  los  títulos  se 
deja  repartir  en  tres  fondos:  uno  de  contenido  jurídico,  que  abarca  los 
primeros  doce  números ;  otro  de  carácter  clásico,  relacionado  con  el  ci- 
clo de  las  artes  liberales,  que  incluye  obras  de  Lucano,  Plinio,  el  De 
Officiis  de  Cicerón,  con  otras  obras  retóricas  suyas,  unas  glosas  de  re- 
tórica y  filosofía,  un  "libro  de  Platón  con  glosa",  un  volumen  con  obras 
de  Boecio,  Macrobio,  Platón  y  Marciano  Capella,  los  "libros  de  Casio- 
doro",  etc. ;  y  finalmente,  un  tercero,  científico-teológico,  de  extraordi- 
naria originalidad,  que  en  algunos  aspectos  se  continúa  con  el  anterior, 
y  en  d  que  figuran  obras  como  las  siguientes:  un  Avicena,  Aristóteles 
De  Naturalibus,  un  libro  en  arábigo  con  figuras  y  puntos  ejecutados  en 
oro,  un  volumen  con  las  obras  del  Pseudo-Dionisio  y  de  Maimónides 
(Rabi  Moysen),  la  obra  atribuida  a  Hermes  Trismegisto,  la  Etica  a  Ni- 
cómaco  (por  error  dice  "Aritmética"),  trasladada  de  nuevo;  el  Exem- 
plario,  en  romance,  trasladado  asiimismo  de  nuevo,  con  cuatro  cuader- 
nos de  un  escrito  de  Alí  Abenragel ;  un  volumen  con  el  "cómpoto  al- 
gorismo  et  espera" ;  el  De  planctu  naturae,  de  Alain  de  Lille,  con  obras 
del  neoplatónico  francés  Bernardo  Silvestre;  otra  obra  en  verso  dé 
Alain  de  Lille;  otro  volumen  misceláneo,  con  obras  de  Alfagrano  (Al 
Fergani),  Teodosio,  Anaricio  (?),  Mileo  y  libros  de  geometría;  unos 
comentarios  a  los  Ultimos  Analíticos,  junto  con  unas  glosas  a  Eucli- 
des;  "37  quadernos  de  la  obra  de  fr.  Alberto  sobre  los  libros  de  natu- 
ralibus, sobre  el  libro  fisicorum,  et  de  generatione  et  de  corruptione,  et 
de  meteoris,  et  de  parte  mineralibus" ;  el  comentario  del  mismo  Alberto 
Magno  a  los  libros  de  meteoros  y  el  De  proprietatibus  elementorum,  to- 


(23)  Publicado  por  Martínez  Marina  en  su  Ensayo  kistórico-crítico  de  la  legislación 
española,  Madrid,  1834,  en  la  nota  al  núm.  12  de  la  Introducción.  Reproducido  por 
Beer,  obra  citada,  págs.  i47-i4Q. 


—  So  — 


dos  los  comentarios  de  Averroes,  a  excepción  de  unos  pocos,  "et  es  el 
primer  original  escripto  de  la  mano  del  trasladado r" ;  7  cuadernos  del 
libro  De  animalibus,  "escriptos  de  la  mano  del  traslador" ;  el  Almages- 
to,  con  las  Tablas  de  Astronomía  de  Abenzait,  y  un  libro  de  física  de 
aves.  Para  ponderar  la  importancia  de  este  inventario  bastará  decir  que 
su  conocimiento  contribuye  a  precisar  la  .fecha  de  algunas  versiones 
arábigo-latinas  de  Aristóteles,  la  de  la  divulgación  en  Occidente  del  co- 
mentario completo  de  Averroes  y  la  de  la  penetración  en  Toledo  de  al- 
gunas obras  neoplatónicas  y  peripatéticas. 

7.  Excepcional  para  su  tiempo  es  la  biblioteca  reunida  por  Arnal- 
do de  Vilanova,  en  cuyo  inventario  del  año  1318,  aun  descontados  los 
cuadernos  en  blanco,  enseres  y  demás  cosas  muebles  incluidas,  los  ma- 
nuscritos rebasan  sobradamente  el  par  de  centenares  (24).  Claro  está 
que  habrían  de  ser  descartados  asimismo  los  copiosos  volúmenes  en  los 
que  se  contienen  obras  del  famoso  médico  catalán,  si  el  conocimiento 
de  talles  escritos  no  ofreciese  ya  un  interés  considerable  para  la  histo- 
ria de  la  cultura  teológica.  En  efecto,  Arnaldo  fué,  además  de  un  gran 
científico,  un  teólogo  reformador  eme  influyó  enormemente  en  las  ideas 
religiosas  de  su  época,  según  han  revelado  los  modernos  estudios  de 
Menéndez  Pelayo,  Finke,  Diepgen  y  R.  de  Alós  (25).  Pero  nadie,  que 
sepamos,  ha  señalado  todavía  el  extraordinario  valor  que  para  la  re- 
constitución del  corpus  de  sus  escritos,  y  an  especial  de  Hos  teológicos, 
reviste  un  estudio  analítico  del  inventario  levantado  a  su  fallecimiento, 
en  el  que  los  testamentarios  anotaron  un  crecido  número  de  escritos 
arnaldianos,  consignados  unos  explícitamente  p.  su  nombre  y  otros  sin 
declararlo,  citados  unos  por  el  rótulo,  otros  por  el  incipit  y  otros  sin 
designación  precisa  del  título  ni  de  las  palabras  iniciales.  Los  hay  en 
latín  y  en  catalán,  de  teología  y  de  medicina,  muchos  conocidos  y  al- 
gunos ignorados.  Entre  los  conocidos  están  eíl  Régimen  sanitatis,  los 
Aphorismi,  unos  comentarios  a  Hipócrates,  el  De  regimine  castra  se- 
quentium,  el  Compendium  regimentl  acutorum,  el  Alphabetum  catholi- 
corum,  el  Tractatus  de  prudentia  catholicorum  scholarium,  el  comenta- 
rio al  Apocalipsis  y  la  interpretación  de  ciertos  ensueños.  Entre  los  es- 


(24)  Roque  Chabás:  Inventario  de  los  libros,  ropas  y  demás  efectos  de  Arnaldo  de 
Villanueva,  en  "Revista  de  Archivos,  Bibliotecas  y  Museos",  IX,  1903,  págs.'  180  y  s^tes. 
Un  minucioso  análisis  de  este  inventario  ha  sido  publicado  por  Joaquín  Carreras  y 
Artau:  La  llibreria  d'Arnau  de  Vilanova,  en  "Miscellánia  Finke",  Analecta  Sacra  Tarra- 
conensia,  Barce^na,  1935,  págs.  63-84. 

(25)  Véase,  más  adelante,  la  nota  1  al  capítulo  V,  que  versa  sobre  Arnaldo  de 
Vilarova. 


-  Si  — 


critos  perdidos,  y  aun  desconocidos,  de  Arnaldo  figuran  un  tratado  De 
institutione  medicorum,  el  Speculum  medicinae,  el  texto  latino  del  Rao- 
nament  d'Avinyó,  el  texto  catalán  de  los  opúsculos  De  charitaie,  De 
eleemosyna  et  sacrificio  y  De  adventu  Antichristi,  la  lección  de  Cata- 
nia,  una  lectio  almerie  que  se  cita  hasta  tres  veces,  una  Regula  confra- 
trie  y  un  opúsculo  Filii  ismel  en  romance,  un  liber  den  Estorgat,  que 
se  cita  dos  veces  y  estaba  también  en  catalán,  y  un  opúsculo  innomina- 
do de  carácter  y  asunto  similar  al  De  charitate.  Estos  originales  apare- 
cen mezclados  con  los  testamentos,  notas  de  compra  o  venta,  instrumen- 
tos notariales  y  otros  documentos  de  indudable  valor  para  la  biografía 
de  ArnaMo.  Figuran,  además,  en  ei  inventario  escritos  alusivos  a  su- 
cesos religiosos  contemporáneos,  en  los  que  Arnaldo  hubo  de  interve- 
nir o  sobre  los  que  debió  opinar,  como  la  Responsio  quaestionis  catho- 
licae  ad  cives  Barchinone  o  los  dos  cuadernos  sobre  ciertos  hechos  acae- 
cidos a  presencia  dél  rey  de  Aragón  y  del  obispo  de  Barcelona,  o  el 
documento  notarial  devado  al  Papa  Clemente  V,  y  asimismo  reporta- 
jes de  obras,  cartas,  cuentas  y  actas  de  gestiones  hechas  por  o  para  ami- 
gos suyos,  como  el  canónigo  de  Digne  Jaime  Blanch,  Benito  Acenuy  y 
Pedro  ¡de  Montmeló,  y  el  folleto  de  su  impugnador  Fr.  Martín  de  Ateca. 

Aun  prescindiendo  de  los  escritos  originales  de  Arnaldo  o  referen- 
tes a  su  persona,  el  inventario  contiene  interés  sobrado  para  que  llaga- 
mos extensivo  ¡nuestro  examen  a  sus  restantes  fondos.  Sorprende  en 
seguida  la  mención  de  cuatro  códices  griegos,  el  más  importante  fondo 
<le  esta  clase  de  que  hay  noticia  en  España  hasta  el  siglo  xiv;  se  trata 
de  textos  escriturísticos :  dos  ejemplares  'del  psatlterio  y  uno  con  los  cua- 
tro Evangelios,  más  otro  de  contenÜdo  indeterminado.  También  son  es- 
criturísticos cuatro  códices  hebreos.  En  cambio,  ocho  códices  árabes 
-que  los  autores  del  inventario  no  supieron  rotular  deben  ser  puestos 
más  bien  en  la  cuenta  deil  fondo  científico.  Los  restantes  manuscritos 
son  todos  latinos,  pues  los  pocos  que  constan  redactados  en  romance 
probablemente  contienen  obras  originales  de  Arnaldo.  Ese  fondo  latino 
se  desdobla  a  su  vez  en  dos  grupos  de  obras  procedentes,  respectiva- 
mente, de  la  cultura  ecHesiástico-europea  y  Ide  la  científico-oriental.  El 
primer  grupo  resulta  integrado  casi  en  totalidad  por  obras  bíblicas  y 
teológicas;  las  artes  liberales  tienen  una  exigua  representación  en  un 
cuaderno  de  música,  en  un  libro  al  parecer  de  filosofía,  en  otro  :.ntitu- 
lado  Philosophorum,  en  los  textos  aristotélicos  de  la  Etica  y  de  la  Me- 
tafísica, en  una  obra  de  Rábano  Mauro  y  quién  sabe  si  en  unas  glosas 
a  Boecio.  Abundan  los  textos  escriturísticos  con  o  sin  exégesis,  glosas, 
comentarios,  apostillas  y  concordancias  de  varios  autores.  En  cambio, 


6 


—  82  — 


las  literaturas  patrística  y  teológica  se  hallan  escasamente  representa- 
das: aquélla,  en  un  códice  con  las  obras  de  San  Metodio  y  tres  más 
con  el  De  Consolatione  y  el  De  Trinitate,  de  Boecio ;  ésta,  en  una  obra 
de  Ramón  Lull,  el  texto  de  Pedro  Lombardo,  una  Summa  y  otras  dos 
obras  de  Tomás  de  Aquino,  con  una  tabla  para  el  manejo  de  aquélla ; 
varios  escritos  de  Alain  de  Lille,  ¡la  obra  polémica  de  Guillermo  de 
Saint-Amour  y  la  Summa  de  Paenitentia,  de  San  Ramón  de  Peña- 
fort.  En  compensación,  aparecen  en  este  fondo  eclesiástico  dos  núcleos 
muy  originales  e  interesantes,  el  primero  de  los  cuales  guarda  relación 
con  la  controversia  de  los  "espirituales"  que  se  agitaba  a  la  sazón  en 
el  seno  de  la  Orden  franciscana,  y  comprende  la  Regla  de  San  Fran- 
cisco y  una  serie  de  escritos  bonaventurianos,  como  el  Itinerarium,  el 
Centiloquium,  la  Apología  pauperum,  con  otros  'dos  opúsculos  sobre  la 
pobreza,  unas  cartas  quae  diriguntur  diversis  fratribus,  otra  cum  re- 
conventione  fratris  P.  y  otra  quod  Christas  non  fuit  calciatus.  Pero  el 
núcleo  más  copioso  y  característico  está  formado  por  los  escritos  esca- 
tológicos,  apocalípticos  y  proféticos  contenidos  en  unos  quince  a  veinte 
códices,  cuya  lista  es  como  sigue :  Cirillus,  Cirillum  cum  expositione, 
Cirillus  cum  glosa  Gilberti,  Expositiones  Cirilli  et  horoscopus,  Revela- 
tionum  Cirilli  et  aliorum  cum  glosa,  Epístola  Johachim,  Líber  concor- 
diae  Johachim,  un  volumen  de  diversas  revelaciones,  que  empieza  Do- 
mifti  totius;  otra  revelación,  tal  vez  escrita  por  A  maído ;  dos  ejempla- 
res de  un  libro  rotulado  Malleus,  las  Parabolae  Salomonis,  una  Sybilla, 
un  libro  titulado  Sóror  angelí  y  otro  Concordia  tribuum  XII  cum  toti- 
dem  ecclesiis.  Huelga  subrayar  la  importancia,  tampoco  señalada  hasta 
ahora,  de  estos  dos  grupos  de  obras  existentes  en  la  biblioteca  de  Ar- 
naldo,  cuya  enumeración  aporta  valiosos  esclarecimientos  en  torno  a 
dos  literaturas  imperfectamente  conocidas  y  a  la  penetración  en  Cata- 
luña del  movimiento  de  los  "espirituales",  del  que  Amaldo  fué  cabal- 
mente uno  de  los  jefes  más  caracterizados. 

El  fondo  científico  de  la  biblioteca  de  Arnaldo  comprende  obras  de 
medicina  y  de  ciencia  natural.  Las  primeras  proceden  de  Salerno  y  de 
Montpellier  e  incluyen  traducciones  de  obras  auténticas  y  apócrifas  de 
Hipócrates  y  Galeno,  el  manual  de  cirugía  de  Teodorico,  el  Lilium  me- 
dicinae,  de  Bernardo  Gordon ;  el  De  urinis,  de  un  tal  Gil ;  el  Líber  se- 
cretorum  medicinae,  atribuido  al  rnoro  Razis;  tratados  de  oculística, 
dietética,  sobre  fiebres,  orinas,  enfermedades  agudas,  medicinas  senci- 
llas y  colecciones  de  aforismos.  La  literatura  científico-natural  abarca 
varios  tratados  pseudo-aristotélicos  íun  lapidario,  un  libro  De  plantis 
y  los  Secretos) ;  la  Sphoera  y  el  Computus,  del  obispo  inglés  Roberto 


-  83  - 


Grosseteste;  la  Perspectiva  communis,  de  Juan  Peckham ;  d  hermético 
Líber  lunae  y  obras  de  geometría,  agricultura,  cronología,  astróloga  y 
sobre  metales.  Ya  se  ve  cómo  en  el  inventario  de  esta  biblioteca  se  re- 
flejan fielmente  las  varias  tendencias  científicas  y  religiosas  que  inte- 
gran la  compleja  personalidad  intelectual  de  Arnaldo  de  Vilanova. 

8.    Bastante  parecido  guarda  con  Arnaldo  en  algunos  aspectos  un 
personaje  castellano,  aficionado  como  él  a  las  ciencias  naturales  y  a  la 
astrología,  que  poseyó  igualmente  el  griego,  el  hebreo  y  el  árabe  y,  por 
añadidura,  vivió  en  tiempos  de  renovación  del  clasicismo.  Nos  referi- 
mos a  D.  Enrique  de  Villena  (1384-1434),  hijo  del  infante  Don  Pedro 
de  Aragón  y  de  la  infanta  Doña  Juana  de  Castilla,  y  por  ende,  nieto 
de  reyes  por  ambas  líneas,  quien  llegó  a  reunir  una  colección  de  obras 
famosa  para  su  tiempo.  La  historia  (o  leyenda)  de  la  expurgación  y 
quema  parcial  de  su  biblioteca  que,  según  órdenes  del  rey  Don  Juan  II, 
llevó  a  cabo  su  confesor  Fray  Lope  de  Barrientes  al  fallecimiento  de 
D.  Enrique,  y  ha  quedado  atestiguada  por  varios  relatos,  demuestra  qué 
abismo  separaba  aún  a  principios  del  siglo  xv,  en  la  conciencia  espa- 
ñola, la  cultura  teológico-escolástica  y  la  científico-profana.  En  la  des- 
trucción de  tan  notable  biblioteca  perecieron  posiblemente  sus  inventa- 
rios, y  al  esfuerzo  de  un  erudito  contemporáneo,  D.  Emilio  Cotarelo, 
se  debe  que  conozcamos  hoy  en  buena  parte  el  contenido  de  aquélla  (26). 
La  reconstrucción  adolece,  sin  eimbargo,  dd  defecto  de  basarse  nada 
más  en  las  citas  de  obras  y  autores,  sin  distinguir  entre  las  de  primera 
y  las  de  segunda  mano.  Hecha  esta  salvedad,  cabe  afirmar  que  la  cul- 
tura de  D.  Enrique  de  Villena  se  extendía  a  la  literatura  patrística,  a 
la  científica,  tanto  oriental  como  europea,  y  a  la  clásico-renacentista,  con 
más  escasos  conocimientos  de  las  literaturas  nacional  y  teológica.  El 
caudal  patrístico  no  merece  detallarse,  porque  se  reduce  a  1as  consabi- 
das obras  de  San  Isidoro,  San  Jerónimo,  San  Agustín,  San  Gregorio 
el  Grande,  etc. ;  a  ellas  sumaremos  unas  pocas  obras  medievales  de  Ni- 
colás de  Lira,  San  Bernardo  y  Ramón  Lull.  El  saber  profano,  que  en- 
cuentra en  D.  Enrique  de  Villena  su  máximo  cultivador,  está  repre- 
sentado en  la  bibliografía  de  su  uso  «personal  por  los  siguientes  grupos 
de  obras  y  autores :  enciclopedistas  latinos  (San  Isidoro,  Rábano  Mau- 
ro, Casiano,  Casiodoro,  Boecio,  el  Anü-Claudianus  de  Alain  de  Lille, 
una  Suma  de  las  artes  mecánicas  atribuida  a  un  tal  Teófilo,  monje  ale- 
mán del  siglo  xii,  y  una  Imago  mundi  falsamente  atribuida  a  San  An- 
selmo) ;  científicos  árabes  (el  De  somno  et  vigilia,  de  Averroes ;  la  Pers- 


(26)    E.  Cotarelo:  Don  Enrique  de  Villena.  Madrid,  1896. 


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pectiva,  de  Alhacén ;  las  Diferencias,  de  Al  Fergani ;  el  Canon,  de  Avi- 
cena ;  el  Tratado  de  la  lepra,  de  Zaharagui,  y  una  obra  de  Alkendi) ; 
autores  judíos  (Aben-Ezra,  Aben  Oaxia,  los  Juicios  astrológicos  de  Aben 
Ragel,  Aben-Reduan,  Aben-Majerar,  Hasdai  Crescas,  Rabí  Aser,  Rabí 
Zag,  Rabí  Zaraya,  Rasech  Enoch,  el  libro  de  Raziel  y,  sobre  todo,  el  Rabí 
Moysén  de  Egipto,  o  sea  Maimónides) ;  versiones  latinas  medievales  de 
clásicos  griegos  y  originales  latinos  clásicos  (un  buen  número  de  obras 
auténticas  y  apócrifas  de  Aristóteles,  Galeno  e  Hipócrates,  el  De  sompno 
Scipionis,  de  Macrobio,  cuatro  obras  de  Tolomeo,  a  las  que  podrían 
añadirse  el  apócrifo  Hermes  y  una  traducción  de  Porfirio  por  Juan 
de  Sevilla) ;  producciones  originales  españolas,  en  latín  o  en  ro- 
mance (el  Lapidario  y  el  Libro  de  los  agüeros,  atribuidos  a  Alfonso  el 
Sabio ;  el  Contra  fortuna,  del  propio  D.  Enrique ;  un  Doctrinal,  de  Fray 
Ramón  de  Cornet ;  el  Libro  de  figuras  y  colores  retóricos,  de  Berenguer 
de  Noya ;  el  Libro  de  quinta  esencia,  de  Juan  de  Roca  — probablemente 
el  alquimista  Rocatallada — ;  tal  vez  el  De  cura  fascinationis,  de  un 
Maestro  Marsilio,  y  obras  de  Maestro  Ramón  — Lull —  y  de  Gil  de  Za- 
mora), y  producciones  científicas  de  autores  latinos  medievales  (siete 
obras  de  Alberto  Magno,  entre  las  auténticas  y  las  espúreas;  la  Suma 
de  las  artes,  del  inglés  Walter  Burleigh ;  la  Exposición  del  tratado  de 
la  esfera,  del  franciscano  oxoniense  John  Peckham ;  una  Abreviada  fi- 
losofía, de  Guillermo  de  Conches  — si  bien  equivoca  Guillermo  por 
Juan — ,  obras  médicas  del  salernitano  Platearius,  de  Gilberto  de  Ingla- 
terra y  de  Bernardo  Gordón,  el  De  proprietatibus  rerum  y  un  anónimo 
Turba  philosophorum  líber  (27),  una  obra  de  alquimia  muy  difundida 
en  la  Edad  Media).  Mencionaremos,  por  último,  el  fondo  de  obras  clá- 
sicas de  factura  renacentista,  en  el  que  figuran  obras  tan  importantes 
como  las  siguientes :  el  Fedón,  el  Timeo  y  la  República,  de  Platón ;  las 
glosas  al  Timeo,  de  Felipe  Elefante;  los  escritos  ciceronianos  De  na- 
tura deorum,  De  legibus,  De  Officiis,  De  Fasto,  De  Divinatione  y  Re- 
thorica;  la  obra  natural  de  Plinio,  algunas  versiones  latinas  de  Aristó- 
teles, y  las  tragedias,  él  De  remediis  fortunae,  el  De  beneficiis  y  la  Epís- 
tola ad  Lucillum,  de  Séneca.  También  está  la  Divina  Comedia,  de  Dan- 
te Alighieri,  una  de  las  obras  preferidas  de  D.  Enrique  de  Villena.  Los 
restos  de  tan  interesante  colección  han  ido  a  parar  a  la  Biblioteca  Na- 
cional de  Madrid. 


(27)  Julius  Ruska:  La  "Turba  Philosophorum",  una  obra  fundamental  de  la  Alqui- 
mia de  la  Edad  Media,  en  la  revista  "Investigación  y  Progreso",  Madrid,  IV,  1930,  nú- 
meros 7  y  8  (lo  da  como  una  versión  del  árabe). 


-  85  - 


g.  Si  queremos  contrastar  con  la  de  D.  Enrique  de  Villena  las  bi- 
bliotecas de  los  representantes  coetáneos  más  autorizados  de'l  saber  ecle- 
siástico, precisa  traer  a  colación  las  noticias  que  han  llegado  hasta  nos- 
otros sobre  la  de  algún  Papa  español,  como  Benedicto  XIII  (28)  o  Ca- 
lixto III,  o  sobre  la  que  acostumbró  a  usar  un  escritor  religioso  como 
Francisco  Eiximenis  (29).  Este,  por  el  voto  de  pobreza,  carecía  de  bi- 
blioteca propia;  pero,  a  su  fallecimiento,  la  comunidad  de  Valencia  se 
hizo  cargo  de  los  libros  de  su  uso  y  manejo  habitual  y  levantó  inven- 
tario, en  el  que  figuran,  aparte  de  algunos  escritos  propios  y  otros  aje- 
nos copiados  de  su  mano,  una  Lectura  super  tertium  sententiarum,  el  Co- 
mentario a  las  Sentencias  y  las  Quaestiones  de  Juan  Duns  Scot,  el  Co- 
mentario de  Enrique  de  Gante,  el  del  escotista  Petrus  de  Aquila  y  ser- 
monarios, apostillas,  colecciones  de  decretales,  etc.  Poseía,  además,  un 
libro  De  exemplis  y  otro  De  dictis  Senecae  et  aliis,  una  Tabula  philoso- 
phiae  y  unas  tablas  o  índices  de  otros  libros,  un  manual  de  lógica  que 
le  encontraron  en  el  convento  de  Gerona,  una  Lógica  venatoris  y  un  li- 
bro de  cuestiones  difíciles,  sin  contar  los  vocabularios,  libros  inno- 
minados y  los  demás  que  no  hacen  al  caso. 

La  biblioteca  del  castillo  de  Peñíscola  guarda  estrecha  relación  con 
la  particular  de  Pedro  de  Luna  y  la  papal  de  Aviñón.  Aquélla  constaba 
'de  196  volúmenes  en  el  motmento  de  ser  elevado  su  dueño  al  solio  pon- 
tificio; ésta  llegó  a  sumar  durante  su  pontificado  más  de  2.500  códices, 
cantidad  fabulosa  para  la  época.  Los  libros  privados  del  Papa  vertie- 
ron al  fondo  general  de  Aviñón,  de  donde  fueron  traídos  a  Peñíscola, 
cuando  Benedicto  XIII  se  instaló  allí,  bastante  más  de  un  millar  de  có- 
dices, que,  desgraciadamente,  a  su  muerte  sufrieron  una  tremenda  dis- 
persión. La  biblioteca  de  los  Pontífices  de  Aviñón  estaba  integrada  prin- 
cipalmente por  una  riquísima  colección  de  obras  de  los  Santos  Padres 
y  de  los  teólogos  medievales ;  solamente  de  Santo  Tomás  había  más  de 
100  manuscritos.  Benedicto  XIII,  uno  de  los  personajes  más  cultos  de 
su  tiempo,  inició  criterios  de  mayor  amplitud  que  los  tradieionálmente 
aplicados  para  el  enriquecimiento  de  la  biblioteca  papal ;  desde  su  pon- 
tificado, aparte  los  comentarios  a  las  Sentencias  o  a  los  textos  canóni- 

(28)  Pascual  Galindo  Romeo:  La  biblioteca  de  Benedicto  XIII  (Don  Pedro  de 
Luna).  Discurso  inaugural  en  la  Universidad.  Zaragoza,  1929. 

Véase,  asimismo,  la  obra  citada  de  Gottlieb,  págs.  231-232;  el  artículo  del  P.  Da- 
niel de  Molins  de  Rey:  La  biblioteca  papal  de  Penyiscola,  en  "Estudis  Franciscans", 
XXVIII  y  XXIX,  1922;  y  los  estudios  de  Fr.  Ehrle  sobre  el  citado  Papa,  publicados 
en  el  "Archiv  für  Litteratur-  und  Kirchengeschichte  des  Mittelalters",  vols.  V,  VI  y  VII. 

(29)  J.  Sanchís  Sivera:  Bibiologia  valenciana  medieval,  en  "Anales  del  Centro  de 
Cultura  Valenciana",  III,  1930,  págs.  86  y  sgtes. 


-  86 


eos,  empezaron  a  ingresar  obras  de  muy  distinto  carácter.  A  través  de 
las  nuevas  adquisiciones  se  hacen  patentes  tres  tendencias  personales 
de  Pedro  de  Luna:  la  afición  a  las  polémicas  antijudaicas,  el  amor  a 
los  clásicos  latinos  y  el  interés  por  el  conocimiento  de  la  naturaleza. 
Esta  última  tendencia,  aun  chocante  en  los  medios  eclesiásticos  de  su 
tiempo,  le  valió  ser  tachado  de  mágico  y  nigromante  por  los  partícipes 
del  Concilio  de  Pisa.  También  "merece  ponerse  de  relieve  el  especial 
cuidado  que  D.  Pedro  de  Luna  tenía  en  coleccionar  los  mejores  libros 
relativos  a  los  judíos;  en  el  inventario  de  su  biblioteca  privada  apare- 
cen diez  obras  relativas  a  los  errores  de  éstos,  debidas  a  Fr.  Bernardo 
Oliver,  San  Isidoro,  Pedro  Alfonso,  Raimundo  Martín  y  a  otros  dos 
autores,  cuyos  nombres  no  se  consignan.  De  sumo  interés  es  que  el 
cardenal  de  Aragón  poseyera  en  lengua  vulgar  no  sólo  obras  como  el 
Mostrador  de  iustitia  contra  lúdeos  y  De  escolia  Jacob  contra  lúdeos, 
sino  también  el  mismo  Pedro  Alfonso,  cuyos  Diálogos  por  ahora  ya  no 
los  conocemos,  sino  tan  sólo  en  latín"  (30).  En  la  biblioteca  traída  de 
Aviñón,  Benedicto  XIII  "parece  haber  eliminado  un  número  de  obras 
que  llenaban  la  de  Urbano  V,  principalmente  de  explicación  bíblica  y 
de  filosofía  escolástica;  los  manuscritos  de  Santo  Tomás,  que  en  la  pri- 
mera llegaban  a  un  centenar,  quedan  reducidos  a  una  docena.  Comple- 
ta, o  más  bien  completada,  se  acrecentó  con  tratados  de  apologética  y 
de  teología  y,  en  proporciones  que  llaman  la  atención,  con  obras  de 
ciencias  naturales  y  de  literatura.  Veintitrés  libros  de  medicina,  quince 
de  astronomía  o  de  astrología,  47  de  historia,  donde  las  crónicas  gene- 
rales de  los  papas,  de  los  emperadores  y  de  los  reyes  se  mezclan  a  las 
crónicas  especiales  y  locales,  a  las  narraciones  de  los  viajes  a  Oriente... 
A  los  nombres  de  Cicerón,  de  Séneca,  de  Plinio,  de  Vegecio,  de  Vale- 
rio Máximo,  de  Boecio,  etc.,  cuyos  manuscritos  poseía  ya  Urbano  V, 
las  letras  antiguas  añaden  Homero  en  latín,  Plauto,  Terencio,  Catón  él 
Censor,  Horacio,  Ovidio,  Virgilio  y  Servio,  Lucano,  Estacio,  Quintilia- 
no,  Aulo  Gelio,  Apuleyo...;  y  en  cuanto  a  los  primeros,  el  número  de 
sus  manuscritos  está  muy  aumentado:  hay  11  de  Cicerón,  14  de  Séne- 
ca, aun  sin  contar  las  tablas,  extractos  y  moralidades  derivadas  de  ta- 
les obras.  Petrarca  figura  con  16  volúmenes  de  sus  escritos...,  cartas, 
diálogos,  poemas  de  Africa  y  églogas,  los  tratados...  de  Bocaccio,  las 
fórmulas  filosóficas  de  CoÜuccio  Salutati  contra  la  fortuna  y  la  cólera, 
y...  un  libro  escrito  in  vidgari  ytalico,  la  Divina  Comedia..."  (31).  "Si 


(30)  Galindo,  obra  citada,  pág.  18. 

(31)  Idem,  ibid.,  págs.  15-16. 


-Si- 


se hace  un  estudio  comparado  de  los  códices  y  obras  que  la  bibliotdca 
de  Benedicto  poseía,  correspondientes  a  autores  latinos,  se  nota  en  se 
guida  que  es  Séneca  el  que  figura  con  mayor  número  de  códices,  ya 
comprendan  éstos  tan  sólo  el  texto  del  filósofo,  ya  — !lo  que  es  muy  fre- 
cuente—  comentarios  del  mismo  o  extractos  florilegios  formados  con 
sus  ideas  o  con  sus  frases.  Por  ello  no  nos  ha  de  extrañar  que  en  la 
obra  más  personal  de  Benedicto,  en  la  que  éste  escribió,  retirado  y  aban- 
donado en  Peñíscola,  sea  Séneca  el  autor  favorito,  el  que  le  ha  pres- 
tado mayor  número  de  ideas  y  aun  sentencias  literales..."  /32)-  Si  en 
el  ambiente  'cultural  hispano  Pedro  de  Luna  "fué  el  más  profundo  se- 
nequista  de  'la  Edad  Media  y  de  los  albores  del  Renacimiento"  (33),  en 
la  cultural  general  europea  no  se  le  puede  regatear  di  mérito  de  haber 
sido  el  primero  de  los  Papas  renacentistas. 

10.  El  siglo  xv  se  caracteriza  por  el  extraordinario  fervor  biblio- 
gráfico que  se  apodera  de  las  capas  más  elevadas  (de  la  sociedad  espa- 
ñola, como  en  general  de  la  europea.  Al  humanizarse  las  costumbres, 
los  magnates  tienen  a  gala  alternar  el  ejercicio  de  las  armas  con  el  de 
las  letras  y  convertir  sus  palacios  en  lugares  de  recrealción  literaria,  a 
donde  son  convocados  sabios  v  eruditos  y  afluyen  .bellas  colecciones  de 
libros.  En  la  Confederación  catalano-aragonesa  ese  tmecenaje  cultural 
lo  ha  ejercido  principalmente  la  Casa  reinante  de  Aragón,  mientras  en 
el  resto  de  la  Península  ,han  sido  algunos  nobles  castellanos  los  más 
desinteresados  protectores  del  saber.  Las  bibliotecas  de  esos  proceres 
acogen  con  delectación  dos  corrientes  de  la  cultura  profana,  que  sólo 
excepcionalmente  se  filtran  en  las  bibliotecas  de  eclesiásticos,  y  son : 
las  producciones  romanceadas  y  los  nuevos  textos  de  los  clásicos  lati- 
nos y  griegos  divulgados  desde  Italia  con  sus  adaptaciones  e  imitacio- 
nes de  todas  .suertes. 

Una  magnífica  muestra  de  este  tipo  de  bibliotecas  renacentistas  llegó 
a  ser  la  de  la  Casa  real  aragonesa,  cuyos  orígenes  se  pierden  muy  aden- 
tro del  siglo  xiv,  y  cuya  organización  parece  en  gran  parte  debida  a 
iniciativa  del  rey  Pedro  IV.  Estaba  instalada  en  el  Palacio  Mayor  de 
Barcelona,  y  en  d  reinado  de  Martín  I  constaba  de  unos  300  códices, 
sin  contar  ,los  devocionarios  y  libros  litúrgicos  guardados  en  la  capi- 
lla (34).  Los  libros  latinos  constituían  entonces  el  fondo  más  copioso; 
pero  ya  el  fondo  catalán  empezaba  a  tomar  relieve  por  el  número  de 

(32)  Idem,  ibid.,  pág.  41. 

(33)  Idem,  ibid.,  pág.  42. 

(34)  J.  Massó  Torrente:  Inventan  deis  bens  mobles  del  Rey  Martí  d'Aragó,  en 
"Revue  Hispanique",  vol.  XII,  págs.  413-500. 


-  88  — 


los  códices  y  la  calidad  de  .las  obras,  en  su  mayoría  versiones  del  latín 
o  del  árabe,  como  los  Diálogos  de  San  Gregorio,  el  pseudo-aristotó'lico 
Secret  deis  Secrets,  los  Dits  de  savis,  el  Regimeni  de  princeps,  la  Suma 
de  filosofía  del  Victorino  Guillermo  de  Conches  y  algunas  obras  de  cien- 
cia y  superstición;  las  Tablas  Alfonsíes,  el  apócrifo  Hermes,  el  Luci- 
dario,  el  Arte  de  Geomancia,  una  Suma  de  Astrología,  una  obra  de 
Alí  ben  Ragél,  tratados  de  medicina  e  higiene,  etc.  El  cre'ciente  apre- 
cio que  las  literaturas  en  vulgar  iban  conquistando  entre  las  capa:s  cul- 
tas se  revela  en  el  hecho  de  que  junto  a  las  obras  en  el  romance  nacio- 
nal aparecen  en  las  bibliotecas  reales  y  nobiliarias  del  siglo  xv  otras  es- 
critas en  los  demás  idiomas  neolatinos.  Así,  en  el  inventario  de  los  li- 
bros de  Martín  el  Humano,  además  de  las  citadas  obras  catalanas,  ñgu- 
ran  seis  castellanas,  once  francesas  y  dos  sicilianas.  Entre  estas  últimas 
hay  un  ejemplar  de  las  Epístolas  de  Séneca,  que,  por  tanto,  en  1410 
habían  llegado  ya  a  la  península  en  la  versión  siciliana.  El  fondo  cas- 
tellano comprende  dos  ejemplares  de  un  libro  titulado  deis  gentils,  que 
parece  referirse  asimismo  a  Séneca ;  el  libro  anteriormente  citado  sobre 
Mahoma,  una  traducción  del  Valerio  Máximo,  un  texto  De  Philosophia 
y  un  libro  intitulado  den  Consell.  El  fondo  francés  tiene  más  impor- 
tancia; además  de  tratados  de  astronomía,  enciclopedia  y  artes  libera- 
les, entre  ellos  el  Tesoro,  de  Brunetto  Latini,  incluye  la  versión  de  la 
Doctrina  pueril,  de  R.  Lull ;  la  de  la  Ymago  mundi,  la  del  Regimiento 
de  Príncipes  y  obras  aristotélicas.  Como  detalle  curioso  citaremos  que  en 
esta  biblioteca  real  había  un  solo  códice  hebreo  con  la  versión  de  una 
obra  de  Maimónides.  El  caudal  latino  lo  integraban  principalmente 
obras  de  astronomía  y  astrología,  con  alguna  otra  de  alquimia  y  geo- 
mancia, a  las  que  el  ^temperamento  supersticioso  del  rey  le  inclinaba  en 
gran  manera ;  a  ellas  debe  añadirse  un  buen  número  de  obras  de  asun- 
to político  de  las  más  divulgadas  en  aquel  tiempo.  Los  fondos  de  las 
demás  materias  escaseaban :  había  unos  cuantos  códices  de  medicina, 
otros  enciclopédicos  y  de  formación  humanista,  varios  textos  lulianos, 
una  media  docena  de  libros  de  filosofía  y  pocos  más  de  Santos  Padres 
y  de  teólogos.  Entre  los  manuscritos  más  dignos  de  mención  están :  los 
aristotélicos  Ethicorum,  De  problematibus  y  De  corruptione,  el  comen- 
tario de  Santo  Tomás  al  Physicorum,  el  comentario  de  Tomás  Angli- 
cus,  los  Soliloquios  de  San  Agustín,  eil  De  consolatione  de  Boecio,  la 
escatológica  Revelatio  beati  Sirilli  y  algunos  tratados  de  Séneca.  Como 
vemos,  con  las  producciones  medievales  se  mezclan  algunas  tempranas 
muestras  de  carácter  renacentista. 

A  «la  muerte  del  rey  Don  Martín  cuidó  amorosamente  la  biblioteca 


~  89  - 


real  no  su  inmediato  sucesor  Fernando  de  Antequera,  sino  el  primo- 
génito de  éste:  Alfonso.  En  un  inventario  de  sus  bienes  muebles,  co- 
menzado en  noviembre  de  1413,  cuando  era  todavía  príncipe  .heredero, 
y  continuado  con  anotaciones  ulteriores  hasta  1424  (35),  figuran  varias 
adquisiciones  de  libros  catalanes,  castellanos,  franceses  y  latinos,  entre 
ellos  un  Boecio,  De  .consolatione  y  un  Regimiento  de  los  príncipes  en 
versión  francesa,  los  Dichos  de  los  Savios  y  Del  governamento  de  los 
príncipes,  en  texto  castellano.  El  futuro  monarca  proseguía,  pues,  la 
tradición  literaria  del  rey  Martín  el  Humano.  Elevado  al  trono,  no  sólo 
intensificó  sus  adquisiciones  de  manuscritos,  de  las  que  nos  han  que- 
dado abundantes  documentos  (36),  sino  que,  además,  desplegó  una  ac- 
ción pública  de  protección  a  ,los  -tesoros  bibliográficos.  En  18  de  enero 
de  1416,  hallándose  en  Valencia,  estableció  una  ordenanza  prohibiendo 
ia  extracción  de  libros  dell  reino,  y  diez  años  después,  por  otra  pragmá- 
tica dada  también  en  Valencia,  recordó  y  aun  reforzó  la  prohibición  (37). 
Durante  los  primeros  años  de  su  reinado  ingresaron  en  la  bibliote- 
ca real,  entre  otros  manuscritos,  los  siguientes :  el  textb  original  y  la 
versión  francesa  de  La  Ciudad  de  Dios,  las  versiones  francesa  y  catalana 
del  De  consolatione,  la  obra  política  de  Gül  de  Colonna  en  sus  textos 
latino,  francés  y  catalán,  el  texto  original  y  versión  castellana  de  Los 
Diálogos  de  San  Gregorio,  Jos  Dichos  de  los  Sabios  y  el  libro  compues- 
to (o  atribuido)  por  Fernando  el  Santo  para  su  hijo,  obras  de  Eiximenis 
en  vulgar,  el  texto  castellano  del  libro  de  R.  Lull  Reglas  de  la  Orden  de 
cavalleria,  el  Libro  de  los  siete  sabios,  en  francés,  las  obras  de  Santo 
Tomás,  una  Lectura  de  summa  theologiae,  algunas  obras  más  de  ca- 
rácter eclesiástico,  un  texto  en  romance  de  las  Epístolas  de  Séneca  y 
un  lote  de  [libros  hebraicos  (38). 

Al  trasladarse  Alfonso  V  a  Italia  se  contagió  intensamente  del  fer- 
vor renacentista,  y  en  su  corte  de  Nápoles  fundó  una  segunda  biblioteca 
real  que  acabó  de  cimentar  su  fama  de  magnificente.  En  ella  dió  ca- 
bida, en  amplia  medida,  a  las  nuevas  producciones  que  iban  apareciendo 
en  la  literatura  italiana,  en  especial!  a  los  textos  de  clásicos  ílatinos  y  a 


(35)  E.  González  Hurtebise:  Inventario  de  los  bienes  muebles  de  Alfonso  V  de  Ara- 
gón como  Infante  y  como  Rey,  en  "Anuari  de  PInstitut  d'Estudis  Catalans",  Barcelona, 
1907,  págs.  148-188;  la  relación  de  los  manuscritos  se  hallará  en  las  págs.  182-185. 

(36)  R.  d'Alós:  Documenti  per  la  storia  delta  biblioteca  di  Alfonso  il  Magnánimo, 
en  "Miscellánea  Fr.  Ehrle",  V,  Roma,  1924,  págs.  390-422. 

(37)  J.  Sanchís  Sivera:  Bibliología  valenciana  medieval,  en  "Anales  del  Centro  de- 
Cultura  Valenciana",  III,  1930,  págs.  44-45- 

(38)  R.  d'Alós,  artículo  citadc. 


—  izó- 
las recientes  versiones  latinas  de  clásicos  griegos,  juntamente  con  las 
obras  originales  de  los  renacentistas  italianos.  Fueron  adquiridos,  entre 
otros,  muchos  escritos  de  Séneca  y  algunos  de  Cicerón,  la  reciente  ver- 
sión de  las  Eticas  de  Aristóteles  por  el  bizantino  Juan  Argirópulos,  y 
composiciones  originailes  de  éste,  del  Petrarca,  de  Jorge  de  Trebizon- 
da;  de  Gasparino  y  del  Abad  Panormitano;  también  las  obras  catala- 
nas de  Eiximenis,  de  Bernat  Metge,  de  Nicolás  de  Paz  y  els  Proverbis 
e  dits  de  philosophs  (39).  El  caudal  más  copioso  de  la  biblioteca  seguía 
integrado  por  las  producciones  de  carácter  eclesiástico,  que  la  nueva  li- 
teratura profana  desplazaba,  sin  embargo,  poco  a  poco.  Así,  todavía  del 
año  1455  conocemos  dos  importantes  encargos  reales  de  adquisiciones 
de  manuscritos  que  contienen  exclusivamente  obras  de  exégesis  bíbli- 
ca, de  tecüogía  y  de  filosofía:  el  uno  fué  dado,  desde  Nápoles,  al  ca- 
nónigo valenciano  Mossén  Jaime  Torres  para  que  comprase,  donde  los 
encontrase,  una  lista  de  escritos  de  San  Agustín,  San  Bernardo,  Ale- 
jandro ide  Hales,  Enrique  de  Gante.  Juan  Duns  Scot,  Francisco  May- 
rens,  Pedro  de  Alvernia  y  Enrique  Bate  de  Malinas  (40) ;  el  otro  fué 
dado  a  García  de  Urrea  quien  com/pró  en  Italia  un  lote  de  24  manus- 
critos, donde  figuraban  la  mayoría  de  las  obras  encargadas  a  Torres, 
con  otras  similares.  En  cambio,  otro  lote  de  25  manuscritos,  que  fué 
adquirido  en  una  ocasión  distinta,  comprendía  obras  clásicas,  entre  ellas 
un  Lucrecio  De  natura  rerum  y  un  Donatas  super  Terentium  (41). 
Desgraciadamente,  de  la  biblioteca  napolitana  de  Alfonso  V  no  posee- 
mos sino  noticias  fragmentarias  por  el  estilo  de  las  transcritas;  el  in- 
ventario que  el  rey  ordenó  levantar  en  1453,  0  no  se  mzo  0  se  per- 
dido, y,  por  otra  parte,  los  azares  de  la  guerra  no  tardaron  en  deshacer 
la  espléndida  colección  del  rey  aragonés  (42). 

También  su  esposa  la  reina  María,  hija  dél  rey  Enrique  III  de  Cas- 
tilla y  de  doña  Catalina  de  Lancaster,  compartía  la  afición  a  los  libros 
y  formó  para  su  uso  personal  una  regular  biblioteca,  en  cuyo  inven- 
tario, formalizado  a  su  muerte,  se  encuentran  hasta  70  códices,  de  los 
cuales  52  contienen  textos  catalanes,  7  castellanos  y  los  11  restantes 
están  en  latín.  Tanto  por  esta  proporción  cuantitativa  como  por  los 
asuntos  el  inventario  sugiere  una  idea  muy  cabal  de  los  libros  que  acos- 
tumbraba a  manejar  una  reina  aragonesa  cuatrocentista.  La  mayor  su- 


(39)  G.  Mazzatinti:  La  biblioteca  dei  Re  d'Aragonc  in  Napoli.  Rocca  S.  Carciano, 

1897. 

(40)  J.  Sanchís  Sivera,  artículo  citado. 

(41)  G.  Mazzatinti,  obra  citada,  págs.  XX-XXI. 

(42)  Idem,  ibid.,  prólogo. 


—  9i  — 


ma  de  códices,  en  efecto,  pertenece  a  la  literatura  ascética,  mística  y 
moral,  y  abarca  obras  de  autores  antiguos  y  modernos,  nacionales  y  ex 
tranjeros,  desde  San  Gregorio  y  Boecio  hasta  Eiximenis,  Bernardo  Oli- 
var y  Fray  Antonio  Canjals,  desde  los  Proverbios  de  Iñigo  López  de 
Mendoza  hasta  la  versión  catalana  del  De  arrha  animae,  de  Hugo  de 
San  Víctor,  o  de  las  Epístolas  de  Séneda.  Para  el  conocimiento  del  es- 
tado y  divulgación  de  las  letras  catalanas  en  el  siglo  xv,  el  inventario 
de  esta  biblioteca  ofrece  un  singular  interés  (43). 

II.  En  la  Casja  real  de  Navarra  poseyó  la  biblioteca  más  impor- 
tante el  príncipe  de  Viana  Don  Carlos,  primogénito  del  rey  de  Aragón 
Don  Juan  II,  y  rey  de  Navarra  por  herencia  de  su  madre,  Doña  Blan- 
ca. Contenía  un  centenlar  'de  códices,  que  a  su  muerte  fueron  valorados 
a  muy  elevado  precio  (44).  El  cuerpo  principal  de  la  biblioteca  radica- 
ba en  Navarra,  si  bien  Don  Carlos  acostumbró  !a  llevar  conisigo  una 
parte  de  los  libros  en  sus  continuos  andanzas  y  viajes.  De  84  de  ellos 
se  sabe  la  lengua  en  que  estaban  escritos :  52  eran  ljatinos,  ,24  franceses, 
cuatro  catalanes,  dos  griegos,  uno  castellano  y  uno  italiano.  La  afición 
a  'l¡a  literatura  francesa,  que  le  provenía  de  su  ascendencia  materna, 
fué  en  él  bien  manifiesta,  y,  por  otro  (lado,  su  educación,  de  tipo  tradi- 
cional y  religioso,  le  inclinaba  a  la  constante  consulta  de  la  literatura 
eclesiástica.  Tjambién  los  asuntos  de  los  libros  inventariados  son  un  fiel 
trasunto  de  sus  aficiones;  casi  tokios  los  títulos  se  refieren  a  obras  de 
teología,  de  historia  y  de  bella  literatura.  En  este  último  grupo  se  in- 
cluyen un  puñado  de  textos  clásicos  de  divulgación  reciente  y  unas  po- 
cas obras  de  autores  renacentistas.  Mención  especialísima  merece  un 
códice  con  las  Epistolae  Phalaridis  et  Cratis  que,  entre  otras  cosas,  con- 
tiene la  versión  latina  de  .141  cartas  de  Phalaris,  por  Francisco  d'Arez- 
zo,  y  la  versión  latina  ,de  41  cartas  del  filósofo  cínico  Cratés  y  otros 
personajes,  hecha  por  el  constantinopolitano  Atanasio,  "archiensis  ab- 
bas",  y  dedicada  a  Don  Carlos  (45). 

(43)  Sin  duda  por  esto,  ha  sido  publicado  tantas  veces.  La  primera  lo  fué  en  la 
"Revista  de  Archivos,  Bibliotecas  y  Museos",  I,  Madrid,  1872.  El  año  1907  fué  incluí- 
do  en  la  colección  "Recull  de  textes  catalans  antics",  vol.  VIII,  Barcelona.  J.  Sanchís 
Sivera  lo  reprodujo  en  Bibliología  valenciana  medieval,  Valencia,  1930  (antes  citado). 

Fernando  Soldevilla  leyó  en  1922  su  tesis  doctoral  sobre  La  biblioteca  de  la  reina 
Doña  María,  esposa  de  Alfonso  el  Magnánimo,  que  ha  englobado  después  con  otros  es- 
tudios suyos  en  el  volumen  intitulado  Sobiranes  de  Catalunya,  Barcelona,  193 1. 

(44)  G.  Desdevises  du  Dezert:  Don  Carlos  d' Aragón,  Prince  de  Viana.  París,  1889, 
páginas  400-403;  y  Apéndice  XV,  págs.  452-455- 

El  inventario  de  los  libros  fué  publicado  por  el  archivero  Mr.  Raymond  en  la  Revue 
de  l'Ecole  des  Chartes,  4éme  série,  tom.  IV,  pág.  484.  París,  1858. 

(45)  L.  Délisle:  Un  libre  de  la  bibliothéque  de  don  Carlos,  prince  de  Viana.  Lille. 


—  92  - 


Este  códice,  y  tal  vez  algunos  más  que  Don  Carlos  tenía  en  Cata- 
luña, pasaron  a  su  muerte  a  poder  del  coridestablle  de  Portugal  Don 
Pedro,  a  quien  los  catalanes  erigieron  en  heredero  de  los  derechos  de 
aquél  en  la  guerra  civil  sostenida  con  Don  Juan  II.  El  condestable  fué 
también  persona  muy  letrada  que,  a  la  temprana  edad  de  dieciocho  años, 
mandó  una  embajada  al  marqués  de  Santillana  para  pedirle  todas  sus 
obras ;  él  marqués  no  sólo  accedió  al  ruego,  sino  que  acompañó  el  ~nvío 
con  una  famosa  carta,  en  que  le  informa  del  estado  de  (las  letras  cata- 
lanas y  valencianas  a  la  sazón.  De  Don  Pedro  se  conserva  una  compo- 
sición literaria  original  en  castellano,  intitulada  Satyra  de  felice  e  in- 
felice  vida.  El  inventario  de  sus  bienes  muebles,  que  ke  conserva  en  el 
archivo  municipal  de  Gerona,  incluye  unos  96  códices  de  obras  caste- 
llanas, catallanas,  latinas,  francesas,  portuguesas  e  italianas,  cuyos  rótu- 
los no  merecen  ser  detallados  por  coincidir  poco  más  o  menos  con  los 
que  ya  llevamos  mencionados.  Destacaremos,  no  obstante,  que  en  el  fon- 
do castellano  figuran,  además  de  las  obras  del  marqués  de  Santillana, 
algunas  versiones  interesantes  de  Bocaceio,  de  Boecio,  de  Aristóteles, 
y  un  tratado  anónimo  De  la  inmortalitat  de  la  anima  (46). 

En  el  trono  de  Cajstila  el  monarca  más  afectado  por  la  cultura  lite- 
raria en  el  siglo  xv  fué,  sin  duda,  el  rey  Don  Juan  II.  De  él  heredó  su 
hija  Isabel  no  sólo  la  corona  por  el  intermedio  de  su  hermano  Enrique, 
sino,  además,  la  afición  a  los  libros.  A  la  iniciativa  de  Isabel  se  debe  la 
formación  de  una  espléndida  biblioteca  en  el  convento  toledano  de  San 
Juan  de  los  Reyes.  Ella  misma  poseyó  muchos  y  buenos  libros,  que 
legó  en  testamento  a  la  capilla  real  levantada  por  su  orden  en  Gra- 
nada; la  colección,  matl  conservada  allí  y  perdidos  ya  bastantes  ejem- 
plares, fué  a  engrosar  la  biblioteca  de  El  Escorial  por  disposición  del 
rey  Felipe  II  (47).  En  el  archivo  de  Simancas  se  conservan  dos  inven- 
tarios de  los  libros  de  la  Reina  Católica:  uno  del  secretario  real  Gaspar 
de  Gricio,  formalizado  en  1503,  y  otro  del  camarero  Sancho  de  Pare- 
des, hecho  en  1501  ;  éste  enumera  los  libros  que  se  hallaron  en  la  re- 
cámara de  la  reina  y  consta  de  52  números,  aquél  constituye  el  inven- 
tario de  los  libros  guardados  en  el  alcázar  de  Segovia  y  contiene  201 
títulos.  El  carácter  ¡más  relevante  de  la  colección  de  libros  formada 
por  Isabel  I  es  el  predominio  de  la  literatura  castellana,  de  la  cual  se 


(46)  A.  Balaguer  y  Merino:  Don  Pedro  el  Condestable  de  Portugal  considerado 
como  escritor,  erudito  y  anticuario  (1429-1466) .  Estudio  histórico-bibliográfico.  Gero- 
na, 1881. 

(47)  Clemencín:  Biblioteca  de  la  Reina  Doña  Isabel  I  la  Católica,  en  "Memorias 
de  la  Real  Academia  de  la  Historia",  tomo  VI,  Madrid,  1821,  págs.  431-481. 


93  - 


acogen  con  amplísimo  criterio  las  obras  originales  y  las  traducciones 
de  todas  clases.  Junto  a  las  producciones  de  los  siglos  xni  y  xiv,  como 
las  Flores  de  Filosofía,  el  Calila  e  Dimna,  los  Bocedos  de  Oro,  El  Con- 
de Lucanor  y  varios  tratados  sobre  gobierno  o  regimiento  de  los  prín- 
cipes, figuran  .los  escritos  de  los  mejores  autores  del  siglo  xv:  Pedro 
de  Luna,  Alvaro  de  Luna,  Ruy  Sánchez  de  Arévalo,  Pedro  Ximénez 
de  Prejano,  Hernán  Pérez  de  Guzmán,  el  cardenal  Jiménez  de  Cisneros 
y  algunos  anónimos.  Llaman,  sobre  todo,  la  atención  las  numerosas  ver- 
siones castellanas  de  textos  latinos,  catalanes  e  itallianos :  las  Etimologías 
de  San  Isidoro,  una  obra  de  San  Juan  Crisóstomo,  los  Diálogos  de  San 
Gregorio,  probablemente  en  la  traducción  de  Fr.  Gonzalo  de  Ocaña,  di 
Regimiento  de  la  casa,  de  Bernardo  Silvestre;  la  Natura  angélica,  de 
Eiximenis ;  las  Eticas  de  Aristóteles,  romanzadas  por  Fr.  Diego  de  Bel- 
monte;  las  cartas  al  rey  Don  Juan  de  Leonardo  d'Arezzo,  además  de  otros 
manuscritos.  El  Renacimiento  tiene  asimismo  en  esta  biblioteca  una  bri- 
llante representación;  como  siempre,  Séneca  aventaja  en  el  número  y  va- 
riedad de  los  códices  a  los  demás  clásicos,  y  le  sigue  en  importancia 
Aristótdles,  de  quien  la  Etica  es  el  libro  preferido.  Para  el  conocimiento 
de  las  letras  castellanas  en  el  siglo  xv,  los  inventarios  de  esta  biblioteca 
tienen  tanta  importancia,  y  aún  mayor,  que  los  de  la  biblioteca  de  Doña 
María  de  Aragón  para  ¡las  'letras  catalanas. 

12.  Mayor  influencia  que  las  bibliotecas  reales,  ejercieron  en  Cas- 
tilla las  nobiliarias,  sobre  todo  en  él  desarrollo  de  la  literatura  nacional. 
Por  el  mecenaje  de  los  nobles  castellanos  del  siglo  xv  fueron  adquiridos 
en  Italia  e  importados  a  España  valiosos  manuscritos  que  trajeron  a 
Castilla  los  primeros  fulgores  del  Renacimiento.  Algunos  de  esos  mag- 
nates mantuvieron  relaciones  directas  o  por  persona  interpuesta  con  lite- 
ratos italianos  de  primera  fila,  y  todos  rivalizaron  en  proteger  a  sus  tra- 
ductores o  imitadores  españoles;  con  'las  compras,  trueques,  regalos  y 
encargos  de  manuscritos  formaron  rápidamente  sus  bibliotecas,  que  apor- 
taron un  fermento  activísimo  al  apogeo  de  la  cultura  nacional  en  el  si- 
glo xvi.  La  más  rica  de  las  bibliotecas  nobiliarias  castellanas  es  la  reuni- 
da en  su  palacio  de  Guadalajara  por  Don  Iñigo  López  de  Mendoza  (48), 
marqués  de  Santillana  y  conde  del  Reaíl  de  Manzanares,  figura  central 
en  la  literatura  castellana  del  siglo  xv,  hijo  y  nieto  de  poetas  y  poeta  in- 
signe él  mismo  que  introdujo  en  el  arte  de  trovar  al  estilo  italiano  algu- 
nas innovaciones.  Pariente  próximo  del  canciller  Pedro  López  de  Aya- 


(48)  Mario  Schiff:  La  bibliothéque  du  marquis  de  Santillana.  París,  1905.  (Forma 
el  fascículo  153  de  la  "Bibliothéque  de  l'Ecole  des  Hautes  Etudes".) 


94  - 


la  y  de  los  Garcilaso  de  la  Vega,  brilló  por  su  talento  en  la  corte  de  Don 
Juan  II  y  mantuvo  relaciones  (literarias  con  todas  las  personalidades 
castellanas  y  españolas  de  su  tiempo.  Apasionado  por  los  libros,  formó 
una  colección  muy  selecta  de  códices  en  la  que  predominaban  las  obras 
de  bella  literatura;  algunas,  desconocidas  a  la  sazón  en  España,  fueron 
adquiridas  en  Italia  por  encargo  suyo  especial,  como  una  litada  que  le 
trajo  de  allá  un  su  amigo  y  pariente.  Sospéchase  que  esta  ipersona  fuera 
un  tal  Ñuño  de  Guzmán,  un  noble  aventurero  que  entabló  relación  per- 
sonan con  algunos  renacentistas  italianos  e  hizo  transcribir  en  Florencia 
textos  clásicos  de  Cicerón,  Quintiliano  y  otros  para  remitir  a  España. 
Se  ignora  el  destinatario  de  los  volúmenes.  Pero,  si  no  éstos,  por  lo 
menos  otros  fueron  a  parar  a  manos  del  Marqués  de  Santillana,  como 
una  obra  de  Manetti  cuya  versión  encargó  al  mismo  Don  Ñuño.  Apro- 
vechó asimismo  el  viaje  a  Italia  de  su  capellán  y  protegido  Juan  de 
Lucena  para  procurarse  nuevos  manuscritos  renacentistas.  Con  tener 
presentes  tales  hechos  y  añadir  que  el  Marqués  de  Santillana  conocía 
bastante  mal  el  latín,  pero  dominaba  a  la  perfección  él  italiano,  el  fran- 
cés y  di  catalán,  se  puede  suponer  el  carácter  de  la  biblioteca  por  él  for- 
mada. Desgraciadamente,  no  ha  quédado  de  la  misma  ningún  inventa- 
rio antiguo  que  permita  conocerla  en  su  integridad ;  tan  sólo  Mario 
Schiff  ha  intentado  una  reconstrucción  hipotética  a  base  de  los  manus- 
critos existentes  hoy  en  la  Biblioteca  Nacional  de  Madrid,  que  los  ad- 
quirió, juntamente  con  los  procedentes  de  la  casa  de  Osuna,  en  virtud 
de  una  ley  del  Estado  el  año  1884. 

Los  fondos  de  esta  biblioteca,  a  juzgar  por  la  parte  que  ha  llegado 
hasta  nosotros,  contenían  muestras  muy  escogidas  de  las  literaturas  ro- 
manceadas. Escaseaban,  en  cambio,  'los  libros  latinos  de  autores  ecle- 
siásticos; a  lo  sumo,  se  cuentan  unas  pocas  obras  de  San  Agustín,  Ra- 
món de  Peñafort,  Pedro  Comestor,  los  escritos  políticos  de  Santo  To- 
más de  Aquino  y  Gil  de  Colonna  y  unas  versiones  de  Eusebio  y  del  Cri- 
sóstomo,  entre  ellas  la  de  la  Historia  Universa!  que  el  Tostado  hiciera 
para  el  Marqués.  Entre  los  manuscritos  en  italiano  figuran :  una  ver- 
sión anónima  de  la  Moral  a  Nicómaco,  la  versión  del  libro  VI  del  Te- 
soro de  Brunetto  Latini  reallizada  por  Bono  Giamboni,  la  versión  de  las 
obras  ciceronianas  De  Officiis,  De  Amicitia,  De  Paradoxis,  De  Sznec- 
tute  y  las  Tusculanas,  la  versión  de  las  Epístolas  y  del  De  providentia 
Dei  de  Séneca,  la  de  las  Confessiones  y  del  De  vita  christiana  de  San 
Agustín,  del  De  consolatione  de  Boecio,  y  textos  originales  de  Dante: 
Petrarca  y  Bocaccio.  De  los  códices  en  francés,  merecen  citarse  el  anó- 
nimo Dix  máximes  morales,  el  Traite  des  vices  et  des  vertus  y  la  traduc- 


95  — 


ción,  hecha  por  Henri  de  Gauchi,  del  tratado  político  de  Gil  de  Colorína. 
En  catalán  están  dos  obras  de  R.  Lull,  Els  cent  noms  de  Deu  y  'las  Hores 
de  nostra  dona-  sancta  Marra,  una  de  Eiximenis  que  es  la  Doctrina  de 
viure  a  cascuna  persona  y  la  versión  de  las  Colaciones  de  los  Santos  Pa- 
dres de  Juan  Casiano.  Se  cita,  asimismo,  una  versión  aragonesa  del  De 
Officiis  y  del  De  amicitia  de  Cicerón.  Ni  abundan  mucho  las  obras  doc- 
trinales en  original  castellano;  recordaremos,  nada  más,  a  este  propó- 
sito, El  Espéculo  dél  rey  Alfonso  X,  di  Doctrinal  de  Príncipes  de  Diego 
de  Valera  y  el  Tratado  de  los  gualardones  de  Juan  de  Lucena.  Pero  la 
riqueza  de  esta  biblioteca  es  excepcional  en  punto  a  versiones  castella- 
nas de  obras  clásicas  y  medievales;  bastará  enumerar  las  más  importan- 
tes para  hacerse  cargo  de  su  enorme  valor.  Hélas  aquí :  el  Fedón  de  Pla- 
tón y  el  Axíoco  que  ile  era  atribuido,  el  De  beata  vita  de  San  Agustín,  la 
Etica,  la  Económica  y  el  De  animalibus  de  Aristóteles,  la  carta  atribuida 
a  San  Bernardo  sobre  el  régimen  de  la  persona,  casa  y  hacienda,  las 
Morales  de  San  Ambrosio,  el  De  beata  vita  de  San  Agustín,  el  De  Con- 
solatione  de  Boecio  junto  con  el  comentario  de  Pedro  de  Valladolid,  las 
Morales  sobre  el  libro  de  Job  en  la  traducción  de  López  de  Ayala  de  la 
cual  existen  hasta  cuatro  códices,  el  Libro  de  la  vileza  de  la  humana  con- 
dición dd  papa  Inocencio  III,  el  Regimiento  de  príncipes  de  Gil  de  Co- 
lonna  en  la  versión  de  fray  Juan  García  de  Castrojeriz,  el  Mohre  Ne- 
bukim  de  Maimónides  en  la  traducción  de  Pedro  de  Toledo,  el  Libro  del 
caballero  de  Dios  Cifar,  la  Natura  Angélica  de  Francisco  Eiximenis,  el 
De  Verbo  contra  judaeos  de  Juan  de  Fuente  Saúco,  y  obras  de  Dante, 
Petrarca,  Bocaccio  y  Leonardo  Bruñí  d'Arezzo,  entre  éstas  (la  Vida  de 
Aristóteles  y  las  de  Dante  y  Petrarca.  De  intento  he  reservado  para  el 
final  las  cuantiosas  versiones  castellanas  de  obras  de  Séneca  o  que  co- 
rrían entonces  bajo  su  nombre,  cuyo  número  se  eleva  a  unos  25  títulos 
diferentes,  aparte  las  obras  repetidas  dos,  tres  y  cuatro  veces.  Hay  dos  o 
tres  códices  con  la  versión  de  su  contemporáneo  Alonso  de  Cartagena,  y 
una  serie  de  otros  códices  con  versiones  distintas  anónimas ;  añádanse 
florilegios,  extractos,  compilaciones,  arreglos,  etc.,  y  se  comprenderá  el 
máximo  interés  que  este  autor  ha  despertado  en  las  letras  castellanas 
del  siglo  xv.  En  la  biblioteca  del  Marqués  de  Santillana  se  revelan  no 
sólo  los  gustos  y  aficiones  personales  de  su  colector,  sino  aun  en  buena 
parte  las  del  círculo  literario  que  le  rodeaba  y  era  a  la  sazón  la  ñor  y 
nata  de  la  cultura  en  Castilla. 

Un  interés  muy  parcial  ofrecen,  en  cambio,  las  noticias  llegadas  hasta 
nuestros  días  de  la  bibilioteca  reunida  en  Plasencia  por  D.  Alvaro  Ló- 
pez de  Zúñiga,  duque  de  Béjar,  por  la  circunstancia  de  que  en  el  inven- 


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tario  de  los  bienes  muebles  del  palacio,  formalizado  de  orden  suya  en 
el  año  1468,  la  inmensa  mayoría  de  los  libros  figuran  innominados;  tan 
sólo  de  21  se  cita  el  título  o  el  asunto  o  el  autor  (49).  Siete  de  ellos  se 
atribuyen  nominalmente  a  fray  Juan  Lopes  (o  López),  que  debía  estar  en 
relación  de  bastante  amistad  con  líos  duques,  y  son :  la  primera  y  segun- 
da parte  del  Clarísimo  sol  de  justicia,  el  Libro  de  la  casta  niña,  los  Evan- 
gelios moralizados,  unos  cuadernos  en  pergamino  y  en  papel  de  los  que 
no  se  expresa  ni  el  rótulo  ni  el  tema,  un  libro  "y  encima  un  lienzo  que 
hizo  como  la  duquesa  aparta  de  sí  todos  los  instrumentos  y  placeres", 
y  otro  de  controversia  apologética  en  respuesta  al  que  hizo  Qagui  Di- 
limost,  alfaquí  de  los  moros  de  Segovia.  De  este  libro  que  motivó  la 
respuesta  de  fray  Juan,  están  inventariados  dos  ejemplares.  Al  mismo 
género  literario  pertenece  "otro  tratado,  fecho  por  Diego  de  Valera, 
contra  otro  que  fizo  frey  Juan  Serrano,  que  es  en  favor  'de  los  judíos". 
El  resto  de  las  obras,  salvo  un  libro  "escrito  de  molde",  que  eran  los 
Proverbios  de  Séneca,  y  un  ejemplar  del  Calila  e  Dimna,  se  incluye  en 
la  literatura  de  asunto  religioso  y  imoral :  libros  de  horas,  de  sermones, 
para  confesión,  de  la  pasión,  de  vidas  de  santos,  uno  que  trata  de  los  te- 
mores y. miedos  y  otro  de  la  mesquindad  de  la  codicia  humanal. 

Más  matizado  es  el  fondo  de  libros  que  hacia  el  año  1440  empezó 
a  reunir  en  el  castillo  de  Benavente  el  segundo  conde  de  este  título, 
Rodrigo  Allfonso  Pimentel.  En  el  inventario  de  su  biblioteca,  que  Fr.  Li- 
ciniano Sáez  copió  de  un  documento  antiguo  (50),  constan  121  títulos. 
De  ellos  se  desprende  que  el  Conde  sentía  gran  afición  a  la  lectura  de 
las  crónicas  y  demás  libros  de  historia,  de  los  cuales  hay  una  abundan- 
te representación,  y  no  era  insensible  a  las  corrientes  renacentistas,  pues 
figura  un  pequeño  fondo  de  textos  clásicos  que  revela  una  marcada  pre- 
ferencia por  Tito  Livio.  También  se  incluyen  libros  gramaticales,  cien- 
tífico-matemáticos y  naturales  (libros  de  geometría,  ajedrez,  caza,  ce- 
trería, albeitería  y  agricultura),  médicos  ("Recebtas  de  GaJlieno  que  sacó 
en  romance  Rabí  Yuda"),  de  jurisprudencia  civil  y  canónica,  varios  tra- 
tados de  ética  y  política  entre  los  más  conocidos,  versiones  y  glosas  de 


(49)  Fr.  Liciniano  Sáez:  Demostración  histórica  del  verdadero  valor  de  todas  las 
monedas  que  corrían  en  Castilla  durante  el  reynado  del  señor  Don  Enrique  IV...  Ma- 
drid, Imprenta  Sancha,  1805;  Apéndice  XXIII,  págs.  536-546.  El  índice  de  los  libros 
está  en  las  págs.  543-544.  R.  Beer  reprodujo  este  catálogo  en  Handschriftenschatze 
Spaniens,  págs.  402-403. 

(50)  Fr.  Liciniano  Sáez:  Demostración  histórica  del  verdadero  valor  de  todas  las 
monedas  que  corrían  en  Castilla  durante  el  reynado  del  señor  Don  Enrique  III...  Ma- 
drid, 1796,  nota  XIII,  págs.  368  y  sgtes.  R.  Beer  ha  reprod^^o  este  catálogo  en 
Handschriftenschatze  Spaniens,  págs.  103-109. 


—  97  — 


Séneca,  un  grupito  de  obras  místicas,  unas  cuantas  obras  mitológicas  y 
de  imaginación,  bastantes  versiones  castellanas  de  autores  medievales 
que  llevamos  ya  citadas  (San  Gregorio,  San  Agustín,  Boecio,  San  Isi- 
doro, Maimónides,  Juan  Casiano,  etc.)  y  unos  pocos  escritos  de  autores 
renacentistas  (Dante,  Bocaccio,  "un  libro  de  Leonardo",  "un  libro  de 
Remon  León",  etc.).  Como  vemos,  el  erudito  Conde  gustaba  un  poco  de 
todo  y  reunía  escritos  sobre  'las  materias  más  dispares  con  predominio, 
sin  embargo,  de  los  conocimientos  profanos.  Un  interés  singular  ofrece 
esta  librería  en  un  aspecto  concreto,  que  no  creemos  haya  sido  todavía 
señalado  (51),  por  cuanto  permite  sorprender  uno  de  los  caminos  por 
los  que  el  movimiento  ¡luliano  se  ha  difundido  en  Castilla  a  fines  del  si- 
glo xv ;  hasta  doce  códices  lulianos  figuran,  efectivamente,  en  el  aludi- 
do inventario  con  diez  títulos  distintos  que  son:  el  Gentil,  el  Arbol  de 
Ciencia,  el  Amigo  Amado,  el  Félix,  el  Blanquerna,  el  Libro  de  Consola- 
ción ai  Ermitaño,  el  de  la  Intención,  la  Tabla  general,  el  Arte  breve  y 
"un  libro  'de  Hermitaño  buen  amigo",  que  tal  vez  sea  el  Libro  del  Orden 
de  Caballería.  Más  que  de  textos  catalanes  o  latinos,  parece  tratarse  de 
versiones  Castellanas,  si  bien  no  consta  la  lengua  en  que  estaban  los  ma- 
nuscritos. Tal  abundancia  de  textos  lulianos  reviste  una  clara  significa- 
ción y  ayuda  a  explicar  la  génesis  del  lulismo  en  Castilla,  del  que  ha- 
bremos de  ocuparnos  más  adelante  (52). 

En  las  bibliotecas  del  siglo  xv,  que  inician  y  aceleran  la  transición  al 
Renacimiento,  detenemos  nuestro  análisis  de  las  bibliotecas  medievales, 
que  nos  ha  dado  a  conocer  el  conjunto  de  obras  sobre  las  que  ha  podido 
trabajar  cada  autor,  cada  grupo  de  escritores,  cada  generación  española 
en  los  siglos  xm,  xiv  y  xv.  Cabría  ensanchar  este  estudio,  más  allá  'de 
las  figuras  representativas  escogidas,  a  otros  personajes  de  segunda  filia 
o  aún  más  modestos;  pero  una  ampliación  tal  degeneraría  fácilmente  en 
machaconería.  Por  lo  demás,  lo  expuesto  basta  y  sobra  para  señalar  las 
principales  rutas  a  través  de  las  cuales  el  caudal  de  los  conocimientos 
filosóficos,  solos  o  en  mescolanza  con  los  teológicos  u  otros  de  distinta 
índdle,  ha  aumentado  progresivamente  en  España  a  lo  largo  de  la  Edad 
Media. 

(51)  Véase  el  artículo  de  Joaquín  Carreras  y  Artau:  Los  comienzos  del  lulismo  en 
Castilla,  de  inminente  publicación  en  el  volumen  de  homenaje  al  Profesor  Dr.  Rafael 
Altamira  con  motivo  de  sus  70  años  y  de  su  jubilación  en  el  profesorado  (Madrid,  T035). 

(52)  Véase,  más  adelante,  el  capítulo  XII  sobre  la  historia  del  lulismo  en  España. 


7 


PARTE  SEGUNDA 

LA  FILOSOFIA  DEL  SIGLO  XIII 


CAPITULO  III 


LA  ESCOLASTICA  EN  LA  FACULTAD  DE  ARTES. 
PEDRO  HISPANO 

I 

SU  PERSONALIDAD. 

La  patria  de  Pedro  Hispano. — Su  condición  de  clérigo  secular. — Fecha  probable 
de  su  nacimiento. — Su  identidad  con  el  papa  Juan  XXI. — Nombre  y  familia 
de  nuestro  autor. 

i.  Difícilmente  encontraríamos  en  la  filosofía  de  la  Edad  Media 
un  personaje  cuyo  estudio  hubiese  suscitado  tantos  problemas  a  la  crí- 
tica contemporánea  como  el  famoso  Pedro  Hispano,  autor  de  un  ma- 
nual de  lógica  que  estuvo  muy  en  boga  en  los  siglos  xiv  al  xvi.  Por  un 
contraste  de  la  historia,  un  tratadista  tan  traído  y  comentado  en  esos 
siglos  cae  en  la  Edad  Moderna  en  un  total  olvido,  del  que  tan  sólo  la 
diligencia  de  algunos  investigadores  ha  logrado  recientemente  salvarlo. 
Fué  K.  Prantl,  el  historiador  de  la  lógica  en  Occidente,  quien  renovó  el 
recuerdo  del  enorme  papel  que  la  obra  lógica  de  Pedro  Hispano  había 
jugado  en  el  desarrollo  filosófico  a  fines  de  la  Edad  Media.  Paralela- 
mente fué  reivindicada  la  importancia  de  su  producción  médica.  Unos 
lustros  más  tarde,  R.  Stapper  llegó  a  esbozar  la  biografía  del  personaje 
hasta  identificarle  con  el  Papa  Juan  XXI.  Hace  pocos  años,  M.  Grab- 
mann,  en  un  viaje  de  estudios  por  España,  realizó  el  feliz  hallazgo  de 
unos  manuscritos  que  permiten  reconstruir  la  extensa  lista  de  sus  pro- 
ducciones filosóficas  (i). 

(i)  El  mejor  estudio  sobre  la  lógica  de  Pedro  Hispano  se  debe  a  K.  Prantl  en  su 
Geschichte  der  Logik  im  Abendlande,  vol.  III,  Leipzig,  1866,  cap.  XVII,  págs.  32-74. 

El  mismo  Prantl  publicó  en  1867  su  monografía  Michael  Psellus  und  Petrus  Hispanus, 
en  la  que  niega  la  originalidad  del  compendio  de  lógica  de  este  último. 

Defendió  la  opinión  contraria  Ricardo  Stapper  en  su  artículo  Die  Summulae  logi- 


  102 


A  base  de  tales  estudios  monográficos,  completados  con  otros  no  tan 
fundamentales,  es  fácil  hoy  libertarse  de  la  inextricable  maraña  de  hipó- 
tesis inventadas  acerca  de  nuestro  autor  y  fijar  con  visos  de  certeza  su 
verdadera  personalidad.  Hubo  un  tiempo  en  que  de  ésta  tan  sólo  per- 
sistía en  el  humano  recuerdo  el  nombre  y  la  fama  del  extraordinario 
aprecio  que  indujo  a  Dante  a  asignarle  un  lugar  en  el  paraíso  junto  a 
los  sabios  más  reputados  de  la  Cristiandad : 

e  Pietro  Ispano, 
lo  qual  giú  luce  in  dodici  libelli..."  (2). 

2.  ¿En  qué  parte  de  España  nació  ese  Pedro,  a  quien  Dante  dis- 
pensa tanto  honor?  Los  códices  casi  coetáneos  que  Grabmann  descubrió 
el  año  1928  en  nuestra  Biblioteca  Nacional,  resuelven  de  plano  la  cues- 
tión, pues  en  los  incipit  y  explicit  de  los  numerosos  escritos  de  nuestro 
autor  que  en  ellos  se  contienen,  se  le  nombra  siempre  de  igual  manera : 
Petrus  Hispanus  Portugalensis.  No  cabe,  pues,  duda  de  que  fué  portu- 
gués y,  precisando  más,  de  la  ciudad  de  Lisboa,  según  atestiguan  el 
franciscano  Paulino  en  su  Historia  satyrica  escrita  en  la  primera  mitad 


cales  des  Petrus  Hispanus  und  ihr  Verhaltnis  zu  Mickael  Psellus,  "Festschrift  zu  1100 
jáhr.  Jub.  des  Deutschen  Camposanto  in  Rom,  Friburgo,  1896,  págs.  130-138. 

En  1898  Stapper  publicó  su  otro  artículo  Pietro  Hispano  (Papst  Giovanni  XXI)  ed 
il  suo  soggiorno  in  Siena  en  el  "Bulletino  Senese  di  Storia  Patria",  armo  V,  fase.  3 ;  y, 
además,  su  monografía  Papst  Johannes  XXI,  en  "KirchenReschichtliche  Studien",  IV,  4, 
Münster. 

Los  hallazgos  de  Grabmann  hállanse  reseñados  en  su  opúsculo  Mittelalterliche  lateini- 
sche  Aristotelesübersetzungen  und  Aristoteleskommentare  in  Handschriften  spanischer 
Bibliotheken,  "Sitzungsberichte  der  bayerischen  Akademie  der  Wissenschaften",  Mün- 
chen,  1928,  Heft  5. 

En  el  mismo  año  publicó  también  Ein  ungedrucktes  Lekrbuch  der  Psychologie  des 
Petrus  Hispanus  (Papst  Johannes  XXI,  f  1277).  Cod.  3.314  der  Biblioteca  Nacional  zu 
Madrid,  en  los  "Spanische  Forschungen  der  Górresgesellschaft.  I  Band".  Münster,  pá- 
ginas 166-173;  y  el  artículo  Reciente  descubrimiento  de  obras  de  Petrus  Hispanus  (Papa 
Juan  XXI,  "$1277),  en  la  revista  "Investigación  y  Progreso"  de  Madrid,  año  II,  núm.  11. 
págs.  85  y  sgtes. 

El  conocimiento  de  la  obra  médica  de  Pedro  Hispano  es  debido,  en  parte,  a  G.  Pe- 
tella:  Les  connaissances  oculistigues  d'un  médecin  philosophe  devenu  pape,  en  la  revista 
'  Janus",  1897-98.  A  este  autor  debemos  asimismo  un  importante  artículo  Sull'identitá  di 
Pietro  Ispano  medico  in  Siena  e  poi  Papa  col  filosofo  dantesco,  que  vió  la  luz  en  el  ante- 
dicho "Bulletino  Senese  di  Storia  Patria",  anno  V,  fase.  2,  1899,  págs.  277-329. 

Un  estudio  completo  de  Pedro  Hispano  en  el  aspecto  médico  se  encontrará  en  la 
obra  de  Thorndike:  A  History  of  Magic  and  Experimental  Science,  vol.  II;  New- York, 
1923,  págs.  488-516. 

Los  estudios  menos  importantes  de  otros  autores  se  citarán  en  el  lucrar  oportuno. 
(2)    Im  Divina  Commedia,  Paradiso,  cant.  XII,  vs.  134-135. 


—  io3  — 


'del  siglo  xiv  y  Martín  Polono  en  su  Crónica  que  data  de  1331  (3).  Que- 
da así  descartada  la  suposición  de  que  Pedro  Hispano  naciera  en  Casti- 
lla, en  Toledo  según  unos,  por  una  lamentable  confusión  con  su  contem- 
poráneo Juan  el  Cardenal,  asimismo  médico  y  teólogo  de  una  pieza  (4) ; 
en  Burgos  según  otros,  que  lo  identifican  con  un  cardenal-obispo  de 
esta  ciudad  de  principios  del  siglo  xiv  a  quien,  durante  una  residencia 
en  Roma,  el  rey  Jaime  II  escribía  desde  Zaragoza  una  carta  de  reco- 
mendación a  favor  de  Arnaldo  de  Vilanova  (5). 

Esta  última  hipótesis,  que  presenta  como  burgalés  a  Pedro  Hispa- 
no, ha  sido  especialmente  grata  a  los  autores  dominicos.  Enlázase  con 
ella  la  tradición  de  que  Pedro  vistió  el  hábito  de  Santo  Domingo  en  el 
convento  de  Estella,  población  navarra  situada  en  los  confines  de  Cas- 
tilla (6).  Nada  más  inexacto.  En  ningún  manuscrito  antiguo  se  atribuye 
a  nuestro  autor  la  condición  de  frater,  con  la  que  se  suele  designar  a 
los  religiosos  profesos  en  una  Orden;  sino  que  en  todos  ellos  se  le  cali- 
fica de  magister,  palabra  que  servía  para  caracterizar  a  los  clérigos  secu- 
lares que  profesaban  en  las  Facultades  de  Artes.  El  códice  3314  de  la 
Biblioteca  Nacional  de  Madrid  lo  especifica,  además,  en  el  explicit:  "Ego 
igitur  Petrus  Hispanus  Portugalensis  liberalium  artium  doctor,  etc."  La 
profesión  de  maestro  en  las  artes  liberales  demuestra,  a  su  vez,  la  im- 
posibilidad de  que  fuera  dominico;  sabido  es  que  la  Orden  de  Predica- 
dores en  las  primeras  décadas  de  su  existencia,  precisamente  en  el  tiem- 
po en  que  nuestro  Pedro  Hispano  debió  cursar  estudios  y  dedicarse  a 
la  docencia  en  París,  mantenía  con  severidad  la  prohibición  de  que  sus 
miembros  se  entregasen  a  los  estudios  profanos  cultivados  en  la  Facul- 
tad de  Artes,  por  considerarlos  un  obstáculo  a  la  formación  religiosa. 

La  validez  de  este  argumento  depende,  sin  embargo,  de  la  solución 


(3)  Citados  por  R.  Stapper:  Papst  Jokannes  XXI,  pá&\  1. 

(4)  Sobre  este  interesante  personaje  véase  el  estudio  de  Grauert :  Meister  Johann  ron 
Toledo,  "Sitzungsberichte  der  bayerischen  Akademie  der  Wissenschaften",  München,  iqoi. 

(5)  Véase  en  A.  Rubio  y  Lluch:  Documents  per  l'histdria  de  la  cultura  catalana 
mig-eval,  vol.  I,  Barcelona,  1908,  págs.  37-38. 

En  esta  confusión  incurrió,  ya  a  principios  del  siglo  xvi,  un  anónimo  comentarista  de 
las  Súmulas  que  escribió  una  Explanatio  in  nonnulla  Petri  Burdegalensis,  quem  Hispa- 
num  dicunt,  volumina,  etc.  Véase  a  Prantl:  Geschichte  der  Logik,  IV,  págs.  264-265. 

(6)  Los  dominicos  españoles  cronistas  de  la  Orden,  entre  ellos  Luis  de  Valladolid, 
Diago  y  López,  acogen  esta  tradición,  que  ha  renovado  hace  poco  el  P.  Simonin  en  un 
artículo  inserto  en  los  "Archives  d'Histoire  doctrínale  et  littéraire  du  Moyen  Age",  t.  V, 
París,  1930,  págs.  267-278. 

Dicho  artículo  ha  sido  contestado  por  Joaquín  Carreras  y  Artau:  La  nacionalidad 
Portuguesa  de  Pedro  Hispano,  en  la  revista  "Las  Ciencias",  Madrid,  1934,  año  I,  núme- 
ro 2,  págs.  378-384,  quien  opone  a  la  citada  tradición  los  recientes  y  decisivos  hallazgos 
de  Grabmann. 


—   IC4  — 


a  un  nuevo  problema:  la  fecha  en  que  vivió  nuestro  Pedro  Hispano, 
que  algunos  autores  tienden  a  retrasar  excesivamente;  pues  hay  quien 
le  hace  vivir  a  fines  del  siglo  xiii  o  a  principios  del  siguiente.  El  supues- 
to se  viene  abajo  con  sólo  recordar  que  ya  en  el  siglo  xiii  la  obra  lógi- 
ca de  Pedro  Hispano  se  había  difundido  hasta  el  extremo  de  encontrar- 
se manuscritos  suyos  en  'lugares  remotos  y  de  segundo  orden  (7).  Resul- 
ta, pues,  indefendible  el  aserto  de  que  las  Súmulas  no  fueron  escritas 
antes  del  siglo  xiv.  Con  mejor  acuerdo,  Stapper  admite  que  nuestro  au- 
tor nació  en  la  segunda  década  del  xiii. 

3.  El  esclarecimiento  definitivo  de  la  misteriosa  personalidad  de 
Pedro  Hispano  se  ha  logrado  gracias  a  su  identificación  con  el  papa 
Juan  XXL  La  identidad  de  uno  y  otro  se  halla  atestiguada,  ya  en  1312, 
por  Ricobaldo  de  Ferrara,  canónigo  a  la  sazón  en  Ravena  (8),  y  la  con- 
firman Tolomeo  de  Luca  y  el  cronista  Jordanus,  que  es  el  minorita  antes 
citado;  el  siglo  xiv  ha  tenido  unánimemente  por  autor  de  las  Súmulas 
al  papa  Juan  XXI,  y  tal  vez  esta  circunstancia  haya  promovido  la  ex- 
traordinaria fortuna  de  que  el  libro  gozó  en  las  escuelas  medievales. 
La  semejanza  de  estilo,  de  maneras  dialécticas,  de  terminología  y  hasta 
de  autoridades  entre  dicha  obra  y  los  tratados  médicos  de  indudable 
atribución  a  Juan  XXI,  constituye  un  nuevo  indicio  a  favor  de  la  iden- 
tidad de  autor.  Nótese,  además,  cuan  sintomáticamente  autobiográfico 
es  el  siguiente  ejemplo  aducido  en  las  Súmulas:  "...  esse  Medicum  vel 
Grammaticum  convenit  solí  homini,  sed  non  omni..."  (9).  El  valor  de 
tales  indicios  y  testimonios  podría,  sin  embargo,  ser  desmentido  por  los 
hechos.  Pero  hoy  poseemos  noticias  taxativas  que  aseguran  la  identidad 
de  ambos  personajes.  Está  averiguado  que  Pedro  Hispano,  hacia  me- 
diados del  siglo  xiii,  se  trasladó  a  Italia  y  se  puso  en  relación  con  la 
corte  de  Federico  II  al  objeto  de  perfeccionar  en  ella  sus  conocimientos 
de  medicina;  allí  siguió  las  enseñanzas  del  famoso  maestro  Teodoro, 


(7)  Un  ejemplar  del  siglo  xiii  se  conserva  hoy  en  el  Archivo  Histórico  Archidioce- 
sano  de  Tarragona;  véase  una  noticia  acerca  del  mismo  en  "Analecta  Sacra  Tarraconen- 
sia",  VI,  Barcelona,  1030,  págs.  295-296.  El  manuscrito  fué  propiedad  de  la  Comunidad 
de  Presbíteros  de  Valls. 

Tenemos  noticia  de  otro  ejemplar  que  ya  en  1278  existía  en  el  convento  de  Santa 
Catalina  de  Pisa;  en  el  inventario  de  las  obras  legadas  al  convento  por  Fr.  Proynus, 
muerto  en  dicho  año,  figuran  con  el  núm.  45  "tractatus  magistri  Petri  Yspani  loycales". 
Ha  publicado  este  inventario  Fr.  Pelster:  Die  Bibliotkek  vgn  Sta.  Caterina  zu  Pisa,  en 
"Xenia  Thomistica",  Roma,  1927,  vol.  III,  pág.  257. 

(8)  "Hic  (i.  e.,  Johannes  XXI)  magnus  magister...,  cui  nomen  fuit  magister  Petrus 
Hispanus,  qui  tractatus  in  lógica  composuit"  (citado  por  Stapper,  pág.  14). 

(9)  Tr.  n,  cap.  16. 


-  '05  — 


de  quien  se  declara  4 'alumno"  en  una  de  sus  obras  médicas  (10).  Poco 
después  pasó  a  Siena,  donde  en  1246  enseñó  la  medicina  en  el  Estudio, 
recién  fundado,  de  dicha  población.  Pues  bien,  de  ese  profesor  de  medi- 
cina consta  que  más  tarde  llegó  a  ser  Papa  y  tomó  el  nombre  de 
Juan  XXI  (11). 

Merced  a  tan  importante  hallazgo  histórico  nos  encontramos  hoy  en 
situación  de  precisar  mejor  la  personalidad  de  Pedro  Hispano  y  de  tra- 
zar, siquiera  sea  con  bastantes  lagunas,  su  biografía.  Desde  luego,  cabe 
afirmar  que  su  auténtico  nombre  fué  el  de  Petrus  Julianus,  o  mejor, 
Petrus  Juliani;  de  este  Julián,  su  padre,  se  ha  supuesto,  aunque  sin  fun- 
damento, que  era  médico.  Debió  pertenecer  a  una  acaudalada  familia 
lisboeta,  cuya  fortuna  permitiría  subvenir  a  los  cuantiosos  gastos  oca- 
sionados por  su  larga  estancia  en  el  extranjero  para  cursar  estudios; 
Pedro  poseyó  en  Lisboa  unas  casas,  probable  herencia  familiar,  que  a 
su  muerte  legó  al  Cabildo  Catedral  para  una  fundación  de  misas.  Con 
seguridad  conocemos  a  un  pariente  suyo  Egidio  Reboli,  que  mejoró  más 
tarde  la  fundación  de  su  deudo  y  había  recibido  de  él  en  vida  varios 
beneficios;  y  se  conjetura  que  fuese  también  pariente  suyo  un  tal  Pe- 
dro Martín,  a  quien  durante  su  pontificado  confirió  una  canonjía  en  Sa- 
lamanca. A  base  de  noticias  tan  escasas  se  ha  querido  emparentar  a  Pe- 
dro Hispano  con  la  familia  de  los  Reboli  o  Rabelli,  perteneciente  a  la 
alta  nobleza  portuguesa;  la  hipótesis  es  verosímil,  pero  falta  de  justifi- 
cación. 

Y,  ahora  que  sabemos  quién  era  ese  Pedro  Hispano  tan  renombrado 
un  tiempo  por  su  compendio  de  lógica,  vamos  a  narrar  los  hechos  más 
interesantes  de  su  vida  y  a  estudiar  con  alguna  mayor  extensión  sus 
obras  y  doctrina. 

(10)  Véase  a  Haskins:  Studies  in  the  History  of  Mediaeval  Science,  Cambridge 
(U.  S.  A.),  1924,  cap.  XII,  pág.  257. 

(n)    Véanse  los  artículos  de  Stapper  y  Petella  c'tados  en  la  nota  1. 


SU  VIDA. 


Estudios  en  Lisboa,  en  París  y  en  Italia. — Títulos  académicos  que  obtuvo. — Ma- 
gisterio en  Siena. — Dignidades  eclesiásticas. — La  elección  papal. — Política  ci- 
vil y  eclesiástica  de  Juan  XXI. — Su  intervención  en  las  luchas  doctrinales  de 
la  Universidad  de  París. — Muerte  de  Juan  XXI. 

4.  Por  noticias  autobiográficas  cabe  reconstruir  en  parte  la  carre- 
ra escolar  de  Pedro,  el  hijo  de  Julián.  Su  primera  iniciación  en  el  saber 
tuvo  lugar  en  la  escuela  catedralicia  de  Lisboa;  pero,  como  Portugal 
carecía  a  la  sazón  de  estudios  superiores,  el  joven  Pedro  fué  enviado  a 
París  para  cursar  en  aquella  célebre  Universidad,  donde,  según  costum- 
bre de  entonces,  fué  apellidado  en  seguida  con  el  mote  Hispanus.  Apa- 
sionado por  la  ciencia,  en  la  amplitud  y  brillantez  de  los  estudios  uni- 
versitarios halló  la  íntima  satisfacción  que  anhelaba  su  espíritu.  Toda- 
vía en  la  edad  madura  tenía  a  gala  recordar,  desde  el  solio  pontificio, 
la  gratísima  impresión  que  guardaba  de  su  Universidad,  flumen  aquae 
vivae  tamquam  cristallus  splendidum  (12). 

Estudió  con  seguridad  en  la  Facultad  de  Artes,  que  atravesaba 
a  la  sazón  un  período  de  gran  florecimiento  por  el  intenso  cultivo  que 
en  ella  recibían  los  estudios  lógicos.  Allí  profesaba  hacia  1240  un  maes- 
tro afamado,  Guillermo  Shyreswood,  de  cuya  pluma  salió  el  primer  com- 
pendio hoy  conocido  en  que  se  recogen  las  tradiciones  dialécticas  de  la 
escuela  parisién.  Como  ese  compendio  ejerció  una  notoria  influencia  en 
Pedro  Hispano,  no  es  aventurado  suponer  que  éste  oiría  en  París  las 
enseñanzas  de  Shyreswood,  quien  pudo  muy  bien  contagiarle  aquel  en- 
tusiasmo por  la  dialéctica,  manifiesto  en  el  comienzo  de  sus  Súmulas: 
"Dialéctica...  est  ars  artium,  scientia  scientiarum" . 

Su  afán  de  saber  le  llevó  a  cursar  las  demás  Facultades  que  inte- 
graban la  Universidad  y  a  obtener  todos  los  grados  académicos.  Sin 


(12)  Con  e^tas  palabras  empieza  la  Bula  papal  de  28  de  abril  de  1277,  a  la  que 
más  tarde  nos  referiremos. 


—  107  — 


duda  por  este  motivo,  los  cronistas  antes  citados  le  llaman  clericus  ge- 
neralis.  En  la  Facultad  de  Teología  oyó  las  lecciones  del  franciscano 
Juan  de  Parma,  a  quien,  a  raíz  de  su  elevación  al  Generalato  de  la  Or- 
den, sucedió  en  la  cátedra  San  Buenaventura;  cuando  años  más  tarde 
Juan  de  Parma,  perseguido  como  joaquimita,  hubo  de  renunciar  a  tan 
alta  dignidad,  salirse  de  la  Orden  y  retraerse  a  la  soledad,  el  afecto 
movió  a  su  discípulo,  ya  Papa,  a  rehabilitarle,  para  lo  cual  le  llamó  a  la 
curia  y  aun  quiso  nombrarle  cardenal,  impidiéndoselo  la  muerte. 

Pedro  Hispano  sintió  una  marcada  preferencia  por  los  estudios  mé- 
dicos, en  los  que  debió  iniciarse  en  la  misma  Facultad  de  Artes  de  Pa- 
rís, donde  se  leía  y  comentaba  con  fervor  a  la  sazón  la  filosofía  natural 
aristotélica,  retiradas  ya  las  prohibiciones  eclesiásticas  de  tiempos  ante- 
riores. Es  posible  que  oyera  a  Alberto  Magno,  de  cuyas  obras  cientí- 
ficas copió  en  algunos  escritos  médicos.  Perfeccionó  sus  conocimientos 
de  medicina  en  Sicilia  con  los  maestros  de  la  famosa  Escuela  de  Saler- 
no;  y,  al  fundarse  el  Estudio  de  Siena,  fué  requerido  para  enseñar  allí 
la  medicina.  A  partir  de  este  momento,  se  pierde  el  rastro  de  su  vida, 
en  cuyo  relato  un  lapso  ignorado  de  casi  tres  lustros  pone  una  evidente 
solución  de  continuidad. 

5.  Ese  típico  representante  del  saber  profano  de  su  tiempo  estaba 
destinado  a  ocupar  la  cumbre  de  la  jerarquía  eclesiástica.  El  hecho  nada 
tiene  de  extraordinario  en  un  siglo  que  vió  subir  al  Pontificado  a  Pe- 
dro de  Tarantasia  y  a  otros  .afamados  maestros  universitarios.  Entre  la 
Universidad  y  la  Iglesia  mediaban  íntimas  y  constantes  relaciones.  Pro- 
bablemente Pedro  Hispano  entraría,  a  lo  largo  de  su  carrera  escolar, 
en  relación  con  altos  personajes  eclesiásticos.  Lo  cierto  es  que,  cuando 
volvemos  a  saber  de  él,  en  el  año  1261  aparece  firmando  un  acta  en 
compañía  del  cardenal  Ottobonus,  más  tarde  Adriano  V,  y  del  cardenal 
Hugo  de  Saint-Cher;  ya  se  titula  entonces  "deán  de  Lisboa"  (decanus 
UILvbonensis).  Ignoramos  si  llegó  a  personarse  en  tal  prebenda,  dada  la 
crítica  situación  que  atravesaba  la  Iglesia  en  Portugal  por  la  enconada 
persecución  del  rey. 

Tras  un  nuevo  lapso  de  siete  años  de  los  que  no  hallamos  noticia 
alguna,  en  las  postrimerías  de  1268  el  pontífice  Gregorio  X  le  honra  con 
el  cargo  de  "archiatro"  o  médico  suyo,  bien  fuese  personalmente  cono- 
cedor de  su  valía  en  este  ramo  del  saber  o  se  lo  hubiese  recomendado 
Ottobonus.  No  tardó  en  dejar  para  su  pariente  Egidio  Reboli  o  Martín 
el  deanato  de  Lisboa,  haciéndose  nombrar  arcediano  de  Vermuy  en  la 
archidiócesis  de  Braga. 

En  marzo  o  abril  de  1273  empieza  su  vertiginosa  ascensión  a  las  altas 


—  io8  — 


dignidades  eclesiásticas.  El  capítulo  de  Braga  le  elige  arzobispo;  y,  to- 
davía electo.  Gregorio  X  le  nombra  cardenal-obispo  de  Tusculum  para 
retenerle  a  su  lado,  si  bien  continuó  por  algún  tiempo  en  la  administra- 
ción de  la  archidiócesis  por  orden  pontificia. 

Desde  la  corte  acompañó  al  Papa  en  viaje  para  asistir  al  Concilio  II 
de  Lión,  donde  fué  consagrado  obispo  a  principios  de  1274.  Durante  el 
Concilio  fué  elevado  a  cardenal  en  una  promoción  famosa,  pues  iun- 
tamente  con  él  lo  fueron  el  minorita  San  Buenaventura,  el  dominico 
Pedro  de  Tarantasia  y  los  obispos  de  Aix  y  Arlés.  No  parece  que  a  títu- 
lo de  cardenal  interviniese  mucho  en  el  gobierno  de  la  Iglesia.  Grego- 
rio X  encomendó  a  su  celo  una  comunidad  de  monjas  de  Évora  que 
habían  pedido  en  Lión  la  confirmación  de  su  Orden  recién  fundada ; 
Pedro  Hispano  les  impuso  la  regla  cisterciense  y  las  confió  a  la  vigilan- 
cia del  abad  cisterciense  de  Alcobaca. 

6.  A  la  muerte  de  Gregorio  X  se  sucedieron  dos  Papas  en  breve 
tiempo.  Pedro  de  Tarantasia.  que  había  adoptado  el  nombre  de  Inocen- 
cio V,  murió  al  cabo  de  medio  año;  y  Ottobonus,  que  tomó  el  nombre 
de  Adriano  V.  no  gobernó  la  Iglesia  más  de  treinta  y  ocho  días.  Fué 
convocado  nuevo  cónclave  en  Viterbo,  al  que  tan  sólo  acudieron  nueve 
cardenales;  y  tras  alguna  demora  y  un  alboroto  popular  levantado  por 
los  empleados  de  la  curia,  a  mediados  de  septiembre  de  1276  fué  ele- 
gido Papa  por  unanimidad  Pedro  Hispano.  Dos  circunstancias  contri- 
buyeron de  una  manera  decisiva  a  la  elección :  la  de  ser  el  único  asis- 
tente al  cónclave  que  no  era  italiano  ni  francés  dos  dos  bandos  en  que 
el  cónclave  se  dividió)  y  el  deseo  general  de  designar  un  Papa  que  viviese 
largo  tiempo.  La  coronación  pontificia  se  celebró  en  el  mismo  Viterbo 
el  siguiente  domingo,  20  de  septiembre,  en  la  Catedral  de  San  Loren- 
zo;  allí  recibió  las  insignias  papales  de  manos  del  cardenal  Orsini,  jefe 
del  bando  italiano,  que  más  tarde  había  de  sucederle  con  el  nombre  de 
Nicolás  III  y,  tal  vez  en  su  honor,  adoptó  el  nombre  de  Juan  ( 13). 

Apenas  hubo  empuñado  Juan  XXI  las  riendas  del  gobierno,  castigó 
a  los  curiales  promotores  del  alboroto  de  Viterbo  y  revocó  la  reglamen- 
tación del  cónclave  dictada  por  el  Concilio  de  Lión.  Esta  medida,  que 
dió  pábulo  a  murmuraciones,  obedecía  al  deseo  del  Pontífice  de  dictar 
una  nueva  Constitución  que  evitase  los  largos  interregnos  en  las  vacan- 
tes del  Pontificado;  la  muerte  no  le  dió  tiempo  a  la  realización  del  pro- 

Í13)    Suele  llevar  el  núm.  21  entre  los  Papas  de  este  nombre,  aunque  la  Curia  le 

dió  el  núm.  20.  La  confusión  en  el  cómputo  proviene  de  que  algunos  admiten  errónea- 
mente otro  papa  Juan  entre  Bonifacio  \TT  y  Juan  XV  o  bien  incluyen  en  la  nume- 
ración al  antipapa  Juan  Filábate. 


pósito.  En  7  de  octubre  anunció  al  mundo  cristiano  su  elección  en  la 
encíclica  Qui  aeternae  legis. 

Intervino  directamente  o  mediante  legados  en  los  principales  asun- 
tos políticos  de  carácter  europeo.  En  la  cuestión  del  Sacro  Romano  Im- 
perio se  inclinó  a  favor  de  Carlos  de  Anjou,  quien  logró  ver  reconoci- 
dos sus  derechos  frente  a  Rodolfo  de  Habsburgo,  que  había  detentado 
hasta  entonces  el  codiciado  título  de  rey  de  Roma.  Gestionó  la  paz  en- 
tre el  rey  francés  Felipe  el  Atrevido  y  Alfonso  de  Castilla,  enemistados 
con  ocasión  de  la  herencia  del  reino  de  Navarra;  el  General  de  los  do- 
minicos y  el  Ministro  de  los  franciscanos  recordaron  a  los  contendientes 
en  nombre  del  Papa  que  urgía  la  preparación  de  la  guerra  de  cruzada 
y  el  mantenimiento  de  la  paz  entre  los  príncipes  cristianos.  En  cambio, 
nada  obtuvo  del  rey  de  Portugal  que  había  roto  sus  relaciones  con  el 
Papado  y  había  confiscado  los  bienes  eclesiásticos,  a  pesar  de  una  carta 
del  Pontífice  escrita  en  términos  harto  benévolos  para  el  monarca  rei- 
nante en  su  patria.  Anduvo  en  tratos  con  el  rey  de  Inglaterra  sobre  las 
rentas  de  cruzada  y  la  liberación  de  una  hija  de  Simón  de  Monfort 
que  había  sido  puesta  en  prisión,  ejerciendo  de  mediador  el  arzobispo 
de  Canterbury  John  Peckham,  con  quien  cambió  una  interesante  corres- 
pondencia a  propósito  de  tales  asuntos. 

No  descuidaba  entretanto  Juan  XXI  los  graves  negocios  de  la  Igle- 
sia. La  empresa  de  las  cruzadas  requería  una  base  económica;  los  im- 
puestos establecidos  con  esta  finalidad  habían  suscitado  dificultades  en 
la  recaudación  y  en  la  guardaduría,  que  el  Papa  solventó  con  una  serie 
de  disposiciones  transmitidas  a  los  legados  y  representantes  pontificios 
en  cada  país.  Gracias  a  ello,  fueron  amontonadas  cuantiosas  sumas  de 
dinero.  Paralelamente  seguía  tratando,  conforme  a  las  directivas  políti- 
cas de  Inocencio  V,  con  el  emperador  de  Constantinopla  Miguel  Paleólo- 
go y  su  hijo,  la  unión  de  las  Iglesias  latina  y  griega  iniciada  en  el  Con- 
cilio II  de  Lión ;  y  hasta  logró  de  ambos  que  suscribieran  una  profesión 
de  fe  católica,  juntamente  con  el  patriarca  constantinopolitano  Juan 
Beck.  La  unión  fracasó,  sin  embargo,  una  vez  más  por  motivos  políti- 
cos. Promovió  asimismo  las  misiones  en  tierras  de  infieles ;  y  es  digna 
de  mención  la  súplica  que  le  fué  enviada  por  el  Khan  de  Tartaria  en 
demanda  de  misioneros  para  evangelizar  el  país,  y  el  ofrecimiento  si- 
multáneo de  auxilios  para  la  cruzada.  A  ¡los  dos  meses  de  su  Pontifica- 
do, por  documento  expedido  en  Viterbo  a  16  de  noviembre  de  1276, 
aprobó  y  confirmó  la  erección  del  Colegio  misionero  de  Miramar,  que 


—  I  lü  — 

el  infante  Don  Jaime  acababa  de  fundar  a  instancias  de  Ramón  Lull  (14). 
Un  rasgo  muy  personal  de  este  Papa  fué,  al  decir  de  los  historiadores., 
su  decidida  protección  a  los  estudiantes  y  letrados,  a  un  gran  número 
de  los  cuales  concedió  beneficios,  prebendas,  dispensas  y  otras  ayudas; 
en  especial,  menudeó  las  distinciones  a  los  clérigos  que  iban  en  viaje 
de  estudios  a  París. 

7.  Para  la  historia  del  pensamiento  filosófico  reviste  enorme  interés 
la  intervención  del  papa  Juan  XXI  en  las  luchas  doctrinales  que  se  des- 
arrollaron en  la  Universidad  de  París  al  comenzar  el  último  cuarto  del 
siglo  xiii.  El  conflicto  entre  el  agustinismo  tradicional  y  el  aristotelismo 
renaciente  atravesaba  una  fase  aguda.  Por  un  lado,  los  maestros  de  la 
Facultad  de  Artes  acogían  y  enseñaban  sin  rebozo  las  doctrinas  de  Aris- 
tóteles, sin  cuidar  gran  cosa  de  armonizarlas  con  el  dogma  cristiano. 
Coincidiendo  con  este  movimiento,  Tomás  de  Aquino  en  la  última  etapa 
de  su  docencia  en  París  había  osado  exponer  el  peripatetismo  en  el  co- 
razón mismo  de  la  Universidad,  es  -decir,  en  la  Facultad  de  Teología. 
Las  autoridades  religiosas,  encargadas  de  velar  por  la  pureza  de  la  fe 
en  las  enseñanzas  universitarias,  experimentaron  gran  alarma,  de  la  que 
hicieron  partícipe  al  Papa.  Al  Papa  le  incumbía  en  la  Edad  Media  la 
suprema  vigilancia  de  la  Universidad;  y  en  el  ejercicio  de  esta  misión, 
los  Pontífices  venían  desplegando  tradicionalmente  una  política  favora- 
ble a  la  expansión  del  agustinismo.  La  actuación  de  Gregorio  X  se  acusa 
en  este  aspecto  con  un  perfil  inequívoco :  en  1272  nombra  a  dos  caracte- 
rizados teólogos  de  tendencia  agustiniana,  Roberto  Kildwarby  y  Pedro 
de  Tarantasia,  primados  de  Inglaterra  y  Francia,  respectivamente;  y  al 
siguiente  año  promueve  al  cardenalato  a  Pedro  de  Tarantasia,  P>uena- 
ventura  y  Pedro  Hispano,  afiliados  a  la  misma  dirección.  Los  inmedia- 
tos sucesores  de  Gregorio  X  insistieron  en  esta  política. 

Al  subir  al  solio  Juan  XXI,  encontró  planteada  la  cuestión  de  la 
ortodoxia  universitaria.  Un  cardenal,  Simón  de  Brie,  actuaba  en  París 
como  legado,  nombrado  por  Gregorio  X  para  atajar  costumbres  des- 
honrosas y  excesos  de  los  universitarios.  En  uso  de  amplios  poderes 
prohibió  los  cenáculos  donde  se  leían  en  secreto  ciertas  obras  y  proscri- 
bió cualquiera  enseñanza  dada  al  margen  de  los  cursos  públicos  de  la 
Universidad,  a  excepción  de  las  de  gramática  y  lógica ;  a  los  bachille- 


(14)  A.  Rubio  y  Lluch:  Documents  per  ¡'historia  de  la  cultura  catalana  tnig-eval,  I, 
Barcelona,  igo8,  páss  4-5. 


—  III  — 


res  y  maestros  que  prosiguieran  en  tales  enseñanzas  clandestinas,  les 
amenazó  con  la  expulsión  del  claustro  universitario  (15). 

En  18  de  enero  de  1277,  Juan  XXI  promulgó  una  bula  contra  cier- 
tos maestros  de  la  Facultad  de  Artes  (16),  en  la  que,  después  de  recor- 
dar con  vivo  afecto  sus  años  de  estudios  en  la  Universidad,  lamenta  las 
innovaciones  doctrinales  introducidas  por  algunos  profesores  en  las  en- 
señanzas de  dicha  Facultad,  que  han  llegado  a  hacer  mella  en  los  teólo- 
gos y  a  ser  expuestas  en  libros;  y  encarga  al  obispo  de  París  que  le 
informe  acerca  de  tales  errores,  así  como  de  sus  autores  y  partidarios 
y  de  los  escritos  donde  se  contienen,  para  sompesar  su  alcance  y  tomar 
en  su  día  una  determinación  que  reintegre  la  Universidad  a  su  pureza 
doctrinal.  Ni  corto  ni  perezoso,  al  obispo  Tempier  omitió  la  informa- 
ción solicitada  por  el  Papa ;  pero,  amparándose  en  su  bula,  en  7  de  marzo 
proscribió  de  la  enseñanza  universitaria  una  lista  de  219  tesis  en  las  que 
se  resumía  la  doctrina  peripatética  a  la  sazón  difundida  en  la  Facultad 
de  Artes. 

Mayor  circunspección  fué  usada  con  la  Facultad  de  Teología.  Por 
otra  bula  de  28  de  abril,  Juan  XXI  mandaba  al  obispo  Tempier  que, 
con  una  comisión  de  maestros,  abriera  una  información  similar  a  la  an- 
terior acerca  de  (las  novedades  introducidas  en  la  enseñanza  de  la  Teo- 
logía (17).  Tempier  se  sintió  esta  vez  menos  impetuoso;  y,  acatando  a 
la  letra  la  orden  pontificia,  se  dispuso  a  realizar  la  oportuna  información. 

8.  Sobrevino  en  esto  la  trágica  muerte  de  Juan  XXI  a  consecuen- 
cia de  un  accidente  desgraciado  que  le  ocurrió  en  Viterbo.  Acababa  el 
Papa  de  instalarse  en  unas  habitaciones  recién  construidas  de  su  pala- 
cio, cuando  el  techo  se  hundió  y  le  hirió  de  tal  gravedad  que  expiró,  al 
cabo  de  seis  días,  en  20  de  mayo  de  1277.  Los  anhelos  de  un  largo  pon- 
tificado que  sentía  la  Cristiandad,  se  frustraron  una  vez  más.  El  cadá- 
ver fué  sepultado  en  la  Catedral  de  San  Lorenzo  en  Viterbo;  el  sepul- 
cro en  que  yace,  fué  restaurado  siglos  más  tarde  y  reemplazado  no  hace 
mucho,  en  1886,  por  un  túmulo  funerario. 


(15)    Denifle-Chatelain:  Chartularvum  Universitatis  Parisiensis,  I,  París,  1899,  pá- 
ginas 538  y  S4o. 
•  (16)    Denifle-Chatelain,  ibid.,  pág.  541. 

(17)  La  existencia  de  esta  segunda  bula  ha  sido  puesta  en  duda,  por  no  hallarse  in- 
cluida en  las  colecciones  oficiales.  La  identidad  de  su  texto  con  el  de  la  anterior  ha  indu- 
cido a  creer  que  se  trataba  de  una  sola  bula,  sin  tener  en  cuenta  que  la  primera  fué 
escrita  para  los  "artistas"  y  la  segunda  para  los  "teólogos".  La  ha  publicado  íntegramen- 
te, a  base  del  manuscrito  761  de  Burdeos,  el  P.  André  Callebaut  en  su  artículo:  Jean 
Peckham  O.  F.  M.  et  l'Augustinisme,  inserto  en  "Archivum  Franciscanum  Historicum", 
XVIII,  1925,  págs.  446-466. 


 112  — 


La  fantasía  popular  urdió,  en  torno  al  desgraciado  fin  del  Papa,  una 
leyenda  negra.  Se  quiso  ver  en  aquél  la  mano  de  Dios  vengadora  de 
supuestas  ofensas  que  le  habían  sido  inferidas.  Como  otros  médicos  me- 
dievales, Juan  XXI  gozó  fama  de  nigromante;  y,  exagerando  más,  le 
fueron  atribuidos  tratos  con  el  diablo.  Por  su  lado,  las  Ordenes  religio- 
sas, en  especial  la  de  Predicadores,  guardaron  mal  recuerdo  de  su  pon- 
tificado; algunos  cronistas  tardíos  propagaron  el  rumor  de  que  su  muer- 
te había  sido  un  castigo  del  cielo  por  las  persecuciones  infligidas  a  los 
religiosos.  El  rumor  carece  de  fundamento,  pues  en  las  luchas  doctrina- 
les entre  agustinianos  y  peripatéticos  no  estuvo  involucrada  la  Orden  en 
un  principio.  De  hecho,  Juan  XXI  parece  haber  actuado  con  una  gran 
independencia  de  criterio  y  respondiendo,  como  veremos,  a  convicciones 
propias,  sin  que  su  actitud  en  la  cuestión  de  la  ortodoxia  universitaria 
trascendiera  al  trato  con  las  Ordenes  religiosas,  a  las  que  dispensó  se- 
ñalados favores  y  con  cuyos  principales  miembros  mantuvo  cordial  re- 
lación. 

El  reproche  mayor  que  se  ha  dirigido  a  este  Papa,  ha  sido  el  de  una 
cierta  impericia  en  el  gobierno  de  la  Iglesia.  La  tramitación  burocrá- 
tica de  los  asuntos  le  aburría,  en  extremo ;  y  su  afición  no  extinguida  a 
los  estudios  le  llevaba  a  aislarse,  siempre  que  podía,  de  la  curia  para 
entregarse  a  la  lectura  y  al  trabajo  intelectual.  Ni  hay  que  decir  que  el 
reproche  aumenta  el  interés  por  el  conocimiento  de  sus  obras  y  de  su 
doctrina,  cuyo  examen  emprendemos  a  continuación. 


III 


SUS  OBRAS. 

Amplitud  de  la  producción  literaria  de  Pedro  Hispano. — Clasificación  de  sus  es- 
critos.— 1.°  Las  Summulae  logicales;  su  origen,  finalidad  y  estructura. — Su 
extraordinaria  fortuna  en  la  Edad  Media. — Originalidad  del  texto  latino. — 
2.°  Los  comentarios  a  Aristóteles. — 3.°  Obras  de  filosofía  natural. — 4.°  Escri- 
tos teológicos. — 5.°  Obras  médicas;  comentarios  y  escritos  originales. — Con- 
sideración especial  del  Thesaurus  pauperum. 

9.  La  historia  y  la  leyenda  coinciden  en  presentarnos  a  Pedro  His- 
pano como  hombre  de  saber  muy  vasto.  Ninguna  de  las  disciplinas  cul- 
tivadas en  su  tiempo  escapó  a  su  insaciable  curiosidad ;  y,  aunque  prefirió 
la  lógica  y  la  medicina,  conoció  todos  los  demás  ramos  del  humano  sa- 
ber desde  la  gramática  a  la  teología.  Sin  hipérbole  se  le  puede  paran- 
gonar con  los  ingenios  más  universales  del  siglo  xm,  aunque  ni  por  la 
amplitud  ni  por  la  profundidad  de  sus  conocimientos  alcance  la  talla 
de  un  Alberto  Magno.  Polígrafo  como  éste,  escribió  obras  muy  diversas 
y  legó  a  la  posteridad  un  cuantioso  patrimonio  literario,  que  en  buena 
parte  quedó  pronto  olvidado.  Quién  sabe  si  la  extraordinaria  fama  de 
su  gran  contemporáneo,  que  paralelamente  escribió  sobre  materias  igua- 
les o  similares,  pudo  perjudicarle  hasta  eclipsar  por  completo  su  labor. 
De  las  recientes  investigaciones  se  desprende,  en  efecto,  una  conclusión 
muy  clara:  la  fortuna,  que  se  mostró  excesivamente  pródiga  con  la  obra 
lógica  de  Pedro  Hispano — como  tendremos  ocasión  de  ver — ,  no  corres- 
pondió, en  cambio,  al  mérito  efectivo  de  sus  restantes  producciones  cien- 
tíficas, si  exceptuamos  tal  vez  alguno  de  sus  tratados  'médicos. 

Por  la  rareza  de  los  manuscritos  y  la  falta  absoluta  de  ediciones  de 
la  mayoría  de  las  obras  de  nuestro  autor  ha  pasado  inadvertida  la  mag- 
nitud de  su  producción  literaria.  Recientes  y  afortunados  hallazgos  han 
devuelto  al  conocimiento  de  los  eruditos  aquella  rica  herencia;  y  hoy 
nos  hallamos  en  situación  de  inventariarla  con  mayor  exactitud.  Para 
proceder  con  orden,  vamos  a  clasificarla  en  cinco  grupos:  el  compen- 
dio de  lógica,  los  comentarios  a  Aristóteles,  las  obras  psicológicas  y  de 
filosofía  natural,  los  escritos  teológicos  y  los  tratados  médicos.  Prescin- 
dimos, por  su  escaso  interés  para  nuestro  objeto,  de  los  documentos  pon- 
tificios emanados  de  Juan  XXI  o  que  le  han  sido  atribuidos :  una  encí- 


—  114  — 


clica,  varias  bulas  y  una  serie  de  cartas,  acerca  de  los  que  se  ha  dicho* 
ya  lo  bastante  en  los  párrafos  precedentes  (18). 

10.  Su  obra  lógica  está  contenida  en  las  Súmulas  o  compendio  es- 
colar para  iniciación  en  la  dialéctica  de  los  estudiantes  de  la  Facultad 
de  Artes.  Las  Facultades  de  Artes  suceden  en  la  Edad  Media  a  las  anti- 
guas Escuelas  monacales,  catedrales  o  palatinas,  en  las  que  se  daba  la 
enseñanza  de  las  siete  artes  liberales.  Coronamiento  del  trivium  era  la 
dialéctica,  cuyo  estudio  adquirió  gran  incremento  en  los  siglos  medios 
hasta  convertirse  en  enseñanza  principal  y  en  objeto  de  cultivo  inde- 
pendiente. Su  contenido  venía  prefijado  en  los  textos  de  uso  en  las  es- 
cuelas ;  hasta  el  siglo  xn,  el  libro  aristotélico  de  las  Categorías  y  un  frag- 
mento del  Perihermeneias,  precedidos  de  la  Introducción  de  Porfirio  o 
Isagoge  y  de  algunos  pequeños  tratados  de  Boecio,  dan  la  pauta  para  el 
desarrollo  esencial  de  esta  enseñanza.  En  el  siglo  xn,  al  ser  conocido 
íntegramente  el  Organon,  se  completa  el  ciclo  escolar  con  las  demás  ma- 
terias de  la  lógica  aristotélica  (lógica  nova  en  oposición  a  la  ve  tus).  Pero 
no  terminó  aquí  el  desarrollo  de  esta  disciplina.  Poco  a  poco  en  el  am- 
biente de  las  escuelas  germinó  una  doctrina  lógica  complementaria  que, 
además  de  facilitar  la  retención  de  la  doctrina  aristotélica  mediante  re- 
cursos mnemotécnicos,  tendía  a  fijar  la  significación  de  los  términos,  el 
valor  de  los  argumentos  y  el  carácter  sofístico  de  ciertas  pretendidas 
demostraciones,  con  vistas  siempre  a  la  disputa.  Esta  parte  de  la  dialéc- 
tica acabó  por  ser  enseñada  a  continuación  de  las  otras  y  recibió  el  nom- 
bre de  lógica  modernorum  (en  oposición  al  conjunto  de  las  dos  partes 
anteriores  o  lógica  antiqua). 

En  el  siglo  xiii  los  profesores  de  la  Facultad  de  Artes,  a  imitación 
de  sus  colegas  de  Teología,  se  esfuerzan  en  codificar  el  total  contenido 
de  su  respectiva  enseñanza  en  tratados  sistemáticos,  que  reciben  el  nom- 
bre de  Sumas.  Guillermo  de  Shyreswood  y  Lamberto  de  Auxerre  pare- 
cen haber  iniciado  en  la  dialéctica  esta  tendencia,  que  fué  inmediatamen- 
te seguida  por  Pedro  Hispano.  La  obra  de  éste  es,  sin  embargo,  una 
mera  Súmula.  o  Suma  pequeña,  es  decir,  un  texto  abreviado,  en  el.  que 
de  una  manera  concisa  se  establecen  las  nociones  elementales  dialécti- 
cas en  las  varias  materias  que  integraban  entonces  dicha  disciplina.  El 
estilo  es  lapidario  y  sentencioso,  los  ejemplos  oportunos  y  bien  escogi- 
dos, las  exposiciones  breves  y  descargadas  de  inútil  erudición,  y  las  di- 
versas partes  tan  bien  trabadas,  que  la  obra  ofrece  una  innegable  unidad. 

(t8)  Para  más  detalles  acerca  de  éstos  documentos  papales,  véase  el  estudio  de- 
M.  Daunou  inserto  en  la  "Histoire  littéraire  de  la  France".  voh  XIX,  París,  1895,  pá-' 

dna?  322-334,  al  final. 


—  H5  — 

Cualidades  tan  excelentes  valieron  a  esta  obra  una  difusión  extra- 
ordinaria. Maestros  y  escolares  la  consideraron  un  modelo  en  su  género 
y  la  utilizaron  para  guía  en  los  estudios.  Con  el  tiempo  fué  declarada 
texto  oficial  casi  en  todas  partes,  como  expondremos  más  adelante;  su 
boga  duró  hasta  bien  entrado  el  siglo  xvi.  Así  se  explica  el  crecido  nú- 
mero de  manuscritos  de  esta  obra  que  existieron  en  los  siglos  xm,  xiv 
y  xv  y  la  gran  cantidad  de  ediciones  aparecidas  en  los  siglos  xv  y  xvi. 
De  los  primeros  se  conservan  todavía  bastantes  ejemplares  en  España, 
dispersos  en  archivos  y  bibliotecas  (19).  De  las  segundas  intentó  formar 
un  catálogo  completo  Prantl,  quien  llegó  a  inventariar  hasta  48  edicio- 
nes (20).  Algunas,  sin  embargo,  escaparon  a  su  conocimiento  (21);  por 


(19)  Sin  investigación  de  nuestra  parte  y  nada  más  por  noticias  casuales  o  infor- 
maciones de  amigos,  podemos  señalar  los  siguientes:  uno  del  siglo  xiii  en  el  Archivo 
Archidiocesano  de  Tarragona,  varios  en  las  Bibliotecas  Capitulares  de  Toledo,  Córdoba 
y  Sevilla,  y  uno  en  el  Museo  Episcopal  de  Vich.  Costaría  poco  esfuerzo  señalar  la  exis- 
tencia de  otros  muchos. 

(20)  He  aquí  la  lista  escueta  de  las  48  ediciones  citadas  por  Prantl  en  su  Geschichte 
dcr  Logik  im  Abendkmde,  vol.  III,  cap.  XVII,  nota  143  (págs.  35-40) : 

5  ediciones  en  Leipzig  por  Melchor  Lotther  en  1499,  1506,  1509,  1510  y  1516. 
1  edición  incunable  sin  indicación  de  lugar  ni  fecha. 

5  ediciones  alemanas  con  el  comentario  de  Juan  Versor  en  1487  (Colonia?),  1488 

(Colonia?),  1489  (Colonia),  1495  (Nurenberg)  y  1497  (Nurenberg). 
S  ediciones  en  Colonia,  con  los  comentarios  del  tomista  Lamberto  de  Monte,  en 

1480,  1489,  1490,  1493,  1494,  1496,  1503  y  1507- 

3  ediciones  en  Colonia,  con  los  comentarios  del  albertista  Harderwyck  en  1488, 

1493  y  1504. 

1  edición  en  Venecia,  de  1516,  con  los  comentarios  del  escotista  Nicolás  de  Orbelli. 

5  ediciones  más  en  Venecia,  de  ellas  cuatro  con  los  comentarios  de  Versor  y  una 

con  los  de  Juan  de  Monte,  en  1488,  1508,  1550,  1572  y  1500. 

2  ediciones  en  Lión,  con  los  comentarios  de  Jorge  de  Bruselas  y  Tomás  Bricot 

en  1489  y  1515. 
1  edición  en  París,  con  los  mismos  comentarios,  en  i497- 
1  edición  en  Venecia,  con  los  comentarios  de  Juan  de  Mestres,  en  i4qo. 

3  ediciones,  con  los  comentarios  del  escotista  Tartaret,  de  Friburgo  en  1504,  de 

Basilea  en  15 14  y  de  Venecia  en  1591. 

6  ediciones  con  el  título  Duodecim  tractatus,  de  Basilea  en  151 1,  de  Estrasburgo 

en  1511  y  1514,  de  Colonia  en  1499,  1504  y  1513- 
1  edición  de  Reutlingen  en  1486. 
1  edición  sin  indicación  de  lugar  ni  de  fecha. 
1  edición  incunable,  también  sin  fecha  ni  lugar. 

3  ediciones,  con  los  primeros  seis  tratados  solamente :  una  de  Viena,  con  los  co- 
mentarios de  Marsilio,  en  1512;  otra  de  Viena  en  1516,  y  otra  por  Augusto 
Vindel,  con  los  comentarios  de  Juan  Eck,  en  1516. 

1  edición  de  Lión,  en  1505,  con  tan  sólo  cuatro  tratados  y  los  comentarios  de 
Juan  Mayor. 

Indicaciones  bibliográficas  muy  detalladas  se  encontrarán  en  la  nota  citada  de  Prantl. 

(21)  Helas  aquí: 


—  i  i  o  — 


nuestra,  parte,  hemos  de  lamentar  que  Prantl  ignorara  en  absoluto  la 
existencia  de  ediciones  españolas  (22). 

El  examen,  aunque  sea  somero,  de  un  tal  cúmulo  de  manuscritos  y 
ediciones  despierta  alguna  inquietud.  Es  fácil  advertir  en  los  unos  y  en 
las  otras  una  enorme  diversidad  de  títulos  y  a  las  veces — lo  que  es  peor — 
de  contenido,  de  donde  proviene  un  obstáculo  casi  insuperable  para  la 
reconstitución  del  texto  original.  El  compendio  aparece  rotulado  de  las 
más  diversas  maneras :  Summulae  logicales,  Logicalia,  Parvorum  logi- 
calium  líber  o  libellus  o  compendium,  Logicalia  12  tractatuum,  Summula 
logicae,  Scriptum  summularum,  Textus  summularum,  Copulata  sex 
tractatuum,  Textus  septem  tractatuum,  Tractatus  12  de  dialéctica,  Co- 


Varias  ediciones  sin  indicación  de  fecha  ni  lugar,  distintas  de  las  citadas  por  Prantl 
de  las  que  hay  ejemplar  en  la  Biblioteca  Universitaria  de  Barcelona. 

Otra  edición  de  1503,  en  folio,  sin  indicación  de  lugar  (existe  ejemplar  en  Sevilla). 

Otra  edición  de  Lión,  de  1502,  con  los  comentarios  de  Jorge  de  Bruselas  y  Tomás 
Bricot  (existe  ejemplar  en  la  Biblioteca  Nacional  de  Madrid). 

Edición  de  Rouen,  de  1500,  con  los  comentarios  de  Jorge  de  Bruselas  (ejemplar  en 
Sevilla) . 

Otra  edición  de  Leipzig,  de  15 13,  con  los  comentarios  de  un  tal  Hieronymus  Cin- 
gularius  Chrysopolitanus  (ejemplar  en  Sevilla). 

Otra  edición  de  París,  de  15 10,  con  los  comentarios  de  Dorp  y  Ockam  (ejemplar  en 
Sevilla) . 

Otra  edición  de  Venecia,  de  1518,  con  los  comentarios  de  Juan  Versor  (ejemplar  en 
Sevilla) . 

Hemos  visto,  además,  citadas  las  siguientes  ediciones  no  incluidas  en  la  lista  de 
Prantl:  Venecia,  1593;  Colonia,  1610;  y  Basilea,  1540,  con  el  comentario  de  Cristóbal 
Hegendorf. 

(22)  Existen,  por  lo  menos,  tres  ediciones  españolas  de  las  que  hemos  logrado  ver 
ejemplar:  una  de  1503  en  Sevilla,  otra  de  1528  en  Alcalá  y  otra  de  Sevilla  en  1571.  La 
segunda  contiene  únicamente  el  primer  tratado  de  las  Súmulas.  La  primera  incluye  los 
comentarios  de  Juan  Versor;  y  la  tercera,  genuinamente  española,  publica  además  los 
comentarios  del  dominico  Tomás  Mercado.  De  7a  primera  de  estas  ediciones  hay  ejem- 
plar en  la  Biblioteca  Nacional  de  Madrid;  de  las  otras  dos  existe  ejemplar  en  la  Biblio- 
teca Universitaria  de  Barcelona. 

Pongo  a  continuación  una  nota  bibliográfica  más  extensa: 

1.  Preclara  in  magistri  petri  hispani  logicam  Versoris  expositoris  famosissimi  inda- 
gatio  una  cum  textu  eiusdem  magistri  petri.  Tractatusque  parvorum  logicalium  perquam 
necessario.  Tractatus  item  de  secundis  intentionibus  ab  egregio  magistro  francisco  de 
prato  ad  utilitatem  studentium  compilatus.  Anno  M.D.III. — El  explicit  al  dorso  del 
folio  penúltimo  reza  a  la  letra:  Summularum  logice  magistri  Petri  Hispani  tractatus 
septem  acuratissima  excellentissimi  Joannis  versoris  expositione  elucubrati.  una  cum  de 
secundis  intentionibus  Francisci  de  prato  viñ  memorandi  tractatus  visi  approbatique  a 
Reverendo  sacre  pagine  magistro  Roderico  a  sancta  ella  reyne  archidiácono  bene  mérito. 
Hispali  per  Stanislaum  polonum  et  Jacobum  kronberger  alemanum  impressi.  Feüci  sy- 
dere  sunt  expliciti  impensis  per  maximis  garsie  de  la  torre  nec  non  Alfonsi  laurentii 
bibliopolarum.  A  nno  christiane  salutis  millesimo  quingentésimo  tertio.  XVII.  Kl.  Madij. 

Es  interesante  el  prefacio,  en  el  que  Pedro  de  San  Juan  expone  cómo  se  ha  decidido 


púlala  omnium  tractatuum,  Tesaurus  sophismatum,  etc.  Manuscritos 
tardíos  y  algunas  ediciones  anuncian  la  obra  como  una  compilación  de 
diversos  autores  o  como  un  comentario  a  la  lógica  aristotélica  o  a  la 
filosofía  de  Santo  Tomás  de  Aquino.  La  mayoría  de  estos  rótulos  res- 
ponden a  un  punto  de  vista  personal  del  que  ha  copiado  el  manuscrito  u 
ordenado  la  edición;  en  medio  de  tanta  variedad  cabe  sospechar  que  el 
auténtico  título  de  la  obra,  si  realmente  su  autor  llegó  a  bautizarla,  fuese 
el  de  Summulae  logicales  u  otro  muy  parecido. 

Lo  más  desconcertante  del  caso  es  la  variación  en  el  número  de  los 
tratados  parciales  que  integran  la  obra,  que  unas  veces  son  6,  otras  son 
7  y  otras  son  12.  La  divergencia  proviene  de  la  presentación  externa  del 
texto,  del  cual  en  unas  ediciones  se  segrega  el  último  tratado  para  acom- 
pañarlo a  guisa  de  complemento  a  la  lógica  de  contenido  aristotélico, 
mientras  que  en  otras  ediciones  cuenta  como  séptimo  trozo,  y  en  otras 
las  subdivisiones  de  este  séptimo  tratado  van  numeradas  a  continuación 
de  los  tratados  anteriores  hasta  completar  el  número  doce.  El  índice  que 
corresponde  a  la  auténtica  estructura  de  la  obra,  se  desmenuza  en  las 
siguientes  materias: 


/. 

De  enunciatione. 

II. 

De  quinqué  universalibus. 

III. 

De  praedicamentis. 

IV. 

De  syllogismis. 

V. 

De  locis  dialecticis. 

VI. 

De  fallaciis. 

VIL 

De  proprietatibus  terminorum 

a  emprender  la  edición  por  la  gran  rareza  de  los  comentarios  impresos  de  Juan  Versor 
con  el  texto  intercalado  de  Pedro  Hispano,  apelando  a  la  munificencia  de  Juan  Pardo 
por  no  haberse  atrevido  ningún  librero  a  correr  con  los  gastos  de  la  edición. 

2.  Primus  tractatus  sumtnularum  m  textura  Petri  Hispani  a  Roderico  Cueto  cordu- 
bensi,  dum  profiteretur  artes  ingenuas.  Compluti,  in  edibus  Michaelis  de  Guya,  1528. 
Es  una  preciosa  edición  semigótica  a  doble  columna. 

3.  Commentarii  lucidissimi  in  textum  Petri  Hispani  P.  Thomae  de  Mercado,  ordinií 
praedicatorum,  artium  ac  sacrae  Theologiae  professoris.  Prima  editio  cum  argumentorum 
selectissimorum  opúsculo  quod  vice  Enchyridii  esse  possit  Dialecticis  ómnibus.  Hispali. 
ex  officina  Ferdinandi  Diaz,  in  via  Serpentina,  1571. 

Contiene  nada  más  los  cinco  primeros  libros  de  las  Summulae  de  Pedro  Hispano, 
cuyo  texto  aparece  algo  corrompido;  al  texto  acompaña  el  comentario  de  Tomás  Mer- 
cado en  forma  de  lectio.  El  libro  está  dedicado  a  Cristóbal  de  Rojas,  Arzobispo  de 
Sevilla. 


uS  -- 


3- 

4- 

5 
6. 


2. 


I 


Suppositio. 

Ampliatio. 

Appcllatio. 

Res  trie  tio. 

Distributio. 

Exponibilia. 


Los  seis  trataditos  que  integran  la  séptima  parte  de  la  obra,  encie- 
rran la  doctrina  más  original,  aunque  objetivamente  la  menos  intere- 
sante, de  nuestro  autor.  Para  distinguirlo  del  curso  completo  de  la  lógi- 
ca aristotélica  o  lógica  magna,  se  designó  al  conjunto  de  esta  última 
parte  con  el  nombre  de  lógica  parva ;  sus  varias  subpartes  constituían  los 
parva  logiealia.  Con  el  tiempo,  por  superfetación  de  la  doctrina,  les  fue- 
ron añadidas  partes  nuevas:  de  oblif/atoriis,  de  insolubilibus,  de  conse- 
quentiis  y  un  traetatus  syncathegoreumatum,  que  en  algunas  ediciones 
aparecen  completando  las  Súmulas.  Tales  otros  parva  logiealia  no  son 
originales  de  Pedro  Hispano,  sino  fruto  posterior  de  escritores  anónimos 
que  reelaboraron  y  ampliaron  el  texto  primitivo. 

Una  reelaboración  por  el  estilo  sufrió  la  letra  del  texto,  que  no  es 
coincidente  en  los  manuscritos  ni  en  las  ediciones.  El  sentido  fundamen- 
tal se  mantiene  invariable ;  pero  la  redacción  varía  de  unos  textos  a  otros 
y  denuncia  ligeros  retoques,  supresiones  o  adiciones  de  otras  manos.  Si- 
multáneamente estuvieron  en  uso  varias  redacciones  y  se  dió  el  caso 
de  que  cada  centro  escolar  y  cada  ciudad  poseyese  su  propia  versión ; 
así  se  conocía  la  redacción  de  París,  la  de  Colonia,  la  de  Leyden,  la  de 
Louvain,  etc.  "Pasa  con  las  Súmulas  de  Pedro  Hispano — si  se  me  per- 
mite la  comparación — algo  parecido  a  lo  que  con  las  epopeyas  homé- 
"ricas.  La  sustancia  viva  del  texto  se  mantiene  siempre  igual,  pero  los 
"detalles  varían  en  la  tradición  oral  o  escrita"  Í23). 

Imposible  resulta  precisar  dónde  ni  cuándo  redactó  Pedro  Hispano 
su  famoso  compendio.  Las  escasas  noticias  que  poseemos  acerca  de  su 
vida  académica,  impiden  aventurar  cualquiera  hipótesis.  Es  gratuita  la 
afirmación  de  Stapper  de  que  compuso  las  Súmulas  durante  su  magiste- 
rio en  Siena,  donde  probablemente  no  enseñó  lógica,  sino  medicina.  Su 
magisterio  en  París  es  muy  verosímil,  pero  ninguna  fuente  histórica 
conocida  lo  atestigua.  A  decir  verdad,  esta  averiguación  no  ha  consti- 
tuido problema  hasta  hace  poco  tiempo,  porque  bajo  el  peso  de  la  auto- 
ridad de  Prantl  se  admitía  comúnmente  que  Pedro  Hispano  se  había 


(23)    Prantl,  obra  y  capítulo  ya  citados,  nota  i44. 


—  U9  — 


limitado  a  verter  en  idioma  latino  una  obra  griega  más  antigua  de  un 
tal  Miguel  Psello,  que  había  vivido  doscientos  años  antes.  Lo  cierto  es 
que.  el  texto  latino  se  correspondía,  palabra  por  palabra,  con  el  texto 
griego,  cuyos  manuscritos  fueron  conocidos  en  Occidente  desde  el  si- 
glo xv.  El  renacentista  Lorenzo  Valla  alude  al  texto  griego  del  com- 
pendio en  términos  que  revelan  un  desconocimiento  del  texto  latino, 
Prantl,  juzgando  a  la  mentalidad  medieval  incapaz  de  inventar  la  doc- 
trina de  las  propiedades  de  los  términos,  atribuyó  a  Pedro  Hispano  el 
haber  transplantado  a  Occidente,  ípor  una  mera  labor  de  traducción,  la 
lógica  de  Bizancio. 

Prantl  habría  podido  ahorrarse  el  título  erróneo  de  "lógica  bizan- 
tina" que  impuso  al  capítulo  dedicado  a  Pedro  Hispano,  con  sólo  ad- 
vertir por  la  simple  lectura  del  primer  párrafo  de  las  Súmulas  que  su 
autor  ignoraba  el  griego.  De  otro  modo,  no  se  le  hubiera  ocurrido  pro- 
poner la  siguiente  estrafalaria  etimología:  "Dicitur...  dyalectica  a  "dya", 
quod  est  dúo,  et  "logos",  sermo,  vel  "lexis",  ratio,  quasi  duorum  sermo 
vel  ratio".  Entonces  habría  caído  en  la  sospecha  de  que  el  manuscrito  de 
Augsburgo  (hoy  en  Munich)  descubierto  en  1597  por  Elias  Ehinger,  es 
el  único  que  atribuye  el  texto  griego  a  Miguel  Psello.  Este  autor  vivió 
efectivamente  en  Bizancio  en  el  siglo  xi  y  compuso  algunos  tratados, 
en  su  mayor  parte  compendios  de  la  filosofía  platónica.  Pero  no  escri- 
bió compilación  alguna  de  la  lógica  aristotélica  ni  era  conocida  entonces 
en  Bizancio  la  doctrina  de  las  propiedades  de  los  términos.  Nos  encon- 
tramos, pues,  ante  una  falsa  atribución.  El  hallazgo  de  nuevos  manus- 
critos en  los  que  consta  el  texto  griego  de  las  Súmulas,  ha  resuelto  de 
plano  la  cuestión;  todos  ellos  dicen  ser  traducciones  del  latín,  bastantes 
añaden  que  de  la  obra  de  Pedro  Hispano  y  aun  algunos  traen  el  nombre 
del  traductor,  un  tal  Jorge  Scholarios  que  vivió  en  el  siglo  xv. 

Resulta,  pues,  que  el  texto  de  las  Súmulas  es  original  de  Pedro  His- 
pano y  que  sobre  él  ha  sido  calcada  la  versión  griega,  al  igual  que  otra 
hebrea  (24).  Y  es  indudable  que,  si  las  lenguas  romances  hubiesen  sido 
vehículo  de  la  cultura  filosófica  en  los  siglos  medios,  a  ellas  habría  sido 
vertido  también  el  texto  latino,  como  ocurrió  con  la  más  conocida  obra 
médica  de  nuestro  autor. 

11.  Por  referencias  del  propio  Pedro  Hispano  en  sus  tratados  de 
medicina  se  sabía  que  escribió  comentarios  a  algunas  obras  de  Aristó- 
teles. En  uno  de  dichos  tratados,  dice  al  hablar  de  ciertas  cuestiones : 


(24)  En  Venecia  se  conserva  un  manuscrito  con  la  versión  griega;  otro,  con  la 
versión  hebrea,  existe  en  la  Biblioteca  del  Estado  en  Viena. 


—    120  — 


"...  alibi  sunt  disputata  vel  determinata  sicut  supra  librum  de  sensu  et 
sensato  et  supra  secundum  librum  de  anima..."  Pero  tales  comentarios 
y  otros  a  los  que  alude  en  distintos  pasajes,  yacían  ignorados. 

M.  Grabmann  ha  tenido  la  fortuna  de  descubrir,  el  año  1927,  en  la 
Biblioteca  Nacional  de  Madrid  unos  manuscritos  donde  se  contienen  los 
comentarios  de  Pedro  Hispano  a  varios  libros  aristotélicos.  Los  manus- 
critos son  el  3314  y  el  1877.  En  el  primero  se  encuentran,  además  de 
otras  obras  de  Pedro  Hispano  que  mencionaremos  luego,  los  comenta- 
rios al  De  anima  (incompletos  por  faltarles  un  fragmento  inicial)  y  a  los 
Parva  Naturalia,  de  los  que  son  comentados  el  De  sensu  et  sensato,  el 
De  morte  et  vita  y  el  De  somno  et  vigilia.  En  el  otro  manuscrito  una  por- 
ción importante  está  ocupada  por  el  comentario  a  la  Historia  de  los  ani- 
males, al  que  le  falta  el  fragmento  final.  Aunque  por  deficiencias  en  la 
conservación  de  los  manuscritos  falta  la  atribución  taxativa  de  tales  obras 
a  Pedro  Hispano,  es  indudable  que  le  pertenecen,  por  hallarse  incluidas 
en  códices  donde  constan,  escritas  de  la  misma  mano,  otras  obras  suyas 
con  las  que  guarda  conexión.  El  hallazgo  confirma,  por  otro  lado,  las 
noticias  que  ya  poseíamos. 

Pedro  Hispano  ha  sido  probablemente  el  primer  autor  escolástico 
que  ha  comentado  el  De  animalibus.  Entre  todas  las  obras  de  Aristóte- 
les, ésta  parece  haber  suscitado  el  menor  número  de  comentarios  en  la 
Edad  Media.  Sin  embargo,  ya  en  el  siglo  xiii,  no  mucho  después  de 
aparecer  la  versión  latina,  se  compusieron  varios  de  ellos.  Aparte  el 
Tractatus  de  animalibus  del  obispo  cartaginense  Pedro  Gallego,  al  que 
ya  se  aludió,  Alberto  Magno  compuso  una  magnífica  obra  en  26  libros, 
vasto  arsenal  de  sus  conocimientos  científico-naturales,  que  por  su  im- 
portancia forma  época  en  la  historia  de  esta  ciencia.  Todavía  brotó  de 
la  pluma  de  Alberto  un  segundo  comentario,  que  ha  descubierto  recien- 
temente Mgr.  Pelzer;  y  en  el  mismo  siglo  xiii  fueron  compuestos  va- 
rios comentarios  más  a  la  misma  obra.  A  todos  precede  en  antigüedad 
el  de  Pedro  Hispano,  que  debió  ser  escrito  a  mediados  de  dicho  siglo. 

.Sirve  de  base  al  comentario  el  texto  latino  en  19  libros,  trasladado 
del  árabe  por  Miguel  Escoto  en  Toledo  antes  de  1220.  Al  prólogo  de 
Pedro  Hispano  le  sigue  el  proemio  de  Escoto:  "In  nomine  Domini  nostri, 
etcétera",  y  empieza  a  continuación  el  texto  de  Aristóteles :  ((quedam 
partes  corporis  animalium,  etc." ;  este  texto  debió  aparecer  con  varian- 
tes en  los  manuscritos,  según  se  desprende  de  alguna  cita.  Es  curioso 
que  Pedro  Hispano,  antes  de  entrar  a  comentar  el  texto  aristotélico,  se 
plantee  cuestiones  acerca  del  proemio  del  traductor,  de  significación  re- 
ligiosa como  es  sabido,  al  objeto  de  inquirir  por  qué  su  versión  lleva 


—   121  — 


proemio  y  no  lo  lleva,  en  cambio,  la  versión  hecha  por  Alfredo  de  Sa- 
reshel  del  De  vegetabilibus  o  por  qué  dicho  proemio  es  católico  y  no  lo 
es  el  de  Aristóteles.  Las  preguntas  no  pueden  ser  más  baladíes  y  mues- 
tran el  prurito  de  la  disputa  sistemática  que  se  adueñó  de  la  enseñanza 
en  la  Edad  Media. 

Este  comentario,  en  efecto,  es  fruto  de  lecciones  profesadas  por  Pe- 
dro Hispano,  sin  duda  en  alguna  Facultad  o  Escuela  de  Artes.  Adopta 
la  forma  de  cuestiones  disputadas  sobre  el  texto  de  Aristóteles.  Una 
vez  establecido  éste,  se  suscita  la  cuestión,  que  se  desmenuza  en  seguida 
en  sus  varios  aspectos  a  tratar  separadamente  hasta  llegar  a  resolver  la 
cuestión  principal,  conforme  a  las  reglas  ordinarias  de  la  disputa  escolar. 

La  versión  de  Miguel  Escoto  pudo  llegar  a  conocimiento  de  Pedro 
Hispano  por  más  de  un  conducto.  Su  autor  debió  darla  a  conocer  en 
Italia  al  incorporarse  a  la  corte  de  Federico  II,  con  la  que  Pedro  Hispa- 
no mantuvo  asimismo  contacto.  Ni  es  improbable  que  ambos,  Miguel 
Escoto  y  Pedro  Hispano,  trabaran  allí  relación  personal. 

12.  Además  de  los  comentarios  a  la  filosofía  natural  de  Aristóteles,. 
Pedro  Hispano  ha  procedido  a  una  especulación  independiente  de  carác- 
ter antropológico,  desconocida  hasta  hace  poco.  El  fruto  más  sazonado 
de  esa  especulación  se  contiene  en  el  tratado  De  anima,  descubierto  asi- 
mismo por  Grabmann  en  el  códice  3314  de  nuestra  Biblioteca  Nacional. 
La  autenticidad  de  la  obra  viene  garantida  no  sólo  por  las  explícitas 
atribuciones  del  incipit  y  del  explicit  y  por  los  títulos  de  maestro  en  artes 
y  médico,  sino  además  por  su  inclusión  en  un  conjunto  de  otras  obras 
indudables  del  mismo  autor. 

"El  libro  De  anima,  integrado  por  trece  tratados,  está  concebido  no 
"en  forma  de  cuestiones  escolásticas,  sino,  por  el  contrario,  de  manera 
"expositiva,  que  fluye  libremente,  en  estrecha  ordenación  sistemática  de 
"la  materia  total  de  la  psicología  empírica  y  metafísica  de  aquella  épo- 
"ca.  La  concepción  médica  del  autor  se  pone,  frecuentemente,  de  mani- 
"fiesto  en  la  delicadísima  elaboración  de  las  bases  fisiológicas  de  la  vida 
"anímica.  Cosa  sumamente  notable  en  este  curioso  tratado  de  psicolo- 
gía es  la  carencia  de  toda  cita,  incluso  del  mismo  Aristóteles  con  cuyo 
"pensamiento  estaba  tan  familiarizado  el  autor..."  (25).  Por  ser  el  De 

(25)  M.  Grabmann,  en  el  artículo  de  "Investigación  y  Progreso"  citado  en  la 
nota  1,  en  el  que  anunció  la  publicación  del  manuscrito,  en  colaboración  con  un  erudito 
español;  y,  además,  un  estudio  histórico-doctrinal  sobre  el  mismo.  (Por  el  momento, 
según  nos  dice  en  reciente  comunicación  epistolar,  el  proyecto  ha  quedado  en  suspenso.) 

Ya  el  Dr.  Bonilla  y  Sanmartín  conoció  el  códice  3314  de  la  Biblioteca  Nacional,  del 
que  dió  una  noticia  en  su  obra  Luis  Vives  y  la  Filosofía  del  Renacimiento,  2.a  edición, 
Madrid,  1929,  vol.  II,  pág.  198  y  vol.  III,  pág.  112;  pero  no  adivinó  su  importancia 


  122  — 


anima  la  más  antigua  obra  de  psicología  nacida  en  el  ambiente  de  la 
Facultad  de  Artes,  su  conocimiento  reviste  un  gran  valor  para  la  ex- 
ploración de  las  corrientes  netamente  filosóficas  del  siglo  xiii. 

Otra  obra  similar  a  la  anterior  es  el  Líber  de  morte  et  vita  et  causis 
¡ongitudinis  ac  brevitatis  vitae,  que  se  nos  conserva  manuscrita  en  un 
códice  del  siglo  xv  perteneciente  al  Corpus  Christi  College  de  Ox- 
ford (26).  Análogamente  a  como  el  De  anima  se  distingue  del  comenta- 
rio al  libro  aristotélico  de  igual  título,  así  tampoco  cabe  confundir  ese 
otro  tratado  con  los  comentarios  a  los  Parva  naturalia.  Por  la  índole  del 
asunto,  que  se  ciñe  estrictamente  a  las  manifestaciones  de  la  vida  somá- 
tica, el  Liber  de  morte  et  vita  señala  la  transición  a  las  obras  médicas. 

13.  Antes  de  ocuparnos  de  éstas,  señalaremos  la  existencia  de  un 
tratado  teológico,  que  cabe  atribuir  con  verosimilitud  a  nuestro  Pedro 
Hispano.  Hállase  conservado  en  el  códice  7983  de  la  Biblioteca  de  Mu- 
nich, de  fines  del  siglo  xiii  o  principios  del  xiv,  en  el  que  se  lee:  "Incipit 
prohemium  in  expositionem  librorum  beati  Dionysii  a  Pedro  yspano  edi- 
tum".  Se  trata  de  unos  comentarios  al  Pseudo-Dionisio  Areopagita.  es- 
critos a  base  de  la  versión  latina  llevada  a  cabo  en  el  siglo  xn  por  Juan 
Sarraceno  cuyo  texto  íntegro  se  antepone  al  comentario  (27).  Si  se  pu- 
diera comprobar  la  identidad  de  su  autor  con  el  Pedro  Hispano  de  que 
tratamos,  tendríamos  en  esta  obra  una  guía  certera  para  el  conocimiento 
de  sus  doctrinas  teológicas.  Notemos  de  paso  que  el  procedimiento  del 
comentario  que  en  ella  se  sigue,  lo  ha  empleado  nuestro  autor  frecuen- 
temente en  sus  escritos  de  filosofía  natural  y  en  sus  obras  médicas,  como 
vamos  a  ver. 

14.  El  caudal  más  numeroso  de  las  obras  de  Pedro  Hispano  versa 
sobre  asuntos  médicos  (28).  Hasta  dieciocho  escritos  se  conocen  de  esta 
índole,  de  los  cuales  solamente  unos  pocos  han  merecido  los  honores 
de  la  imprenta.  También  en  este  grupo  hemos  de  distinguir  los  comen- 
tarios y  los  tratados  originales.  Los  primeros  toman  por  base  las  obras 

(26)  Véase  a  L.  Thorndike :  A  History  oj  Magic  and  Experimental  Science, 
vol.  II,  New- York.  1023,  cap.  LVIII,  pág.  501,  nota  7;  y  a  M.  Grabmann :  Mittelal- 
terliche  lateinische  Vbersetzungen  von  Schriften  der  Aristoteles-Kommentatoren  Johannes 
Pkiloponos,  Alexander  von  Aphradisias  und  Themistios,  publicado  en  "Sitzunsgsberichte 
der  bayerischen  Akademie  der  Wissenschaften".  München,  1020;  pá?s.  54-55- 

C27)    Grabmann:  Mittelalterliches  Geistesleben,  München,  ig26,  pág.  460. 

C28)  Sobre  los  escritos  médicos  pueden  consultarse  las  obras  de  Thorndike  y 
Stapper  citadas  en  la  nota  1  y  el  estudio  de  M.  Daunou  en  la  "Histoire  littéraire  de 
la  France",  vol.  XIX,  págs.  322-324. 

A  juzgar  por  los  títulos  de  los  manuscritos,  resulta  un  número  de  obras  superior  a 
18,  si  bien  a  veces  una  misma  obra  podría  ser  mencionada  bajo  títulos  diferentes.  Falta 
todavía  un  estudio  médico  completo  de  Pedro  Hispano,  que  debería  basarse  en  un  mi- 


—  1 23  — 


y  los  autores  más  en  boga  en  la  medicina  de  la  época :  los  Aforismos,  el 
Prognosticon  y  el  De  regimine  acutorum  de  Hipócrates,  los  Problemas 
y  la  Physiognomonica  de  Aristóteles,  el  De  crisibus  y  el  De  diebus  decre- 
toriis  de  Galeno,  junto  con  el  Microtechne  del  mismo  autor,  y  el  De  pul- 
sibus  de  Philaretes,  entre  las  obras  de  la  antigüedad  clásica;  y  de  la  me- 
dicina árabe,  la  Isagoge  ad  artem  parvam  Galeni  de  Hunain  ibn  Ishaq, 
traductor  al  arábigo  de  Hipócrates  y  Galeno,  y  sobre  todo  los  escritos 
médicos  de  Isaac  Israeli  De  urinis,  De  dietis  universalibus  y  De  dietis 
particularibus.  La  importancia  de  estos  tres  últimos  comentarios  se  des- 
prende del  hecho  de  que  han  sido  los  únicos  impresos  de  Pedro  Hispano. 
Todavía  escribió  otro  comentario  al  De  viatico,  obra  atribuida  falsamen- 
te a  Constantino  Africano  y  cuyo  verdadero  autor  es  Abu  Diafar  Ahmad, 
un  discípulo  de  Isaac  Israeli.  Entre  los  escritos  originales  merecen  ci- 
tarse: un  tratado  de  oculística,  que  ha  sido  recientemente  editado  y  es- 
tudiado a  fondo  por  los  especialistas  en  la  materia  (29) ;  un  Tractatus 
mirabilis  aquarum,  que  en  algunos  manuscritos  acompaña  al  anterior  y 
en  el  que  se  dan  las  fórmulas  para  obtener  doce  líquidos  o  aguas  cura- 
tivas, muy  apreciados  en  la  Edad  Media;  y  las  obras  de  medicina  ge- 
neral, que  parecen  haber  tenido  cierta  resonancia  en  su  tiempo.  Entre 
éstas  se  hallan  el  Régimen  sanitatis,  dedicado  a  la  reina  Blanca  de  Fran- 
cia ;  la  carta  al  emperador  Federico  sobre  el  mismo  asunto ;  la  Summa  de 
consenmnda  sanitate;  y  el  Thesaurus  pauperum. 

La  fortuna  del  Thesaurus  en  la  Edad  Media  es,  en  parte,  compara- 
ble a  la  del  compendio  de  lógica.  A  lo  largo  del  siglo  xiv  sirve  también 
de  texto  para  la  enseñanza  de  la  medicina  en  muchas  Universidades.  Su 
éxito  lo  demuestran,  además,  el  gran  número  de  manuscritos  conocidos 
(  del  texto  latino,  las  versiones  a  los  varios  idiomas  romances  y  las  edi- 
ciones de  unos  y  de  otras  (30).  Ya  en  el  siglo  xiv  existía  una  versión 


nudoso  examen  de  los  numerosos  manuscritos  dispersos  en  las  principales  bibliotecas  de 
Europa. 

Un  Líber  naturaüs  de  rebus  principalibus  tiaturarum  atribuido  a  nuestro  autor  en 
un  manuscrito  de  Viena,  es  considerado  ordinariamente  como  apócrifo,  por  cuya  razón 
no  lo  hemos  mencionado  en  el  lugar  oportuno. 

Una  buena  porción  de  los  comentarios  médicos  constan  por  modo  indubitable  en  el 
manuscrito  3314  de  la  Biblioteca  Nacional  de  Madrid  ya  citado. 

(29)  Berger  lo  ha  editado  el  año  1899  en  Munich,  y  lo  han  reproducido  o  estu- 
diado más  recientemente  Pensier  (París,  1908)  y  K.  Sudhoff,  en  1918;  antes  lo  íabía 
estudiado  G.  Petella  (véase  la  nota  1).  Existe  una  versión  italiana  por  F.  Zambrini, 
impresa  en  "Scelta  di  curiositá  letterarie",  Bolonia,  1873. 

(30)  Thorndike  ha  publicado  una  lista  de  28  manuscritos  del  Thesaurus  pauperum 
existentes  en  las  principales  bibliotecas  de  Europa;  véase  su  obra  ya  citada,  págs.  514- 
316.  Stapper  ha  publicado  otra  en  una  nota  de  su  monografía. 


—   l?4  — 


catalana;  y  la  castellana  debe  andarle  muy  a  la  zaga  en  cuanto  al  tiem- 
po (31J.  El  Thesaurus  es  un  manual  de  medicina  general  para  uso  de 
los  estudiantes  pobres  que  no  podían  comprar  los  libros  caros  de  las 
autoridades  famosas,  cuya  doctrina  se  extracta  en  el  texto.  La  obra  está 
escrita  a  manera  de  compilación  y  expone  de  una  manera  sistemática 
las  enfermedades  que  pueden  afectar  a  las  diversas  partes  del  cuerpo 
humano,  empezando  por  la  punta  de  los  pelos  y  terminando  en  las  uñas 
de  los  pies,  y  sus  tratamientos  curativos  adecuados ;  en  este  vasto  pa- 
norama anatomo-topográfico  nada  queda  olvidado.  El  texto  cayó  tan  en 
gracia  de  los  contemporáneos  y  sucesores  que  fué  también  reelaborado 
y  completado  por  manos  anónimas,  de  suerte  que  apenas  hay  dos  ma- 
nuscritos o  dos  ediciones  totalmente  coincidentes. 


Ninguno  de  los  dos  autores  cita  manuscritos  españoles,  que  también  los  hay;  por 
información  de  nuestro  amigo  Dr.  Millas  Vallierosa,  conocemos  la  existencia  de  uno 
conservado  en  la  Biblioteca  de  la  Catedral  de  Toledo. 

Acerca  de  las  ediciones,  pueden  consultarse  el  estudio  citado  de  M.  Daunou  y  el 
repertorio  bibliográfico  de  Hain. 

("31)    Además  de  las  versiones  españolas,  las  hay  inglesa,  italiana  y  portuguesa. 

La  versión  catalana  se  conserva  en  la  Catedral  de  Vich  en  un  códice  que  pertene- 
ció al  convento  barcelonés  de  Santa  Catalina;  empezó  a  publicarse  en  Barcelona  el  año 
1892  en  folletón  de  la  "Revista  Catalana". 

No  conocemos  el  paradero  del  manuscrito  de  la  versión  castellana,  publicada  el 
año  1543  en  Sevilla  por  obra  de  Juan  Cromberger  con  el  Regimiento  de  Sanidad  de  Ar- 
naldo  de  Vilanova,  que  a  veces  es  confundido  en  los  manuscritos  con  Pedro  Hispano. 
Una  nueva  edición  de  ambos  textos  castellanos  vió  la  luz  en  Barcelona  el  año  1722. 


IV 


s  La  doctrina  lógica. 

Su  carácter  formal  y  verbalista. — La  lógica,  como  arte  de  la  disputa. — Las  pala- 
bras y  las  proposiciones. — Los  predicables  y  las  categorías. — Los  silogismos. — 
Los  lugares  dialécticos  y  las  falacias. — Las  propiedades  de  los  términos: 
suposición,  ampliación,  restricción,  apelación  y  distribución. — Los  exponibi- 
lia. — Génesis  histórica  de  las  Súmulas. — Su  aceptación  como  libro  de  texto 
oficial  en  la  enseñanza  y  su  repercusión  en  la  literatura  posterior. — Los  co- 
mentaristas españoles  de  Pedro  Hispano. 

15.  Hora  es  ya  de  exponer  las  doctrinas  de  Pedro  Hispano.  Y, 
puesto  que  las  Súmulas  obtuvieron  un  éxito  tan  fabuloso,  parece  obli- 
gado conceder  la  primacía  a  la  doctrina  lógica  y  examinaría  con  de- 
tención. 

Oportunamente  se  dijo  que  la  trama  de  las  Súmulas  estaba  tomada 
del  corpus  escolar  medieval.  Sería,  empero,  un  error  creer  que  el  com- 
pendio de  Pedro  Hispano  se  limita  a  una  mera  compilación  de  concep- 
tos y  doctrinas  apropiados  de  Aristóteles,  de  Porfirio  o  de  Boecio.  Lejos 
de  esto,  el  autor  ha  escogido  los  materiales  a  su  gusto,  ha  subrayado  al- 
gunas doctrinas  y,  sobre  todo,  ha  añadido  de  propia  cosecha  un  sinnú- 
mero de  definiciones,  de  fórmulas,  de  versos,  de  signos  convencionales 
y  otros  detalles,  que  dan  al  tratado  un  aspecto  nuevo  e  incluso  una  cier- 
ta originalidad. 

No  olvidemos  que  estamos  ante  un  texto  para  iniciación  escolar;  el 
recordarlo  nos  ayudará  a  explicar  la  abundancia  de  artificios  mnemo- 
técnicos  ,de  que  está  plagada  la  obra.  Por  otro  lado,  la  lógica — que,  si- 
guiendo las  preferencias  de  la  época,  es  denominada  "dialéctica" — es 
concebida  desde  el  primer  momento  como  una  disciplina  instrumental 
y  formal,  que  proporciona  sus  métodos  al  conjunto  de  las  demás  cien- 
cias, de  donde  le  proviene  su  prioridad.  "Dialéctica  est  ars  artium, 
"scientia  scientiarum,  ad  omnium  methodorum  principia  viam  habens. 
"Sola  enim  dialéctica  probabiliter  disputat  de  principiis  omnium  aliarum 
"scientiarum.  Et  ideo  in  acquisitione  scientiarum  dialéctica  debet  esse 


—    126  - 


"prior".  ~La.  idea  aristotélica  de  la  lógica  como  órgano  (Organon)  o  ins- 
trumento del  saber  hállase  aquí  expresada  con  decisión.  Entiéndase  bien 
que  Pedro  Hispano  no  pretende  absorber  en  la  dialéctica  el  contenido 
material  de  las  demás  ciencias  cuya  autonomía  respeta,  sino  únicamente 
subordinarlas  a  aquélla  desde  el  punto  de  vista  metodológico. 

Ahora  bien,  el  método  científico  de  la  Edad  Media  es  la  disputa  oral 
o  escrita.  Desconocido  el  método  experimental,  la  ciencia  llega  a  sus 
conclusiones  estableciendo  una  tesis  y  partiendo  de  autoridades  a  su 
favor  o  en  su  contra  ;  la  alegación  de  éstas  y  el  esfuerzo  subsiguiente 
por  interpretarlas  y  concilladas  origina  la  disputa,  que  se  convierte  por 
lo  mismo  en  el  método  general  del  saber.  La  dialéctica  versará,  pues, 
sobre  la  disputa.  Y  como  la  disputa  se  tiene  hablando  y  el  hablar  consta 
de  palabras  y  las  palabras  se  forman  de  sonidos,  hasta  este  último  ele- 
mento habrá  de  descender  la  dialéctica  para  enhebrar  el  hilo  de  sus  ul- 
teriores desarrollos.  "Quia  disputatio  non  potest  haberi  nisi  mediante 
"sermone  nec  sermo  nisi  mediante  voce  nec  vox  nisi  mediante  sonó, 
"omnis  enim  vox  est  sonus,  ideo  a  sonó  tanquam  a  priori  inchoandum 
"est".  Con  lo  cual  la  lógica  de  Pedro  Hispano,  además  de  formalista, 
puede  ser  calificada  de  verbalista,  por  consistir  últimamente  en  un  es- 
tudio de  sonidos  y  voces  para  el  arte  de  la  disputa  verbal. 

16.  Sin  más  preámbulos,  el  autor  acomete  el  estudio  de  las  palabras 
o  voces,  en  cuya  producción  señala  la  eficacia  de  los  órganos  o  instru- 
mentos que  se  expresan  en  el  siguiente  dístico : 

Instrumenta  novem  snnt:  guttur,  lingna,  palatnm, 
Quatnor  ct  dentes  et  dúo  labra  s'vmul; 

y  pasa  luego  a  considerar  las  clases  de  palabras,  en  especial  el  nombre 
y  el  verbo,  sin  omitir  el  estudio  de  las  voces  sincategoremáticas,  o  sea, 
desprovistas  por  sí  solas  de  sentido  completo. 

En  realidad,  este  breve  comienzo,  de  valor  más  bien  gramatical,  es 
el  pórtico  a  un  amplio  tratado  de  las  proposiciones,  que  se  correspon- 
de con  la  Hermeneia  aristotélica.  En  el  análisis  del  juicio  lógico,  des.- 
pués  de  señalar  los  tres  elementos  de  sujeto,  predicado  y  cópula,  pasa 
a  establecer  la  conocida  clasificación  de  las  proposiciones  por  su  cuali- 
dad y  por  su  cantidad.  Introdúcese  en  este  punto  la  notación  conven- 
cional de  las  proposiciones  mediante  los  signos  vocales,  tal  como  la  pone 
el  siguiente  verso : 

Asserit  A,  negat  E,  sed  universaliter  ambo; 
Asserit  I,  neaat  O,  sed  particidariter  ambo. 


—   127  — 


Sigue  la  doctrina  de  la  oposición  entre  las  proposiciones  en  sus  cua- 
tro formas  de  contradicción,  contrariedad,  subcontrariedad  y  subalter- 
nancia.  La  clasificación  de  los  juicios  por  la  materia  da  lugar  al  enun- 
ciado de  nuevas  reglas  en  verso.  También  la  doctrina  de  la  conversión 
en  sus  tres  formas:  sencilla,  accidental  y  por  contraposición,  se  sinteti- 
za en  otra  estrofa : 

Feo  simpliciter  convcrtitur,  Eva  per  accidens; 
Asto  per  contra;  sic  fit  conversio  tota. 

Se  intercala,  en  una  alteración  del  orden,  la  doctrina  de  las  propo- 
siciones hipotéticas,  acerca  de  las  cuales  son  puestas  las  reglas  de  su 
verdad  y  falsedad  formales.  Y  se  reanuda  el  orden  de  materias  con  la 
doctrina  de  la  equivalencia,  a  cuyo  propósito  aparecen  otros  cuatro  ver- 
sos mnem  otéemeos. 

La  clasificación  final  por  la  modalidad  es  séxtupla:  en  necesarias, 
contingentes,  posibles,  imposibles,  verdaderas  y  falsas,  si  bien  los  dos 
últimos  miembros  resultan  nulos  y  así  la  división  pasa  a  ser  cuádruple. 
Pero  a  renglón  seguido  se  complica  con  las  relaciones  de  oposición  y  las 
equivalencias;  para  aclarar  el  conjunto  y  facilitar  su  inteligencia,  se 
presenta  un  esquema  gráfico  de  tales  relaciones,  donde  aparecen  las  pa- 
labras convencionales  Purpurea,  Iliace,  Amabimus,  Edentuli. 

El  segundo  tratado  de  las  Súmulas  desarrolla  sin  modificaciones  la 
doctrina  porfiriana  de  los  cinco  predicables.  Los  predicables  son  expre- 
siones de  voz,  pero  los  universales  tienen  su  raíz  en  las  cosas.  Estable- 
cida la  doctrina  general  de  los  universales,  es  definido  luego  cada  uni- 
versal en  particular.  El  Árbol  de  Porfirio  ayuda  a  visualizar  las  rela- 
ciones de  jerarquía  entre  los  varios  universales  (32). 

El  tercer  tratado  expone  la  doctrina  aristotélica  de  las  categorías  o 
predicamentos,  a  la  que  precede  y  subsigue  respectivamente  la  de  los 
antepredicamentos  y  la  de  los  postpredicamentos.  Tampoco  faltan  las 
consabidas  fórmulas  en  verso  ni  las  ulteriores  subdivisiones.  Entre  las 
categorías,  le  merecen  especial  atención  la  sustancia,  la  cantidad,  la  re- 
lación y  la  cualidad. 

El  tratado  más  importante,  como  cabe  esperar,  es  el  cuarto,  que  co- 
rresponde a  los  Primeros  Analíticos  de  Aristóteles  y  encierra  la  silogís- 

(32)  Sobre  la  doctrina  porfiriana  de  los  universales  según  la  exposición  usual  en 
el  siglo  xiii,  véase  la  monografía  de  Joaquín  Carreras  y  Artau :  La  doctrina  de  los  uni- 
versales en  Juan  Duns  Scot,  en  "Archivo  Ibero- Americano",  Madrid,  1930  (tirada  apar- 
te en  Vich,  Editorial  Seráfica,  1Q31). 


—    128  — 


tica.  A  guisa  de  introducción  se  definen  los  elementos  materiales  del  si- 
logismo: proposiciones  y  términos,  y  se  establecen  las  bases  del  razo- 
namiento silogístico  con  el  dictum  de  omni  y  el  dictum  de  nullo.  En  se- 
guida, se  definen  los  modos  y  las  figuras,  y  se  distinguen  las  tres  aris- 
totélicas con  apoyo  de  los  siguientes  versos : 

Prima  prius  subiicit  médium,  post  praedicat  ipsum, 
Altera  bis  dicit,  tertia  bis  subiicit  ipsum. 

Para  todas  las  formas  silogísticas  se  establecen  como  válidas  las 
ocho  reglas,  que  se  han  hecho  universalmente  famosas.  Y  casi  tan  famo- 
sas como  ellas,  son  las  notaciones  convencionales  de  los  diez  y  nueve 
modos  silogísticos  válidos : 

Barbara,  Celarent,  Darii,  Ferio,  etc. ; 

a  las  que  sigue,  como  es  natural,  la  explicación  minuciosa  de  los  signos 
convencionales  adoptados.  Y,  para  que  los  novatos  encomienden  más  fá- 
cilmente a  la  memoria  una  tal  maraña  de  reglas,  pone  todavía  nuevos 
versos,  entre  otros  los  tan  conocidos : 

Simpliciter  vertí  vult  S,  P  vero  per  acci, 
M  vult  transponi,  C  per  impossibile  duci. 

Es  omitida  la  figura  cuarta  o  galénica,  conforme  al  puro  criterio  aris- 
totélico. El  tratado  termina  con  unas  consideraciones  sobre  la  invención 
del  término  medio,  que  es  el  eje  del  razonamiento  silogístico. 

Es  significativo  que  a  los  Ultimos  Analíticos  de  Aristóteles  no  co- 
rresponda ningún  tratado  de  las  Súmulas-,  la  omisión,  nada  casual,  obe- 
dece a  la  falta  de  interés  de  la  época  por  el  tema.  El  quinto  tratado,  que 
se  corresponde  con  los  Tópicos  aristotélicos,  describe  las  especies  de  ra- 
zonamiento: argumento,  inducción,  entimema,  ejemplo;  y,  después  de 
definir  el  "lugar  dialéctico",  estudia  en  particular  varios  de  ellos.  A  la 
sofística  de  Aristóteles  corresponde  el  De  fallaciis  tan  sólo  en  parte, 
pues  el  tratado  se  cierra  al  terminar  el  extracto  del  libro  quinto  de  los 
Elencos. 

17.  El  más  extenso  y  original  de  los  siete  tratados  es  el  último  so- 
bre las  propiedades  de  los  términos,  con  el  que  Pedro  Hispano  aumentó 
el  acervo  de  la  lógica  aristotélica.  Contiene,  en  realidad,  una  gramática 
filosófica  de  no  muy  altos  vuelos,  porque  su  autor  se  esfuerza  en  no 


—   1 20  — 


perder  de  vista  las  finalidades  inmediatas  de  la  disputa  verbal;  esa  li- 
mitación de  horizontes  impide  el  libre  desarrollo  de  la  especulación.  En 
ella  se  parte  de  la  noción  del  término  como  una  voz  significativa ;  la  sig- 
nificación es  el  alma  del  término  y  el  sonido  su  envoltura  material.  El 
puro  sonido  no  interesa  más  que  a  la  gramática;  pero  el  sentido  que  la 
voz  encierra,  interesa  a  la  lógica.  Los  términos  admiten  divisiones  y  tie- 
nen propiedades  peculiares.  La  principal  división  de  los  términos  los  re- 
parte en  unívocos  y  equívocos,  según  que  la  misma  voz  sirva  de  enva- 
se a  un  solo  sentido  o  a  varios.  En  cuanto  a  las  propiedades  de  los  tér- 
minos, Pedro  Hispano  enumera  las  cinco  que  se  han  hecho  desde  en- 
tonces tradicionales:  la  suposición,  la  apelación,  la  ampliación,  la  res- 
tricción y  la  distribución. 

La  suposición  es  la  propiedad  fundamental  de  los  términos  que  per- 
mite tomarlos  en  vez  de  las  cosas  significadas  por  ellos.  Hay  muchas 
formas  de  suposición ;  Pedro  Hispano  las  va  examinando  a  través  de 
nuevas  divisiones  y  subdivisiones  que  desde  la  suposición  común,  o  sea 
la  aceptación  del  término  por  una  comunidad  de  objetos,  conducen  hasta 
la  suposición  personal.  La  suposición  precisa  el  significado  del  término, 
al  señalar  la  realidad  expresada  por  él. 

En  esa  confrontación  del  término  con  la  cosa  que  significa,  puede 
ocurrir  que  atribuyamos  a  aquél  una  mayor  amplitud  de  sentido  de  la 
que  habitualmente  se  le  supone  o  que,  por  el  contrario,  lo  hallemos  más 
limitado  que  en  la  acepción  usual.  En  el  primer  caso  se  da  la  ampliación 
de  sentido;  en  el  segundo,  la  restricción.  Los  términos  singulares  no  se 
pueden  ensanchar  ni  achicar  por  el  sentido,  pero  sí  los  términos  comu- 
nes. La  ampliación  y  la  restricción  de  sentido  lo  mismo  pueden  afectar 
al  sustantivo  que  al  adjetivo,  al  verbo  que  al  participio. 

Por  la  apelación  aplicamos  un  concepto,  mediante  el  término  que  lo 
significa,  a  un  objeto  existente.  Esa  referencia  concreta  a  algo  real  di- 
versifica la  apelación  de  la  significación  y  de  la  suposición,  que  pueden 
ser  referidas  igualmente  a  objetos  posibles.  Por  lo  demás,  sus  clases  o 
especies  se  asemejan  mucho  a  las  de  esta  última. 

Al  aplicar  un  término  común  a  los  distintos  objetos  susceptibles  de 
ser  denominados  con  él,  multiplicamos  de  hecho  el  término;  a  esta  nue- 
va propiedad  suya  la  llamamos  distribución.  Los  términos  singulares  no 
se  pueden  distribuir.  Los  otros  se  distribuyen  o  bien  en  el  sentido  de 
precisar  cuántos  individuos  son  abarcados  en  la  extensión  del  término 
común  o  bien  en  el  de  señalar  las  partes  integrantes  de  una  totalidad. 
Hay  ciertos  signos  o  palabras  que  ayudan  a  la  distribución  del  término 
común :  omnis,  nullus,  nihil,  uterque,  neuter,  totus,  qualislibet,  quantus- 

9 


—  13°  — 


cumque,  etc. ;  el  lógico  debe  aquilatar  el  alcance  distributivo  de  tales  vo- 
ces para  no  incurrir  en  impropiedades  de  lenguaje  y  evitar  razonamien- 
tos falaces. 

A  lograr  un  objeto  parecido  tiende  el  último  de  los  trataditos  lógi- 
cos o  exponibilia,  en  el  que  se  distinguen  los  diversos  usos  y  acepcio- 
nes posibles  de  las  partículas  sineategoremáticas  exceptivas,  exclusi- 
vas, reduplicativas  y  otras  similares,  como  tantum,  praeter,  inquantum 
y  secundum  quid,  incipit  y  desinit,  infinitum,  etc.  La  nimiedad  y  escaso 
valor  de  tales  doctrinas  aconsejan  omitir  su  detalle  en  esta  exposición. 
Históricamente,  interesa  subrayar  que  por  un  empleo  abusivo  de  tales 
partículas  se  había  propalado  en  las  Escuelas  de  Artes  de  la  época  una- 
multitud  de  argumentos  capciosos,  traídos  y  llevados  con  fruición  por 
la  sofistiquería  ambiente  en  ejercicios  puramente  formales  de  sutileza 
mental  más  que  de  capacidad  razonadora  (33).  Los  Exponibilia,  y  me- 
jor aun  los  novísimos  tratados  De  obligatoriis,  de  insolubilibus  y  de 
consequentiis  que  fueron  añadidos  a  las  Summulae  en  los  siglos  xiv 
y  xv,  resultan,  pues,  un  vivo  reflejo  de  la  corrupción  reinante  entre  los 
dialécticos  medievales,  a  la  manera  que  los  Elencos  aristotélicos  retratan 
con  fidelidad  los  excesos  de  dicción  y  las  falacias  discursivas  introdu- 
cidas como  moneda  corriente  por  los  sofistas  griegos.  Pero,  en  vez  de 
atacar  de  raíz  la  hipertrofia  dialéctica  que  se  adueñaba  cada  vez  más 
de  las  Facultades  de  Artes,  Pedro  Hispano  acogió  servilmente  las  ma- 
neras de  sus  contemporáneos  y  se  entretuvo  en  establecer  un  montón 
de  reglas  detallísticas  para  legitimar  tales  usos  y  encauzar,  hasta  en  sus 
más  pequeños  pormenores,  el  arte  de  la  disputa.  Demasiado  influído^ 
por  el  ambiente,  no  supo  levantar  una  voz  de  protesta  contra  la  enfer- 
medad que  corroía  en  ,sus  mismas  entrañas  el  pensamiento  filosófico. 
Por  esto,  su  compendio  de  lógica  ha  atraído  el  anatema  del  Renaci- 
miento y  el  olvido,  cuando  no  el  menosprecio,  de  los  siglos  posteriores. 

18.  Cabalmente  en  esta  relación  histórica  de  las  Summulae  logicales 
al  ambiente  en  que  nacieron,  se  aclara  la  génesis  de  la  obra,  que  es  un 
fruto  genuino  del  espíritu  occidental.  Pedro  Hispano  siguió,  en  efecto, 
iniciativas  de  su  maestro  Guillermo  Shyreswood  y  de  Lamberto  de 
Auxerre.  Las  primeras  Sumas  o  compendios  de  lógica  salidos  de  la  Fa- 
cultad de  Artes  por  obra  de  tales  maestros  ya  contienen,  además  de  la 
sustancia  doctrinal  aristotélica,  las  excrecencias  detallísticas  y  ninemo- 


(33)  Muestras  curiosísimas  de  esta  literatura  sofismática,  tan  en  boga  en  las  Es- 
cuelas de  Artes  a  fines  del  siglo  xtti,  pueden  verse  en  Geyer:  Grundriss  der  Geschichte- 
der  PhilosopMe,  val.  II,  11.a  edición,  Berlín,  1928,  pág.  353. 


—  i3i  — 


técnicas  de  versos,  reglas,  signos  convencionales,  etc.;  y,  asimismo  una 
teoría  incipiente  de  las  propiedades  de  los  términos.  Prantl  ha  señalado 
en  forma  incontrovertible  las  correspondencias  entre  el  compendio  de 
Pedro  Hispano  y  el  de  Guillermo  Shyreswood,  de  quien  aquél  se  apro- 
pió un  crecido  número  de  materiales  (34).  Recientemente,  Michalski  ha 
demostrado  una  estrecha  dependencia  entre  la  misma  obra  y  la  de  Lam- 
berto de  Auxerre  por  razón  del  contenido  (35).  La  tendencia  iniciada 
por  estos  maestros  de  lá  Facultad  de  Artes  triunfa  con  Pedro  Hispano, 
en  cuyo  compendio  se  recopila  la  dialéctica  escolar  al  uso  y  aparece  es- 
tructurada la  teoría  terminística.  Así  se  constituye  definitivamente  la 
lógica  modernorum,  que  en  adelante  suministrará  el  contenido  y  la  orien- 
tación a  la  enseñanza  dialéctica  en  las  escuelas  de  Occidente  hasta  el 
Renacimiento.  El  texto  básico  de  esta  enseñanza  serán  las  Summulae 
logicales,  que  pronto  desempeñarán  en  las  Escuelas  de  Artes  un  papel 
parecido  al  de  la  Summa  de  Pedro  Lombardo  en  la  Facultad  de  Teolo- 
gía. En  su  texto  el  maestro  basa  la  lección  o  lectura  literal  y,  con  el 
tiempo,  injerta  asimismo  la  cuestión  o  comentario  doctrinal ;  surge  así 
la  abundante  literatura  medieval  de  los  comentarios  lógicos  referidos 
a  Pedro  Hispano,  como  en  otro  orden  la  especulación  sobre  el  texto  de 
Pedro  Lombardo  originó  la  copiosísima  literatura  de  los  comentarios 
teológicos  al  Libro  de  las  Sentencias. 

19.  La  elaboración  anónima  y  colectiva,  en  las  Escuelas  de  Artes, 
de  la  dialéctica  verbalista  concebida  como  un  arte  de  la  disputa,  cuya 
más  típica  manifestación  son  las  Súmulas  de  Pedro  Hispano,  continúa 
a  lo  largo  del  siglo  xiii  con  tal  intensidad  que  su  influencia  se  advierte 
muy  pronto  en  las  obras  de  los  teólogos.  Baste  citar,  a  título  de  ejem- 
plo, los  capítulos  dedicados  a  la  lógica  en  el  Speculum  doctrínale,  la  enci- 
clopedia científica  compilada  por  Vicente  de  Beauvais  (1250),  y  los  nu- 
merosos comentarios  a  los  textos  escolares  clásicos  de  la  lógica  vetus  y 
nova  compuestos  por  Alberto  Magno  a  mediados  de  siglo.  Más  amplia 
acogida  obtuvieron  todavía  las  doctrinas  de  los  dialécticos  modernizan- 
tes en  las  obras  lógicas  escritas  hacia  fin  de  siglo,  por  ejemplo  en  las 
de  Ramón  Lull  y  Juan  Duns  Scot  (36). 

Pero  el  triunfo  completo  de  la  tendencia  moderna  se  debe  a  Guiller- 


(34)  Prantl,  en  su  obra  y  capítulo  ya  citados. 

(35)  C.  Michalski:  Les  courants  philosophiques  á  Oxford  et  a  Paris  pendant  le 
xiv  siécle  (Extrait  du  Bulletin  de  l'Académie  Polonaise  des  Sciences  et  des  Lettres 
Classe  d'histoire  et  de  philosophie.  Année  1020) ;  Cracovia,  1921,  páej.  61. 

(36)  Estas  influencias  han  sido  señaladas  por  Prantl,  obra  citada,  vol.  III,  capítu- 
lo XVII,  págs.  82-84,  106  y  129-144  respectivamente. 


—  132  - 


mo  Occam,  por  cuyo  influjo  no  sólo  la  doctrina  de  los  términos  se  injer- 
ta decisivamente  en  la  tradición  filosófica  occidental  merced  a  su  Cen- 
tilogium  theologicum,  sino  que  el  centro  de  las  especulaciones  dialécti- 
cas queda  desplazado,  en  su  Swrnma  totius  logicae,  hacia  las  materias 
peculiares  de  los  Parva  logicalia.  En  consecuencia,  Pedro  Hispano  pasa 
a  competir  con  Aristóteles  en  el  aprecio  de  las  nuevas  generaciones;  y 
sus  textos  merecen  ser  declarados  oficiales  en  las  Facultades  de  Artes, 
primero  en  la  Universidad  de  París,  y  luego  a  imitación  suya  en  las 
demás  Universidades.  Así,  en  muchos  de  los  estatutos  universitarios 
promulgados  durante  los  siglos  xiv  y  xv  se  preceptúa  de  un  modo  taxa- 
tivo la  lectura  del  texto  de  Pedro  Hispano;  unas  veces  es  impuesta  la 
obra  íntegra,  otras  veces  es  impuesto  el  Organon  aristotélico  con  el  adi- 
tamento de  los  Parva  logicalia,  otras  veces  la  lectura  de  los  Parva  va 
condicionada  por  un  comentario  de  un  determinado  autor  famoso.  En 
España  parecen  haber  prevalecido  los  dos  primeros  criterios  (37).  Tal 
estado  de  cosas  no  ha  variado  sustancialmente  hasta  el  siglo  xvi,  en  que 
la  renovación  del  clasicismo  provoca  la  vuelta  a  Aristóteles  y  por  la  in- 
fluencia de  Rodolfo  Agrícola,  Jorge  de  Trebisonda  y  otros  peripatéticos 
son  arrinconados  poco  a  poco  los  textos  de  Pedro  Hispano  en  la  ense- 
ñanza de  la  lógica. 

Una  aceptación  tan  unánime  en  los  siglos  medios  del  compendio  de 
Pedro  Hispano  para  texto  escolar  fué  favorecida  por  el  carácter  mera- 
mente formal  de  su  doctrina  lógica,  que  lo  hacía  compatible  por  igual 
con  las  diversas  tendencias  filosóficas.  Realistas  y  nominalistas  apelaron 
en  sus  luchas  dialécticas  a  la  autoridad  de  Pedro  Hispano.  Los  unos  res- 
petaban al  afortunado  compilador  de  la  tradición  lógica  medieval ;  los 
otros  veían  en  él  al  precursor  de  las  propias  doctrinas.  Nada  tiene,  pues, 
de  extraño  que,  a  pesar  de  la  identidad  de  su  punto  de  partida,  la  litera- 


(37)  Así  se  desprende  de  la  literatura  española  de  los  comentarios  lógicos,  que 
mencionaremos  en  seguida.  Los  documentos  universitarios  oficiales  suelen  expresarse  en 
este  punto  con  mucha  parquedad. 

En  cambio,  Fr.  Ehrle  ha  dado  a  conocer  los  estatutos  de  las  Facultades  de  Artes 
alemanas  en  esta  época,  que  contienen  una  regulación  muy  minuciosa  de  la  enseñanza, 
con  inclusión  de  los  textos  recomendados.  Pues  bien,  en  muchas  Universidades  alema- 
nas se  imponía  como  libro  oficial  el  compendio  lógico  de  Pedro  Hispano  o,  por  lo 
menos,  el  último  tratado  de  las  Súmulas.  Semejante  declaración  hállase  en  los  estatu- 
tos de  Viena  en  1389,  de  Colonia  en  1398,  de  Basilea  en  1492,  de  Leipzig  en  1410,  de 
Erfurt  en  1419  y  en  la  regulación  complementaria  de  i449,  de  Wittenberg  en  1508,  de 
Ingolstadt  en  15 19  y  de  Tübingen  en  1525.  En  los  estatutos  de  esta  última  Universi- 
dad con  las  Súmulas  de  Pedro  Hispano  son  ya  recomendados  los  textos  de  los  lógicos 
renacentistas.  (Véase  a  Fr.  Ehrle:  Der  Sentenzenkommentar  Peters  von  Candía,  1925, 
páginas  149,  165,  186,  193,  199,  202,  206  y  231.) 


i33  - 


tura  de  los  comentarios  a  las  Súmulas  de  Pedro  Hispano  se  diversificara 
según  las  tendencias  doctrinales  de  los  autores  y  de  las  escuelas.  En 
contrapeso  a  los  comentarios  secundum  viam  nominalium  ó  modemorum, 
no  tardaron  en  aparecer  otros  secundum  viam  realium ;  a  su  vez  los  rea- 
listas, partidarios  de  la  via  antiqua,  se  ramificaron  en  peripatéticos  y 
formalistas  (o  escotistas) ;  y  hubo  localidades,  como  Colonia,  donde  los 
peripatéticos  se  sübdividieron  todavía  en  albertistas  y  tomistas.  Cada 
tendencia  consagró  sus  doctores,  a  través  de  cuya  autoridad  debía  ser 
leído,  entendido  y  comentado  el  texto  de  las  Súmulas.  La  más  antigua 
legión  de  los  comentaristas  de  Pedro  Hispano  pertenece  al  siglo  xiv  y 
se  recluta  en  las  filas  de  los  inmediatos  continuadores  y  secuaces  de 
Occam:  Roberto  Holkot,  Gregorio  de  Rímini,  Juan  Buridan,  Rodolfo 
Strode,  Alberto  de  Sajonia,  Hentisbero,  Marsilio  de  Inghen  y  Pedro 
de  Ailly,  sin  aducir  los  nombres  de  otros  autores  no  tan  principales  o 
desconocidos.  Entre  los  escotistas  del  siglo  xv,  el  comentario  más  anti- 
guo de  Nicolás  de  Orbellis  fué  pronto  suplantado  por  los  más  recientes 
de  Tomás  Bricot  y  Jorge  de  Bruselas  que,  con  los  de  Pedro  Tartaret, 
alcanzaron  un  éxito  rotundo  ;  en  este  grupo  incluiremos  el  comentario' 
más  tardío  de  Juan  Magistri  o  de  Mestres.  El  más  conocido  comentario 
de  carácter  toimista  fué  el  del  maestro  parisién  Juan  Versor  (f  1480) ; 
pero  la  sede  del  tomismo  estaba  a  la  sazón  en  Colonia  en  la  escuela  del 
Monte  (bursa  Montis),  donde  redactó  sus  famosos  comentarios  el  maes- 
tro Lamberto.  El  peripatetismo  disidente  se  había  apoderado,  en  cam- 
bio, en  la  misma  ciudad  de  la  escuela  rival  de  San  Lorenzo  (bursa  Lau- 
rentiana),  sede  de  los  albertistas,  cuyo  más  renombrado  comentarista 
fué  Gerardo  Harderwyk.  En  la  propia  Alemania,  el  nominalismo  man- 
tenía sus  posiciones  doctrinales  frente  a  las  varias  tendencias  realistas 
por  obra  de  los  comentaristas  Gabriel  Biel  y  Juan  Dorp,  así  como  en  la 
Summula  oficial  maguntina  de  1489  y  en  el  anónimo  comentario'  de 
Hagenau  a  los  cuatro  primeros  y  al  último  de  los  tratados  lógicos  de 
Pedro  Hispano.  Pero  el  reducto  inexpugnable  del  terminismo  a  fines  de 
este  siglo  y  principios  del  xvi  fué  la  Universidad  de  París  donde,  junto 
a  una  pléyade  de  maestros  españoles  que  citaremos  en  seguida,  brillaron 
los  escoceses  Juan  Mayor  y  su  discípulo  Roberto  Caubraith,  cuyos  co- 
mentarios fueron  asimismo  introducidos  sin  tardanza  en  España.  En  eí 
siglo  xvi  logró  una  gran  divulgación  el  comentario  de  Juan  Eck,  de  ten- 
dencia doctrinal  ecléctica  (38). 


(38)  El  estudio  de  esta  literatura  se  incluye  en  la  historia  de  la  lógica  y  puede 
seguirse  al  pormenor  en  la  citada  obra  de  K.  Prantl,  vol.  IV,  caps.  XX  y  XXTI. 


-  134  - 


2o.  España  no  se  mantuvo  ausente  de  ese  frondoso  despliegue  de 
la  dialéctica  medieval.  Ya  a  fines  del  siglo  xiii  o  principios  del  xiv,  un 
tomista  español  compuso  una  Summa  totius  logicae  Aristotelis  (39)  se- 
gún el  espíritu  de  la  lógica  nova  que,  en  torno  al  tema  central  de  la  silo- 
gística, ordenaba  él  estudio  de  las  demás  materias  del  Organon  aristoté- 
lico; pese  a  lo  cual,  siguiendo  las  huellas  de  Alberto  Magno,  acogió  en 
su  obra  una  buena  cantidad  de  doctrinas  asimiladas  de  los  dialécticos 
más  recientes  (doctores  moderni).  A  la  tendencia  moderna  pertenece  el 
nominalista  Jacobus  Magnus  de  Toledo  (40)  quien,  un  siglo  más  tarde, 
en  su  Sophologium  cifra  el  objeto  de  la  lógica  en  el  estudio  de  los  tér- 
minos, de  las  proposiciones,  de  los  argumentos  en  sus  aspectos  material 
y  formal,  de  las  consequentiae,  de  los  insolubilia  y  de  los  obligatoria. 
Pero  el  nominalismo  español  experimenta  su  gran  florecimiento  en 
la  segunda  mitad  del  siglo  xv  y  tiene  su  sede  en  la  Universidad  de  Pa- 
rís en  torno  a  la  escuela  del  reputado  lógico  escocés  Juan  Mayor;  de 
allí  es  importado  a  la  península,  en  cuyo  ambiente  intelectual  logra  pre- 
valecer desde  fin  de  siglo. 

Maestro  de  Juan  Mayor  en  París  fué  el  español  Jerónimo  Pardo, 
famoso  en  aquella  Facultad  de  Artes  por  su  erudición.  Su  obra  lógica, 
titulada  Medulla  dyalectices,  en  la  que  se  resumen  de  una  manera  siste- 
mática las  doctrinas  de  los  autores  nominalistas  precedentes,  fué  edita- 
da en  1505  por  otro  español  discípulo  suyo,  el  maestro  Jaime  Ortiz. 
Discípulo  predilecto  de  Juan  Mayor  fué  el  segoviano  Antonio  Coronel, 
quien  llegó  a  ser  rector  en  el  colegio  de  Montaigu  (Mons  Acutus),  don- 
de aquél  enseñaba;  autor  fecundo,  escribió,  entre  otras  obras,  unos  co- 
mentarios a  los  tratados  aristotélicos  de  las  Categorías  y  de  los  Ultimos 
Analíticos,  una  exposición  de  la  doctrina  del  juicio  y  de  las  propiedades 
de  los  términos  bajo  el  título  Rosarium  logices  y  una  monografía  acerca 
de  los  exponibilia  y  de  las  falacias.  Es  singular  que  en  la  primera  de 
estas  obras  el  editor  le  anuncie  como  representante  de  realistas  y  nomi- 
nales a  la  vez,  a  pesar  de  que  su  filiación  terminista  resulta  indudable. 
Hermano  de  Antonio  y  profesor  en  el  mismo  colegio  fué  Luis  Coronel, 


(30)  Una  noticia  de  esta  obra  de  autor  desconocido,  con  una  exposición  detallada 
de  su  doctrina,  se  hallará  en  Prantl,  obra  citada,  vol.  III,  cap.  XIX,  págs.  250-257. 

(4o)  Contemporáneo  y  amigo  de  Gerson  y  probablemente  clérigo  secular,  como 
él,  que  desempeñó  el  cargo  de  predicador  en  la  corte  del  rey  francés  Carlos  VI,  reinante 
desde  1380  a  1422;  su  obra  fué  impresa  varias  veces  durante  el  Renacimiento.  (Véase 
a  Prantl,  obra  citada,  vol.  IV,  cap.  XX,  págs.  140-141.) 


—  '35  — 


de  quien  se  imprimió  asimismo  en  París,  en  1507,  un  Tractatus  syllo- 
gismorum.  Otro  discípulo  eminente  de  Juan  Mayor  fué  el  matemático 
y  filósofo  aragonés  Gaspar  Lax  (1487-1560),  quien  durante  su  magis- 
terio en  la  Sorbona  tuvo  por  oyente  a  Luis  Vives;  escribió  numerosas 
•obras  de  lógica,  entre  las  cuales  alcanzaron  mucho  aprecio  las  referentes 
a  los  termini,  a  las  obligationes  y  a  los  insolubilia.  Discípulo  suyo  fué 
otro  aragonés,  Juan  Dolz  del  Castellar,  catedrático  del  colegio  de  Lión 
en  París,  autor  de  un  comentario  al  primer  tratado  de  las  Súmulas  y  de 
una  obra  sobre  los  silogismos,  concebidos  ambos  según  la  ideología  de 
la  escuela.  Al  mismo  grupo  de  discípulos  inmediatos  o  mediatos  de  Juan 
Mayor  pertenece  el  vallisoletano  Fernando  de  Enzinas,  quien  profesó 
en  París  en  el  colegio  de  Beauvais  y  comentó  asimismo  reiteradamente 
el  primer  tratado  de  las  Súmulas  de  Pedro  Hispano.  Profesaron  tam- 
bién en  París  el  andaluz  Agustín  Pérez  de  Oliva,  quien  imprimió  allí 
en  1506  sus  Inenodabiles  omnium  posterioristicarum  resolutionum  argu- 
tiae;  y  Juan  de  Celaya,  profesor  en  el  colegio  de  Santa  Bárbara  y  rector 
más  tarde  en  la  Universidad  de  Valencia,  su  tierra  natal,  quien  compuso 
un  cierto  número  de  comentarios  a  los  escritos  de  Aristóteles,  de  Por- 
firio y  de  Pedro  Hispano,  amén  de  otras  obras  lógicas,  entre  ellas  unos 
Magna  exponibilia  que  fueron  muy  celebrados  en  su  tiempo.  Desde  la 
segunda  década  del  siglo  xvi  las  prensas  españolas  se  encargan  de  lanzar 
:al  mercado  las  obras  de  los  maestros  nominalistas;  y  en  Salamanca,  en 
Alcalá,  en  Toledo,  en  Sevilla  y  en  Valencia  aparecen  ediciones  no  sólo 
de  los  autores  nombrados,  sino  de  otros  muchos  de  análoga  tendencia 
como  el  burgalés  Bartolomé  Castro,  el  valenciano  Andrés  de  Limos,  el 
sevillano  Francisco  de  Prado,  el  cordobés  Rodrigo  Cueto,  el  doctor  San- 
tiago de  Naveros,  fray  Alonso  de  Córdoba,  etc.  (41). 

Entre  tanto,  el  abuso  de  las  especulaciones  terminístieas,  degenera- 
das en  meras  sutilezas  dialécticas,  planteaba  cada  día  con  mayor  urgen- 
cia la  necesidad  de  una  reforma  lógica.  Contra  aquéllas  clamaban  con 
insistencia  los  más  selectos  espíritus  renacentistas,  como  en  España  Al- 


(41)  Falta  un  estudio  completo  sobre  el  intenso  movimiento  nominalista  español 
de  fines  del  siglo  xv  y  principios  del  xvi.  En  la  obra  citada  de  Prantl,  vol.  IV,  capítu- 
lo XXII,  se  hallarán  informaciones  detalladas  de  las  doctrinas  lógicas  de  Jerónimo  Par- 
do (págs.  246-247),  Antonio  Coronel  (págs.  252-254),  Gaspar  Lax  (págs.  255-256),  Juan 
Dolz  (págs.  260-261)  y  Fernando  de  Enzinas  (págs.  262-263).  Otras  noticias,  especial- 
mente bibliográficas,  recogió  el  Dr.  A.  Bonilla  y  Sanmartín  en  su  monografía  Luis  Vi- 
ves y  la  filosofía  del  Renacimiento,  2.*  edición,  Madrid,  1929,  vol.  I,  págs.  55-5^5 
vol.  II,  págs.  115-119;  y  en  las  notas  correspondientes  del  vol.  III. 


-  "36  - 


fonso  García  Matamoros  y  el  satírico  Cristóbal  de  Villalón;  y  fué  ca- 
balmente un  español,  Luis  Vives,  quien  tronó  en  París  contra  la  corrup- 
ción de  los  estudios  en  ,1a  Facultad  de  Artes  y  denunció  la  falsa  ruta 
seguida  a  la  sazón  por  los  dialécticos.  En  el  propio  siglo  xvi,  por  inicia- 
tiva de  Domingo  Soto  y  de  Báñez,  las  Súmulas  de  Pedro  Hispano  fueron 
sustituidas  en  la  enseñanza  de  nuestras  Universidades  por  otros  textos. 
Paralelamente  las  nuevas  corrientes  filosóficas  que  iban  llegando  a  Es- 
paña, remozaban  el  espíritu  de  la  nueva  generación.  Así,  Pedro  Ciruelo 
de  Daroca  se  esfuerza  en  poner  de  manifiesto  en  sus  Paradoxae  quaes- 
tiones  la  vacuidad  de  la  dialéctica  nominalista  ;  y  en  su  Prima  pars  logices 
(Alcalá,  15 19)  y,  sobre  todo,  en  su  comentario  a  los  Ultimos  Analíticos 
vuelve  por  los  fueros  de  la  lógica  aristotélica.  Bajo  la  influencia  del  in- 
tenso renacimiento  aristotélico  propulsado  por  el  profesor  complutense 
Gaspar  Cardillo  de  Villalpando  escribió  el  dominico  Tomás  Mercado  su 
comentario  a  los  cinco  primeros  libros  de  las  Súmulas  de  Pedro  Hispano, 
con  omisión  de  los  Parva  logicalia,  que  vió  la  luz  en  Sevilla  en  1571. 
Más  visible  aparece  aquella  influencia  en  el  curso  completo  de  lógica 
del  agustino  P.  Alfonso  de  Veracruz,  profesor  en  Artes  y  en  Teología, 
cuya  cuarta  edición  fué  publicada  en  Salamanca  el  año  1573  (42).  Este 
curso  ofrece  el  enorme  interés  histórico  de  haber  sido  explicado  el  año 
1554  en  la  cátedra  de  Prima  en  Méjico,  "in  hac  nova  Hispania",  como 
primera  parte  de  un  ciclo  completo  de  enseñanza  que  debía  abarcar  la 
totalidad  ,de  la  filosofía,  y  ulteriormente  la  teología.  El  ciclo  de  las  ma- 
terias filosóficas  está  editado  con  la  lógica.  El  texto  de  Pedro  Hispano, 
elegido  a  arbitrio,  es  ya  en  esta  obra  una  simple  excusa  para  que  el 
autor  desarrolle  un  sistema  completo  de  filosofía  con  arreglo  a  su  per- 
sonal orientación.  El  comentario  lógico  incluye  a  la  vez  la  lógica  "magna" 
o  aristotélica  y  la  "parva"  o  de  Pedro  Hispano;  y  viene  encabezada 
con  interesantes  salutaciones  al  autor  de  Gaspar  Cardillo  de  Villalpan- 
do y  de  Fr.  Esteban  Salazar. 

La  reforma  lógica  seguía  su  camino,  como  vemos,  impulsada  por  los 


(42)  Alphonsus  a  Vera  Cruce,  O.  S.  A.:  Recognitio  Summularum  cum  textu  Ma- 
gistri  Petri  Hispani  et  Aristotelis.  Salmanticae,  apud  Joannem  Bapte.  a  Terranova,  ex- 
pensis  Vincentii  et  Simonis  a  Portonariis,  1573. 

No  hemos  podido  ver  sino  esta  edición,  que  es  la  cuarta,  de  la  que  existe  doble 
ejemplar  en  la  Biblioteca  Provincial  Universitaria  de  Barcelona. 

La  circunstancia  de  ir  avalada  con  el  nombre  de  Cardillo  de  Villalpando  y  de  ha- 
berse agotado  tres  ediciones  en  menos  de  veinte  años,  dan  idea  del  mérito  y  acepta- 
ción extraordinarios  de  esta  obra. 


—  »37  — 


aristotélicos  renacentistas,  y  no  tardó  en  adueñarse  de  las  Universidades 
y  demás  centros  escolares.  En  su  virtud,  el  filósofo  de  Estagira  re- 
conquistaba su  autoridad  en  él  campo  de  la  lógica  con  carácter  ex- 
clusivo. Consiguientemente,  la  estrella  de  Pedro  Hispano  se  eclipsaba 
y  sus  Summulae  logicales,  antaño  famosas,  caían  poco  a  poco  en  el  olvi- 
do, del  que  ya  sólo  habían  de  salir  para  ser  objeto  de  la  curiosidad  eru- 
dita, cuando  no  de  la  irrisión  amarga,  de  los  historiadores  de  nuestros 
días. 


V 


Doctrinas  antropológicas  y  metodología  científica. 

Psicología  de  Pedro  Hispano. — El  alma  humana  y  las  formas  vitales. — Vida  vege- 
tativa, sensible  e  intelectual. — Capacidades  cognoscitivas  y  volitivas. — Otras 
doctrinas  psicológicas. 

La  doctrina  del  método  en  Pedro  Hispano. — Métodos  científicos  generales:  la 
via  experimenti  y  la  via  rationis. — Formas  y  condiciones  de  la  experiencia. 

Significación  histórica  de  Pedro  Hispano  en  la  cultura  latino-occidental. 

21.  Si  la  doctrina  lógica  de  Pedro  Hispano  gozó  en  la  Edad  Media 
tan  extraordinaria  difusión  y  ha  sido  más  tarde  incorporada  en  parte  a 
los  textos  escolares  de  lógica  formal,  no  ha  ocurrido  lo  mismo  con  sus 
restantes  doctrinas  filosóficas,  cuyo  cabal  conocimiento  resulta  hoy  difí- 
cil por  la  rareza  de  los  manuscritos.  Siguiendo  fielmente  las  noticias  y 
extractos  que  ha  dado  Grabmann,  expondremos  las  líneas  generales  de 
su  psicología  y  añadiremos  algunas  indicaciones  sobre  otras  doctrinas 
conexas. 

En  su  tratado  De  anima  (43)  desarrolla  Pedro  Hispano  una  concep- 
ción psicológica  profundamente  influida  por  Aristóteles,  aunque  con  al- 
gunos rasgos  muy  personales.  Adoptando  una  posición  biológica  y  fun- 
cional, define  con  Aristóteles  el  alma  como  principio  de  la  vida  y  señala 
a  la  ciencia  del  alma  su  inmediato  objeto  en  la  fijación  del  concepto  de 
la  vida  y  en  el  estudio  de  las  actividades  vitales.  Donde  tales  activida- 
des se  presentan  ensambladas  como  ocurre  en  el  hombre,  precisa  deslin- 


(43)  Copiamos  del  Sr.  Bonilla  Sanmartín  (Luis  Vives  y  la  filosofía  del  Renaci- 
miento, 2.a  edición  citada,  vol.  II,  pág.  198)  los  títulos  de  los  trece  libros  que  inte- 
gran este  tratado: 

1.  De  animae  essentia. — 2.  De  eius  differentiarum  distinctione. — 3.  De  differentia  ve- 
getabili. — 4.  De  virtute  quae  dicitur  corporis  regitiva. — 5.  De  virtute  vitali. — 6.  De  ani- 
ma sensibili  secundum  processum  área  virtutes  apprehensivas  exteriores. — 7.  De  virtu- 
tibus  sensibilibus  apprehensivis  interioribus. — 8.  De  virtutibus  animae  sensibilis  moti- 
vis. — 9.  De  substantia  animae  intellectivae  et  unione  et  separatione  eius. — 10.  De  virtu- 
tibus eius  apprehensivis. — 11.  De  virtutibus  eius  motivis. — 12.  De  distinctione  organo- 
rum  generali. — 13.  De  antiquorum  opinionibv.s  área  animam. 


—  139  — 


dar  las  diversas  formas  {differentiae),  capacidades  y  funciones  de  la  vida. 
Desbrozado  así  el  camino  al  análisis,  sigúese  el  estudio  detallado  de 
las  tres  formas  capitales  del  vivir:  la  vegetativa,  la  sensitiva  y  la  inte- 
lectiva. Entre  las  fuerzas  que  presiden  al  desenvolvimiento  de  la  vida 
vegetativa,  además  de  la  virtus  nutritiva,  de  la  aumentativa  y  de  la  ge- 
nerativa, cuenta  a  la  virtus  regitiva,  que  gobierna  y  mueve  al  cuerpo,  y 
a  la  virtus  vitalis,  que  -se  manifiesta  en  el  latir  del  corazón,  en  los  mo- 
vimientos respiratorios  y  en  ,el  pulso.  Tales  doctrinas,  peculiares  de  Pe- 
dro Hispano,  parecen  sugeridas  por  sus  conocimientos  médicos,  de  los 
que  hace  gala  en  estos  capítulos ;  sobre  todo,  al  hablar  de  los  movimien- 
tos del  corazón,  expone  ideas  parecidas  a  las  de  Alfredo  Ánglico  y  de 
Santo  Tomás  de  Aquino  en  sus  respectivos  tratados  De  motu  coráis. 

El  estudio  de  la  vida  sensitiva  comienza  con  un  examen  general,  a 
la  vez  fisiológico  y  psicológico,  de  la  sensibilidad  externa,  al  que  sigue 
la  doctrina  especial  de  los  cinco  sentidos  (o  virtutes  apprehensivae  exte- 
riores). Ocúpase  asimismo  de  la  sensibilidad  interna,  cuyas  funciones 
enumera  en  el  siguiente  orden :  sentido  común,  imaginación  y  fantasía, 
estimativa,  memoria  y  retentiva.  Complétase  esta  parte  con  el  estudio 
de  las  funciones  motrices  de  origen  sensorial,  donde  se  desarrolla  por 
extenso  la  doctrina  de  las  pasiones  del  alma  según  esquemas  muy  dife- 
rentes de  los  de  Santo  Tomás. 

La  mayor  originalidad  del  tratado  estriba  en  la  doctrina  de  la  vida 
intelectiva,  a  propósito  de  la  cual  se  plantean  los  problemas  más  espi- 
nosos. La  existencia  del  alma  espiritual  es  demostrada  mediante  ale- 
gación de  las  funciones  más  elevadas  del  vivir,  en  especial  del  pensa- 
miento, de  las  que  el  alma  es  agente  y  soporte.  Por  la  unión  de  cuerpo 
y  alma  se  produce  una  sola  naturaleza  humana  en  la  que  el  espíritu 
actúa,  no  sólo  de  motor  y  timonel  a  la  manera  que  pensó  Platón,  sino 
de  principio  informador  del  cuerpo.  Adviértase,  empero,  que  la  doctrina 
de  los  principios  material  y  formal  se  moldea  en  Pedro  Hispano  de  un^ 
manera  distinta  que  en  el  peripatetismo  tomista. 

Especial  interés  ofrece  la  doctrina  de  las  capacidades  "aprehensivas" 
del  alma  racional.  El  conocimiento  es  explicado  en  función  del  entendi- 
miento agente  y  del  entendimiento  posible,  concebidos  no  a  la  manera 
escolástico-europea,  sino  a  la  manera  de  los  autores  árabes.  La  influen- 
cia de  Avicena  se  hace  aquí  muy  visible.  El  entendimiento  agente,  al  que 
le  son  atribuidas  las  actividades  más  nobles  del  alma  humana,  como  el 
conocimiento  de  Dios  y  de  los  puros  espíritus,  posee  también  más  exce- 
lente calidad :  "est  autem  hec  immortalis,  separabilis,  perpetua,  imper- 
mixta;  possibilis  vero  has  conditiones  non  atüngit".  Pedro  Hispano  eyí- 


—  140  — 


ta,  sin  embargo,  caer  en  el  monopsiquismo  averroista.  Su  posición  doc- 
trinal ayuda  a  explicar  la  introducción  de  la  psicología  de  los  peripa- 
téticos árabes  en  la  Facultad  de  Artes,  donde  tanta  boga  llegó  a  adqui- 
rir con  el  tiempo.  Pedro  Hispano  pudo,  además,  ser  el  cauce  histórico  por 
el  que  la  doctrina  avicenista  del  entendimiento  agente  entró  en  aleación 
con  el  iluminismo  agustiniano,  como  ocurre  en  los  teólogos  franciscanos 
de  la  segunda  generación  (44).  No  olvidemos  que  el  fervor  aristotélico 
de  Pedro  Hispano  convivía  en  su  espíritu  con  sólidas  convicciones  agus- 
tinianas,  que  le  indujeron  a  perseguir  desde  la  silla  papal  el  peripatetis- 
mo  teológico  defendido  a  la  sazón  en  París  por  Alberto  Magno  y  To- 
más de  Aquino  (45). 

No  disminuye  el  interés  del  tratado  en  el  análisis  del  querer,  que  se 
origina  de  un  triple  impulso:  voluntas  naturalis,  sensualis  et  activa.  In- 
clúyense  en  esta  parte  de  la  obra  un  concepto  muy  curioso  de  la  sindé- 
resis, una  descripción  de  las  passiones  animae  intellectivae  y  una  doctri- 
na del  sermo  internas,  fuerza  espiritual  dimanante  del  querer  y  ordena- 
da a  la  acción  que  fué  desaprovechada  ulteriormente  en  la  clasificación 
escolástica  de  las  facultades  anímicas. 

Termina  la  exposición  doctrinal  con  un  examen  de  las  bases  y  con- 
diciones somáticas  de  la  vida  anímica,  en  el  que  son  estudiados  los  dife- 
rentes órganos  de  nuestro  cuerpo  desde  un  punto  de  vista  dinámico,  en 
una  especie  de  psicología  fisiológica  elaborada  por  un  hombre  experto 
en  la  ciencia  médica. 

El  tratado  carece  de  citas,  pero  su  libro  XTTT  y  último  consiste  en 
un  apéndice  de  carácter  histórico:  de  antiquoriAm  opinionibus  circa  ani- 
mam.  Al  decir  de  Pedro  Hispano,  los  filósofos  griegos  y  árabes,  aun- 
que no  llegaron  a  la  absoluta  perfección  en  filosofía,  se  esforzaron  sin- 
ceramente en  conquistarla;  por  lo  cual  debemos  en  parte  seguir  su  pa- 
recer con  docilidad  (46).  Es  notable  que  la  historia  de  las  doctrinas  psi- 
cológicas se  esboza  en  este  tratado,  no  por  filósofos,  sino  por  tendencias : 
voluntarista,  intelectualista,  mixta,  naturalista,  matemática  y  armónica. 

22.  Por  las  breves  indicaciones  que  anteceden,  adivínase  la  impor- 
tancia excepcional  del  De  anima.  Xo  es  ésta  la  imica  obra  en  que  Pedro 


(44)  Véase,  sobre  este  punió,  el  capítulo  siguiente  a  propósito  del  dominico  catalán 
Ferrer 

(45)  Recuérdese  lo  dicho  antes,  en  el  párrafo  II,  núr.i.  7,  a  propósito  de  la  actua- 
ción pontificia  de  Juan  XXI. 

(46)  "...  in  antiquorum  sermonibus  circa  animam  non  ad  plenum  veritatis  apex 
ac  profunditas  attincitur..." ;  "...  ad  aliquam  partem...  tenemus  eorum  sen  ten  tías  be- 
nigno animo  amplecti...". 


—  ui  — 


Hispano  expone  sus  ideas  acerca  del  alma ;  también  en  los  comentarios 
a  Aristóteles,  y  hasta  en  alguna  de  sus  obras  médicas,  son  tratados  oca- 
sionalmente problemas  psicológicos.  Así  en  el  comentario  a  la  Historia 
de  los  animales  despliega  una  interesante  teoría  acerca  de  las  formas 
del  conocimiento  humano,  que  reduce  a  cinco:  per  speciem,  in  speculo, 
per  contrarium,  per  effectum  y  per  elevationem  et  abstractionem.  El  mo- 
do abstractivo  es  concebido  no  a  la  manera  de  Aristóteles,  sino — por 
confesión  propia — a  la  manera  de  Avicena,  quien  distinguía  en  nuestro 
entendimiento  un  aspecto  o  cara  ordenado  a  las  capacidades  inferiores 
y  otro  abierto  a  la  influencia  espiritual  de  la  Inteligencia  Superior  (47). 
Una  vez  más,  bajo  la  inspiración  de  Avicena,  apunta  aquí  la  psicología 
del  iluminismo. 

En  el  resto  de  su  obra  científica,  cuyo  examen  queda  al  margen  de 
una  historia  de  las  ideas  filosóficas,  merece,  no  obstante,  ser  subrayada 
su  posición  metódica.  Podríamos  sintetizarla  en  la  afirmación  de  que 
Pedro  Hispano,  volviendo  a  la  ruta  señalada  por  Aristóteles  y  reanu- 
dada por  Avicena,  pregona  el  estudio  empírico  de  la  naturaleza.  Note- 
mos esa  nueva  coincidencia  con  su  gran  contemporáneo  Alberto  Magno. 
El  saber  humano,  según  nuestro  autor,  progresa  en  virtud  de  dos  mé- 
todos: el  descriptivo  y  el  explicativo;  por  el  primero  se  establecen  los 
hechos,  por  el  segundo  se  averiguan  las  causas.  En  las  artes  del  trivio 
prevalece  el  método  descriptivo;  en  la  ciencia  estricta  se  tiende  siem- 


(47)  "Ad  ultimam  questionem  dicen dum,  quod  unus  modus  cognoscendi  est  per 
speciem,  secundum  quod  dicit  Philosophus,  quod  lapis  non  est  in  anima,  sed  species 
lapidis.  Secundus  modus  cognoscendi  est  rem  cognoscere  in  alio  sicut  res  cognoscitur 
in  speculo  et  hoc  modo  cognoscunt  intelligentie  res  in  primo.  Tertius  modus  cognoscendi 
est  cognoscere  unum  contrarium  per  suum  contrarium  sicut  cognoscimus  privationem 
per  habitum.  Quartus  modus  est  cognoscere  causam  per  effectum,  ut  per  bonitatem  ar- 
tificii  laudatur  bonitas  artificis.  Hoc  modo  creatorem  cognoscimus  per  creaturas.  Omnia 
enim  opera  creatoris  relucent  in  creaturis.  Quintus  modus  est  cognoscere  rem  per  ele- 
vationem et  abstractionem  ipsius  anime.  Et  de  hoc  modo  elevationis  nunquam  loqui- 
tur  Philosophus,  sed  Avicena  de  hoc  modo  loquitur  in  suo  libro  de  anima  ubi  dicit, 
quod  intellectus  due  sunt  facies.  Una  est,  quam  habet  intellectus  ad  virtutes  inferiores, 
secundum  quod  intellectus  agens  recipit  a  possibili.  Alia  est,  quam  habet  intellectus 
per  abstractionem  et  elevationem  ab  ómnibus  conditionibus  materialibus  et  hanc  habet 
per  relationem  ad  intelligentiam  influentem.  Et  quando  anima  sic  est  elevata,  intelligen- 
tia  ei  multa  detegit.  Unde  dicit  Avicenna,  quod  recolit  pretérita  et  predicit  futura  et 
potest  precipere  pluviis  et  tonitruo  ut  cadant,  et  potest  nocere  per  malum  oculum  suum. 
Unde  dicit  Avicenna,  quod  oculus  fascinatus  facit  cadere  caniculum  in  foveam  et  sic 
elevantur  illi,  qui  sunt  in  éxtasi  ut  religiosi,  contemplativa  et  maniatici  et  phrenetici 
et  hoc  modo  anima  cognoscit  primum  et  seipsam  per  essentiam  per  reflexionen!  sui  ip- 
sius supra  se.  Dico  ergo  ad  primum  quesitum,  quod  hoc  modo  potest  cognoscere  ve! 
etiam  eo  quarto  modo".  (Pasaje  del  comentario  al  De  animalibus,  transcrito  por  Grab- 
mann:  Mittelalterliche  lateinische  Aristotelesübersetzungen,  etc.,  págs.  112  y  113.) 


—    I42  — 


pre  a  la  explicación.  La  psicología  goza  del  singular  privilegio  de  usar 
indistintamente  ambos  métodos  (48). 

Esta  actitud  general  científica  de  Pedro  Hispano  trasciende  a  su 
orientación  médica,  que  permite  afiliarle  a  la  llamada  "escuela  experi- 
mental". Y  no  empece  la  alegación  de  autoridades;  también  los  "empí- 
ricos" de  la  medicina  rinden  tributo  en  la  Edad  Media  a  esa  costum- 
bre. Pero,  entre  las  autoridades  aducidas,  Pedro  Hispano  se  inclina 
de  ordinario  a  favor  de  los  "empíricos" ;  consiguientemente,  aconse- 
ja remedios  de  índole  empírica,  es  decir,  prácticas  curativas  que  abo- 
na la  experiencia  (y  no  la  teoría).  Sus  convicciones  acerca  del  método 
que  condiciona  el  progreso  de  la  medicina,  las  ha  expresado  Pedro  His- 
pano en  un  largo  y  notabilísimo  pasaje  del  comentario  al  Libro  de  las 
Dietas  de  Isaac,  en  el  que  distingue  la  vía  experimenti  3*  la  via  rationis 
como  los  dos  métodos  apropiados  para  el  desarrollo  de  la  ciencia  dieté- 
tica. "El  método  experimental — dice — no  para  mientes  en  las  causas ;  el 
método  racional  considera  las  causas  y  los  principios ;  la  experiencia 
hace  uso  de  los  sentidos;  la  explicación,  del  entendimiento."  Ahora  bien, 
en  la  investigación  médica  ¿precede  la  experiencia  al  trabajo  racional 
o  lo  subsigue  y  avala?  Por  el  distinto  modo  de  contestar  a  esta  pregunta 
se  perfilan  las  dos  escuelas,  racional  y  empírica,  de  la  medicina  clásica 
y  medieval.  Pedro  Hispano  distingue,  a  este  propósito,  tres  modalida- 
des de  la  experiencia.  A  veces,  la  experiencia  es  previa  a  la  posesión  de 
un  arte  o  ciencia ;  así  adquieren  sus  conocimientos  los  animales  por  mero 
instinto  y  los  hombres  rústicos  por  simple  rutina.  Otras  veces  la  expe- 
riencia sirve  para  fijar  los  objetos  sobre  los  que  versa  la  investigación,  y 
forma  entonces  parte  de  la  ciencia;  la  averiguación  ulterior  de  las  cau- 
sas eleva  en  este  caso  el  conocimiento  empírico  a  doctrina  racional.  En 
una  última  etapa,  la  experiencia  hace  aplicación  de  la  doctrina  científica 
a  la  vida  práctica  y  a  la  industria ;  huelga  decir  que  en  tal  caso  la  expe- 
riencia se  vuelve  racional  por  supeditación  a  la  teoría. 

La  cuidadosa  elaboración  del  concepto  de  experiencia  no  permite 
dudar  que  el  método  en  ella  basado  recaba  el  principal  papel  en  la  me- 
dicina de  Pedro  Hispano.  Lo  confirma  la  frecuente  alegación  en  sus 
escritos  médicos  de  experiencias  personales  propias  y  ajenas.  Por  lo 
mismo,  no  ha  de  extrañar  que  Pedro  haya  exigido  para  la  experimen- 
tación médica  determinados  requisitos  en  garantía  de  legitimidad.  Estos 

(a%)  "...  modus  cau^arum  assipnativus  plus  est  in  arte  quam  in  scientia  et...  plus 
in  quadrivio  quam  in  trivio  et...  iste  dúplex  modus  procedendi  est  distinctus  in  hoc 
libro,  in  libro  autem  de  anima  est  indistinctus,  quia  ibi  procedit  modo  narrando,  modo- 
probando  sive  causas  assignando..."  (en  el  comentario  al  De  animalibus). 


—  143  — 


requisitos  se  reducen  a  seis:  que  la  medicina  administrada  no  con- 
tenga ninguna  sustancia  extraña  (49) ;  2.0,  que  el  paciente  sufra  la  en- 
fermedad que  con  aquella  medicina  se  intenta  curar;  3.0,  que  la  medi- 
cina sea  ingerida  sin  mezcla  de  otra ;  4.0,  que  su  intensidad  sea  opuesta 
en  grado  a  la  de  la  enfermedad ;  5.0,  que  se  averigüe  su  efecto  en  un 
cierto  lapso  de  tiempo;*  y  6.°,  que  los  experimentos  se  realicen  en  un 
cuerpo  apropiado,  por  ejemplo  en  el  de  otro  hombre  y  no  en  el  de  un 
asno.  Tosca  y  rudimentaria  como  se  nos  presenta  esta  teoría  de  la  expe- 
riencia científica,  preludia,  sin  embargo,  la  doctrina  del  canciller  Bacon 
y  su  ulterior  desenvolvimiento  en  la  filosofía  moderna  y  contemporánea. 

23.  A  medida  que  nos  familiarizamos  con  la  obra  de  Pedro  Hispa- 
no, vemos  a  este  autor  animado  de  un  espíritu  científico  similar  al  de  su 
gran  inspirador  y  modelo,  Aristóteles.  Siguiendo  sus  huellas,  rechaza 
toda  apelación  a  virtudes  ocultas  para  explicar  los  fenómenos  de  la  na- 
turaleza. Los  hechos  no  ocurren  por  simpatías  y  antipatías  secretas  entre 
las  cosas,  ni  por  influencia  superior  de  los  astros.  En  la  naturaleza  hay 
cuatro  cualidades  fundamentales:  seco,  húmedo,  frío  y  cálido;  la  com- 
binación de  estas  cualidades  en  proporciones  varias  explica  las  propie- 
dades características  de  los  objetos  naturales.  Explica  también  la  forma- 
ción de  los  humores  en  el  cuerpo  humano  y  el  temperamento  de  cada 
persona.  Es  fácil  ver  que  por  este  camino  se  abren  amplias  perspectivas 
a  la  interpretación  de  los  fenómenos  vitales :  crecimiento,  vejez,  muerte, 
etcétera.  No  podemos  entrar  en  detalles  que  nos  alejarían  del  campo 
acotado  de  nuestra  investigación. 

En  síntesis,  en  la  obra  científica  de  Pedro  Hispano  se  nos  revela  un 
nuevo  aspecto  de  su  pletórica  personalidad.  Así  como  en  la  lógica  le 
vemos  recoger  la  genuina  tradición  latino-occidental  celosamente  cultiva- 
da por  las  Escuelas  de  Artes,  en  la  psicología,  en  la  filosofía  natural  y 
en  la  medicina  le  vemos,  por  el  contrario,  introducir  en  Occidente  las 
corrientes  innovadoras  asimiladas  de  la  cultura  árabe.  De  Avicena  toma 
las  líneas  generales  de  su  psicología  y  la  orientación  empirista  en  la 
ciencia  natural ;  del  propio  Avicena,  y  en  general  de  toda  la  medicina 
árabe,  se  apropia  la  tendencia  farmacológica  y  la  afición  al  recetario, 
que  complementa  en  la  Edad  Media  los  sistemas  de  tratamiento  dietéti- 
co ideados  por  los  médicos  griegos.  Pero,  como  la  ciencia  y  la  medicina 
de  los  árabes  se  injertan  sobre  un  fondo  de  cultura  helénica,  en  defini- 


do)   "...  medicina  sit  tuta  ab  omni  qualitate  complexionali. 


—  i44  — 


tiva  Pedro  Hispano  coopera  a  enriquecer  el  acervo  común  del  saber  me- 
dieval con  las  nuevas  aportaciones  de  la  filosofía  y  de  la  ciencia  clásicas, 
asimiladas  a  través  de  los  árabes.  La  ingente  obra  científica  y  filosófico- 
natural  del  maestro  de  Estagira  logra,  merced  a  los  escritos  de  nuestro 
autor,  una  más  amplia  divulgación  en  Occidente. 


CAPITULO  IV 


LA  ESCOLASTICA  EN  LA  FACULTAD  DE  TEOLOGIA 

SECCION  I:  LA  EVOLUCION  DE  LAS  IDEAS  FILOSOFICAS 
EN  LA  ORDEN  DE  PREDICADORES 

I 

Miguel  de  Fabra  (1). 

Miguel  de  Fabra,  primer  lector  de  la  Orden  de  Predicadores. — Su  enseñanza 

conventual  en  París. 

I.  Cuando  en  1216  Santo  Domingo  de  Guzmán  tomó  la  transcen- 
dental resolución  de  desparramar  la  pequeña  comunidad  que  había  fun- 
dado en  Toulouse  para  sembrar  en  Europa  la  simiente  de  la  nueva  Orden 
de  Predicadores,  la  imisión  más  numerosa  e  importante  entre  las  varias 
organizadas  por  el  Fundador  se  dirigió  a  la  capital  de  Francia.  Á  su 
frente  estaba  Fray  Mateo,  personaje  francés  de  calidad,  que  fué  en 
Toulouse  primero  y  único  abad  de  la  Orden;  y  con  él  iban  otros  seis 
compañeros,  de  los  cuales  tres  eran  españoles :  el  hermano  del  Fundador, 
Miguel  de  Fabra  y  Juan  de  Navarra.  Llegados  a  París,  se  acogieron  a 
la  protección  de  Juan  de  Barastre,  célebre  maestro  universitario  y  ca- 
pellán del  rey,  por  cuya  iniciativa  la  Universidad  les  cedió  unos  terrenos 
para  fundar  allí  su  convento.  Sin  duda  por  el  origen  español  del  Fun- 
dador y  de  los  tres  compañeros  que  participaron  en  la  misión,  la  nueva 
casa  fué  puesta  bajo  la  advocación  del  apóstol  Santiago  (2). 

La  Universidad  de  París  era  a  la  sazón  el  primer  centro  intelectual 
•de  Europa.  Establecido  bajo  su  protección  y  manteniendo  con  ella  es- 
trecho contacto,  el  convento  de  Santiago  se  convirtió  muy  pronto  en  la 

(1)  Sobre  Miguel  de  Fabra,  véase  a  Mortier:  Histoire  des  Maitres  Généraux  de 
l'Ordre  des  Fréres  Précheurs,  vol.  I,  París,  1903,  caps.  II  y  V;  y  a  F.  Diago:  Historia  de 
¡a  Provincia  de  Aragón  de  'la  Orden  de  Predicadores,  Barcelona,  1599,  lib.  II,  cap.  XLV. 

(2)  Del  nombre  latino,  conventus  Sancti  Jacobi,  se  formó  la  palabra  jacobita,  que 
en  los  manuscritos  medievales  aparece  con  una  gran  frecuencia  para  designar  los  domi- 
nicos residentes  en  el  convento  parisién  de  Saint- Jacques  o  de  Santiago. 


-  í46  - 


casa  de  estudios  más  importante  de  la  Orden,  a  la  que  afluyeron  estu- 
diantes llegados  de  todas  partes.  Allí  se  organizó,  no  mucho  después  de- 
la  fundación,  la  primera  escuela  conventual  de  la  Orden  de  Predica- 
dores, cuyos  cursos  inauguró  y  profesó  durante  unos  años  Miguel  de 
Fabra  (3). 

Como  el  Fundador,  Miguel  de  Fabra  era  un  castellano  de  noble 
estirpe.  Siguió  la  vocación  de  Santo  Domingo,  con  quien  convivió  en 
la  primitiva  comunidad  de  Toulouse  hasta  el  momento  de  la  dispersión. 
Sus  biógrafos  le  atribuyen  cualidades  excelentes,  a  la  vez  intelectuales 
y  'morales ;  hombre  espiritual,  muy  dado  al  estudio,  de  otra  parte  se  en- 
tregaba intensamente  a  la  acción.  Sus  hechos  acreditan  tan  bellas  facul- 
tades. Nombrado  por  su  saber  lector  de  teología,  los  estudiantes  del 
convento  siguieron  sus  lecciones  privadas  con  el  mismo  interés  que  las- 
clases  de  la  Universidad,  lo  cual  es  prueba  de  que  su  enseñanza  en  nada 
desmerecía  de  la  oficial.  Ningún  rastro  más,  que  sepamos,  ha  queda- 
do de  este  magisterio,  salvo  la  fama  que  nos  ha  transmitido  su  noti- 
cia (4). 

Hemos  querido  consignar  aquí  el  nombre  de  tan  esclarecido  maes- 
tro, que  inauguró  en  la  Orden  los  estudios  de  teología  y  fundó,  además, 
en  España,  conventos  tan  importantes  como  los  de  Mallorca  y  Valen- 
cia, que  no  tardaron  en  convertirse  en  nuevos  hogares  de  la  cultura 
patria. 

(3)  A  Fabra  le  sucedió  el  beato  Reginaldo;  y  a  éste  Jordán  de  Sajonia,  quien  a 
la  muerte  de  Santo  Domingo  fué  elegido  General  de  la  Orden. 

(4)  Más  adelante,  Miguel  de  Fabra  regresó  a  España;  y,  como  toda  ella  era  una 
sola  Provincia  de  la  Orden,  se  estableció  en  Aragón.  El  rey  Jaime  I  le  nombró  su  con- 
fesor y  predicador  de  la  corte.  En  1248,  por  encargo  del  Papa  Inocencio  IV,  procedió, 
juntamente  con  San  Ramón  de  Peñafort  y  el  arzobispo  tarraconense  Pedro  de  Albalate. 
a  la  designación  de  la  persona  que  había  de  ocupar  la  sede  vacante  de  Lérida;  es  de 
notar  que  en  el  documento  pontificio,  de  24  de  diciembre,  se  da  a  Fr.  Miguel  el  trata- 
miento de  Doctor  en  Teología.  Asistió  con  Jaime  I  a  las  empresas  de  Mallorca  y  de 
Valencia;  y,  a  raíz  de  la  conquista,  estableció  allí  sendos  conventos.  El  rey  le  apreciaba 
en  extremo;  la  noche  en  que  se  rindió  la  ciudad  de  Mallorca,  le  confió  el  palacio  de 
la  Almudaina,  residencia  y  tesorería  del  rey  moro,  para  que  lo  librara  de  las  furias  de 
la  soldadesca.  En  el  ejército,  y  aun  entre  los  moros,  era  persona  muy  conocida  y  respe- 
tada, a  juzgar  por  las  anécdotas  que  cuentan  los  historiadores.  Tras  una  vida  de  trabajo 
intenso,  murió  en  avanzada  edad  y  fué  enterrado  en  la  iglesia  de  San  Pedro  Mártir 
de  Barcelona. 


II 

Ramón  Martí. 

Vida  y  obras  de  Ramón  Martí. — Análisis  de  la  Exphmtio  Symboli  Apostolorum 
y  del  Pugio  Fidei. — Relación  entre  esta  última  obra  y  la  Summa  contra  Gen- 
tes, de  Santo  Tomás  de  Aquino. — Influencia  de  Ramón  Martí  en  la  litera- 
tura apologética  posterior. 

2.  En  las  primeras  generaciones  de  escolares  dominicos  sobresale 
el  catalán  Ramón  Martí,  pensador  enraizado  en  el  ambiente  peninsu- 
lar, cuya  actuación  y  escritos  apenas  trascendieron  en  su  tiempo  a 
Europa.  Pese  a  su  innegable  importancia,  su  nombre,  inadvertido  por 
los  cronistas  generales  de  la  Orden  en  el  siglo  xiii,  no  figura  en  los 
catálogos  antiguos,  ni  en  el  descubierto  hace  unos  años  por  Denifle  en 
la  abadía  de  Stams  ni  en  la  lista  cronológica  de  Esteban  de  Salanhac  ni 
en  el  Líber  de  viris  illustribus  de  O.  P.,  del  alemán  Juan  Meyer  (5). 

Las  noticias  que  poseemos  de  su  vida,  son  escasas.  Por  Diago  sa- 
bemos que  era  "catalán  de  nación,  natural  de  Subirats,  hijo  de  hábito 
deste  convento  de  Barcelona"  (6).  Ignórase  la  fecha  de  su  nacimiento, 
así  como  la  de  su  ingreso  en  el  convento  de  Santa  Catalina,  si  bien 
una  serie  de  indicios  dan  pie  a  sus  biógrafos  para  suponerle  nacido  al- 
rededor del  año  1230.  También  su  infancia  y  su  juventud,  durante  las 
que  tuvo  lugar  con  seguridad  su  formación  intelectual,  han  quedado 
sumidas  en  el  mayor  olvido.  Pero  es  lícito  seguir  el  rastro  de  sus  estu- 
dios universitarios  merced  a  una  tradición  conservada  en  el  convento 
de  Santiago  en  París,  de  la  cual  su  prior,  Ivo  Pinsard,  se  hace  eco 
todavía  en  el  siglo  xvn,  al  referirse  a  los  hombres  ilustres  de  la  Orden 

(5)  Véanse  los  dos  primeros  y  extractos  del  tercero  en  el  artículo  de  H.  Denifle: 
Quellen  zur  Gelehrtengeschichte  der  Predigerordens  im  13.  und  14.  Jahrhundert,  "Archiv 
für  Litteratur-  und  Kirchengeschichte  des  Mittelalters",  vol.  II,  págs.  165-248. 

La  omisión  del  nombre  de  Ramón  Martí  en  el  catálogo  de  Stams  tan  sólo  demuestra 
que  no  ejerció  el  magisterio  en  París;  no  cabe,  pues,  tachar  por  ello  el  catálogo  de  in- 
completo, como  ha  hecho  M.  Grabmann  en  su  estudio  Die  Philosophia  Pauperum  und 
ihr  Verfasser  Albert  von  Orlamunde,  Münster,  1918,  pág.  28. 

(6)  Francisco  Diago:  Historia  de  la  Provincia  de  Aragón  de  la  Orden  de  Predica- 
dores, Barcelona,  1599,  lib.  II,  pág.  137. 

Subirats  es  un  pequeño  municipio  de  población  dispersa  situado  en  la  carretera  de 
Barcelona  a  Tarragona,  no  lejos  de  Villafranca  del  Panadés. 


—  148  — 


que  desfilaron  por  él,  en  palabras  que  no  tienen  desperdicio:  "...  nomi- 
nandi  veniunt  Albertus  Magnus,  Inter  discípulos  ejus  D.  Thomas  ct  so- 
dalis  huius  Raymimdus  Martini  Barcinonensis"  (7).  He  aquí  un  dato 
importante,  tanto  más  que  el  examen  de  las  influencias  doctrinales  acu- 
sadas en  su  obra  le  presta  una  confirmación  rotunda.  Por  ahí  sacamos 
a  luz  un  hecho  hasta  ahora  omitido1  en  la  biografía  de  Ramón  Martí  : 
su  residencia  en  el  convento  parisiense  de  Santiago  a  título  de  estu- 
diante y  su  asistencia  a  la  cátedra  de  Alberto  Magno  por  los  años  1245 
a  1248,  entre  los  que  tiene  lugar  la  enseñanza  universitaria  de  este 
maestro.  Es  posible  que  su  estancia  y  estudias  en  París  coincidieran 
con  los  de  Santo  Tomás  de  Aquino.  La  impresión  personal  recibida  por 
Ramón  Martí  al  contacto  del  gran  iniciador  debió  ser  muy  honda,  por 
cuanto  en  el  Pugio  fidei,  obra  de  madurez,  le  evoca  todavía  por  su  propio 
nombre  y  en  términos  de  mucho  elogio:  "...  Albertus,  magister  in 
Theologia,  et  phiíosophus  magnus,  frater  Praedicator,  et  Episcopus,,  (8). 

3.  Aun  (mayor  debió  ser  el  surco  abierto  en  la  orientación  de  sus 
estudios  bajo  la  influencia  de  acontecimientos  ocurridos  en  París,  du- 
rante la  docencia  universitaria  de  Alberto,  con  motivo  de  las  persecu- 
ciones contra  los  judíos,  a  las  que  nos  referimos  en  un  capítulo  ante- 
rior (9).  En  1239,  Gregorio  IX  había  ordenado,  en  bula  papal  dirigida 
a  los  obispos  y  a  los  reyes  de  Francia,  Inglaterra,  León  y  Castilla,  que 
un  día  determinado,  y  aprovechando  la  circunstancia  de  hallarse  reuni- 
dos los  judíos  en  sus  sinagogas,  se  apoderaran  de  sus  libros  ;  y  para- 
lelamente fueron  comisionados  el  Obispo  de  París,  el  Prior  de  los  do- 
minicos del  convento  de  Santiago  y  el  Ministro  de  los  Menores  en  dir 
cha  ciudad,  para  proceder  al  examen  de  los  libros  rabínicos  y  a  la  que- 
ma de  los  que  estimaren  perniciosos  por  sus  doctrinas.  San  Luis  ayu- 
dó eficazmente  a  los  deseos  del  Papa;  y  en  1240,  fueron  quemados  de 
una  sola  vez  catorce  carros  de  libros  judíos,  y  seis  de  otra.  Por  unos 
años  pareció  amortiguada  la  cuestión;  pero  en  1248  resucitó  y,  a  sú- 
plicas de  personas  que  reputaban  excesivo  el  rigor  de  antes,  el  Papa 
accedió  a  un  nuevo  examen  que  fué  encargado  a  41  maestros  de  la  Uni- 
versidad presididos  por  Guillermo  de  Alvernia,  obispo  de  la  ciudad  y 
también  maestro.  Uno  de  los  examinadores  era  un  judío  converso,  de 
la  Orden  de  Predicadores,  que  tradujo  del  hebreo  al  latín  los  textos  del 
Talmud.  De  la  comisión  formaba  parte  Alberto  Magno,  cuya  firma  cons- 

(7)  Carta  a  Voisin,  inserta  por  éste  en  el  prólogo  a  su  edición  del  Pugio  fidei  (y  re- 
producida'en  la  edición  de  1687,  pág.  112). 

(8)  Pugio  fidei,  pars.  III,  dist.  II,  cap.  II,  2. 

(9)  Véase  el  capítulo  I,  párrafo  III,  núm.  16. 


-   149  — 


ta  en  el  documento  de  condenación  del  Talmud,  redactado  en  15  de 
mayo  de  1248  (10). 

No  sabemos  a  ciencia  cierta  si  Ramón  Martí  presenció  tales  hechos 
en  París.  Este  supuesto,  de  resultar  confirmado,  trazaría  una  línea  más 
de  continuidad  en  su  vida  y  aclararía  una  actuación  similar  suya,  una 
vez  reintegrado  a  su  patria,  en  ocasión  de  la  controversia  cristiano-ra- 
bínica  ordenada  por  el  rey  Jaime  I  (11).  No  es  seguro  que  Ramón  Mar- 
tí asistiera  a  la  disputa;  pero,  en  27  de  marzo  de  1264,  fué  designado 
por  el  rey  para  formar  parte  de  la  comisión  examinadora  de  los  tex- 
tos rabínicos,  en  cuyas  tareas  se  le  atribuye  una  intervención  decisiva. 
En  su  edad  viril,  pues,  Ramón  Martí  se  encontraba  al  frente  de  una 
misión  análoga  a  la  que  había  visto  desempeñar  a  su  maestro  Alberto 
Magno  en  París,  en  sus  tiempos  de  estudiante. 

4.  Es  ésta  la  primera  fecha  cierta  que  poseemos  de  la  estancia  de 
Ramón  Martí  en  Barcelona.  Es  raro  que  en  los  inventarios  y  documen- 
tos del  convento  de  Santa  Catalina  pertenecientes  a  la  sexta,  séptima 
y  octava  décadas  del  siglo  xm,  que  Denifle  sacó  a  luz  (12),  ni  por 
asomo  aparezca  el  nombre  de  nuestro  autor.  El  silencio  de  las  fuentes 
documentales  autoriza  a  sospechar  que  tan  sólo  residiera  en  Barcelona 
durante  períodos  cortos  e  intermitentes,  salvo  al  final  de  su  vida;  y  que 
tal  vez  fuera  atraído  a  otros  sitios  por  las  exigencias  de  su  sólida  pre- 
paración científica  y  de  sus  empresas  misioneras. 

Sin  embargo,  la  influencia  barcelonesa  decide  el  rumbo  de  su  vida, 
orientada  por  San  Ramón  de  Peñafort.  No  es  improbable  que  éste 
siguiera  de  cerca  la  iniciación  de  sus  estudios  en  la  escuela  conven- 
tual de  Santa  Catalina  e  interviniera  en  la  designación  del  joven  estu- 
diante para  cursar  la  enseñanza  universitaria  en  París.  Pero  sí  pode- 
mos afirmar  con  certeza  que,  desde  1250,  R.  Martí  se  convierte  en  eje- 
cutor fiel  de  la  gran  empresa  cultural  concebida  por  San  Ramón  para 
la  cristianización  de  los  infieles.  En  dicho  año,  la  Provincia  de  España, 
todavía  unida,  celebró  capítulo  en  Toledo;  y,  a  instancias  del  Santo, 
destinó  a  ocho  frailes  "escogidos  de  la  nación  catalana"  (13)  al  estudio 


(10)  Mortier:  Histoire  des  Maitres  Généraux  de  l'Ordre  des  Fréres  Préckeurs,  París., 
1903,  vol.  I,  págs.  427-430. 

(11)  Véase  el  capítulo  I,  párrafo  III,  núm.  16.  Sin  duda,  Strowski  ha  sufrido  una 
involuntaria  confusión  al  atribuir  esta  iniciativa  real  a  San  'Luis,  en  su  interesante  libro 
Pascal  et  son  temps,  vol.  III,  París,  1913,  pág.  259. 

(12)  Véase  el  artículo  citado  en  la  nota  5. 

(13)  Marsilio,  citado  por  Diago,  ibid.  El  texto  da  a  entender  con  claridad  que  San 
Ramón,  además  de  tomar  la  iniciativa  de  la  empresa,  reclutó  el  personal  capaz  de  llevarla 


—  150  — 


árabe  que  la  Orden  tenía  establecido  en  Murcia.  Entre  ellos  figuraba 
Ramón  Martí,  de  cuya  estancia  en  dicho  colegio  no  hemos  logrado  re- 
coger más  noticias.  Ignoramos  con  qué  fundamento  Berthier  ha  afir- 
mado recientemente  que  R.  Martí  dirigió  el  Colegio  de  lenguas  orien- 
tales de  Barcelona  (14),  cuya  fundación  acordó  confiar  al  Provincial  de 
España  el  capítulo  general  de  la  Orden,  celebrado  en  Valenciennes,  el 
año  1259  (15).  De  fuente  segura  sabemos  que  se  dedicó  a  la  enseñanza 
de  la  lengua  hebrea,  en  la  que  parece  haber  iniciado  a  bastantes  discí- 
pulos ;  uno  de  ellos,  Arnaldo  de  Vilanova,  nos  ha  transmitido  el  recuer- 
do de  su  maestro  en  frases  muy  halagüeñas  (16). 

Posteriormente  le  hallamos  en  Túnez  en  plena  actividad  misionera 
(17) ;  y  consta  por  Diago  que  en  aquel  puerto  embarcó  para  repatriarse, 
en  septiembre  de  1269,  en  compañía  de  Fr.  Francisco  Cendra,  que  fué 
también  prior  en  Barcelona.  Llegaron  ambos  al  puerto  de  Aguas  Muer- 
tas a  la  sazón  en  que  el  rey  Jaime,  vuelto  atrás  de  su  cruzada  para 
Tierra  Santa  que  había  emprendido  desde  Barcelona,  buscaba  allí  re- 
fugio contra  el  temporal  para  sus  naves.  Soslayando  los  honores  reales, 
se  dirigieron  sin  demora  por  Montpellier  a  su  convento  de  Barcelona, 
donde  parecen  haber  transcurrido  los  últimos  años  de  su  vida,  tal  vez  de- 
dicados a  la  enseñanza  y  con  seguridad  a  la  composición  de  sus  obras, 
sobre  todo  del  Pugio.  La  única  noticia  cierta  de  este  último  período  de 
su  vida,  si  descartamos  la  de  la  fecha  de  la  composición  de  su  obra 
maestra  inserta  en  el  propio  texto,  nos  la  da  el  historiador  Diago  en 
términos  harto  lacónicos:  "Fray  Raymundo  Martin  teniendo  ya  casi 
cincuenta  años  de  hábito  murió  en  el  mismo  convento,  algunos  años 


a  cabo  entre  sus  hermanos  del  convento  de  Barcelona  y,  tal  vez,  de  otros  conventos 
catalanes  en  estrecha  relación  con  el  de  Santa  Catalina. 

(14)  En  su  tesis  doctoral  de  la  "Ecole  des  Chartesv  en  París,  sostenida  en  27  de 
enero  de  193 1,  de  la  que  se  publicó  un  extracto  en  el  folleto  Positions  des  théses  soutenues 
par  les  eleves  de  la  promotion  de  1931. 

(15)  "Iniungimus  priori  provinciali  Hyspaniae  quod  ipse  ordinet  aliquod  studium 
ad  addiscendam  linguam  arabicam  in  conventu  Barchinonensi  vel  alibi,  et  ibidem  collocet 
fratres  aliquos..."  (B.  M.  Reichert:  Acta  Capitulorum  Generalium  Ordinis  Fratrum  Prae- 
dicatorum,  tom.  I,  Roma,  1897,  pág.  98.) 

Ció)  "Pluries  affectavi,  karissime  pater,  ut  semen  illud  hebraice  lingue,  quod  zelus 
religionis  patris  Rfaymundi]  Martini...",  palabras  con  las  que  empieza  el  Tetragram- 
maton  de  Arnaldo  de  Vilanova.  Véase  H.  Finke:  Aus  den  Tagen  Bonifaz  VIII.  Müns- 
ter,  1902,  págs.  CXXVII-CXXVm. 

(17)  Allí,  tal  vez,  coincidió  con  él  Ramón  Lull  en  su  primer  viaje  a  Africa,  pues, 
al  parecer,  el  retrato  de  misionero  descrito  en  uno  de  sus  opúsculos  de  polémica  religiosa 
corresponde  a  Ramón  Martí,  según  reciente  interpretación  del  P.  Ephrem  Lonírpré  en 
su  artículo  Le  B.  Raymond  Lull  et  Raymond  Martí,  "Boletín  de  la  Sociedad  Arqueo- 
lógica Luliana",  Palma  de,  Mallorca,  febrero-marzo  de  1933,  págs.  269-271. 


—  III  — 


¿después  de  la  muerte  de  fray  Francisco  (Cendra,  ocurrida  en  1281),  pues 
he  visto  firma  suya  en  Aucto  hecho  en  este  convento  primer  dia  de  Julio 
de  mil  doscientos  ochenta  y  quatro." 

5.  Al  decir  de  Pedro  Marsilio,  el  cronista  de  Jaime  I,  nuestro 
•dominico  fué  hombre  "multum  sufficiens  in  lating,  philosophus  in  Ará- 
bico, magnus  rabinus  et  magister  in  Hebraico,  et  in  Hngua  Chaldaica 
multum  doctus"  (18).  La  educación  recibida  en  el  colegio  de  Murcia 
fructificó  en  él  hasta  convertirle  en  un  perfecto  orientalista.  La  pose- 
sión de  los  idiomas  árabe  y  hebreo  y  el  conocimiento  de  la  teología  y 
filosofía  a  la  sazón  dominantes  en  estos  pueblos,  además  del  de  la  teología 
y  filosofía  latinas  que  había  estudiado  en  París,  le  capacitaron  para  una 
magna  labor  muy  a.  tono  con  las  necesidades  espirituales  de  su  país  y 
•de  su  tiempo.  La  convivencia  con  los  judíos  y  el  trato  frecuente  con 
musulmanes  constituyen,  en  la  España  del  siglo  xiii,  un  hecho  normal 
ocasionado,  sin  'embargo,  a  peligrosas  infiltraciones  de  las  doctrinas  re- 
ligiosas opuestas  al  cristianismo.  El  peligro  mayor  proviene  de  las  co- 
munidades judías,  enclavadas  en  el  país  y  animadas  de  un  intenso  afán 
proselitista.  Ramón  Marltí,  consciente  del  peligro  que  amenaza  destruir 
la  integridad  de  la  fe  en  el  corjazón  del  pueblo,  se  apresta  a  su  defen- 
sa y  fija  de  intento  a  su  acción  dos  objetivos  convergentes:  atacar  las 
confesiones  enemigas  y  atraer  a  su  vez  hacia  la  religión  cristiana  a  las 
poblaciones  árabe  y  judía. 

A  este  doble  ideal  hállale  orientada  no  sólo  la  vida,  sino,  adetmás, 
la  producción  literaria  de  Ramón  Martí,  integrada  en  buena  parte  por 
obras  de  apologética  cristiana.  Las  principales,  escritas  contra  los  judíos, 
son  el  Capistrum  judaeorum  y  el  Pugio  fidei,  que  ya  mencionan  sus  an- 
tiguos biógrafos ;  como  obras  menores,  cabe  citar  la  Explanatio  Symboli 
Apostolorum  ad  institutionem  fidelium  y  unas  Sumas  contra  el  Corán, 
cuya  importancia  se  desconoce ;  y  finalmente,  se  conserva  un  Vocabulario 
arábigo,  el  primer  diccionario  que  se  ha  escrito  de  esta  lengua,  al  de- 
cir de  Menéndez  y  Pelayo.  Olvidadas  estas  obras  durante  siglos,  han 
sido  descubiertas  una  a  una  y  dadas  a  luz  por  los  eruditos.  En  el  siglo 
xvn  lo  fué  el  Pugio  fidei,  indudablemente  su  obra  capital,  entonces  edi- 
tada dos  veces,  la  segunda  por  un  protestante  (19).  De  la  Explanatio 
Symboli  se  ignoraba  incluso  la  (existencia;  el  único  códice  conocido,  ha- 
llado por  Denifle  en  la  biblioteca  de  la  Catedral  de  Tortosa  el  año  1887, 

(18)  Citado  por  Diago,  ibid. 

(19)  La  primera  edición  apareció  en  París  el  año  1651  por  obra  del  hebraizantc 
bordelés  José  de  Voisón,  quien  añadió  al  texto  un  proemio  e  interesantes  anotaciones. 
Agotados  los  ejemplares  de  esta  edición,  apareció  otra  en  Alemania  en  1687,  en  Leipzig 


ha  sido  publicado  a  principios  de  este  siglo  por  el  P.  José  María  Marchr 
S.  J.  (20).  El  Capistrum,  que  se  creía  perdido  y  del  cual  no  se  conocían 
sino  las  citas  y  extractos  del  propio  Martí  en  el  Pugio,  acaba  de  ser 
encontrado  por  André  Berthier  (21).  Sciapparelli  publicó,  hace  ya  unos 
años,  el  Vocabulario  arábigo.  Falta  encontrar  las  Sumas  contra  el  Al- 
coran  de  los  Moros,  cuya  realidad  consta  explícitamente  por  testimonio- 
de  Diago. 

Solamente  en  parte  interesan  estas  obras  al  historiador  de  la  filoso- 
fía, es  a  saber,  en  ,1a  medida  en  que  Ramón  Martí  apela,  para  el  logro 
de  sus  fines  apologéticos,  a  pruebas  de  razón.  El  autor  muestra  una  mar- 
cada preferencia  por  las  pruebas  positivas,  exegéticas  o  históricas,  en 
las  que  pone  a  contribución  su  prodigioso  saber  escriturario  y  de  orien- 
talista; pero  no  desdeña  robustecerlas  con  una  defensa  racional  de  la 
fe  que  se  apoya  en  argumentos  filosóficos.  Limitándonos,  pues,  a  este 
aspecto,  nos  proponemos  examinar  los  dos  únicos  tratados  doctrinales 
de  nuestro  autor  que  nos  han  sido  asequibles :  la  Explanado  y  el  Pugio. 

6.  La  Explanatio  es  una  obra  de  juventud,  escrita  en  1257,  y  cons- 
tituye un  breve  tratado  de  iniciación  a  la  teología  mediante  un  comen- 
tario, suelto  de  maneras  y  amplificado  a  voluntad,  al  Símbolo  apostólico 
de  ia  Fe,  que  R.  Martí  declara  palabra  por  palabra.  Divídese  en  doce 
artículos',  correspondientes  a  doce  fragmentos  del  Símbolo,  cada  uno 
de  los  cuales  se  supone  dictado  por  un  apóstol.  Insistemático  e  incomple- 
to, el  libro  trata  diversas  materias  teológicas  por  el  orden  en  que  con 
ocasión  del  Símbolo  se  le  ofrecen  al  autor. 

En  el  preámbulo  al  tratado,  que  se  abre  con  las  conocidas  palabras 
de  San  Pablo:  Videmus  nunc  per  speculum  in  aenigmate,  tune  autem 
facie  ad  faciem,  se  expone  una  doctrina  general  del  conocimiento  teo- 


y  Francfort,  calcada  sobre  la  anterior  y  debida  al  orientalista  Benito  Carpzov,  quien  le 
antepuso  una  excelente  introducción. 

Voisin  estableció  el  texto  del  Pugio  a  base  de  cuatro  manuscritos  que  le  fueron  pues- 
tos a  disposición;  uno  procedía  de  Toulouse,  otro  de  Nápoles,  otro  de  Barcelona  y  otro 
de  Mallorca.  La  idea  de  la  publicación  le  fué  sugerida  por  el  obispo  Francisco  Bousquet, 
quien  descubrió  el  manuscrito  en  los  archivos  del  Colegio  de  Foix  en  Toulouse.  El 
ejemplar  procedía  probablemente  de  la  Biblioteca  papal  de  Aviñón,  una  parte  de  la  cual 
había  llevado  a  Peñíscola  Benedicto  XIII;  a  su  muerte,  el  cardenal  Pedro  de  Foix  se 
apropió  un  lote  de  libros,  que  fueron  a  parar  al  colegio  fundado  por  él  en  Toulouse. 
Bousquet  se  entusiasmó  con  el  hallazgo  y  leyó  la  obra  con  avidez;  y,  como  preguntase 
a  Escalígero  quién  era  el  jrater  R.  designado  en  la  portada  como  autor,  el  consultado 
la  atribuyó  a  Ramón  Sabunde.  Más  tarde,  el  propio  Bousquet  logró  identificar  al  ver- 
dadero autor. 

(20)  En  el  "Anuari  de  l'Institut  d'Estudis  Catalans",  MCMVIII,  págs.  450-496. 

(21)  Véase  el  capítulo  I,  párrafo  III,  núm.  16,  nota  70. 


lógico,  de  inconfundible  sabor  platónico-agustiniano.  En  la  vida  presen- 
te, in  via,  no  conocemos  a  Dios  cara  a  cara,  sino  a  través  de  la  fe.  La 
fe  es  a  manera  de  un  espejo,  en  el  que  la  Divinidad  se  figura  entre 
enigmas  y  de  un  modo  imperfecto,  sobre  todo  si  lo  comparamos  a  la 
transparencia  de  la  visión  beatífica,  in  gloria.  A  la  manera  que  una  per- 
sona encorvada  en  el  interior  de  una  habitación  hasta  el  punto  de  no 
poder  levantar  la  cabeza  para  mirar  al  techo,  si  quisiese  ver  unas  figu- 
ras allí  pintadas,  tendría  que  pedir  un  espejo  o  una  jofaina  de  agua 
clara  para  obtener  la  imagen  de  ellas,  así  también  el  entendkaiento  hu- 
mano necesita  de  la  fe  para  la  contemplación  de  las  cosas  divinas.  Si 
más  tarde  aquella  persona  lograse  levantar  la  cabeza,  se  daría  c  íenta 
de  cuán  borrosas  se  le  pintaban  las  figuras  en  la  superficie  del  agua. 
También  >el  hombre,  llegado  al  estado  beatífico,  comprenderá  las  limi- 
taciones inherentes  a  la  fe. 

Pese  a  la  imperfección  del  medio  o  instrumento,  la  fe  encierra  un 
contenido  infalible  de  verdad,  que  constituye  una  base  para  más  am- 
plias exposiciones  y  especulaciones.  Sobre  el  texto  sagrado,  testimonio 
'auténtico  de  la  fe  que  nos  ha  sido  revelada,  se  inserta  complementaria- 
mente la  labor  del  exégeta  y  del  teólogo.  Según  esta  orientación  neta- 
mente anselmiana,  más  bien  insinuada  que  declarada  en  el  preámbulo,  la 
Explanatio  tiene  por  objeto  presentar  un  cuadro  de  las  verdades  teoló- 
gicas basadas  en  un  documento  de  la  fe,  paralelo  al  texto  sagrado,  cual 
es  el  Símbolo  en  que  los  Apóstoles  redactaron  las  enseñanzas  recibidas 
oralmente  de  Cristo,  especialmente  las  relativas  a  la  unidad  de  esencia 
y  a  la  trinidad  de  personas  en  Dios ;  para  lo  cual  serán  alegadas  las 
oportunas  citas  de  la  Escritura  y  también,  de  vez  en  cuando,  razones 
y  analogías  en  la  medida  de  la  humana  pequenez  (22). 

A  las  pruebas  filosóficas  no  sólo  les  es  atribuido  un  valor  módico 
en  comparación  del  de  las  pruebas  escriturarias,  sino  que  además  les 
es  asignado  un  papel  secundario  en  el  desenvolvimiento  positivo  de  la 
teología.  Ramón  Martí  desconoce  en  esta  obra  la  existencia  de  una 
propedéutica  filosófica,  que  al  gentil  o  descreído  le  allana  el  camino  ha- 
cia la  fe,  tanto  como  la  posibilidad  de  una  demostración  racional  de 
algunas  verdades  teológicas.  Para  él,  la  filosofía  se  subordina  y  sub- 


(22)  "Hoc  itaque  symbolum  primo  ostendit  Deum  esse  unum  in  essentia  et  trinum 
in  personis.  Deinde  alia,  que  quilibet  fidelis  tenetur  credere.  De  quibus  in  sequentibus 
ostendetur  auctoritatibus  veteris  et  no  vi  testamenti,  et  etíam  alicubi  rationibus  et  si- 
militudinibus  secundum  modum  parvitatis  nostre."  Explanatio,  preámbulo. 


—  ¡54  — 


sigue  a  la  teología  en  un  esfuerzo  por  ilustrar  y  declarar  un  poco  más 
su  contenido  (23). 

Todavía  la  escasa  doctrina  filosófica  que  desarrollará  en  el  tratado, 
representa  un  sacrificio  a  las  exigencias  de  la  polémica.  A  los  cristia- 
nos deben  bastarles  las  pruebas  de  autoridad ;  pero  los  infieles  no  en- 
tienden más  que  razones  (24).  El  autor  escribe  su  comentario  al  Sím- 
bolo para  unos  y  para  otros,  por  lo  cual  agrega  a  las  pruebas  de  auto- 
ridad las  de  razón.  Más  que  expositivo,  el  tratado  es  polémico  y  tiende 
a  rechazar  las  opiniones  erróneas  de  los  judíos  y  de  los  árabes  contra 
las  verdades  de  da  Fe  cristiana.  También  para  con  ellos  es  ensayada 
la  prueba  de  autoridad ;  solamente  que,  en  vez  de  los  textos  evangé- 
licos, son  alegados  los  del  Talmud  o  del  Corán.  Para  refuerzo  de  las 
pruebas  por  textos  o  en  su  defecto,  el  autor  apela  a  argumentos  y  se- 
mejanzas racionales.  De  ellos  se  vale,  sobre  todo,  en  aquellas  partes  del 
tratado  donde  expone  los  dogmas  que  podríamos  llamar  "diferenciales"- 
la  Trinidad,  la  Encarnación,  ¡la  resurrección  de  los  cuerpos  y  el  estado 
glorioso. 

7.  De  la  Trinidad  es  difícil  hablar  por  la  incapacidad  en  que  se 
halla  toda  inteligencia  creada  de  comprender  este  dogma  (25).  Su  ver- 
dad consta  de  un  modo  infalible  en  los  textos  revelados ;  pero,  como 
la  validez  de  éstos  resulta  controvertida  por  los  infieles,  a  la  serie  de  las 
autoridades  tomadas  de  la  Sagrada  Escritura  se  acompañan  dos  series 
más  de  pruebas:  »los  argumentos  de  razón  y  las  analogías.  He  aquí  los 
seis  argumentos  en  detmostración  de  la  Trinidad : 

Básase  el  primero  en  las  propiedades  trascendentales  del  ser:  uni- 
dad, verdad  y  bondad,  en  cuya  triplicidad  se  encierra,  sin  embargo,  la 
unidad  de  esencia.  Semejantemente  ocurre  en  Dios.  Con  esta  prueba 
neoplatónica  mézclanse  ideas  neopitagóricas  (26). 

Adúcese,  en  segundo  lugar,  la  prueba  teológica  capital  de  las  pro- 
cesiones divinas  ad  intra,  es  a  saber:  la  generación  natural  del  Verbo 
por  el  Padre  y  la  producción  del  Espíritu  por  efusión  amorosa,  con  las 
que  se  completa  el  ciclo  de  la  vida  intradivina.  La  doctrina  está  calca- 
da, como  se  sabe,  en  San  Agustín. 

(23)  "...  rationes  aliquas  post  auctoritates  ad  ostensionem  sánete  trinitatis  in  mé- 
dium proponemus."  Explanatio,  art.  I. 

(21)  "...  auctoritates  sacrorum  librorum  non  omnes  recipiunt  sapientes,  tam  fideles 
•communiter  quam  infideles  rationibus  acquiescunt..."  Ibid. 

C25)  "...  loqui  de  Trinitate  difficillimum  est,  eo  quod  supra  intellectum,  non  solum 
humanum,  verum  etiam  an^elicum."  Ibid. 

(26)  "...  numerus  ternarius  est  numerus  omnis  rei.  et  fisurat  trinitatem  rerum." 
Ibid. 


Sigue  otra  prueba  por  el  carácter  difusivo  del  bien,  tomada  del 
Pseudo-Dionisio  Areopagita.  En  la  inmediata  se  asciende,  por  vía  psi- 
cológica, de  la  triplicidad  de  potencias  en  el  allma  a  la  trinidad  de  per- 
sonas en  Dios.  La  quinta  atribuye  a  Dios  una  triple  causalidad :  eficien- 
te, formal  y  final,  que  corresponde  a  una  triple  personalidad.  El  último 
argumento  se  basa  en  la  distinción  entre  lo  que  es  común  y  lo  que  es 
propio  a  las  varias  personas  divinas. 

Las  analogías  sirven  para  impresionar  la  fantasía  con  imágenes 
imperfectas  de  la  Trinidad  (27).  Ramón  Martí  aduce  varias,  corrien- 
tes en  ¡la  literatura  teológica  coetánea:  la  de  las  tres  velas  que  queman 
juntas  y  dan  una  sojla  iluminación,  la  del  sol  y  el  fuego  que  son  una 
sola  cosa  con  la  iluz  y  el  calor  que  producen,  y  otras  por  el  estilo.  La 
endeblez  de  talles  pruebas  no  se  le  oculta  al  autor,  quien  disculpa  su 
proceder  con  ila  excusa  de  que  otros  teólogos  las  alegan  asimismo,  y 
hasta  el  Corán  les  da  franca  acogida  para  declaración  de  las  creencias 
de  los  sarracenos. 

8.  Ramón  Martí  se  percata  en  su  obra  de  la  importancia  capital 
que  para  la  exposición  del  dogma  trinitario  reviste  la  prueba  agustí- 
niana  de  las  procesiones  divinas,  en  la  que  hace  singular  hincapié.  Por 
no  comprender  las  emanaciones  ad  intra,  los  puros  filósofos  (philosophi) 
cayeron  en  el  grave  error  de  postular  la  producción  necesaria  de  todas 
las  cosas  por  la  Causa  primera,  e  hicieron  del  mundo  un  efecto  coeterno 
a  Dios.  Pero  el  panteísmo  es  contradicho  por  la  idea  de  la  creación.  La 
producción  necesaria  de  Dios  se  termina  en  su  vida  ad  intra;  las  cosas 
que  son  producidas  ad  extra,  se  deben  a  un  acto  creador  que  da  prin- 
cipio a  las  cosas  en  el  tiempo.  Lo  causado  no  puede  ser  eterno  "(28). 
No  es  admisible  que  DioiS  crease  el  mundo  en  la  eternidad.  Ni  lo  pudo 
crear  de  su  propia  sustancia,  porque  el  mundo  sería  entonces  Dios  mis- 
mo ;  ni  de  una  materia  extraña,  lo  que  conduciría  a  admitir  la  eterni- 
dad de  la  materia;  ni  de  la  nada,  que  en  tal  caso  habría  antecedido  al 
mundo.  El  panteísmo  conduce,  a  su  modo  de  ver,  a  un  callejón  sin 
salida.  En  esta  idea  insiste  más  adelante. 

La  doctrina  de  la  Encarnación,  que  nos  es  presentada  en  el  artículo 
tercero,  se  fundamenta  en  dos  premisas  obligadas :  la  caída  original  y 
la  necesidad  de  redimir  el  género  humano.  En  toda  la  materia  de  este 
artículo  el  autor  se  inspira  sin  cesar  en  las  ideas  y  en  los  textos  de  San 


(27)  "...  iste  similitudines  non  sunt  perfecte,  cum  res  iste  sint  temporales,  Deus 
autem  eternus."  lbid. 

(28)  "...  poneré  autem  mundum  causatum  et  eternum  importat  oppositionem."  lbid. 


-  i5r>  - 


Agustín,  de  quien  acoge  ocasionalmente  algunos  desarrollos  psicológicos. 

El  tratado  recobra  su  interés  filosófico  en  los  dos  últimos  artículos, 
donde  se  dilucida  en  qué  consistirá  el  estado  de  gloria.  Conforme  al  dog- 
ma cristiano,  Ramón  Martí  defiende  la  resurrección  del  cuerpo  que, 
unido  nuevamente  al  alma,  habrá  de  participar  con  ella  en  el  estado  glo- 
rioso. Pero  no  vaya  a  entenderse  que  el  cuerpo  se  hartará  en  la  otra 
vida  con  manjares  y  bebidas  y  deleites  carnales,  los  cuales  a  la  fuerza 
desviarían  al  espíritu  de  la  contemplación  y  amor  del  Sumo  Bien.  Cier- 
to que  la  letra  del  Corán  favorece  esta  interpretación  del  paraíso,  co- 
rriente entre  los  sarracenos ;  por  cuya  razón  algunos  pensadores  árabes 
han  atacado  el  dogma  de  la  resurrección  de  los  cuerpos.  Según  una  in- 
terpretación mejor  que  debemos  a  Alfarabí,  Algazel  y  Avicena,  los  de- 
leites espirituales  se  sobrepondrán  a  los  corporales  en  el  estado  de  bie- 
naventuranza, inhibiendo  la  satisfacción  puramente  sensible  y  animal 
de  los  apetitos  corpóreos  y  ennobleciendo  las  actividades  todas  del  hom- 
bre hasta  colmar  sus  más  íntimos  deseos.  Esta  interpretación  no  dis- 
crepa en  un  ápice  de  las  ideas  de  la  teología  cristiana,  a  la  que  Ramón 
Martí,  se  complace  en  trasplantar  la  ideología  de  dichos  pensadores,  que 
reconoce  como  excelente  (29). 

9.  En  este  artículo  final  del  tratado  muestra  nuestro  autor  un  co- 
nocimiento nada  común  de  la  filosofía  arábiga.  De  Avicena  cita  el  libro 
De  scicntia  divina;  de  Algazel,  hasta  tres  obras:  Intentionum  physi- 
carum,  Vivificatio  scientiamm  y  Trutina  operum;  y  de  Alfarabí,  el 
libro  De  anditu  naturali  y  el  De  intellectu.  No  termina  aquí  la  erudición 
arabista  de  R.  Martí.  A  lo  largo  del  tratado  cita  copiosamente  efl  Co- 
rán. En  el  artículo  nono  menciona  la  obra  de  Algazel  De  paenitentia  y, 
poco  después,  un  libro  titulado  Albuchan  y  otro  Muzlími.  De  la  litera- 
tura rabínica,  la  obra  citada  con  mayor  frecuencia  es  el  Talmud.  De 
la  literatura  filosófica  trasladada  del  árabe  al  latín,  ocupa  el  primer  lu- 
gar Aristóteles,  quien  frecuentemente  es  alegado  sin  indicación  de  obra; 
también  figuran  el  Líber  de  Causis  y  el  Hermes  Trismegistus. 

Además  de  estas  nuevas  fuentes  de  la  filosofía  del  siglo  xin,  Ramón 
Martí  utiliza  en  abundancia  el  caudal  de  obras  y  autores  en  que  se  ins- 
piraba la  teología  cristiana  hasta  su  tiempo.  Aparte  la  Escritura,  el 
principal  autor  es  San  Agustín,  que  aparece  citado  profusamente  y  a 
cada  paso,  unas  veces  con  indicación  de  obra  y  otras  sin  ella,  alcan- 
zando a  ocho  o  nueve  él  número  de  las  obras  mencionadas.  A  través 
de  San  Agustín  es  aducida  la  autoridad  del  neoplatónico  Porfirio ;  y 


(2q)    Cfr.  M.  Asín  Palacios:  Dante  y  el  Islam,  Madrid,  1927,  pá2s.  151-153. 


—  '57  - 


probabl  ornen  te  dimanan  de  la  misma  fuente  dos  o  tres  citas  de  Platón 
que  se  encuentran  diseminadas  *en  iel  texto.  El  falso  Dionisio  Areopagi- 
ta,  "Ule  magnus  philosophus",  acatado  reverentemente  en  varias  cues- 
tiones de  monta,  completa  el  cuadro  de  las  fuentes  neoplatónicas.  Añá- 
danse todavía:  San  Isidoro,  Boecio,  San  Juan  Damasceno,  Macrobio, 
Claudiano  Mamerto'  y  algún  otro  autor  de  menor  categoría,  y  se  tendrá 
aproximadamente  d  inventario  de  lias  fuentes  puestas  a  contribución  en 
este  tratado,  aunque  es  imposible  precisar  respecto  de  algunas  si  las 
citaciones  están  hechas  directamente  o  por  copia  de  otros  autores. 

El  cuadro  de  las  fuentes  sugiere  nada  más  una  idea  parcial  de  la 
orientación  filosófica  seguida  por  Ramón  Martí  en  su  Explanatio.  Para 
completadla,  conviene  subrayar  el  carácter  de  las  doctrinas,  que  nos 
muestran  a  su  autor  muy  influido  por  d  agustinianismo.  Baste  recor- 
dar el  concepto  de  la  teología  como  disciplina  del  saber,  el  de  las  re- 
laciones entre  fe  y  razón,  la  exposición  del  dogma  trinitario  y  en  espe- 
cial de  las  procesiones  divinas,  la  doctrina  de  la  temporalidad  del  mun- 
do y  de  que  la  creación  es  actividad  común  a  las  tres  Personas,  la  de 
que  d  Verbo  es  causa  formal  de  todo  do  creado,  y  otras  muchas  espar- 
cidas acá  y  acullá  en  la  obra.  Tan  sólo  por  excepción  apunta  tímida- 
mente alguna  que  otra  influencia  aristotélica.  Pero  al  llegar  a  ¡los  dos 
últimos  artículos,  esta  influencia  desplaza  netamente  a  la  agustiniana 
predominante  en  el  resto  de  la  obra;  y  entonces,  bajo  la  autoridad  de 
los  filósofos  árabes  nombrados,  surge  una  notable  teoría  de  la  visión 
beatífica  en  términos  dd  todo  aristotélicos.  El  contraste  se  acusa  de- 
masiado para  no  originar  una  viva  sorpresa. 

10.  Ignoramos  si  estas  mismas  orientaciones  doctrinales  han  sido 
mantenidas  por  Ramón  Martí  en  el  Capistrum  judaeorum,  del  cual  sólo 
conocemos  algunos  largos  trozos,  desprovistos  de  interés  filosófico,  trans- 
critos en  la  segunda  y  tercera  parte  de  su  otra  obra :  el  Pugio  fidei. 

Es  ésta  su  obra  de  madurez,  compuesta  en  1278,  según  reza  el 
propio  texto  (30),  o  sea,  posterior  en  más  de  veinte  años  a  la  Expo- 
sición del  Símbolo  Apostólico.  El  título  auténtico,  que  aparece  algo  mo- 
dificado en  las  ediciones,  debió  ser  aproximadamente  como  sigue:  Pu- 
gio Fidei  contra  Iudaeos,  que  se  traduce  correctamente  así :  Defensa 


(30)  "...  est  hic  sciendum  quod  Christianis  computantibus  nunc  ab  incarnatione 
Domini  annos  mille  ducentos  septuaginta  octo,  computant  Judaei  ab  initio  mundi  quin- 
qué millia  triginta  octo."  Pugio,  pars.  II,  cap.  X,  párr.  II,  pág.  395  (esta  cita  y  las  que 
seguirán,  se  toman  de  la  2.a  edición,  hecha  por  Carpzov). 

Análogamente,  en  el  texto  de  la  Explanatio  symboli  (art.  3.0),  indica  la  fecha  de 
composición  del  tratado  con  ocasión  del  cómputo  de  las  setenta  semanas  de  Daniel. 


de  la  Fe  contra  los  Judíos  (31).  Este  rótulo  corresponde  a  la  motiva^ 
ción  histórica  del  tratado,  que  cuenta  el  copista  del  manuscrito  de  Foix 
en  una  nota  introductoria.  Parece  que  Ramón  Martí  no  andaba  muy 
contento  de  los  resultados  obtenidos  en  sus  polémicas  contra  los  rabi- 
nos, cuya  ineficacia  atribuía  en  buena  parte  a  la  forma  oral  de  la 
disputa  y  a  la  circunstancia  de  ser  alegadas  las  citas  en  latín.  Los  judíos 
eludían  astutamente  das  razones  dadas  de  palabra  y  protestaban  de  que 
el  sentido  de  los  textos  sacados  de  los  libros  rabínieos  era  alterado  en 
la  versión  latina.  Ramón  Martí  concibió  entonces  el  proyecto  de  poner 
por  escrito  sus  argumentos  en  una  obra  que  articulase  según  un  plan 
sistemático  su  apología  de  la  Fe  cristiana  y  su  crítica  demoledora  de 
los  libros  judaicos.  La  obra  debía  estar  escrita  en  latín,  pero  a  la  vez 
debía  citar  en  su  lengua  originall  los  textos  rabínieos  para  mayor  efica- 
cia de  la  argumentación.  El  Pugio  realiza,  esa  magna  empresa  (32),  a  la 
que  fué  empujado  R.  Martí  por  las  exhortaciones  de  sus  hermanos  en 
religión  y  rpor  el  mandato  terminante  de  su  prelado;  para  ella  contó 
con  materiales  valiosísimos  que  le  fueron  puestos  a  disposición  duran- 


(31)  El  manuscrito  ilustrado  con  bellísimas  miniaturas  que  poseían  los  Reyes  de 
Aragón,  hoy  perdido,  se  titula  Pugio  contra  Judaeos  en  el  catálogo  de  Alfonso  el  Mag- 
nánimo. (Véase  Mazzatinti:  La  biblioteca  dei  Re  d'Aragona  in  Napoli,  Rocca  S.  Carcia- 
no,  1897,  págs.  CXXIV  y  LXXX) ;  con  las  mismas  palabras  lo  nombra  Pedro  III  en 
un  documento  del  año  1385.  Otro  manuscrito,  también  del  siglo  xv,  que  el  P.  March 
descubrió  en  la  Biblioteca  Provincial  de  Tarragona  (véase  su  artículo  Un  códex  manus- 
trit  del  "Pugio",  en  el  "Butlletí  de  la  Biblioteca  de  Catalunya",  vol.  V,  1918-19,  pági- 
na 195),  lleva  el  siguiente  incipit:  prohemium  in  pugionem  chistianorum  ad  impiorum 
perfidiam  iugulandam,  sed  mácame  Iudeorum.  Ni  el  contenido  de  la  obra  ni  la  intención 
explícita  de  su  autor  autorizan  la  alusión  a  los  moros  que  se  incluye  en  los  rótulos  de  las 
dos  ediciones:  Pugio  fidei  adversus  Mauros  et  Iudaeos. 

El  título  parece  tomado  de  las  palabras  con  que  empieza  la  Bula  de  confirmación 
solemne  de  la  Orden  de  Predicadores,  enviada  por  Honorio  III  a  Santo  Domingo  en  22 
de  diciembre  de  12 16,  en  las  que  se  señala  la  misión  encomendada  a  los  nuevos  atletas 
de  la  Fe.  Dice  así  la  Bula:  "Nos,  attendentes  fratres  ordinis  tui  futuros  púgiles  fidei  et 
vera  mundi  lumina,  confirmamus  Ordinem  tuum." 

La  traducción  corriente:  Puñal  de  la  fe,  que  prevaleció  ya  de  antiguo,  nos  parece  un 
poco  forzada  . 

(32)  El  Pugio  está  escrito,  como  se  sabe,  en  latín  y  en  hebreo,  salvo  la  primera  par- 
te, que  está  toda  en  latín;  y  consta  que  Ramón  Martí  compuso  el  original  en  las  dos 
lenguas  de  su  propia  mano. 

Xo  parece  plausible  la  opinión  del  P.  March  de  que  el  códice  descubierto  en  Tarra- 
gona contenga  una  redacción  primitiva  del  Pugio  por  la  circunstancia  de  faltar  en  aquél 
los  textos  hebreos.  El  hecho  se  explica  con  naturalidad  porque  en  1438,  amortiguadas  las 
controversias  cristiano-rabí  nicas,  no  interesaba  citar  el  Talmud  en  su  lengua  original;  v 
así,  al  copiar  Fr.  Pedro  Erbolet  el  manuscrito  con  destino  al  cenobio  de  Santas  Creus, 
dejó  de  transcribirlos. 


—  i59 


te  el  cumplimiento  del  encargo  real  de  censurar  los  libros  de  las  Si- 
nagogas. 

II.  Esa  apología  de  la  Fe  para  uso  de  los  frailes  predicadores  del 
siglo  xiii  en  el  desempeño  de  su  misión  adoctrinadora  de  las  multitu- 
des cristianas  y  no  cristianas,  se  desarrolla  en  sus  grandes  líneas  con 
arreglo  a  un  plan  trazado...  ¡por  el  teólogo  árabe  Algazel !  Pasemos  la 
paradoja  y  veamos  cuál  es  el  plan,  establecido  a  base  de  una  clasifica- 
ción de  los  hombres  por  sus  creencias  (33).  Hay,  en  efecto,  hombres  sin 
creencias  (que  podemos  llamar  gentiles)  y  hombres  con  creencias ;  los 
primeros  ;se  atienen  en  su  vida  puramente  a  la  ley  natural,  mientras 
los  segundos  practican  una  ley  positiva  que  admiten  como  revelada. 
Tres  son  las  confesiones  que  proponen  a  sus  adeptos  una  ley  conser- 
vada principalmente  en  (libros  a  los  que  se  atribuye  una  autoridad  in- 
discutible: la  cristiana,  la  judía  y  la  mahometana.  El  apologeta  cristia- 
no debe  establecer,  contra  judíos  y  mahometanos,  la  autenticidad  de  las 
Escrituras  y  la  verdad  de  la  Revelación  evangélica.  A  esta  finalidad 
responde  el  Pugio  en  sus  partes  segunda  y  tercera,  donde  son  utiliza- 
dos a  manos  llenas  los  materiales  del  Antiguo  Testamento  y  los  textos 
originales  del  Talmud,  y  en  ocasiones  hasta  los  del  Corán,  para  demos- 
trar fehacientemente  por  autoridades  el  cumplimiento  de  las  profecías 
mesiánicas  en  la  persona  de  Cristo,  di  hecho  de  la  Encarnación,  la  ver- 
dad dd  dogma  trinitario,  la  Redención  y  las  demás  doctrinas  del  Cris- 
tianismo. La  disputa  es  conducida  en  estos  ¡libros  por  vía  exegética,  y 
la  argumentación  racional  interviene  en  tan  escasa  medida  que  es  for- 
zoso omitir  su  estudio  en  una  historia  del  pensamiento  filosófico. 

Lo  contrario  ocurre  con  el  libro  primero,  donde  se  emprende  la  jus- 
tificación racional  de  la  fe  cristiana  contra  los  gentiles,  que  no  admiten 
otras  verdades  sino  las  halladas  con  d  propio  entendimiento  ni  practi- 
can en  su  vida  más  ley  que  la  de  naturaleza.  El  propósito,  como  ve- 
mos, coincide  con  el  de  Santo  Tomás  en  su  Summa  contra  Gentes.  A 
tres  se  reducen  asimismo  las  clases  de  gentes  sin  ley,  contra  quienes  se 
dirige  esta  primera  parte  del  tratado,  es  a  saber: 

Los  epicúreos,  cuyos  errores  capitales  estriban  en  'la  negación  de  la 
existencia  de  Dios  y  en  la  afirmación  de  que  el  placer  es  el  sumo  bien 
del  hombre; 

Los  naturales  o  físicos,  que  tienen  el  alma  por  mortal,  doctrina  muy 
perniciosa  por  sus  consecuencias  morales,  desde  el  momento  en  que  más 
allá  de  la  muerte  nada  se  espera  ni  nada  se  teme.  La  paternidad  de 


^33)    Pugio,  pars.  I,  cap.  I:  "De  diversitate  errantium  a  via  veritatis  et  ñdei." 


—  1 6o  — 


^sta  secta  es  atribuida  al  médico  Galeno,  pero  en  ella  figuran  "no  sólo 
hombres  de  letras  que  dilucidan  sutilmente  tales  doctrinas,  sino  infini- 
tos millares  de  rústicos  y  de  otros  hombres" ; 

Y  los  filósofos,  que,  percatados  de  la  falsedad  de  las  doctrinas  en 
•que  cayeron  las  otras  dos  escuelas,  luchan  por  desarraigarlas.  Pertene- 
cen a  este  grupo  hombres  ilustres  como  Sócrates,  Platón  y  Aristóteles 
y  los  peripatéticos  Avicena  y  Alfarabí,  quienes  no  supieron  eludir,  sin 
embargo,  tres  graves  errores :  la  eternidad  del  mundo,  la  ignorancia  de 
los  hechos  singulares  en  Dios  y  la  imposibilidad  de  que  los  cuerpos  re- 
suciten. 

De  ese  planteamiento  resulta  el  plan  del  libro;  pues  la  lista  de  los 
errores  en  que  incurrieron  las  tres  sectas  de  pensadores  .paganos,  le  da 
hecho  a  Ramón  Martí  el  elenco  de  las  cuestiones  por  tratar.  Contra 
los  epicúreos  va  a  demostrar  la  existencia  de  Dios  (cap.  II)  y  que  el 
sumo  bien  del  hombre  no  está  en  el  placer  (cap.  III).  Contra  los  natu- 
ralistas defenderá  la  inmortalidad  del  alma  (cap.  IV).  Con  los  filósofos 
o  peripatéticos,  que  rayaron  a  una  altura  envidiable  de  pensamiento, 
discutirá  si  cabe  probar  la  eternidad  del  mundo  (caps.  V-XIV),  qué  co- 
nocimiento posee  Dios  de  los  hechos  singulares  (caps.  XV-XXV)  y  si 
es  imposible  la  resurrección  de  los  cuerpos  (cap.  XXVI).  Bajo  esa  tri- 
nitas  nequissima  errorum  es  fácil  adivinar  tres  tesis  características  sos- 
tenidas a  la  sazón  en  la  Universidad  de  París  por  los  peripatéticos  rí- 
gidos amparados  en  la  autoridad  de  Averroes,  cuya  personal  opinión 
sobre  la  segunda  de  dichas  tesis  es  expuesta  muy  por  extenso  en  el 
penúltimo  capítulo.  La  primera  parte  del  Pugio  está  escrita,  pues,  aun- 
que otra  cosa  parezca,  de  cara  al  ambiente  europeo  y  refleja  las  dispu- 
tas habidas  en  la  Sorbona  en  torno  al  averroísmo. 

12.  Hasta  seis  pruebas,  de  procedencia  aristotélica  en  buena  par- 
te, son  alegadas  para  la  demostración  de  la  existencia  de  Dios,  y  son :  ia 
prueba  por  la  causa  eficiente,  por  el  movimiento,  por  los  disonantes  y 
contrarios,  por  la  existencia  y  conocimiento  de  la  propia  alma,  la  cos- 
mológica y  una  última  tomada  de  San  Juan  Damasceno  en  la  que  se 
postula  el  conocimiento  innato  de  la  Divinidad.  Nótese  de  paso  la  coin- 
cidencia parcial  con  los  argumentos  puestos  por  Santo  Tomás  de  Aqui- 
no  en  la  Summa  contra  Gentes,  aunque  en  el  Pugio  nos  sean  ofrecidos 

en  un  orden  distinto, 
i 

Languidece  el  interés  del  asunto  en  los  dos  capítulos  siguientes,  has- 
ta hablar  "de  la  secta  de  los  filósofos",  contra  quienes,  después  de  con- 
denar la  astronomía  judiciaria,  se  proclama  la  superioridad  del  cono- 
cimiento por  la  fe  basada  en  la  revelación  sobre  el  conocimiento  racio- 


—  i6i  — 


nal.  Pese  a  lo  cual,  Ramón  Martí  se  lianza  en  seguida  a  una  larga  dis- 
quisición filosófica  sobre  la  cuestión  de  la  eternidad  del  mundo,  que  exa- 
mina desde  diversos  puntos  de  vista.  Desistimos  de  exponer  los  argu- 
mentos de  nuestro  autor  por  motivos  que  se  declararán  más  adelante; 
pero  interesa  desde  ahora  conocer  la  solución  dada  al  asunto.  Después 
de  enumerar  las  razones  aducidas  por  los  aristotélicos  en  favor  de  la 
•eternidad  del  mundo  y  de  demostrar  que  carecen  de  valor,  examina  las 
razones  a  favor  de  su  temporalidad  y  demuestra  asimismo  que  no  son 
probatorias.  Así  llega  a  la  conclusión  de  que  el  problema  no  se  resuelve 
por  vía  racional,  sino  por  vía  de  creencia  (34).  No  otra  respuesta  había 
dado  Santo  Tomás  al  problema. 

A  continuación,  y  después  de  rechazar  los  argumentos  de  quienes 
niegan  el  conocimiento  divino  de  los  singulares,  demuestra  que  Dios  co- 
noce todas  las  cosas  distintas  de  El,  sin  excepción.  En  especial,  se  reivin- 
dica para  Dios  el  conocimiento  infalible  y  ab  aeterno  de  los  singulares, 
de  los  posibles  y  de  los  futuros  contingentes ;  ni  siquiera  los  pensamien- 
tos y  los  propósitos  escondidos  en  el  corazón  de  los  hombres  escapan 
a  su  perspicacia;  y  hasta  las  acciones  viles  llegan  a  su  noticia,  sin  em- 
pañar por  eso  la  nobleza  de  su  saber. 

La  tesis  final  de  la  resurrección  de  los  cuerpos  es  tratada  brevísima- 
mente  y  defendida  con  ios  argumentos  usuales  en  los  teólogos  cristianos 
de  la  época. 

13.  Bastan  las  escasas  indicaciones  que  anteceden  para  descubrir 
la  considerable  distancia  que  separa  el  Pugio  de  la  Explanatio  Symboli, 
no  obstante  la  identidad  en  el  propósito  que  preside  la  composición  de 
ambas  obras.  A  través  de  la  diversidad  de  argumento  y  de  plan  se  en- 
trevé un  cambio  profundo  en  las  ideas  del  autor.  En  el  espacio  de  cua- 
tro lustros,  si  bien  ha  persistido  la  preocupación  apologética  fundamen- 
tal en  R.  Martí,  se  ha  operado  en  él  una  evolución  doctrinal  importante. 
En  el  Pugio  ya  no  desdeña  una  apologética  racional,  antes  bien  con 
ella  inaugura  su  defensa  de  la  Fe;  este  proceder  nos  revela  que  su  au- 
tor se  ha  sustraído  al  avasallador  influjo  de  la  corriente  agustiniana  que 
le  dominaba  al  escribir  la  Explanatio.  Nuevas  ideas  han  hallado  acogi- 
da en  su  mente,  ahora  más  cuidadosa  de  un  estricto  rigor  en  las  prue- 
bas racionales.  Pese  a  su  ahincada  disputa  con  los  "filósofos"  o,  por 
decir  mejor,  con  los  averroístas,  bastantes  doctrinas  peripatéticas  se  han 
infiltrado  en  su  obra.  Es  significativo  el  cambio  de  ideología  de  Ra- 


(34)  "...  novitas  mundi  habetur  per  revelationem,  et  non  per  demonstrationem." 
Pugio,  pars.  I,  cap.  13. 


—    102  — 


món  Martí  en  la  cuestión  de  la  eternidad  del  mundo ;  pues,  mientras  en 
la  Explanatio  se  inclina  por  la  certeza  filosófica  (  y  no  sólo  revelada) 
de  la  no-eternidad,  en  el  Pugio  se  pronuncia  por  la  insolubilidad  filosó- 
fica del  problema,  conforme  al  parecer  de  los  peripatéticos  moderados 
del  siglo  xiii.  Un  cambio  por  el  estilo  podríamos  advertir  en  multitud 
de  otras  opiniones. 

Históricamente,  el  cambio  doctrinal  operado  en  Ramón  Martí  ofre- 
ce un  doble  interés.  Por  una  parte,  muestra  el  rápido  avance  intelec- 
tual de  la  Orden  de  Predicadores  durante  el  primer  siglo  de  su  existen- 
cia. Por  otra  parte,  al  reflejarse  este  progreso  en  el  caso  singular  de 
nuestro  autor,  acusa  las  nuevas  influencias  que  modificaron  su  modo 
de  pensar  tan  notoriamente.  Algunas  vienen  confesadas  en  el  texto, 
como  ocurre  casi  siempre  con  las  de  autores  árabes  (35).  De  Algazel 
menciona  ahora  un  nuevo  libro,  el  De  ruina  philosophorum,  de  donde- 
está  tomado  íntegramente  el  capítulo  inicial  de  la  primera  parte.  Ave- 
rroes  es  explotado  a  manos  llenas.  A  los  filósofos  árabes  ya  citados, 
añádense  los  nombres  de  Rasi  e  Ibnalchetib.  También  conoce  a  Mai- 
mónides.  Pero,  sin  duda,  las  influencias  más  interesantes  las  ha  recibido 
Ramón  Martí  de  autores  latinos.  En  la  parte  tercera  del  Pugio  cita  al 
"Maestro  Pero  Alfonso  quien,  antes  de  hacerse  cristiano,  fué  en  Es- 
paña gran  Rabino  entre  los  judíos".  Ya  conocemos  la  mención  dt  Al- 
berto Magno,  con  quien  empareja  en  el  mismo  capítulo  y  en  términos 
igualmente  elogiosos  a  Pedro  de  Tarantasia,  más  tarde  Papa  con  el 
nombre  de  Inocencio  V,  y  antes  maestro  de  Teología  en  París,  durante 
los  años  de  1256  a  1258;  por  fin,  en  la  segunda  parte  se  encuentra  una 
cita  nominal  de  Santo  Tomás  con  referencia  al  capítulo  27  de  una 
obra  cuyo  título  no  expresa.  Los  tres  grandes  prestigios  de  la  Orden 
de  Predicadores  en  el  siglo  xiii  han  dejado  impresa  claramente  su  hue- 
lla en  el  Pugio  fidei  (36). 

14.  Al  lado  de  esas  influencias  patentes,  cabe  sospechar  la  existen- 
cia de  otras  que  el  autor  omite.  El  intento  de  señalarlas  nos  conduce  a 
abordar  el  punto  más  controvertido  por  la  crítica  contemporánea  acer- 

(35)  El  Dr.  Asín  ha  contado  hasta  63  citas  de  textos  y  autores  árabes  contenida? 
en  el  Pugio  fidei. 

Para  muestra  de  la  preparación  arabista  de  Ramón  Martí  aduciremos  el  detalle  de 
que  en  un  pasaje,  después  de  poner  el  título  de  una  obra  de  Algazel  en  la  lengua  ori- 
ginal y  en  su  versión  latina,  corrige  esta  versión  y  da  la  que  corresponde  al  significado 
auténtico  del  original. 

(36)  La  cita  de  Pedro  Alfonso  se  halla  en  la  3.a  parte,  dist.  III,  cap.  IV,  párr.  4 
pág.  685;  las  de  Alberto  Magno  y  Pedro  de  Tarantasia  en  la  3.a  parte,  dist.  II,  cap.  II. 
párr.  2,  pág.  555;  y  la  de  Santo  Tomás  en  la  2.a  parte,  cap.  V,  párr.  4,  pág.  506. 


—  i<>3  — 


ca  de  la  obra  de  Ramón  Martí,  es,  a  saber,  el  de  la  relación  entre  el 
Pugio  fidei  y  la  Summa  contra  Gentes,  de  Santo  Tomás.  A  la  perspi- 
cacia de  nuestro  gran  arabista  Dr.  Miguel  Asín  Palacios,  débese  el 
planteamiento  cabal  de  tan  grave  problema.  El  advirtió,  el  primero,  las 
coincidencias  literales  entre  ambas  obras,  y  ensayó  una  explicación ;  y 
en  el  debate  que  provocó  su  atrevida  tesis,  se  adujeron  nuevos  datos 
y  se  contrastaron  otras  opiniones  de  indudable  valor.  Creemos  que  hoy, 
amortiguado  di  apasionamiento  de  la  polémica,  es  posible  llegar  a  una 
solución  definitiva  del  problema  (37). 

Empecemos  por  precisar  el  alcance  de  aquellas  coincidencias  lite- 
rales, para  lo'  cual  vamos  a  aducir  el  resultado  del  minucioso  cotejo 
practicado  entre  ambos  textos  por  persona  expertísima  en  la  materia 
(38).  "...  Muchísimos  capítulos  de  la  primera  parte  del  Pugio — sólo  en 
"la  primera  parte  conocemos  coincidencias  de  texto  con  el  Angélico  Doc- 
tor— son,  en  general,  sólo  con  supresión  o  adición  de  alguna  prueba, 
"literalmente  idénticos  a  otros  de  la  Summa  contra  Gentes.  Cotejando 
"con  alguna  detención  las  dos  obras,  hallamos  coincidencias  de  siete 
"capítulos  del  Pugio  con  siete  del  libro  II  de  la  Summa,  que  tratan  de 
"la  eternidad  del  mundo  (6-12  del  Pugio  =  32-38  de  la  Summa),  con 
"una  ligera  variación  en  el  orden  de  los  capítulos...  Además,  coinci- 
"dencia  de  nueve  capítulos  del  Pugio  con  nueve  del  libro  I  de  la  Sum- 
"ma,  que  tratan  del  conocimiento  que  Dios  tiene  de  las  cosas  (16-24 
"del  Pugio  =  43-51  de  la  Summa).  Todavía,  coincidencia  del  capítulo 
"veintiséis  del  Pugio  con  dos  capítulos,  80  y  81,  del  libro  IV  de  la 
"Summa,  que  tratan  de  la  resurrección.  Por  último,  coincidencia  de 
"buena  parte  dd  capítulo  cuarto  del  Pugio  con  buena  parte  del  capí- 
"tulo  79  del  libro  II  de  la  Summa,  que  trata  de  la  inmortalidad  del  alma. 
"No  excluímos,  antes  bien  sospechamos,  otras  coincidencias  de  menor 
"importancia.  Resultan  de  estos  datos :  18  capítulos  de  la  primera  parte 


(37)  La  tesis  del  Dr.  Asín  fué  expuesta  en  su  estudio  sobre  El  averroísmo  teológico 
de  Santo  Tomás  de  Aquino  inserto  en  el  "Homenaje  a  Don  Francisco  Codera"  (Zarago- 
za, 1904),  págs.  320-323. 

Contra  él  publicó  el  P.  Luis  G.  A.  Getino,  O.  P.,  un  opúsculo  titulado  La  "Summa 
contra  Gentes"  y  el  "Pugio  Fidei"  (Carta  sin  sobre  a  Don  Miguel  Asín  Palacios),  Ver- 
gara,  1905,  para  defender  la  prioridad  de  la  obra  del  Doctor  Angélico. 

(38)  Iltre.  Sr.  Dr.  D.  José  M.a  Llovera,  canónigo  de  la  Seo  de  Barcelona:  Ramón 
Martí.  Discurso  inaugural  de  la  Sección  de  Teología  en  el  Congreso  de  la  Asociación  para 
el  Progreso  de  las  Ciencias,  celebrado  en  Barcelona  en  mayo  de  1929,  que  ha  quedado 
inédito  hasta  la  fecha. 

Debemos  a  la  generosidad  de  tan  ilustre  amigo  el  haber  podido  consultar  su  intere- 
sante estudio  en  el  original  manuscrito. 


—  i64  — 


"del  Pugio  coincidentes,  globalmente,  ad  litteram  con  19  de  la  Summa 
"contra  Gentes,  en  da  forma  indicada.  La  relación  es,  en  realidad,  to- 
"davía  más  simple:  coincidencia  en  tres  grandes  fragmentos  y  en  otro 
"pequeño  fragmento..."  No  difieren  sustancialmente  de  éstos  los  resul- 
tados a  que  llegó  Grabmann  por  su  lado  (39). 

Nos  encontramos,  pues,  ante  un  plagio,  y  es  lícito  preguntarse : 
¿quién  ha  copiado  de  quién?,  ¿o  es  que  ambos,  Tomás  de  Aquino  y 
Ramón  Martí,  han  copiado  de  una  fuente  común  hoy  ignorada?  No 
hay  más  hipótesis  (posibles,  fuera  de  las  tres  que  acabamos  de  formular. 
La  última  la  descartan  los  autores  por  falta  de  base  en  que  apoyarla. 
El  Dr.  Asín  lanzó  la  arriesgada  afirmación  de  que  el  plagiario  es  San- 
to Tomás,  a  quien  Ramón  Martí,  familiarizado  con  la  filosofía  arábiga, 
dió  a  conocer  'las  opiniones  de  Averroes  sobre  la  eternidad  del  mundo 
y  la  ciencia  divina  de  los  singulares  expuestas  en  la  Summa  contra 
Gentes;  en  especial,  la  ultima  doctrina  aparece  tomada  del  Quitab  jal- 
saja  de  Averroes,  que  nuestro  autor  debió  tener  a  la  vista  al  tiempo  de 
componer  su  tratado.  En  favor  de  esta  hipótesis  milita  la  circunstan- 
cia de  que  la  Summa  contra  Gentes  (quién  sabe  si  también  el  Pugio) 
fué  escrita  a  iniciativa  de  San  Ramón  de  Peñafort  para  servir  de 
texto,  en  los  Colegios  orientales  de  España,  a  los  noveles  atletas  de  la 
fe  que  la  Orden  destinaba  a  la  empresa  de  las  misiones  (40).  Ante  la 
declaración  terminante  inserta  en  el  Pugio  de  que  la  obra  fué  escrita 
en  1278,  cuando  hacía  ya  cuatro  años  que  Santo  Tomás  había  muerto, 
y  la  mención  nominal  de  éste  en  la  segunda  parte,  el  Dr.  Asín  se  ha 
visto  obligado  a  suponer  que  la  parte  primera — única  sobre  la  que  re- 
cae la  duda — la  escribió  su  autor  bastantes  años  antes  que  las  otras  dos ; 
el  supuesto  es  fácil  de  admitir,  habida  cuenta  de  la  heterogeneidad  en- 
tre ellas  por  razón  de  la  materia  y  de  su  índole  respectiva.  Queda  así 
invalidada  la  objeción  del  P.  Getino  al  Dr.  Asín,  fundada  en  la  cro- 
nología. 

15.    Precisa  confesar  que  con  la  hipótesis  del  Dr.  Asín  y  la  nega- 


(39)  Véase  el  cuadro  de  correspondencias  entre  ambas  obras  que  M.  Grabmann 
publicó  en  la  página  4,  nota  1,  de  su  monografía:  Hilfsmittel  des  Thomasstudium  aus 
alter  Zeit,  auf  Grund  handschriftlicher  Forschungen  dargestellt.  Freiburg  im  Schweiz, 

1923. 

Nótese  que  la  numeración  de  los  capítulos  pertenecientes  al  libro  II  de  la  Summa 
contra  Gentes  difiere  en  Grabmann  de  la  que  da  el  Dr.  Llovera.  El  resultado,  empero, 
es  idéntico,  y  aun  Grabmann  advierte  una  coincidencia  literal  más  entre  el  capítulo  se- 
gundo del  Pugio  y  el  capítulo  trece  de  la  primera  parte  de  la  Summa  contra  Gentes. 

(40)  Según  un  texto  del  historiador  Marsilio  inserto  en  la  vida  de  San  Ramón  de 
Peñafort.  (Véase  Monumenta  Ord.  Fr.  Traed.  Historien,  IV,  Roma,  1898,  pág.  12.) 


-  i65  - 


tiva  opuesta  por  el  P.  Getino,  el  problema  sigue  en  pie;  cualesquiera 
que  sean  los  indicios  en  uno  p  en  otro  sentido,  faltan  pruebas  sólidas. 
Estas  han  sido  aportadas  recientemente  por  nuevos  investigadores.  Una 
primera  prueba  de  peso  la  ha  proporcionado'  la  publicación,  en  el  año 
191 8,  del  volumen  XIII  de  la  edición  crítica  de  las  obras  de  Santo 
Tomás,  que  fué  encomendada  por  el  Papa  León  XIII  a  los  Padres 
Dominicos;  el  vdlulmen  abarca  los  dos  primeros  libros  de  la  Summa 
contra  Gentes,  en  los  que  figuran  la  mayoría  de  los  capítulos  coinci- 
dentes a  la  letra  con  los  del  Pugio  de  Ramón  Martí.  Pues  bien,  el  autó- 
grafo de  Santo  Tomás,  que  dos  editores  de  la  Summa  han  tenido  a  la 
vista,  está  lleno  de  enmiendas  y  tachaduras — y  precisamente  en  dichos 
capítulos — 'hasta  el  extremo  de  que  en  ocasiones  el  texto  definitivo  casi 
se  pierde  en  una  selva  inextricable  de  añadidos,  de  supresiones,  de  trans- 
posiciones, etc.  (41).  El  hecho  es  demasiado  impresionante  para  que  se 
siga  poniendo  en  tela  de  juicio  la  originalidad  del  Doctor  Angélico  a 
quien,  de  haber  copiado  el  Pugio,  no  le  habría  costado  una  labor  tan 
ímproba  la  composición  del  manuscrito.  Por  desgracia,  no  está  en  nues- 
tra mano  la  contraprueba  que  resultaría  de  examinar  el  autógrafo  de 
Ramón  Martí,  que  durante  largo  tiempo  se  conservó  en  el  convento  de 
los  Dominicos  de  Nápoles  (42).  La  presunción,  desfavorable  para  nues- 
tro autor,  que  brota  de  esta  prueba,  se  acentúa  al  subrayar  que  en  el 
libro  primero  del  Pugio  figuran  otros  plagios  confesados,  especialmente 
de  autores  árabes.  El  capítulo  primero  está  tomado  íntegramente  de  Al- 
gazel ;  el  vigésimoquinto  se  limita  a  transcribir  los  textos  de  Averroes  ; 
el  tercero  viene  a  ser  un  mosaico  de  recortes  varios  de  autores  árabes  y 
latinos ;  en  el  decimocuarto  se  copian  trozos  de  autores  árabes  y,  sobre 
todo,  de  Maimónides.  Juntados  estos  hechos,  acusan  un  modo  de  pro- 
ceder habitual  en  el  autor. 

La  presunción  se  agrava  aún  más  ai  descubrir  que,  aparte  las  coin- 
cidencias literales  ya  señaladas  del  Pugio  con  la  Summa  contra  Gentes, 
existen  otras  con  la  Summa  Theologica,  escrita  por  Santo  Tomás  en  los 
postreros  años  de  su  vida  (43).  En  efecto,  la  segunda  de  las  pruebas 
de  la  existencia  de  Dios  de  la  Summa  Theologica,  la  via  ex  ratione  cau- 

(41)  Tomamos  esta  prueba  de  la  obra  del  P.  Francisco  Segarra,  S.  J.:  De  identitate 
corporis  mortalis  et  corporis  resurgentis.  Madrid,  1929,  págs.  143-145,  nota  4. 

(42)  El  historiador  Diago,  ibid.,  afirma  que  allí  lo  vió  el  portugués  Antonio  de 
Siena,  historiador  de  la  Orden. 

Todavía  en  el  siglo  xvn  recoge  esa  tradición  Antonio  Possevin  en  el  tomo  2.0  de  su 
Apparatus  sacri,  folio  315. 

(43)  Ha  señalado  también  esas  otras  coincidencias  el  Dr.  Llovera  en  la  monografía 
inédita  antes  citada. 


—  i66  — 


sae  efficientis,  aparece  literalmente  en  el  capítulo  segundo  del  Pugio, 
como  primer  argumento.  De  ila  cuestión  46  de  la  i.a  Parte  de  la  Summa 
Theologica  se  transcriben  en  el  capítulo  14  del  Pugio  las  dificultades  2, 
3  y  5  y  sus  respuestas,  más  la  mitad  del  cuerpo  del  artículo  primero ; 
en  el  capítulo  12,  la  respuesta  ad  6  del  artículo  2.0;  y  en  el  capítulo  13, 
la  última  mitad  dd  cuerpo  del  mismo  artículo.  Nos  sentimos  cada  vez 
más  inclinados  a  sospechar  que  ha  sido  Ramón  Martí  quien  ha  copiado 
de  Santo  Tomás,  y  ya  no  de  una  sola  obra,  sino  de  varias  que  ha  teni- 
do a  la  vista. 

Pero  la  prueba  crucial  la  ha  suministrado  el  Dr.  Llovera  al  alegar 
el  hecho  decisivo  de  que  "Ramón  Martí  cita  en  el  capítulo  XII  del 
"Pugio  la  Summa  contra  Gentes,  de  Santo  Tomás.  No  con  su  nombre, 
"naturalmente,  pero  sí  con  <la  consueta  fórmula  de  aquel  tiempo:  Dicit 
"quídam.  Ad  hoc  dicit  Quídam — escribe  en  el  párrafo  13  y  penúltimo 
"del  citado  capítulo — quod  multitud  o  animarían  separatarum  a  corpo- 
"ribus  consequitur  diversitatem  formarum  secundum  substantiam;  quia 
"alia  est  substantia  huius  animae,  alia  illius;  non  tamen  ista  diversitas 
"procedit  ex  diversitate  principiorum  essentialium  ipsius  animae,  nec  est 
"secundum  diversam  rationem  ipsius,  sed  est  secundum  diversam  com- 
" mensurationem  animarían  ad  corpora,  etc.,  hasta  quince  líneas  de  todo 
"el  ancho  de  folio.  Pues  bien,  el  Quídam  que  dice  eso,  y  lo  que  sigue, 
"textualmente,  no  es  otro  que  Santo  Tomás  en  el  capítulo  81,  solu- 
ción 2,  dd  libro  II  de  la  Summa  contra  Gentes.  De  quien,  a  continua- 
ción de  la  cita,  disiente  R.  Martí,  apoyando  la  opinión  contraria. 
"Resulta,  pues,  claro  que  fué  R.  Martí  quien  tuvo  presente  fy  extractó 
'íla  Summa  contra  Gentes  del  Angélico  al  escribir  la  1.a  parte  del  Pugio, 

"y  no  viceversa;  que       el  Pugio  depende,  además,  de  la  Summa  Theo- 

"logica  ;  ni  siquiera  hay  que  buscarles  fuente  común,  aunque  hubie- 

"ran  podido  tenerla;  que  la  primera  parte  del  Pugio  no  es  tan  anterior 
"de  fecha  como  calculaba  Asín  Palacios,  ni  costó  a  R.  Martí  las  larguí- 
simas vigilias  que  él  suponía.  Porque  21  casi,  de  los  26  capítulos  de 
"que  se  compone,  9e  los  (encontró  ya  redactados.  Le  costaron  sólo  el 
"trabajo  de  emplazarlos  en  su  (plan  de  controversia  y  hacerles  algunas 
"sustracciones  y  adiciones  " 

16.  La  nota  de  plagiario  ique  incontestablemente  recae  sobre  Ra- 
(món  Martí,  aminora  mucho  su  mérito  de  autor.  Pero  .no  hay  que  extre- 
mar la  censura  hasta  poner  en  entredicho  su  honorabilidad  personal. 
Su  buena  fe  no  se  desmiente  por  el  hecho  del  plagio,  desde  el  momento 
en  que  cita  ingenuamente  a  Santo  Tomás  en  la  forma  anónima  usval 
en  su  tiempo:  "  dicit  quídam  ";  si  hubiese  tenido  empeño  en  pasar 


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por  original,  habría  evitado  cuidadosamente  manifestar  la  fuente  de 
donde  extraía  los  materiales  de  su  libro.  A  decir  verdad,  en  la  Edad 
Media  'di  plagio  literario  no  lleva  aparejada  lia  descalificación,  y  aun 
menos  en  el  campo  de  la  teología  y  de  la  filosofía,  porque  las  doctrinas 
no  son  patrimonio  personal  de  un  pensador,  sino  acervo  común  de  la 
colectividad.  Por  'tradición  pasan  de  unas  a  otras  generaciones  no  sólo 
las  ideas  y  las  creencias,  sino  los  ^textos  y  las  fórmulas ;  los  autores  no 
sienten  ningún  reparo  en  apropiarse  las  doctrinas  y  los  pasajes  de  los 
escritos  que  ihan  tenido  a  mano,  siempre  que  sean  conducentes  al  ob- 
jetivo deseado.  Así  Ramón  Maintí,  que  aspiraba  a  componer  para  uso 
de  /sus  hermanos  en  religión  un  tratado  de  apologética  donde  pudieran 
ejercitarse  para  da  cruzada  doctrinal  contra  los  enemigos  de  la  fe  cris- 
tiana, en  especial  (contra  los  judíos,  sin  escrúpulos  de  conciencia  zurce 
retazos  de  una  obra  más  extensa  y  bien  ^conocida,  como  que  probable- 
mente andaba  de  ordinario  en  manos  de  los  estudiantes  de  los  conventos 
españoles,  y  arregla  un  texto  nuevo  más  en  consonancia  con  las  nece- 
sidades de  la  labor  misionera  a  que  iban  a  entregarse.  *■ 

Objetivamente,  empero,  el  interés  filosófico  del  Pugio  fidei  se  des- 
vanece sin  remedio  por  su  falta  absoluta  de  originalidad.  Desde  el  plan 
de  la  obra  hasta  la  sustancia  doctrinal  y  la  letra  misma  del  texto,  nada 
hay  que  no  sea  de  cosecha  ajena,  salvo  el  artificio  con  que  los  diversos 
trozos  han  sido  combinados  para  producir  la  impresión  de  una  obra  con 
asunto  y  desarrollo  propio.  Ni  siquiera  da  coherencia  doctrinal  se  salva 
en  la  liabor  de  yuxtaposición  de  los  recortes  tomados  de  autores  diver- 
sos ;  a  veces  el  'compilador  incurre  en  contradicción,  no  ya  con  sus  pro- 
pias ideas  anteriormente  expuestas  en  la  Explanatio  (como  se  hizo  no- 
tar en  la  doctrina  del  origen  temporal  del  mundo),  sino  aun  con  las 
expuestas  en  otros  lugares  del  Pugio;  así,  mientras  en  bastantes  pasa- 
jes afirma  que  Dios,  Causa  Primera,  tan  sólo  puede  ser  conocido  por 
sus  efectos,  entre  las  pruebas  demostrativas  de  su  existencia  aduce  una 
fundada  en  el  innato  conocimiento  que  el  alma  posee  de  El  Frecuen- 
temente, ideas  agusitinianas  son  amalgadas  con  otras  peripatéticas,  en 
el  fondo  inconciliables,  sin  que  se  advierta  un  esfuerzo  personal  por 
reducirlas  a  unidad.  En  aras  de  ila  verdad  precisa  sacrificar  la  fama 
filosófica  de  que  Ramón  Martí  ha  gozado  hasta  .ahora,  aunque  un  mal 
entendido  orgullo  nacional  sufra  con  ello  un  cierto  desencanto. 

Un  fallo  tan  severo  no  invalida  la  fama  de  hebraísta  y  controversis- 
ta, que  ha  tacompañado  durante  siglos  la  memoria  de  Ramón  Martí, 
fama  basada  en  las  partes  segunda  y  tercera  del  Pugio  fidei,  cuyo 
examen  nuestra  incompetencia  nos  veda  acometer.  Los  especialistas 


—  1 68  — 


en  la  materia  son  los  llamados  a  juzgar  de  ese  otro  aspecto.  Recien- 
temente se  ha  lanzado  contra  Ramón  Martí  la  imputación  de  que 
había  falsificado  ¡las  citas  d'el  Génesis  de  Rabbha,  obra  desaparecida  de 
la  que  tan  sólo  se  tenían  noticias  por  el  Pugio.  Pero  Zunz,  el  fundador 
de  la  ciencia  ¡rabí nica  moderna,  le  ha  defendido  de  este  cargo  injusto; 
y  Epstein  (44)  ha  aportado  la  ¡prueba  decisiva  d'e  que  las  aludidas  citas 
no  son  tergiversaciones  del  texto  original,  >sino  a  lo  sumo  agrupaciones 
de  textos  literales  según  criterios  demasiado  subjetivos.  Por  lo  demás, 
los  propios  judíos  alaban  en  Ramón  Martí  ino  sólo  la  amplia  erudición 
rabínica  de  primera  mano,  que  l'e  permite  utilizar  abundantemente  el 
Talmud,  el  Midrash,  los  escritos  de  Raschi,  de  Ibn-Ezra,  de  Maimóni- 
des  y  de  Kimji,  sino  además  la  rríesura  con  que  se  comporta  en  la 
polémica  y  la  'buena  fe  con  que  reconoce  en  dos  libros  talmúdicos  mul- 
titud de  verdades  que,  lejos  de  rechazar,  aprovecha  para  confirmación 
de  la  fe  cristiana. 

17.  Hay  que  buscar  la  descendencia  espiritual  de  Ramón  Martí 
en  los  polemistas  españoles  que  prosiguen  la  controversia  doctrinal  con. 
los  judíos  has'ta  fines  del  siglo  xv  (45).  Uno  de  los  más  notables,  Jeró- 
nimo de  Santa  Fe,  protagonista  del  lado  cristiano  en  la  disputa  de 
Tortosa  de  1414,  ha  aprovechado  muchísimos  pasajes  de  la  segunda  y 
tercera  parte  del  Pugio  fidei  para  la  composición  de  su  obra  Hebraeo- 
mastix.  También  se  inspiró  en  efl  Pugio  para  sus  rescritos  apologéticos 
el  judío  converso  Pablo  de  Santa  María,  que  murió  obispo  de  Burgos. 
El  más  conocido  imitador  fué  otro  judío  converso,  Alfonso  de  Espina, 
quien  profesó  en  la  Orden  franciscana,  desempeñó  un  tiempo  el  cargo 
de  rector  en  la  Universidad  de  Salamanca  y  fué  nombrado  más  tarde 
obispo  de  Orense;  además  de  un  cierto  número  de  sermones  y  un 
diálogo  De  Fortuna  que  ha  quedado  manuscrito,  compuso  este  autor 
por  los  años  de  1458  y  1459  una  ODra  titulada  Fortalitium  fidei,  en  la 
que  planea  una  ofensiva  general  contra  los  enemigos  de  la  divinidad 
de  Cristo :  herejes,  judíos,  mahometanos,  y  hasta  contra  el  demonio,  de 
•quien  aquéllos  son  instrumento  y  eco.  La  obra  logró  mucha  difusión, 
pues  de  ella  se  hicieron  dos  ediciones  en  Alemania  en  el  siglo  xv  y 
otras  tres  en  Francia  en  el  primer  tercio  del  siglo  xvi  '(46). 

(44)  Abr.  Epstein:  Bereschit-rabbati  (manuscrito  de  la  Comunidad  de  judíos  de 
Praga),  en:  "Magazin  für  die  Wissenschaften  des  Judenthums",  1888,  págs.  65-69. 

(45)  Véase  el  capítulo  I,  párrafo  III,  núms.  16  y  17. 

(46)  Véase  el  "Dictionnaire  de  Théologie  catholique",  vol.  I  (París,  1909),  col.  921. 
Sobre  la  vida  y  obras  de  Alfonso  de  Espina,  y  especialmente  sobre  el  Fortalitium  fidei, 
consúltese  el  estudio  del  P.  Atanasio  López:  Descripción  de  los  manuscritos  franciscanos- 
existentes  en  la  Biblioteca  Provincial  de  Toledo,  Madrid.  1926,  págs.  145-181. 


—   169  — 


Cuando,  al  ser  expulsados  'los  judíos,  se  extingue  en  España  la  su- 
cesión espiritual  del  Pugio,  Ja  obra  halla  eco  en  el  extranjero,  donde 
en  los  sigilos  xvi  y  xvn  le  aguarda  una  fortuna  singular.  Pedro  Galati- 
no  en  su  De  are  anís  eatholicae  veritatis,  editada  por  vez  primera  en 
1518,  cornete  un  plagio  descarado  de  ella,  cuya  extensión  puso  al  des- 
cubierto Voisin  en  una  tabla  de  cotejo  que  publicó  al  frente  del  Pugio 
Más  honrado,  Víctor  Porchet  de  Salvaticis,  al  publicar  el  año  1520  en 
París  su  Victoria  adversus  impios  Ebreos,  declaró  con  sinceridad  en 
la  introducción  la  fuente  en  que  se  había  inspirado.  A  través  de  estos 
imitadores,  la  obra  de  Ramón  Martí  despertó  en  el  siglo  xvn  la  cu- 
riosidad de  los  eruditos;  y,  mientras  Justo  Escalígero  llamaba  la  aten- 
ción sobre  el  plagio  de  Galatino  en  una  carta  a  Casabonus  en  la  que 
equivocadamente  tomaba  a  Raimundo  Sabunde  por  autor  del  Pugio, 
pocos  años  después  Francisco  Bousquet  encontraba  el  manuscrito  de  la 
obra  y  lograba  identificar  a  su  autor.  Al  descubrimiento  siguieron,  a  no 
muy  larga  distancia,  la  edición  crítica  preparada  por  el  hebraizante  y 
exégeta  José  de  Voisin  y  la  reedición  por  otro  orientalista,  protestante 
alemán,  Benito  Carpzov. 

Entre  ambas  ediciones  s'e  intercala  un  hecho  con  el  que  se  cierra  en 
colofón  magnífico  la  repercusión  histórica  del  Pugio  fidvi.  Me  refiero 
a  la  apología  del  cristianismo  escrita  por  Blas  Pascual  en  los  Pensées, 
que  vieron  ¡la  luz  en  1669,  unos  años  después  de  su  muerte.  En  la  ges- 
tación de  esta  obra  ha  influido  considerablemente  la  lectura  del  Pugio, 
de  cuya  primera  edición  Pascal  extrajo  abundantes  materiales.  En  es- 
pecial, se  apropió  de  Ramón  Martí  la  historia  del  pueblo  judío  y  el  co- 
nocimiento de  la  tradición  hebraica,  punto  éste  que  señala  un  momento 
decisivo  en  el  plan  de  la  argumentación  pasealiana.  Pascal  toma  de 
Ramón  Martí  muchos  argumentos  e  interpretaciones,  si  bien  otras  ve- 
ces se  limita  a  citarle  y  en  ocasiones  hasta  le  impugna;  sie  ha  podido 
decir  que  el  Pugio  ha  sido,  para  Pascal,  "la  mina  o  el  tesoro  en  que  ha 
cosechado  a  manos  llenas"  (47).  También  para  Pascal,  el  argumento 
decisivo  en  materias  de  fe  es  la  autoridad  del  texto  bíblico ;  pero  su 


(47)  F.  Strowski:  Histoire  du  sentiment  religieux  en  France  au  xvn  siécle:  Pascal 
et  son  tetnps;  vol.  III,  París,  1013,  c.  IX,  art.  III,  pág.  258;  y  todo  el  artículo  IV,  pá- 
ginas 259-268. 

Las  influencias  del  Pugio  fidei  sobre  la  apología  de  Pascal  ya  fueron  establecidas  por 
Molinier  en  el  Prefacio  general  a  su  edición  de  los  Pensées  (París,  Lemerre,  1877-1879), 
basándose  en  las  notas  encontradas  en  los  manuscritos. 

M.  Léon  Brunschvicg  ha  estudiado  a  fondo  el  problema  de  las  influencias  doctrinales 
de  R.  Martí  en  los  Pensées,  en  el  importante  capítulo  que  dedica  al  examen  de  las  lec- 
turas de  Pascal  (véase  el  vol.  XII  de  la  gran  edición  crítica  de  las  CEuvres  completes 


—  170  — 


principal  esfuerzo  va  encaminado  a  mostrar  que  la  religión  .positiva  sa- 
tisface las  más  íntimas  aspiraciones  de  la  naturaleza  humana,  con  lo 
cual  inaugura  un  nuevo  ciclo  en  la  apologética.  La  defensa  del  Cris- 
tianismo contenida  en  los  Pensées  pone  punto  final,  por  el  lado  cristia- 
no, a  la  literatura  medieval  de  .controversia  religiosa,  que  desde  Pascal 
evoluciona  hacia  una  Filosofía  de  la  Religión.  Todavía  un  eco  lej  ino 
del  Pugio  reaparece  en  Bossuet  quien,  en  el  libro  II  de  su  Discours  sur 
l'histoire  universelle,  vierte  en  pulcro  francés  una  magnífica  página  de 
Ramón  Martí ;  pese  a  esta  reviviscencia  esporádica,  el  tipo  medieval  de 
la  apología  religiosa  había  sido  definitivamente  superado. 

París,  1904,  3.a  parte,  págs.  LXXIII-LXXY  y  XC-XCII) ;  a  este  crítico  debemos  tam- 
bién la  edición  fototípica  del  manuscrito  de  los  Pensées  (París,  Hachette,  1905)  y  la 
inserción,  por  notas  al  texto  de  los  Pensées,  de  las  correspondencias  con  el  Pugio  fidei 
(en  los  vols.  XIII  y  XIV  de  las  obras  completas).  (Véase,  acerca  de  toda  esta  materia, 
a  Tomás  Carreras  y  Artau:  Introdúcelo  a  la  historia  del  pensament  filosófic  a  Catalunya, 
Barcelona,  193 1,  págs.  56-57  ) 

En  la  tesis  doctoral  de  André  Berthier,  que  hemos  citado  en  la  nota  14,  se  insiste 
nuevamente  en  el  problema  de  la  utilización  del  Pugio  fidei  por  Pascal.  Deseamos  viva- 
mente conocer  este  estudio  de  persona  tan  experta  en  la  materia. 


III 


Ferrer 

El  catalán  Ferrer. — Su  magisterio   en  la  Universidad  de  París. — Examen  de 

su  quolibet. 

18.  Bl  primer  dominico  español  que  llegó  a  ejercer  ú  magisterio 
de  teología  en  la  Universidad  de  París,  fué  un  catalán  apellidado  Fe- 
rrer, de  quien  ¡poseemos  escasísimas  noticias  biográficas  (48).  Esteban 
de  Salanhac,  en  su  catálogo  cronológico  de  los  maestros  de  la  Orden, 
le  cita  en  d  vigésimo  sexto  lugar  (49),  a  continuación  de  Romanus  de 
Roma,  quien,  como  es  sabido,  sucedió  >en  la  cátedra  de  teología  a  Santo 
Tomás  de  Aquino,  cuando  éste  abandonó  París  en  1272.  Poco  después 
de  esta  fecha  debió  ser  promovido  Ferrer  al  magisterio  y  enseñar  la 
tedlogía,  no  muy  ¡largo  tiemipo,  porque  ya  en  1278  había  cesado  en  la 
cátedra  su  sucesor  Guillermo  d'e  Tournai.  Por  aproximación  se  puede 
fijar,  pues,  eil  año  de  su  magisterio  hacia  1275.  Esta  fecha  coincide  con 
la  de  la  disputa  quolibética  sostenida  en  la  Pascua  de  dicho  año  ante  la 
Universidad,  en  la  que  debió  de  participar  a  título  de  magister  (50). 

Por  conjeturas  cabe  sospechar  que  cursara  sus  estudios  teológicos 
en  el  convento  de  Santiago,  y  que  con  ocasión  de  ellos  asisties'e  a  la 

(48)  Sobre  este  autor  puede  consultarse  a  Glorieux :  La  littérature  quolibétique  de 
1260  a  1320,  Kain,  1925,  págs.  41-42,  109-110  y  337-338;  P.  Martí  de  Barcelona:  Ferra- 
rius  Catalanus,  O.  P.,  en  la  revista  "Criterion",  III,  Barcelona,  1927,  págs.  479-483;  y 
M.Grabmann :  Quaestiones  tres  Fratris  Ferrarii  Catalani  O.  P.  doctrinara  S.  Augustini 
alustrantes  ex  códice  parisiense  editae,  en  la  revista  "Estudis  Franciscans",  vol.  42,  Bar- 
celona, 1930,  págs.  382-390. 

El  nombre  Ferrer  abunda  en  Cataluña.  Documentalmente  conocemos  la  existencia, 
en  la  segunda  mitad  del  siglo  XIII,  de  varios  dominicos  catalanes  que  llevan  este  nom- 
bre; pero  no  hay  manera  de  identificar  a  nuestro  autor  con  ninguno  de  ellos.  Igual 
ocurre  en  Rosellón  y  en  Provenza.  de  lo  cual  pueden  haberse  originado  las  confusiones 
en  que  incurren  los  biógrafos. 

(49)  Véase  el  artículo  de  H.  Denifle  citado  en  la  nota  5,  págs.  165  y  sgtes. 

(50")  En  el  manuscrito  más  antiguo  que  nos  ha  conservado  el  texto  de  la  disputa., 
se  lee:  "Istud  quolibet  est  determinatum  a  fratre  Ferrario  jacobita,  de  Paschate,  annn 
domini  MCCLXX  quinto." 


—  172  — 


cátedra  de  Santo  Tornas.  El  resto  de  su  vida  permanece  ignorado  (51). 
Tampoco  queda  rastro  de  sus  lecciones  sobre  las  Sentencias ;  únicamente 
se  conservan  de  él  unos  pocos  sermones  y  el  quolibet  citado  (52). 

19.  Los  fragmentos  conocidos  de  este  quolibet  revelan  en  su  autor 
una  auténtica  formación  escolástica,  que  se  echa  de  ver  tanto  en  la 
forma  de  la  disputa  como  en  la  doctrina  sustentada.  Glorieux  lo  ha 
presentado  cabalmente  como  modelo  de  los  quolibet,  cuya  estructura  ló- 
gica general  es  la  siguiente:  planteada  una  cuestión,  se  indican  los  va- 
rios aspectos  que  abarca ;  y,  tomando  en  seguida  el  primero  de  ellos,  se 
le  subdivide  en  cuestiones,  tantas  como  precisen,  cada  una  de  !las  cuales 
es  tratada  por  separado  hasta  que,  terminadas  todas,  el  autor  se  remon- 
ta al  segundo  aspecto  de  la  cuestión  general  que  es  desarrollado  .-egún 
el  mismo  método,  y  así  sucesivamente  hasta  agotar  los  varios  aspectos 
de  la  cuestión.  En  eí  quolibet,  el  método  de  la  disputa  escolástica  alcan- 
zó pronto  un  grado  envidiable  de  perfección.  En  el  sostenido  ipor  Fe- 
rrer, que  versa  sobre  la  naturaleza  del  ser  y  del  conocimiento,  el  asunto 
es  tratado  con  relación  a  Dios  y  con  relación  a  las  criaturas.  En  'el  pri- 
mer aspecto  se  plantean  dos  interesantísimas  cuestiones,  es  a  saber: 
si  las  ideas  que  los  teólogos  admiten  como  existentes  en  la  mente  divina, 
coinciden  con  las  ideas  platónicas;  y  si  la  distinción  entre  las  ideas  divi- 
nas impide  su  recíproca  predicación.  En  el  segundo  aspecto,  después  de 
preguntarse  en  términos  generales  si  el  ser  de  las  criaturas  está  en 
constante  formación  (53),  pasa  a  desarrollar  una  serie  de  puntos  con- 
cretos acerca  del  hombre  en  los  cuatro  estados  de  naturaleza,  de  culpa, 
de  gracia  y  de  gloria.  A  propósito  del  estado  de  naturaleza  prosigue  el 
examen  del  conocimiento  y  analiza,  ante  todo,  el  que  tenemos  de  las 


(»¡i)  Según  Bernardo  Gui,  en  su  historia  inédita  de  la  Orden,  Ferrer  nació  en  Yiila- 
longa  a  una  legua  de  Perpiñán.  ejerció  con  energía  el  cargo  de  inquisidor  hasta  llegar  a 
ser  el  terror  de  ios  herejes,  fundó  el  convento  de  Carcasona  donde  quedó  de  prior  y  al 
final  de  su  vida  volvió  a  Perpiñán,  donde  murió.  Como  ha  observado  Glorieux,  estas 
noticias  deben  referirse  a  otro  dominico  Ferrer,  rosellonés,  cuyo  nacimiento  se  supone 
ocurrido  hacia  1200  y  la  muerte  hacia  1257.  No  es  creíble  que  nuestro  teólogo  llegara  a 
maestro  en  la  vejez.  Douais  le  atribuye  una  serie  de  hechos  gratuitamente,  por  incurrir 
en  la  misma  confusión.  Es  más  verosímil  la  afirmación  de  que  murió  hacia  1280,  si  bien 
ignoramos  la  razón  del  aserto. 

(52)  Los  sermones  aparecen  atribuidos  a  Ferrer  en  un  manuscrito  del  siglo  xin 
existente  en  la  Biblioteca  Real  de  Bruselas,  y  en  otros  dos  del  siglo  xiv  que  están  en  el 
Merton  College  de  Oxford  y  en  la  Biblioteca  Municipal  de  Autun,  respectivamente. 

Del  quolibet  se  conservan  dos  manuscritos;  el  más  antiguo,  en  la  Biblioteca  del  Arse- 
nal de  París,  es  del  siglo  xm,  y  de  él  transcribió  Glorieux  el  índice  de  las  cuestiones  y 
el  texto  íntegro  de  una  de  ellas.  El  otro  está  en  Reims  y  es  del  siglo  xiv. 

(53)  "Utrum  esse  cuiuslibet  rei  semper  sit  in  fieri.'' 


«73  — 


sustancias  espirituales,  tanto  por  lo  que  respecta  a  nuestra  capacidad 
subjetiva  corno  a  su  posibilidad  objetiva;  y  plantea  de  raíz  el  problema 
de  si  la  racionalidad  es  una  mera  capacidad  o  la  íntima  y  verdadera 
esencia  del  espíritu.  Tomando  pie  de  las  doctrinas  de  San  Agustín,  exa- 
mina luego  si  cabe  identificar  la  intelligentia  abdita  con  el  intellectus 
agens  de  los  peripatéticos.  En  el  segundo  grupo  son  tratados  los  pro- 
blemas acerca  del  mal  (pecado  original  y  culpa  actual)  según  sus  enun- 
ciados tradicionales  en  la  literatura  teológica  de  la  época,  de  donde  de- 
riva hacia  aplicaciones  concretas  a  ;la  ilicitud  de  los  beneficios  eclesiás- 
ticos y  de  su  colación  por  los  prelados.  Pertenecen  asimismo  a  la  teolo- 
gía moral  las  cuestiones  referentes  al  estado  de  gracia.  Acerca  del 
estado  de  g1loria,  se  pregunta  por  la  visión  intuitiva  de  Dios  trino  y  por 
la  necesidad  de  la  Revelación  para  salvarse;  y  se  cierra  el  quolibet  con 
la  batallona  cuestión  de  isi  la  bienaventuranza  se  alcanza  por  un  acto 
del  entendimiento  o  de  da  voluntad  (54).  Entre  otros  asuntos  de  detalle, 
se  examina  singularmente  la  licitud  de  los  .estudios  filosóficos  y  de  su 
aprovechamiento  en  el  desarrollo  de  la  teología  (55).  En  seguida  se 
advierte,  por  la  simple  enumeración  de  los  temas,  la  importancia  his- 
tórica de  un  texto  en  el  que  son  abordados  problemas  tan  candentes 
en  la  filosofía  del  siglo  xm. 

20.  En  cuanto  a  la  filiación  de  las  doctrinas  sustentadas  por  nuestro 
autor,  hemos  de  atenernos  a  los  escasos  fragmentos  publicados  por 
Grabmann  y  por  Glorieux,  que  nos  lo  muestran  situado  entre  las  dos 
grandes  corrientes  del  agustinismo  y  del  aristotelismo  e  inclinado  pre- 
ferentemente a  favor  de  éste.  Valgan  para  muestra  las  opiniones  sos- 
tenidas en  las  dos  primeras  cuestiones  (56)  del  quolibet  acerca  de  las 
ideas  divinas  que,  conforme  al  parecer  de  los  peripatéticos,  se  niega  a 
identificar  con  las  ideas  platónicas.  Fiel  a  la  mente  de  San  Agustín, 
admite  en  Dios  ideas  eternas  e  inmutables  de  las  cosas,  cuya  ejempla- 
ridad  le  inspira  en  su  acción  creadora.  Combate  la  dualidad  establecida 
por  Platón  entre  el  mundo  sensible  y  el  intelectual,  y  muestra  que  las 
cosas  no  .surgen  por  Ja  mera  participación  del  uno  en  el  otro,  es  decir, 
de  la  materia  en  la  forma,  sino  que  precisa  una  acción  más  funda- 
mental, por  la  que  la  cosa  singular  es  producida  a  la  vez  en  su  ma- 
teria y  en  su  forma.  Tal  es  la  acción  creadora  del  Ser  divino,  motivada 


(54)  "Utrum  beatitudo  consistat  in  actu  intellectus  vel  voluntatis." 

(55)  "Utrum  liceat  magistris  Sacrae  Scripturae  studere  in  philosophia." 

(56)  "Utrum  ideae  quas  theologi  ponunt  esse  in  Deo  sint  eaedem  cum  ideis  quas 
platonici  posuerunt." 

"Utrum  distinctio  idearum  impediat  quod  una  de  alia  non  possit  praedicari." 


íntimamente  por  sus  ideas,  que  no  se  ejerce  ¡sobre  un  supudsto  material 
previo.  La  doctrina  platónica  no  se  armoniza  con  la  fe,  por  lo  cual  no  cabe 
identificarla  con  la  sostenida  por  San  Agustín  y  compartida  a  la  sazón 
comúnmente  por  tíos  teólogos. 

El  asunto  prosigue  en  la  cuestión  inmediata,  donde  (se  formula  la 
pregunta  de  si  da  distinción  entre  (las  ideas  impide  que  sean  predicadas 
unas  de  otras.  Para  no  extrañarse  de  la  respuesta  del  autor,  conviene 
recordar  que  lia  cuestión  se  plantea  en  relación  a  la  mente  divina,  cuyas 
ideáis  sirven  de  cimiento  al  orden  ontológico.  El  orden  lógico  a  que  se 
refiere  la  predicación,  tiene  un  origen  diverso.  También  aquí  se  combate 
indirectamente  la  posición  platónica.  La  predicación  recíproca  de  las 
ideas  que  se  componen  o  dividen  en  el  acto  lógico,  entraña  una  plurali- 
dad inconciliable  con  la  simplicidad  divina.  Las  ideas  en  Dios  no  supo- 
nen pluralidad.  Al  conocer  Dio'S  en  su  esencia  simplicísima  los  diversos 
modos  en  que  es  suseqptible  de  imitación,  sin  diversificarse  engendra  las 
ideas.  Estas,  por  llanto,  no  pueden  combinarse  en  la  mente  divina  ni 
predicarse  unas  de  otras. 

Aún  más  característica  es  la  cuestión  séptima  (57)  del  quolibet,  don- 
de se  cotejan  líos  nuevos  conceptos  del  entendimiento  agente  y  del  enten- 
dimiento posible  con  el  de  la  intelligentia  abdita,  que  expone  San  Agus- 
tín en  su  tratado  De  Trinitate.  Una  vez  ¡más  se  busca  la  manera  de  con- 
cordar las  ideas  tradicionales  con  los  textos  aristotélicos.  Algunos  teó- 
logos del  siglo  xiii,  entre  ellos  Roger  Bacon  y  Roger  de  Marston,  se 
apoyaban  en  unas  conocidas  palabras  de  San  Agustín :  "lux  quae  nos 
illuminat,  magvster  qui  nos  doc\et,  veritas  quae  nos  dirigit,  Deus  est",  pa- 
ra identificar  el  entendimiento  agente  con  la  mente  divina  y  el  enten- 
dimiento posible  con  día  mente  humana.  Bajo  esta  doctrina,  que  recuerda 
la  de  Avic'ena  y  de  otros  peripatéticos  árabes,  se  encubre,  sin  embargo, 
el  iluminismo  agustiniano  tradicional  que  explica  la  actividad  del  cono- 
cimiento mediante  una  influencia  directa  de  Dios  en  el  espíritu.  Contra- 
riamente ia  una  tal  opinión,  los  aristotélicos  afirman  que  el  entendimien- 
to agente  no  es  una  sustancia  separada,  sino  una  potencia  de  nuestra 
alma.  A  esta  solución  inclínase  también  Ferrer,  después  que  por  una 
curiosa  interpretación  de  los  pasajes  de  San  Agustín  llega  a  identificar 
la  intelligentia  abdita  con  ell  entendimiento  posible. 

Menos  interesante  en  el  aspecto  doctrinal  es  la  cuestión,  que  ha  pu- 
blicado Glorieux,  acerca  de  .si  ell  primer  pensamiento  que  se  nos  ocurre 


(57)  "Utrum  intelligentia  abdita,  de  qua  loquitur  Augustinus...,  sit  idem  quod  in- 
tellectus  agens." 


de  una  cosa  ilícita,  es  pecaminoso  (58).  A  través  de  un  cuantioso  apara 
to  de  autoridades  y  razones  en  pro  y  en  contra,  se  contesta  facilí sima- 
mente  la  pregunta  con  sólo  analizar  el  proceso  psicológico  que  acarrea 
el  pensamiento.  Si  éste  se  reduce  a  un  puro  hecho  cognoscitivo  produ- 
cido espontáneamente  en  el  alma,  nada  se  le  puede  imputar  al  sujeto. 
Hay  pecado,  cuando  aquel  pensar  ilícito  impresiona  la  afectividad  y  so- 
breviene la  complacencia  y  el  consentimiento.  El  desarrollo  del  argu- 
mento conduce  al  autor  a  un  sutil  examen  de  la  motivación  del  acto 
interno. 

El  ddsconocimiento  de  los  fragmentos  inéditos  del  quolibet  impide 
fijar  con  mayor  precisión  la  actitud  doctrinal  de  Ferrer  ante  los  graves 
problemas  del  siglo,  que  abordó  en  sus  lecciones.  Los  publicados  permi- 
ten, iSin  embargo,  situarle  en  la  corriente  peripatética  que  pugnaba  a  la 
sazón  por  abrirse  paso  en  la  Facultad  de  Teología  de  París.  En  el  con- 
junto de  sus  doctrinas  se  advierte  la  notoria  influencia  de  Santo  Tomás, 
cuyos  conceptos,  y  aun  a  veces  las  palabras,  se  reproducen  fielmente  en 
algunos  de  los  textos.  Haya  o  ino  oído  personalmente  la  enseñanza  del 
Angélico  Doctor,  es  lo  cierto  que  con  Ferrdr  nos  encontramos  en  pre- 
sencia de  un  coetáneo  suyo,  perteneciente  a  la  primera  generación  de 
sus  seguidores. 


(58)    ''Utrum  primus  motus  vel  cogitado  de  re  illicita  sit  peccatum."' 


Bernardo  de  Trilla. 


Su  patria. — Su  vida. — Sus  escritos. — Sus  doctrinas  filosóficas. 

21.  Poco  tiempo  después  de  haber  profesado  Ferrer  en  París  la  cá- 
tedra de  teología  que  la  Orden  de  Predicadores  tenía  reservada  a  los  ex- 
tranjeros, empezaba  a  cursar  sus  estudios  en  aquella  Universidad  otro 
español,  que  no  tardó  en  sucederle.  Se  llamaba  Bernardo  de  Trilla,  y  su 
nacionalidad  consta  terminantemente  por  el  catálogo  anónimo  de  los  es- 
critores dominicos  hallado  en  Stiams,  que  l'e  nombra  así  en  el  lugar  97 : 
Hfr.  Bernardas  de  Trilla,  nat.  hyspamis"  ;  con  esta  afirmación  se  contra- 
dice, sin  embargo,  la  de  Bernardo  Gui  en  su  continuación  al  catálogo  es- 
crito por  Salanhac,  pues  allí  es  mencionado  en  el  lugar  34:  "frater  Ber- 
nardas de  Trilla,  de  Nemauso"  (59)-  Según  Douais,  dicho  cronista  re- 
pite su  afirmación  en  la  historia  de  los  conventos  de  la  provincia  de 
Toulouse  y  en  la  de  los  de  Provenza,  cuyo  manuscrito  se  guarda  iné- 
dito en  la  Biblioteca  municipal  de  Toulouse.  Idéntico  origen  le  atribu  - 
yen las  actas  de  un  concilio  provincial  celebrado  en  1279  y  el  epitafio 
grabado  en  su  sepultura,  siempre  al  decir  de  Douaiis  (60).  Indicios  son 
éstos  bastante  graves  para  inclinarnos  a  suponer  que  Bernardo  de  Tri- 
lla nació  en  Nimes,  y  más  aún  si  se  tiene  en  cuenta  que  vivió  casi  siem- 
pre en  el  mediodía  de  Francia,  especialmente  en  Provenza.  No  es  extra- 
ño que  Douais,  y  recientemente  André,  hayan  reivindicado  la  condición 
de  francés  para  este  autor  (61). 

(59)  Uno  y  otra  han  sido  publicados  por  Denifle  en  el  artículo  citado  en  la  nota  5. 

(60)  Citado  por  el  P.  G.  S.  André,  S.  J.:  Les  Quodlibeta  de  Bernard  de  Trilia,  ar- 
tículo en  la  revista  "Gregorianum",  II,  pág.  227,  nota  2. 

C61)    André,  en  el  artículo  citado,  págs.  226-265. 

André  parece  apoyarse  en  las  averiguaciones  de  Quétif  y  Echard,  quienes  siguieron 
en  este  punto  a  Lorenzo  Pignon.  Este,  a  su  vez,  extraje  sus  noticias  de  los  manuscritos 
de  Bernardo  Gui. 

La  perplejidad  de  los  biógrafos  ante  la  contradicción  de  los  testimonios  ha  llegado 
hasta  el  extremo  de  que,  para  sortear  la  dificultad,  se  supuso  una  duplicidad  de  perso- 
najes coetáneos  de  igual  nombre,  uno  francés  y  otro  español.  Esta  hipótesis  no  resiste 
al  mas  ligero  examen,  como  ya  vieron  Quétif  y  Echard. 


—  i77  — 


Sin  embargo,  los  investigadores  alemanes  (62),  y  el  mismo  Glorieux 
=en  su  conocida  publicación  del  (año  1925  (63),  rechazan  el  origen  fran- 
cés de  Bernardo,  o  por  lo  menos  dudan  de  él.  El  nombre  es  francamente 
catalán,  a  menos  que  se  quiera  desfigurarle,  como  ha  hecho  André  (64). 
La  atribución  contenida  en  el  catálogo  de  Stams,  cuya  exactitud  histó- 
rica no  ha  sido  hasta  ahora  desmentida  en  ninguno  de  sus  detalles,  cons- 
tituye di  argumento  de  mayor  peso  frente  a  los  asertos,  bastantes  veces 
rectificados,  de  Bernardo  Gui.  Que  la  naturaleza  española  de  Bernardo 
era  un  tópico,  lo  confirma  el  Líber  de  illustribus  viris  de  O.  P.  escrito 
a  principios  del  siglo  xv  por  el  alemán  Juan  Meyer  donde  se  incluye  una 
lista  de  los  grandes  prestigios  doctrinales  de  la  Orden,  entre  los  cuales 
menciona  únicamente  a  tres  españoles :  Ramón  de  Peñafort,  Nicolás  Ay-K 
merich  y,  en  medio  de  ambos,  a  un  Bernhardus  Hispamos  (65).  ¿Quién 
era  ese  Bernardo  que  gozaba  de  tanta  fama  dentro  de  la  Orden?  Noto- 
riamente Bernardo  de  Trilla,  ya  que  no  cabe  alegar  otro.  España  debió 
ser,  pues,  su  patria;  y,  si  no  queremos  tachar  de  inexacta  la  afirmación 
de  Bernardo  Gui,  la  habremos  de  interpretar  en  el  sentido  de  que  Ber- 
nardo de  Trilla,  aunque  catalán,  era  "hijo  de  hábito'.'  del  convento  de 
Nimes,  donde  se  incardinó  1a  la  Orden  de  Santo  Domingo.  Los  cronistas 
de  Ordenes  religiosas  se  expresan  a  las  veces  de  esta  manera. 

22.  De  la  vida  de  Bernardo  de  Trilla  antes  de  su  ingreso  en  la 
Orden  no  tenemos  ninguna  noticia.  Dentro  de  ella,  su  vida  se  desarrolla 
en  tres  etapas  distintas.  En  la  década  comprendida  entre  1266  y  1276 
consta  que  fué  Héctor  de  teología  sucesivamente  en  los  conventos  de 
^Viontpeller,  Aviñón,  otra  vez  Montpeller,  Burdeos,  Marsella,  Toulouse 
y  otra  vez  Aviñón.  En  lia  década  siguiente  tiene  lugar  su  actuación  en 
París,  de  la  que  hablaremos  por  extenso.  Apartado  de  París,  desde  1287 
ocupa  varios  cargos  importantes  en  la  Orden:  vicario  provincial,  prior 
provincial,  etc.,  hasta  su  muerte  ocurrida  en  Aviñón  el  día  3  de  abril 
de  1294,  que  caía  entonces  en  la  víspera  de  Santo  Domingo;  sus  restos 


(62)  Grabmann  le  hace  siempre  catalán.  Baumgarten,  en  la  10.a  edición  del  Grun- 
driss  der  Geschichte  der  Philosophie  de  Üeberweg-Heinze,  vol.  II,  Berlín,  1915  (pág.  518), 
afirma  que  nació  en  Nimes  el  año  1240.  Pero  Geyer,  en  la  11.a  edición  aparecida  el 
año  1028,  dice  que  no  está  claro  si  nació  en  el  sur  de  Francia  o  en  Cataluña. 

Í63)    Glorieux:  La  littérature  quolibétique  de  1260  á  1320.  Kain,  1925,  pág.  101. 

(64)  Este  autor  llega  a  torturar  el  nombre  hasta  transformarlo  en  Bernard  de  la 
Treille,  lo  cual  es  inadmisible.  Trilla  es,  en  cambio,  un  apellido  corriente  en  Cataluña 
(véase,  sobre  este  punto,  a  Balari  Jovany:  Orígenes  históricos  de  Cataluña,  Barcelona, 
1899,  págs.  564  y  619). 

(65)  Véase  el  artículo  de  Denifle  citado  en  la  nota  5. 

12 


-  i78  - 


fueron  trasladados  a  Ximes,  según  testifica  el  propio  Bernardo  de 
Gui  (66). 

Ignoramos  si  anteriormente  a  1266  realizó  estudios  en  París.  Con  se- 
guridad llegó  a  maestro;  pues,  además  de  su  inclusión  en  los  catálogos 
va  citados,  consta  el  título  en  los  quolibet  y  por  las  actas  del  capítulo- 
general  de  la  Orden  celebrado  en  1280,  que  por  su  condición  magistral 
presidió.  Las  noticias  de  su  larga  residencia  en  París,  tras  su  enseñan- 
za en  los  conventos  del  sud  de  Francia,  son  harto  fragmentarias  y  un 
tanto  confusas;  recientemente  Glorieux,  en  un  ingeniosísimo  estudio,  ha 
logrado  coordinarlas  hasta  restablecer  con  visos  de  verosimilitud  la  su- 
cesión de  los  hechos  en  estos  años,  los  más  interesantes  de  su  vida.  Pro- 
bablemente, Bernardo  de  Trilla  llegó  a  París  en  1279  o,  lo  más  tarde,  en 
1281,  pues  ya  en  esta  fechia  ejerce  el  cargo  de  dispositor  studentium  en 
el  convento  de  Santiago.  En  3  de  mayo  de  1282  pronuncia  el  sermón  de 
la  Invención  de  la  Santa  Cruz.  En  el  curso  de  1282  a  1283  da  comienzo 
a  sus  estudios  de  bachiller  sentenciario  y  lee  en  cátedra  los  libros  I  y  II 
de  Pedro  Lombardo.  En  29  de  noviembre  del  mismo  año  1282  predica 
el  sermón  de  Adviento.  En  el  curso  siguiente  lee  los  libros  III  y  IV  del 
Maestro  de  las  Sentencias;  y,  a  la  terminación  del  curso,  se  gradúa  de 
maestro.  En  seguida,  ocupa  la  cátedra  reservada  a  los  extranjeros  (nó- 
tese el  detalle,  que  es  otro  síntoma  en  contra  de  su  pretendida  naciona- 
lidad francesa),  y  la  desempeña  durante  tres  años;  a  <lo  largo  de  esta  do- 
cencia comenta  varios  libros  sagrados,  desarrolla  un  conjunto  de  cues- 
tiones doctrinales  y  sostiene  en  cada  temporada  un  quolibet.  En  el  curso 
de  1286  a  1287  se  suscita  un  movimiento  de  protesta  contra  él  por  abu- 
sos cometidos,  especialmente  algunas  ausencias  prolongadas  en  vacacio- 
nes y  aun  en  época  lectiva.  La  queja  llega  hasta  los  superiores  y  va 
acompañada  de  una  delación  a  causa  de  ciertas  doctrinas  que  se  dicen 
profesadas  por  Bernardo  y  se  reputan  peligrosas  por  su  novedad  o  por 
su  formulación  equívoca.  Informado  Bernardo  de  la  denuncia,  aunque 
ignora  quiénes  son  los  delatores,  responde  con  un  documento  de  justifi- 
cación de  estilo  personalísimo,  en  el  que  apela  al  testimonio  directo  de 
sus  oyentes  para  desvanecer  el  efecto  de  aquella  acusación  infundada. 
La  queja,  sin  embargo,  obtiene  éxito;  y  en  1287  el  capítulo  de  Burdeos 
le  ordena  salir  de  París,  sin  permitirle  que  termine  el  curso  (67). 


(66)    Sigo  en  esta  parte  de  la  biografía  a  André  en  el  artículo  citado. 

C67)  Glorieux:  Un  mémoire  yustificatif  de  Beniard  de  Trilla.  Sa  corriere  á  l'Univer- 
sité  de  Paris  (1279-1287),  en  la  "Revue  des  Sciences  Philosophiques  et  Théologiques'* 
XVIII,  1929,  págs.  23-58. 


—  1 79  — 


Esta  contrariedad,  que , pone  fin  a  la  carrera  docente  de  Bernardo  de 
Trilla,  fué  'superada  a  los  pocos  años  por  otra  mayor.  Elegido  provincial 
de  Provenza,  el  capítulo  general  celebrado  en  Roma  el  año  1292  le 
exoneró  d'el  cargo.  Un  acuerdo  tan  igrave  tuvo  su  motivación  en  una  di- 
sidencia interior  de  Ja  Orden.  Apenas  designado  provincial,  Bernardo  de 
Trilla  se  trasladó  a  Palencia  para  asistir  al  capítulo  general  del  año  1291, 
en  el  que  Munio  de  Zamora,  General  de  la  Orden,  confirmó  su  elección. 
Entre  'el  español  Mumio  y  Bernardo  de  Trilla  existía,  sin  duda,  una 
cierta  identificación  espirituaJl ;  por  lo  menos,  Bernardo  le  defendió  con 
calor  de  las  imputaciones  lanzadas  ipor  el  Papa  Nicolás  IV,  quien  acabó 
por  revocar  a  Munio  en  sus  funciones  de  General  d'e  la  Orden.  El  capí- 
tulo de  Roma,  sensible  a  los  ataques  del  Papa  contra  Munio,  no  tuvo 
inconveniente  en  pronunciar  la  deposición  d'e  su  partidario  Bernardo  de 
Trilla.  Se  sintió  el  interesado  tanto  del  acuerdo  que  enfermó  de  pesar 
y  le  sobrevino  la  muerte.  Su  buena  fe,  empero,  andaba  en  lenguas  de  los 
hermanos  del  convento,  que  dieron  cuenta  a  los  superiores  de  su  falleci- 
miento en  carta  sentidísima  y  llena  de  respetuoso  afecto  para  la  memo- 
ria del  difunto  (68). 

23.  La  producción  literaria  de  Bernardo  de  Trilla  es  abundante,  y 
pertenece  casi  en  totalidad  aü  período  d'e  su  magisterio  en  París.  El  ca- 
tálogo de  Stams  trae  una  larga  lista  de  obras,  que  se  clasifican  en  comen- 
tarios a  la  Escritura,  quolibetos,  y  cuestiones  explicadas  en  cátedra.  Entre 
los  libros  sagrados  comentados  por  Bernardo  figuran :  los  Proverbios,  el 
Cantar  de  los  Cantares,  el  Eclesiastés,  el  Libro  de  la  Sabiduría  y  uno  de 
San  Juan,  verosímilmente  el  Apocalipsis,  cuyo  manuscrito  ha  sido  encon- 
trado en  la  Biblioteca  municipal  de  Aviñón  (69).  Los  quolibet,  en  núme- 
ro de  tres,  corresponden  a  los  tres  años  de  su  regencia  de  la  cátedra  de 
teología.  Las  cuestiones  se  refieren  a  materias  doctrinales  entonces  con- 
trovertidas y  presentan,  por  tanto,  el  máximo  interés  filosófico  y  teoló- 
gico; de  ellas  se  mencionan  las  siguientes  series:  de  spirituialibus  crea- 
turis  et  de  pofentia  Dei,  de  anima  coniunota  corpori,  de  anima  aparata, 
de  d\ff\erentla  esse  et  essentiae,  super  totam  astrologiam.  No  poseemos 
todavía  el  texto  de  todas  estas  obras  cuya  existencia  consta  por  los  do- 
cumentos; pero  los  hallazgos  sucesivos  de  manuscritos  en  archivos  y 
bibliotecas  han  restituido  ya  el  conocimiento  de  bastantes  de  ellas  (70). 


(68)  "Histoire  littéraire  de  la  France",  vol.  XX,  París,  1895,  págs.  129-141. 

(69)  El  manuscrito  es  del  siglo  xiv,  y  lo  cita  André  en  su  artículo. 

(70)  De  los  comentarios  a  las  Sagradas  Escrituras  no  hemos  visto  citado  otro  ma- 
nuscrito que  el  de  la  nota  anterior. 

Los  quolibet  se  conservan  en  tres  manuscritos,  por  lo  menos:  uno,  procedente  del 


—  i8o  — 


Xo  acaba  aquí  la  lista  de  sus  escritos,  pues  los  hallazgos  han  revela- 
do la  existencia  de  otros  no  incluidos  en  el  catálogo  de  Stams.  La  Bi- 
blioteca Nacional  de  París  conserva  el  manuscrito  de  los  dos  sermo- 
nes del  año  1282  (y i).  Glorieux  ha  descubierto  otra  pieza,  adosada  a 
un  manuscrito  de  las  Cuestiones  disputadas,  cuya  existencia  había  es- 
capado a  la  perspicacia  de  los  eruditos ;  el  documento,  que  se  conserva 
en  el  ms.  3.490  de  la  Biblioteca  Mazarina,  encierra  la  justificación  de 
los  16  artículos  extraídos  de  la  enseñanza  de  Bernardo  de  Trilla,  que 
en  el  año  1287  fueron  denunciados  a  sus  superiores;  todos  los  indicios 
autorizan  la  atribución  del  documento  al  propio  inculpado.  Lo  más  no- 
table del  caso  es  que.  a  base  de  esta  autodefensa,  Glorieux  ha  preten- 
dido descubrir  e  identificar  el  texto  del  tercer  quolibet,  que  muchos 
autores  creían  perdido  o  tal  vez  inexistente  por  no  haber  tenido  tiempo 
Bernardo  de  redactarlo  a  causa  de  su  precipitada  marcha  de  París ;  y, 
además,  el  texto  del  Comentario  al  Maestro  de  las  Sentencias,  que  apa- 
rece conservado  en  el  manuscrito  889  de  la  Mazarina  (72). 

24.    La  escasez  de  los  textos  de  Bernardo  de  Trilla  que  han  visto  la 


monasterio  de  San  Cugat  del  Valles  y  hoy  conservado  en  el  Archivo  de  la  Corona  de 
Aragón  Cn.°  54) ;  otro  en  el  códice  45  de  la  biblioteca  del  Convento  de  Santa  Catalina 
de  Pisa,  que  ha  descrito  Mgr.  Pelster  (en  "Xenia  Thomistica",  Roma,  1925,  III,  pá- 
ginas 272-275);  y  un  tercero  en  el  códice  156  de  la  c  lección  Borghese  en  la  biblioteca 
Vaticana.  El  primer  quolibet  contiene  23  cuestiones;  el  segundo,  24;  y  el  tercero,  nada 
más  5,  por  estar  incompleto. 

En  los  dos  códices  últimamente  citados  están  también  las  Qv.ae*iones  de  cognitione 
animae  conjunctae  corpori;  y  en  el  de  la  Vaticana,  además,  las  de  cognitione  animae 
separatae.  Torres  Amat  cita  otro  manuscrito  de  las  primeras,  cuyo  paradero  ignoramos. 
Las  demás  Cuestiones  disputadas  parecen  perdidas  por  el  momento. 

(71)  Son  los  que  figuran  con  les  números  18  y  160  en  el  ms.  lat.  i4o47-  Véase  a 
Morder:  Histoire  des  Maitres  Généraux  de  l'Ordre  des  Fréres  Précheurs,  I,  París,  1903, 
pág.  667. 

De  este  manuscrito  y  de  la  atribución  de  ambos  sermones  a  Bernardo  de  Trilla  había 
ya  tratado  Hauréau  en  Notices  et  extraits  de  quelques  ms.  htins  de  la  Bibl.  Nat.,  IV, 
París,  1892,  pág.  9,  quien  le  atribuye  además  conjeturalmente  otro  sermón  del  ms.  lat. 
15.005  de  la  misma  Biblioteca. 

(72)  Glorieux:  Un  mémoire  justificatif  de  Bernard  de  Trilla.  Sa  carriére  á  l'Uniuer- 
sité  de  París  (1279-1287),  en  "Revue  des  Sciences  Philosophiques  et  Théologiques" 
XVII,  1928,  págs.  405-426;  y  XVIII,  1929,  págs.  23-58. 

El  quolibet  tercero  es,  en  opinión  de  Glorisux,  el  que  figura  anónimo  con  el  n.°  7 
en  la  colección  formada  por  Nicolás  de  Bar,  de  la  que  dió  extensas  noticias  en  su  libro 
del  año  1925  a  base  del  ms.  15858  de  la  Biblioteca  Nacional  de  París. 

El  Comentario  a  las  Sentencias  cree  identificarlo  en  una  reportación  de  Alberto  de 
Metz,  a  la  que  le  falta  el  libro  III. 

J.  Koch  cree  que  la  atribución  del  quolibet  se  basa  en  un  supuesto  falso  y  reivindica 
la  paternidad  del  mismo  para  Pedro  de  Tarantasia  (véase  el  artículo  publicado  en  la 
misma  revista  el  año  1930,  vol.  XX,  págs.  464-468). 

Al  responder  a  la  crítica  de  Koch  (en  la  misma  revista  y  volumen,  págs.  469-474), 


-  iS i  — 


estampa  en  estofe  últimos  tiemipos  (73),  impide  un  estudio  extenso  de  su 
posición  doctrinal,  que  limitaremos  a  los  quolibet  y  al  documento  jus- 
tificativo. Por  ellos  vemos  a  Bernardo  en  posesión  de  una  técnica  es- 
colar perfecta:  planteada  una  cuestión  en  términos  breves  y  claros, 
se  alegan  una  o  dos  dificultades  en  contra  y  ailguna  razón  en  pro,  se 
exponen  seguidamente  los  varios  sentidos  posibles  de  la  pregunta  y  la 
respuesta  caibail  en  cada  uno  de  dichos  sentidos;  en  caso  de  discre- 
pancia, las  opiniones  contrarias  son  expuestas  y  criticadas  con  argu- 
mentos negativos,  a  veces  abundantes,  ceñidos  en  el  fondo  y  en  la 
forma.  Tan  sólo  la  opinión  que  place,  es  defendida  con  razones  posi- 
tivas en  perfecto  orden.  En  esencia,  este  método  coincide  con  el  usa- 
do por  Santo  Tomás.  Como  él,  acude  a  giros  de  expresión  que  mode- 
ran el  ardor  de  'la  disputa :  non  videtur  posxe  stare,  minus  conve- 
niens  ad  praesens,  etc.  (74). 

Los  maestros  en  quienes  Bernardo  de  Trilla  apoya  de  ordinario 
sus  contestaciones,  son :  San  Anselmo,  los  Victorinos,  Pedro  Lombar- 
do, el  Líber  de  Causis  y  las  Glosas  a  ellos.  En  los  desarrollos  doctri- 
nales cita,  además,  a :  Aristóteles  a  cada  paso,  San  Agustín,  San  Hi- 
lario, San  Gregorio  Niceno,  Orígenes,  el  Damasceno,  el  Pseudo-Dio- 
nisio,  Boecio,  Averroes,  Avicena,  Avicebron,  Algazel,  Isaac  y  Maimó- 
nides. 

Al  examinar  con  detenimiento  la  doctrina  sustentada  y  los  argu- 
mentos aducidos,  obtiónese  en  seguida  la  impresión  de  que  nos  encon- 
tramos ante  un  calco  fiel  de  las  doctrinas  de  Santo  Tomás  de  Aqui- 
no.  Bernardo  'sigue  su  parecer  en  todas  las  cuestiones  sin  excepción, 
con  convencimiento,  incluso  con  admiración  apasionada  y  con  ternu- 
ra de  discípulo,  repitiendo  los  mismos  conceptos,  usando  los  mismos 
términos  y  ¡guardando  iguall  tono  de  tranquilidad  y  de  modestia.  Algu- 
nos puntos,  que  Santo  Tomás  no  había  considerado  aparte,  los  es- 


Glorieux  ha  modificado  algunas  de  sus  afirmaciones.  Mantiene  a  favor  de  Bernardo  de 
Trilla  la  paternidad  del  quolibet;  pero  atribuye  la  redacción  de  la  memoria  justificativa, 
así  como  la  del  Comentario  a  las  Sentencias,  a  su  discípulo  Juan  de  París. 

(73)  Gloriéux  ha  publicado  el  índice  completo  de  los  dos  primeros  quolibet  y  del 
fragmento  indubitable  del  tercero  en  su  obra  La  littérature  quolibétique,  etc.,  págs.  101- 
104.  Estos  índices  han  sido  reproducidos  por  André  en  el  ya  mencionado  artículo,  en  el 
que,  además,  se  insertan  cinco  fragmentos  del  texto. 

El  escrito  de  justificación  lo  ha  publicado  también  Gloriéux  en  su  artículo  de  la 
"Revue  des  Sciencies  Philosophiques  et  Théologiques". 

De  las  Quaestiones  publicó  unos  fragmentos  B.  Hauréau  en  su  Histoire  de  la  Philoso- 
phie  scolastique,  vol.  II,  2,  París,  1880,  págs.  1 14-120.  André  ha  prometido  ocuparse  de 
ellas  en  un  nuevo  estudio. 

(74)  Seguimos,  en  todo  este  análisis,  la  exposición  de  André. 


-    182  — 


tudia  explícitamente  nuestro  autor;  a  buen  seguro,  las  controversias 
suscitadas  en  torno  a  ellos  le  obligarían  a  un  especial  tratamiento.  Así 
ocurre  con  la  cuestión  de  si  lia  esencia  y  lia  existencia  se  identifican 
en  'las  cosas  creadas,  que  Trilla  resuelve  con  criterio  personal!,  si  bien 
intercala  en  el  texto  unos  cuantos  pasajes  de  Santo  Tomás. 

He  aquí  otras  doctrinas,  principalmente  metafísicas  y  cosmológi- 
cas, desarrolladas  en  los  quolibet:  la  unicidad  de  la  forma  en  el  com- 
puesto humano,  la  imposibilidad  de  existencia  de  la  materia  primera 
sin  la  forma,  la  impenetrabilidad  de  los  cuerpos  y  la  inexistencia  del 
vacío,  la  incapacidad  radical  de  toda  criatura  para  la  acción  creadora, 
la  repugnancia  intrínseca  del  infinito  actual,  la  realidad  de  las  relacio- 
nes entre  las  cosas,  el  consurso  divino  en  la  causalidad  natural  de  los 
seres  y  la  consecución  de  lia  bienaventuranza  por  un  acto  del  entendi- 
miento que  la  voluntad  completa  y  termina  (75).  También  son  aborda- 
dos asuntos  de  mona'l,  que  expone  con  mucha  brevedad,  y  problemas 
psicológicos  relativos  aíl  conocimiento  en  cuya  resolución  reproduce  la 
doctrina  de  las  Cuestiones  disputadas.  En  éstas  trata  de  la  forma  de 
conocimiento  peculiar  a  los  espíritus  angélicos,  al  espíritu  humano  en 
estado  beatífico  y  al  alma  en  la  presente  condición  terrena.  Rechaza  la 
teoría  platónica  de  las  ideas  innatas  y  busca  el  origen  de  nuestros  co- 
nocimientos en  las  especies  o  formas  que  el  entendimiento  agente  ob- 
tiene de  las  cosas  por  un  esfuerzo  natural,  nada  extraordinario.  La 
ciencia  no  surge  del  fondo  de  nuestra  alma  por  una  simple  operación 
extractiva ;  antes  bien,  se  produce  por  asimilación  de  las  cosías  median- 
fe  una  acción  inteligente,  con  la  que  sobreviene  una  perfección  nueva 
al  alma  racional.  En  el  problema  de  los  universales  descarta  las  posi- 
ciones extremas  de  nominalistas  y  ontologistas  para  situarse  en  un  rea- 
lismo moderado  (76). 

25.  Sorprende,  ya  a  primera  vista,  la  identidad  de  doctrinas  en- 
tre Bernardo  de  Trilla  y  Santo  Tomás  de  Aquino.  "En  un  examen  algo 
"más  atento  ila  sorpresa  se  convierte  en  estupor  al  cooip robar  que  mu- 
renas de  las  cuestiones  quolibéticas  no  son  otra  cosa  que  Santo  To- 
"más  copiado  íntegramente,  hasta  voy  a  decir  brutalmente,  la  mayo- 


(75)  El  acto  del  entendimiento  constituye  el  estado  beatífico  origiruditer  et  substan- 
tialiter;  el  de  la  voluntad,  formaliter  et  completive. 

(76)  "...  Ideo  alii  mediam  viam  tenentes  posuerunt  omnes  formas  naturales  praeexis- 
tere  in  materia  in  potentia,  non  in  actu...  et  haec  est  positio  Philosophi  et  omnium  pe- 
ripateticorum..." 

Véase,  sobre  este  punto,  a  Prantl:  Geschichte  der  Logik  im  Abendlande,  vol.  III, 
Leipzig,  1866,  cap.  XIX,  pág.  196. 


-  i*3  - 


"ría  de  las  veces  casi  sin  arreglo  ni  adaptación.  No  sólo  en  todas  par- 
"tes  hallamos  presente  su  pensamiento  con  sus  autoridades,  sus  argu- 
mentos y  sus  comparaciones,  sino  aun  su  texto  apropiado  en  forma 
"de  grandes  recortes,  de  frases,  de  párrafos,  de  artículos  enteros"  (77). 
Algo  parecido  ocurre  en  las  Cuestiones  disputadas,  según  ha  comproba- 
do Pelster  (78).  No  es  extraño,  pues,  que  M.  de  WuM  haya  calificado 
a  Bernardo  de  Trilla  de  plagiario  (79). 

Las  obras  copiadas  de  Santo  Tomás  son,  sobre  todo,  la  Summa  theo- 
logica  y  los  Quolibeta  y,  en  menor  proporción,  la  Summa  contra  Gentes 
y  las  Cuestiones  disputadas.  Aunque  parezca  extraño,  Bernardo  no  uti- 
liza, por  lo  menos  en  sus  tres  quolibet,  ni  el  opúsculo  De  ente  et  essen- 
tia  ni  el  Coimentario  a  \las  Sentencias.  En  cambio,  en  las  16  tesis  de 
su  escrito  de  justificación —  de  las  que  tan  sólo  las  últimas  revisten 
-alcance  filosófico  por  referirse  a  los  siguientes  asuntos :  la  identidad 
material  dell  cuerpo  resucitado,  problemas  cosmológicos,  la  visión  beatí- 
fica, ilas  actividades  de  los  es'píritus  separados,  la  cantidad  y  sus  acci- 
dentes y  la  sanción  ultraterrena — ,  alega,  además  de  la  Summa  Theo- 
Jogica  y  de  un  quolibet,  el  Comentario  a  las  Sentencias. 

Basten  tales  indicaciones  para  establecer,  sin  sombra  de  duda,  la  filia- 
ción filosófica  de  Bernardo  de  Trilla.  Por  tomista  incondicional  le  tu- 
vieron ya  sus  contemporáneos,  así  sus  ¡hermanos  en  religión  y  en  doc- 
trina como  'los  adversarios  que  murmuraron  de  él  y  ile  atacaron  por  en- 
señar las  novedades  del  aristotelismo  incorporadas  por  Santo  Tomás 
a  la  teología;  con  esta  misma  fama  ha  pasado  su  nombre  a  la  posteri- 
dad. No  sin  motivo  le  caracteriza  Bernardo  Gui  como  "espléndidamente 
empapado  en  las  doctrinas  y  en  la  savia  de  Santo  Tomás"  (80). 

(77)  André,  artículo  citado,  pág.  244. 

(78)  F.  Pelster:  La  Quaestio  dispútala  de  S.  Thomas  "De  unione  Verbi  incarnati", 
en  "Archives  de  Philosophie",  III,  págs.  234  y  sgts. 

(79)  En  su  Histoire  de  la  Philosophie  Médievale,  vol.  II,  5.a  ed.,  París-Louvain, 
1926,  pág.  42. 

(80)  "...  dogmatibus  ac  nectare  fratris  Thomae  excellenter  imbutus...",  citado  por 
André,  ibid. 

Mayor  originalidad  que  las  doctrinas  teológico-filosóñcas  de  Bernardo  de  Trilla,  ofre- 
cen sus  ideas  astronómicas,  de  las  cuales  puede  verse  un  excelente  resumen  en  la  obra 
<de  Pierre  Duhem :  Le  systéme  du  monde,  vol.  III,  París,  1915,  págs.  363-383. 


V 


La  escuela  tomista  en  Cataluña  y  Aragón  a  fines  del  siglo  xm. 

26.  Creemos  oportuno  en  este  momento  poner  de  relieve  la  vigo- 
rosa contribución  aportada  por  los  dominicos  catalanes  y  aragoneses  al 
nacimiento  y  difusión  de  las  nuevas  corrientes  doctrinales  que  prevale- 
cieron en  su  Orden  desde  la  segunda  mitad  del  siglo  xiii  por  iniciativa 
de  San  Alberto  Magno  y  Santo  Tomás  de  Aquino.  Xo  fueron  tan  sólo 
los  hombres  eminentes  de  la  Orden,  maestros  y  lectores,  quienes  se 
adhirieron  a  las  doctrinas  teológicas  y  filosóficas  de  ambos  pensadores, 
sino  la  masa  de  los  religiosos  que  se  hallaban  dedicados  a  los  estudios 
y  a  la  enseñanza;  y  creció  la  boga  de  tales  doctrinas  hasta  el  extremo 
que  durante  la  última  década  del  siglo  xiii  y  la  primera  del  xiv  se 
configura  netamente  el  ,perfil  de  una  escuela  tomista  en  Aragón  y  Ca- 
taluña. 

No  conocemos  la  orientación  ideológica  del  más  antiguo  lector  de 
la  Orden,  Miguel  de  Fabra,  si  bien  cabe  suponer  que  prestaría  tributo 
a  las  corrientes  agustinianas  a  la  sazón  dominantes.  Pero,  bajo  la  influen- 
cia de  San  Ramón  de  Peñafort,  las  comunidades  catalanas  se  asimilan 
muy  pronto  las  nuevas  corrientes  de  la  época.  Estudiantes  barceloneses 
siguen  los  cursos  de  Alberto  Magno  en  Colonia  y  en  París.  En  1255  es 
utilizado  en  Barcelona  un  códice  que  contiene  la  totalidad  de  los  escri- 
tos divulgados  hasta  entonces  por  Alberto  Magno,  y  en  1264  es  cono- 
cido un  nuevo  escrito  suyo  que  se  intitula:  Summa  de  anima  (81).  En 
vida  de  Santo  Tomás  sus  obran  andan  en  manos  de  los  dominicos  bar- 
celoneses, especialmente  el  Comentario  a  las  Sentencias  y  las  Cuestio- 
nes disputadas ;  y  no  tardan  en  ser  conocidos  el  De  veritate  y  la  Summa 
Theologica  (82).  En  1259  los  grandes  prestigios  de  la  Orden,  entre 
ellos  Alberto  Magno  y  Tomás  de  Aquino,  acuden  al  capítulo  general 
de  Valenciennes  para  elaborar  la  Regla  de  los  Estudios;  allí  se  acuerda 
promover  la  obra  de  las  misiones  en  España,  y  con  este  motivo  Santa 

(81)  H.  Denifle:  Assignationes  librorum  qui  pertinent  ad  conventum  S.  Catherinae 
Barchinonensem,  en  el  ya  citado  "Archiv",  II,  págs.  241-248,  documentos  núms.  19  y  20. 

(82)  Ibid.,  números  15,  51,  69,  72  y  75. 


-  i85  - 


Tomás  de  Aquino,  a  instigación  de  San  Ramón  de  Peñafort,  escribe 
para  sus  hermanos  españoles  la  Summa  contra  Gentes. 

La  asimilación  doctrinal  no  tarda  en  manifestarse.  Ramón  Martí, 
al  contacto  de  su  maestro  Alberto  y  de  su  condiscípulo  Tomás,  evolu- 
ciona desde  el  agustinismo  que  inspira  su  opúsculo  de  juventud  hasta 
el  peripatetismo  de  su  obra  última  y  definitiva.  El  Pugio  fidei  es  un 
calco  servil  de  la  Summa  contra  Gentes  y,  en  pequeña  parte,  tajmbién 
de  la  Summa  theologica.  A  los  dos  años  de  muerto  Santo  Tomás,  Fe- 
rrer  reproduce  y  defiende  sus  doctrinas  desde  la  cátedra  de  París,  a  la 
sazón  en  que  en  la  Universidad  crece  la  efervescencia  contra  el  peripate- 
tismo y  el  obispo  Tempier  prepara  su  famosa  condenación  de  219  tesis, 
algunas  de  ellas  sacadas  de  la  enseñanza  tomista.  Es  verosímil  que  el 
anatema  episcopal  del  año  1277  fuese  simultáneo  al  magisterio  de 
Ferrar. 

27.  El  movimiento  de  reacción  a  favor  de  las  doctrinas  tomistas 
surge  inmediatamente  en  el  seno  de  la  Orden.  Al  año  siguiente,  el  ca- 
pítulo general  reunido  en  Milán  se  siente  afectado  por  el  gesto  de 
Tetopier,  que  había  repercutido  en  Oxford  por  obra  de  Kildwarby ;  y 
delega  especialmente  a  dos  religiosos  para  que  sin  demora  se  trasladen 
a  Inglaterra  y  reduzcan  al  silencio  a  los  hermanos  que,  desorientados 
por  la  actitud  del  arzobispo,  se  entretenían  en  infamar  la  memoria  de 
Tomás  de  Aquino.  ¿Quienes  fueron  esos  delegados?  Dos  provenzales : 
el  uno,  Ramón  de  Mevouillon,  amigo  y  probable  discípulo  de  Ramín 
Martí;  el  otro  era  Juan  Vigouroux,  que  mantenía  íntimas  relaciones 
con  nuestros  dominicos  y  a  quien  veremos  defender  el  tomismo  contra 
Arnaldo  de  Vilanova.  Cumplida  con  éxito  la  misión  especial  que  los 
llevó  a  Inglaterra,  fué  dada  cuenta  de  su  gestión  en  el  capítulo  general 
reunido  en  París  en  1279,  en  el  cual  se  ordenó  que  en  adelante  ningún 
dominico  se  peiimities'e  censurar  las  opinionds  de  Santo  Tomás,  aun 
cuando  discrepase  de  ellas. 

Los  esfuerzos  de  los  dominicos  meridionales  por  reivindicar  la  me- 
moria de  su  gran  maestro  ya  fallecido,  habían  dado  lugar  a  que  se  for- 
mara gradualmente  una  sequela  de  Tomás  de  Aquino.  Las  copias  de 
sus  manuscritos  se  multiplicaban  sin  cesar;  se  formaban  extractos  y 
antologías  y  se  componían  tablas  o  índices  para  facilitar  el  estudio 
y  consulta  de  sus  obras,  cuyo  conocimiento  pronto  se  divulgó  fuera 
de  la  Orden.  En  manos  de  Arnaldo  de  Vilanova  anduvo  un  ejemplar 
3e  estos  índices.  Sobre  todo,  los  lectores  conventuales  se  complacían  en 
reproducir  las  doctrinas  tomistas,  generalmente  al  pie  de  la  letra.  El 
magisterio  de  Bernardo  de  Trilla  es  un  caso  típico  ;  en  sus  lecciones  de 


—  1 86  — 


París  (y  no  olvidemos  que  durante  los  diez  años  anteriores  explicó  la 
teología  en  los  conventos  más  importantes  del  mediodía  de  Francia) 
replantea  las  mismas  cuestiones  de  Santo  Tomás,  las  resuelve  en  iguales 
términos,  copia  sus  textos  y  desenvuelve  algunas  ideas  que  en  Santo 
Tomás  aparecen  esbozadas  nada  más ;  la  insistencia  en  repetir  doctrinas 
que  sonaban  todavía  en  ciertos  oídos  a  novedades  peligrosas,  le  acarrea 
una  denuncia  de  la  cual  se  sincera  en  un  documento  aclaratorio,  pero 
a  la  vez  de  plena  ratificación  en  las  doctrinas  tomistas.  El  capítulo 
general  del  año  1286  en  París,  al  que  asistiría  con  seguridad  Bernardo 
de  Trilla,  recuerda  los  preceptos  del  de  1279  relativos  a  las  opiniones 
de  Santo  Tomás. 

28.  Las  doctrinas  tomistas  alcanzan  su  máxima  difusión  en  Cata- 
luña y  en  el  mediodía  de  Francia  en  los  últimos  años  del  siglo  xiit  y 
en  los  primeros  del  xiv.  Cuando  Arnaldo  de  Vilanova  roza  con  sus  in- 
vectivas las  doctrinas  a  la  sazón  corrientes  en  la  Orden,  tiene  lugar  un 
levantamiento  general.  Los  dominicos  le  atacan  en  todas  partes ;  predi- 
can, escriben  y  enseñan  contra  él  y  se  enzarzan  con  él  en  largas  dispu- 
tas. Las  refutaciones  de  sus  doctrinas  son  leídas  con  fruición  en  las 
escuelas  conventuales ;  de  hecho,  es  la  Orden  entera  que  se  le  pone  en  - 
frente. Arnaldo  se  da  cuenta  y  ataca  igualmente  en  bloque  al  "ejercito 
bicolor"  (83),  cuyos  "novicios"  son  apellidados  "tomatistas" ;  tomatistas 
son,  para  Arnaldo,  los  seguidores  de  las  opiniones  de  Santo  Tomás  (84), 
que  él  ve  ya  formados  en  legión  y  a  los  que  ataca  colectivamente.  V  la 
muerte  de  Arnaldo,  la  Orden  reacciona  en  masa ;  y  por  medio  de  sus 
órganos  más  representativos  obtiene  la  sentencia  de  Tarragona  conde- 
natoria de  sus  escritos  teológicos. 

Ese  estado  colectivo  de  espíritu  existente  entre  los  dominicos  meri- 
dionales a  favor  de  las  nuevas  corrientes  introducidas  por  Santo  Tomás 
de  Aquino  cristaliza  a  la  postre  en  un  acuerdo  de  imposición  oficial  de 
sus  doctrinas.  Al  terminar  el  siglo  xm,  el  extraordinario  crecimiento 
de  la  Orden  había  requerido  la  reorganización  territorial  y  administra- 
tiva ;  a  principios  del  siglo  xiv,  se  constituyó  con  carácter  independiente 
la  Provincia  de  Aragón.  Al  poco  tiempo  de  constituida,  el  General  con- 
vocó a  capítulo  en  Zaragoza  para  el  año  1309,  y  allí  se  tomó  el  acuerdo 
de  "que  los  lectores  y  sublectores  lean  y  determinen  según  la  doctrina 


(83)  La  Orden  es  llamada  bicolor  por  el  doble  color  del  hábito  que  acababa  de 
adoptar. 

(84)  En  la  Apología  de  versutiis  se  refiere  a  la  Orden  de  Predicadores,  "cuius  tiro- 
nes vocatis  Thomatistas".  Y  añade,  dirigiéndose  al  canónigo  Jaime  Blanch :  "Vos  autem 
estimo  Thomatistas  vocare  quoscumque  sectantes  opinionem  Thome." 


-  i87  - 


"y  obras  del  venerable  doctor  fray  Thamas  de  Aquino,  y  en  ella  infor- 
"men  a  sus  discípulos,  y  que  tengan  obligación  de  estudiar  con  diligen- 
"cia  en  ella  los  estudiantes";  y  amonesta  con  castigos  a  quienes  hicieren 
lo  contrario  (85).  A  un  idéntico  estado  de  espíritu  responde  otro  acuer- 
do del  misino  capítulo  por  el  que  excepcionalmente  se  autoriza  a  los 
religiosos  enviados  al  Estudio  general  para  vender  sus  libros  en  caso 
de  sufrir  necesidad,  pero  de  la  autorización  se  exceptúan  dos  libros  in- 
vendibles: la  Biblia  y  las  obras  de  Tomás  de  Aquino  (86). 

El  tomismo,  como  sistema  doctrinal  teológico-filosófico,  obtenía  así 
su  primera  consagración  oficial. 

(.85)  "Volumus  et  districte  iniungimus  lectoribus  et  sublectoribus  universis,  quod 
legant  et  determinent  secundum  doctrinara  et  opera  venerabilis  doctoris  fratris  Thomae 
de  Aquino,  et  in  eadem  scolares  suos  informent,  et  studentes  in  ea  cum  diligentia  tu- 
dere  teneantur." 

El  texto  del  acuerdo  consta  en  las  Actas,  t.  II,  pág.  38,  según  cita  que  tomo  del 
"Dictionnaire  de  Théologie  catholique",  VI,  pág.  888.  La  traducción  castellana  está  to- 
mada de  la  obra  de  Diago,  que  hemos  citado  en  la  nota  1,  pág.  40. 

(86)    Diago,  ibidem. 


SECCION  II:   LAS  DOCTRINAS  FILOSOFICAS  EN  LOS 
TEOLOGOS  FRANCISCANOS 

VI 

Gonzalo  de  Valboa 

Gonzalo  de  Valboa.  un  maestro  español  de  Duns  Scot. — Su  patria. — Su  actuación 
en  la  Orden;  el  Generalato. — La  disputa  con  los  "espirituales*1  en  Aviñón. — 
El  magisterio  en  París. — Relaciones  personales  con  Juan  Duns  Scot. — Escritos 
de  Gonzalo. — Sus  doctrinas  y  posición  filosófica. — La  disputa  con  Eckehart. 

29.  La  Orden  franciscana  se  mantiene  en  un  principio  alejada  de 
los  estudios.  En  su  ideal  de  restablecer  el  espíritu  evangélico  que  infor- 
mó la  predicación  de  Jesús  y  los  apóstoles,  San  Francisco  y  sus  com- 
pañeros restauran  la  simplicidad  del  vivir  cristiano,  ajeno  a  toda  clase 
de  superfluidades.  Ai  profano  saber,  e  incluso  a  la  teología,  los  conside- 
ran como  lujo  y  ocupación  mundanos  a  los  que  el  buen  religioso  ha  de 
renunciar.  Se  comprende  la  emoción  profunda  con  que  los  humildes 
franciscanos  de  aquella  primera  generación  recibirían  en  1231  la  noticia 
de  haber  solicitado  el  ingreso  en  la  Orden  el  máximo  prestigio  de  la 
Universidad  parisina.  Con  Alejandro  de  Hales  se  inicia  entre  los  mi- 
noritas  una  corriente  favorable  a  los  estudios  que  había  de  seducir  a  los 
espíritus  más  cultos  y  en  el  mismo  siglo  xiii  había  de  .provocar  el  flore- 
cimiento de  una  auténtica  escuela  franciscana  con  personalidades  tan 
eminentes  como  San  Buenaventura,  el  obispo  Grosseteste  y  Juan  Duns 
Scot;  por  más  que  en  la  Orden  perduró,  frente  a  esta  corriente,  el 
recelo  y,  en  ocasiones,  la  protesta  de  los  sectores  más  rígidos  que  aspi- 
raban a  guardar  incólume  la  sencillez  primitiva  del  Fundador  de  Asís. 

30.  A  esa  escuela  teológica  más  antigua  del  franciscanismo  perte- 
nece un  español  ilustre,  si  bien  harto  olvidado,  que  entre  sus  muchos 
méritos  cuenta  el  de  haber  enseñado  y  protegido  en  sus  estudios  a  Juan 
Duns  Scot.  Su  nombre  es  Gonzalo  de  Valboa,  nacido  de  noble  linaje 


—  189  — 


en  la  ¡provincia  de  Santiago  de  Compostela  (87).  Las  crónicas  no  hablan 
de  ól  hasta  que  ocupa  cargos  importantes  en  la  Orden.  En  1290  le  pre- 
sentan al  frente  de  lia  provincia  de  Santiago.  Catorce  años  después,  a 
la  sazón  en  que  ejercía  de  provincial  en  Castilla,  asistió  al  capítulo  de 
Asís  y  fué  elegido  General  de  la  Orden  en  sustitución  de  Fr.  Juan 
Minio,  que  acababa  de  ser  promovido  al  cardenalato  (88).  En  la  interna 
disidencia  que  desde  tiempo  venía  minando  la  Orden,  Gonzalo  continuó 
la  política  de  su  inmediato  antecesor  contraria  al  partido  rigorista.  Las 
primeras  medidas  de  Gonzalo  provocaron  en  seguida  el  descontento  de 
esta  fracción  a  cuyo  frente,  muerto  ya  Olivi,  se  pusieron  Ubertino  de 
Cásale  y  Angel  Clareno.  La  desobediencia  llegó  a  tales  extremos  que 
eil  General  se  vió  obligado  a  requerir  la  intervención  de  Carlos  II  de 
Anjou,  rey  de  Ñapóles,  en  castigo  de  los  rebeldes.  Sin  embargo,  el  mo- 
vimiento de  los  espirituales  iba  en  aumento,  sobre  todo  en  el  mediodía 
de  Francia ;  los  de  Provenza,  por  el  intermedio  de  su  amigo  y  protector 
Arnaldo  de  Vrlanova,  lograron  que  el  rey  de  Nápoles  escribiera  al  Ge^ 
neral  intercediendo  por  los  perseguidos  y  aun  amenazando  con  hablar 
directamente  al  Papa  de  la  reforma  de  la  Orden.  Se  ignora  la  respuesta 
que  diera  Gonzalo  a  esta  carta,  fechada  en  5  de  mayo  de  1309;  pero  es 
lo  cierto  que,  coincidiendo  con  la  real  iniciativa,  crecieron  las  dificulta- 
des de  su  gobierno.  Se  vio  envuelto  por  el  Papa  en  una  velada  censura 
de  tolerancia  por  los  abusos  en  .materia  de  adquisición  de  bienes.  De 
súbito,  en  octubre  del  imismo  año  1309,  Clemente  V  convocó  en  Grous- 
seau,  cerca  de  Malencéne  en  el  condado  de  Aviñón,  una  asamblea  al 
objeto  de  solventar  las  disidencias  internas  de  la  Orden;  empezó  en- 
tonces una  escandalosa  disputa,  que  se  había  de  prolongar  durante  dos 
años,  entre  los  espirituales,  capitaneados  por  Ubertino  de  Casaíe,  y  la 
fracción  (moderada  representada  por  el  propio  Gonzalo,  quien  hubo  de 


(87)  Nos  referimos,  claro  está,  a  la  provincia  religiosa.  La  nobleza  de  su  estirpe  es 
atestiguada  por  su  compatriota  Alvaro  Pelayo  en  el  De  planctu  Ecclesiae,  art.  67.  Los 
documentos  le  apellidan  Gonsalvus  de  Valle  bona,  que  puede  traducirse  indistintamente 
por  Balboa,  Valboa,  Valbona  o  Valbuena.  En  Galicia  existen,  efectivamente,  muchos 
lugares  denominados  así,  sobre  todo  en  la  parte  de  Pontevedra  y  en  los  obispados  de 
Lugo  y  Mondoñedo  (véase  el  Diccionario  geográfico-estadístico-histórioo  de  España,  por 
Pascual  Madoz) ;  también  los  hay  en  Portugal  y  en  Castilla,  y  tal  vez  por  esta  cir- 
cunstancia los  portugueses  lo  reclaman  como  connacional,  mientras  otros  autores  le  hacen 
leonés.  Sin  embargo,  en  antiguos  manuscritos  se  le  designa  como  gallicus,  a  buen  seguro 
por  corrupción  de  gallecus;  asimismo,  la  Crónica  de  los  24  Generales  de  la  Orden  francis- 
cana hace  constar  taxativamente  su  condición  de  "gallego". 

(■88)  P.  Jesús  Formoso:  Gonzalo  de  Balboa,  maestro  y  protector  de  Escoto.  "El 
Eco  Franciscano",  Santiago  de  Compostela,  número  de  15  de  noviembre  de  1928,  pá- 
ginas 526-528. 


—  190  — 


solicitar  el  apoyo  de  Fr.  Alejandro  de  Alejandría,  Fr.  Gil,  Fr.  Martín 
y  otros.  Las  incidencias  de  esta  disputa  pertenecen,  más  bien,  a  la  his- 
toria religiosa  (89). 

Entre  tanto,  no  descuidaba  Gonzalo  los  demás  asuntos  de  gobierno. 
Cada  tres  años  convocó  a  capítulo  general:  para  1307  en  Toulouse,  don- 
de confirmó  la  censura  ipronunciada  por  el  capítulo  de  1302  contra  Juan 
Minio  por  abusos  en  las  rentas;  y  para  1310  en  Padua  donde,  bajo  la 
presión  de  las  circunstancias,  emprendió  una  campaña  para  acabar  con 
las  corruptelas  introducidas  en  Ja  Orden  en  materia  de  adquisición  de 
bienes.  Cumpliendo  la  voluntad  del  capítulo  general  de  1307,  se  trasla- 
dó a  Poitiers  para  intervenir  en  las  diferencias  surgidas  entre  el  Papa 
y  Felipe  el  Hermoso  en  el  asunto  de  los  Templarios,  ya  entonces  en 
gestación  (90).  Otro  asunto,  al  que  aplicó  su  actividad  por  estar  asimis- 
mo relacionado  con  las  disidencias  interiores  de  la  Orden,  fué  la  orga- 
nización de  las  -comunidades  religiosas  de  mujeres;  de  la  atención  solí- 
cita con  que  seguía  su  desarrollo  dan  fe  dos  cartas  suyas,  fechadas  res- 
pectivamente en  Gerona  a  3  de  enero  de  1308  y  en  Pamplona  a  n  de 
febrero  de  1309  (91).  También  bajo  su  gobierno  alcanzaron  un  floreci- 
miento extraordinario  las  misiones  franciscanas  a  pueblos  muy  diversos: 
sarracenos,  paganos,  griegos,  búlgaros,  cumanos,  íberos,  alanos,  gázaros, 
godos,  sicos,  moclitas  y  otras  naciones  del  Oriente  y  de  Aquilón,  como 
después  de  su  muerte  hizo  constar  en  elogio  suyo  Clemente  V. 

Tras  un  generalato  largo  de  nueve  años,  abatido  por  los  disgustos  y 
la  fatiga  del  cargo,  murió  Gonzalo  en  París  en  13  de  abril  de  13 13.  Sus 
restos  recibieron  sepultura  en  el  convento  franciscano  de  dicha  ciudad. 

31.  Hemos  omitido  adrede  hablar  de  la  carrera  escolar  de  Gonzalo, 
de  la  que  hasta  el  presente  tan  sólo  poseemos  noticias  muy  fragmen- 
tarias. Su  condición  de  magister  viene  atestiguada  en  las  actas  de  la  elec- 
ción de  Asís,  en  los  manuscritos  de  sus  obras  y  en  las  alegaciones  de  los 
adversarios  (92).  Pero  ignoramos  en  qué  años  debió  tener  lugar  esta  en- 

(89)  P.  José  M.a  Pou :  Fr.  Gonzalo  de  Balboa,  primer  General  español  de  la  Orden. 
"Revista  de  Estudios  Franciscanos"   Sarriá  (Barcelona),  vol.  VII,  191 1,  págs.  1 71-180 

y  332-342. 

Í90)  P.  André  Callebaut :  Duns  Scot,  sa  maitrise,  son  départ.  "Archivum  Francisca- 
num  Historicum'',  XXI,  1928,  págs.  206-239. 

(91)  Las  ha  publicado  el  P.  Ambrosio  de  Saldes,  O.  M.  Cap.,  en  "Estudis  Francis- 
cans",  1926,  2.0  semestre,  págs.  278  y  286. 

(92)  Ubertino  de  Cásale,  en  una  defensa  ante  el  Papa  en  1312,  se  expresa  así: 
"Frater  etiam  Gonsalvus  Generalis,  cum  legeret  sententias  Parisius  in  scholis  fratrum 
Minorum,  illam  opinionem...  tenuit...,  ut  dicunt,  qui  presentes  erant  in  scholis,  dum 
leeeret..."  (citado  por  el  P.  André  Callebaut :  Le  Beat  Jean  Duns  Scot  étudiant  á  París 
ven  12Q3-1206.  "Archivum  Franciscanum  Histcricum",  vol.  XVII,  1924,  pá<rs.  1-12). 


—  i9i 


señanza.  Callebaut  ha  conjeturado  ipor  indicios  que  las  lecciones  de  Gon- 
zalo de  Valboa  en  París  debieron  ser  profesadas  en  la  última  década 
del  siglo  xiii  con  posterioridad  al  magisterio  de  Juan  Minio  (1289-1290) 
y  antes  de  ocurrir  la  muerte  de  Olivi  en  1298.  La  conjetura  está  hoy 
avalada  documentalmente,  pero  a  la  vez  rectificada  en  cuanto  a  la  fecha, 
desde  la  publicación  de  la  lista  de  los  franciscanos  que  se  hallaban  en 
París  en  24  de  junio  de  1303 ;  en  ella  figuran  "fr.  Gundissalvus  magister" 
y,  un  poco  más  abajo,  "fr.  J omines  Scotus",  que  seguía  entonces  sus 
cursos  de  bachiller  sentenciario  (93). 

La  fijación  de  esta  fecha  aclara  la  relación  histórica  de  Gonzalo  de 
Valboa  con  dos  grandes  mentalidades  de  su  época :  Eckehart  y  Duns 
Scot.  Por  los  mismos  años  de  1302  y  1303  ocupaba  en  París  la  cátedra 
de  teología  reservada  a  los  dominicos  extranjeros  el  místico  alemán 
Eckehart.  La  simultaneidad  de  su  enseñanza  con  la  de  Gonzalo  dió  pie 
a  una  interesante  controversia  entre  ambos,  de  la  que  nos  ha  quedado 
testimonio  fehaciente  (94). 

El  magisterio  de  Gonzalo  sobre  Duns  Scot  aparece  atestiguado^  en 
una  carta,  conocida  desde  hace  tietmpo,  por  la  que,  a  título  de  General, 
ordena  al  guardián  del  convento  de  París  que  presente,  para  la  licen- 
ciatura de  teología,  a  Juan  Scot,  "de  cuya  vida  digna  de  alabanza,  exce- 
lente saber,  sutilísimo  ingenio,  así  como  de  sus  demás  cualidades,  estoy 
plenamente  informado,  en  parte  por  haberlo  experimentado  largamente 
y  en  parte  por  su  fama  que  ha  corrido  ¡por  doquier"  (95).  Ese  conoci- 
miento personal  que  Gonzalo  alega  poseer  de  Duns  Scot,  es  una  alu- 
sión harto  transparente  a  los  años  de  convivencia  en  París,  durante  los 
que  el  maestro  se  percató  de  sus  sobresalientes  dotes,  en  especial  de  la 

(93)  La  lista  ha  sido  descubierta  y  publicada  por  el  P.  Ephrem  Longpré;  véase  su 
artículo:  Gonzalve  de  Balboa  et  le  B.  Duns  Scot  en  "Etudes  franciscaines",  1924,  pá- 
ginas 640-646,  en  apéndice  al  cual  publicó  el  texto  de  una  cuestión  de  Gonzalo  acerca 
de  la  primacía  de  la  voluntad  sobre  el  entendimiento  (ibidem,  1925,  págs.  170-182). 

(94)  En  los  manuscritos  1.071  de  la  Biblioteca  municipal  de  Aviñón  y  1.086  de  la 
Vaticana,  a  base  de  los  cuales  Grabmann  y  Longpré  han  publicado  recientemente  varios 
textos  de  Eckehart  y  la  cuestión  de  Gonzalo  en  contra  de  Eckehart.  Véase  Longpré: 
Questions  inédites  de  maitre  Eckehart,  O.  P.,  et  de  Gonzalve  de  Balboa,  O.  F.  M.,  en 
"Revue  Néoscolastique  de  Philosophie",  vol.  XXIX,  1927,  págs.  69-85;  y  Grabmann- 
Neuaujgefundene  Pariser  Quaestionen  Meúster  Eckharts  und  ihre  Stellung  in  seinem  gei- 
stigen  Entwicklungsgange,  en  "Abhandlungen  der  bayerischen  Akademie  der  Wissen- 
schaften",  XXXII,  7;  München,  1927. 

(95)  La  carta  está  fechada  en  Ancona  a  10  de  noviembre  de  1304,  pocos  meses 
después  de  haber  ascendido  Gonzalo  al  Generalato  de  la  Orden.  Fué  publicada  por 
Wadding:  Anuales  Ordinis  Minorum  ad  an.  1304,  n.°  32,  vol.  VI,  Roma,  1733,  pág.  51; 
y  reproducida  por  Denifle-Chatelain :  Chartularium  Universitatis  Parisiensis,  t.  II,  París, 
1891,  pág.  117. 


—  192  — 


sutileza  (96)  de  su  ingenio;  y  así,  ai  ordenar  como  General  la  primera 
propuesta  para  los  grados  académicos,  no  dudó  en  presentar  a  su  emi- 
nente discípulo.  Callebaut  sospecha  que  la  "larga  experiencia"  de  Gon- 
,zalo  debió  ser  adquirida  en  varios  años  de  magisterio  y  sitúa  hipoté- 
ticamente el  primer  encuentro  con  Duns  Scot  en  París  al  comenzar  la 
última  década  del  siglo  xm;  es  probable,  sin  embargo,  que  esta  fecha 
deba  ser  retrasada  en  unos  años. 

Gonzalo  de  Valboa  y  Duns  Scot  permanecieron  juntos  en  París 
hasta  finalizar  el  primer  semestre  de  1303,  en  el  que  un  edicto  real 
les  obligó  a  traspasar  las  fronteras.  En  las  querellas  entre  Felipe  el  Her- 
moso y  Bonifacio  VIII,  ambos  se  mostraron  inflexibles  partidarios  del 
Papa;  su  negativa  a  estampar  la  firma  en  el  documento  de  protesta  que 
en  junio  de  dicho  año  el  rey  exigió  a  toda  la  Universidad,  atrajo  sobre 
sí  el  castigo  de  expulsión  con  que  fueron  penados  los  extranjeros.  Scot 
regresó  a  París  a  los  pocos  meses;  no  así  Gonzalo,  que  se  había  mar- 
chado a  España  y  a  quien  la  Orden  reclamó  en  seguida  para  los  altos 
cargos. 

El  recuerdo  de  aquel  lamentable  episodio  quedaría  muy  vivo  en  la 
mente  de  Gonzalo,  por  cuanto  en  los  años  siguientes  avizora  con  inquie- 
tud el  horizonte  político  de  París.  En  1307  presagia  otra  amenaza  que 
se  cierne  sobre  su  discípulo  predilecto;  y,  antes  de  que  estalle  la  conjura 
tramada  contra  Duns  Scot,  de  un  golpe  certero  el  General  le  pone  en 
salvo  con  un  traslado  súbito  a  Colonia;  la  orden  de  marcha  fué  tan  ful- 
minante que.  al  decir  de  los  cronistas,  el  interesado  no  pudo  ni  siquiera 
recoger  los  objetos  de  su  uso  personal. 

32.  El  paso  de  Gonzalo  por  el  Generalato  coincide  con  un  incre- 
mento en  la  cultura  literaria  de  la  Orden.  Su  gobierno  motiva  tres  do- 
cumentos de  gran  interés  para  la  ihistoria  de  la  misma:  la  carta  sobre 
los  protectores  de  la  Orden,  que  escribió  Fr.  Felipe  de  Perusa;  el  Cro- 
nicón de  la  sucesión  de  los  Generales  que  su  autor,  Fr.  Pelegrín  de  Bo- 
lonia, dedicó  al  propio  Gonzalo ;  y  el  catálogo  que,  de  su  nombre,  se  ha 
llamado  "gonzalvino". 

Él  mismo  fué  notable  polemista,  exégeta  y  teólogo ;  y,  aunque  una 
parte  de  sus  escritos  sin  duda  se  ha  perdido,  todavía  conservamos,  ade- 
más de  unas  cuantas  cartas,  varios  tratados  suyos.  En  Salamanca  se  pu- 
blicó el  año  1506,  y  ha  visto  la  luz  otras  veces,  un  Memorial e  de  Gon- 

(96)  El  P.  Formoso,  en  su  ya  citado  artículo,  apunta  la  idea  de  que  el  calificativo 
laudatorio  usado  por  el  General  en  la  carta  de  presentación  de  Duns  Scot  haya  originado 
el  título  honorífico  de  Doctor  Sutil  con  que  se  le  suele  distinsuir  entre  los  teólogos  es- 
colásticos. 


—  193  — 


ízalo  sobre  los  preceptos,  consejos,  admoniciones  y  libertades  en  la  ob- 
servancia de  la  Regla  de  su  Orden,  (que  empieza  así :  "Regula  riostra, 
fratres  charissimi,  non  videatur  vobis  confusa..."  Al  mismo  género  per- 
tenecen tres  obritas  expositivas,  en  dos  de  las  cuales  explica  la  razón 
formal  del  voto  de  los  franciscanos  y  en  la  tercera  se  especifica  qué 
cosas  están  mandadas  en  la  Regla  a  título  preceptivo  (97).  Añádanse 
los  escritos  polémicos  que  compuso  en  ocasión  de  la  disputa  de  Aviñón, 
conservados  en  un  códice  de  la  Biblioteca  Vaticana  (98) ;  de  la  pluma 
de  Gonzalo  salieron  'las  respuestas  a  los  artículos  de  Raimundo  Gaufre- 
do  y  Guido  de  Mirapeau,  así  como  el  memorial  de  contestación  a  liber- 
tino de  Cásale  que  empieza  con  las  palabras:  "Religiosi  viri...".  Su  Co- 
mentario a  las  Sentencias  yace  ignorado,  o  tal  vez  perdido ;  y  el  único 
resto  que  nos  queda  de  su  enseñanza  teológica,  son  una  serie  de  Cues- 
tiones disputadas  de  un  relevante  interés  ¡(99).  Por  fin,  los  hallazgos  re- 
cientes de  manuscritos  han  permitido  identificar,  entre  las  obras  atri- 
buidas a  Duns  Scot,  una  que  es  original  de  Valboa;  me  refiero  a  las 
Co?ícIusion\es  utilissimae  <ex  XII  libris  Metaphysicorum  Aristotelis,  cuya 
verdadera  paternidad  se  había  ignorado  hasta  ahora  (100). 

33.  En  esta  obra,  que  es  un  (producto  escolar  típico,  el  autor  se 
limita  a  entresacar  del  texto  de  Aristóteles  las  conclusiones  que  allí 
asertóricamente  se  establecen,  en  su  enunciado  literal.  Se  elude,  pues, 
la  glosa  textual  y  el  comentario  o  disputa  de  las  dificultades  que  la  lec- 
tura del  texto  suscita.  El  extracto  es  enteramente  objetivo,  sin  añadi- 
dura de  propia  sustancia  por  parte  del  autor,  a  quien  serviría  induda- 
blemente de  instrumento  de  trabajo,  ya  fuese  como  un  ejercicio  esco- 
lar o  para  preparación  de  las  lecciones  de  clase.  Los  trozos  en  que  Aris- 
tóteles expone  opiniones  ajenas  o  se  enzarza  en  disquisiciones  con  los 
adversarios  sin  llegar  a  soluciones  definitivas,  son  eliminados ;  así  ocu- 


(97)  Comienzan  así,  respectivamente:  "Et  quicumque  hanc  regulam...",  "Beatus  qui 
intelligit...",  "Ut  fratres  .melius..."  (véase  el  artículo  antes  citado  del  P.  Pou). 

(08)  Es  el  códice  3740,  en  el  que  están  coleccionados  los  varios  escritos  compuestos 
•en  ocasión  de  la  disputa. 

(99)  En  los  manuscritos  de  Aviñón  y  de  la  Vaticana  citados  en  la  nota  94. 

(100)  Su  texto  está  publicado  en  las  Opera  otnnia  de  Duns  Scot,  en  el  vol.  VI  y 
págs.  601-667,  edición  de  Luis  Vives  en  París,  1892. 

La  falsedad  de  la  atribución  a  Duns  Scot  fué  revelada  por  el  siguiente  explicit  de  un 
manuscrito  que  el  P.  Fidel  de  Fanna  halló  en  el  Seminario  patriarcal  de  Venecia:  "Ex- 
pliciunt  collationes  metaphysicae  secundum  magistrum  Gonsalvum,  tune  Parisiensem 
lectorem  ac  demum  Ordinis  'Minorum  generalem." 

Mgr.  Pelzer  confirmó  la  atribución  a  Gonzalo  de  Valboa  merced  al  hallazgo  de  otro 
manuscrito  de  la  misma  obra  en  la  Biblioteca  Vaticana,  en  cuyo  explicit  se  contienen 
datos  idénticos  y  todavía  se  añade  este  otro:  "de  provincia  Scti.  Jacobi  oriundo". 


«1 


—  194  — 


rre  con  los  libros  tercero  y  quinto.  Pese  a  su  objetividad,  el  extracto  se 
hace  más  denso,  sin  embargo,  a  partir  del  libro  séptimo,  en  que  se  entra 
a  hablar  de  la  sustancia,  de  la  materia  y  de  la  forma,  del  acto  y  de  la 
potencia,  del  ser  y  de  sus  divisiones;  y  resulta  enormemente  amplifica- 
do en  los  dos  últimos  libros  que  versan  sobre  las  sustancias  espirituales 
separadas.  Este  extracto  documental  de  la  doctrina  metafísica  de  Aris- 
tóteles constituye  una  prueba  fehaciente  de  la  probidad  con  que  proce- 
dían en  el  trabajo  científico  los  teólogos  del  siglo  xiii. 

Por  una  referencia  de  Juan  de  Pouilly  en  la  cuestión  8.a  de  su  quo- 
libet  IV  conocemos  la  doctrina  de  Gonzalo  de  Valboa  acerca  del  sujeto 
de  'las  virtudes  morales.  Godofredo  de  Fontaines,  en  su  quolibet  XIV, 
había  defendido  la  tesis  de  que  todas  las  virtudes  morales  residen  en 
d  apetito  ¡sensitivo  como  en  su  sujeto.  Fundaba  el  aserto  en  que  a  la 
voluntad  le  basta  con  que  el  entendimiento  le  muestre  el  jbien  para  que- 
rerlo, sin  que  le  haga  falta  hábito  de  ninguna  especie.  Sólo  los  apetito? 
sensuales  podrían  desviar  la  voluntad  de  su  camino ;  para  evitarlo,  pre- 
cisan hábitos  de  icontención  de  aquéllos  dentro  de  sus  debidos  límites. 
Tales  hábitos  morales  o  virtudes  son  inherentes,  pues,  a  los  apetitos  sen- 
soriales a  los  que  encauzan;  pero  no  a  la  voluntad,  que  no  'los  necesita. 
A  este  intelectual ismo  determinista  que  entraña  una  concesión  a  la  psi- 
cología aristotélica,  se  oponía  la  doctrina  tradicional  agustiniana,  de  fon- 
do platónico,  según  la  cual  ;los  hábitos  morales  perfeccionan  inmedia- 
tamente a  la  voluntad  en  la  relación  /que  mantiene  con  las  varias  fuer- 
zas ciegas  que  integran  el  apetito  inferior.  A  este  modo  de  ver  se  había 
adherido  Gonzalo  de  Valboa,  según  el  testimonio  de  Juan  de  Pouilly, 
discípulo  y  partidario  de  Godofredo  de  Fontaines  (101). 

34.  Merced  a  las  investigaciones  de  Longpré  y  Grabmann  ( 102) 
conocemos  hoy  el  texto  íntegro  de  dos  ^cuestiones  teológicas  y  el  índice 
de  materias  de  otras  cinco  cuestiones  sostenidas  por  Gonzalo  en  la  Uni- 
versidad de  París  entre  los  años  de  1302  y  1303.  Todas  ellas  giran  en 
torno  al  tema  fundamental  del  latís  Dei — un  tema  no  inventariado  hasta 
ahora  en  la  historia  de  la  literatura  teológica — ,  bajo  cuyo  nombre  en- 
tiende el  acto  por  el  que  el  entendimiento  práctico  se  entrega  a  la  afec- 
tuosa (Consideración  del  Ser  divino.  En  el  cotejo  de  este  acto  icón  el  de 
visión,  o  pura  contemplación  intelectual,  y  con  el  de  amor  (dilectio,  cha- 
ritas)  se  hace  ostensible  una  de  las  más  profundas  discrepancias  en  la 


(101)  Consúltese  a  A.  Pelzer:  Godefroid  de  Fontaines  et  ses  manuscrits,  en  "Revue- 
de  Phüosophie  Néoscolastique",  vol.  XX,  1913,  págs.  ,528-529. 

(102)  Véanse  los  estudios  de  ambos,  citados  en  las  notas  93  y  94. 


-  195  — 


teología  de  fines  del  sigilo  xiii,  a  la  que  escinde  en  sus  dos  corrientes  de 
intel'ectualismo  y  voluntarismo.  La  posición  voluntarista  de  Gonzalo,  que 
comparte  con  los  demás  teólogos  franciscanos,  se  acusa  fuertemente  en 
la  clásica  cuestión  acerca  de  la  primacía  de  la  voluntad  o  del  entendi- 
miento (103),  a  propósito  de  la  cual  .Gonzalo  combate  las  manifestacio- 
nes coetáneas  del  intelectualismo,  desde  la  forma  extrema  propugnada 
jpor  los  averroístas  y  por  Goklofredo  -de  Fontaines,  quienes  reconocen 
a  toda  potencia  cognoscitiva  superioridad  sobre  cualquiera  potencia  ape- 
titiva, hasta  las  posiciones  más  moderadas — por  ejemplo,  la  de  Santo 
Totmás — que  mantienen  la  primacía  del  entendimiento  especulativo  sobre 
la  volunta'd,  aunque  no  la  del  entendimiento  práctico  ,(104).  Frente  a 
unos  y  a  otros,  Gonzallo  sostiene  que  la  voluntad  excede  en  nobleza  al 
entendimiento,  y  quiere  recabar  a  favor  de  su  opinión  nada  menos  que 
la  autoridad  de  Aristóteles  y  la  de  todos  los  teólogos  ique  le  han  pre- 
cedido, hasta  el  extremo  de  negar  la  existencia  de  autoridades  a  favor 
de  la  tesis  contraria.  En  ,una  argumentación  que  se  ciñe  ca'da  vez  más 
hasta  apurar  el  asunto,  demuestra  que  el  acto  de  la  voluntad,  cuando  se 
le  compara  con  el  acto  del  entendimiento,  recaba  la  condición  de  fin,  lo 
cuál  le  otorga  una  mayor  nobleza.  Si  suponemos  luego  que  las  dos  po- 
tencias obran  en  él  grado  más  excelente  de  que  son  capaces,  el  acto 
óptimo  de  la  voluntad  siempre  aventajará  al  acto  óptimo  del  entendi- 
miento. El  estado  beatífico,  en  el  que  la  energía  espiritual  hállase  subli- 
mada, se  constituye  esencialmente  (por  un  acto  de  la  voluntad ;  el  acto 
del  entendimiento  es,  a  lo  sumo,  una  parte  integrante  de  'Ta  beatitud  o, 
tal  vez,  una  condición  previa  al  logro  de  (la  misma  (105). 

Más  definitoria  es,  todavía,  la  pregunta  de  si  el  acto  beatífico  de  la 
alabanza  a  Dios  reviste  una  condición  más  excelsa  que  el  ,acto  de  amor 
a  Dios  en  la  vida  terrena  (106),  a  la  que  Gonzalo  responde  negativamen- 
te. En  su  opinión,  él  acto  ¡de  amor  es  simplemente  más  noble  que  el  de 
visión  y  el  de  alabanza ;  y  la  circunstancia  de  que  el  espíritu  lo  realice 
en  la  vida  presente,  implica  en  él  una  transitoria  imperfección  que  no 


(103)  "Utrum  poten tia  qua  Deus  laudatur  mentaliter  sit  nobilior  quacumque  alia 
potentia,  id  est,  utrum  intellectus  sit  nobilior  quam  voluntas." 

El  texto  íntegro  ,de  da  cuestión  ha  sido  publicado  por  el  P.  E.  Longpré  en  "Etudes 
franciscaines",  1925,  págs.  170-181. 

(104)  Esta  tesis  hállase  desarrollada  en  la  Summa  Theologica,  1.a  II.ae,  q.  3,  art.  5. 

(105)  "...  actus  intelligendi  aut  est  pars  beatitudinis  integralis,  sicut  puto,  quia  non 
potest  esse  tota  beatitudo,  aut  aliquid  praevium  ad  beatitudinem." 

(106)  "Utrum  laus  Dei  in  patria  sit  nobilior  ejus  dilectione  in  via." 

El  texto  de  esta  cuestión  ha  sido  publicado  por  Longpré  y  por  Grabmann,  indepen- 
dientemente, en  los  estudios  que  hemos  citado  en  la  nota  94. 


—   iqó  — 


empaña,  sin  embargo,  su  excelencia  radical.  Con  una  respuesta  tan  con- 
tundente, Gonzalo  toma  ¡posición  frente  al  intelectualismo  de  Eckehart, 
quien  no  sólo  había  identificado  en  Dios  la  inteligencia  con  su  misma 
esencia  ("Deus  est  ipsum  intelligeré"),  sino  que  había  señalado  en  la 
visión  beatífica  el  acto  decisivo  de  la  mística  transformación  del  alma  en 
Dios  ("ipjitm  intelligere  quaedam  deiformitas  uel  deiformatio  £st"). 

Ese  marcado  voluntarismo  de  Gonzalo  de  Valboa  es  grávido  en  reper- 
cusiones psicológicas,  epistemológicas  y  teológicas.  Para  ceñirnos  a  las 
primeras,  señalaremos  las  'doctrinas  referentes  al  libre  albedrío  y  al  ca- 
rácter de  la  ciencia  teológica.  Gonzalo  niega  la  determinación  intelec- 
tual de  la  voluntad  y  recaba  para  ésta  la  autodeterminación  exclusiva. 
El  entendimiento  es  luz  y  .guía  dd  obrar,  pero  el  obrar  mismo  es  fruto 
de  la  decisión  voluntaria.  Conforme  a  la  tradición  franciscana,  define 
la  teología  como  una  ciencia  práctica  que  tiene  por  finalidad  encaminar 
al  hombre  a  la  fruición  de  Dios ;  consiguientemente,  rechaza  la  doctrina 
de  que  la  teología  se  ordene  a  la  pura  .contemplación  del  Ser  divino  o 
sirva,  a  lo  sumo,  para  excitar  vivamente  nuestros  afectos  hacia  Él. 

En  ese  esbozo  fragmentario  de  las  doctrinas  de  Gonzalo  de  Valboa 
es  fácil  adivinar  los  motivos  capitales  del  sistema  teológico-filosófico  de 
Juan  Duns  Scot.  El  conocimiento  ulterior  de  las  Cuestiones  disputadas, 
así  como  de  sus  demás  escritos,  arrojará  de  seguro  nueva  luz  sobre  el 
problema  de  la  formación  intelectual  de  su  gran  discípulo  (107). 

(107)  Para  el  cotejo  entre  la  doctrina  de  Gonzalo  de  Valboa  y  la  de  Duns  Scot, 
véase  la  tesis  doctoral  de  Joaquín  Carreras  Artau:  Ensayo  sobre  el  voluntarismo  de 
J.  Duns  Scot.  Gerona,  1923. 


VII 


Alfredo  Gunter. 

Alfredo  Gunter,  un  discípulo  de  Duns  Scot  en  España. — Noticias  biográficas. — 
Producción  literaria. — Su  enseñanza  en  Barcelona. 

35.  Para  completar  el  cuadro  de  las  varias  corrientes  escolásticas 
del  siglo  xiii  que  hallaron  eco  en  Esipaña,  y  aun  a  trueque  de  forzar 
ligeramente  la  cronología,  séanos  lícito  mencionar  un  teólogo  extran- 
jero en  quien  es  fácil  reconocer  a  uno  de  tantos  introductores  de  las 
doctrinas  escotistas,  que  pronto  habían  de  contar  en  este  país  con  ar- 
dientes y  numerosos  partidarios.  Nos  referimos  al  minorita  bretón  Alfre- 
do Gunter,  discípulo  inmediato  de  Duns  Scot,  quien  en  el  primer  cuarto 
del  siglo  xiv  ejerció  'de  lector  en  el  convento  de  Barcelona;  así  lo  expre- 
sa claramente  un  códice  del  año  1325  conservado  en  la  Biblioteca  Va- 
ticana (108). 

De  este  autor,  cuya  personalidad  Glorieux  no  ha  logrado  identifi- 
car (109),  se  conocen  algunos  escritos  teológicos  de  gran  interés.  Ante 
todo,  se  conservan  fragmentos  de  una  disputa  quo'libética  sostenida  en 
París,  probablemente  en  la  primera  década  del  siglo  xiv,  en  la  que,  ade- 
más de  alguna!s  tesiís  de  teología  moral,  se  defienden  las  afirmaciones  ca- 


(108)  Es  el  códice  3740,  que  contiene  Dicta  fratris  Aufredi  Gonterii,  lectoris  Bar- 
chinone  ad  injormationem  Minorum  contra  sequaces  magistri  Guillelmi  de  Sancto  Amore; 
véase  la  cita  en  Fr.  Ehrle:  Die  Ehrentitel  der  scholastischen  Lehrer  des  Mittelalters,  en 
"Sitzungsberichte  der  bayerischen  Akademie  der  Wissenschaften  zu  München",  1919,  pá- 
ginas 52-53. 

El  mismo  escrito  se  conserva  en  el  códice  4165  de  la  Biblioteca  Nacional  de  Madrid, 
cuya  descripción  puede  verse  en  el  artículo  del  P.  Martí  de  Barcelona,  O.  M.  Cap.: 
Notes  descriptives  deis  manuscrits  franciscans  medievals  de  la  Biblioteca  Nacional  de  Ma- 
drid, inserto  en  "Estudis  Franciscans",  Barcelona,  1933,  pág.  3°5- 

En  la  Escolástica  posterior  Alfredo  Gunter  recibió  el  nombre  de  Doctor  Próvidas. 

(109)  "...  le  méme  nom  revient  plus  loin,  mais  sans  renseignements  suffisants  pour 
qu'on  puisse  tenter  ¡une  identification",  dice,  con  referencia  a  Gunter,  en  su  obra  La  lit- 
térature  quolibétique,  Kain,  1925,  pág.  233. 


—  198  — 


pítales  del  voluntarismo  escotista  (110).  Menos  conocido  es  su  Comenta- 
rio a  las  Sentencias,  del  cual  un  ,manuscrito  hallado  en  la  Catedral  de 
Pamplona  contiene  una  parte,  es  a  saber,  las  lecciones  acerca  de  los  li- 
bros II  y  III  dél  texto  de  Pedro  Lombardo,  con  apostillas  de  varios  otros 
escotistas  (111).  Tal  vez  podría  atribuírsele  un  tratado  de  teología  ascé- 
tica en  trece  libros,  titulado  De  tribus  usitatis  christianorum  actibus, 
orationp,  je  junio  et  eleemosyna,  que  fué  impreso  en  Basilea  en  1504  y 
otra  vez  en  1507  (112). 

Parece  que,  por  los  años  de  1321  a  1322,  A.  Gunter  desempeñaba  el 
cargo  de  lector  en  d  convento  de  franciscanos  de  Barcelona.  Suscitóse 
por  aquellos  días  en  la  corte  papal  de  Aviñón  una  ardua  disputa  en  torno 
al  alcance  del  voto  de  pobreza  a  que  venían  obligados  los  religiosos  pro- 
fesos de  las  Ordenes  mendicantes,  en  cuya  defensa  intervinieron  varios 
Cardenales  y  Prelados,  sobre  todo  franciscanos.  Para  rechazar  los  ata- 
ques de  los  adversarias  de  la  Orden,  que  habían  renovado  en  el  siglo  xiv 
las  acusaciones  de  Guillermo  de  Saint-Amour,  Alfredo  Gunter,  que  de- 
bió gozar  de  excelente  reputación  como  escritor  y  como  teólogo,  com- 
puso los  Dicta  que  constan  en  el  códice  ya  citado,  gracias  al  cual  ha  per- 
durado el  recuerdo  de  su  actuación  docente  en  España  (113). 

Cuo)  Glorieux,  en  la  obra  y  lugar  citados,  ha  publicado  el  título  de  cuatro  cues- 
tiones pertenecientes  a  este  quoltbet. 

Ciii)  Véase,  sobre  este  manuscrito,  el  artículo  de  Hunt  en  "Zentralblatt  für  Biblio 
thekswesen",  vol.  XIV,  1897,  págs.  283-290. 

(112)  Véase  una  noticia  de  esta  obra,  con  un  extracto  de  la  doctrina,  en  el  vol.  XVTT 
de  la  "Histoire  littéraire  de  la  France",  págs.  297-298. 

(113)  Sobre  la  intervención  de  Alfredo  Gunter  en  la  disputa  de  Aviñón,  consúltese 
la  obra  del  P.  José  M*  Pou:  Visionarios,  beguinos  y  fraticelos  catalanes;  Vich,  193c* 
págs.  231-236. 


CAPITULO  V 


EL  ANTI-ESCOLASTICISMO.  ARNALDO  DE  VILANOVA 

I 

Vida  y  escritos  de  Arnaldo. 

Su  patria. — Sus  estudios. — Ejercicio  de  la  medicina  y  profesorado. — Los  últimos 
doce  años  en  la  vida  de  Arnaldo. — Contiendas  teológicas  con  la  Universidad  de 
París.— Apelaciones  al  Papa. — Relaciones  con  los  reyes  de  Aragón  y  de  Si- 
cilia.— Muerte  de  Arnaldo. — Sus  escritos  médicos  y  teológicos. 

i.  Son  discutibles  los  títulos  por  los  que  Arnaldo  de  Vilanova  deba 
figurar  en  una  historia  de  las  ideas  filosóficas.  Sin  duda,  es  acreedor  por 
sus  exageraciones  teológicas  a  un  estudio  especial,  como  el  que  le  de- 
dicó Menéndez  y  Pelayo  en  su  Historia  de  los  Heterodoxos  españoles, 
o,  por  su  actividad  de  reformador,  a  una  monografía  como  la  escrita 
recientemente  por  P.  Diepgen.  Su  verdadero  lugar  se  halla  en  la  histo- 
ria de  la  medicina,  en  cuyo  desarrollo  ha  ejercido  un  considerable  in- 
flujo, a  pesar  de  lo  cual  falta  todavía  una  investigación  a  fondo  de  las 
innovaciones  ideológicas  y  de  método  que  Arnaldo  de  Vilanova  aportó 
a  la  medicina  de  su  tiempo.  H.  Finke  ha  puesto  en  claro  su  interven- 
ción en  las  luchas  religiosas  coetáneas ;  y  los  biógraf  os  catalanes,  entre 
los  que  merece  ser  citado  especialmente  Ramón  de  Alós,  su  participación 
en  la  historia  política  y  cultural  del  reino  catalano-aragonés. 

La  biografía  de  Arnaldo  ofrece  todavía  bastantes  lagunas  y  oscuri- 
dades, aunque  se  ha  hecho  la  luz  sobre  grandes  trozos  de  su  vida  gra- 
cias a  los  esfuerzos  de  los  investigadores  citados  (i).  Ante  todo,  se  ha 
logrado  desvanecer  el  misterio  en  torno  a  la  verdadera  patria  de  Arnal- 

(i)    He  aquí  la  bibliografía  esencial  referente  a  Arnaldo: 

M.  Menéndez  Pelayo:  Arnaldo  de  Vilanova,  médico  catalán  del  siglo  tai',  Madrid,; 


—    200  — 


do.  Las  nuevas  fuentes  documentales  han  echado  definitivamente  por 
tierra  la  hipótesis  de  su  origen  francés  que  algunos  biógrafos,  siguiendo 
la  falsa  indicación  del  médico  Champier,  el  amigo  y  protector  de  Mi- 
guel Servet,  abonaron  en  el  siglo  pasado,  como  asimismo  el  supuesto  de 
su  naturaleza  provenzal.  Arnaldo  de  Vilanova  fué  catalán.  Jaime  II, 
de  quien  era  médico,  le  protege  por  ser  "de  nostris  partibas  oriundus" ;  y 
Arnaldo,  en  varias  cartas  y  dedicatorias  a  Jaime  II,  reitera  una  y  otra 
vez  esta  condición  de  subdito  suyo.  En  unos  versos  originales  de  Ar- 
naldo que  encabezan  un  tratado  de  agrimensura,  se  dice  en  términos 
taxativos : 

"De  Quataluenha  nadieu  fuy." 

Cabe  concretar  más  el  sitio  de  Cataluña  en  que  Arnaldo  vió  la  luz  pri- 
mera. Aunque  Menéndez  y  Pelayo  le  supuso  natural  de  Lérida  o  de 
su  contorno,  basándose  en  el  calificativo  de  ilerdensis  que  el  propio  Ar- 
naldo se  aplica  en  uno  de  sus  escritos  (2),  Jaime  II  afirma  que  nació  en 
una  ciudad  con  puerto  de  mar.  ;Cuál  sería?  Sin  duda,  Barcelona  o  Va- 
lencia. Barcelonés  se  le  supone  en  algunos  manuscritos  de  los  siglos  xiv 
y  xv.  Pero  los  documentos  coetáneos  le  hacen  unánimemente  valencia- 
no. "Clericus  valcntinae  dioecesis"  le  llama  Clemente  V  en  una  de  sus 

1879.  Monografía  incluida  más  tarde  en  la  Historia  de  los  Heterodoxos  españoles,  Ma- 
drid, 1880,  I,  págs.  449-487;  2.a  ed.,  Madrid,  1918,  t.  III,  cap.  III,  págs.  179-225,  y 
Apéndices  respectivos. 

B.  Hauréau:  Arnauld  de  Villeneuve,  médecin  et  chimiste,  en  "Histoire  littéraire  de  la 
France",  tomo  XXVIII,  París,  1881,  págs.  26-126  y  487-490. 

H.  Finke :  Aus  den  Tagen  Bo-nifaz  VIII.  Münster,  1Q02.  págs.  iQi-226  y  CXVII- 
CCXI;  y  Acta  Aragonensia,  vol.  II,  Berlín -Leipzig,  1908. 

P.  Diepgen :  Arnald  von  Villanova  ais  Politiker  und  Laientheologe.  Berlín-Leipzig, 
1909. 

Ramón  d'Alós:  Collecció  de  documents  relatius  a  Arnau  de  Vilanova,  en  la  revista 
barcelonesa  "Estudis  Universitaris  Catalans'',  1909,  1910  y  1912.  (A  Ramón  de  Alós 
se  debe  también  el  hallazgo  y  publicación  de  algunos  textos  catalanes  de  Arnaldo,  así 
como  otros  importantes  trabajos  documentales.) 

P.  Martí  de  Barcelona,  O.  M.  Cap. :  Nous  documents  sobre  Arnau  de  Vilanova,  en 
Miscellánia  Finke  d'História  i  Cultura  catalana",  Barcelona,  1935,  págs.  85-127,  donde 
se  hallará  más  bibliografía. 

En  lugar  oportuno  serán  citadas  otras  publicaciones  sobre  puntos  concretos  de  la 
vida  y  doctrinas  de  Arnaldo. 

(2)  En  el  De  spurcitüs  pseudo-religiosorum,  por  una  probable  alusión  a  su  abolengo 
familiar. 

Todavía  en  1929  el  Dr.  Goyanes,  siguiendo  a  Menéndez  Pelayo,  ha  defendido  el  ori- 
gen ilerdense  de  Arnaldo  en :  Tres  escritores  médicos  insignes  del  reino  catalano-aragoné* . 
Discurso  inaugural  del  XII  Congreso  de  la  Asociación  española  para  el  Progreso  de  las 
Ciencias,  celebrado  en  Barcelona.  (Véase  el  tomo  I  de  las  publicaciones  de  dicho  Con- 
greso, Madrid,  1929.) 


—    201  — 


bulas,  y  esta  condición  fué  atestiguada  aun  con  mayor  claridad,  unas 
décadas  más  tarde,  por  un  ilustre  coterráneo  suyo,  Francisco  Eiximenis, 
de  quien  son  estas  palabras  en  el  Crestiá:  "Sapies  que  de  Vilanova  qui 
es  vila  en  lo  regne  de  Valencia  fonch  natural  un  gran  e  assenyalat  met- 
ge,  qui  s'apellava  mestre  Arnau  de  Vilanova..."  En  Valencia  tenía  Ar- 
naldo su  casa,  su  familia  y  su  patrimonio;  en  Valencia  fué  ejecutado  su 
testamento;  en  Valencia  fué  prohibida  por  primera  vez,  en  1305,  la  lec- 
tura de  sus  obras.  En  Valencia,  pues,  nació  verosímilmente  Arnaldo,  en 
la  barriada  nueva  (villa  nova)  que  a  raíz  de  la  conquista  se  fué  cons- 
truyendo junto  al  núcleo  urbano  antiguo,  en  una  fecha  ignorada  com- 
prendida entre  los  años  1235  y  1250. 

2.  El  período  de  su  infancia  y  juventud  es  el  más  ignorado  de  su 
vida.  Probablemente  pasó  la  niñez  en  su  tierra  natal,  de  donde  se  au- 
sentó para  dedicarse  a  los  estudios  de  medicina.  Su  iniciación  en  tales 
estudios  parece  haber  tenido  lugar  en  Barcelona  y  haber  sido  completa- 
da en  Montpellier  y,  tal  vez,  en  París.  Más  tarde  pasó  a  Nápoles  y  cur- 
só en  la  famosa  escuela  de  Salerno,  donde  oyó  a  Juan  de  Calamida  y 
a  Pedro  de  Musadi.  Su  educación  debió  ser  muy  completa,  pues,  ade- 
más del  latín,  poseyó  a  la  perfección  el  árabe  y  el  hebreo,  lo  que  le  per- 
mitió conocer  a  fondo  estas  dos  culturas  y  trabar  relación  profesional 
con  médicos  de  raza  arábiga  y  judía.  En  su  librería  figuraban  varios  li- 
bros escritos  en  estas  dos  lenguas.  Ramón  Martí  fué,  según  dice,  su 
maestro  en  el  hebreo.  De  espíritu  curioso  e  inquieto,  Arnaldo  aprove- 
chó su  estancia  en  Montpellier  para  asistir,  no  más  de  seis  meses,  a  los 
cursos  públicos  de  teología  profesados  en  la  Escuela  conventual  de  los 
Predicadores.  De  sus  propias  palabras  parece  incluso  desprenderse  qae 
durante  este  medio  año  participó  en  alguna  lectura  solemne  de  teolo- 
gía (3). 

3.  Su  vasta  cultura  científica  y  profesional  le  llevó  camino  del  pro- 
fesorado, y  la  Escuela  de  Medicina  de  Montpellier  debió  contarle,  to- 
davía joven,  entre  sus  maestros.  Por  lo  menos  consta  que  en  ella  cn- 


(3)  "...  nunquam  scolas  theologorum  nisi  sex  mensibus  aut  circiter  frequentavi. .  ."v 
dice  en  la  protesta  al  Papa  Benedicto  XI. 

"...  medicus  ille  non  tantum  audivit  theologiam,  sed  etiam  legit  eam  solempniter 
in  scolis  fratrum  Predicatorum  Montispesulani...",  dice,  hablando  de  sí  mismo,  en  la 
tercera  Denunciatio  de  Gerona. 

Ambos  textos  están  tomados  de  las  citas  directas  sobre  el  códice  vaticano,  conteni- 
das en  el  artículo  de  Fr.  Ehrle  que  citaremos  en  la  nota  23. 


  202  — 


seño  "largos  años"  (4).  En  el  siglo  xviii  se  conservaba  aún  en  Mont- 
pellier  la  casa  que  había  habitado  Arnaldo  de  Vilanova ;  en  su  fachada 
se  veían  unas  esculturas  que  eran  comunmente  interpretadas  como  sím- 
bolos mágicos  (5). 

Aparte  su  actividad  docente,  Arnaldo  tuvo  fama  de  ser  un  gran  me- 
dico. Ejerció  su  profesión  en  Barcelona,  donde  fué  llamado  en  consul- 
ta a  Villaf ranea  del  Panadés  en  3  de  noviembre  de  1285  para  asistir  en 
su  última  enfermedad  al  rey  aragonés  Pedro  III,  quien,  en  recompen- 
sa del  servicio,  le  hizo  donación  del  castillo  de  Ollers  en  la  cuenca  de 
Barbera,  cerca  de  Tarragona. 

Entregado  a  actividades  profesionales  y  académicas,  hasta  un  mo- 
mento bastante  avanzado  de  su  vida  Arnaldo  no  se  preocupó  apenas 
de  los  asuntos  políticos  y  religiosos.  Su  breve  paso  por  la  Escuela  con- 
ventual de  los  Predicadores,  en  Montpellier,  no  le  estimuló  a  propor- 
cionarse una  más  amplia  cultura  teológica.  Él  mismo  alega  no  halla.se 
versado  en  este  ramo  de  los  conocimientos  humanos  (6),  cuya  ignoran- 
cia le  fué  con  frecuencia  reprochada  por  los  adversarios  en  las  polé- 
micas que  sostuvo.  Pese  a  lo  cual  y  a  su  condición  de  hombre  seglar,  ca- 
sado y  padre  de  familia,  desde  1299  se  entregó  a  una  frenética  labor  de 
reforma  social  y  religiosa.  Los  doce  años  que  transcurrieron  desde  en- 
tonces hasta  su  muerte,  muestran  un  cambio  profundo  en  la  vida  de 
Arnaldo:  sus  tareas  profesionales  médicas  pasan  a  un  segundo  plano, 
eclipsadas  por  sus  preocupaciones  quiliásticas  y  políticas.  De  este  últi- 
mo período  tan  interesante  de  su  vida  está  hoy  publicada  abundante  do- 
cumentación y  rehecha  en  gran  parte  la  serie  de  los  acontecimientos  (7). 

4.  La  nueva  fase  en  la  vida  de  Arnaldo  se  inaugura  con  la  misión 
política  que  le  fué  encomendada  el  año  1299  por  Jaime  II  cerca  del  rey 
francés  Felipe  el  Hermoso  en  su  designio  de  mantener  la  aproximación 
de  los  dos  reinos.  Durante  su  estancia  en  París  Arnaldo,  que  desde  ha- 
cía tiempo  mostraba  inclinaciones  a  tratar  de  asuntos  religiosos,  frecuen- 


te) Así  lo  decía,  en  1309,  Clemente  V  en  una  de  sus  bulas  publicadas  para  regular 
los  estudios  de  medicina  en  la  Facultad  de  Montpellier  (citada  por  L.  Thorndike:  A 
History  of  Magic  and  Experimental  Science,  vol.  II,  New- York,  1923,  pág.  842). 

(5)  Así  lo  afirma  Jean  Astruc  en  sus  Mémoires  pour  servir  á  l'histoire  de  la  Fa- 
culté de  Médecine  de  Montpellier  CParís,  1767,  pág.  845). 

(6)  "...  semper  in  scientiis  secularibus  ab  infantia  vel  quasi  vel  pueritia  studui...',- 
palabras  en  la  protesta  al  Papa  que  hemos  citado  en  la  nota  3. 

(7)  Los  documentos  han  sido  hallados  en  los  archivos  del  Vaticano  y  de  la  Ccona 
de  Aragón  por  Menéndez  Pelayo  y  Finke;  y,  a  base  de  ellos,  Diepgen  ha  logrado  esta- 
blecer la  sucesión  cronológica  de  los  hechos. 

En  el  relato  ulterior  de  la  vida  de  Arnaldo  sigo  en  todo  a  Diepgen. 


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ta  la  Sorbona  a  la  sazón  en  que  las  ideas  de  los  espirituales  penetran 
en  el  ambiente  universitario.  Hombres  laicos  profesan  allí  a  la  manera 
de  los  teólogos.  Arnaldo  cree  oportuno  el  momento  para  dar  a  conocer 
su  obra  reciente  sobre  la  venida  del  Anticristo.  Al  pronto,  nadie  le  hace 
caso;  pero  súbitamente,  en  la  noche  del  18  de  diciembre,  os  puesto  en 
prisión  por  una  denuncia  contra  sus  doctrinas.  A  la  mañana  siguiente 
es  libertado,  bajo  fianza  de  3.000  libras,  por  influencia  de  poderosos  ami- 
gos, entre  ellos  Nogaret,  el  consejero  del  rey  francés. 

De  este  episodio  se  siguió  una  doble  complicación :  diplomática  y 
teológica.  Arnaldo  alegó  su  condición  de  embajador  ante  Felipe  el  Her- 
moso, quien  por  lealtad  política  al  rey  de  Aragón  prestó  oídos  a  la  que- 
ja al  solo  objeto  de  garantizar  la  seguridad  personal  de  Arnaldo.  Entre- 
tanto continuó  el  proceso  contra  él  por  sus  ideas  religiosas  y  se  le  obli- 
gó a  comparecer,  al  cabo  de  unos  meses,  a  presencia  del  obispo  de  Pa- 
rís y  de  la  Facultad  de  Teología  para  responder  a  la  acusación.  La  en- 
trevista fué  muy  borrascosa.  Arnaldo  protestó  de  que  le  fuesen  exhibi- 
dos para  reconocimiento  de  unos  textos  truncados  a  arbitrio ;  pero  a  la 
postre,  acorralado  y  tras  viva  lucha  consigo,  los  tuvo  que  admitir  como 
propios.  La  sentencia,  condenatoria,  prescribió  la  quema  del  tratado. 

5.  No  se  arredró  Arnaldo  con  este  primer  contratiempo.  En  12  de 
octubre  de  1300  formula  ante  el  obispo  de  París,  a  presencia  de  testigos 
muy  calificados,  un  documento  de  apelación  al  Papa,  después  de  pro- 
testar que  la  confesión  en  la  vista  del  proceso  le  fué  arrancada  por  mie- 
do y  con  amenazas.  Entretanto,  escribe  una  segunda  parte  del  tratado 
donde  se  trasiluce  la  aviesa  intención  de  indisponer  al  Papa  con  los  teó- 
logos parisinos,  pues  mientras  a  éstos  los  apostrofa  vivamente,  exalta 
a  aquél  hasta  la  exageración  de  llamarle  "Cristo  en  la  tierra  y  dios  de 
dioses".  No  obstante,  el  Papa  le  recibe  mal,  prevenido  de  antemano  pol- 
la Universidad  contra  las  osadías  de  Arnaldo ;  después  de  un  primer  mo- 
mento de  vacilación,  prorrumpe  en  amenazas  y  ordena  su  prisión,  sin 
leer  siquiera  la  obra.  La  sentencia  del  Pontífice  fué  más  benigna  de  lo 
que  cabía  esperar  después  de  esta  acogida:  Arnaldo  fué  obligado  a  ab- 
jurar en  secreto ;  de  público,  empero,  el  Papa  relajó  la  sentencia  de 
París,  alegando  que  los  errores  de  Arnaldo  no  merecían  una  censura  tan 
severa.  En  el  cambio  de  actitud  del  Papa  pueden  haber  influido  varios 
motivos :  tal  vez  consideraciones  diplomáticas  o  el  agradecimiento  a  Ar- 
naldo por  los  servicios  profesionales  prestados  como  médico,  a  seguida 
de  llegar  a  la  curia  papal.  Por  su  parte,  Arnaldo  se  esforzó  en  captar 
el  favor  del  Papa  con  elogios  desmedidos  a  su  persona  y  humillaciones 
inverosímiles.  La  sinceridad  de  las  palabras  de  Arnaldo  se  puede  juz- 


—  204  — 


gar  por  el  hecho  de  que,  muerto  el  Papa,  los  elogios  se  convirtieron  en 
invectivas  y  dicterios. 

El  verano  de  1301  lo  pasó  Arnaldo  en  el  castillo  de  Scorcola,  cerca 
de  Anagni,  propiedad  del  Papa,  al  objeto  de  reponerse  de  una  viva  ex- 
citación nerviosa.  El  calor  sofocante  de  julio  'le  acabó  de  trastornar  la 
cabeza,  según  se  queja  en  una  carta  al  rey  de  Aragón.  En  un  estado 
de  ánimo  tan  desastrado  tiene  una  'Visión" ;  y,  a  consecuencia  de  ella, 
escribe  el  De  cyynbalis  ecclesiae  en  el  que  desenvuelve  más  explícita- 
mente su  profetismo  apocalíptico. 

En  la  primavera  de  1302  vuelve  a  Aragón  y  se  ve  enzarzado  en  una 
serie  de  polémicas  con  los  dominicos  de  su  tierra,  en  las  que  adopta  una 
actitud  cada  vez  más  extrema  dentro  de  su  tendencia  espiritual.  De  ta- 
les polémicas,  que  duran  tres  años  largos,  nos  ocuparemos  en  seguida 
con  cierta  extensión. 

Entretanto,  manda  un  proyecto  de  reforma  al  Papa  Benedicto  XI, 
quien  opta  por  dar  largas  al  asunto.  Vacante  otra  vez  la  silla  papal,  Ar- 
naldo se  presenta  en  Perusa  ante  el  Camarero  Apostólico  y  formula  so- 
lemne protesta  de  sumisión  a  la  autoridad  de  la  Iglesia,  pidiendo  al 
propio  tiempo  que  sean  examinados  sus  escritos.  El  nuevo  Papa  Cle- 
mente V  parece  tratar  a  Arnaldo  con  mayor  benignidad  que  los  ante- 
riores ;  por  lo  cual  en  los  años  primeros  de  su  pontificado  Arnaldo  tra- 
baja con  ardor  en  la  composición  de  nuevas  obras,  en  las  que  cada  vez 
más  claramente  esboza  sus  planes  de  reforma. 

6.  En  el  último  período  de  su  vida  Arnaldo  se  esforzó  en  llevar  a 
la  práctica  sus  proyectos.  La  persona  que  consideró  providencialmente 
designada  para  realizarlos,  fué  el  rey  Fadrique  de  Sicilia,  cuyo  favor 
se  había  captado  al  revelarle  el  misterioso  significado  de  una  visión  que 
en  sueños  le  obsesionaba  hacía  siete  años.  En  realidad  Federico  era  un 
temperamento  místico  que  sentía  desde  tiempo  una  intensa  preocupa- 
ción por  el  mal  estado  de  las  costumbres  y  abrigaba  en  su  corazón  pro- 
pósitos de  reforma.  Arnaldo  se  aprovechó  de  la  especial  disposición  del 
rey  para  encomendarle  la  ejecución  de  sus  planes,  a  los  que  quiso  aso- 
ciar también  a  su  hermano  el  rey  Jaime  II.  Según  el  pensamiento  de 
Arnaldo.  la  casa  real  de  Aragón  era  el  núcleo  político  vital  que  debía 
impulsar  la  reforma  de  la  Cristiandad.  Pero  unas  palabras  imprudentes 
de  Arnaldo  ante  el  Papa,  dichas  en  desdoro  del  rey  Jaime  o  que,  por 
lo  menos,  éste  juzgó  deshonrosas,  dieron  al  traste  con  la  empresa.  Ar- 
naldo, caído  en  desgracia,  tuvo  que  refugiarse  en  Sicilia  donde  siguió  lu- 
chando denodadamente  por  poner  en  práctica  sus  ideales.  Mientras  ;n- 
tentaba  inútilmente  volver  a  la  amistad  de  Jaime  II,  le  sorprendió  la 


—  205  - 


muerte  hacia  fines  de  131 1,  probablemente  en  viaje  a  Genova,  donde  su 
cuerpo  recibió  sepultura. 

Ya  a  primera  vista,  maravilla  en  Arnaldo  la  enorme  cantidad  de 
energía  puesta  al  servicio  de  un  ideal.  Por  él  viaja  de  un  extremo  a  otro 
de  Europa,  recorriendo  incesantemente  las  ciudades  más  importantes 
de  España,  Francia  e  Italia,  llegando  hasta  Grecia  y  visitando  proba- 
blemente África.  Utiliza  asimismo  las  valiosas  amistades  que  le  ha  gran- 
jeado su  fama  profesional.  Y,  como  Ramón  Lull,  prepara  la  acción  con 
una  intensa  propaganda  de  sus  escritos.  A  tan  relevantes  cualidades  de 
hombre  de  pensamiento  y  acción  a  la  vez,  se  mezclan  graves  defectos. 
Le  falta  ponderación  y  se  excede  fácilmente  en  el  elogio  o  en  la  censura. 
Su  entereza  moral  queda  en  entredicho  por  los  actos  de  fingimiento  in- 
teresado en  más  de  una  ocasión.  Su  orgullo  desmedido  le  vuelve  extre- 
madamente suspicaz  a  cualquier  crítica  de  sus  doctrinas  o  de  sus  es- 
critos. 

7.  En  el  bagaje  literario  de  Arnaldo  hay  que  separar  las  obras  mé- 
dicas y  científicas  de  las  teológicas.  Entre  las  primeras,  además  de  las 
traducciones,  figuran  varios  grandes  tratados  de  medicina  y  una  creci- 
da lista  de  estudios  monográficos  (sobre  la  piedra,  la  gota,  la  epilepsia, 
etcétera).  En  los  siglos  xv  y  xvi  bastantes  de  estos  escritos  fueron  pu- 
blicados, o  bien  en  ediciones  sueltas  o  en  colección.  La  mejor  colección 
editorial  de  obras  médicas  de  Arnaldo  es  la  de  Basilea  en  el  año  1585 ; 
la  lista  de  los  títulos  puede  verse  en  Menéndez  y  Pelayo.  El  catálogo  de 
sus  obras  teológicas  es  más  difícil  de  establecer,  porque  en  su  mayoría 
han  quedado  inéditas  y  aun  algunas  se  han  perdido.  Las  hay  escritas  en 
latín,  otras  en  catalán,  y  algunas  en  ambas  lenguas.  Para  la  determina- 
ción de  las  latinas  precisa  partir  de  la  enumeración  hecha  por  el  propio 
Arnaldo  en  la  protesta  de  Perusa  del  año  1304  y  en  la  formulada  ante 
Clemente  V  al  año  siguiente  (8).  Un  tercer  índice,  asimismo  incomple- 
to, de  las  obras  de  Arnaldo  aparece  en  la  sentencia  de  Tarragona  del 
año  1316  (9).  El  códice  vaticano  latino  3824  contiene  la  mayoría  de  los 
escritos  teológicos  de  Arnaldo;  Menéndez  Pelayo  lo  ha  inventariado  y 
extractado  copiosamente  y  Finke,  además  de  fechar  casi  todas  sus  pie- 
zas, ha  publicado  el  texto,  íntegro  o  fragmentado,  de  bastantes  de  ellas. 

(8)  Ambos  documentos  han  sido  publicados  por  H.  Finke:  Ans  den  Tagen  Boni- 
faz  VIH,  ya  citado,  págs.  CXCII  y  sgtes.,  y  CCII  y  sgtes. 

La  protesta  de  Perusa  ha  sido  reproducida  por  A.  Rubio  y  Lluch :  Documents  per 
V historia  de  la  cultura  catalana  mig-eval,  I,  Barcelona,  1908,  págs.  33  y  sgtes. 

(9)  Lo  publicó  el  P.  Jaime  Villanueva:  Viaje  literario  a  las  Iglesias  de  Espina, 
vol.  XIX,  págs.  321  y  sgtes.;  y  lo  reprodujo  M.  Menéndez  y  Pelayo:  Historia  de  los 
Heterodoxos  españoles,  2.a  ed.,  Madrid,  1918,  t.  III,  Apéndices,  págs.  CXXIII  y  sgtes. 


—    200  — 


Los  escritos  teológicos  en  lengua  vulgar,  que  la  Inquisición  mandó  des- 
truir, se  han  perdido  en  parte.  Recientemente  Ramón  de  Alós,  en  afor- 
tunados hallazgos,  ha  recobrado  la  Confessió  de  Barcelona  y  la  Lecho 
Narbonae,  y,  valorando  otro  hallazgo  de  Felice  Tocco,  ha  identificado  la 
versión  italiana  de  esta  última  obra  y  de  otros  dos  tratados,  el  De  Ca- 
ritate y  una  exposición  de  la  vida  espiritual  sin  rotular,  hasta  ahora 
desconocidos  Cío).  Un  códice  procedente  de  la  abadía  de  Saint  Germain- 
des-Prés,  existente  hoy  en  la  Biblioteca  Nacional  de  Leningrado,  con- 
tiene una  versión  griega  de  nueve  tratados  teológicos  de  Arnaldo,  de 
algunos  de  los  cuales  se  desconoce  todavía  el  texto  catalán,  como  el  que 
describe  la  visión  de  una  abadesa  y  otro  sobre  la  limosna  y  el  sacrifi- 
cio. Posiblemente,  dicha  versión  fué  realizada  en  vida  de  Arnaldo  y  es- 
taba destinada  a  difundir  sus  doctrinas  en  las  tierras  del  Oriente  eu- 
ropeo que  señoreaban  a  la  sazón  los  reyes  aragoneses  (n). 

Como  vemos,  el  catálogo  de  las  obras  de  Arnaldo  hállase  todavía  en 
período  de  fijación  (12).  Esperemos  que  nuevos  trabajos  lo  establezcan 
en  términos  definitivos,  para  poder  emprender  sobre  bases  firmes  el  es- 
tudio de  las  doctrinas  de  este  notable  pensador. 

(10)  La  Confessió  de  Barcelona  la  publicó  R.  d'Alós  en  la  revista  barcelonesa 
"Quaderns  d'Estudi",  192 1;  y  la  Lectio  Narbonae  según  texto  catalán  en  "Festgabe 
Finke",  'München,  1925,  págs.  187-199.  La  versión  italiana  de  esta  y  otras  dos  obras 
fué  publicada  por  F.  Tocco  en  Studi  francescani,  Napoli,  1909,  págs.  223  y  sgtes. ;  y  fué 
examinada  detenidamente  por  R.  de  Alós  en  la  Academia  de  Buenas  Letras  de  Barce- 
lona, sesión  de  junio  de  1930,  en  un  trabajo  del  que  tan  sólo  se  han  publicado  extracios 
periodísticos. 

di)  Joaquim  Carreras  i  Artau:  Una  versió  grega  de  nou  escrits  d'Arnau  de  Vila- 
nova,  "Analecta  Sacra  Tarraconensia,  Barcelona,  VIII,  1932,  págs.  127-134. 

Una  descripción  minuciosa  del  códice  de  Leningrado  se  hallará  en  el  vol.  XX  de 
la  "Histoire  littéraire  de  la  France",  págs.  261-266. 

(12)  Insertamos,  en  los  Apéndices  I  y  II,  un  catálogo  bibliográfico-cronológico  de  las 
obras  teológicas  de  Arnaldo  de  Vilanova  y  una  lista  de  sus  escritos  originales  en  lengua 
vulgar,  con  arreglo  a  los  datos  actualmente  conocidos. 


II 


La  lucha  contra  el  escolasticismo. 

Orígenes  de  la  polémica. — Contiendas  con  los  dominicos  en  Gerona  y  en  Mar- 
sella.— Actitud  de  Arnaldo  frente  a  la  filosofía  y  a  la  teología. — Condenacio- 
nes de  las  obras  de  Arnaldo. 

8.  Por  los  truculentos  episodios  ocurridos  en  los  últimos  años  de 
la  vida  de  Arnaldo  y  por  la  cronología  de  sus  obras  no  profesionales  que 
ha  establecido  Diepgen,  cabe  discernir  en  su  compleja  personalidad  tres 
distintas  facetas  que  corresponden,  en  líneas  generales,  a  otras  tantas 
etapas  de  su  actuación:  la  de  médico,  la  de  joaquimita  y  la  de  refor- 
mador. Por  estos  tres  aspectos  Arnaldo  interesa  a  la  historia  de  la  me- 
dicina, a  la  literatura  apocalíptica  y  profetista  y  a  la  historia  de  las  uto- 
pías, respectivamente.  Por  ninguno  de  ellos  Arnaldo  cabe,  en  rigor,  den- 
tro de  una  historia  de  las  ideas  filosóficas.  Es  más :  él  mismo  se  situó 
explícitamente,  como  vamos  a  ver,  al  margen  y  en  frente  de  la  filosofía. 
Y,  sin  embargo,  la  expansión  de  su  vigorosa  personalidad  le  llevó  a  in- 
vadir ese  campo  ajeno  a  sus  propósitos  desde  dos,  por  lo  menos,  de  los 
tres  aspectos  indicados.  Su  genio  médico  le  empujó  a  una  especulación 
sobre  la  naturaleza,  que  se  estructuró  en  una  cosmología  animista;  y 
sus  proyectos  de  reforma  cristalizaron  en  una  concepción  social  y  polí- 
tica. Todavía  en  el  aspecto  restante  Arnaldo  interesa  al  historiador  de 
la  filosofía  por  contraste,  en  cuanto  encarna  la  viva  antítesis  de  la  Es- 
colástica del  siglo  xiii,  cuyo  valor  niega,  cuya  eficacia  condena  y  cuyos 
procedimientos  censura  con  singular  acritud  en  una  campaña  de  larga 
y  violenta  oposición.  Su  apasionamiento  por  la  ideología  de  los  espiri- 
tuales le  situó  en  los  antípodas  de  la  filosofía  y  aun  de  la  teología  de 
su  tiempo,  frente  a  las  que  adoptó  una  actitud  de  repulsa  similar  a  la 
de  Jacopone  de  Todi  y  otros  espíritus  religiosos  coetáneos  (13). 

Más  que  en  las  ideas  espirituales  compartidas  por  Arnaldo,  hay  que 


(13)    Véase,  sobre  este  punto,  a  Tomás  Carreras  i  Artau :  Els  carácters  de  la  Filoso- 


—   208  — 


buscar  la  razón  de  tan  violentas  diatribas  en  su  carácter  atrabiliario  que 
se  fué  exacerbando  gradualmente  en  la  prolongada  persecución  de  que 
se  le  hizo  objeto  por  sus  profecías  escatológicas.  El  mismo  atribuye  la 
culpa  principal  de  sus  polémicas  a  los  teólogos  de  la  Sorbona,  concreta- 
mente a  los  "doctores  seculares",  uno  de  los  cuales,  Pedro  de  Alvernia, 
parece  haber  sido  su  mayor  adversario  (14).  Por  la  susceptibilidad  de 
los  profesores  universitarios  ante  la  obra  apocalíptica  que  Arnaldo  dió 
a  conocer  en  París  en  1299  surgió,  como  hemos  visto,  la  denuncia  y  se 
llegó  a  la  condena.  Pero,  aparte  los  rozamientos  personales,  es  evidente 
que  las  doctrinas  de  Arnaldo  envolvían  un  fondo  de  oposición  rotunda 
a  la  teología  oficial,  cuya  misma  existencia  corría  peligro  con  la  difusión 
de  tales  ideas.  No  es  de  extrañar,  pues,  la  reacción  de  los  teólogos  uni- 
versitarios ni  el  eco  que  halló  en  otros  sectores  afectos  a  ellos  por  cla- 
ros vínculos  de  solidaridad. 

9.  Fuera  del  recinto  académico,  la  actitud  de  los  doctores  parisien- 
ses repercutió  con  especial  intensidad  en  las  comunidades  de  Predica- 
dores, sobre  todo  en  las  de  Provenza  y  Cataluña,  cuya  actividad  inte- 
lectual giraba  a  la  sazón  en  torno  a  la  vida  universitaria,  como  en  otro 
lugar  hemos  subrayado  (15).  Ya,  simultáneamente  al  proceso  de  París, 
un  dominico  llamado  Pedro  Massa  había  atacado  a  Arnaldo  en  un  es- 
crito, cuyo  título  y  asunto  ignoramos  (16).  El  opúsculo  de  este  domini- 
co, que  por  el  nombre  parece  catalán,  no  fué  un  acto  aislado.  No  tardó 
Arnaldo  en  enterarse  de  que  por  tierras  de  Gerona  otro  miembro  de 
la  Orden,  Bernardo  de  Puigcercós,  tronaba  públicamente  contra  él  des- 
de los  pulpitos  de  las  iglesias.  Bernardo  era  hombre  docto  y  de  gran 
prestigio  dentro  y  fuera  de  la  Orden  (17).  Contra  él  presentó  Arnaldo, 


fia  Franciscana  i  l'Esperit  de  Sant  Francesc,  artículo  inserto  en  "Franciscalia",  Barcelona. 
1928,  págs.  56-60. 

Cfr.  Guido  de  Ruggiero:  La  filosofía  del  Cristiancsimo,  vol.  III,  Barí,  1920  (cap.  XVI, 
párrafo  2:  "La  reazione  antifilosofica") ,  págs.  75-77. 

(14)  Sobre  Pedro  de  Alvernia,  consúltese  el  Chartularium  Universitatis  Parisiensis, 
II,  París,  1891,  pág.  71,  n.°  597;  y  págs.  89-90,  n.°  616. 

En  una  disputa  quolibética  que  Pedro  de  Alvernia  sostuvo  en  la  Universidad  de 
París,  probablemente  en  1300,  sometió  a  crítica  cuatro  tesis  de  Arnaldo  sacadas  del  De 
adventu  Antichristi.  Véase,  acerca  de  este  punto,  a  Glorieux:  La  littérature  quolib etique..., 
Kain,  1925,  págs.  81,  257-258  y  262. 

(15)  Véase  el  cap.  IV,  Sección  I,  párrafo  V  de  esta  misma  obra. 

(16)  El  escrito  se  ha  perdido,  pero  el  hecho  viene  atestiguado  por  el  historiador 
Diago:  Historia  de  la  Provincia  de  Aragón  de  la  Orden  de  Predicadores,  Barcelona,  1599» 
lib.  II,  cap.  XCII,  pág.  269. 

(17)  Diago  da  abundantes  noticias  acerca  de  este  personaje  que  profesó  en  la  Orden 
de  Predicadores  en  1296  y  enseñó  teología  en  varios  conventos,  señaladamente  en  los 
-de  Valencia  y  Gerona.  Ejerció  altos  cargos  en  la  Orden  e  intervino  en  asuntos  políticos 


209  — 


el  año  1302,  tres  denuncias  consecutivas  al  obispo  de  Gerona.  En  la 
primera  se  limitaba  a  protestar  de  las  predicaciones  de  su  adversa- 
rio (18).  En  la  segunda  habla  ya  de  un  escrito,  del  que  Puigcercós  había 
anticipado  un  extracto  al  obispo,  pero  negándose  a  publicarlo  bajo  ex- 
cusa de  que  no  lo  conocían  sus  superiores ;  a  pesar  de  lo  cual,  en  unos 
sermones  pronunciados  en  Castelló  de  Ampurias  (19),  se  había  ufanado 
de  su  triunfo  sobre  Arnaldo.  Este  pide  al  obispo  que  le  prohiba  predi- 
car y  le  conmine  a  exhibir  su  escrito  para  someterlo  a  examen  ante  la 
Universidad  de  París  o  ante  la  curia  pontificia.  A  esta  propuesta  se 
avino,  por  fin,  el  dominico.  La  querella,  sin  embargo,  tomó  otros  rum- 
bos por  haberse  solidarizado  el  ^convento  gerundense  con  Bernardo, 
hecho  al  que  replicó  Arnaldo  solicitando  represalias  del  oficial  lugarte- 
niente de  Gerona. 

10.  Entretanto,  en  los  conventos  provenzales  la  murmuración  con- 
tra Arnaldo  había  tomado  gran  incremento.  El  rumor  de  ella  llegó  a 
sus  oídos,  durante  una  breve  estancia  en  Marsella,  a  fines  de  1303  o 
principios  de  1304  por  informe  de  un  buen  amigo,  Jaime  Blandí,  ca- 
nónigo en  Digne  (20),  quien  le  enteró  que  en  algunas  iglesias  de  la  ciu- 
dad y  diócesis  de  Marsella  eran  discutidas  sus  ideas  escatológicas,  dis- 
tinguiéndose en  los  ataques  los  frailes  dominicos;  al  propio  tiempo,  le 
facilitó  un  resumen  de  las  principales  objeciones  que  se  hacían  a  sus 
doctrinas.  Sin  dilación,  en  el  mismo  Marsella  compuso  Arnaldo  en  enero 
o  febrero  de  1304  un  opúsculo,  que  dedicó  a  su  amigo,  bajo  el  signifi- 
cativo título:  Gladius  jugulans  thomatistas,  en  el  que  rebatía  una  a  una 
las  objeciones  de  los  adversarios  que  le  habían  sido  comunicadas  por 
Blanch.  Del  opúsculo  presentó  copia  al  obispo  de  Marsella,  ante  quien 
en  10  de  febrero  formalizó  la  primera-  de  sus  tres  denuncias  marsellesas 
para  pedirle  encarecidamente  que  mandase  callar  a  sus  adversarios  y 
les  instase  a  controversia  con  él.  Hasta  este  momento,  ni  Arnaldo  ni  su 
amigo  Blanch  conocían  el  opúsculo  donde  eran  formuladas  tales  obje- 
ciones, que  corría  anónimo  entre  los  dominicos  y  era  leído  y  comentado 
con  fruición  en  los  conventos  de  Provenza.  Pronto  logró  Arnaldo  ha- 
cerse con  un  manuscrito  y  sin  demora  lanzó  en  respuesta  su  Carpinatio 


de  monta.  Por  equivocación  se  le  da  el  nombre  de  Bartolomé  en  algunos  manuscriics, 
pero  el  mismo  Arnaldo  en  otros  le  llama  Bernardo.  (Véase  la  obra  citada  de  Diago, 
lib.  I,  cap.  XIII,  págs.  29-30). 

(18)  Ha  publicado  este  documento  Fr.  Ehrle,  en  el  "Archiv  für  Litteratur-  und 
Kirchengeschichte  des  'Mittelalters",  vol.  II,  1886,  págs.  327  y  sgtes. 

(tq)    Villa  en  el  Ampurdán,  junto  a  Figueras,  muy  importante  en  la  Edad  Media. 

(20)    Población  de  Provenza. 

u 


—   210  — 


poetrie  theologi  deviantis  que  dedicó  a  otro  amigo  suyo  de  nombre- 
Marcelo,  canónigo  en  Cardona  {21).  En  28  de  febrero  presentaba  aí 
obispo  su  segunda  denuncia.  A  los  pocos  días  averiguó  Arnaldo  que  al 
opúsculo  le  habían  sido  añadidas  dos  cosas :  un  detalle  referente  a  una- 
interpretación  de  un  pasaje  bíblico  y  el  nombre  del  autor.  Este  resultó 
ser  Juan  Vigouroux  (22),  un  personaje  de  primera  fila  entre  los  domi- 
nicos provenzales,  quien  desde  hacía  un  cuarto  de  siglo  venía  luchando- 
por  la  difusión  de  la  doctrina  tomista  en  el  seno  de  la  Orden.  No  creía 
Arnaldo  encontrarse  frente  a  un  enemigo  de  tanta  autoridad,  y  aun 
puso  en  duda  la  autenticidad  de  la  atribución ;  no  obstante,  cursó  al 
obispo  su  tercera  denuncia,  ahora  muy  concreta,  con  fecha  14  de 
marzo. 

11.  Vigouroux  era  realmente  el  autor  del  escrito,  lo  cual  muestra 
que  la  oposición  a  Arnaldo  no  sólo  hallaba  eco  en  el  estado  llano,  sino> 
que  iba  ganando  las  capas  superiores  de  la  Orden.  Una  confirmación 
de  esto  la  encontramos  en  el  nuevo  ataque  que  al  año  siguiente  le  diri- 
gió otro  dominico  catalán,  Martín  de  Ateca,  quien  había  sido  nada  me- 
nos que  confesor  de  Arnaldo.  Martín  era  también  personaje  de  impor- 
tancia en  la  Orden,  y  había  sido  confesor  del  rey.  Arnaldo  se  enfureció 
ante  tan  inesperado  golpe,  y  al  libelo  de  Martín  opuso  en  el  acto  su 
Antidotum  contra  venennm  effusum  per  fratrem  Martinum  de  Atheca, 
dedicado  al  obispo  de  Mallorca,  en  el  que  reprocha  a  fray  Martín  haber 
traicionado  su  amistad  con  procedimientos  tortuosos  (23). 

La  conducta  de  los  dominicos  debió  dolerle  a  Arnaldo  en  el  alma, 
por  cuanto,  lejos  de  guardar  prevención  contra  ellos,  abrigaba  senti- 
mientos de  ternura  y  gratitud  para  la  Orden.  Recordaba  a  Ramón  Mar- 


(21)  Población  de  alguna  importancia  en  la  provincia  de  Barcelona,  renombrada 
por  su  montaña  de  sal. 

(22)  Véanse  las  noticias  que  hemos  dado  acerca  de  este  teólogo  dominico  en  el 
cap.  IV,  Sección  I,  párrafo  5,  núm.  27. 

(23)  El  escrito  de  Martín  de  Ateca,  del  que  existió  un  ejemplar  en  la  biblioteca 
papal  de  Aviñón,  se  ha  perdido.  La  contestación  de  Arnaldo,  así  como  los  demás  escri- 
tos de  polémica  antes  citados,  se  conserva  en  el  códice  vaticano. 

He  aquí  el  texto  en  que  Arnaldo  se  queja  amargamente  del  proceder  de  fray  Mar- 
tín: "...  turpiter  cecidit  (Martinus),  quoniam  dicit  se  audivisse  a  me,  quod...  Verum  est 
enim,  quod  venit  ad  cellam  meam  et  consedit  mecum  in  lecto  meo,  et  ómnibus  aliis 
exclusis  protestatus  est  michi,  quod  ut  amicus  me  visitabat,  tum  quia  fuerat  aliquando 
confessor  meus,  tum  quia  sciebat,  me  ordinem  serenissime  dilexisse;  nunquam  tamen 
michi  verbo  vel  facto  manifestavit,  quod  aliquid  scriberet  contra  meas  editiones.  Tune 
autem,  interrogatus  ab  eo  quid  sentirem  de  Antichristo  respondí  ut  supra."  Tanto  este 
texto  como  bastantes  de  los  datos  que  anteceden,  están  tomados  del  artículo  de  Fr.  Ehrle : 
Arnaldo  da  Villanova  ed  i  Thomatiste,  inserto  en  "Gregorianum",  vol.  I,  1920,  Dági- 
nas  475-Soi. 


—    211  — 


tí,  su  profesor  de  hebreo,  en  cariñosas  palabras.  Tenía  singular  afecto 
por  su  confesor  Martín  de  Ateca,  a  quien  recibía  como  a  un  amigo 
íntimo.  Todavía  en  los  años  de  1301  y  1302,  con  ocasión  de  enviar  a  los 
dominicos  de  París  y  de  Montpellier  su  nuevo  tratado  De  mysterio 
cimbalorum,  recapitulaba  en  términos  de  gran  efusión  los  títulos  de 
agradecimiento  para  quienes  le  iniciaron  en  los  estudios  (24).  Sólo  la 
enconada  persecución  que  sufrió  de  caracterizados  miembros  de  la 
Orden,  pudo  empujarle  hasta  la  ruptura  total.  A  la  verdad,  la  cosa  no 
era  para  menos.  Coincidiendo  con  el  escrito  de  Martín  de  Ateca,  el 
dominico  Guillermo  Colliure,  inquisidor  en  Valencia,  en  el  mismo  año 
1305  prohibió  poseer  y  leer  las  obras  de  Arnaldo  y  excomulgó  luego, 
por  contraventor  de  la  prohibición,  a  un  familiar  del  rey,  Gumbaldo  de 
Pilis.  Jaime  II,  a  quien  Arnaldo  de  Vilanova  acababa  de  asistir  en  una 
grave  enfermedad,  se  sintió  molesto  por  estas  medidas;  y,  en  carta  al 
General  de  la  Orden  Aymerich  de  Piacenza,  exigió  la  revocación  de  la 
sentencia  bajo  amenaza  de  graves  males  para  el  Inquisidor  y  la 
Orden  (25). 

12.  En  el  auge  de  los  estudios  teológico-filosóficos,  tan  florecientes 
en  su  tiempo,  Arnaldo  ve  un  aspecto  de  la  progresiva  secularización 
del  mundo,  que  le  aleja  cada  vez  más  del  ideal  cristiano.  Este  se  con- 
tiene en  su  prístina  pureza  en  la  letra  sencilla  del  Evangelio,  asequible 
por  igual  a  los  rudos  y  a  los  doctos,  ya  que  a  todos  ha  sido  revelada  la 
verdad  por  la  palabra  infalible  de  Cristo.  He  aquí  el  saber  auténtico, 
la  única  filosofía  divina  y  católica  que  los  creyentes  deben  abrazar.  En 
el  texto  evangélico  tomado  en  su  sentido  literal  la  verdad  se  hace  pa- 
tente sin  esfuerzo ;  a  lo  sumo,  para  descubrir  el  sentido  oculto  de  ciertos 
pasajes  o  de  ciertos  libros  hace  falta  un  trabajo  de  exégesis.  Pero  no 
más;  cualquiera  otra  operación  intelectual  que  exceda  de  estos  térmi- 
nos, es  vana  y  presuntuosa.  Arnaldo  condena,  en  consonancia  con  esto, 
la  especulación  racional  a  que  venía  entregándose  tradicionalmente  la 
teología.  La  inquisición  filosófica  acaba  por  arrinconar  la  exégesis  evan- 
gélica con  grave  detrimento  de  la  fe.  Las  glosas  y  las  "postillas"  con 
que  los  falsos  teólogos  exornan  las  sentencias  de  los  Santos  Padres, 
apartan  el  pensamiento  de  Dios  y  acaban  por  descarriarlo.  Al  plantear 


(24)  "...  innatam  quasi  devotionem,  que  a  puerilibus  annis  cor  meum  incalescebat 
ac  specialiter  ferebatur  ad  obsequium  ordinis  et  amplexum...  Huius  religionis  serenitatem 
eterna  pietas  mihi  conferens  in  nutricem,  lactavit  eius  uberibus,  educa vit  laboribus  et 
solidis  pabulis  enutrivit"  (citado  por  Fr.  Ehrle,  ibid.). 

(25)  La  carta  del  rey  la  ha  publicado  M.  Menéndez  Pelayo  en  la  Historia  de  los 
Heterodoxos  españoles,  2.a  ed.,  t.  III,  pág.  CXVII  de  los  Apéndices. 


—    212  — 


en  forma  de  cuestión  lo  que  la  universalidad  de  los  fieles  tiene  por 
cierto,  subvierten  el  fundamento  de  la  creencia  y  destruyen  la  unidad 
de  la  fe.  A  quienes  andan  vacilantes  en  la  admisión  de  los  dogmas,  les 
inducen  fácilmente  a  la  desobediencia  y  a  la  rebeldía.  Es  curiosidad 
malsana  querer  escrutar  los  misterios  que  exceden  la  capacidad  del  co- 
nocimiento humano.  Aquellos  doctores  que  indagan  si,  abstracción  hecha 
de  las  Personas  divinas,  la  esencia  de  Dios  es  principio  creador  u  ope- 
rador en  alguna  otra  manera ;  o  si,  prescindiendo  mentalmente  de  la 
Persona  del  Hijo,  la  Persona  del  Espíritu  Santo  procede  del  Padre;  o 
si  en  Cristo  hay  una  sola  forma  o  más  de  una,  incurren  en  temeraria 
presunción  y  en  vicio  de  curiosidad  por  escrutar  la  majestad  de  Dios, 
cosa  que  está  prohibida.  Quienes  se  preguntan,  encima,  si  la  Iglesia 
Romana  goza  primacía  sobre  las  demás  del  orbe,  o  si  del  Romano  Pon- 
tífice obtienen  el  poder  de  las  llaves  los  demás  prelados,  no  sólo  se 
aventuran  en  una  especulación  temeraria,  sino  a  la  vez  errónea.  Quie- 
nes suscitan  tales  cuestiones  en  la  sociedad  de  los  católicos,  pertenecen 
al  número  de  aquéllos  que,  según  frase  del  Apóstol,  son  hombres  trai- 
dores y  perversos,  ciegos  y  fatuos.  Adulteran  la  ciencia  sagrada,  tro- 
cando la  gloria  inmarcesible  del  saber  de  Dios  en  la  vanidad  de  las 
cuestiones  filosóficas  o  naturales,  y  siembran  la  cizaña  en  el  campo  del 
Señor  (26). 

Con  palabras  duras  condena  Arnaldo  el  uso  del  método  filosófico 
en  la  explanación  de  la  teología.  Quienes,  profesando  en  cátedra,  se 
glorían  de  multiplicar  a  voluntad  los  problemas,  formar  silogismos  y 
urdir  argumentos,  vean  cómo  se  conforman  a  la  frase  de  la  Escritura : 
"Grabarás  en  tu  corazón  las  palabras  de  la  Ley  y  las  meditarás".  Los 
teólogos  que  entablan  disputas  por  curiosidad,  bordando  sutilezas  en 
torno  a  los  seres  meramente  intencionales,  cuya  realidad  ni  la  fe  ni  la 
experiencia  manifiestan,  vean  si  es  ésta  la  manera  de  edificar  al  pueblo 
cristiano.  El  idioma  que  los  doctores  enseñan,  es  el  que  aprenden  los 
discípulos;  si  la  verdad  sencilla  del  Evangelio  que  hasta  los  niños  saben, 
es  rechazada,  unos  y  otros  acabarán  por  preferir  al  Evangelio  el  libro 
cuarto  de  las  Sentencias  o  la  Suma  de  tal  autor  u  otra  obra  cualquiera. 
Hasta  tal  punto  los  teólogos  filosofantes  o  los  filósofos  teologizantes 
adulteran  la  sabiduría  de  Cristo. 

En  su  postura  extremosa  de  espiritual.  Arnaldo  abomina  sin  distin- 
ción de  la  teología  clásica  a  la  manera  anselmiana  y  de  la  teología  racio- 


(26)  Los  textos  latinos  de  Arnaldo  donde  se  contienen  tales  asertos,  están  tom.tdos 
del  códice  vaticano  y  pueden  consultarse  en  el  citado  artículo  de  Fr.  Ehrle,  págs.  496-500. 


-    213  — 


nal  a  la  nueva  manera  de  los  peripatéticos.  Condena  en  su  integridad  el 
saber  del  siglo,  en  el  bien  entendido  de  que  computa  por  tal  la  vana  e 
infructuosa  especulación  humana  sobre  los  dogmas.  También  ella  es 
obra  de  los  hombres,  vanidad  hinchada  de  doctores  a  quienes  insufla 
el  diablo.  La  verdad  no  la  hacen  los  hombres,  sino  que  nos  es  revelada 
por  la  gracia  de  Dios;  en  el  modo  de  proponer  esta  verdad  al  pueblo 
cristiano,  se  distinguen  los  verdaderos  de  los  falsos  apóstoles. 

13.  No  es  de  extrañar  que  Arnaldo  tomara  a  los  dominicos  por 
blanco  predilecto  de  sus  iras.  Les  acusa,  en  efecto,  de  apelar  en  todas 
las  decisiones  a  la  autoridad  de  su  doctor,  a  quien  exaltan  por  encima 
de  las  demás  autoridades  por  creerle  una  inteligencia  excepcional,  sin 
advertir  que  ,el  saber  fructifica  en  el  hombre  por  un  don  de  la  gracia 
divina.  Ante  la  alegación  reiterada  de  la  autoridad  de  Tomás  de  Aquino 
por  los  adversarios,  Arnaldo  acaba  por  concentrar  en  él  sus  ataques.  El 
error  capital  que  le  achaca,  es  el  de  haber  negado  el  valor  de  las  pro- 
fecías sobre  los  novísimos,  lo  cual  basta  para  que  Arnaldo  se  deshaga 
en  improperios  contra  su  obra  y  su  persona.  No  sólo  niega  en  bloque 
la  validez  de  sus  tesis  y  la  eficacia  de  sus  argumentaciones  (27),  sino 
que  llega  a  la  imprecación  y  al  insulto  grosero :  "hic  non  theologizavit, 
sed  bovizavit",  que  repite  con  insana  complacencia  en  todos  los  giros 
posibles  de  la  palabra.  A  sus  partidarios  les  llama  "theologi  bubulcares' 
y  les  reprocha  su  "bubulcaritas  argumentationis" .  Les  tacha  de  "istriones 
qui  ribaldice  sive  trutannice  locuntur  in  publico".  Se  irrita  de  que  a  su 
príncipe  le  consideren  un  sol  o  un  astro  de  primera  magnitud,  en  quien 
se  resume  el  saber  humano  de  su  tiempo;  Arnaldo  interpreta  aquel  ca- 
lificativo como  un  símbolo  apocalíptico  de  mal  agüero  y  prorrumpe  en 
improperios  que  salen  a  raudales  de  su  pluma  impulsada  por  una  fan- 
tasía de  meridional. 

No  podía  faltar  en  esa  repulsa  general  el  dardo  certero  contra  Aris- 
tóteles y  contra  la  Universidad  de  París,  asiento  del  aristotelismo.  En 
el  De  cymbalis  ecclesiae,  obra  profética  que  insiste  en  el  tema  de  la 
venida  del  Anticristo,  anuncia  la  destrucción  de  la  Universidad  infes- 
tada de  paganismo:  Nidus  eciam  Aristotelis  contabescens  evacuabitur, 
quia  pullorum  garritus  abhorribilis  obteget  veritatem  irridendo  minis- 
tris  eius. 

14.  En  medio  de  tantas  censuras  e  imprecaciones  Arnaldo  no  se 


(27)  "Quod  autem  introducit...  ex  dictis  fratris  Thomae,  monstratum  est...  quod 
est  bubulcare  tam  quoad  omnes  positiones  eius,  quam  quoad  modos  argumentandi"  'ci- 
tado por  Fr.  Ehrle,  ibid.). 


cansa  de  propugnar  el  retorno  al  cristianismo  primitivo,  tal  como  lo 
predicaran  Cristo  y  sus  apóstoles.  Era  el  lugar  común  de  los  espiritua- 
les, en  cuyas  filas  profesaba  (28).  En  este  aspecto  le  vemos  compartir 
el  ideal  puro  del  franciscanismo  en  la  forma  que  le  diera  el  Fundador 
de  Asís.  Pero,  mientras  en  San  Francisco  el  ideal  cristiano  se  resuelve 
en  amor  y  ternura  que  irradia  alrededor,  en  Arnaldo  por  la  tergiver- 
sación de  su  esquinado  temperamento  explota  en  llamaradas  de  odio 
que  manchan  y  ennegrecen  cuanto  cae  a  su  alcance. 

Por  una  reacción  muy  explicable,  Arnaldo  concitó  contra  sí  la  ani- 
madversión de  los  dominicos  y  demás  Ordenes  religiosas,  y  aun  de  los 
doctores  seculares.  Vimos  ya  que  la  Inquisición  seguía  vigilante  sus 
pasos  y  de  seguro  habría  procedido  con  energía  contra  su  persona  y 
sus  escritos,  a  no  contar  Arnaldo  con  la  protección  de  personajes  pode- 
rosos, entre  ellos  reyes  y  Papas.  La  tormenta  que  logró  contener  en 
vida,  estalló  después  de  su  muerte.  En  noviembre  de  13 16,  una  reunión 
de  teólogos  convocada  en  Tarragona,  en  la  que  predominaban  los  do- 
minicos, condenó  hasta  quince  tesis  de  Arnaldo  como  errores  vitandos 
y  fulminó  anatema  contra  una  lista  de  libros  que  debían  ser  entregados 
por  sus  poseedores  en  el  término  de  diez  días.  Entre  las  tesis  condena- 
das merecen  destacarse  las  dos  siguientes : 

5.a  Que  es  dañoso  y  condenable  el  estudio  de  la  filosofía  y  su  apli- 
cación a  las  ciencias  teológicas. 

13.a  Que  todas  las  ciencias  son  condenables,  fuera  de  la  teolo- 
gía (29). 

La  sentencia  de  Tarragona  constituía  un  esfuerzo  supremo  para 
paralizar  los  efectos  de  la  tremenda  campaña  de  Arnaldo. 

(28)  Los  contactos  de  Arnaldo  con  Clareno  y  Ubertino  de  Cásale,  jefes  del  movi- 
miento espiritual,  son  conocidos.  Sobre  este  punto  consúltese  la  obra  del  P.  José  M*  Pou, 
O.  F.  M. :  Visionarios,  beguinos  y  jraticelos  catalanes  (siglos  xni-xv),  Vich,  1930,  en 
el  extenso  capítulo  que  dedica  a  Arnaldo  fpágs.  34-110). 

(29)  Véase  a  M.  Menéndez  Pelayo,  obra  y  tomo  citados,  págs.  221-225. 


III 


Filosofía  natural  y  medicina. 

Fama  médica  y  cultura  profesional  de  Arnaldo. — Empirismo  y  especulación. — 
Medicina  y  teología. — Teoría  del  fluido  vital. — Los  influjos  astrales. — Los  es- 
píritus puros. — Las  cosas  naturales  y  sus  cualidades  ocultas. — La  magia  y  la 
astrología  al  servicio  de  la  medicina;  terapéutica  y  farmacopea  consiguientes. 

15.  Tan  sólo  como  figura  de  contraste  es  lícito  incluir  a  Arnaldo 
-de  Vilanova  en  una  historia  de  las  ideas  filosóficas.  Sus  invectivas  con- 
tra las  autoridades,  las  instituciones  y  los  hombres  más  representativos 
de  la  cultura  teológico-filosófica  de  su  época,  contra  los  que  actuó  a 
manera  de  revulsivo,  le  situaron  al  margen  de  la  corriente  central  de 
pensamiento  que  predominó  en  los  últimos  siglos  de  la  Edad  Media. 
Pero,  en  fuerza  del  mismo  contraste,  a  los  ojos  de  los  investigadores 
modernos  ofrecen  bastante  mayor  interés  las  ideas  médicas  y  científi- 
cas que  maduraron  en  Arnaldo  como  fruto  de  una  auténtica  vocación, 
sin  rozarse  apenas  con  sus  polémicas  teológicas  ni  con  sus  propósitos 
de  reforma  social,  y  cuya  ulterior  repercusión  fué  asimismo  conside- 
rable. 

Arnaldo  cobró  fama  de  ser,  sin  disputa,  el  mejor  médico  del  si- 
glo xiii,  como  lo  demuestran  los  múltiples  requerimientos  que  le  diri- 
gieron los  personajes  más  poderosos  de  su  siglo.  Además  de  los  reyes 
de  Aragón  Pedro  III  y  Jaime  II,  y  del  rey  de  Sicilia  Federico,  le  tu- 
vieron por  médico  tres  Papas  consecutivos,  sin  que  fueran  óbice  al  apre- 
cio que  de  él  hicieron  como  profesional  las  contiendas  y  descarríos  teo- 
lógicos en  que  incurrió.  Cuando  la  curia  papal  se  disgustó  con  Anselmo 
de  Bérgamo,  el  médico  boloñés  que  asistía  al  papa  Bonifacio  VIII,  Ar- 
naldo fué  llamado  a  sustituirle  contra  el  agrado  del  Pontífice.  El  éxito 
de  la  actuación  médica  de  Arnaldo  se  cimentaba  en  la  posesión  de  una 
cultura  científica  y  profesional  enorme,  gracias  a  la  que  ha  pasado  a 
la  posteridad  como  la  figura  más  representativa  de  la  medicina  de  su 
tiempo. 


-    216  — 


16.  El  saber  médico  de  Arnaldo  de  Vilano  va  se  integraba  con  un 
fondo  copioso  de  tradición  y  un  rico  caudal  de  experiencia.  Su  paso  por 
la  escuela  salernitana  en  las  aulas  de  Juan  de  Calamida  le  había  fami- 
liarizado con  la  tradición  médica  occidental.  La  tradición  clásica  y  ára- 
be, que  penetró  durante  el  siglo  xiii  en  Nápoles  sin  resistencias,  fué  cul- 
tivada también  en  Montpellier;  allí,  y  en  Barcelona,  pudo  Arnaldo  co- 
nocerla cada  vez  más  a  fondo.  Él  mismo  hizo  labor  de  traductor  y  puso 
en  latín  un  tratado  médico  de  Costa  ben  Luca ;  Thorndike  llega  a  sos- 
pechar que  algunas  de  sus  obras  tenidas  por  originales  sean,  tal  vez, 
versiones  del  arábigo  (30).  Ignoraba  el  griego,  según  él  mismo  confiesa 
en  un  pasaje;  pero,  a  través  de  las  versiones  árabes,  conoció  perfecta- 
mente la  medicina  clásica.  A  un  caudal  tan  abundante  de  conocimien- 
tos logrados  por  el  estudio  añadíase  en  Arnaldo  una  rica  experiencia 
personal  adquirida,  no  sólo  en  el  ejercicio  de  la  profesión,  sino  al  con- 
tacto con  otros  médicos  y  científicos  durante  sus  continuos  viajes  por 
España,  Francia  e  Italia.  Su  tratado  integral  de  la  Medicina,  el  Brevia- 
rium  practicae  a  capite  usque  ad  plantam  peáis,  encierra  observaciones 
personales  y  descripciones  de  cuadros  y  costumbres  locales  de  un  gran 
interés. 

En  la  confluencia  de  estos  dos  elementos  de  la  cultura  médica  de 
Arnaldo,  tradición  y  experiencia,  se  encuadra  en  buena  parte  su  labor 
científica.  Bajo  la  influencia  de  aquélla,  escribe  un  comentario  al  Régi- 
men salernitano  y  traduce  del  arábigo,  según  la  moda  de  entonces.  Pero, 
rebelde  de  natural,  insurge  contra  la  autoridad  y  se  atreve  a  contrade- 
cir expresamente  opiniones  de  Galeno  y  Avicena.  Huelga  subrayar  el 
alcance  de  una  tal  actitud-,  que  provocará  en  el  Renacimiento  el  surgir 
de  la  nueva  ciencia  de  la  naturaleza.  De  hecho,  Arnaldo  de  Vilanova 
se  erige  en  el  siglo  xm  en  el  campeón  del  empirismo,  hasta  el  extremo 
que  se  ha  podido  afirmar  de  él  que  ha  realizado  en  la  medicina  una  labor 
análoga  a  la  de  Rogerio  Bacon  en  la  ciencia  física  (31).  El  empirismo 
metódico  fluye  en  Arnaldo  de  convicciones  arraigadas.  Profesa  la  idea 
de  que  las  cualidades  de  las  cosas  se  averiguan  nada  más  por  experien- 
cia o  por  revelación,  por  lo  cual  los  iletrados  y  las  mujeres  están  en 
capacidad  de  descubrirlas  tanto  como  los  doctos.  Aconseja  el  tratamien- 
to individualizado  del  enfermo  a  la  manera  hipocrática.  La  apelación  a 
la  experiencia  es  en  Arnaldo  sincera  y  efectiva,  no  nominal  e  ineficien- 


(30)  L.  Thorndike:  A  History  of  Magic  and  Experimental  Science,  vol.  II,  Xew- 
York,  1923,  pág.  847-  De  esta  obra  (volumen  citado,  págs.  841-861)  hemos  tomado 
abundantes  materiales  para  nuestra  exposición  de  la  filosofía  natural  de  Arnaldo. 

(31)  G.  S.  Brett:  A  History  of  Psychology,  vol.  II,  London,  1021,  pág.  143. 


te  como  en  Pedro  Hispano ;  con  mayor  razón  cabría,  pues,  situarle  me- 
todológicamente en  la  gran  corriente  científico-natural  del  siglo  xiii  que 
inició  en  la  cultura  de  Occidente  Alberto  Magno. 

17.  Pero  lo  interesante  y  distintivo  en  Arnaldo  es  que  su  empirismo 
sirve  de  base  a  una  especulación  desenfrenada.  Arnaldo  aspira  a  sentar 
una  teoría  racional  de  la  medicina,  para  lo  cual  sobre  los  hechos  de  ob- 
servación, más  otros  datos  de  creencia,  levanta  un  osado  edificio  doctri- 
nal. En  el  fondo,  una  aspiración  tan  ambiciosa  necesita  apoyarse  en  una 
concepción  del  hombre  y  del  Cosmos,  que  efectivamente  encontramos 
desarrollada  en  Arnaldo.  El  punto  débil  de  esta  empresa  hállase  en  el 
tránsito  de  la  experiencia  a  la  idea  racional  por  falta  de  un  método  se- 
guro. No  olvidemos  que  la  inducción  científica  está  en  el  siglo  xiii  to- 
davía en  mantillas,  y  no  nos  extrañaremos  entonces  de  ver  a  Arnaldo 
entregarse  a  una  interpretación  enteramente  arbitraria  de  los  fenómenos 
naturales  en  la  que,  por  falta  de  rigor  crítico,  se  deslizan  subrepticia- 
mente sus  prejuicios  teológicos  y  sus  tendencias  espiritualizantes.  Así 
llega  Arnaldo  a  una  concepción  fantástica  de  la  naturaleza,  más  bien 
forjada  al  calor  de  su  imaginación  que  por  una  racional  depuración  de 
los  datos  suministrados  por  la  realidad. 

Arnaldo  sentía  una  inclinación  tanto  más  fuerte  a  especular  sobre 
la  naturaleza  cuanto  que  otorgaba  a  la  ciencia  médica,  en  unión  de  la 
teología,  un  valor  preeminente  en  la  formación  moral  del  hombre.  En 
las  dos  disciplinas  veía  cumplirse  de  un  modo  contundente  el  proceso 
esencial  de  la  educación  que,  desde  el  conocimiento  de  las  cosas  sensi- 
bles, conduce  a  través  de  un  prolongado  esfuerzo  discursivo  al  hallazgo 
de  las  cosas  ocultas  e  insensibles  que  son  a  la  vez  las  más  arduas  y  su- 
tiles para  el  entendimiento  (32). 

18.  Veamos  el  camino  que  sigue  la  medicina  hasta  rasgar  el  miste- 
rio que  rodea  nuestra  vida.  La  observación  médica  recoge  multitud  de 
hechos  y  estados  peculiares  del  hombre :  unos  normales,  como  la  memo- 
ria, el  lenguaje,  los  sueños,  el  amor  sexual ;  otros  anormales,  como  la 
enfermedad,  la  alteración  orgánica,  el  encantamiento,  el  hechizo,  etc.  La 
causa  inmediata  de  unos  y  de  otros  radica  en  el  spiritus  o  fuerza  vital 
que  penetra  la  intimidad  de  nuestro  sér  y  anima  la  totalidad  de  sus  ma- 
te 2)    "Cum  omnis  vera  cognitio  a  sensu  oriatur  et  ab  his  quae  sensibilia  sunt  habeat 

ortum,  necessario  ipsa  sensibilia  debent  gratiose  et  efficaciter  demonstran  iuvenibus 
et  adiscentibus,  cum  tune  intellectus  discurrens  per  ea  abstrahit  multa  media  et  multas 
conclusiones.  Unde  per  sensibilia  venit  intellectus  ad  cogn'tionem  insensibilium  et  ocul- 
torum  et  arduorum  et  subtilium,  ut  declaratur  per  totum  processum  theologiae  et  per 
totum  processum  medicinae"  (Regulae  Generales  Curationis  Morborum,  doctrina  VI;  ci- 
tado por  L.  Thorndike,  ibid.). 


—  218  — 


nifestaciones.  El  spiritus  es  un  fluido  inmaterial  de  carácter  cósmico, 
del  que  están  poseídos  en  mayor  o  menor  grado  todos  los  seres  de  la 
naturaleza.  Así  se  concibe  la  influencia  psíquica  de  unos  seres  humanos 
-en  otros.  La  simpatía  y  la  antipatía  son  acciones  interhumanas  reales. 
Un  hombre  sano  y  alegre  puede  comunicar  \su  alegría  a  quienes  convi- 
ven con  él,  e  igualmente  un  enfermo  puede  contagiar  a  una  persona  sa- 
na. La  mera  presencia  de  un  médico  puede  determinar,  en  ciertos  en- 
fermos, daños  que  sólo  desaparecerán  con  la  sustitución  de  aquél.  La 
influencia  psíquica  puede  ser  ayudada  por  la  voluntad ;  el  hechizo,  por 
ejemplo,  se  infiltra  con  la  acción  de  mirar  y  la  invocación  del  demonio. 
La  acción  a  distancia  de  unos  seres  sobre  otros  se  ejerce  mediante  irra- 
diación del  fluido  vital ;  una  fuerza  impersonal,  como  es  el  spiritus,  se 
transmite  de  unos  cuerpos  a  otros  sin  dificultad.  La  índole  inmaterial 
de  esta  energía  no  le  impide  producir  efectos  materiales.  El  origen  últi- 
mo de  la  fuerza  vital  hállase  en  la  moción  activa  del  mundo  sublunar  o 
terrestre  por  el  mundo  astral. 

19.  Descúbrese  aquí  una  idea  fundamental  en  la  cosmología  de  Ar- 
naldo,  para  quien  "es  evidente  que  Dios,  supremo  motor  y  artífice,  ha 
"encomendado  el  gobierno  de  la  naturaleza  a  la  moción  de  los  astros, 
"por  lo  cual  la  influencia  de  éstos  sobre  el  cuerpo  humano  no  es  despre- 
ciable" (33).  La  doctrina  del  spiritus  desemboca,  pues,  en  un  animismo 
universal  que  se  caracteriza  por  relaciones  muy  definidas  de  jerarquía. 
Los  espíritus  puros  pueden  influir  en  las  almas  humanas,  que  son  de  in- 
ferior categoría,  por  estar  unidas  a  un  cuerpo  ;  pero  no  pueden  ser  in- 
fluidos por  ellas.  Los  astros  gobiernan  las  cosas  de  la  tierra,  pero  tam- 
poco se  dejan  gobernar  por  ellas.  Es  fatuidad  querer  compeler  a  los  de- 
monios a  que  contesten  determinadas  preguntas  u  operen  milagros,  co- 
mo pretenden  los  hechiceros  y  nigromantes;  en  el  fondo,  la  práctica  de 
estas  artes  se  reduce  a  una  trama  de  ficciones  y  embustes  urdidos  con 
propósitos  aviesos.  El  hombre  carece  de  poder  sobre  los  espíritus  sepa- 
rados; ni  siquiera  puede  influir  en  ellos  con  el  uso  de  sustancias  natu- 
rales, así  sean  piedras  preciosas,  o  interponiendo  la  influencia  astral. 
Por  lo  demás,  es  falso  que  los  demonios  se  hallen  distribuidos  en  dife- 
rentes cuarteles  del  cielo,  que  se  les  pueda  coaccionar  a  ciertas  horas 
del  día  o  que  se  dejen  influir  por  la  luz  de  los  cuerpos  celestes.  Unica- 
mente Dios  manda  en  los  espíritus  malos,  si  bien  podría  delegar  su  po- 
der en  seres  humanos ;  ya  se  entiende  que  éstos  serían  hombres  santos 
y  no  gente  malvada,  como  suelen  ser  los  invocadores  de  demonios.  En 


(33)    De  epilepsia,  cap.  I  (citado  por  L.  Thorndike.  ibid.) . 


el  mayor  número  de  los  casos  dichos  de  hechicería  los  demonios  no  in- 
tervienen para  nada  en  opinión  de  Arnaldo;  se  trata,  simplemente,  de 
hechos  patológicos  comunes  (34). 

20.  Pero,  si  resulta  imposible  disponer  a  antojo  de  los  puros  espí- 
ritus, en  cambio  los  seres  inferiores  de  la  naturaleza  ofrecen  al  hombre 
un  ancho  campo  de  acción.  En  la  utilización  de  los  seres  naturales  se 
basan  las  artes  humanas,  entre  ellas  la  medicina.  Las  cosas  se  utilizan 
por  las  múltiples  propiedades  que  les  son  inherentes,  cuyo  número  sería 
temerario  reducir  a  las  cualidades  de  seco,  húmedo,  frío  y  cálido  y  a  las 
varias  complexiones  de  estas  cualidades.  Antes  bien,  las  cosas  revelan, 
por  añadidura,  otras  cualidades  ocultas  o  maravillosas,  que  para  la  cien- 
cia y  para  el  arte  son  las  de  más  valor.  Por  virtud  oculta  entiende  Ar- 
naldo la  propiedad  que  ni  se  deja  captar  inmediatamente  por  los  senti- 
dos ni  mostrar  por  razones  y  cuya  existencia  no  puede  ser  descubierta 
por  experiencia  razonada,  sino  a  lo  sumo  por  un  hallazgo  casual .  La 
virtud  oculta  depende  de  dos  factores :  la  mezcla  de  los  elementos  en 
el  compuesto  y  la  forma  específica  del  objeto.  Como  que  la  proporción 
de  los  elementos  en  el  compuesto  puede  variar  hasta  el  infinito  y  la  for- 
ma específica  tiene  un  origen  transcendente,  es  imposible  que  la  virtud 
oculta  sea  hallada  de  otro  modo  que  por  una  experiencia  al  azar  o  por 
una  revelación  (35). 

El  gobierno  de  la  naturaleza  por  el  mundo  astral  se  revela  cabal- 
mente en  el  hecho  de  que  la  forma  específica  de  las  cosas  viene  deter- 
minada por  esas  influencias  de  los  astros.  A  la  influencia  del  cielo  debe, 
por  ejemplo,  el  oro  su  temple  peculiar  y  las  demás  maravillosas  cuali- 
dades que  la  industria  humana  es  incapaz  de  producir  (36).  El  oro  fabri- 
cado por  los  alquimistas  se  parece  al  oro  natural  en  el  color  y  en  la 
sustancia,  pero  no  posee  su  virtud  oculta.  Observemos  de  paso  que  el 
animismo  cósmico  de  Arnaldo  no  se  compagina  con  la  artificiosa  trans- 
mutación de  los  metales ;  todas  las  obras  de  alquimia  que  le  han  sido 
atribuidas  en  los  siglos  xiv  y  xv,  son  francamente  apócrifas  o,  por  lo 
menos,  de  muy  dudosa  atribución.  El  influjo  de  las  estrellas  explica, 
no  sólo  la  forma  específica,  sino  la  peculiaridad  individual  de  las  cosas ; 
solamente  así  se  comprende  que  una  piedra  de  zafiro  limpie  el  ojo  hu- 


(34)  Libellus  de  improbatione  malcficiorum,  que  otras  veces  se  intitula:  Quaestio 
de  possibilitate  et  veritate  imaginum  astronomicarum.  El  tratado  lleva  dedicatoria  al 
obispo  de  Valencia  (ibid.). 

(35)  Repetitio  super  Canon  "Vita  Brevis"  (ibid.). 

(36)  De  vinis  (ibid.). 


—  ;2D  — 


mano  y  otra  le  dañe  (37).  Vale  la  pena  de  señalar  el  contraste  entre  esa 
doctrina  fantástica  de  la  especificidad  de  la  forma  y  del  principio  de 
individuación  con  las  de  los  teólogos  contemporáneos,  Santo  Tomás  y 
Duns  Scot  pongo  por  caso,  establecidas  por  vía  racional  estricta. 

21.  La  práctica  médica  de  Arnaldo  responde  a  sus  convicciones  doc- 
trinales de  un  modo  preciso :  es  un  arte  de  curar  a  base  de  magia  y  de 
astrología.  Ya  se  presiente  su  actitud  en  la  objeción  que  formula  contra 
la  medicina  salernitana  dominante  en  su  tiempo,  que  hemos  visto  antes 
encarnada  en  Pedro  Hispano.  El  sistema  curativo  salernitano  se  reduce 
a  complicados  tratamientos  dietéticos  y  a  un  uso  copioso  de  la  farmaco- 
pea. Arnaldo  propugna  la  reforma  del  sistema  en  el  sentido  de  una  sim- 
plificación de  las  dietas  y  de  una  restricción  en  d  empleo  de  medicamen- 
tos. No  arrincona  totalmente  las  unas  ni  los  otros ;  y  hasta,  siguiendo  a 
Alkendi,  intenta  una  dosificación  de  las  medicinas,  en  la  medida  de  los 
efectos  que  intenta  producir,  según  fórmulas  matemáticas.  Pero  quiere 
dejar  el  camino  expedito  a  la  práctica  de  nuevos  tratamientos  y  reme- 
dios de  significación  muy  diversa,  a  tono  con  su  concepción  ocultista  de 
la  naturaleza. 

En  orden  a  las  prácticas  de  magia  parece  haberse  operado  en  Arnal- 
do un  cambio  importante  de  opinión.  En  su  tratado  de  la  epilepsia  (38), 
concebido  verosímilmente  con  arreglo  a  la  ideología  de  sus  maestros 
salernitanos  y  de  los  autores  árabes,  había  condenado  el  arte  agorera,  y 
el  arte  geomántica,  rechazando  por  ignominiosos  los  encantamientos,  los 
conjuros  y  las  invocaciones  a  los  espíritus  que  atribuía  a  hombres  im- 
píos puestos  al  servicio  del  demonio.  Tal  vez  este  anatema  se  relacione 
en  parte  con  sus  ideas  acerca  de  la  imposibilidad  de  influir  en  los  espí- 
ritus. Pese  a  lo  dicho,  en  otros  tratados,  como  en  los  Remedia  contra 
maleficia,  desarrolla  una  verdadera  terapéutica  espiritual  y  aconseja  la 
práctica  de  exorcismos  contra  endemoniados  y  embrujados,  la  trasla- 
ción de  los  enfermos  a  la  iglesia,  el  contacto  de  reliquias,  la  frecuenta- 
ción de  sacramentos,  etc.  No  parece  creer  en  la  eficacia  curativa  de  las 
oraciones  al  uso,  especialmente  para  los  partos ;  pero  cuenta  ingenuamen- 
te que  un  clérigo  le  curó  unas  verrugas  en  pocos  días  con  sólo  una  ora- 
ción apropiada  al  caso,  y  él  mismo  pone  una  oración  a  San  Brandino 
contra  las  mordeduras  de  serpiente  y  otra  a  San  Blas  para  remedio  de 
las  afecciones  de  garganta.  Si  en  la  mentalidad  de  Arnaldo  la  amalga- 
ma de  ideas  médicas  y  creencias  religiosas  le  lleva  a  aconsejar  tales  pro- 


(37)  Antidotañum ,  cap.  2  (ibid.). 

(38)  En  el  cap.  25  (ibid.). 


cedimientos  curativos,  sus  convicciones  metafísicas  le  conducen  en  otro 
sentido  hasta  la  magia  natural.  Un  ejemplo  claro  de  magia,  o  mejor  de 
contramagia,  simpática  lo  tenemos  en  el  remedio  que  aconseja  para  rom- 
per el  hechizo  que  impide  el  comercio  conyugal:  marido  y  mujer  coge- 
rán cada  uno  la  mitad  de  una  nuez,  juntarán  las  dos  mitades,  al  cabo 
de  los  seis  días  se  las  comerán  y  el  hechizo  habrá  desaparecido.  Para 
preservar  las  nuevas  uniones  conyugales  de  posibles  sortilegios  descono- 
cidos, recomienda  la  fumigación  de  la  cámara  nupcial  con  ciertas  sus- 
tancias, acompañada  de  ritos  pintorescos.  Entre  los  tratamientos  de  ma- 
gia simpática  podemos  contar  las  ataduras  y  suspensiones  de  objetos. 
Hay  piedras,  plantas  y  partes  de  animales  que,  suspendidos  del  cuello 
o  atados  alrededor  del  cuerpo,  engendran  impotencia.  El  coral,  suspen- 
dido del  cuello  e!n  forma  que  caiga  sobre  el  abdomen,  evita  las  enferme- 
dades del  estómago.  Muchos  otros  objetos  gozan  de  la  virtud  de  provo- 
car efectos  por  el  estilo  (39). 

22.  En  la  opinión  de  Arnaldo,  los  objetos  atados  o  suspendidos  obran 
no  sólo  por  simpatía  o  antipatía,  sino  además  por  virtud  oculta ;  su  apli- 
cación constituye,  pues,  el  tránsito  de  la  magia  simpática  a  la  medicina 
astrológica.  Es  ésta  la  terapéutica  predilecta  de  Arnaldo  de  Vilanova, 
quien  la  considera  tan  fundamental  que  no  sabría  perdonar,  según  pro- 
pia afirmación,  el  yerro  de  un  médico  en  la  curación  de  un  enfermo  por 
no  haber  prestado  la  debida  atención  a  las  circunstancias  astrológicas. 
El  médico  ha  de  saber  que  el  aire  en  torno  a  nosotros  es  alterado  por 
el  curso  de  los  astros  y,  consiguientemente,  el  efecto  de  una  medicina 
dependerá  de  la  hora  en  que  haya  sido  confeccionada  (40).  Tanto  o  más 
que  conocer  la  estructura  y  composición  elemental  de  una  sustancia,  im- 
porta saber  la  fuerza  de  la  constelación  celeste  dominante  en  el  momen- 
to en  que  se  la  manipula.  Cabe  recoger  esta  acción  astral  para  beneficiar- 
se de  sus  efectos  favorables.  Gracias  a  la  medicina  astrológica  es  po- 
sible prolongar  nuestra  juventud  y  retardar  el  advenimiento  de  la  ve- 
jez (41).  Cada  signo  del  zodíaco  ejerce  una  influencia  especial  sobre 
algún  miembro  del  cuerpo  humano ;  cada  uno  de  los  siete  planetas  pro- 
voca asimismo  su  efecto  peculiar.  Los  autores  de  medicina,  añade  Ar- 
naldo, suelen  pasar  por  alto  tales  tratamientos ;  tan  sólo  Galeno  y  los 
salernitanos  indican  tímidamente  los  efectos  de  la  luna  en  el  tratamien- 
to de  la  sangría.  No  sólo  para  las  sangrías,  los  cauterios,  las  operaciones 


(39)  De  parte  operativa  (ibid.) . 

(40)  MedióinaHum  introductionutn  speculum,  cap.  13  (ibid.). 

(41)  De  conservártela  iuventute  et  retardártela  senectute  (ibid.). 


quirúrgicas  y  la  administración  de  drogas  hay  que  tener  en  cuenta  las 
diversas  fases  lunares,  sino  para  la  curación  de  toda  clase  de  enferme- 
dades y  para  la  preservación  de  la  salud  en  general  (42). 

El  uso  de  la  farmacopea  astrológica  completa  esa  terapéutica  tan 
característica  de  Arnaldo.  Su  producto  más  típico  son  los  amuletos  o  imá- 
genes representativas  de  cuerpos  celestes  que  se  fabrican  de  una  sus- 
tancia mineral  costosa.  Algunos  obran  a  manera  de  antídoto  en  los  ca- 
sos de  envenenamiento  (43) ;  otros  están  indicados  para  el  tratamiento 
de  la  piedra  o  de  la  gota  o  de  la  insolación  o  de  la  fiebre  aguda.  Arnal- 
do ha  dedicado  un  tratado  especial  a  los  "sellos"  (44),  una  clase  de  amu- 
letos que  obraban  por  la  maravillosa  virtud  atribuida  al  oro  de  que  es- 
taban hechos.  Fabricó  uno  de  estos  sellos  en  el  momento  en  que  el  sol 
se  encontraba,  en  agosto,  en  lo  más  intenso  de  su  fuerza ;  hizo  grabar 
en  él  la  figura  de  un  león  por  referencia  al  signo  del  zodíaco,  y  se  lo 
regaló  al  Papa  Bonifacio  VIII  para  que  lo  llevase  colgado  sobre  la  re- 
gión lumbar,  con  objeto  de  librarle  de  los  dolorosos  cólicos  renales  que 
padecía.  Al  confeccionarlo,  tuvo  buen  cuidado  de  ir  recitando  salmos  y 
versículos  de  la  Biblia  (45).  Aunque  la  curia  papal  se  escandalizó,  Bo- 
nifacio se  aplicó  el  sello  y  experimentó  una  notable  mejoría  en  sus  do- 
lores. 

23.  Arnaldo  de  Vilanova  ha  sido  en  la  Edad  Media  el  más  carac- 
terizado representante  de  la  astrología,  cuyas  prácticas  y  especulaciones 
ha  difundido  en  Occidente.  Cabe  barruntar  los  antecedentes  de  la  me- 
dicina arnaldiana  en  ciertas  tendencias  árabes,  todavía  no  muy  conoci- 
das. Ya  hemos  visto  como  Arnaldo  se  separa  de  Galeno  y  de  Avicena, 
cuya  medicina  se  corresponde  con  un  fondo  de  filosofía  peripatética;  le 
atraen,  en  cambio,  otras  corrientes  árabes  de  fondo  neoplatónico,  en  las 
que  venía  inserta  la  doctrina  netamente  oriental  de  los  influjos  astrales 
y  de  la  magia  natural  y  religiosa.  La  obra  de  Costa  ben  Luca,  que  él 
tradujo,  es  una  curiosa  muestra  de  medicina  mágica.  A  los  arabistas 
queda  reservada  la  labor  de  señalar  las  fuentes  orientales  en  las  que  se 
inspiró  Arnaldo.  Sean  las  que  fueren,  podemos  afirmar  desde  ahora  que, 
así  como  Pedro  Hispano  introdujo  en  Occidente  la  ciencia  y  la  medici- 
na de  los  árabes  peripatéticos,  Arnaldo  ha  sido  el  introductor  en  la  Eu- 
ropa medieval  de  la  medicina  del  neoplatonismo. 


(42)  Breviarium  practicae.  Cf.  en  las  Regulae  generales  curationis  morborum  (ib'A.). 
Í43)    Antidotarium,  cap.  3  (ibid.). 

(44)  El  De  sigillis  (ibid.). 

(45)  Diepgen:  Historia  de  la  Medicina,  trad.  castellana,  vol.  I,  Barcelona,  Colec- 
ción Labor,  1925,  págs.  201-202. 


—  223  — 


Entre  los  latinos,  el  autor  con  quien  Arnaldo  de  Vilanova  hállase 
más  emparentado  en  ciertos  aspectos,  es  sin  ,duda  Rogerio  Bacon  (46). 
La  simultaneidad  de  su  labor  científica,  el  parecido  de  muchas  doctri- 
nas y,  sobre  todo,  la  tendencia  general  metodológica  inducen  a  pensar 
en  influencias  reales  del  uno  sobre  el  otro  o,  tal  vez,  recíprocas ;  pero 
faltan  datos  para  establecer  una  relación  histórica  entre  pensadores  de 
países  tan  apartados. 

El  prestigio  médico  de  que  Arnaldo  se  vió  rodeado  en  vida,  perduró 
en  la  fama  que  después  de  la  muerte  acompañó  a  su  memoria.  Sus  ideas 
médicas  y  científicas  hallaron  eco,  más  todavía  que  en  la  Edad  Media, 
un  poco  después  en  el  Renacimiento,  en  que  Teofrasto  Bombasto  Pa- 
racelso,  siguiendo  las  huellas  de  Arnaldo,  renovó  la  medicina  ocultista 
y  puso  otra  vez  en  boga  las  especulaciones  fantásticas  en  el  campo  de 
la  ciencia  natural  a  base  de  una  mescolanza  <de  observaciones  e  intuicio- 
nes que  oscilan  entre  lo  infantil  y  lo  genial.  Por  otra  parte,  la  doctrina 
del  espíritu  vital,  despojada  de  sus  elementos  mágicos,  halló  acogida  en 
Descartes  e  influyó  poderosamente  en  la  constitución  de  la  fisiología.  En 
medio  de  tales  aventuras  se  fué  abriendo  paso  trabajosamente,  como  ma- 
nantial de  agua  pura  entre  las  grietas  de  una  peña,  el  principio  de  re- 
pulsa a  la  autoridad  y  de  apelación  a  la  experiencia,  que  la  Edad  Mo- 
derna había  de  sentar  como  postulado  de  la  ciencia  físico-natural  en  eí 
porvenir. 

(46)  Para  el  cotejo  entre  Arnaldo  de  Vilanova  y  Rogerio  Bacon,  consúltese  el  estu- 
dio reciente  de  A.  Aguirre  y  Respaldiza :  La  ciencia  positiva  en  el  siglo  xin.  Rogtrio- 
Bacon,  Barcelona,  Colección  Labor,  1935. 


IV 


La  reforma  social. 

Fuentes  para  el  conocimiento  de  la  actividad  reformadora  de  Arnaldo. — Su  adhe- 
sión al  movimiento  de  los  espirituales. — El  ideal  de  la  vida  evangélica. — Crí- 
tica de  la  sociedad  contemporánea. — Misión  de  los  laicos  en  la  renovación  re- 
ligiosa.— Doctrina  del  Papa  espiritual. — Iniciación  de  la  reforma  por  los  mo- 
narcas de  la  dinastía  aragonesa. — Plan  para  la  reforma  de  su  casa  y  reino. 

24.    Durante  la  última  etapa  de  su  vida  Arnaldo  tomó  parte  muy  ac- 
tiva en  los  ensayos  de  reforma  espiritual,  promovidos  en  su  tiempo  des- 
de distintos  sectores  de  la  Cristiandad.  Los  antecedentes  de  esta  actua- 
ción de  Arnaldo  hállanse  en  su  adhesión  al  ideario  religioso  del  abad 
cisterciense  Joaquín  de  Fiore,  que  'hizo  pública  en  1292  con  su  Introduc- 
tio  in  librum  Joachim  De  semine  scripturarum,  a  la  que  siguió  no  mucho 
después  una  Expositio  super  Apocalypsi,  de  idéntica  inspiración.  A  par- 
tir de  estas  obras,  fué  madurando  en  la  mente  de  Arnaldo  la  idea  de 
la  reforma,  que  propuso  al  Papa  Bonifacio  VIII  en  la  segunda  parte  del 
De  adventu  Antichristi  (1301),  ratificó  en  el  tratado  Rever endissime 
que  presentó  a  Benedicto  XI  (1304),  y  reiteró  nuevamente  ante  Clemen- 
te V  y  el  Colegio  cardenalicio  en  el  Rahonament  d'Avinyó  (1309).  Por 
otro  camino  intentó  Arnaldo  la  realización  de  sus  planes  de  reforma,  es 
a  saber,  procurando  interesar  en  ellos  a  Federico  de  Sicilia  y  a  Jaime  II 
de  Aragón  y  sugiriéndoles  que  los  implantaran  en  sus  respectivos  Es- 
tados ;  en  los  escritos  que  les  fueron  dirigidos  por  Arnaldo,  especialmen- 
te en  la  Alio  cutio  christiana  (1304)  y  en  la  Interpretación  de  los  sueños 
de  Federico  (1308),  así  como  en  la  correspondencia  epistolar  de  ambos 
reyes  hermanos,  sobre  todo  en  la  carta  de  Federico  a  Jaime  acerca  del 
régimen  de  su  casa  y  reino  (1309),  la  reforma  está  expuesta  en  sus  de- 
talles. Federico  la  llevó  parcialmente  a  la  práctica  en  las  constituciones 
que  promulgó,  en  15  de  octubre  de  1310,  para  el  reino  de  Sicilia.  Toda- 
vía, Arnaldo  cooperó  a  la  propagación  de  la  reforma  entre  los  laicos 
fomentando  las  comunidades  de  beguinos  y  beguinas,  con  destino  a  los 


cuales  compuso  en  sus  años  postreros  numerosos  opúsculos  para  regu- 
lación de  la  vida  espiritual  (47). 

25.  Por  su  actividad  de  reformador,  Arnaldo  pertenece  inequívoca- 
mente a  la  tendencia  de  los  llamados  "espirituales".  Como  ellos,  Arnaldo 
se  siente  impresionado  por  el  contraste  entre  las  condiciones  sociales  en 
>que  se  desenvuelve  de  hecho  la  vida  religiosa  en  el  siglo  xiii  y  el  ideal 
cristiano.  Surge  de  ahí  el  anhelo  de  restablecer  en  la  sociedad  el  tipo 
de  vida  que  Cristo  anunció  a  los  hombres  al  predicar  el  Evangelio  (vivere 
secundum  regulam  Evangelii).  Esta  vida  "espiritual"  la  opone  Arnaldo 
a  la  vida  "carnal",  a  la  que  ve  entregados  a  los  hombres.  Llama  vida 
carnal  a  aquella  cuyo  objetivo  se  cifra  en  la  felicidad  terrena  con  me- 
nosprecio u  olvido  de  los  bienes  celestes;  vida  espiritual,  en  cambio,  es 
la  que  dispone  a  los  hombres  para  la  consecución  ¡de  la  eterna  beati- 
tud (48). 

Estas  ideas  de  los  espirituales  aparecen  calcadas  en  las  de  los  gran- 
des reformadores  religiosos  del  siglo  xiii,  concretamente  en  las  de  San 
Francisco  de  Asís.  El  disentimiento  empieza  en  el  momento  en  que  los 
espirituales  se  lanzan  ,a  enjuiciar  el  desenvolvimiento  histórico  de  la  hu- 
manidad y  de  la  institución  eclesiástica  e  intercalan  entre  los  extremos 
de  aquella  antítesis  dos  nuevos  motivos  doctrinales :  una  condenación 
rotunda  de  la  sdciedad  contemporánea,  cuya  destrucción  predicen  para 
un  futuro  inmediato,  y  una  visión  profética  de  los  acontecimientos  que 
han  de  preceder  y  acompañar  a  la  catástrofe  inminente.  La  profunda 
corrupción  de  la  vida  social  les  lleva  a  augurar  apocalípticamente  el  pró- 
ximo fin  del  mundo,  al  cual  precederá  la  venida  del  Anticristo.  De  tan 
calamitosas  perspectivas  brota  la  urgencia  de  la  reforma  espiritual,  que 
precisa  acometer  sin  demora  mediante  un  cambio  radical  en  los  tipos  y 
formas  de  vida.  Hay  que  destruir  la  organización  actual  de  'la  sociedad, 
caduca  de  tan  corrompida;  sobre  sus  ruinas  hay  que  construir  una  nue- 
va comunidad  cristiana,  acorde  en  un  todo  con  las  normas  evangélicas. 
En  ese  esfuerzo  por  subvertir  el  orden  constituido  y  edificar  otro  de  raíz, 
estriba  el  carácter  revolucionario  del  movimiento  espiritual  del  si- 
glo xiii  (49). 


(47)  Para  la  información  bibliográfica  referente  a  estos  varios  escritos  teológicos  de 
Arnaldo,  remitimos  el  lector  al  Apéndice  I  de  la  obra. 

(48)  Carta  de  Federico  de  Sicilia  a  Jaime  II  de  Aragón  sobre  la  reforma  proyectada 
por  Arnaldo;  véase  en  M.  Menéndez  Pelayo:  Historia  de  los  heterodoxos  españoles, 
2.a  ed.,  t.  III,  Apéndices,  págs.  LXIX-LXXI. 

(49)  Sobre  el  ideario  de  los  espirituales  consúltese  la  obra  del  P.  José  M."  Pon, 
O.  F.  M.:  Visionarios,  beguinos  y  fraticelos  catalanes  (siglos  xiii-xv),  Vich,  1930, 
cap.  I. 


  226  — 


26.  Arnaldo  delinea  en  breves  pinceladas  el  estado  de  perfección 
en  que  consiste  la  vida  espiritual,  para  lo  cuál  le  basta  aducir  el  testi- 
monio de  la  verdad  evangélica  y  resumirla  en  dos  rasgos  capitales :  bus- 
car cuanto  conduce  a  la  bienaventuranza  ultraterrena  y  menospreciar 
todo  lo  que  atañe  a  la  mera  felicidad  temporal  de  la  vida  presente,  es  a 
saber,  bienes  materiales,  honores  y  deleites  corporales  (50).  La  vida  en- 
tera ha  de  inspirarse  en  el  amor  puro  y  desinteresado  a  Dios,  al  que  los 
poderosos  han  de  sacrificar  las  vanidades  mundanales,  y  los  ricos  sus  ri- 
quezas. El  que  aspire  de  verdad  a  ser  perfecto,  ha  de  vivir  en  simplici- 
dad y  pobreza,  las  virtudes  características  del  cristiano  de  buena  ley.  Ar- 
naldo es  un  convencido  partidario  de  la  pobreza,  cuya  práctica  recomien- 
da a  sus  seguidores  y  cuyo  aprecio  encarece  insistentemente  a  los  reyes  y 
príncipes.  El  ideario  de  Arnaldo  desemboca  sin  esfuerzo  en  una  con- 
cepción social  de  ti'po  comunista. 

La  sociedad  medieval  cuya  realidad  Arnaldo  considera,  dista  mucho 
de  ajustarse  ál  bello  ensueño  que  se  ha  forjado  en  su  mente.  La  masa 
del  pueblo  le  parece  corrompida,  ,tanto  que  las  normas  de  vida  evangé- 
lica resultan  ineficientes;  la  mayoría  de  los  bautizados  no  ostentan  de 
cristianos  sino  el  nombre  y,  a  lo  sumo,  algunas  prácticas  rituales,  mien- 
tras se  comportan  de  hecho  como  los  mahometanos  o  los  paganos.  Ar- 
naldo cree  que  ese  desvío  general  obedece  a  tres  causas:  el  mal  ejem- 
plo de  muchos  príncipes  y  prelados,  la  defección  de  los  clérigos  regula- 
res y  la  negligencia  de  la  Sede  Apostólica  (51).  En  la  pintura  de  esos 
tres  males  radicales  de  la  comunidad  cristiana,  Arnaldo  da  rienda  suelta 
a  su  temperamento  declamatorio  que  se  expansiona  en  acres  censuras, 
que  a  las  veces  degeneran  en  insultos,  contra  (la  jerarquía  civil  y  ecle- 
siástica y  contra  las  Ordenes  monásticas  y  mendicantes.  Acusa  a  los  re- 
yes de  tiranizar  al  pueblo  por  el  ejercicio  arbitrario  de  su  autoridad  o, 
por  el  contrario,  de  abandonar  el  poder  en  manos  de  las  oligarquías  cor- 
tesanas que  lo  explotan  para  su  provecho  con  detrimento  del  bien  pú- 
blico. Achaca  a  los  prelados  que  de  pastores  y  guías  del  pueblo  se  han 
convertido  en  piedra  de  escándalo  por  el  afán  desordenado  de  riquezas, 
por  la  pompa  y  el  boato  de  su  vida  y  por  el  abuso  de  la  jurisdicción  que 
les  ha  sido  conferida  ,sobre  los  fieles.  A  los  religiosos  de  su  tiempo-  les 
reprocha  el  haber  tergiversado  el  prístino  sentido  de  la  vida  evangéli- 
ca recogido  en  las  reglas  de  sus  fundadores;  contra  ellos  lanza  sus  más 
crueles  invectivas,  especialmente  en  ,1a  Confessio  de  spurcitiis  pseudo- 

(50)  Rakonament  d'Avinyó,  al  principio. 

(51)  Interpretación,  hecha  por  Arnaldo,  de  ciertos  ensueños  para  el  rey  Federico 
de  Sicilia. 


religiosorum,  donde  les  echa  en  cara  hasta  diez  y  nueve  torpezas  o  vi- 
cios, cuya  enumeración  reproduce  en  otros  escritos  (52).  Al  supremo 
jerarca  de  la  Iglesia  imputa,  nada  más,  la  tardanza  en  promover  el  cam- 
bio radical  de  la  vida  religiosa,  que  Arnaldo  viene  instando  desde  tan- 
tos años.  Dos  Papas — Bonifacio  VIII  y  Benedicto  XI — han  gobernado 
indiferentes  a  sus  clamores,  por  lo  ^que  fueron  castigados  en  sus  perso- 
nas; su  sucesor,  Clemente  V,  tampoco  parece  prestarle  oídos.  Y  así  si- 
gue la  Iglesia  sumida  en  la  ¡mayor  corrupción,  en  espera  de  que  ocupe 
la  ,Sede  Apostólica  el  Pontífice  que  ha  de  reformarla  (53). 

27.  En  esta  actitud  de  repulsa  a  los  religiosos  y  de  benévola  censu- 
ra al  Papado  se  delinean  los  trazos  diferenciales  de  la  personalidad  de 
Arnaldo  dentro  del  movimiento  espiritual,  en  el  que  asigna  a  los  laicos 
y  al  Pontífice,  respectivamente,  una  misión  peculiar.  Antes  de  Arnaldo, 
los  promotores  del  movimiento  creían  reservada  la  iniciativa  de  la  re- 
forma a  una  porción  selecta  de  los  regulares  franciscanos,  herederos 
del  auténtico  espíritu  de  San  Francisco  de  Asís,  que  se  esforzaban  en 
propagar  con  la  predicación  y  el  ejemplo;  Pedro  Juan  Olivi  es  el  más 
caracterizado  representante  de  esta  tendencia.  Arnaldo  da  esta  tentativa 
por  fracasada  y  recaba  para  los  laicos  el  derecho  a  organizarse  por  su 
cuenta  en  comunidades  para  la  práctica  y  difusión  de  los  ideales  evan- 
gélicos. A  esta  convicción  obedece  su  decidido  apoyo  a  la  institución  del 
beguinaje,  que  contribuyó  a  extender  en  Valencia,  Provenza  y  Catalu- 
ña. En  opinión  suya,  el  Paráclito  escoge  con  absoluta  libertad  los  heral- 
dos que  han  de  anunciar  al  mundo  el  advenimiento  de  la  nueva  y  defi- 
nitiva era  cristiana,  que  ha  de  encarnar  su  espíritu.  Pese  a  su  origen 
plebeyo  y  oscuro  y  a  la  atadura  de  los  vínculos  conyugal  y  paterno,  Ar- 
naldo se  siente  investido  de  una  misión  divina,  se  intitula  a  sí  mismo 
"añafil"  o  trompetero  de  Cristo  y  protesta  indignado  de  que  los  eclesiás- 
ticos le  recusen  por  su  condición  de  hombre  laico.  También  respecto  al 
Panado  adopta  Arnaldo  una  postura  original.  Los  espirituales  de  las  pri- 
meras generaciones  englobaban  ¿a  institución  pontificia  en  el  anatema 
pronunciado  contra  el  conjunto  de  la  jerarquía  eclesiástica,  y  cifraban 
exclusivamente  sus  esperanzas  en  un  movimiento  de  carácter  popular, 
frente  al  que  la  Iglesia  constituida  representaría  el  mayor  obstáculo ; 
incluso  en  algunos  vaticinios  se  prefiguraba  el  Anticristo  en  la  persona 
del  último  Pontífice.  Arnaldo  comparte  el  anatema  contra  los  prelados 
y  demás  jerarcas  de  la  Iglesia,  pero  exceptúa  de  él  la  Cabeza  visible  de 


(52)  Véanse  en  M.  Menéndez  Pelayo,  obra  y  tomo  citados,  págs.202-203. 

(53)  Rahonament  d'Avinyó. 


—   228  — 


la  Cristiandad,  de  quien  espera  la  renovación  de  la  vida  religiosa.  Frené- 
ticamente anuncia  la  aparición  de  un  Papa  espiritual,  que  Dios  susci- 
tará en  la  Iglesia  para  restablecer  la  pureza  de  la  vida  evangélica.  La 
reforma  .social  florecerá,  más  que  por  él  esfuerzo  de  las  capas  popula- 
res, por  la  tarea  dirigente  e  inspirada  del  representante  de  Cristo  en  la 
tierra  (54). 

28.  Por  espacio  4e  dos  lustros  Arnaldo  ha  puesto  en  juego  la  in- 
fluencia que  su  privilegiada  posición  profesional  y  política  le  facilitaba 
cerca  de  la  persona  del  Pontífice,  para  decidirle  a  capitanear  la  reforma. 
Pero,  después  de  insistir  en  vano  cerca  de  tres  Papas,  su  fe  en  la  insti- 
tución pontificia  ha  decaído.  Al  final  de  su  vida,  Arnaldo  cambió  de  rum- 
bo y,  congruente  con  sus  propias  ideas  sobre  el  papel  a  desempe- 
ñar por  los  laicos,  ensayó  promover  la  reforma  a  través  de  la  otra  gran 
institución  de  la  vida  pública  de  su  tiempo :  el  rey.  Sus  esperanzas  se 
posaron  entonces  en  la  Casa  real  de  Aragón.  Su  certero  instinto  le  per- 
mitió adivinar  el  éxito  que  habían  de  lograr  sus  pretensiones  en  Fede- 
rico de  Sicilia,  más  piadoso  que  el  hermano  primogénito  reinante  en  Ca- 
taluña, por  lo  cual  solicitó  el  apoyo  de  aquél,  si  bien  buscando  siempre 
ganar  a  sus  proyectos  a  Taime  II.  El  requerimiento  del  rey  Federico  a 
Arnaldo  para  que  le  descifrase  el  significado  de  un  ensueño,  frecuente- 
mente reiterado  en  el  transcurso  de  siete  años,  le  brindó  la  ocasión  pro- 
picia al  anuncio  de  la  vocación  providencial,  para  cuyo  cumplimiento 
Dios  les  había  escogido  a  él  y  a  su  hermano  (55).  Desvanecidos  por  Ar- 
naldo las  dudas  y  reparos  que  Federico  opuso  a  un  encargo  tan  extra- 
ordinario, los  reyes  hermanos  consintieron  en  aceptarlo.  En  su  virtud, 
Arnaldo  procedió  a  redactar  un  plan  de  reforma  de  la  casa  y  reino,  a 
implantar  desde  las  alturas  del  gobierno  (56). 

La  reforma  religiosa,  que  ha  de  .poner  remedio  a  los  males  que  afli- 
gen a  la  sociedad  cristiana,  ha  de  comenzar,  según  el  nuevo  rpunto  de  vista 
de  Arnaldo,  por  los  reyes  y  príncipes,  quienes  han  de  ser  los  primeros 
en  ordenar  su  propia  vida  de  conformidad  con  las  normas  evangélicas 
y,  seguidamente,  su  corte  y  su  reino  entero.  Arnaldo  no  cesa  de  exhor- 
tar a  la  reforma  personal,  cimiento  y  principio  de  la  reforma  social. 


(54)  E.  Benz:  Die  Gesckichtstheologie  der  Franziskanerspiñtualen  des  13.  und  14. 
Jahrhunderts  nach  neuen  Quellen,  en  "Zeitschrift  für  Kirchengeschichte",  1933,  pági- 
nas 90-121. 

(55)  Interpretación,  hecha  por  Arnaldo,  de  ciertos  ensueños  para  el  rey  Federico 
de  Sicilia. 

C56)    Carta  de  Arnaldo.  a  nombre  de  Federico  de  Sicilia,  para  el  rey  Jaime  II  de 

Aragón  con  un  plan  de  reforma  de  su  casa  y  reino. 


—   229  — 


Inculca  constantemente  al  rey  el  espíritu  de  justicia  y  la, atención  solícita 
a  los  pobres,  que  han  de  constituir  las  mejores  prendas  personales  de 
un  monarca.  La  práctica  de  tales  virtudes  cundirá  por  la  fuerza  del  ejem- 
plo en  el  reino  y  promoverá  una  mejora  en  la  vida  pública.  El  rey  cui- 
dará, además,  de  que  el  pueblo  reciba  buenos  ejemplos  de  la  reina  y  de 
los  príncipes.  Arnaldo  no  se  olvida  de  dictar  las  reglas  a  las  que  habrá 
de  ajustarse  la  familia  del  monarca.  Propone  a  la  reina  por  modelo  la 
Virgen  María  y  resume  en  tres  las  normas  en  que  habrá  de  inspirar  su 
vida:  dar  muestras  de  un  verdadero  espíritu  cristiano,  practicar  nor- 
malmente las  obras  de  caridad  y  de  humildad,  que  Arnaldo  describe  muy 
al  pormenor,  y  ¡proscribir  las  lecturas  frivolas  y  los  espectáculos  mun- 
danos que  .reemplazará  con  la  'lectura  de  los  libros  sagrados.  Un  idén- 
tico espíritu  de  cristiana  severidad  presidirá  a  la  educación  del  príncipe 
y,  ^en  general,  a  la  vida  de  la  corte. 

Desde  la  cumbre  de  la  jerarquía  social  que  el  monarca  ocupa,  Arnal- 
do cree  posible  la  reforma  de  la  sociedad  entera,  para  lo  cual  no  confía 
solamente  en  la  eficacia  del  ejemplo,  toda  vez  que  propone  acelerarla 
con  una  serie  de  medidas  de  gobierno.  He  aquí  algunas  de  las  que  pro- 
pone al  rey  Fadrique:  el  trato  a  los  extranjeros  igual  que  a  los  propios 
subditos,  una  esmerada  inspección  de  los  tribunales  de  justicia  y  el  cas- 
tigo a  los  jueces  prevaricadores,  la  persecución  de  los  herejes,  etc.  Insta 
la  prohibición  de  la  magia,  de  los  juegos  de  azar  y  de  la  prostitución. 
Aconseja  dar  libertad  a  los  esclavos  que  reciban  el  bautismo.  Respecto 
a  los  judíos  y  musulmanes,  propone  .medidas  de  un  rigor  excesivo :  quie- 
re confinarlos  a  sus  viviendas,  marcarlos  con  una  señal  para  que  no  se 
confundan  con  los  cristianos,  obligarles  a  oír  la  predicación  de  éstos  y  a 
otras  imposiciones  por  el  estilo.  En  otro  orden  de  cosas,  reproduce  el 
plan  de  todos  los  propagandistas  catalanes,  desde  San  Ramón  de  Peña- 
fort,  de  fundar  colegios  de  lenguas  orientales  para  la  educación  de  mi- 
sioneros. Más  fe  parece  tener  en  las  empresas  guerreras  para  la  expan- 
sión del  cristianismo;  sabemos  que  Arnaldo  intervino  en  la  preparación 
de  la  guerra  de  Granada  contra  los  moros.  Persuade  a  Jaime  II  la  Cru- 
zada de  Tierra  Santa;  es  para  la  sociedad  cristiana  una  grave  afrenta 
que  el  sepulcro  del  Redentor  ,se  halle  en  poder  de  los  infieles.  Como  ve- 
mos, Arnaldo  da  cabida  en  sus  proyectos  a  todos  los  ideales  vivos  de 
la  época. 

El  reproche  mayor  que  se  puede  dirigir  a  Arnaldo,  es  el  de  haber 
carecido  de  una  visión  política.  A  su  reflexión  permanecen  ajenas,  a  lo 
largo  de  toda  su  vida,  las  graves  cuestiones  de  esta  índole  que  se  halh- 
ban  a  la  sazón  planteadas  en  Europa,  en  especial  la  de  las  relaciones  en- 


—  230  — 


tre  el  poder  temporal  y  el  poder  espiritual  que  se  debaj-ía  en  el  conflicto 
entre  Bonifacio  VIII  y  el  rey  francés  Felipe  el  Hermoso.  En  sus  escri- 
tos no  se  transparenta  una  idea  clara  del  Estado.  Sus  propósitos  no  al- 
canzan a  una  reestructuración  del  organismo  político,  sino  que  se  ciñen 
a  una  depuración  de  las  costumbres  privadas  y  públicas  en  vista  de  un 
ideal  netamente  religioso  y  trascendente. 


PARTE  TERCERA 

EL  ESCOLASTICISMO  POPULAR 

RAMON  LULL  (RAIMUNDO  LULIO) 


CAPITULO  VI 


INTRODUCCION 

Importancia  del  factor  personal  en  la  filosofía  luliana. — El  "enigma  luliano". — 
El  caso  de  R.  Lull  y  su  filosofía  a  la  luz  de  la  historia  de  la  filosofía  y  de 
la  cultura  medievales. — El  método  histórico-genético. — Plan  de  este  estudio. 

i.  Vamos  a  entrar  en  el  estudio  de  Ramón  Lull  {Raimundo  Lu- 
lio)  (i),  una  de  las  figuras  cumbres  de  la  filosofía  española  y  que  ha 
tenido  las  más  contradictorias  repercusiones  en  la  historia  general  de 
la  filosofía.  Estudio  que,  no  por  haber  sido  intentado  de  muy  diversas 
maneras  y  existir  hoy  gran  acopio  de  materiales  para  emprendenlo,  deja 
de  presentarse  erizado  de  dificultades. 

La  primera  de  ellas  deriva  del  hecho  de  hallarnos  ante  una  filosofía 
en  la  cual  el  factor  personal  tiene  una  importancia  decisiva.  Por  aña- 
didura, el  filósofo  es  ahora  un  hombre  apasionado  que  piensa,  siente 
y  obra  siempre  en  función  de  unas  mismas  ideas  directrices,  las  cuales, 
vividas  y  desarrolladas  durante  más  de  cincuenta  años  de  una  actividad 
frenética  y  vol/cánica,  se  traducen  en  una  selva  frondosísima — inextri- 
cable para  el  no  iniciado — de  libros  y  doctrinas. 

Se  ha  escrito  la  historia  de  las  doctrinas  filosóficas ;  pero  apenas  ha 
sido  intentada  la  historia  de  la  actitud  de  los  filósofos  (2).  No  es  lo 
mismo  "actitud"  que  "posición  filosófica".  La  actitud  responde  al  ca- 


(1)  Las  antiguas  formas  catalanas  de  este  nombre  eran  Ramón  Lull  o  Luyl.  En  do- 
cumentos autógrafos  o  coetáneos  y  en  las  obras  latinas  hallamos  las  formas  Raymunáus 
Luí,  Lulli,  Lullus  y  Lullius;  de  donde  derivó  la  forma  castellana  Raimundo  Lulio.  Véan- 
se, sobre  este  punto,  A.  R.  Pascual:  Vida  del  Beato  Raymundo  Lulio  (editada  por  la 
"Sociedad  Arqueológica  Luliana",  Palma,  1890),  c.  I,  pág.  6,  y  Otto  Keicher,  O.  F.  M. : 
Raymundus  Lullus  und  seine  Stellung  zur  arabischen  Phüosophie  ("Beitráge  zur  Geschichte 
der  Philosophie  des  Mittelalters,  Bd.  VII,  H.  4-5,  Münster,  1909,  pág.  1,  núm.  1. 

(2)  Tcwnás  Carreras  i  Artau:  Introducció  a  l' historia  del  pensament  filoso  fie  a  Ca- 
talunya i  cinc  assaigs  sobre  l'actitud  filosófica,  Barcelona,  193 1;  véase  e1  segundo  ensayo,, 
titulado:  "L'actitud  personal  i  la  historia  de  la  fiJosofia",  págs.  213  y  sgtes. 


—  234 


ráele r  del  filósofo,  y  está  integrada  por  el  conjunto  de  móviles  persona- 
les que  vienen  a  ser  la  razón  profunda  de  la  doctrina  profesada.  Bajo  el 
aspecto  de  la  actitud  personal  podría  intentarse  una  interesante  tipolo- 
gía filosófica.  Hay  filósofos  "cordiales".  Su  filosofía,  grávida  de  huma- 
nidad, viene  a  ser  una  ininterrumpida  confesión  hecha  coram  populo.  En 
ellos  la  actitud  es  algo  esencial  y  definitivo,  que  se  muestra  siempre  en 
primer  término ;  y  la  filosofía  no  es  más  que  una  floración  doctrinal  de 
su  actitud  sincerísima.  Por  eso,  sólo  después  de  amarlos,  es  posible 
comprender  a  los  filósofos  de  esa  estirpe.  Es  el  caso  de  un  San  Agustín, 
de  un  Pascal,  de  nuestro  R.  Lull.  Los  calificamos  de  cordiales  y  no  de 
"sentimentales",  porque  lo  que  caracteriza  a  dichos  filósofos  es  una 
maravillosa  unidad  personal  y  de  doctrina,  la  cual  imprime  a  su  vida 
una  firmeza  a  todo  evento.  Por  el  contrario,  en  el  filósofo  sentimenial 
(ejemplo,  el  caso  Rousseau)  la  doctrina  y  la  personalidad  son  fragmen- 
tarias y  llenas  de  contradicciones,  por  lo  cual  su  conducta  parece  que 
está  siempre  a  punto  de  naufragar. 

2.  Comenzaremos,  pues,  nuestro  estudio  prestando — dentro  de  la 
obligada  brevedad — gran  atención  a  la  vida  "real"  de  R.  Lull.  Decimos 
"real",  porque  la  expurgaremos  de  aditamentos  legendarios,  para  ate- 
nernos a  la  verdad  objetiva  resultante  de  los  documentos,  y  también  a 
la  verdad  subjetiva — quizás  mejor,  luliana — ,  o  sea,  aquella  verdad  sin- 
ceramente creída  por  R.  Lull  (apariciones,  ilustraciones  divinas,  etcéte- 
ra), que  fué  motor  principal  de  su  conducta  y  explica  el  sobrenombie 
de  Doctor  Iluminado  con  que  se  conoce  también  al  filósofo  mallor- 
quín. Anticipemos  que  la  biografía  de  Lull,  escrita  con  arreglo  a  un 
criterio  estrictamente  histórico,  nada  pierde  en  interés,  antes  bien  da 
ocasión  de  seguir  paso  a  paso  una  de  las  vidas  más  extraordinarias  y 
emocionantes,  hasta  el  punto  que  bien  pudiera  calificarse  de  novela 
"real  y  doctrinal"  a  la  vez. 

Pero  será  preciso  completar  la  biografía  con  la  semblanza,  a  fin 
de  penetrar  en  el  interior  de  nuestro  personaje,  sorprender  la  línea 
esencial  de  su  carácter,  revelar,  en  una  palabra,  su  actitud  de  filósofo. 
Seguirá,  pues,  a  la  narración  de  la  vida  un  capítulo  sobre  el  carácter 
y  la  educación  de  Lull :  entrambos  nos  darán  la  explicación  profunda 
de  esa  nueva  tendencia,  que  denominamos  "escolasticismo  popular",  de 
la  cual  el  filósofo  mallorquín  es  el  creador  o,  por  lo  menos,  el  genuino 
representante. 

3.  R.  Lull  es  una  de  esas  figuras  que  no  pueden  ser  tratadas  "en 
frío".  O  se  le  ama  o  se  le  repudia.  Paralelamente,  el  juicio  del  histo- 
riador o  le  asienta  en  la  grandeza  o  le  confina  en  la  extravagancia  y 


la  locura.  Lull,  como  San  Francisco  de  Asís,  como  el  Greco,  como  Don 
Quijote  requiere  un  clima  espiritual  adecuado  y  especiales  disposiciones 
en  el  investigador,  para  ser  debidamente  interpretado.  Hay  épocas  inca- 
paces de  comprender  aquellas  grandes  personificaciones  del  idealismo : 
tal  le  ocurre  al  siglo  xix,  siglo  de  gran  sequedad  espiritual,  que  engen- 
dra el  positivismo,  esa  "superstición  de  la  Ciencia",  que  es  a  la  vez  ne- 
gación de  la  filosofía  y  exclusión  sistemática  de  todo  valor  afectivo. 
Y  así,  se  da  la  paradoja  de  que  hombres  como  Prantl,  como  Littré  y 
Hauréau,  como  Renán,  que  han  contribuido  eficazmente  al  avance  de 
los  estudios  lulianos  y  a  la  constitución  de  la  historia  de  la  filosofía 
medieval  como  una  nueva  disciplina,  hayan,  no  obstante,  interpretado 
de  un  modo  inadmisible  la  figura  encendida  del  Doctor  Iluminado. 
Imbuidos  de  los  prejuicios  reinantes  a  la  sazón,  no  pudieron  llegar  has- 
ta la  comprensión  "cordial"  de  una  de  las  personificaciones  más  autén- 
ticas del  idealismo  medieval. 

Será,  pues,  una  exigencia  primaria  situar  cuidadosamente  a  Lull 
dentro  del  ambiente  espiritual  de  su  época.  Es  hora  ya  de  que  acabe 
el  "enigma  luliano",  de  que  R.  Lull  y  su  filosofía  dejen  de  ser  conside- 
rados como  algo  excepcional  y  meteórico,  y  de  que  el  uno  y  la  otra,  el 
hombre  y  la  doctrina,  sean  incorporados  definitivamente  a  las  grandes 
corrientes  de  la  historia  de  la  filosofía  y  de  'la  cultura  medievales.  La 
teoría  de  las  generaciones  espontáneas  es  tan  inadmisible  en  biología 
como  en  la  historia  del  pensamiento  humano.  Hay  que  explicar  el  caso 
de  R.  Lull  y  de  su  filosofía  mediante  una  aplicación  rigurosa  del  método 
histórico-genético.  Afortunadamente,  algunos  importantes  trabajos  de 
los  últimos  años  sobre  la  filosofía  de  R.  Lull  están  orientados  en  dicho 
sentido  (3).  Pero,  situados  ya  en  este  camino,  hay  que  evitar  otro  es- 
collo: el  "abuso  de  la  explicación",  que  corta  las  alas  de  la  filosofía 
luliana,  reduciéndola  a  un  mero  eco  doctrinal  de  la  época  y,  a  trueque 
de  análisis  comparativos,  deja  evaporar  la  originalidad  y  la  grandeza  del 
pensador  de  Mallorca. 


(3)  Merecen  ser  señalados  especialmente:  el  breve,  pero  jugoso  y  certero,  estudio 
de  Otto  Keicher:  Raymundus  Lullus  und  seine  Stellung  zur  arafoischen  Philosophie, 
Münster,  1909,  antes  citado;  J.  H.  Probst,  discípulo  de  Picavet:  Caractérc  et  origine  des 
idees  du  Bienheureux  Raymond  Lulle  (Ramón  Ltdl),  Toulouse,  1912,  quien  incurre  en 
el  "abuso  de  la  explicación"  que  denunciamos  en  el  texto,  y  E.  Longpré,  O.  F.  M. : 
Raymond  Lulle,  artículo  en  el  "Dictionnaire  de  Théologie  catholique"  de  Vacant-Mange- 
not,  t.  IX,  cois.  1072-1141,  París,  1926.  Este  último  trabajo,  aun  siendo  deficiente  en 
alguna  de  sus  partes — por  ejemplo,  la  exposición  del  Arte  y  de  la  lógica  lulianas — ,  es. 
hoy  por  hoy,  el  mejor  y  más  completo  estudio  sobre  la  filosofía  de  R.  Lull. 


—  230  — 


4.  De  conformidad  con  las  ideas  expuestas,  y  previa  la  dilucidación 
de  una  serie  de  cuestiones  relativas  a  la  bibliografía  luliana,  que  es  una 
de  las  más  intrincadas  de  la  Edad  Media,  dedicaremos  un  capítulo  al 
estudio  de  los  orígenes  y  desenvolvimiento  de  la  filosofía  luliana.  In- 
tentaremos sorprender  a  un  tiempo  esta  filosofía  en  la  mente  del  Doc- 
tor Iluminado  y  en  el  teatro  de  los  acontecimientos  de  la  época  que  le 
sirvió  de  cuna,  para  no  dejar  ya  de  la  mano  el  hilo  de  su  interno  des- 
arrollo. 

Un  estudio  introductorio  y  de  conjunto  acerca  de  las  ideas  direc- 
trices de  la  filosofía  luliana  en  la  forma  indicada,  allanará  la  tarea  ana- 
lítica de  los  capítulos  siguientes,  esto  es,  la  exposición  de  las  diversas 
partes  del  o  pus  filosófico  luí  i  ano.  Pero  más  que  el  afán  de  agotar  todos 
los  temas,  nos  guiará,  en  esta  exposición,  el  propósito  de  seguir  y  jus- 
tificar a  un  tiempo  el  proceso  sistemático  de  la  filosofía  luliana.  En  fin, 
abordaremos  el  problema  de  las  influencias  doctrinales  no  de  una  vez, 
sino  por  partes  al  tratar  cada  materia,  y  después  en  conjunto,  a  guisa 
de  epílogo. 

Terminado  el  estudio  de  la  filosofía  luliana — aun  sin  desconocer  que 
el  lulismo  integral  fenece  con  Lull — ,  habremos  de  seguir  las  huellas 
que  ha  dejado  aquella  filosofía  en  el  decurso  histórico,  con  sus  lógicos 
desarrollos  y  también  con  sus  desviaciones  provenientes  de  supuestos 
erróneos  o  de  motivos  extrafilosóficos.  Anticipemos  que  la  historia  del 
lulismo  es  cosa  muy  diferente  del  desenvolvimiento  "filosófico"  del  lu- 
lismo, del  cual  puede  afirmarse,  sin  exageración,  que  su  historia  apenas 
ha  sido  intentada.  Señalar  las  líneas  directrices  de  esa  historia  filosó- 
fica del  lulismo,  deteniéndonos  en  las  principales  etapas  de  la  misma 
y  descargándola  de  lastres  seculares  que  la  han  ahogado,  es  lo  único 
que  será  factible  dentro  del  espacio  limitado  de  que  disponemos.  El 
desarrollo  total  y  minucioso  de  este  asunto  exigiría  poco  menos  que  un 
volumen. 

Tales  son  los  principales  jalones  de  la  ruta  que  nos  disponemos  a 
emprender. 


CAPITULO  Vil 


VIDA  DE  R.  LULL 

Fuentes  y  bibliografía. 

Los  primeros  años  de  R.  Lull  hasta  su  conversión  (1233P-1263?). — Los  tres  pro- 
pósitos.—Vida  de  peregrino. — Período  de  contemplación  y  estudios  en  Mallor- 
ca (1265-1274). — Fundación  de  Miramar. — El  primer  periplo  luliano  (1277- 
1282). — Divulgación  del  Arte  luliana  en  la  Universidad  de  París  y  en  otros 
centros  intelectuales  de  Francia  e  Italia  (1286-1290). — Expedición  misionera  a 
Túnez  (1291-1292). — Proyectos  de  organización  de  la  Cristiandad  (1294- 
1296). — Segundo  viaje  a  París  (1298-1299). — Segundo  periplo  luliano  (1300- 
1307). — Tercer  viaje  a  París,  misión  a  Bugía  y  proyecto  de  Cruzada  a  Tierra 
Santa. — Ultima  estancia  en  París  (1309-1311).— Lull  en  el  concilio  de  Viena 
(1311). — Ultimos  años  de  la  vida  de  Lull. — Rectificaciones  a  propósito  de  la 
fecha  tradicional  de  su  muerte. — Dudas  acerca  de  su  martirio. 


Fuentes  y  Bibliografía. 

I.  La  Vita  Beati  Raimundi  Lulli  {Vida  coetánia),  narración  hecha 
por  el  mismo  Lull  de  su  vida,  recogida  y  redactada  por  uno  de  sus  dis- 
cípulos. B.  de  Gaiffier  ha  publicado  recientemente  una  nueva  edición 
crítica  ("Analecta  Bollandiana",  1930,  págs.  130-178).  El  texto  catalán 
del  ms.  16.432  del  Museo  Británico,  publicado  por  S.  Bové  en  el  "Bole- 
tín de  la  Real  Academia  de  Buenas  Letras  de  Barcelona''  (abril-junio 
de  1915,  págs.  89-101),  ha  sido  nuevamente  transcrito  y  publicado  con 
introducción,  notas  y  glosario,  por  Francisco  de  B.  Molí  (Palma  de 
Mallorca,  1933).  La  Vida  coetánia  llega  sólo  hasta  el-  momento  en  que 
Lull  se  disponía  a  asistir  al  Concilio  de  Viena,  convocado  para  131 1. 
El  P.  Custurer,  en  el  siglo  xviii,  y  Jorge  Rubio  (Ramón  Llull,  en  "La 
Revista  deis  Llibres",  Barcelona,  junio-julio  de  1926)  opinan — y  nos- 
otros nos  adherimos  a  este  juicio — que  el  texto  latino  es  el  original,  y 
que  sobre  él  fué  redactado  posteriormente  el  texto  catalán.  Hay  discre- 
pancias entre  los  dos  textos,  algunas  interesantes.  El  biógrafo  hará  bien 
en  completar  una  con  otra  las  dos  versiones,  pero  indicando  los  matices 
diferentes  e  irreductibles. 

II.  Pasajes  autobiográficos. — Abundan  en  las  producciones  poéticas 


-  238  - 


de  Lull  (Véase  Obras  rimadas  de  Ramón  Lull,  ed.  J.  Rosselló,  Palma, 

1859,  y  Poesies,  ed.  R.  d'Alós-Moner,  Barcelona,  1925),  y  en  la  mayor 
parte  de  sus  obras,  pero  de  un  modo  especial  en  la  vasta  enciclopedia 
Libre  de  Contemplado  en  Dcu,  en  el  Libre  de  Meravelles  y  en  el  Man- 
que r  na. 

III.  Biografías  impresas. — Son  en  gran  número,  antiguas  y  mo- 
dernas, y  pueden  verse  en  la  Bibliografía  de  les  impressions  hd.lianes, 
citada,  de  Rogent-Durán  y  en  Allison  Peers:  Ramón  Lull.  A  Biogra- 
phy,  Londres,  1929,  págs.  423-425.  Hay  que  mencionar,  como  más  dig- 
nas de  ser  consultadas,  las  de  J.  B.  Sollier:  Acta  B.  Raymundi  Lulli 
Maioricensis  Doctoris  Illuminati,  etc.,  Amberes,  1708;  A.  R.  Pasqual : 
Vita  B.  Raimundi  Lulli,  en  el  tomo  I,  págs.  1-439,  c-e  sus  Vindiciae 
Lullianae,  Avinon,  1778,  y  también  del  mismo  autor,  semejante  aun- 
que no  idéntica  a  la  biografía  latina,  la  Vida  del  Beato  Raymundo  Lulio 
mártir  y  Doctor  Iluminado,  2  vols.,  inédita  hasta  1890  en  que  fué  pu- 
blicada en  Palma  de  Mallorca;  B.  Hauréau :  Raymond  Lidie,  biografía 
en  la  "Histoire  littéraire  de  la  France",  t.  XXIX,  París,  1885,  págs.  1-67, 
muy  tendenciosa  y  apasionada  contra  R.  Lull,  pero  en  parte  aprovecha- 
ble; P.  Golubovich :  B.  Raimondo  Lidio  (en  "Biblioteca  Bio-bibliografica 
della  Terra  Santa  e  dell'  Oriente  francescano",  Quaracchi,  1906,  volu- 
men I,  págs.  361-392);  Juan  Avinyó:  El  Terciari  francescá  Beat  Ra- 
món Lull,  Igualada,  1912 ;  Salvador  Galmés :  Vida  compendiosa  del 
Bt.  Ramón  Lull,  Palma  de  Mallorca,  191 5,  breve,  pero  muy  segura, 
complementada  magníficamente  con  el  reciente  estudio  del  mismo  autor: 
Diñárnosme  de  Ramón  Lull  (Mallorca,  1935);  Lorenzo  Riber:  Vida  i 
actes  del  reverent  mestre  i  benaventurat  mártir  Ramón  Lull,  Palma, 
1916,  y  Raimundo  Lulio  (Ramón  Lluü),  Barcelona,  1935,  versión,  con 
algunas  modificaciones,  de  la  edición  catalana;  E.  Longpré:  Raymond 
Lulle  ("Dictionnaire  de  Théologie  catholique"  de  Vacant-Mangenot, 
t.  IX,  París,  1926),  la  Vie  está  en  las  cois.  1088-1112;  E.  Allison  Peers: 
Ramón  Lull,  antes  citado,  que  es  actualmente  la  mejor  y  más  completa 
biografía;  Francisco  Sureda  Blanes:  El  Beato  Ramón  Lull  (Raimundo 
Lidio),  Madrid,  1934. 

ÍY.  Estudios  biográficos  episódicos  o  parciales. — Francisco  de 
Bofarull  y  Sans :  El  testamento  de  Ramón  Lull  y  la  Escuela  luliana  en 
Barcelona  ("Memorias  de  la  Real  Academia  de  Buenas  Letras",  Bar- 
celona, t.  V,  1896,  págs.  435-476);  J.  Miret  y  Sans:  La  vüa  nova  de 
Barcelona  y  la  familia  d'En  Ramón  Lull  en  la  XIII  centuria  ("Boletín 
de  la  Real  Academia  de  Buenas  Letras",  Barcelona,  t.  V,  1910,  pági- 
nas 525-535),  Noves  biográfiques  d'En  Ramón  Lull  (Ibid.,  t.  VIH, 
1915,  págs.  101-106),  Lo  primitiu  nom  de  familia  d'En  Ramón  Lull 
ílbid.,  t.  VIII,  1915,  págs.  305-307);  Salvador  Bové:  Ramón  Llull  y 
la  llengua  llatina  (Ibid.,  t.  VIII,  1915,  págs.  65-88);  A.  Gottron :  Ramón 
Lulls  Kreuzzugsideen,  Berlín.  1912:  Jordi  Rubio  Balaguer:  El  Brevi- 
culum  i  les  miniatures  de  la  vida  d'En  Ramón  Llull  de  la  Biblioteca  de 
Karlsruhe  ("Butlíetí  de  la  Biblioteca  de  Catalunya",  1916,  vol.  III. 
págs.  73-88),  y  Ramón  Llull  ("La  Revista  deis  LHbres",  Barcelona,  junio- 


—  239  — 


julio  de  1926);  L.  Riber:  Ramón  Lull  en  Montpeller  y  en  la  Sorbona 
("Revista  Quincenal",  Barcelona,  febrero  de  1917);  Salvador  Galmés  • 
Viatges  de  Ramón  Llull  ("La  Páranla  Cristiana",  vol.  VIII,  1927, 
págs.  196-225) ;  Juan  I.  Valentí :  Dues  crisis  en  la  vida  de  Ramón  Lull, 
y  P.  Andrés  de  Palma  de  Mallorca,  O.  M.  C. :  A  V  entorn  de  les  proves 
documentáis  del  martiri  de  Ramón  Lull  ("La  Nostra  Terra",  Mallorca, 
agosto-septiembre-octubre  de  1934) ;  P  Martí  de  Barcelona,  O.  M.  C. : 
Nous  documents  sobre  Ramón  Lull  i  la  seva  Escola  ("Miscel.lánia  Lul- 
liana",  Barcelona,  1935). 

1.  Nació  Ramón  Lull  en  Palma  de  Mallorca  y,  según  una  opinión 
muy  fundada  (1)  y  corriente,  en  el  año  1232  de  la  Encarnación,  o  sea  a 
principios  de  1233  del  año  común  (2).  Era  hijo  único  del  matrimonia 
entre  el  noble  Ramón,  del  linaje  de  los  Lull  (3)  de  Cataluña,  e  Isabel 
de  Erill,  también  de  noble  estirpe. 

El  padre  de  Lull  había  acompañado  al  rey  D.  Jaime  en  la  conquista 
de  Mallorca,  y  en  pago  de  sus  servicios  recibió  honores  y.  posesiones  en 
diversos  lugares  de  la  isla.  En  ella  decidió  establecerse  con  su  mujer,: 
hacia  el  año  1231,  dejando  los  bienes  que  tenía  en  Barcelona  y  otros 
sitios  de  Cataluña. 

A  los  catorce  años  el  joven  Ramón  entró  como  paje  al  servicio  del 
rey  D.  Jaime,  a  quien  acompañó  en  sus  incesantes  viajes,  ofreciéndose- 
le, con  este  motivo,  ocasiones  repetidas  de  conocer  las  intimidades  de 
la  vida  cortesana,  política  y  diplomática,  y  de  entrar  personalmente  en 
relaciones  con  príncipes  y  señores  de  todas  partes.  Y  ganóse  hasta  tal 
punto  la  confianza  del  monarca,  que  éste  le  nombró  preceptor  de  su  hijo 
el  infante  D.  Jaime,  que  había  sido  declarado  heredero  de  Mallorca  en 
1256  y  gobernaba  la  isla  por  delegación  de  su  padre.  Más  tarde,  a  los 


(1)  Pasqual  señala  y  fundamenta  con  muchas  razones  la  fecha  de  1232  de  la  En- 
carnación (y ida  cit,  t.  I,  c.  I,  págs.  7-14),  opinión  seguida  por  Avinyó  (Obra  cit.,  c.  II, 
págs.  52-54  y  c.  XLV,  págs.  507-508)  y  Allison  Peers  (Obra  cit.,  c.  I,  págs.  7  y  8). 
Riber  (Obra  cit.,  c.  I,  pág.  4)  afirma  que  Lull  nació,  "según  la  tradición",  a  los  25 
de  enero  de  1232,  y  Galmés  (Obra  cit.,  c.  I,  pág.  11)  hacia  1233.  Otros  autores  moder- 
nos (Quadrado,  Menéndez  y  Pelayo,  Longpré)  han  señalado  la  fecha  de  1235. 

(2)  Sobre  di  uso  practicado  en  Cataluña  y  Mallorca  de  contar  los  años  a  partir 
de  la  Encarnación,  cuyo  desconocimiento  por  los  biógrafos  de  Lull  ha  sido  causa  de 
confusión,  véase  a  Pasqual,  Vida  cit.,  II,  prólogo,  págs.  XIII  y  XIV. 

(3)  Según  Miret  y  Sans,  el  verdadero  nombre  patronímico  de  la  familia  de  Ra- 
món Lull  era  Amat;  Lull  era  sólo  el  apodo  o  sobrenombre  de  uno  de  los  antepasa- 
dos de  nuestro  biografiado,  apodo  que,  con  el  tiempo,  se  convirtió  en  apellido,  per- 
diéndose el  rastro  del  apellido  primitivo  Amat  {Lo  prirnitiu  nom  de  familia  d'En  Ra- 
món Lull,  en  el  lug.  cit.). 


—  240  — 


-veinticuatro  o  veinticinco  años,  fué  honrado  Lull  con  los  cargos  de  se- 
nescal y  mayordomo  del  propio  infante  D.  Jaime. 

Su  influencia  y  poderío  en  la  corte  mallorquina  corrían  parejas  con 
una  vida  de  ostentación  y  de  galantería  escandalosa  (4),  sin  que  fuese 
parte  a  refrenarla  la  santidad  del  lazo  conyugal  que  le  unía  a  la  noble 
dama  Blanca  Picany,  de  cuyo  matrimonio,  realizado  en  1257,  tuvo  dos 
hijos,  llamados  Domingo  y  Magdalena  (5). 

2.  Había  Ramón  cumplido  ya  los  treinta  años  (6),  y — según  el  mi- 
nucioso relato  de  la  Vida  coetánia — estaba  una  noche  retirado  en  su 
habitación  componiendo  "una  vana  canción  a  una  su  enamorada",  cuan- 
do se  le  apareció  la  imagen  de  Jesús  Crucificado.  La  visión  se  repitió 
otras  cuatro  veces  en  los  días  siguientes,  y  nunca  podía  Ramón  termi- 
nar la  susodicha  composición  amorosa.  Hasta  que,  lleno  de  temor,  "en- 
tendió lo  que  significaban  aquellas  tan  repetidas  visiones,  y  el  estímulo 
de  la  conciencia  le  dictó  que  nuestro  señor  Jesucristo  no  quería  otra 
cosa  de  él  sino  que  abandonase  totalmente  el  mundo  y  se  diese  a  su 
servicio"  (7). 

A  la  mañana  siguiente,  confesó  con  gran  dolor  y  contrición  (&) ;  y, 

(4)  "Can  fui  gran  e  sentí  del  mon  sa  vanitat 
comencé  a  far  mal  e  entré  en  pecat 
oblidant  Déus  gloriós,  siguent  carnalitat." 

Lo  Desconhort,  II  (Poesies,  ed.  cit.,  pág.  74). 
"Luxuria  fa  fer  cansons  e  dances  e  sons  e  voltes  e  lays  ais  trobadors  qui  per  luxu- 
ria son  loadors  e  cantadors...  Con  lo  vostre  servidor,  Sényer,  sia  obligat  e  sotsmés  a 
orde  de  matrimoni,  molt  es  desijós  com  pogués  fúger  a  les  obres  e  ais  fets  en  los 
quals  luxuria  m'ha  currumput  e  ensutzat..."  Libre  de  Contemplado  en  Déu,  c.  143, 
números  20  y  24.  Cfr  también  caps.  5,  núm.  23;  22,  núm.  17;  23,  núm.  23;  37,  nú- 
mero 26;  38,  núm.  25,  y  otros. 

(5)  Cfr.  el  testamento  de  R.  Lull.  Véase  el  texto  latino  y  la  traducción  del  mismo 
al  castellano  en  Francisco  de  Bofarull  y  Sans,  obra  y  lug.  cits.,  págs.  453-457- 

C6)  "Mas  jo  son  estat  foll  del  comensament  de  mos  dies  dentro  a  .XXX.  anys  pas- 
sats,  que  comensa  en  mi  remembrament  de  la  vostra  saviea  e  desig  de  la  vostra  laor  e 
membransa  de  la  vostra  passio"  (L.  de  Contemplado  en  Déu,  c.  70,  núm.  22  y  tam- 
bién el  c.  107,  núm.  6). 

(7)  Vida  coetánia.  La  leyenda  de  la  hermosa  dama  que  exhibe  a  Ramón  su  pecho 
cancerado,  a  fin  de  contener  al  galán  en  su  desbordada  pasión,  leyenda  que  na  inspi- 
rado a  novelistas  y  dramaturgos,  carece  de  fundamento  y  es  hoy  unánimemente  re- 
chazada por  los  biógrafos  documentados. 

(8)  "Jesús  me  vene  crucificat, 
volc  que  Déus  fos  per  mi  amat. 
Matí  ané  querré  perdó 

a  Déu,  e  pris  confessió 
ab  dolor  e  contrició." 

(Cant  de  Ramón,  ed.  R.  d'Alós-Moner,  pág.  30.) 
Es  incierta  la  fecha  de  la  conversión  y  los  mejores  biógrafos  de  Lull  no  acaban  de 


—   241  — 


habiéndose  operado  un  gran  cambio  en  su  alma,  se  dió  por  entero  a  la 
mortificación  y  penitencia,  a  la  oración  y  a  las  obras  de  caridad  (9). 

Inflamado  en  su  nuevo  amor  al  Crucificado  y  pensando  en  qué  po- 
dría servirle  y  serle  agradable,  deliberó  acerca  de  estos  tres  puntos : 
i.°  "que  no  podía  hacer  acto  mayor  ni  más  agradable  que  convertir  a  los 
infieles  e  incrédulos  a  la  verdad  de  la  santa  fe  católica,  y  para  esto  po- 
ner la  propia  persona  en  peligro  de  muerte".  2.0  "Pensó  asimismo  escri- 
bir en  adelante  libros,  unos  muy  buenos  y  otros  «mejores  sucesivamente, 
contra  los  errores  de  los  infieles.'5  3.0  "Para  ello  pensó  acudir  al  Santo 
Padre  y  a  los  príncipes  de  los  cristianos  e  impetrar  que  construyesen 
diversos  monasterios,  en  donde  hombres  sabios  y  doctos  estudiasen  y 
aprendiesen  la  lengua  arábiga  y  de  los  demás  infieles,  a  fin  de  que  pudie- 
sen predicar  entre  ellos  y  manifestarles  la  verdad  de  la  santa  fe  cató- 
lica" (10).  Fuése  Ramón  a  una  iglesia  vecina,  y  allí  "postrado  en  tierra, 
•apasionadamente  y  con  lágrimas"  suplicó  a  Dios  le  permitiese  llevar  a 
feliz  término  aquellos  tres  propósitos.  ( 

3.  Tres  meses  permaneció  todavía  en  su  casa,  dedicado  al  arreglo 
-de  sus  negocios  temporales.  Vino  la  fiesta  de  San  Francisco  de  Asís,  y 
oyó  el  sermón  que  predicó  un  obispo  en  la  iglesia  del  convento  de  la 
ciudad.  Enardecido  con  el  relato  de  la  vida  de  aquel  santo  "que  después 
de  abandonar  todas  las  cosas  mundanas  se  había  consagrado  totalmente 
al  servicio  de  la  cruz,  tocado  en  lo  más  hondo  de  su  corazón,  decidió 
vender  los  bienes  que  poseía  y  seguir  su  ejemplo"  (11).  Así  lo  hizo,  re- 


ponerse de  acuerdo  en  este  punto.  Según  tradición  admitida  por  la  Iglesia  de  Mallor- 
ca y  la  Universidad  Luliana,  la  conversión  tuvo  lugar  el  día  25  de  enero,  festividad  de 
la  conversión  de  San  Pablo.  Pasqual  (Vida  cit.,  págs.  54  y  81),  aceptando  esta  fecha, 
la  fija  en  el  año  1262  (1263  de  la  Natividad).  Pero  A.  Peers  (R.  Lull,  c.  I,  pág.  20) 
opina  que  aquel  hecho  ,no  pudo  acaecer  hasta  junio  o  julio.  Galmés  (Vida  compendio- 
sa, pág.  25)  señala  como  fecha  probable  la  de  últimos  de  junio,  hacia  la  festividad  de 
S.  Pedro  y  S.  Pablo  o  de  la  Conmemoración  de  S.  Pablo  de  1263  (1264  de  la  Nativi- 
dad) ;  pero  este  autor,  rectificándose,  en  su  reciente  estudio  Dinamisme  de  Ramón  Lull, 
pág.  6,  la  sitúa  a  últimos  de  junio  de  1261  (1262  de  la  Natividad), 
(o)    Cfr.  L.  de  Contemplado  en  Déu,  c.  86,  núm.  19. 

(10)    Vida  coetania.  Respecto  al  segundo  propósito,  el  texto  latino  habla  de  com- 
poner no  varios  libros,  sino  unum  librum  meliorem  de  mundo. 
(n)  "car  muller  n'hai  lleixada,  filis  e  possessiós 


e  en  aquest  negoci  de  mon  patrimonat 
hai  tota  hora  despes  e  n'hai  tan  llarguejat 
que  li  meu  infant  n'estant  en  paupertat." 

Lo  Desconhort,  XIV  y  XVIII  (Poesies,  ed.  R.  d'Alós-Moner,  págs.  81  y  83).  Cfr. 
también  la  Vida  coetania  y  el  L.  de  Contemplado  en  Déu,  caps.  79,  núm.  15,  y  84,  nú- 
mero 22. 

16 


—  242  — 


servando,  no  obstante,  una  pequeña  parte  de  su  patrimonio  para  la  sus- 
tentación de  su  mujer  e  hijos.  Un  terrible  drama  familiar — que  deja 
entrever  algún  documento  de  la  época  (12) — provocó,  sin  duda,  aqur 
lia  decisión.  Lull,  convertido  ya  en  misionero  laico,  dedica  tiernamente 
a  su  hijo  el  libro  de  Doctrina  pueril,  uno  de  los  primeros  que  escri- 
bió (13),  y  en  otras  ocasiones  le  recuerda  con  singular  afecto. 

Libre  Ramón  de  los  lazos  familiares  y  terrenales,  emprende  un  largo 
peregrinaje.  A  pie  y  mendigando,  visita  el  sepulcro  de  Santiago  de  Ga- 
licia, el  santuario  de  Nuestra  Señora  de  Rocatallada  (14),  el  sepulcro 
de  San  Pedro  y  San  Pablo  en  Roma  y  la  Tierra  Santa  de  Ultramar  (15). 

4.  De  regreso  ya  a  Barcelona,  y  con  el  objeto  de  realizar  el  segun- 
do de  sus  propósitos,  decidió  ir  al  gran  Estudio  de  París ;  pero  sus  ami- 
gos y  familiares,  y  principalmente  San  Ramón  de  Peñafort,  disuadié- 
ronle de  semejante  intento,  aconsejándole  que  volviese  a  Mallorca  (16). 
En  plena  juventud — tendría  treinta  y  dos  o  treinta  y  tres  años — y  en 
hábito  de  penitente,  preséntase  Ramón  en  su  ciudad  natal,  escenario  de 
sus  antiguos  devaneos,  siendo  "befado  y  escarnecido  de  las  gentes"  (17). 

Comienza  entonces  el  período  de  sus  estudios,  que  duró  unos  nueve 
años  (1265-1274),  y  acerca  del  cual  reservamos  los  detalles  para  el  si- 
guiente capítulo,  al  tratar  de  la  educación  de  Lull. 

Diez  años  después  de  la  conversión  y  a  los  cuarenta  de  edad,  reti 
róse  Ramón  al  monte  Randa,  distante  unos  30  kilómetros  de  Palma. 


(12)  Muestran  en  toda  su  intensidad  este  drama  familiar  los  emocionantes  pasa- 
jes autobiográficos  del  c.  XXXVII,  lib.  IV  del  Libre  de  Demostracions  (ed.  de  Mallor- 
ca, 1930,  págs.  552-555).  En  virtud  de  queja-demanda  promovida  por  Blanca  Picany. 
esposa  de  R.  Lull,  por  resolución  dictada  en  13  de  marzo  de  1275  fué  nombrado  un 
curador  de  los  bienes  familiares.  Véase  en  Pasqual  (Vida  cit.,  t.  I,  c.  X,  págs.  212  y 
213)  el  texto  de  dicha  resolución. 

(13)  Cfr.  prólogo  de  la  citada  obra,  ed.  de  Mallorca,  1906,  págs.  3  y  4.  Sobre  la 
época  en  que  fué  compuesta  y  sobre  su  autenticidad,  véase  el  prólogo  de  M.  Obrador, 
XXXII  y  XXXIII.  También  le  dedicó  el  Libre  de  primera  e  segona  entenció  y  el 
Arbre  de  philosophia  desijada. 

(14)  "...  anassen...  a  nostra  dona  de  rocha  tellada"  se  lee  en  el  texto  catalán  de 
la  Vida  coetánia,  y  aquel  lugar  ha  sido  interpretado  por  Montserrat;  pero  el  texto  la- 
tino dice :  abiit  ad  Sanctam  Mariam  de  Rupisamatore,  y  en  este  caso  se  referiría  al 
santuario  de  Rocamador  sito  en  el  País  Vasco  francés. 

(15)  Cfr.  la  Vida  coetánia,  complementada,  en  este  punto,  con  el  cap.  113  del  L.  de 
Contemplado  en  Déu,  donde  habla  de  visu  "de  qo  que  fan  los  pelegrins  els  romeus" 
(V  ease  S.  Galmés,  Vtda  cit.,  c.  III,  pág.  28). 

(16)  Vida  coetánia. 

(17)  "Jo  son  hom...  menyspreat  per  les  gents",  dice  en  el  Libre  del  Gentil  e  los 
Tres  Savis,  prólogo,  ed.  J.  Roselló,  Mallorca,  1901,  pág.  3.  Y  en  el  c.  10,  núm.  15  del 
L.  de  Contemplado  en  Déu,  Lull  da  gracias  a  Dios  por  haber  podido  arrastrar  el  te- 
mor del  juicio  "de  les  gents  escarnents  per  les  plasses". 


243  — 


Entregado  a  la  vida  contemplativa,  al  octavo  día  "en  un  instante  le  so- 
brevino cierta  ilustración  divina  que  le  dió  el  orden  y  la  forma  de  hacer 
los  libros  contra  los  errores  de  los  infieles""  (18).  Después  de  dar  gracias 
a  Dios,  bajó  Ramón  del  monte  Randa  y  fuese  al  monasterio1  de  la  Real, 
en  donde  con  más  holgura  escribió  "un  hermoso  libro,  que  intituló 
Arte  mayor  contra  los  infieles  y  denominó  más  tarde  Arte  general,  y 
según  la  pauta  de  dicha  Arte  compiló  después  muchos  otros  libros  ade- 
cuados a  la  capacidad  de  los  hombres  indoctos"  (19).  Fruto  de  esta 
primera  época  de  fervor  novicia!  es  también  su  gran  Libre  de  Contem- 
plado en  Déu. 

Todavía  volvió  Ramón  a  subir  al  monte  Rarída,  en  donde  mandó 
edificar  un  santuario — actualmente  llamado  de  Cura  (20) — en  el  mismo 
lugar  en  que  recibió  aquella  "ilustración  divina" ;  y  habitó  en  él,  duran- 
te cuatro  meses,  dedicado  a  la  vida  contemplativa  (21). 

5.  Atraído  el  infante  D.  Jaime  por  la  fama  de  la  vida  y  escritos 
de  Lull,  llamóle  desde  Montpellier  (1274).  Acudió  Ramón,  y  el  infante 
hizo  examinar  sus  obras  por  un  maestro  en  Teología  de  la  Orden  de 
San  Francisco,  que  dió  informe  favorable  y  entusiasta.  En  Montpellier 
compuso  y  leyó  públicamente  el  libro  titulado  Art  demostrativa.  Al 
mismo  tiempo  obtuvo  permiso  del  infante  para  edificar  un  monasterio 
en  el  reino  de  Mallorca,  en  un  lugar  que  fué  denominado  Miramar, 
donde  pudiesen  morar  trece  f railes  menores  que  aprenderían  la  lengua 
morisca,  con  el  objeto  de  convertir  a  los  infieles.  El  propio  infante  doló 
este  monasterio  con  posesiones  y  con  la  renta  anual  de  500  florines  de 
oro  (22).  La  fundación  fué  aproba'da  por  el  papa  Juan  XXI  en  el  año 
1276  (23). 

(18)  Vida  coetánia.  El  texto  latino  dice:  "súbito  dominus  illustravit  mentem  suanC\ 
En  el  Desconhort,  X,  se  lee: 

"Ramón,  de  vostra  Art  no  siats  consirós, 
ans  en  siats  alegre  e  n'estiats  joiós, 
car  pus  Déus  la  us  ha  dada..." 
y  en  el  Cant  de  Ramón  (Poesies,  ed.  R.  d'Alós-Moner,  pág.  31) : 
"Novell  saber  hai  atrobat 
pot-n'hom  conéixer  veritat 
e  destruir  la  falsetat." 

(19)  Vida  coetánia. 

(20)  Véase,  M.  Rotger  y  Capllonch:  Historia  del  Santuario  y  Colegio  de  Ntra.  Se- 
ñora de  Cura  en  el  Monte  de  Randa,  Lluchmayor,  1915,  especialmente  el  c.  I,  págs.  1-7. 

(21)  Vida  coetánia. 

(22)  Vida  coetánia. 

(23)  Insértase  la  bula  pontificia  en  Pasqual,  Vida  cit.,  t.  I,  c.  X,  págs.  222-224; 
recientemente  la  ha  reproducido  A.  Rubio  y  Lluch  en  Documents  per  V historia  de  la  cul- 
tura catalana  mig-eval,  vol.  I,  Barcelona,  1908,  págs.  4-5. 


—  244  — 


Otra  vez  en  Mallorca,  Ramón  dirigió  personalmente  el  Colegio  de 
Miramar,  alternando  la  vida  contemplativa  con  el  estudio  y  la  redac- 
ción de  diversas  obras.  Durante  aquel  breve,  pero  dulce  reposo  de  Mi- 
ramar, dij  érase  que  el  misionero  mallorquín  reconcentra  todas  sus  fuer- 
zas espirituales  y  físicas  antes  de  lanzarse,  en  alas  de  su  fervor  apos- 
tólico, a  las  más  grandes  e  inauditas  empresas. 

6.  En  1277  marcha  a  Roma  a  impetrar  la  fundación  de  Colegios 
similares  al  de  Miramar  (24).  Vacante  la  Sede  apostólica  y  no  pudiendo 
de  momento  realizar  sus  gestiones,  emprende  Ramón  una  serie  de  di- 
fíciles y  arriesgados  viajes  (1277-1282;.  Y  aunque  no  sea  tarea  fácil 
reconstituir  el  itinerario,  tenemos  por  fundado,  con  un  concienzudo 
biógrafo  de  nuestros  días  (25),  que  Lull,  durante  este  tiempo,  visitó 
casi  todo  el  mundo  conocido  desde  las  tierras  septentrionales  de  "Guir- 
landa y  Bocinia"  hasta  las  meridionales  de  la  Abisinia;  y  desde  la  oc- 
cidental Lusitania  hasta  la  misteriosa  Tartaria  de  Oriente  (26).  El  mis- 
mo Ramón  declara,  en  el  Cant  de  Ramón,  que  para  la  realización  de 
su  empresa  había  recorrido  gran  parte  del  mundo  Í27).  Empujábale  a 
ello  un  natural  instinto  de  curiosidad  y  de  aventura  puesto  al  servicio 
de  su  encendido  afán  de  conversión  universal. 

Hacia  el  año  1282  regresó  a  Perpiñán  para  visitar  a  su  rey  y  protec- 
tor Jaime  II  de  Mallorca.  De  Perpiñán  pasó  a  Montpellier,  y  desde  esta 
ciudad,  hacia  el  año  1285,  se  fué  a  Roma  para  gestionar  la  fundación 
de  Colegios  de  misioneros.  Vacante  otra  vez  la  Sede  apostólica  a  la 
muerte  de  Martín  IV,  marchóse  a  Bolonia  para  asistir  a  un  capítulo  ge- 
neral de  frailes  predicadores,  volviendo  poco  después  a  Roma,  en  don- 
de consiguió  interesar  en  sus  proyectos  al  nuevo  Papa  Honorio  IV. 
Muerto  éste,  se  traslada  a  París  (1286)  y  aquí  lee  públicamente  su  Arte 
en  la  escuela  del  "maestro  Britolt"  (28),  que  no  es  otro  sino  aquel  tur- 
bulento Berthauld  de  Saint-Denys,  canciller  de  la  Universidad.  Es  de 
notar  que  a  partir  de  esta  época  Lull  es  considerado  como  maestro 
(magister),  y  él  mismo  se  da  este  título  en  sus  obras. 


(24)  El  silencio  que  guarda  la  Vida  coetánia  después  de  este  hecho  hasta  1282,  hay 
que  suplirlo  con  pasajes  y  relatos  entresacados  de  las  obras  lulianas. 

(25)  S.  Galmés,  Vida  cit.,  c.  VI,  págs.  49  y  50,  y  especialmente  en  su  estudio 
Viatges  de  Ramón  Lull,  lug.  cit.,  c.  III,  págs.  205-210. 

(26)  "Quasi  per  mundum  eundo  universum",  se  lee  en  el  prólogo  del  Liber  de  fine. 
(2j)    "Gran  res  hai  del  món  cercat"  (Poesies  cit.,  pág.  32). 

(28)    Vida  coetánia.  Véase  L.  Riber:  Ramón  Lull  en  Montpeller  y  en  la  Sorbona, 

lug.  cit.,  págs.  320  y  321. 


-  245  — 


7.  En  un  interesante  pasaje  autobiográfico  (29)  da  cuenta  Ramón 
de  esa  su  primera  estancia  en  París  en  los  siguientes  términos:  "Un 
hombre  que  con  prolijo  afán  había  trabajado  para  utilidad  de  la  Iglesia 
Romana,  vino  a  París  y  dijo  al  rey  de  Francia  (30)  y  a  la  Universidad 
de  París  que  en  París  se  construyesen  monasterios,  en  donde  se  apren- 
dieran los  idiomas  de  aquellos  que  son  infieles,  y  que  fuese  vertida  a 
aquellos  idiomas  el  Arte  demostrativa,  y  que  con  esta  Arte  demostrativa 
se  enviase  misión  a  los  tártaros,  y  que  se  les  predicase,  y  en  la  susodi- 
cha Arte  se  les  instruyese,  y  que  se  trajesen  tártaros  a  París  y  se  les 
enseñase  nuestra  lengua  y  nuestra  fe  y  luego  se  les  remitiese  a  su  tierra. 
Todas  estas  cosas  y  muchas  más  pidió  este  hombre  al  rey  y  a  la  Uni- 
versidad ;  y  que  esta  petición  suya  fuese  confirmada  por  el  Padre  Santo 
y  que  fuese  obra  perdurable". 

Escaso  éxito  tuvo  ese  tan  deseado  viaje  a  París  (31),  por  lo  cual, 
hacia  1287,  vuelve  Ramón  a  Montpellier,  y  en  esta  ciudad  asiste  a  un 
capítulo  general  de  frailes  menores,  con  la  esperanza  de  que  sus  pro- 
yectos encontrarían  entre  ellos  mejor  acogida  que  entre  'los  frailes  pre- 
dicadores. Después  de  haber  leído  su  Arte  públicamente  en  dicha  ciudad 
y  de  haber  escrito  el  Art  inventiva  de  veritat,  pasa  por  Génova  (1288), 
en  donde  la  tradujo  al  árabe,  y  vuelve  a  Roma  en  tiempo  del  Papa  Ni- 
colás IV,  para  insistir  acerca  del  establecimiento  de  seminarios  de  len- 
guas y  la  unificación  de  las  Ordenes  militares. 

Acogidos  con  afecto  estos  proyectos  por  el  Papa,  regresa  Lull  a 
Montpellier  (1289),  asiste  a  otro  capítulo  general  de  frailes  menores 
celebrado  en  Rieti,  obtiene  cartas  comendaticias  del  General,  y  vuelve 
todavía  a  Roma,  presentando  al  Papa  un  tratado  sobre  la  conquista  de 
Tierra  Santa  (1290).  Pero  viendo  que  nada  conseguía,  resolvió  marchar 
a  las  tierras  de  sarracenos  emprendiendo  el  camino  de  Génova  para  em- 
barcar en  esta  ciudad  con  rumbo  a  Berbería.  Por  esa  misma  época 
(26  de  octubre  de  1290)  Fray  Ramón  Gaufredi,  Ministro  General  de 
la  Orden  franciscana,  mandaba  a  los  Ministros  de  las  provincias  de 
Roma,  la  Apulia  y  otras,  que  permitiesen  a  sus  frailes  aprender  las 


(29)  Félix  o  Libre  de  Meravelles,  ed.  Aguiló,  t.  II,  pág.  160. 

(30)  Felipe  el  Hermoso,  casado  con  Juana  de  Navarra,  que  era  hijo  de  Isabel  de 
Aragón,  hermana  del  rey  Jaime  II  de  Mallorca. 

(31)  "En  tristicia  e  en  languiment  estava  un  hom  en  estranya  térra...",  se  lee  en 
el  comienzo  del  Libre  de  Meravelles;  y  este  mismo  desaliento  se  entrevé  en  la  Vida 
coetánia:  "...  e  com  aquí  (París)...  hagues  vista  la  forma  del  studi  anassen  a  mont- 
peller". 


—  246  — 


doctrinas  lulianas  que  el  mismo  Lull  se  encargaría  de  enseñarles  per- 
sonalmente (32). 

8.  En  Genova  fué  recibido  con  gran  alegría  por  el  pueblo,  noticioso 
de  sus  planes  misioneros.  Durante  su  permanencia  en  esta  ciudad 
(1 291 -1292),  Lull  experimentó  una  grave  enfermedad  que  le  tuvo  pos- 
trado mucho  tiempo,  y  .  pasó  además  por  una  gran  crisis  espiritual  que 
le  llevó  al  borde  de  la  desesperación  (33).  Impelido  de  un  santo  fervor, 
embarca  con  rumbo  a  Túnez,  en  plena  convalecencia,  contra  la  voluntad 
de  sus  amigos. 

En  Túnez  (1292)  sostuvo  relaciones  y  controversias  con  los  doctores 
de  la  ley  mahometana.  Un  fanático  le  denunció  al  rey.  El  Consejo  tenía 
empeño  en  condenarle  a  muerte,  pero  gracias  a  la  defensa  hecha  por 
uno  de  los  consejeros,  se  contentó  con  expulsarle  del  territorio,  lleván- 
dole a  una  nave  genovesa,  después  de  haber  sufrido  durante  el  camino 
las  iras  del  populacho.  Contristado  Ramón  por  no  haber  podido  reali- 
zar sus  planes  de  conversión,  en  un  exceso  de  celo  huyó  secretamente 
de  la  nave  y  fué  a  esconderse  en  tierra,  décidido  a  entrar  nuevamente 
en  la  ciudad ;  pero  viendo  al  pueblo  muy  excitado — hasta  el  punto  que 
otro  cristiano,  a  quien  confundieron  con  él,  se  libró  a  duras  penas  de 
ser  apedreado — ,  e  interpretando  todo  eso  como  una  señal  divina,  se 
embarcó  decididamente  con  rumbo  a  Nápoles  (34). 

9.  En  Nápoles  enseñó  públicamente  su  Arte,  especialmente  entre 
los  sarracenos  que  moraban  en  la  ciudád  y  sus  alrededores.  Animado 
con  la  elección  del  Papa  Celestino  V,  insistió  cerca  de  la  corte  pontifi- 
cia, durante  los  meses  que  ésta  residió  en  Nápoles,  para  la  realización 
de  sus  proyectos,  dirigiendo  al  Papa  una  petición  cuyos  extremos  eran : 


(32)  "Voló  quod  vos  ministri,  si  aliqui  fratres  provintiarum  vestrarum  audire  dic- 
tam  Artem  fuerint  consolati,  detis  ipsis  fratribus  licentiam,  et  dicto  domino  Raymundo 
de  conventu  idóneo  opportunitatem ;  in  quo  possit  fratribus  ostendere  Artem  illam,  con- 
cedatis"  (A.  Rubio  y  Lluch :  Documents  per  Vhistória  de  la  cultura  catalana  mig-eval, 
vol.  I,  Barcelona,  1908,  págs.  9  y  10). 

(33)  Es  el  episodio  que  los  biógrafos  denominan  la  "tentación  de  Génova"  y  que 
aparece  minuciosamente  reseñado  en  ^a  Vida  coetánia.  Según  el  relato,  Lull,  en  un  mo- 
mento de  desesperación  y  desoyendo  voces  sobrenaturales,  se  decide  por  la  salvación 
y  divulgación  de  su  Arte  y  por  los  frailes  menores  que  la  habían  aceptado,  a  cambio  de 
su  personal  condenación.  El  P.  Pasqual  rechaza  esta  parte  de  la  Vida  coetánia,  en  su 
texto  latino,  que  era  el  único  que  conocía  a  través  de  la  edición  maguntina;  y  en  la 
edición  del  bolandista  P.  Sollier  se  suprime  dicho  episodio. 

Sobre  este  punto,  véase  el  documentado  e  interesante  estudio  psico-fisiológico  de 
Juan  I.  Valentí:  Dues  crisis  en  la  vida  de  Ramón  Lull,  en  el  lug.  cit.,  en  el  que  se  sos- 
tiene la  autenticidad  del  pasaje  de  la  Vida  coetánia. 

(34)  Vida  coetánia. 


-    247  — 


la  fundación  de  Colegios,  la  conquista  de  Tierra  Santa  y  la  unificación 
de  las  Ordenes  mi'litares  bajo  el  mando  de  un  gran  Maestre  que  sería 
rey  de  Jerusalén.  La  corta  duración  de  aquel  pontificado,  que  acabó 
por  renuncia  a  los  cinco  meses  (diciembre  de  1294),  frustró  nuevamente 
las  esperanzas  de  Ramón. 

Al  año  siguiente,  elegido  Papa  Bonifacio  VIII,  renovó  Lull  sus  pe- 
ticiones, siguiendo  al  nuevo  pontífice  desde  Ñapóles,  en  donde  se  había 
efectuado  la  elección,  hasta  Roma.  Absorbido  Bonifacio  VIII  por  múl- 
tiples negocios,  resultaron  también  inútiles  ahora  las  tentativas  de  Ra- 
món. Cayó  éste  en  un  profundo  abatimiento,  que  se  refleja  en  sus  pro- 
ducciones de  esta  época  y  culmina  en  el  patético  canto  del  Des- 
conhort  (35). 

En  este  tiempo  y  probablemente  en  el  capítulo  general  de  menores 
celebrado  en  Asís,  en  1295,  Lull  profesó  en  la  Tercera  Orden  de  San 
Francisco ;  en  su  obra  Arbre  de  Sciencia  comenzáda  el  día  de  San  Mi- 
guel del  citado  año,  se  presenta  él  mismo  en  hábito  de  religioso  (36). 

Con  el  alma  dolorida  abandonó  Ramón  la  corte  pontificia  (1296), 
con  el  propósito  de  no  volver  a  ella  (37),  y  marchóse  a  Génova,  dis- 
puesto a  trasladarse  nuevamente  a  Africa.  Pero  cambió  de  parecer  y 
fuése  a  visitar  a  Jaime  II  de  Mallorca  que  residía  a  la  sazón  en 
Montpellier.  A  él  confió  una  vez  más  sus  proyectos,  y  habiendo  obtenido 
una  recomendación  para  su  sobrino  Felipe  el  Hermoso,  rey  de  Francia, 
marchóse  a  París. 

10.  En  este  segurido  viaje  a  la  capital  de  Francia  (1298)  Lull  ganó 
más  consideración  que  en  su  primer  viaje  de  1287,  e  hizo  prosélitos. 
Caracterizado  discípulo  suyo  fué  Tomás  le  Myésier,  canónigo  de  Arrás. 
Cincuenta  cuestiones  que  éste  le  presentó  fueron  contestadas  por  Ra- 
món con  arreglo  a  su  Arte  y  recogidas  en  un  escrito  intitulado :  De 
quaestionibus  magistri  Thomae  Attrebatensis  quas  misit  Raymundo 
quod  solveret  ipsas  per  Artem  (38).  Este  mismo  Le  Myésier — según 


(35)  "e  no  hai  nuil  amic  qui  negú  gauig  m'aport, 
mas  tan  solament  vós,  per  qué  en  lo  faix  en  port 
en  caent  e  en  llevant  e  són  gai  en  tal  sort 

que  res  no  veig  ni  auig  d'on  me  venga  confort." 

(I,  Poedes,  ed.  cit,  pág.  74.) 

(36)  "...  e  per  l'ábit  que  li  viu  e  la  gran  barba  que  Ramón  havía,  pensá  que  fos 
alcún  home  religiós  d'estranya  nació..."  (Arbre  de  Sdencia,  prólogo,  ed.  cit.,  vol.  I,  pág.  3). 

(37)  "per  qué  no  prepós  ara  a  Cort  retornar". 

(Lo  Desconhort,  LXI,  ed.  cit.,  pág.  107.) 

(38)  Raymond  Lulte.  Sa  vie,  en  "Histoire  Littéraire  de  la  France",  tom.  XXIX, 
Pág.  31- 


-    248  - 


una  conjetura  muy  fundada  (39) — redactó  más  adelante  la  Vita  Ray- 
mundi,  basada  en  el  relato  que  de  su  vida  hizo  el  propio  Lull,  instado- 
repetidamente  por  sus  discípulos. 

En  París  Lull  combatió  tenazmente  a  los  averroístas  de  la  Sorbona, 
pero  no  debió  ser  muy  halagüeño  el  resultado  de  esas  controversias,  a 
juzgar  por  el  siguiente  pasaje  autobiográfico  (40):  "Ramón,  hallándose 
en  París  con  el  intento  de  hacer  gran  bien  por  la  vía  del  saber,  lo  cual 
no  pudo  conseguir  cumplidamente,  consideró  que  podía  hacer  gran  bien 
por  la  vía  del  amor,  y  por  esto  resolvió  hacer  este  Arbre  de  Filosofía 
d  Amor.  Y  con  el  fin  de  hacer  este  Arbre  y  ordenarlo  sin  estorbo  algu- 
no, fuése  a  una  hermosa  selva  cercana  a  París,  densa  de  árboles,  abun- 
dosa de  fuentes,  praderas  y  márgenes,  de  pájaros  cantores  y  de  salva- 
jes alimañas." 

El  Arbre  de  Filosofía  d  Amor,  terminado  en  París  en  octubre  de 
1298,  es  un  delicioso  complemento  del  Arbre  de  S ciencia.  Según  se  lee 
al  final  de  la  obra,  la  Dama  de  Amor  y  Ramón  lo  llevaron  a  París  a  los 
grandes  señores  y  maestros  y  a  sus  escolares.  La  misma  Dama  de  Amor 
dijo  a  Ramón  que  presentase  la  Filosofía  de  Amor  en  latín  al  muy  noble 
señor,  sabio  y  buen  rey  de  Francia  (Felipe  el  Hermoso),  y  en  vulgar  a 
la  muy  noble,  sabia  y  buena  reina  de  Francia  (Juana  de  Navarra),  upara 
que  lo  multipliquen  en  el  reino  de  Francia  en  honor  de  nuestra  Señora 
Santa  María  que  es  la  soberana  Dama  de  Amor".  El  polemista  se  reti- 
ra en  esta  obra  y  resurge  con  todo  su  ardor  el  místico.  El  amigo,  des- 
engañado, tantea  los  caminos  que  conducen  a  la  unión  con  el  Amado. 
Estalla  ahora  con  fuerza  el  tema  del  martirio  en  aquella  desolada  y  re- 
lampagueante autobiografía  del  Cant  de  Ramón : 

"Sóm  hom  vell,  paubre,  menyspreat, 

no  hai  ajuda  d'home  nat 

e  hai  trop  gran  fait  emperat, 

gran  res  hai  del  mon  cercat, 

mant  bon  eximpli  hai  donat : 

poc  són  conegut  e  amat. 

Vull  morir  en  pélag  d'amor"  (41). 


(39)  Véase  Jordi  Rubio:  El  Breviculum  i  les  miniatures  d'en  Ramón  Llull  de  la 
Biblioteca  de  Karlsruhe,  antes  citado,  pág.  77. 

(40)  Arbre  de  Filosofía  d'Amor,  prólogo  (ed.  S.  Galmés,  Palma  de  Mallorca, 
1935,  pág.  70). 

(41)  Poesies,  ed.  cit.,  pág.  32. 


—  249  — 


II.  Abandona  Lull  París  con  el  intento  de  regresar  a  Mallorca. 
De  paso,  hallándose  en  Barcelona,  obtuvo  permiso  'del  rey  Jaime  II  de 
Aragón  (30  de  octubre  de  1299)  para  predicar  en  las  sinagogas  de  los 
judíos  y  en  las  mezquitas  de  los  sarracenos  dentro  de  todos  sus  domi- 
nios (42).  En  1300  desembarca  en  Mallorca  después  de  veintidós  años  de 
ausencia.  Un  año  permaneció  aquí,  dedicado  con  febril  actividad  a  com- 
poner libros  y  a  controvertir  con  los  judíos  y  sarracenos  que  aun  vivían 
en  la  isla. 

Emprende  seguidamente  otra  serie  de  viajes  (1300-1307) — confirma- 
dos por  el  explicit  de  un  enjambre  de  libros  que  iba  escribiendo  por  el 
camino — ,  cuyo  sólo  relato  infunde  vértigo  y  ha  hecho  exclamar  al  bió- 
grafo Sollier  que  R.  Lull  "parecía  alado". 

Habiendo  llegado  hasta  Ramón  la  vaga  noticia  de  que  el  Kan  de 
Tartaria  se  había  apoderado  de  Siria,  embarca  en  una  nave  que  se 
dirigía  a  Chipre.  Aquí  supo  que  la  versión  era  falsa,  pero  a  su  celo 
apostólico  no  le  faltó  tarea  en  qué  ocuparse.  Pidió,  en  efecto,  al  rey 
de  Chipre  que  reuniese  a  los  herejes  y  cismáticos  de  la  isla  y  les  obligase 
a  disputar  con  él,  y,  a  cambio  de  eso,  se  comprometía  a  continuar  su 
empresa  evangelizadora  cerca  del  sultán  de  Babilonia  y  de  los  reyes  de 
Siria  y  Egipto.  Poco  caso  hizo  el  rey  de  Chipre  de  semejante  propo- 
sición, lo  que  no  fué  obstáculo  para  que  Ramón  emprendiese  su  predi- 
cación dentro  de  la  isla.  Habiendo  enfermado  gravemente,  fué  enve- 
nenado por  las  dos  personas — un  capellán  y  un  mozo — que  le  asistían. 
Al  darse  cuenta  de  ello,  marchóse  humildemente  Ramón,  aun  conva- 
leciente, hacia  Famagosta,  en  donde  fué  muy  bien  recibido  por  el  gran 
Maestre  de  los  Templarios  (43). 

Una  vez  restablecido,  viajó  por  Armenia,  volvió  a  Chipre,  pasó  por 
Rodas  y  Malta,  y  en  el  año  1302  regresó  a  Mallorca.  Desde  aquí,  al 
siguiente  año,  se  fué  a  Montpellier,  pasó  después  a  Génova  y  volvió 
otra  vez  a  Montpellier.  En  esta  ciudad  publicó  su  Líber  de  fine  (1305), 
en  el  cual  compendia  sus  planes  político-religiosos  de  expansión  de  la 


(42)  El  documento  expedido  por  Jaime  II  es  muy  interesante:  "...  Nos  enim  da- 
mus  per  presentes,  firmiter  in  mandatis,  universis  et  singulis  aljamis  judeorum  et  sa- 
rracenorum  tocius  terre  nostre,  quod  ipsi,  diebus  predictis  sub  forma  predicta,  audiant 
et  audire  teneantur  prefatum  magistrum  R.  Lulli,  et  si  voluerint,  oportunitate  capta, 
possint  responderé  ejus  predicacioni  et  exposicioni,  non  tamen  cogantur  nec  cogen  pos- 
sint  eisdem  super  premissis  si  noluerint  responderé."  (A.  Rubio  y  Lluch:  Documents  per 
l'histdria  de  la  cultura  catalana  mig-eval" ,  vol.  I,  págs.  13  y  14).  El  transcrito  pasa- 
je autoriza  para  situar  a  R.  Lull  dentro  de  la  corriente  pólémico-apologética,  punto- 
este  sobre  el  cual  nos  detendremos  al  explicar  los  orígenes  de  la  filosofía  luliana. 

(43)  Vida  coetánia. 


—  250  — 


Cristiandad.  Asistió  también  a  la  conferencia  celebrada  en  la  misma 
ciudad  entre  el  Papa  Clemente  V,  que  acababa  de  ser  elegido  (1305),  y 
Jaime  II  de  Aragón ;  y  creyendo  Lull  hallar  en  el  nuevo  Papa  disposi- 
ciones favorables  a  sus  proyectos,  después  de  un  breve  viaje  a  P>arce- 
lona,  se  trasladó  con  la  corte  pontificia  a  Lyón,  insistiendo  una  vez  más 
en  su  proyecto  de  fundar  monasterios-colegios  donde  se  aprendiesen 
los  diversos  lenguajes  de  los  infieles,  "de  lo  cual  poco  se  preocuparon 
así  el  Padre  Santo  como  los  cardenales"  (44), 

12.  En  vista  de  ello,  dejando  la  corte  pontificia,  marchóse  Lull  a 
París  (1306),  en  donde  enseñó  su  Arte  y  compuso  diversos  libros,  dice 
secamente  la  Vida  coetania.  Los  biógrafos  sitúan  en  este  tercer  viaje 
a  la  ciudad  del  Sena  una  supuesta  controversia  entre  Lull  y  Duns  Scot 
surgida  en  las  aulas  de  la  Sorbona  (45). 

Poco  tiempo  permaneció  en  París.  Desde  esta  ciudad  marchóse  a 
Pisa  con  el  objeto  de  volver  a  P>erbería,  pero  no  habiendo  hallado  nave 
dispuesta,  regresó  a  Mallorca  (1307).  De  aquí  embarca  para  Bugía,  y 
apenas  tocó  tierra  comenzó  a  predicar  públicamente  la  fe  católica,  pro- 
vocando la  controversia  con  los  mahometanos.  Otra  vez  consiguió  excitar 
la  ira  de  la  muchedumbre,  y  mal  lo  hubiera  pasado  Ramón  sin  la  in- 
tervención a  su  favor  del  caíd  de  la  ciudad,  quien  sorprendido  ante  las 
respuestas  de  aquel  misionero  y  decidido  a  librarle  de  una  muerte  se- 
gura y  sin  proceso,  redújole  a  prisión  durísima.  No  pudo  evitar,  sin 
embargo,  que  por  el  camino  fuese  golpeado  y  apedreado  y  que  le  "tira- 
sen de  su  larga  barba  y  que  le  dejasen  casi  por  muerto"  (46).  La  in- 
tervención de  algunos  catalanes  y  genoveses  consiguió  modificar  el  rigor 
y  la  actitud  de  aquéllos,  que  se  obstinaban  en  que  Ramón  muriese  dentro 
de  la  cárcel.  Cedieron,  por  fin,  ante  la  esperanza  de  atraerle  a  su  reli- 
gión con  la  promesa  de  mujeres,  honores  y  riquezas.  Pero  todo  resultó 
inútil  ante  la  tenacidad  proselitista  del  misionero  mallorquín  (47).  Re- 
táronle entonces  a  que,  de  rejas  adentro,  compusiese  un  libro,  a  fin 
de  que  cada  parte  expusiese  las  razones  de  la  verdad  de  su  fe,  proposi- 
ción que  aceptó  Ramón  con  alegría ;  y,  con  este  intento,  comenzó  a  es- 


(44)  Vida  coetania. 

(45)  Véase  esa  historia  legendaria  en  A.  Peers,  obra  cit.,  c.  XV,  págs.  323-324,  y 
su  impugnación  en  Probst :  Caractére  et  origine  des  idees  du  Bienheureux  Raymond  Lulle, 
cit.,  II  part.,  c.  IV,  pág.  2Q5. 

(46)  Vida  coetania. 

(47)  La  iconografía  luliana  se  ha  apoderado  de  este  episodio  de  la  tentación  y  dispu- 
ta de  la  cárcel  de  Bugía,  narrado  en  la  Vida  coetania,  como  puede  verse  en  el  deli- 
cioso grabado  que  figura  en  la  edición  de  la  Disputatio  Raymundi  de  Valencia,  1510. 


-  251  - 


cribir  su  Disputatio  Kaimundi  cwm  Hamar  saraceno,  que  no  acabó  hasta 
años  más  tarde,  porque  a  los  seis  meses  de  prisión  el  rey  de  Bugía, 
desde  Constantina,  lo  hizo  expulsar  del  reino,  bajo  penas  severísimas 
si  se  detenía  en  él  territorio  (48). 

Inmediatamente  se  embarcó  Ramón  para  Genova,  pero  una  furiosa 
tempestad  lanzó  la  nave  contra  las  costas  de  Pisa,  salvándose  del  nau- 
fragio él  con  otro  compañero,  ganando  tierra  desnudo,  después  de  haber 
perdido  los  libros  que  llevaba  consigo  (49). 

En  Pisa  fué  recibido  con  grandes  honores,  y  un  rico  ciudadano  le 
hospedó  en  su  casa.  En  esta  ciudad  vivió  retirado  en  el  convento  de 
Santo  Domingo  desde  últimos  de  1307  a  1308,  compuso  nuevas  obras 
e  intentó  armar  una  cruzada  para  la  conquista  de  Tierra  Santa,  habien- 
do obtenido  del  gobierno  de  aquella  república  recomendaciones  para  el 
Papa  y  los  cardenales.  Sale  muy  animoso  de  Pisa  hacia  la  corte  ponti- 
ficia; se  detiene  en  Génova,  en  donde  recibe  la  ofrenda  de  30.000  flori- 
nes de  las  damas  de  la  ciudad ;  pasa  por  Montpellier,  sin  cesar  de  escri- 
bir, y  en  esta  ciudad  publica,  en  1309,  el  Líber  de  acquisitione  Terrae 
Sanctae,  que  presentó  personalmente  al  Papa  Clemente  V,  residente  en- 
tonces en  Aviñón.  Infructuosa  también  esa  nueva  gestión,  Ramón  se 
marchó  a  París. 

13.  Este  cuarto  y  último  viaje  a  la  ciudad  del  Sena  (1309-1311) 
fué  el  que  tuvo  mejores  resultados.  "De  aquí  (es  decir,  de  Aviñón)  fuése 
a  París — se  lee  en  la  Vida  coetánia  en  vulgar — en  donde  públicamente 
leyó  su  Arte  y  otros  muchos  libros  que  de  tiempo  atrás  tenía  escritos. 
Y  acudieron  a  oírle  no  solamente  escolares,  sino  también  gran  multitud 
de  maestros,  quienes  afirmaron  que  la  susodicha  santa  ciencia  y  doctrina 
era  corroborada  no  sólo  por  razones  de  filosofía,  sino  también  por  prin- 
cipios y  reglas  de  santa  teología.  Y  aunque  algunos  quisiesen  sostener 
que  la  santa  fe  católica  no  podía  probarse,  contra  su  opinión  el  reverendo 
Maestro  hizo  diversos  libros  y  tratados."  Y  de  un  modo  más  preciso 
se  lee  en  la  Vida  anónima  en  latín :  "Pero  como  viese  que  a  causa  de  las 
afirmaciones  del  comentarista  de  Aristóteles,  es  a  saber,  Averroes,  mu- 
chísimos se  desviaban  de  la  recta  senda  de  la  verdad  y  particularmente 


C48)    Vida  coetánia. 

(49)  "Saraceni  ipsum  (Lullum)  miserunt  in  quamdam  navem  tendentem  Genovam, 
quae  navis  cum  magna  fortuna  venit  ante  Portum  Pisanum;  et  propé  ipsum  per  de- 
cem  milliaria  fuit  fracta,  et  Christianus  (Lullus)  vix  quasi  nudus  evas"t,  et  amisit  om- 
nes  Libros  suos  et  sua  bona."  Disputatio  Raimundi  et  Hamar,  parte  III,  pág.  45 >  ©d-  de 
Maguncia,  vol.  IV.  Cfr.  Vida  coetánia,  aunque  con  menos  detalles. 


de  la  fe  católica,  diciendo  que  la  fe  cristiana  en  cuanto  al  modo  de  en- 
tender era  imposible,  pero  verdadera  en  cuanto  al  modo  de  creer,  sien- 
do gentes  nacidas  en  el  gremio  del  cristianismo;  esforzábase  por  vía  de 
demostración  científica  en  combatir  y  confutar  su  opinión,  y  reducíalos 
a  la  imposibilidad  de  responderle,  puesto  que  si  la  fe  católica  es  impo- 
sible de  entender,  imposible  es  también  que  sea  verdadera.  Y  acerca  de 
esto  hizo  libros"  (50). 

Había  el  averroísmo  echado  profundas  raíces  en  París,  avanzando 
en  prosélitos  y  osadía.  Lull,  con  la  pluma  y  con  la  acción,  provoca  una 
verdadera  cruzada  contra  los  averroístas,  obteniendo  en  este  punió  un 
éxito  indiscutible.  En  el  tierno  libro  De  natali  Parvuli  Pueri  Jesu — en 
el  que  Ramón  se  denomina  a  sí  mismo  "Barba  florida"  (51) — pide  a 
Felipe  el  Hermoso,  a  quien  va  dedicado,  que  destierre  del  gran  Estudio 
de  París  la  herética  pravedad  de  Averroes  y  que  funde  en  París  y  en 
otros  lugares  del  mundo  colegios  donde  se  aprendan  idiomas  de  los  in- 
fieles, a  fin  de  que  no  haya  sino  una  grey  única  y  un  solo  Pastor,  que  es 
el  Divino  Niño  Jesús. 

Según  un  documento,  fechado  el  martes  de  la  octava  de  la  Purificación 
de  1310,  cuarenta  maestros  y  bachilleres  de  la  Universidad  de  París 
aprobaron  la  doctrina  de  R.  Lull.  Por  otro  documento  de  2  de  agosto 
de  1310  Ramón  consiguió  del  rey  de  Francia  cartas  comendaticias  para 
toda  la  Cristiandad  y  especialmente  para  sus  subditos,  a  fin  de  que  le 
tratasen  benignamente  y  le  favoreciesen  en  la  medida  de  su  poder.  En 
fin,  según  un  tercer  documento  de  9  de  septiembre  de  131 1,  Francisco 
de  Nápoles,  canciller  de  la  Universidad,  por  mandato  del  mismo  rey 
examinó  varias  obras  de  Lull,  hallándolas  conformes  a  la  fe  católica  y 
animadas  de  "celo  ferviente  y  rectitud  de  intención  para  promover  la 
fe  cristiana"  (52). 

14.  Convocado  por  el  Papa  Clemente  V  el  concilio  de  Viena  (en 
Francia)  para  el  primero  de  octubre  de  131 1,  Lull,  reanimado  con  juve- 
nil fervor,  púsose  en  marcha  hacia  dicha  ciudad.  En  su  composición 


C50)    Véase  L.  Riber:  Ramón  Lull  en  Montpeller  y  en  la  Sorbona,  cit.,  pág.  336. 

(51)  "Hace  est  visio  quam  ego  Raymundus  Barba  floridus  vidi  Parisiis...",  epílo- 
go del  libro  De  natali  Parvuli  Pueri,  publicado  por  primera  y  única  vez  por  Lefevre 
d'Étaples  (Jacobus  Faber  Stapulensis) ,  en  París  en  1499- 

(52)  Los  tres  mencionados  documentos  pueden  verse  en  Pasqual,  Vida  cit.,  t.  II, 
c.  XXI,  págs.  153-159,  164-165  y  172-174,  y  también  en  el  tomo  XXIX  de  la  "His- 
toire  littéraire  de  la  France",  págs.  43-45,  donde  Littré  formula  algunas  reservas  acer- 
ca de  su  autenticidad,  fundadas  principalmente  en  que  la  Vida  coetánia  nada  dice  de 
dichas  aprobaciones  y  recomendaciones. 


--  253  — 


poética  el  Consili  (53)  traza  el  diseño  ideal  del  concilio,  con  los  temores 
y  esperanzas  que  le  sugiere  el  futuro  acontecimiento.  En  un  opúsculo 
intitulado  Petitio  Raymundi  in  concilio  generali  formuló,  en  diez  orde- 
naciones o  partes,  las  siguientes  proposiciones:  i.a  Institución  de  tres 
colegios  de  lenguas,  uno  en  Roma,  otro  en  París  y  otro  en  Toledo.  Lull 
reduce,  de  este  modo,  su  antiguo  proyecto  de  que  se  funden  colegios 
no  sólo  en  el  interior  de  los  reinos  cristianos,  sino  también  en  sus  fron- 
teras con  los  de  los  infieles.  2.a  Fusión  de  las  Ordenes  militares  para 
mejor  realizar  la  conquista  de  Tierra  Santa.  3.a  Detracción  de  un  diez- 
mo de  la  Iglesia  para  subvenir  a  los  gastos  de  dicha  conquista.  4.a  Pro- 
hibición a  los  clérigos  de  disfrutar  de  más  de  una  prebenda  y  supresión 
de  los  lujos  superfluos,  destinando  las  cantidades  así  obtenidas  a  la  Cru- 
zada. 5.a  Uniformidad  y  sencillez  en  la  indumentaria  de  los  clérigos. 
6.a  Prohibición  contra  la  filosofía  de  los  averroístas.  7.a  Medidas  contra 
los  usureros.  8.a  Predicación  a  los  judíos  y  musulmanes,  súbditos  de 
los  príncipes  cristianos,  en  los  sábados  y  viernes  respectivamente.  9.a 
y  10.a  Ordenación  de  la  ciencia  del  derecho  y  de  la  medicina  con  arre- 
glo a  los  principios  de  su  Arte. 

El  concilio  tomó  en  consideración  casi  todas  estas  peticiones  y  acer- 
ca de  algunas  de  ellas  proveyó  expresamente.  Así,  acordó  la  fundación 
de  cinco  colegios  en  Roma,  Bolonia,  París,  Salamanca  y  Oxford  respec- 
tivamente, precisando  que  las  lenguas  que  se  enseñasen  fuesen  la  hebrai- 
ca, la  arábiga  y  >la  caldea.  Acordó  el  concilio  una  nueva  expedición  a 
Tierra  Santa,  que  fué  confiada  a  Felipe  el  Hermoso,  rey  de  Francia,  el 
gran  amigo  y  protector  de  Lull,  allí  presente,  concediéndole  el  diezmo 
para  seis  años.  Dictó  disposiciones  encaminadas  a  evitar  el  fausto  y  os- 
tentación de  los  eclesiásticos,  y  determinó  la  forma  del  vestido.  La  pe- 
tición contra  el  averroísmo  no  prosperó  de  momento,  pero  sí  mucho 
más  tarde,  en  el  concilio  Lateranense  V  (151 1),  en  los  términos  solici- 
tados por  Lull  (54). 

15.    Terminado   el   concilio  (13 12),  Lull  abandona  Viena,  pasa  a 


(53)  "Un  consili  vull  comentar 

en  mon  coratge,  e  xantar 
per  qo  que  faga  enamorar 
tots  cells  qui  ho  poden  far 
,  per  Déu  servir 

e  lo  sepulcre  conquerir: 
molt  ho  desir!" 

(Poesies,  ed.  cit.,  pág.  113.) 

Í54)  Aunque  la  Vida  coetania  termina  cuando  Lull  se  disponía  a  marchar  a  Vie- 
na, se  enuncian  en  dicha  narración  lo*  tres  propósitos  que  animaban  al  filósofo  mallor- 


Montpellier  y  regresa  a  Mallorca,  en  donde  con  actividad  increíble,  dada 
su  edad  avanzada,  escribe  nuevas  obras  para  la  conversión  de  los  infie- 
les y  la  difusión  de  sus  doctrinas  (55).  En  16  de  abril  de  1313  hizo  su 
testamento,  pieza  biográfica  interesante  y  acorde  en  todo  con  el  espíritu 
del  misionero  infatigable  y  escritor  fecundo  (56).  De  Mallorca  embarca 
con  rumbo  a  Mesina,  no  dando  reposo  a  la  pluma  ni  siquiera  en  plena 
navegación.  Un  año  permaneció  en  Mesina,  entregado  a  la  conversión 
de  judíos  y  sarracenos,  contando  con  la  protección  del  rey  Federico  de 
Sicilia  y  del  arzobispo  de  Montereale.  Allí  escribió  una  larga  serie  de 
opúsculos  (57).  Regresa  a  Mallorca  hacia  mayo  de  13 14  con  el  propó- 
sito de  pasar  nuevamente  a  tierra  de  sarracenos,  aprovechando  la  cir- 
cunstancia favorable  del  reciente  tratado  de  paz  y  concordia  entre  los 
reyes  de  Mallorca  y  Bugía  (58). 

De  Mallorca  partió  hacia  Bugía  o  Túnez.  El  P.  Custurer  da  como 


quín  en  orden  al  futuro  concilio,  y  son:  i.°  Fundación  de  Colegios  al  objeto  de  pre- 
parar misioneros  aptos  para  la  predicación  de  la  fe  católica.  2.0  Unificación  de  todas 
las  Ordenes  militares  para  la  conquista  de  Tierra  Santa.  3.0  Impugnación  filosófica  del 
averroísmo.  Sobre  las  relaciones  de  R.  Lull  con  el  concilio  de  Viena  y  la  Cruzada,  véase 
a  Pasqual:  Vida  cit.,  t.  II,  c.  XXII,  págs.  182-207;  y  A.  Gottron:  Ramón  Lulls  Kreuz- 
zugsideen  cit. 

(55)  La  opinión  sustentada  por  Pasqual,  Galmés  y  A.  Peers  de  que  Lull  fundó  en 
esta  época  una  escuela  en  el  monte  Randa,  origen  más  tarde  del  Estudio  general  o  Uni- 
versidad Luliana  de  Mallorca,  no  aparece  suficientemente  fundada.  Rofger  y  Capllonch 
afirma  que  "en  los  documentos  que  ha  visto  no  consta  que  en  el  mismo  siglo  xiv  se 
hubiese  establecido  ya  escuela  luliana  en  el  monte  de  Randa,  pero  es  de  creer  que  ya 
en  aquella  época  se  darían  allí  lecciones.  Lo  que  no  admite  duda  alguna  es  que  esas 
escuelas  existían  en  la  primera  mitad  del  siglo  xv."  Historia  del  Santuario  y  Colegio  de 
Nra.  Sra.  de  Cura  en  el  Monte  de  Randa,  cit.,  c.  II,  pág.  9. 

(56)  Otorgado  en  Mallorca,  trátase  de  un  verdadero  testamento  literario.  Disi>oner 
entre  otras  cosas,  que  se  hagan  y  escriban  libros  en  pergamino,  en  romance  y  en  'atín, 
de  las  obras  que  nuevamente  compiló,  de  las  que  menciona  algunas,  y  que  son  en  suma 
ciento  ochenta  y  dos.  De  todas  las  sobredichas  obras  manda  hacer  varios  libros  en  per- 
gamino en  latín,  y  ordena  a  sus  albaceas  que  manden  una  copia  o  ejemplar  1  ^ans 
al  monasterio  de  la  Cartuja  y  otro  ejemplar  a  Génova  a  Persival  Espinóla.  Legfi  y 
manda  dar  y  distribuir  el  resto  del  total  de  su  dinero  predicho  y  los  otros  libros  res- 
tantes que  harán  sus  albaceas,  a  las  Casas  de  la  Orden  y  a  otros  lugares,  de  tal  modo 
que  los  libros  sean  colocados  en  un  armario  con  cadena,  y  también  a  las  otras  iglesias, 
de  manera  que  pueda  verlos  y  leerlos  quienquiera  que  sea.  Lega  también  al  monaste- 
rio de  la  Real  (en  Mallorca)  un  cofre  de  libros  que  guardaba  su  yerno  Pedro  de  Sent- 
menat.  Véase  Francisco  de  Bofarull  y  Sans:  El  testamento  de  Ramón  Lull  y  la  Escuela 
luliana  en  Barcelona,  lug.  cit.,  págs.  453-457. 

(57)  Longpré  (Vie  cit.,  col.  1087)  fija  su  número  en  treinta  y  ocho.  Véase  pi  ca- 
tálogo posterior  de  C.  Ottaviano,  núms.  175  a  209  {L'Ars  compendiosa  de  R.  Lulle, 
París,  1930,  págs.  82-90). 

(58)  Véase:  Bolletí  de  la  Societat  Arqueológica  Luliana,  febrero  de  1915.  Cfr. :  Clau- 
dio Miralles  de  Imperial:  Relaciones  diplomáticas  de  Mallorca  y  Aragón  con  el  Africa 
Septentrional  durante  la  Edad  Media,  Barcelona,  1904. 


—  255  — 


cierto  que  embarcó  en  14  de  agosto  de  1314,  siendo  despedido  con  gran 
acompañamiento  de  gente  y  de  :los  Jurados  de  la  ciudad,  y  que  al  cabo 
de  un  mes  escribía  a  dichos  Jurados  dando  noticia  de  su  llegada  al  puer- 
to de  Bugía  (59).  Desde  las  tierras  africanas  pidió  recomendaciones  al 
rey  Jaime  II  de  Aragón,  y  éste  le  contestó  (5  de  noviembre  de  13 14) 
con  una  carta  dirigida  al  rey  de  Túnez  y  otra  a  Juan  Gil,  un  aragonés 
pintor  e  intérprete  (torcintany)  de  aquel  rey  (60).  Amparado  en  estas  re- 
comendaciones, lanzóse  ardorosamente  a  la  predicación  pública  y  a  la 
controversia  escrita  con  los  doctores  musulmanes.  Y  con  el  objeto  de 
traducir  al  latín  algunos  de  esos  libros  de  controversia,  Lull  escribe  a 
Jaime  II  de  Aragón  rogándole  gestione  que  su  discípulo  Fr.  Simón  de 
Puigcerdá  pase  a  Túnez  a  reunirse  con  él.  En  una  carta  de  5  de  agosto 
de  1315  dirigida  al  Guardián  de  frailes  menores  de  Lérida  y  en  otra 
de  29  de  octubre  siguiente  al  Ministro  de  la  propia  Orden  en  la  Provin- 
cia de  Aragón,  el  rey  cumple  aquel  encargo  y  encarece  la  inmediata  pre- 
sencia de  Fr.  Simón  en  Túnez  para  traducir  las  nuevas  obras  de  Lull, 
que  eran  quince  y  referentes  a  sus  disputas  con  los  sarracenos  (61).  En 
Túnez  publica  todavía  Ramón  dos  nuevas  obras,  que  son  las  últimas 
y  llevan  la  fecha  de  diciembre  de  1313  (62). 

16.  Estos  últimos  hechos,  juntamente  con  alguna  otra  coinciden- 
cia (63),  obligan  a  rectificar  la  fecha  que  tradicionalmente  se  venía  se- 


(59)  Custurer  inserta  este  documento,  extraído  del  Archivo  del  Reino  de  Mallor- 
ca, en  sus  Disertaciones  históricas  del  culto  inmemorial  del  B.  Raymundo  Lullio,  Ma-r 
Horca,  1700,  págs.  541  y  542.  S.  Galmés  (Dinamisme  de  R.  Lull,  pág.  53)  pone  repa- 
ros a  la  autenticidad  de  dicho  documento. 

(60)  Inserta  dichas  cartas  A.  Rubio  y  Lluch :  Documents  per  Vhistória  de  la  cul- 
tura catalana,  cit.,  vol.  j.,  números  LIV,  LV  y  LVI,  págs.  62-64. 

(61)  Véanse  dichas  cartas  en  A.  Rubio  y  Lluch,  obra  cit.,  números  LVIII  y  LIX, 
págs.  65-67. 

(62)  Estas  dos  obras,  ambas  inéditas,  son:  el  Liber  de  majori  fine  intellectus, 
amoris  et  honoris,  dedicada  ad  atcadium  episcopum  Tunici,  en  la  que  se  lee  fué  aca- 
bada en  Túnez,  en  diciembre  de  13 15,  y  el  Liber  de  Deo  et  mundo,  cuyo  explicit  dice: 
Finivit  Raymundus  hunc  librum  Tunicii,  mense  áecembris,  anno  1315-  El  P.  Pasqual, 
desorientado  por  la  fecha  tradicional  de  la  muerte  de  Lull  (29  de  junio  de  1315),  cree 
que  o  está  equivocado  el  mes — que,  a  su  juicio,  debiera  ser  marzo,  abril  o  mayo  de 
1315 — o  hay  que  rectificar  el  año  de  1315  por  el  de  13 14  (Vida  cit.,  t.  II,  c.  XXIV, 
pág.  231).  Littré,  perplejo  también,  apunta  sus  sospechas  acerca  del  carácter  apócrifo 
de  ambas  obras  ("Hist.  littér.  de  la  France",  t.  XXIX,  págs.  300  y  318-319).  A  buen  se- 
guro que,  si  aquellos  dos  autores  hubiesen  conocido  las  cartas  de  Jaime  II  de  5  de 
agosto  y  29  de  octubre  de  13 15  antes  mencionadas,  se  habrían  apeado  de  sus  respec- 
tivas opiniones. 

(63)  Acerca  de  la  rectificación  de  la  fecha  tradicional  de  la  muerte  de  Lull  y  ia 
fecha  probable  que  hay  que  establecer,  véanse:  S.  Galmés,  Vida  cit.,  c.  X,  pág.  93,. 
nota;  Longpré,  Vie  cit.,  col.  1085,  y  A.  Peers,  Ramón  Lull,  cit.,  c.  XVII,  págs.  372-374. 


256  — 


ñalando  de  la  muerte  de  Lull,  o  sea  el  29  de  junio  de  131 5,  y  a  fijarla 
dentro  del  tiempo  comprendido  entre  diciembre  de  1315  y  marzo  de 
13 16.  Carecemos  de  documentos  acerca  de  las  circunstancias  de  la  muer- 
te de  Lull.  Una  tradición  inmemorial  y  constante  entre  sus  biógrafos  da 
como  cierto  que,  excitada  la  plebe  sarracena  ante  las  invectivas  dirigidas 
contra  Mahoma  y  su  ley,  se  echó  sobre  Ramón,  arrastrándole  fuera  de 
la  ciudad,  que  algunos  creen  que  era  Bugía,  en  donde  fué  apedreado. 
La  autoridad  local  consiguió  con  gran  esfuerzo  librarle  de  la  furia  de 
la  muchedumbre  y  embarcarle  en  una  nave  de  genoveses  que  le  condujo 
moribundo  a  Mallorca.  Según  una  versión,  murió  durante  la  travesía ; 
otra  supone  que  llegó  todavía  con  vida  a  Mallorca.  Contra  la  opinión 
tradicional  del  martirio  de  R.  Lull  se  han  formulado  modernamente  du- 
das y  objeciones  (64).  Con  todo,  el  biógrafo  y  el  psicólogo  se  ven  obliga- 
dos a  certificar  a  la  par  la  persistencia  del  tema  del  martirio  en  toda  la 
obra  luliana,  a  partir  ya  de  la  fecha  de  la  conversión  (65).  El  deseo  del 
Amigo  de  unirse  al  Amado  se  acentúa  progresivamente  en  los  últimos 
años,  acaso  con  el  peso  creciente  de  las  decepciones,  y  se  convierte  en 
obsesión  cada  vez  que  el  filósofo  mallorquín  emprende  su  viaje  de  misión 
a  las  tierras  africanas  (66). 


(64)  Gastón  París  (Revue  Historique,  1897,  vol.  63,  págs.  375-377)  y  Jorge  Ru- 
bio (Ramón  Llull,  lug.  cit.,  pág.  89).  Defiende  la  tesis  del  martirio,  sin  duda  ante  las 
objeciones  formuladas,  el  P.  Andrés  de  Palma  de  Mallorca  en  su  reciente  estudio,  an- 
tes citado  :  A  l'entom  de  les  proves  documentáis  del  martiri  de  Ramón  Lull. 

(65)  Recordemos  que  "posar  la  persona  en  perill  de  mort"  para  patentizar  la  ver- 
dad de  la  fe  católica  ante  los  infieles,  constituye  uno  de  los  tres  propósitos  iniciales  de 
Lull  converso  (Vida  coetánia).  El  tema  del  martirio  es  expresado  con  reiterada  insis- 
tencia en  el  Libre  de  Contemplado  en  Déu  (Véase  t.  III,  pág.  223;  t.  IV,  págs.  92  y 
454;  t.  VII,  págs.  411,  4i6  y  529-532  et  passim,  ed.  de  Mallorca),  y  sobre  todo  en  el 
Libre  de  Amic  e  Amat. 

(66)  En  el  prólogo  del  Arbre  de  Sciencia  (Roma,  1295),  escribe  Lull  en  un  mo- 
mento de  gran  abatimiento:  "...  e  propós  tornar  ais  sarrains  e  a  ells  dir  veritat  de  nostra 
fe  e  fer  honor  a  ella,  segons  mon  poder  e  la  gracia  e  la  aiuda  que  esper  a  haver  dé 
:Déu",  t.  I,  pág.  g> 

En  el  Cant  de  Ramón  (París,  1299)  exclama  (Poesies,  pág.  32)  : 

"Vull  morir  en  pélag  d'amor." 


CAPITULO  VIII 


PSICOLOGIA,  CARACTER  Y  EDUCACION  DE  LULL 

I 

Psicología  y  carácter  de  Lull. 

Rasgos  psicológicos  y  cualidades  que  integran  el  carácter  de  Lull. — Explicación 
psicológica  y  efectos  de  su  conversión. — Paralelo  de  Lull  con  Arnaldo  de  Vi- 
lanova  y  con  otros  agitadores  de  la  época. 

i.  La  sucinta  historia  de  la  vida  de  Ramón  Lull  que  dejamos  ex- 
puesta, permite  ya  adivinar  algunos  trazos  de  la  psicología  del  personaje. 
Vamos  a  completarlos  ahora  resumiendo  las  notas  más  salientes  de  su 
carácter  con  la  ayuda  de  algunos  pasajes  autobiográficos  y  recogiendo 
especialmente  el  eco  de  sus  confesiones  tempestuosas. 

Lull  fué  hijo  único  y,  además,  tardío.  Diez  años,  dicen  los  biógrafos, 
esperaron  sus  padres  el  deseado  fruto  de  bendición.  La  "psicología  di- 
ferencial" moderna  ha  bosquejado  el  tipo  del  "hijo  único",  señalando  la 
persistencia  en  el  transcurso  de  su  vida  de  cualidades  y  defectos  de  su 
niñez,  que  influyen  decisivamente  en  la  formación  del  carácter  (i).  El 
propio  Lull  nos  ilustra,  en  este  punto,  acerca  de  su  caso  personal :  "El 
hombre — dice  (2) — enseña  a  las  aves  y  las  domina  sin  necesidad  de  cas- 
tigarlas, pero  a  mí  ni  las  promesas,  ni  los  castigos,  ni  las  exhortaciones 
fueron  parte  a  reducirme."  Y  comparándose  con  el  gavilán,  al  cual  se 
le  domestica  y  reduce,  a  pesar  de  su  amor  indómito  a  la  libertad,  dice 
de  sí  que  "era  indomable  e  indomesticable  su  loca  mocedad"  (3). 

(1)  Véase  Alfredo  Adler:  Conocimiento  del  hombre  (trad.  de  H.  Bark),  Madrid, 
193 1,  c.  VII,  págs.  147  y  i48,  y  también  Erwin  Wexberg:  Handbuch  der  Individual-Psy- 
chologie,  München,  1926,  I,  págs.  159,  178  y  sgtes. 

(2)  Libre  de  Contemplado  en  Deu,  cap.  109,  n.°  14  (ed.  de  Mallorca,  t.  III,  pági- 
na 41). 

(3)  Obra  y  cap.  cits.,  n.°  16,  págs.  41  y  4?. 


-  258  - 


Bajo  el  sayal  del  peregrino  ese  carácter  de  individualismo  irreducti- 
ble permanece  en  todos  los  momentos  de  la  vida  de  aquel  viajero  ubicuo 
e  infatigable,  misionero  laico  que,  si  no  vacila  en  sacrificar  su  entera 
existencia  al  servicio  de  un  ideal,  con  todo  no  se  sujeta  jamás  a  nin- 
guna regla  ni  se  decide  a  ingresar  en  ninguna  de  las  Ordenes  religiosas, 
con  las  cuales  mantiene  relaciones  de  viva  amistad  y  aun  de  colabora- 
ción. Espiritualidad  selvática,  apóstol  encendido,  agitador  incansable, 
dotado  de  una  actividad  portentosa,  todas  esas  cualidades  Huyen  de  un 
fondo  inconsciente  de  indisciplina,  que  incapacita  radicalmente  a  Lull 
para  toda  organización  estable.  Recordemos  su  primer  éxito :  la  funda- 
ción del  Colegio  de  Miramar,  obtenida  bajo  los  mejores  auspicios,  y  que 
años  más  tarde  ve  malograrse  en  sus  propias  manos  (4). 

2.  Lull  es  un  temperamento  pasional.  En  el  primer  período  de  su 
vida,  esto  es,  antes  de  convertirse,  la  pasión  irrumpe  hacia  la  sensuali- 
dad. Y  aunque — con  alguna  exageración — se  confiesa  públicamente  autor 
de  los  siete  pecados  capitales,  y  declara  que  tuvo  inclinación  a  la  gula  y 
la  bebida  (5),  es  indudable  que  la  pasión  dominante  en  el  joven  Ramón 


(4)  Fundado  el  Colegio  de  Miramar  en  1275  (véase  él  cap.  anterior,  n.°  5),  mués- 
trase Lull  todavía  lleno  de  optimismo  en  su  composición  poética  Sényer  ver  Déus,  Reí 
gloriós  (hacia  1284) : 

"Remembrat  han  frares  Menors 
lo  Salvador,  qui  volc  vestir 
ab  si  lo  sant  religiós 
e  han  fait  Miramar  bastir 
al  rei  de  Mallorca  amorós; 
irán  sarrains  convertir." 

(Poesies,  ed.  R.  d'Alós-Moner,  pág.  28.) 

Pero  en  Lo  Desconhort  (Ibid.  LV,  pág.  104),  esto  es,  hacia  1295,  Lull  confiesa  ya 
su  fracaso: 

"X "ermita,  la  manera  con  Déus  fos  mais  amat 
ja  la  vos  hai  contada,  si  be  ho  havets  membrat, 
qó  és  que  el  Papa  hagués  mant  home  lletrat 
qui  desirás  per  Jesús  ésser  marturiat 
per  co  que  per  tot  lo  món  fos  entes  e  honrat, 
e  que  cascú  llenguatge  fos  mostrat, 
segons  que  a  Miramar  ha  estat  ordenat, 
— e  haja'n  conciencia  qui  ho  ha  afollat — ." 

(5)  "La  mia  ánima,  Sényer,  es  malauta  e  nafrada  per  los  VIL  pecats  mortals  que 
tota  la  an  nafrada  e  ensutzada  e  encolpada  e  desordonada."  "Glotonía  m'ha  fet  alcunes 
vegades  esdevenir  orat  e  mentider;  car  per  massa  menjar  son  esdevengut  en  escalfament 
de  vi,  e  per  massa  beure  son  esdevengut  mentider  e  orat."  {Libre  de  Contemplado  en 
Déu,  c.  132,  n.°  27,  y  c.  145,  n.°  15  respectivamente). 


—  259  - 


fué  la  lujuria  o,  como  él  dice,  el  pecado  de  la  carne  (6).  Contra  esa  in- 
clinación de  su  temperamento  ardiente  tuvo  que  luchar  denodadamente 
aún  después  de  su  conversión  (7).  Hombre  de  gran  imaginación,  caldea- 
da por  el  clima  y  el  ambiente  oriental  de  Mallorca,  fácilmente  su  pasión 
se  convierte  en  culto  al  amor  sensual.  No  poco  debieron  contribuir  a 
ello  los  malos  ejemplos  del  rey  Jaime  I  el  Conquistador,  que  él  pudo 
observar  de  cerca,  y  el  fausto  de  aquella  naciente  corte  de  Mallorca  que 
atrajo  de  un  modo  irresistible  al  gallardo  senescal  y  mayordomo  del  in- 
fante D.  Jaime.  Lull  nos  ha  descrito  con  los  más  vivos  colores  aquel  pe- 
ríodo de  su  vida  galante  y  de  trovador  del  amor  liviano :  "Han  sido 
— dice — todas  mis  palabras  orgullosas  y  de  vanagloria,  pintadas  con  di- 
chos artificiosos  pronunciados  con  falsa  intención,  con  engaño  y  refina- 
miento. En  todas  cuantas  cosas,  Señor,  puede  un  hombre  ser  disoluto 
y  desordenado  y  mal  acostumbrado  y  mal  enseñado  en  su  hablar,  yo  lo 
he  sido  cantando  y  trovando  y  blasfemando  y  deshonrando  y  menospre- 
ciando y  mintiendo  y  descreyendo,  y  todas  las  otras  torpezas  que  con 
la  boca  se  pueden  pronunciar  o  decir,  todas  han  residido  y  pasado  por 
mi  boca  y  por  mis  labios,  y  en  tanta  manera,  Señor,  que  por  ningún 
fregadero  ni  conducción  jamás  pasaron  tantas  fealdades,  como  han  pa- 
sado por  mi  boca  palabras  feas  y  horribles  y  sucias  y  malas"  (8). 

A  pesar  de  todo,  un  fondo  innato  de  nobleza,  incapaz  de  rencor  y 
enojo,  es  cualidad  característica  de  nuestro  personaje,  aun  en  el  trance 
de  sus  horas  disolutas.  Así  lo  da  a  entender  él  mismo,  con  impresionante 
sinceridad  (9). 

La  simpatía  y  la  atracción  espiritual  debieron  ser  cualidades  muy 
pronunciadas  de  Ramón  en  el  período  de  su  borrascosa  juventud.  Se- 
mejantes cualidades,  que  no  se  improvisan  en  la  vida  del  espíritu,  per- 
sisten después  de  la  conversión,  y  se  transparentan  en  los  escritos  del 


(6)  "La  bellea  de  les  fembres  es  estada  pestilencia  e  tribülació  de  mos  ulls."  "E 
tant  s'es  estés  e  escampat  en  mi  peccat  de  luxuria,  que  tot  m'ha  perprés  e  compres  e 
en  tot  mi  s'es  mes;  e  per  nuil  altre  peccat  no  son  estat  tan  leg  menat  ni  tan  sobrat  ni 
tan  ensutzat  com  son  per  peccat  de  luxuria,  per  tal  que  pogués  haver  los  plaers  de  lu- 
xuria, me  son,  moltes  de  vegades,  mes  a  perill  de  mort  e  he  sostenguts  molts  treballs  e 
moltes  ansies  e  moltes  paors."  Obra  cit.,  c.  104,  n.°  16,  y  c.  143,  núms.  12  y  26,  respec- 
tivamente; véase  también  c.  75,  n.°  11,  y  c.  8,  n.°  17. 

(7)  "Lo  vostre  servidor  el  vostre  benvolent  vos  clama  mercé,  que  vos  lo  garnescats 
de  vertuts,  per  tal  que  s  pusca  combatre  e  deffendre  del  diable  e  del  mon  e  de  sa  carn, 
que  tot  dia  me  combaten..."  Obra  cit.,  c.  112,  n.°  30. 

(8)  Obra  cit.,  c.  210,  n.°  28. 

(9)  "Vos,  Sényer  Déus,  qui  en  est  mon  avets  fet  néxer  lo  vostre  servidor  sens  fello- 
nia  e  sens  ira...".  Obra  cit.,  c.  i44,  n.°  17. 


—  36o  — 


polígrafo  mallorquín.  Una  página  luliana,  rimada  o  en  prosa  vulgar, 
muestra  siempre — contrastando  poéticamente  con  las  congojas  de  un  es- 
píritu atormentado — un  frescor  y  una  jovialidad  inmarcesibles.  La  elo- 
cuencia natural  y  el  don  de  gentes  completarían  sin  duda  el  conjunto 
de  cualidades  sociales  de  Lull,  ya  que  de  otra  suerte  no  se  explicaría 
cómo  aquel  caballero  andante  de  la  fe  cristiana,  que  nada  tenía,  puesto 
que  todo  lo  había  renunciado,  hubiese  podido  interesar  en  sus  magnos 
y  temerarios  proyectos  a  tan  gran  número  de  personas  y  de  tan  alta 
estirpe  o  autoridad. 

3.  La  conversión  de  Lull,  que  por  sus  efectos  recuerda  la  de  San 
Pablo  (10),  fué  rápida,  violenta,  traumática.  De  ahí  ese  fervor  novicial 
perenne  y  desbordante  que  constituye  el  principal  motor  de  su  larga 
vida  apostólica  y  misionera.  De  ahí  también  aquella  afectividad  carac- 
terística de  Lull  en  el  nuevo  estado — muy  parecida  a  la  de  los  niños — , 
la  cual  pasa,  con  rara  facilidad,  de  la  alegría  ingenua  a  la  tristeza — a 
las  lágrimas,  como  él  dice — ,  y  viceversa.  Apresurémonos  a  hacer  apli- 
cación aquí  de  un  principio  de  psicología  religiosa,  a  saber,  que  el  hecho 
de  la  conversión  no  cambió  fundamentalmente  el  temperamento  apasio- 
nado de  Lull :  lo  único  que  hizo  fué  canalizar  la  pasión,  empujándola  ha- 
cia un  nuevo  objetivo  diametralmente  opuesto  a  los  incentivos  de  anta- 
ño. Así,  el  trovador  sensual  se  convierte  en  el  trovador  de  Cristo  y  de 
la  Virgen  María;  el  deseo  insaciable  de  placeres,  de  honores  y  riquezas 
y  la  pasión  lujuriosa  se  transforman  en  "coratgia"  y  "fervor"  de  amar 
a  Dios  fu);  en  fin,  la  voluntad  de  Ramón,  adscrita  ahora  definitivamen- 
te a  una  aspiración  infinita  y  ultraterrena,  pugnando  por  romper  las 
ataduras  temporales,  postula  dramáticamente  el  martirio,  ansiosa  de  unir- 
se al  Amado. 

4.  Dos  cualidades,  que  siempre  van  juntas  en  el  caso  que  estamos 
estudiando,  explican  el  recio  dinamismo  de  la  mente  luliana :  la  since- 
ridad y  la  tenacidad.  Ambas  alcanzan  tonos  impresionantes.  Lull  no 
miente  jamás:  a  lo  sumo,  exagera  en  perjuicio  propio  sus  personales 
defectos  y  caídas,  sobreponiéndose  a  veces  el  poeta  al  psicólogo,  achaque 
éste  común  a  los  autores  de  Confesiones,  comenzando  por  el  mismo 
San  Agustín.  La  tenacidad  luliana  llega  hasta  el  heroísmo.  Ramón  tuvo 
plena  conciencia,   sobre  todo  en  los  últimos  años,  del  fracaso  de  su 


(10)  Si  por  su  conversión  Lull  recuerda  a  San  Pablo,  se  parece  a  San  Agustín  por 
su  pasión  ardorosa  y  su  afán  de  saber,  y  a  San  Francisco  de  Asís,  que  fué  uno  de  sus 
modelos  predilectos,  por  su  afectuosidad  caballeresca. 

(n)  Cfr.  el  cap.  220  del  L.  de  Contemplado  en  Déu:  "Com  hom  es  coratjós  ni 
fervent  en  amor". 


—   2ÓI  — 


obra  (12),  y  a  pesar  de  ello  no  se  desvió  ni  un  ápice  del  camino  que  se 
trazara  desde  el  momento  inicial  de  la  conversión  y  en  el  que  perseverará 
hasta  la  muerte  (13).  En  el  interesante  diálogo  intitulado  Phantasticus  o 
Disputatio  Petri  et  Raymundi  (14),  escrito  en  131 1  yendo  al  concilio  de 
Viena,  contesta  Lull  de  este  'modo  a  un  clérigo  simoníaco  que  le  aplica 
despectivamente  aquel  calificativo :  "He  trabajado  cuarenta  y  cinco  años 
en  mover  a  los  prelados  y  príncipes  cristianos  a  que  procurasen  el  bien 
público  de  la  Iglesia.  Ahora  soy  viejo,  soy  pobre  y  estoy  con  el  mismo 
propósito,  y  con  la  gracia  de  Dios  perseveraré  en  él  hasta  la  muerte. 
¿Qué  dirás  ahora?  ;  Parécete  esto  fantástico  o  no?  Juzgúelo  tu  intención 
fantástica ;  te  la  juzgará  Dios,  a  quien  no  puedes  forzar  ni  engañar.'' 

5.  Otra  cualidad  esencial  del  carácter  de  Lull  es  la  humildad,  de  la 
cual  derivan  dos  virtudes  gemelas  que  el  misionero  mallorquín  poseía 
en  grado  superlativo,  a  saber :  la  paciencia  y  la  resignación.  Las  audacias 
de  Lull  son  puramente  doctrinales,  hijas  de  una  fe  viva  y  ardiente,  sin 
mácula,  sumisa  en  todo  a  la  voluntad  de  Dios.  De  ahí  su  profundo  res- 
peto a  las  jerarquías  eclesiásticas  y  civiles.  En  la  obra  luliana — como 
en  el  Dante,  en  los  franciscanos  y  en  el  libro  de  la  Imitación  de  Jesu- 
cristo— hallamos  súplicas  apremiantes  e  invectivas  dirigidas  contra  los 
más  altos  poderes  e  instituciones.  Es  notorio  también  un  afán  de  refor- 
ma que  se  extiende  a  todo  y  llega  hasta  el  confín  de  la  utopía.  Pero  la 
sátira  luliana  está  limpia  de  sarcasmo  y  de  ironía,  matices  ambos  que 
acusan  siempre  un  cierto  grado  de  escepticismo  o  de  rebeldía.  Reserva- 
mos para  más  adelante  explicar  la  filiación  franciscana  del  filósofo  ma- 
llorquín. Lull  por  su  humildad  sincera  es  inconfundible  con  aquella  otra 
figura  peninsular  de  la  época,  con  el  atrabiliario  Arnaldo  de  Vilanova, 
con  el  cual  a  veces  se  le  ha  parangonado  y,  en  general,  con  los  jefes  de 
aquellos  movimientos  más  o  menos  evangélicos  (fraticelos,  apóstoles  de 
Lyón,  begardos,  lolardos,  etc.),  grandes  agitadores  también,  .pero  que 
ocultaban  debajo  del  sayal  de  la  pobreza  un  fondo  de  orgullo  que  le3 
empujaba  hacia  la  herejía,  la  rebelión  y  la  demagogia. 

6.  Alma  de  gigante  con  corazón  de  niño,  sorprende  y  cautiva  a  la 


(12)  Véase  la  exclamación  de  Lull  en  el  Cant  de  Ramón  (1299),  transcrita  en  el 
capítulo  anterior,  n.°  10.  Véase,  también,  la  nota  4  del  presente  capítulo. 

(13)  "Et  hoc  peto  propter  deum,  et  quia  propter  publicum  bonum  laboro  et  diu 
laboravi  et  usque  ad  mortem  laborare  propono."  Declaratio  Raymundi  per  modum  día- 
lo gi  edita  (Ed.  O.  Keicher,  "Beitráge  zur  Geschichte  der  Philosophie  des  Mittelalters", 
Münster,  1909,  pág.  221). 

(14)  Edición  de  París,  1499. 


—   2Ó2  — 


vez  la  figura  de  Ramón  Lull  por  su  energía  inverosímil  (15)  y  por  su 
fondo  profundamente  humano.  Es,  sin  duda,  una  de  las  más  bellas  y 
auténticas  representaciones  del  espíritu  medieval.  Por  otro  lado,  Lull  sin- 
tetiza algunas  de  las  cualidades  características  del  pueblo  catalán — espe- 
cialmente la  tenacidad  y  la  energía — ,  aunque  dislocadas  y  elevadas  al 
más  alto  grado  de  tensión  espiritual.  "Almogávar  del  pensamiento  cata- 
lán", le  apellida  Menéndez  y  Pelayo.  "El  Doctor  Iluminado  es,  en  el 
sentido  más  noble  de  la  palabra,  el  Don  Quijote  catalán,  pero  de  carne 
y  huesos,  que  ni  un  solo  momento  pierde  el  sentido  de  la  vida;  incluso 
en  los  vuelos  más  audaces  del  pensamiento,  no  deja  de  la  mano  el  santo 
negocio  de  la  salvación  y  de  la  salud  eterna  de  los  hombres,  ni  olvida 
la  pública  utilidad  de  la  Cristiandad.  El  mismo  se  intitula  procurador  de 
los  infieles"  (16). 


(15)  Sobre  esa  cualidad  extraordinaria  de  la  energía,  véase  el  precioso  estudio  de 
S.  Galmés:  Dinamisme  de  Ramón  Lull,  cit. 

(16)  Tomás  Carreras  i  Artau:  lntroducció  a  la  Historia  del  pensament  filosófic  a  Ca- 
talunya. Barcelona,  193 1,  c.  III,  a.  III,  pá?.  50. 


1 1 


El  problema  de  la  educación  de  Lull. 

Fuentes  de  la  educación  de  Lull. — Graves  dificultades. — Educación  caballeresca 
de  Lull. — Su  influencia  en  él  estilo  y  en  las  doctrinas. — Grado  de  conocimien- 
to de  los  idiomas  arábigo  y  latino. — Formación  filosófica  de  Lull. — Autodi- 
dactismo. — Autores  registrados  en  el  opus  luliano. — Otras  influencias. — La  ex- 
periencia social  de  Lull  y  el  valor  psicológico-moral  y  humano  de  su  obra. 

7.  Problema  arduo  es  el  referente  a  la  formación  intelectual  de 
R.  Lull.  La  Vida  coetánia  es  sumamente  parca  en  este  punto.  Dice  que 
Ramón  "procuró  saber  algo  de  gramática,  y  que  más  adelante  compró 
un  moro  para  aprender  con  él  la  lengua  arábiga  01  morisca",  y  que  en 
esta  situación  "estuvo  durante  nueve  años".  Relata  a  continuación  y 
con  prolijidad  de  detalles  el  intento  de  asesinato  de  que  fué  objeto  Ra- 
món por  parte  del  susodicho  moro,  que  quiso  vengarse  del  castigo  que 
le  infligiera  su  amo  y  discípulo  en  cierta  ocasión  por  haber  blasfemado 
contra  el  santo  nombre  de  Jesucristo.  Nada  más  dice  la  Vida  coetánia 
acerca  de  los  otros  estudios  realizados  por  Lull  durante  aquellos  nueve 
años. 

Semejante  silencio  es  explicable.  El  filósofo  mallorquín  estaba  con- 
vencido de  que  su  Arte  y  su  saber  procedían  de  "ilustración  divina",  y 
esta  impresión  la  recoge  y  refleja  el  discípulo  que  redactó  la  Vida.  Por 
otro  lado  y  en  consonancia  con  <la  razón  expuesta  anteriormente,  Lull  ra- 
ras veces  cita  autoridades  de  Santos  Padres  o  de  teólogos  y  filósofos,  lo 
cual  hubiera  sido  un  hilo  para  reconstruir  el  curso  de  sus  lecturas.  Pero 
la  tesis  de  la  "iluminación"  de  R.  Lull,  que  ha  animado  durante  mucho 
tiempo  la  historia  del  lulismo,  y  que  colocaba  al  Doctor  Iluminado  en 
una  situación  privilegiada  y  excepcional,  extramuros  de  la  cultura  y  el 
saber  general  de  su  época,  sería  hoy  difícilmente  sostenible.  A  reserva, 
pues,  de  tratar  más  adelante  del  problema  de  las  influencias  doctrinales, 
hemos  de  recoger  aquí  los  escasos  datos  dispersos  en  la  producción  lu- 


—   264  — 


liana  y  que  nos  servirán  para  restablecer  sólo  en  parte  el  cuadro  de  la 
educación  intelectual,  en  general,  y  de  la  filosófica,  en  particular,  de 
R.  Lull. 

8.  El  sentido  de  la  educación  primaria  de  Lull — edificada  sobre 
una  base  cristiana — es  eminentemente  caballeresco  (17).  Así  lo  exigía 
la  condición  social  de  Ramón.  Toda  la  instrucción  que  él  recibe,  va  ende- 
rezada a  prepararle  para  la  carrera  de  las  armas,  completada  con  el  arte 
o  ciencia  de  trovar.  Se  lee  en  la  Vida  coetánia  que  en  su  primera  juven- 
tud Ramón  "dióse  al  arte  de  trovar  y  de  componer  canciones  y  escritos 
sobre  las  locuras  de  este  mundo".  La  primera  aparición  del  Crucificado 
le  sorprende  escribiendo  "una  vana  caneó"  ( 18).  Testimonio  fehaciente 
de  esa  educación  poético-caballeresca  son  sus  obras  rimadas  y  el  Libre 
de  Orde  de  Cavalleria,  manual  del  perfecto  caballero,  que  sólo  pudo  es- 
cribir quien  lo  era  doblemente  por  su  educación  y  por  su  estirpe. 

En  realidad,  ese  fondo  caballeresco  perdura  siempre  tanto  en  el  es- 
píritu como  en  la  obra  de  Lull.  Él  imprime  a  nuestro  personaje  y  a  su 
estilo — rimado  o  en  prosa — aquel  tono  de  distinción  inconfundible,  de 
elegancia  sencilla,  de  gracia  ingenua,  señoril  y  ceremoniosa  a  veces,  a 
pesar  de  que  la  obra  luliana  está  dedicada  por  entero  al  servicio  de  as- 
piraciones eminentemente  democráticas  o,  mejor,  populares. 

9.  Hasta  las  mismas  doctrinas  lulianas  adquieren  especial  carácter 
bajo  la  influencia  caballeresca,  hecho  éste  al  cual  tal  vez  no  se  ha  pres- 
tado la  suficiente  atención.  El  Art  abreujada  d'atrobar  veritat  (19),  títu- 
lo de  una  de  las  primeras  y  capitales  obras  de  Lull,  es  la  prolongación 
— con  asunto  trascendente  ahora,  a  tono  con  el  cambio  espiritual  opera- 
do por  la  conversión — de  aquel  arte  poético  de  trovar  que  absorbe  sus 
años  juveniles. 

En  un  curioso  capítulo  del  Blanquerna  (20)  dedicado  a  la  virtud  del 
"valor",  aparece  un  juglar  entristecido,  dispuecto  a  "hacer  un  nuevo  ser 
ventesio,  en  el  cual  dirá  mal  del  valor  y  de  sus  servidores".  Halla,  refu- 
giado en  un  palacio  y  servido  por  doncellas,  al  verdadero  valor,  "creado 
a  guisa  de  significación  y  para  mostrar  el  valor  de  su  Creador  y  Señor" 
<7dea  platónico-cristiana  del  valor).  De  ahí  la  ordenación  de  un  nuevo 
tipo  ideal  de  juglar,  valedor  y  restaurador  del  valor  en  el  mundo,  "a  fin 


(17)  Véase  Tomás  Carreras  i  Artau:  L'esjerit  cavalleresc  en  la  producció  lul.liana 
("La  Nostra  Terra",  Mallorca,  agost.-sept.-oct.  1935). 

(18)  Vida  coetánia. 

do)  Es  el  Ars  compendiosa  inveniendi  veritatem,  o  sea  el  Ars  magna  primitiva, 
escrita  originariamente  en  catalán. 

(20)    Libre  de  Blanquerna  (Mallorca,  iqi4),  II  parte,  c.  48,  págs.  152-158. 


de  que  el  honor  de  Dios  sea  multiplicado  por  todas  las  tierras",  en  frente 
del  "desvalor"  humano,  temporal  y  caduco.  El  emperador,  que  terciaba 
en  el  asunto,  renuncia  a  su  poder  temporal  y — a  usanza  de  los  caballeros 
que  se  hacían  trovadores — hácese  juglar  de  la  nueva  regla  del  valor. 

10.  El  diálogo  en  manos  de  Lull  es  un  duelo  intelectual  en  el  que 
son  esgrimidas  las  "razones  necesarias"  a  favor  de  la  fe  cristiana  con- 
tra las  otras  razones  alegadas  por  los  defensores  de  la  fe  musulmana 
o  judaica  o  de  cualquier  otra  confesión.  Y  así  como  el  fundamento  mo- 
ral del  duelo  privado  era  la  creencia  de  que  la  victoria  estaba  siempre 
de  parte  del  caballero  a  quien  asistía  la  razón  (recordemos  los  Juicios 
de  Dios),  otro  tanto  ocurre  en  la  polémica  luliana.  Lull  está  convencido 
del  triunfo  final,  porque  se  cree  en  posesión  de  la  verdad ;  pero  las  armas 
materiales  son  sustituidas  ahora  por  las  armas  espirituales.  Con  su  diá- 
logo y  con  su  Arte — fortaleza  intelectual  que  contiene  todo  el  sistema 
de  las  "razones  necesarias" — es  el  campeón  de  una  nueva  caballería  de 
tipo  intelectual  puesta  al  servicio  de  la  fe  católica.  Toda  la  obra  luliana 
no  es  más  que  una  aventura  intelectual  inaudita,  un  incesante  batallar 
a  ultranza  contra  la  ideología  del  Oriente  que,  avanzando  cada  vez  más 
compacta,  se  iba  infiltrando  en  la  cultura  occidental. 

Ese  paralelismo  entre  las  armas  materiales  y  las  armas  espirituales,, 
residuo  de  aquella  registrada  educación  caballeresca,  juega  un  importan- 
te papel  en  toda  la  obra  de  Lull.  En  su  plan  grandioso  de  Cruzada  en- 
tran por  igual  la  predicación  y  las  armas,  o,  como  él  dice  poéticamente, 
el  hierro,  la  madera  y  el  argumento  verdadero  (21).  En  el  Libre  de  Ave 
María  (22)  un  caballero  proclama  la  belleza  de  su  dama  y  está  dispuesto 
a  defenderla  con  las  armas  contra  cualquier  otro  caballero.  El  abad 
Blanquerna,  por  su  parte,  alaba  por  encima  de  todas  las  mujeres  a  su 
dama,  que  no  es  otra  que  la  Virgen  María.  Enojado  el  caballero,  con- 
testa que,  si  el  abad  fuese  caballero,  le  combatiría  a  ultranza  y  que  "por 
fuerza  de  las  armas  le  haría  otorgar  que  su  dama  es  mejor  y  más  bella 
que  ninguna  otra.  —Señor — dijo  el  abad — ,  conocimiento  y  razón  son  ar- 
mas espirituales  por  las  cuales  se  vence  a  la  maldad  y  al  error."  Y  em- 


(21)  "que  ab  ferré  e  fust  e  ab  ver  argument 
se  donas  de  riostra  fe  tan  gran  exalqament 
que  els  infeels  venguessin  a  convertiment." 

(Lo  Desconhort,  III,  ed.  cit,  pág.  75.) 

(22)  Cap.  64  del  Blanquerna,  del  que  el  Libre  de  Ave  María  forma  parte.  Este, 
a  veces,  ha  sido  impreso  separadamente;  véase  la  edición  de  "Els  Nostres  Clássics'';  Bar- 
celona, 1925,  págs.  126-134. 


—  266  - 


pieza  el  duelo  intelectual,  en  el  que  el  abad,  con  diversas  razones,  aca- 
ba por  convencer  al  caballero  de  que  su  dama — la  Virgen  María — es  la 
mejor  y  la  más  bella  de  todas  las  mujeres.  "No  soy  letrado — dice  el  ca- 
ballero— ni  conozco  los  lenguajes,  con  los  que  podría  alabar  con  pala- 
bras a  la  Señora  que  Dios  ha  honrado  sobre  todas  las  mujeres.  De  nue- 
va manera  quiero  honrar  a  Nuestra  Señora."  E  instituye  la  nueva  regla 
de  caballería  que  intitula  Benedicta  tu  in  mulieribus,  dando  comienzo 
a  sus  aventuras.  Un  rey  sarraceno  disputa  con  el  novel  caballero  cris- 
tiano negando  que  Nuestra  Señora  fuese  madre  de  Dios.  "Pero  como 
él  (el  caballero)  no  sabía  de  letras  e  ignoraba  las  Escrituras,  por  eso  no 
quiso  responder  al  rey  por  razones  sino  que  por  la  fuerza  de  las  armas 
retó  a  todos  los  caballeros  de  su  corte,  uno  tras  otro."  Venció  el  caba- 
llero cristiano  sucesivamente  a  los  diversos  caballeros  sarracenos  que 
se  presentaron  en  el  palenque,  y  el  último  de  ellos  acabó  por  otorgar,  con 
gran  escándalo  de  la  corte  sarracena,  que  nuestra  Señora  era  digna 
de  ser  alabada  en  la  forma  que  lo  hacía  el  caballero  vencedor.  E  hízose 
caballero  de  la  nueva  orden,  por  lo  que  el  rey,  indignado,  mandó  pren- 
der a  ambos  caballeros  y  darles  muerte.  Y  así  fueron  mártires  por 
Nuestra  Señora.  El  martirio  es  dentro  del  sistema  total  luliano  el  arma 
espiritual  suprema,  asequible  aun  a  aquellos  hombres  indoctos,  cruzados 
de  la  verdad  católica,  incapaces  de  esgrimir  "razones  necesarias",  es 
decir,  puramente  intelectuales. 

ii.  Salvo  esta  educación  caballeresca,  la  primera  instrucción  de  Lull 
debió  ser  en  extremo  deficiente.  El  mismo  Ramón,  apenas  convertido, 
duda  de  la  posibilidad  de  realizar  sus  altos  propósitos,  considerando  que 
él  era  hombre  sin  letras  y  que  en  su  juventud  ni  siquiera  había  apren- 
dido un  poco  de  gramática  (23 ).  Y  al  darse  cuenta  de  la  desproporción 
entre  su  ignorancia  real  y  la  alteza  del  ministerio  que  iba  a  tomar  sobre 
sus  hombros,  estuvo  a  punto  de  desesperar  (24).  Insiste  en  que  "no  te- 
nía ciencia"  y  eso  le  afirma  en  la  creencia  de  que  el  plan  de  los  libros 
que  iba  a  componer  era  obra  de  "inspiración  divina"  (25).  Con  todo, 
Lull  tentó  la  vía  de  la  ciencia  adquirida — para  hablar  en  su  propio  len- 
guaje— (26),  y  a  este  efecto  decidió  marchar  a  París  "para  aprender  gra- 


(23)  "...  considerant  esser  illiterat  com  en  sa  joventut  nelex  hun  poch  de  grama- 
tica  no  hagues  apres..."  (Vida  coetánia.) 

(24)  Vida  coetánia. 

(25)  Vida  coetánia. 

(26)  La  distinción  entre  ciencia  infusa  y  ciencia  adquirida  es  frecuente  en  la  obra 
luliana.  Esta  última  es  la  ciencia  que  se  aprende  con  esfuerzo  y  con  libros,  y  es  la  que 
empujaba  a  Lull  a  trasladarse  a  la  Sorbona. 


—  267  — 


mática  y  otras  ciencias",  de  cuyo  propósito  le  disuadió,  según  vimos, 
San  Ramón  de  Peñafort  (27). 

¿Cuáles  fueron,  pues,  las  lecturas  y  quiénes  los  maestros — si  los  tu- 
vo— de  Lull  durante  aquel  período  de  nueve  años  de  estudios  realizados 
en  Mallorca,  y  también  durante  el  resto  de  su  larga  existencia?  A  esta 
pregunta  sólo  se  puede  contestar  indirectamente  y,  a  veces,  por  conjetu- 
ras más  o  menos  fundadas  (28). 

12.  Sabemos,  como  un  hecho  cierto,  que  Lull  aprendió  a  hablar  y 
escribir  el  árabe  (29).  En  esta  lengua  escribió,  antes  que  en  catalán,  el 
Libre  del  Gentil,  el  Libre  de  Contemplado  en  Deu  y  la  Lógica  de  Alga- 
zel,  entre  otros  libros  que  mencionaremos  más  adelante. 

¿  Aprendió  también  el  latín,  que  era  el  instrumento  indispensable  para 
asimilarse  la  cultura  filosófica  de  la  época?  Este  punto  ha  sido  objeto 
de  muchas  discusiones,  pero  hoy  puede  darse  por  suficientemente  deba- 
tido (30).  Las  dudas  provienen  en  buena  parte  del  mismo  Lull,  quien 
en  alguna  de  sus  obras  declara  no  saber  gramática,  y  pide  que  sus  es- 
critos sean  vertidos  al  latín  (31).  Recordemos  también  que  desde  Túnez 
pedía  a  Jaime  II  de  Aragón,  que  le  enviase  un  traductor  (32).  Pero  el 


(27)  Vida  coetánia. 

(28)  No  nos  parece  del  todo  seguro,  en  este  punto,  el  método  seguido  por  algu- 
nos biógrafos  y  expositores  lulistas  de  acudir  al  libro  de  Doctrina  pueril  y  al  Blanq  ur- 
na, y  sobre  la  base  de  'los  textos  y  la  actuación  de  los  personajes  de  estas  dos  obras 
preferentemente,  reconstruir  el  cuadro  de  la  formación  intelectual  de  Lull.  Este,  en 
ambas  obras,  presenta  el  cuadro  de  la  que  él  estima  educación  ideal  de  su  tiempo;  pero 
falta  averiguar  hasta  qué  punto  la  educación  recibida  y  la  autoeducación  dé  Lull  coin- 
ciden con  aquella  aspiración. 

(29)  "Senyer — escribe  Lull — ,  pus  que  vos  me  avets  feta  gracia  que  jo  enten  la 
lengua  arábica..."  Libre  de  Contemplado  en  Deu,  c.  125,  núm.  21.  Baste,  de  momento, 
este  terminante  pasaje,  puesto  que  en  el  capítulo  siguiente  trataremos  de  la  lengua  en 
que  Lull  escribió  sus  obras. 

(30)  Véase,  especialmente,  Dr.  Salvador  Bové:  Ramón  Llull  y  la  llengua  llatina 
("Boletín  de  la  Real  Academia  de  Buenas  Letras"  de  Barcelona,  abril-junio  de  1915), 
que  impugna  minuciosamente  la  afirmación  de  D.  Miguel  Asín,  de  que  "Lulio  ignoraba 
el  latín,  y  sólo  sabía  catalán  y  árabe"  (Abenmasarra  y  su  Escuela,  Madrid,  1914,  pá- 
ginas 125-126).  Véase,  también,  A.  Rubio  y  Lluch:  Ramón  Lull  ("Estudis  Universita- 
ris  Catalans",  junio-diciembre  de  1910),  I  parte,  apartado  C,  donde  resume  los  diversos 
aspectos  de  la  cuestión  y  apunta  la  solución  probable;  y  Jordi  Rubio,  La  lógica  del 
Gazzali  posada  en  rims  per  En  Ramón  Lull  ("Anuari  de  l'Institut  d'Estudis  Catalans", 
año  V,  Barcelona,  1913-1914,  págs.  317-318),  que  examina  la  opinión  de  diversos  auto- 
res que  han  tratado  este  punto. 

(31)  Y  así,  escribe  en  el  prólogo  de  Los  Cent  Noms  de  Deu:  "Suplec,  dones,  al 
Sant  Paire  Apostoli  que  eil  facen  posar  en  llati,  en  bell  dictat,  car  jo  no  li  sabría  posar 
per  qo  car  ignor  gramática."  (Poesies.  Ed.  R.  d'Alós-Moner,  Barcelona,  1925,  pág.  34). 
La  expresión  "en  bell  dictat"  parece  aclarar  suficientemente  el  pensamiento  de  Lull. 

(32)  "...Raimundus...  significavit  se  plurimum  indigere  persona  ydonea  que  didos 


—  268  — 


mismo  Lull  se  encarga  de  señalar  el  alcance  de  aquella  afirmación  en  el 
explicit  de  una  de  sus  obras,  cuando  dice,  a  manera  de  disculpa  y  sú- 
plica a  la  vez,  que  sus  opiniones  no  deben  ser  rechazadas  sin  previo  es- 
tudio por  más  que  vengan  mal  expuestas  y  redactadas  (en  latín),  debido 
a  que  él  no  es  gramático  ni  retórico,  se  entiende,  de  profesión  (33).  Lull 
sabía,  pues,  latín  suficiente  para  comprender  las  obras  escritas  en  dicho 
idioma,  tanto  como  para  la  exposición  oral  o  escrita  de  sus  doctri- 
nas (34).  Cuatro  veces  estuvo  en  la  Sorbona,  donde  leyó  públicamente 
su  Arte,  y  lo  propio  hizo  en  los  Estudios  de  Montpellier  y  Ñapóles.  Du- 
rante su  agitada  vida  se  dirigió  a  los  Concilios  y  mantuvo  relaciones  con 
los  Capítulos  eclesiásticos  y  las  cancillerías  reales  y  pontificias,  y  todo 
eso  no  se  comprendería  sin  un  cierto  dominio  del  latín  que  era  la  lengua 
eclesiástica  y  docta  a  la  vez.  En  fin,  Lull,  por  una  paradoja  que  será 
explicada  oportunamente,  preconiza  la  existencia  de  una  lengua  única 
para  toda  la  Cristiandad,  a  saber,  el  latín  (35). 

13.  Respecto  a  su  formación  filosófica,  no  creemos  aventurado  afir- 
mar que  el  Doctor  Iluminado  fué  un  autodidacto  de  formación  irregular 
y  arbitraria,  un  franco-tirador  genial  de  la  cultura  de  su  época  que,  ai 
sustraerse  a  la  disciplina  y  métodos  de  la  Escolástica,  procuraba  en  cier- 
to modo  remedarlos,  aunque  en  otro  sentido  y  con  finalidades  más  am- 
plias, en  consonancia  con  los  propósitos  fundamentales  que  inspiran  su 
obra.  Lull  es,  si  no  el  creador,  el  más  típico  representante  del  Escolasti- 
cismo popular;  ya  registraremos  otros  nombres,  cuyos  métodos  y  doc- 
trinas se  encauzan  dentro  de  esa  misma  corriente. 

Por  lo  demás,  Lull  en  el  curso  de  sus  obras  hace  mención  expresa 
de  la  Biblia,  el  Corán  y  el  Talmud  ^36;;  cita  y  combate  a  veces  a  Pla- 


libros  (de  disputa  con  los  Sarracenos  de  Túnez)  et  artem  (se  reñere  al  Ars  consilii)  scri- 
bat  et  transferat  de  romantio  in  latinum."  Carta,  de  5  de  agosto  de  13 15,  de  Jaime  II 
al  Guardián  de  frailes  menores  de  Lérida;  el  mismo  concepto  se  repite,  en  carta  de 
29  de  octubre  siguiente,  del  mismo  Jaime  II  al  Ministro  de  frailes  menores  de  la  pro- 
vincia de  Aragón.  Véase  A.  Rubio  y  Lluch :  Documents  per  ¡'historia  de  la  cultura  ca- 
talana mig-eval  antes  cit.,  t.  I,  págs.  65-67. 

C33)  "Et  licet  hoc  quod  dixi  non  bene  ordinavi  nec  in  bono  dictamine  posui,  quia 
suíñciens  grammaticus  non  sum  nec  rethoricus,  propter  hoc  non  dimittant,  quin  dicta 
mea  recipiant."  Declaratio  Raymundi  per  modum  dialogi  (Ed.  Keicher,  cit.,  pág.  221). 

(34)  En  una  nota  que  precede  al  explicit  del  libro  Disputatio  Raymundi  christiani 
et  H  ornen  Sarraceni,  se  lee:  "et  ille  existens  Pisis...  composuit  hunc  librum  in  latino'' 
(Ed.  de  Maguncia,  vol.  IV,  pág.  46). 

(35)  Blanquerna  (Ed.  de  Mallorca.  1014),  c.  94,  pág.  364. 

(36)  Libre  de  Demostracions  (YA.  Galmés,  Mallorca,  1930).  1.  IV,  c.  XIII,  núme- 
ro 5,  pág.  473- 


2ÍH)  — 


tón  y  a  Aristóteles  y  en  el  libro  de  Doctrina  pueril  (37)  da  una  breve 
idea  de  los  tratados — auténticos  o  atribuidos — del  segundo,  de  Metafísi- 
ca, Física,  del  Cielo  y  del  Mundo,  de  la  Generación  ¿y  Corrupción,  de  los 
Meteoros,  del  Alma  racional,  del  Sueño  y  de  la  Vigilia,  del  Sintiente  y 
del  Sentido,  de  los  Animales,  de  las  Plantas  y  de  las  Yerbas;  cita  asi- 
mismo a  Dionisio  Areopagita,  a  Egidio  Romano  (38),  a  Ricardo  de  San 
Víctor  y  a  San  Anselmo  (39).  Alude  al  Liber  Sententiarum  de  Pedro 
Lombardo  (40)  y  se  escuda,  alguna  vez,  en  el  De  Trinitate  de  San  Agus- 
tín, en  la  Summa  contra  Gentes  de  Santo  Tomás  -de  Aquino  y,  genérica- 
mente, en  los  Doctores  de  la  Iglesia  (41).  En  ciencias  naturales  critica 
las  opiniones  de  Avicena,  Plateario  y  Constancio  (42).  Entre  los  árabes, 
conoce  a  Algazel,  cuya  Lógica  compendia  directamente  del  original  ará- 
bigo (43) ;  cita  al  nombrado  Avicena  y  Averroes,  y  de  un  modo  muy 
concreto  a  Ibn  Tophail  y  Al  Kindi  (44).  Además  escribió  el  Libre  d'Amic 
e  Amat,  siguiendo  las  maneras  de  los  sufíes  (45),  y  el  tratado  de  Los 
cent  noms  de  Deu,  inspirado  en  ideas  y  ritos  musulmanes  (46).  En  fin, 
declara  haber  tomado  de  los  árabes  parte  de  la  terminología  de  su 
Arte  (47). 


(37)  Cap.  77  (Ed.  de  Mallorca,  1906,  págs.  139-141).  Alude  también  a  Aristóteles 
en  el  cap.  331  del  Libre  de  Contemplado  en  . Deu. 

(3.8)  En  el  libro  Excusatio  Raymundi  cita  a  Sto.  Tomás  de  Aquino  (título  I  de  la 
III  parte),  a  Ricardo  de  San  Víctor  (ídem  de  la  IV  parte)  y  a  Egidio  Romano  (ídem 
de  la  V  parte).  (Cfr.  Pasqual,  Vindiciae  Lullianae,  1778,  t.  I,  c.  XXV.  págs.  272-273). 

(39)  "Item  Anselmus  et  Richardus  a  S.  Victore  et  multi  alii  Sancti  significant...",  se 
lee  en  el  Liber  mirandarum  demonstrationum,  lib.  I,  cap.  XIV  (vol.  II  de  la  edición  de 
Maguncia,  pág.  7).  Cfr.:  el  prólogo  del  libro  Disputatio  fidei  et  intellectus  (vol.  IV  de 
dicha  edición,  pág.  1). 

(40)  En  la  Disputatio  Eremitae  et  Raymundi  super  aliquibus  quaestionibus  Sen- 
tentiarum magistri  Petri  Lombardi,  terminada  en  París,  en  1298. 

(41)  "Unde  ad  hoc  respondemus  sic...  Beatus  Augustinus  fecit  Librum  ad  proban- 
dam  divinam  Trinitatem.. .  Iterum;  Thomas  de  Aquino  fecit  unum  Librum  contra  Gen- 
tiles qui  requirunt  rationes...  Iterum,  Doctores  sacrae  Scripturae  conantur  quantum 
possunt,  deducere  rationes  ad  probandum  divinam  Trinitatem  et  Incarnationem...  et 
ideo  ego,  qui  sum  verus  catholicus..."  (Liber  de  convenientia  fidei  et  intellectus  in  ob- 
yecto, parte  I,  núms.  1-4;  ed.  de  Maguncia,  t.  IV,  págs.  1  y  2.) 

(42)  Principia  Meáicinae,  dist.  V,  c.  XIV  (ed.  de  Maguncia,  t.  I,  pág.  23). 

(43)  Véase  el  estudio  y  texto  de  la  lógica  de  Algazel  por  Jorge  Rubio  citado  an- 
teriormente. 

(44)  Liber  de  fine,  ed.  A.  Gottron  (en  su  estudio  Ramón  Llulls  Kreuzzugsidcen, 
Berlín,  1912),  pág.  88. 

(45)  Véase  Libre  d'Amic  e  Amat,  ed.  Galmés  ("Els  Nostres  Clássics"),  págs.  24  y  25. 

(46)  Véase  Ramón  Lull.  Poesies,  proemio,  ed.  R.  d'Alós-Moner  cit,  págs.  34-36. 

(47)  Comp&ndium  Artis  demonstrativae,  cap.  "De  fine  huius  libri"  (ed.  de  Magun- 
cia, t.  m,  pág.  160).  Este  pasaje  y  otros  en  que  Lull  acepta  e  impugna  a  la  vez  doctri- 


Pero  que  Lull  mencione  a  diversos  autores  no  quiere  decir  que  siem- 
pre los  conozca  directamente  y  que  los  interprete  con  fidelidad.  No  es 
raro  que  los  interprete  a  su  manera  y  aun  los  deforme  siguiendo  la  tra- 
yectoria rectilínea  que  aquellos  sabidos  propósitos  fundamentales  impri- 
men a  su  mente.  En  cambio,  en  el  opus  luliano  son  perceptibles  las  hue- 
llas de  otros  autores  no  citados,  como  probaremos  al  tratar  de  las  in- 
fluencias doctrinales. 

14.  Hay  una  fuente  innominada  de  la  cual  derivan  ricos  aspectos 
psicológicos,  morales  y  sociales  y  el  valor  profundamente  humano  de  la 
obra  luliana,  y  es  el  proceso  mismo  de  la  vida  del  filósofo  y  misionero 
mallorquín.  Espíritu  naturalmente  curioso  e  inquieto,  servido  por  una 
intuición  poderosa  y  una  voluntad  tenacísima,  posee  Lull  el  arte  instin- 
tivo de  apropiarse  ávidamente  cuanto  le  rodea  en  función  de  sus  ideas 
directrices.  La  verdadera  escuela  de  Ramón  fué  el  trato  con  los  hom- 
bres. Los  oficios  cortesanos  que  ejerciera  antes  de  la  conversión  y,  des- 
pués de  ésta,  su  larga  y  azarosa  vida  de  misionero,  le  ofrecen  ocasión 
constante  de  dialogar  con  toda  clase  de  gentes :  artesanos,  romeros,  caba- 
lleros, trovadores,  siervos,  agoreros,  astrólogos,  clérigos,  doctores,  ju- 
díos, sarracenos,  cismáticos,  príncipes,  reyes,  emperadores  y  Papas.  Vi- 
vió en  todos  los  climas  y  en  todas  las  latitudes,  y  en  todas  partes  supo 
aprender  o,  como  él  dice,  "maravillarse".  En  su  novela  autobiográfica 
Libre  de  Meravelles  (48)  es  instituido  el  "oficio  de  maravillarse",  para 
perpetuar  el  ejemplo  del  joven  protagonista  Félix,  peregrino  y  gustador 
insaciable  de  las  maravillas  del  mundo. 

Gracias  a  esa  gran  experiencia  social  Lull,  sin  ser  propiamente  lo 
que  hoy  llamaríamos  un  psicólogo  profesional,  fué,  en  verdad,  un  artista 
de  la  conciencia  y  un  maestro  en  el  ejercicio  introspectivo.  Y  es  que 
un  análisis  rigurosamente  sociológico  de  la  introspección  nos  dice  que 
los  grandes  maestros  de  la  vida  interior — contrariamente  a  lo  que  supo- 
nía A.  Comte  y  han  repetido  después  los  impugnadores  del  método  in- 
trospectivo— han  sido  sujetos  eminentemente  sociales.  Son  hombres  aten- 
tos a  la  vulgaridad  cotidiana,  como  Sócrates;  tipos  novelescos  como  Ja 
copone  de  Todi  o  "féminas  andariegas"  como  Santa  Teresa  de  Jesús; 
ex-pecadores  mundanos,  como  San  Agustín  o  nuestro  Ramón  Lull,  que 


ñas  de  los  sarracenos,  serán  transcritos  y  examinados  en  los  capítulos  correspondientes. 
Baste,  por  ahora,  esta  indicación. 

(43)  Véase:  "De  la  fi  del  libre"  y  "Del  segon  Félix"  fed.  Galmés,  vol.  IV,  "Els 
Nostres  Clássics",  Barcelona,  1934,  págs.  313-317). 


—  271  — 


al  confesar  coram  pópalo  sus  propias  flaquezas  y  caídas,  nos  han  legado 
una  visión  profunda  del  hombre  perdurable  (49). 


(49)  Véase  Tomás  Carreras  y  Artau :  Problemas  actuales  de  la  Psicología  colectiva  y 
étnica  y  su  trascendencia  filosófica  ("Asociación  Española  para  el  progreso  de  las  Cien- 
cias". Congreso  de  Barcelona,  1929.)  Discurso  inaugural  de  la  Subsección  de  Ciencias 
filosóficas,  págs.  83  y  84. 


CAPITULO  IX 


LAS  OBRAS  LULIANAS 
I 

Cuestiones  de  bibliografía  luliana 

Lengua  en  que  Lull  escribió  sus  obras. — La  cronología  y  la  geografía  de  las 
obras  lulianas. — Noticia  crítica  de  los  principales  catálogos  y  de  las  diversas  cla- 
sificaciones intentadas  de  la  producción  luliana. — Obras  inéditas. — Obras  perdi- 
das.— Obras  apócrifas  o  atribuidas. — Ediciones  lulianas. — Bibliografía. 

i.  Hay  un  grupo  de  cuestiones  referentes  a  las  obras  de  Lull  que  es 
necesario  debatir  antes  de  entrar  en  el  estudio  de  los  orígenes  y  en  la 
exposición  del  pensamiento  filosófico  luliano.  Tales  son  las  que  correspon- 
den a  los  siguientes  enunciados :  lengua  en  que  Lull  escribió  sus  obras ; 
cronología  y  geografía  de  las  obras  lulianas ;  catálogo  y  clasificación  de 
las  mismas;  obras  apócrifas  y  atribuidas;  escritos  inéditos;  ediciones 
lulianas,  y  otros  extremos  indispensables  concernientes  a  la  bibliografía. 

Guiado  por  su  afán  proselitista  y  ateniéndose  a  las  circunstancias, 
Lull  se  vale  indistintamente  de  las  lenguas  arábiga,  catalana  y  latina 
para  la  redacción  de  sus  obras.  En  sus  primeros  tiempos  escribió  prin- 
cipalmente en  árabe  y  en  catalán.  Algunas  de  sus  obras  fueron  escritas 
originariamente  en  árabe  y  vertidas  luego  por  el  mismo  Lull  al  catalán ; 
tales  son  el  Libre  del  Gentil,  el  Libre  de  Contemplado  en  Den  y  otros. 
El  Compendio  de  la  Lógica  de  Algazel  lo  escribió  directamente  en  árabe, 
fué  traducido  luego  al  ¡latín,  y  sobre  la  versión  latina  compuso  la  tra- 
ducción rimada  catalana  (i).  Alguna  vez  Lull  escribió  originariamente 
en  catalán,  y  luego  tradujo  la  obra  al  arábigo;  tal  sucedió  con  su  Art 

(i)  El  explicit  del  Libre  de  Contemplado  en  Déu  dice:  "Acabada  e  cumplida  es 
aquesta  traslació  del  Libre  de  Contemplado  d  arábic  en  romans,  la  qual  translació  fo 
fenida  lo  primer  dia  del  any  en  vulgar,  e  la  compilació  d  arábic  fo  fenida  e  termenada 
en  lo  sant  divendres  de  Pasca  en  lo  qual  pres  mort  e  passió  nostre  Senyor  Deus  Jhesu 


—  273  — 


inventiva  (2).  La  Disputatio  Raymundi  Christiani  et  Hamar  sarraceni 
fué  escrita  en  Bugía  en  lengua  árabe ;  pero  perdido  el  manuscrito  en  el 
naufragio  de  Pisa,  Lull  rehizo  de  memoria  y  redactó  la  obra  en  latín  (3). 
La  Lógica  nova  fué  escrita  directamente  en  latín  y  vertida  después  al 
catalán  (4). 

Con  todo,  Lull  escribió  la  mayor  parte  de  sus  obras  en  catalán,  aun- 
que tuvo  siempre  un  interés  extraordinario  en  que,  para  su  mayor  divul- 
gación, fuesen  traducidas  al  latín.  En  su  testamento  se  preocupa  muy 
especialmente  de  este  extremo  (5).  Para  las  traducciones  se  valía  de  sus 
discípulos  y  de  los  frailes  de  los  conventos  en  que  se  hospedaba.  Nos 
son  conocidos  los  nombres  de  algunos  traductores :  Guillermo  de  Ma- 
llorca, Simón  de  Puigcerdá,  etc.  De  todas  maneras,  hay  que  admitir  la 
existencia  de  una  producción  latina  personal  de  Lull  (6),  aunque  sea 


Christ  ñll  de  la  verge  gloriosa  nostra  dona  Santa  María."  (Ed.  de  Mallorca,  t.  VII, 
1014,  pág.  645.)  En  el  expliát  del  Libre  del  Gentil  se  dice  de  este  que  "noueylament  es 
transladat"  (ed.  J.  Rosselló,  Mallorca,  1001,  pág.  304) ;  pero  antes,  en  el  prólogo  (pá- 
gina 3),  afirma  Lull  que  escribe  "seguint  la  manera  del  libre  arabich  Del  Gentil".  Y  en 
un  inventario  del  siglo  xv,  tomado  en  la  escuela  luliana  de  Barcelona,  se  lee:  "Gentiüs 
in  arábico  quem  detulit  frater  Johannes  Ros."  (Documentos  del  Archivo  del  Marqués 
de  Barbará,  publicados  por  D.  Francisco  de  Bofarull;  Barcelona,  1896.)  Respecto  al 
Compendio  de  la  Lógica  de  Algazel,  en  la  versión  latina  se  dice:  "translatus  est  de  ará- 
bico in  latinum",  y  en  la  versión  rimada  catalana:  "que  translat  de  lati  en  romans..." 
(Véase  Jordi  Rubio:  La  Lógica  del  Gazzali  cit.,  págs.  315  y  316.)  En  el  Liber  de  trinitate 
et  incarnatione,  todavía  inédito,  escrito  originariamente  en  Mallorca  en  septiembre  de 
1302,  se  lee  al  principio:  "Istum  librum  transtulit  in  vulgari  Raymundus  de  libro  quem 
composuit  in  arábico."  (Cfr.  Littré-Hauréau,  Hist.  lit.  de  la  France,  t.  XXIX,  pági- 
nas 321  y  322). 

(2)  "E  anassen  la  via  de  Genoua,  hon  lo  dit  libre  inventiu  de  la  veritat  trenslada 
en  morisch."  (Vida  coetánia.)  En  el  prólogo  del  Libre  del  és  de  Deu,  escrito  en  Mallorca 
«n  1300,  dice  Lull:  "aquest  libre  proposam  metre  en  arabich"  (ed.  J.  Roselló,  Ma- 
llorca, 1901,  pág.  446). 

(3)  "Et  ille  (Lullus)  existens  Pisis  recordatus  fuit  praedictarum  Rationum  quas 
habuit  cum  supradicto  Saraceno,  et  ex  illis  composuit  hunc  Librum  in  latino..."  (ed.  de 
Maguncia,  vol.  IV,  parte  III,  pág.  46). 

(4)  Así  resulta  del  explicit  de  un  manuscrito  de  Halle,  transcrito  por  Pedro  Barniís, 
que  dice  así:  "Feni  aquest  libre  Ramón  alausor  e  a  honor  de  deu  en  la  ciutat  de  Yenoa 
en  lo  mes  de  mayg.  M  .  CCC  .  III  de  la  encarnado  de  nostro  senyor  deus  Yhuxst.  E  fo 
tuslatada  de  lati  en  romans  aquesta  lógica  en  la  vila  de  monpeller  el  mes  de  Juliol. 
M.  CCC  .  III  .  déla  encarnado  de  nostro  senyor  deu  Jhucst."  (cit.  por  S.  Bové:  Ramón 
Llull  y  la  llengua  llatina,  lug.  cit.,  pág.  86). 

(5)  "Voló  et  mando  quod  fiant  inde  et  scribantur  libri  in  pergameno  in  romantio 
et  latino  ex  libris  quos  divina  favente  gratia  noviter  compilavi."  (Francisco  de  Bofarull 
y  Sans:  El  testamento  de  Ramón  Lull,  etc.,  lug.  cit.,  pág.  454). 

(6)  Véase  el  capítulo  anterior,  §  II,  núm.  12.  Cfr.  A.  Rubio  y  Lluch:  Ramón  Lull 
cit,  págs.  12  y  13. 

18 


—  274  — 


sumamente  difícil  distinguirla  de  entre  las  traducciones  latinas  hechas 
por  sus  discípulos. 

Como  pruebas  de  que  Lull  escribió  la  mayoría  de  sus  obras  en  ca- 
talán se  ha  alegado :  la  superioridad  de  los  textos  catalanes  que  se  han 
conservado;  la  diferencia  de  estilo  de  los  tratados  latinos  y  la  unifor- 
midad, en  este  punto,  de  los  textos  catalanes;  el  número  extraordinario 
de  textos  catalanes  conservados  y  que  se  van  descubriendo ;  la  existen- 
cia de  traducciones  latinas  catalanizadas,  y  el  hecho  bien  probado  de 
que  incluso  las  obras  filosóficas  más  importantes  fueron  escritas  en  ca- 
talán (7).  El  historiador  de  la  filosofía  debe  tomar  nota  de  este  hecho  y 
dar  preferencia — sobre  todo  en  caso  de  discrepancia — al  texto  catalán 
de  las  obras  lulianas,  no  por  otra  razón  sino  porque  el  susodicho  texto 
expresa  originaria  y  más  auténticamente  el  pensamiento  de  su  autor. 
Sin  duda  por  esto  los  autores  de  la  edición  maguntina  (1721-1742)  tra- 
dujeron en  ciertos  casos  sobre  los  textos  catalanes,  prefiriéndolos  a  los 
textos  latinos  que  tenían  a  mano. 

2.  Base  para  la  biografía  de  R.  Lull  y  guía  indispensable  para  seguir 
la  evolución  del  pensamiento  luliano  es  la  cronología  y  la  geografía  de 
las  obras  lulianas.  Hay  problemas  de  filosofía  luliana  que  no  pueden 
ser  resueltos  sino  apelando  a  esa  cronología.  Con  razón  ha  dicho 
Littré  (8)  que  hay  pocos  autores  de  la  Edad  Media  cuya  bibliografía 
sea  tan  difícil  de  fijar  como  la  de  R.  Lull.  No  es  extraño,  pues,  que 
la  cronología  de  las  obras  lulianas  establecida  en  el  siglo  xvin,  primero 
por  Salzinger  (9)  y  después  por  el  P.  A.  R.  Pasqual  (10),  aun  signifi- 
cando un  esfuerzo  altamente  meritorio,  haya  quedado  poco  menos  que' 
invalidada.  Por  una  parte,  de  multitud  de  obras  que  hasta  ahora  habían 


(7)  El  catálogo  de  las  obras  lulianas  que  presentamos  en  este  mismo  capítulo,  con- 
firma el  último  extremo.  El  verdadero  título  del  Ars  compendiosa  inveniendi  veritatem, 
o  sea  el  Ars  magna  primitiva,  es  Art  abreujada  d'atrobar  veritat.  "Esta  Art  demostrativa 
según  la  regla  de  la  Art  abreujada  d  atrobar  veritat"  (Art  demostrativa,  prólogo,  pág.  3, 
ed.  Galmés,  Mallorca,  1032);  la  cita  se  ajusta  al  manuscrito  catalán  de  Munich.  Res- 
pecto al  Ars  generalis  ultima,  o  sea  el  Ars  magna  definitiva,  en  nuestras  exploraciones 
hemos  hallado  las  expresiones  o  términos  catalanes  siguientes:  "valeat  4.  palmos"  (X  pars 
princ,  cap.  XCVI,  pág.  530),  transmontana,  exaloch,  maistre,  lebeich,  grech  y  otros 
flbid.,  cap.  CXI,  págs.  550-553).  Citamos  por  la  ed.  de  Estrasburgo,  1609.  ¿Son  dichos 
términos  supervivencias  del  texto  primitivo? 

(8)  Raymond  Lulle,  en  "Histoire  littéraire  de  la  France",  t.  XXIX  ("Ses  écrits". 
pág.  67). 

(9)  Catalogus  librorum  magni  operis  lulliani  (en  el  vol.  I,  1721,  de  la  edición  de- 

Maguncia) . 

fio)  Vindiciae  lullianae,  Aviñón,  1778,  vol.  I  ("Librorum  Beati  Raymundi  Lullf. 
Chronologia  et  Cathalogus  per  materias  distributus",  cap.  XXXII,  págs.  369-382). 


—  275  ~ 


pasado  como  originales  de  Lull,  la  crítica  ha  probado  que  eran  apócrifas 
o  atribuidas.  Por  otro  fiado,  la  bibliografía  luliana  ha  dado  sorpresas  en 
los  últimos  años  (n),  y  seguramente  dará  otras.  Hay  que  esperar  que 
la  docta  diligencia  de  los  arabistas  españoles  descubrirá  algún  día,  en 
los  fondos  de  las  bibliotecas  nacionales  o  extranjeras,  las  obras  arábigas 
de  Lull,  de  las  cuales  no  conocemos  ni  una  sola.  En  fin,  una  grave  di- 
ficultad para  fijar  la  cronología  es  que  las  obras  escritas  por  Lull  hasta 
1293  no  llevan  ninguna  indicación  de  lugar  y  fecha  de  la  composición; 
y  respecto  a  las  escritas  posteriormente,  no  siempre  el  polígrafo  mallor- 
quín es  constante  en  la  práctica  de  consignar  aquellas  indicaciones  en 
el  explicit. 

No  obstante  todas  esas  dificultades,  el  Dr.  Carmelo  Ottaviano,  en 
una  reciente  edición  luliana  (12),  se  ha  decidido  a  presentar  la  Tabla 
cronológica  de  las  obras  de  R.  Lull.  Aconseja  a  los  que  estudien  al  filó- 
sofo catalán  que,  con  el  objeto  de  ahorrarse  tiempo  y  espacio,  adopten 
la  numeración  de  dicha  Tabla,  citando  las  obras  de  Lull  por  el  número 
correspondiente,  en  vez  de  hacerlo  por  los  títulos  demasiado  largos,  y  a 
veces  semejantes,  de  las  mismas.  Respecto  a  los  escritos  que  se  va- 
yan descubriendo,  propone  el  sistema  de  doblar  o  triplicar  el  número, 
añadiendo  bis,  ter,  etc.  Tal  vez  sea  prematura  ¡la  adopción,  con  el  ca- 
rácter oficial  propuesto,  de  esa  interesante  iniciativa ;  con  todo,  la  Tabla 
cronológica  del  Dr.  Ottaviano,  aun  debiendo  ser  corregida  en  algunas  de 
sus  partes,  constituye  un  apreciable  instrumento  de  trabajo. 

3.  Intimamente  ligada  con  la  cronología  se  ofrece  la  cuestión  refe- 
rente al  catálogo  y  clasificación  de  las  obras  de  R.  Lull.  Las  principales 
dificultades  para  formar  el  catálogo  definitivo  de  la  producción  luliana 
derivan  de  la  portentosa  fecundidad  de  Lull  como  escritor,  exagerada  a 
veces  por  sus  discípulos  y  admiradores ;  del  hecho  de  haber  escrito  el 
filósofo  de  Mallorca  en  tres  idiomas ;  de  que  algunas  de  las  obras  atri- 
buidas a  Lull  son  de  discípulos  suyos  o  fueron  compuestas  por  los  al- 
quimistas; de  que  una  misma  obra  es  a  veces  citada  con  títulos  diferen- 
tes ;  de  que  algunas  obras  lulianas  que  han  circulado  como  independien- 
tes no  son  más  que  extractos  o  forman  parte  de  otra  mayor,  y  espe- 
cialmente de  la  enorme  cantidad  de  manuscritos  lulianos  dispersos  por 
las  bibliotecas  de  Europa. 


(11)  Nos  referimos  principalmente  a  los  hallazgos  de  Jorge  Rubio,  R.  de  Alós- 
Moner  y  Carmelo  Ottaviano,  que  indicamos  en  el  catálogo  de  las  obras  lulianas  que 
forma  parte  del  presente  capítulo. 

(12)  L'Ars  compendiosa  de  R.  Lulle  avec  une  étude  sur  la  bibliographie  et  le  fond 
ambrosien  de  Lulle,  París,  1930  (véanse  las  págs.  31-95). 


—  276  — 


Durante  los  últimos  cincuenta  años  ha  avanzado  extraordinariamente 
la  bibliografía  luliana  gracias  a  los  esfuerzos  de  Littré-Hauréau  (13), 
Jerónimo  Rosselló  (14),  M.  Obrador  y  Bennassar  (15),  Salvador  Gal- 
més  (16),  W.  Brambach  (17),  J.  Marx  (18),  Golubovich  (19),  M.  Bihl 
(20),  O.  Keicher  (21),  Pedro  Blanco  (22),  J.  H.  Probst  (23),  J.  Massó 

(13)  Raymond  Lulle  en  "Histoire  littéraire  de  la  France",  vol.  XXIX,  París,  1885. 
J.  Rosselló,  por  mediación  de  M.  Milá  y  Fontanals,  aportó  materiales  para  el  trabaio 
de  Littré,  aunque  su  colaboración  hubiese  sido  silenciada  (Véase  L.  Nicolau  d'Olwer: 
Reparado  tardaría,  en  "La  Nostra  Terra",  Mallorca,  agos.-sept.-oct.,  1934.) 

(14)  Biblioteca  Luliana  por  Gerónimo  Rosselló.  Primera  parte.  Año  1861.  Inédita, 
premiada  por  la  Biblioteca  Nacional  de  Madrid,  donde  se  conserva  (ms.  13595).  R-  de 
Alós-Moner  da  una  noticia  de  esta  obra  y  un  extracto  del  apéndice  que  contiene  sobre 
manuscritos,  en  Inventari  de  manuscrits  lul.lians  de  Mallorca  segons  notes  de  Jeroni 
Rosselló  ("Miscel.lánia  Lul.liana",  Barcelona,  1935,  págs.  385-402).  Del  mismo  Roselló: 
Los  textos  originales  de  Ramón  Lull  (en  "Museo  Balear",  2.a  época,  vol.  IV,  1887,  pá- 
ginas 654-663).  Esto  aparte  de  sus  ediciones  lulianas. 

(15)  Ramón  Lull  en  Venecia.  Reseña  de  los  códices  e  impresos  lulianos  existentes  en 
la  Biblioteca  Veneciana  de  San  Marcos  ("Boletín  de  la  Sociedad  Arqueológica  Luliana", 
Palma,  vol.  VIII,  1900,  págs.  301-324)  ;  Viatge  d' investigado  a  les  Biblioteques  de  Mu- 
nich y  Milá  ("Anuari  de  l'Institut  d'Estudis  Catalans",  1908,  págs.  598-613) ;  y  la  pu- 
blicación postuma:  Notes  per  a  un  catáleg  d'alguns  códexs  lul.lians  de  les  biblioteques  de 
Palma  de  Mallorca  (en  "Estudis  Universitaris  Catalans",  XVII,  1932,  págs.  166-183). 
Añádanse  a  esto  sus  ediciones  lulianas. 

(16)  Director  actual  de  la  edición  de  las  "Obres  de  Ramón  Lull",  de  Mallorca. 
Véanse  los  importantes  proemios  e  introducciones  que  con  su  ñrma  figuran  en  dicha 
colección  y  en  los  volúmenes  14  y  34  de  la  colección  "Ejls  Nostres  Clássics"  de  Barce- 
lona, y  también  en  la  edición  del  Ars  infusa  de  Ramón  Lull  en  "Estudis  Universitaris  Ca- 
talans", XVEÍ,  1932,  págs.  291-301. 

(17)  Des  Raimundus  Lullus  Leben  und  Werke  in  Bildern  des  XIV.  Jahrhunderts, 
Karlsruhe,  1893. 

(18)  Verzeichnis  der  Handschriften-Sammlung  des  Hospitals  zu  Cues  bd  Bernkastel, 

Tréves,  1905. 

(19)  Raimondo  Lullo  ("Biblioteca  Bio-bibliografica  della  Terra  Santa  e  delFOriente 
Francescano",  Quaracchi,  1906). 

(20)  Le  B.  Raymond  Lulle  {Etudes  bibliographiques) ,  en  "Etudes  franciscaines", 
XV,  1906,  págs.  328-345- 

(21)  Raymundus  Lullus  und  seine  Stellung  zur  arabischen  Philosophie,  lug.  cit., 
Münster,  1909. 

(22)  La  Apología  del  Dr.  Dimos  de  Miguel,  y  el  Catálogo  de  las  obras  de  Raimun- 
do Lulio  del  Dr.  Arias  de  Loyola.  Manuscritos  inéditos  de  la  Real  Biblioteca  del  Esco- 
rial (en  "La  Ciudad  de  Dios",  vol.  LXXVII,  1908,  págs.  326-333,  412-420  y  590-596; 
vol.  LXXVIII,  1909,  págs.  319-324) ;  y  El  Catálogo  de  las  obras  de  Raimundo  Lulio  del 
doctor  Arias  de  Loyola  (ibid.,  vol.  LXXXI,  1910,  págs.  60-64,  132-141  y  223-232).  En 
el  mismo  vol.  LXXXI,  págs.  314-323,  se  publica  anónimamente  la  Memoria  de  los  libros 
que  han  venido  a  noticia  del  Dr.  Dimas  del  illumhtado  Doctor  Raimundo  Lulio  sin  otros 
muchos  que  sabe  ay  en  Cataluña,  etc. 

(23)  Carácter e  et  origine  des  idees  du  Bienheureux  Raymond  Lulle  cit.  (véase  el 
Apéndice  documental,  págs.  303-334) ;  y  La  Mystique  de  Ramón  Lull  et  l'Art  de  Con- 
templado (en  "Beitrage  zur  Geschichte  der  Philosophie  des  Mittelalters",  XIDT,  H.  2-3, 
Münster,  1914). 


277  - 


Torrents  (24),  P.  Blanco  Soto  (25),  K  Haebler  (26),  José  M.  March  (27), 
E.  Longpré  (28),  C.  Ottaviano  (29),  F.  de  B.  Molí  (30),  J.  Avinyó  (31), 
B.  M.a  Xiberta  (32),  E.  Wohlhaupter  (33),  L.  Klleiber  (34),  M.  Sponer 
(35)  y  H.  Wieruszowski  (36).  Este  movimiento  bibliográfico  se  refleja 
y  es  estimulado  a  la  vez  en  el  Boletín  de  la  Sociedad  Arqueológica  Lu- 
liana,  que  ve  la  luz  en  Palma  de  Mallorca  desde  1885  (37),  y  en  la  extin- 
guida Revista  Luliana  de  Barcelona  (octubre  1901 -diciembre  1905). 
Pero  el  impulso  más  importante  y  disciplinado   se   debe   al  profesor 


(24)  Bibliografía  deis  antics  poetes  catalans  ("Anuari  de  l'Institut  d'Estudis  Cata- 
lans",  1913-1914,  vol.  V,  págs.  3-276) ;  Repertori  de  l'antiga  literatura  catalana.  Poesía, 
vol.  I,  Barcelona,  Institut  d'Estudis  Catalans,  1932,  págs.  267-2.84. 

(25)  Estudios  de  Bibliografía  Luliana,  Madrid,  1916. 

(26)  Bibliografía  ibérica  del  siglo  xv,  vols.  I-II,  Leipzig,  1903-1917;  y  Ramón  Lull 
und  seine  Schule,  Leipzig,  192 1. 

(27)  El  P.  Jaume  Custurer  i  els  seus  catálegs  lul.lians  (en  "Butlletí  de  la  Biblioteca 
de  Catalunya",  vol.  V,  1920,  págs.  32-44). 

(28)  Raymond  Lulle  (en  "Dictionnaire  de  théologie  catholique"  de  Vacant-Man- 
genot,  t.  IX,  París,  1926,  véanse  especialmente  las  co^.  1088-1112) ;  El  llibre  de  Lull  "De 
recuperatione  Terre  Sanctae,\  "Criterion",  Barcelona,  1927,  págs.  265-278;  Le  Ms.  500  de 
Reims  et  le  "De  adventu  Messiae"  de  R.  Lull  (en  "Miscel.lánia  Lul.liana",  Barcelona, 
1935,  Págs.  382-384). 

(29)  Obra  citada  en  la  nota  12.  En  "Rivista  di  Cultura"  (Roma,  1929,  fase.  5-8)  y 
en  los  "Estudis  Universitaris  Catalans",  Barcelona,  1929,  el  mismo  autor  ha  publicado 
diversas  obras  de  Lull,  a  las  cuales  nos  referiremos  en  nuestro  catálogo.  Véase,  también: 
//  perduto  "Líber  de  potentia  objecto  et  actu"  di  Lullo  in  un  manoscritto  romano  (en 
"Miscel.lánia  Lul.liana",  Barcelona,  1935,  págs.  97-108). 

(30)  L'opuscle  de  Ramón  Lull  sobre  el  Pecat  d'Adam.  Assaig  d'edició  crítica  (en 
"Anuari  de  l'Oficina  Románica  de  Lingüistica  i  Literatura",  vol.  V,  1932;  Barcelona, 
Biblioteca  Balmes). 

(31)  Catáleg  de  les  Obres  autentiques  del  Beat  Ramón  Llull,  en  el  seté  centenari  de 
la  seva  naixenca  (en  "Estudis  Franciscans",  Barcelona,  1933) ;  y  Les  obres  autentiques 
del  Beat  Ramón  Llull.  Repertori  bibliográfic.  Barcelona,  1935. 

(32)  Dos  opuscles  llatins  inédits  de  Ramón  Lull  [De  maiori  agentia  Dei  y  De 
aequalitate  potentiarum  animae  in  beatitudine],  en  "Miscel.lánia  Lul.liana"  cit.,  pági- 
nas 144-165. 

(33)  Die  "Ars  brevis,  quae  est  de  mventione  mediorum  iuris  ávilis"  des  Ramón  Lull 
(en  Miscel.lánia  Lul.liana",  cit.,  págs.  36-55,  y  en  "Estudis  Franciscons",  Barcelona, 
enero-junio  de  1935,  págs.  161-250.  Esta  segunda  publicación  contiene  el  texto). 

(34)  Neuere  Übersetzungen  des  "Buches  vom  Liebenden  und  vom  Geliebten,\  en 
"Miscel.lánia  Lul.liana",  cit,,  págs.  199-205. 

(35)  "Libre  de  Consolado  d'Ermitá".  Kritische  Ausgabe,  en  "Miscel.lánia  Lul.liana", 
cit.,  págs.  341-372. 

(36)  Ramón  Lull  et  l'idée  de  la  Cité  de  Dieu.  Quelques  nouveaux  écrits  sur  la 
croisade  [Petitio  pro  conversione  infidelium.  Petitio  in  concilio  generali  ad  acquirendam 
terram  sanctam.  Liber  de  participatione  christianorum  et  sarracenorum\ ,  en  "Miscel- 
lánia  Lul.liana",  cit.,  págs.  403-426. 

(37)  Desde  1906  se  publica  con  el  título:  "Bolletí  de  la  Societat  Arqueológica 
Luliana". 


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Dr.  A.  Rubio  y  L'luch,  quien  desde  su  cátedra  de  los  Estudis  Univer si- 
taris  Catalans  "animó  a  sus  discípulos  a  emprender,  entre  todos  juntos, 
la  completa  y  tan  necesaria  bibliografía  de  los  códices  e  impresos  lulia- 
nos  esparcidos  por  las  bibliotecas  de  Europa"  (38).  El  venerable  maestro 
puede  ver  hoy  cómo  en  gran  parte  ha  sido  realizada  aquella  ingente 
empresa,  gracias  a  sus  discípulos :  los  profesores  Jorge  Rubio  (39)  y 
R.  de  Alós-Moner  (40),  E.  Rogent-E.  Durán  y  Reynals  (41),  Batista  y 
Roca  (42),  P.  Bohigas  (43),  José  M.a  Millás  Vallicrosa  (44)  y  José 
Rius  (45).  Por  su  parte,  el  Instituí  d' Estudis  Catalans,  con  ocasión  del 
centenario  de  la  muerte  de  R.  Lull  (46),  promovió  unos  "Estudios  de 


(38)  Ramón  Lull.  Sumari  d'unes  llicons  en  els  "Estudis  Universitaris  Catalans""  (en 
la  revista  de  este  nombre,  junio-diciembre  de  1910).  Hay  edición  aparte  de  Barcelona, 
191 1.  El  autor  y  estimado  maestro,  en  'a  dedicatoria  que  puso  en  nuestro  ejemplar, 
califica  este  opúsculo  de  "Baedeker  luliano",  denominación  muy  exacta,  puesto  que  en 
32  páginas  orienta  rápida  y  certeramente  al  lector  en  los  arduos  problemas  de  la  biblio- 
grafía luliana. 

(39)  Los  códices  lulianos  de  la  Biblioteca  de  Innichen  (Tirol),  en  "Revista  de  Filo- 
logía Española",  vol.  IV,  Madrid,  1917,  págs.  303-340;  Ramón  Lull,  en  "Revista  deis 
Llibres",  Barcelona,  1926,  págs.  83-110;  Notes  sobre  la  transmissió  manuscrita  de  l'opus 
luí. lia,  en  "Franciscalia",  Barcelona,  1928,  págs.  335-348;  Interrogacions  sobre  una  vella 
versió  llatina  del  "Libre  de  Contemplación,  en  "Miscel.lánia  Lul.liana",  cit.,  págs.  427- 
435;  además  de  su  citada  edición  del  compendio  luliano  de  la  lógica  de  Algazel  y  otros 
estudios. 

(40)  El  manuscrito  ottoboniano  lat.  405.  Contribución  a  la  bibliografía  luliana,  en 
la  publicación  "Escuela  española  de  Arqueología  e  Historia  en  Roma",  Madrid,  1914, 
vol.  II,  págs.  97-127;  Los  catálogos  lulianos.  Contribución  al  estudio  de  la  obra  de  Ra- 
món Lull,  Barcelona,  1918;  Un  nou  manuscrit,  fragmentan,  de  la  "Doctrina  pueril",  en 
"Franciscalia",  Barcelona,  1928,  págs.  1-13 ;  Antics  fons  lul.lians  a  Paris,  en  "La  Paraula 
Cristiana",  Barcelona,  octubre  de  1934;  e  InventaH  de  manuscrits  lul.lians  de  Mallorca, 
segons  notes  de  Jeroni  Rosselló,  citado  en  la  nota  14. 

(41)  Les  edicions  lulianes  de  la  Biblioteca  Universitaria  de  Barcelona.  Barcelona,  1913. 

(42)  Catálech  de  les  obres  lulianes  d'Oxford.  Barcelona,  1916. 

(43)  Iniciador  de  los  trabajos  para  la  formación  del  "Repertorio  de  los  manuscritos 
catalanes",  bajo  el  patronato  de  D.  Rafael  Patxot.  El  repertorio  está  hoy  incorporado  a 
la  sección  de  manuscritos  de  la  Biblioteca  de  Cataluña.  De  las  exploraciones  practicadas 
en  las  grandes  bibliotecas  europeas  se  han  publicado  algunas  memorias  en  la  revista  deis 
"Estudis  Universitaris  Catalans". 

(44)  Els  manuscrits  lul.lians  de  la  Biblioteca  Capitular  de  Toledo,  en  "Miscel.lánia 
Lul-liana",  cit.,  págs.  206-213. 

(45)  L'"Ars  Consilii"  de  Ramón  Lull,  en  "Miscel.lánia  Lul.liana",  cit.,  págs.  257-298. 

(46)  También  la  Universidad  de  Barcelona  organizó,  con  motivo  de  dicho  cente- 
nario, una  Exposición  Bibliográfica  Luliana  (1915),  cuyo  catálogo  fué  publicado  en  el 
"Bulletí  de  la  Biblioteca  de  Catalunya",  vol.  III,  1916,  págs.  168-173.  Véase  asimismo: 
Catálogo  de  la  Exposición  de  Iconografía  y  Bibliografía  del  B.  Ramón  Lull,  organizada 
por  la  "Societat  Arqueológica  Luliana"  de  Palma  de  Mallorca,  con  ocasión  del  sexto  cen- 
tenario de  su  martirio  (junio  de  1915),  en  "Estudios  Franciscanos",  Barcelona,  febrero 
de  1918-agosto  de  1920. 


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Bibliografía  luliana"  que  han  culminado  en  el  trabajo  del  Dr.  Adam 
Gottron:  L'edició  maguntina  de  Ramón  Lull  (Barcelona  1915),  que 
contiene  un  apéndice  bibliográfico  de  los  manuscritos  lulianos  de  Ma- 
guncia (47),  y  sobre  todo  en  la  imponente  Bibliografía  de  les  impressions 
hd-lianes  de  Elias  Rogent  y  E.  Durán  y  Reynals  (Barcelona,  1927). 

Entrando  ya  en  el  contenido  del  catálogo,  hay  que  tener  presente  que 
'la  producción  luliana  se  desenvuelve  entre  1272  y  1315,  es  decir,  durante 
un  período  de  cuarenta  y  tres  años ;  que  la  época  de  producción  de  más 
valor,  vista  en  conjunto,  fué  la  comprendida  entre  1272  y  1300,  y  que  el 
último  período  de  la  vida  de  Lull  (1 300-1 31 5)  se  caracteriza  por  una 
actividad  intelectual  frenética,  hecho  comprobado  por  los  recientes  des- 
cubrimientos bibliográficos  (48). 

La  leyenda  hizo  subir  hasta  tres  mil  los  escritos  de  R.  Lull ;  pero  la 

'Crítica  ha  rebajado  extraordinariamente  el  número  de  la  producción 
auténtica  luliana.  En  1308,  según  propia  confesión,  Lull  había  escrito 
más  de   100  obras  (49).  En  su  testamento  menciona  una  lista  de 

•obras  (50).  Los  dos  más  antiguos  catálogos — provenientes,  al  parecer, 
de  Tomás  le  Myésier — son  contemporáneos  de  Lull:  uno  de  131 1  cita 
121  obras;  el  otro,  posterior  (de  1314?),  añade  otras  30  obras.  Pero  aun 
reunidos  estos  dos  catálogos  resultan  incompletos,  y,  desde  luego,  faltan 

"los  últimos  escritos  del  polígrafo  mallorquín.  Muy  deficientes  son  tam- 
bién los  inventarios  de  las  escuelas  lulianas  (Barcelona,  1488,  etc.)  y  el 
catálogo  de  Ch.  Bouvelles  (1514).  Alfonso  de  Proaza  (Valencia,  1515) 
cita  unas  280  obras ;  Juan  Arce  de  Herrera,  poco  después,  unas  300 
obras;  Lucas  Wadding  (1650),  unas  343  obras;  Nicolás  Antonio  (1696), 
unas  404  obras;  Salzinger  (Maguncia,  1721),  unas  342  obras;  el  P.  Pas- 
qual  (1778),  246  obras;  Littré-Hauréau  (París,  1885),  analizan  313  obras, 
con  un  total  de  unas  200  auténticas.  Recientemente,  E.  Longpré  (1926) 
ha  catalogado  un  número  de  obras  que  oscila  entre  215  y  219;  Ottavia- 

(47)  Son  del  mismo  autor:  Die  mainzer  uLullistenschuW  im  18.  Jahrhundert,  en 
"Anuari  de  la  Societat  Catalana  de  Filosofía",  Barcelona,  1923,  págs.  229-242;  El  catáleg 
de  la  Biblioteca  lul.Uana  del  convent  de  Franchcans  de  Mallorca,  en  "Bulletí  de  la  Bi- 
blioteca de  Catalunya",  Barcelona,  1924,  vol.  VI,  págs.  146-224;  y  Neue  Litteratur  za 
Ramón  Lull,  en  "Franziskanische  Studien",  vol.  XI,  'Münster,  1921,  págs.  218-221. 

(48)  Sobre  el  proceso  y  etapas  de  la  actividad  intelectual  de  Lull,  consúltese  el 
estudio  citado  de  S.  Galmés:  Dinamisme  de  Ramón  Lull,  muy  útil  además  para  esta- 
blecer, hasta  donde  sea  posible,  la  cronología  de  las  obras  lulianas.  J.  Avinyó,  en  su  Re- 
pertori  bibUográfic,  citado  en  la  nota  31,  sigue  el  criterio  cronológico-biográfico. 

(49)  Refiriéndose  a  las  nuevamente  compiladas,  de  las  cuales  menciona  algunas, 
»dice:  "...  sunt  in  summa  centum  octuaginta  dúo.  Item  est  ibi  liber  de  sex  sillogismis..." 

(Véase,  Francisco  Bofarull  y  Sans:  El  testamento  de  Ramón  Lull,  lug.  cit.,  pág.  454). 
•  <%6)    Cfr.  A.  Rubio  y  Lluch,  obra  citada,  pág.  9. 


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no  (1930),  231  obras;  y  J.  Avinyó  (1935),  239  obras.  Hay  que  advertir 
que  dentro  de  este  crecido  número  se  comprenden  obras  de  las  más  vas- 
tas proporciones  al  lado  de  escritos  breves  y  aun  las  composiciones  ri- 
madas. 

Definitivamente,  hay  que  excluir  por  apócrifas  todas  las  obras 
de  carácter  alquimista  o  que  se  relacionan  con  la  alquimia,  aunque 
figuren  en  el  catálogo  de  Salzinger  con  especial  predilección  y  en 
el  del  P.  Pasqual  con  algunas  reservas,  y  modernamente  haya  publicado 
como  auténtica  alguna  de  ellas  un  lulista  tan  experto  como  J.  Rosse- 
lló  (51).  Lull  condenó  terminantemente  la  alquimia  (52).  Una  crítica 
concienzuda  y  documentada  que  se  inicia,  en  el  siglo  xvin,  con  la  po- 
lémica de  los  jesuítas  PP.  Sollier  y  Custurer  con  Salzinger  y  su  gru- 
po (53)'  es  continuada,  en  el  siglo  xix,  por  Weyler  y  Laviña  (54)  y 
culmina  en  la  monografía  especial  que  D.  José  Ramón  de  Luanco,  emi- 
nente profesor  de  Química  y  erudito,  dedicó  a  este  asunto  (55),  ha  li- 
quidado definitivamente  la  leyenda  del  Lull  alquimista.  Littré-Hauréau, 
abundando  en  la  misma  opinión  y  aun  reforzándola  con  nuevos  argu- 
mentos, incluyen  en  su  catálogo  al  solo  efecto  de  tacharlas  como  apó- 
crifas, las  obras  alquimistas  (56),  y  en  el  mismo  sentido  se  pronuncia 
Lynn  Thorndike  en  su  celebrada  "Historia  de  la  Magia"  (57). 

4.  Punto  interesante  es  el  relativo  a  la  clasificación  de  las  obras  lu- 
lianas,  la  cual  puede  responder  a  diversos  criterios.  Aparte  de  la  obligada 
división  de  las  obras  lulianas  en  prosa  y  en  verso,  podría  establecerse  la 
clasificación  siguiente  por  razón  de  la  lengua  en  que  fueron  escritos  o 
han  sido  conservados  los  textos  lulianos :  á)  Obras  escritas  originaria- 
mente en  arábigo  o  vertidas  después  a  este  idioma,  b)  Obras  escritas  en 
catalán  y  que  sólo  conocemos  en  esta  lengua,  c)  Obras  de  las  cuales  se 
conserva  el  texto  en  vulgar  y  el  texto  latino,  d)  Obras  de  las  cuales  sólo 
se  conserva  el  texto  latino.  El  Dr.  A.  Rubio  y  Lluch,  en  1910,  presentó 


(51)  Respecto  a  los  catálogos  de  Salzinger  y  el  P.  Pasqual,  véanse  las  notas  9  y  10 
de  este  capítulo;  y,  en  cuanto  a  J.  Rosselló,  hay  que  decir  que  en  las  Obras  rimadas  de 
Ramón  Lull  (Mallorca,  1850)  incluye  la  composición  apócrifa  Art  de  la  Alquimia  (pá- 
gina 307). 

(52)  Trataremos  este  punto  en  el  capítulo  sobre  la  Metafísica  y  la  Cosmología 
lulianas. 

(53)  Véase  A.  Gottron:  L'edició  maguntina  de  Ramón  Lull,  cit..  en  el  apéndice, 
las  cartas  13,  14.  17,  18,  23  y  27  (págs.  55,  61,  65,  67,  69  y  74). 

(54)  Raimundo  Lulio  juzgado  por  sí  mismo,  Palma  de  Mallorca,  1866.  págs.  361-406. 

(55)  Ramón  Lull  considerado  como  alquimista.  Barcelona.  1870. 

(56)  Obra  citada,  págs.  271-292  y  370-386. 

(57)  A  History  of  magic  and  experimental  sáence  during  the  jirst  tkirteen  centuries 
oí  our  era.  Nueva  York,  1923,  cap.  LXIX,  pág.  868. 


—   28l  — 


catalogados  por  vez  primera  los  escritos  de  R.  Lull  en  catalán  (58).  En 
nuestro  catálogo,  por  las  razones  antes  expuestas,  daremos  preferencia 
al  texto  catalán,  pero  indicando  a  la  vez  el  texto  latino,  si  lo  hubiese, 
o  sólo  el  texto  latino,  cuando  faltase  el  texto  catalán,  así  como  si  la  obra 
fué  escrita  en  arábigo  o  vertida  a  este  idioma,  aunque,  desgraciadamen- 
te, se  liayan  perdido  los  textos  lulianos  en  árabe. 

Otro  criterio  de  clasificación  ha  sido  el  carácter  o  el  fondo  de  las 
obras  lulianas,  y  es  interesante  advertir  que  cada  una  de  las  diversas 
clasificaciones  intentadas  refleja  el  estado  o  las  tendencias  de  los  estudios 
lulianos  en  la  época  respectiva.  Así,  la  clasificación  del  P.  Pasqual 
(1778),  de  carácter  preferentemente  teológico  (59),  es  un  eco  de  las 
disputas  sobre  la  ortodoxia  de  Lull ;  la  de  Weyler  y  Laviña  (1866)  se 
preocupa  especialmente  de  los  aspectos  científicos  del  o  pus  luliano  (60), 
de  conformidad  con  el  espíritu  del  siglo  xix,  aspectos  que  la  crítica  ha 
disipado  o  relegado  a  segundo  término  ;  la  del  Dr.  S.  Bové  (1908)  res- 
ponde a  la  tentativa  de  restaurar  el  lulismo  como  sistema  filosófico  ac- 
tual (61) ;  la  del  Dr.  A.  Rubio  y  Lluch  (1910)  concuerda  con  la  nueva 
fase  histórico-crítica  de  los  estudios  lulianos  y  realza,  con  preferencia, 
los  aspectos  poético-literarios  de  Lull,  proclamado  "patriarca  de  la 
poesía  catalana"  (62).  Esta  tendencia  a  exaltar  en  el  Doctor  Iluminado 
los  méritos  del  poeta  para  rebajar,  cuando  no  olvidar,  al  filósofo  y  al 
teólogo,  aparece  superficialmente  iniciada  en  1840  por  E.  J.  Delesclu- 
ze  (63),  es  proseguida  con  crítica  documentada  por  A.  Helfferich  en 
1858  (64)  y  divulgada  por  J.  M.  Guardia  en  1862  (65)  y  especialmente 
por  Littré-Hauréau  en  1885  (66).  El  P.  Longpré  presenta  una  clasifica- 
ción (67)  que  sigue  en  parte  la  del  Dr.  Rubio  y  Lluch,  y  en  parte  la 
completa  con  otros  capítulos  acordes  con  los  nuevos  esquemas  de  la 
historia  de  la  filosofía  medieval. 

5.  Nosotros  adoptamos  la  clasificación  de  Longpré,  con  una  ordena- 
ción diferente — que  nos  parece  más  lógica — de  sus  capítulos ;  y  es  la  que 

(58)  Obra  citada,  págs.  6  y  31-32. 

(59)  Vindiciae  Lullianae,  t.  I,  cap.  32,  págs.  369  y  sgts. 

(60)  Obra  citada,  toda  la  parte  II,  págs.  36  y  sgts. 

(61)  El  sistema  científico  luliano,  Barcelona,  1908,  cap.  XLVI,  págs.  369-382. 

(62)  Obra  citada,  págs.  15  y  18. 

(63)  Raymond  Lulle,  en  "Revue  des  Deux  Mondes",  París,  15  noviembre  de  1840, 
págs.  519-542. 

(64)  Raymond  Lull  und  die  Anfange  der  catalanischen  Litteratur,  Berlín,  1858. 

(65)  Littérature  catalane :  Le  Docteur  illuminé,  en  "Revue  Germanique  et  Francaise", 
vol.  XIX,  París,  1862,  págs.  200-225. 

(66)  Histoire  Littéraire  de  la  France,  vol.  XXIX,  págs.  3  y  67. 

(67)  Raymond  Lulle  (en  el  lug.  cit),  cois.  1090-1112. 


—   282  — 


figura  como  índice  parcial  de  materias  en  el  §  II  de  este  capítulo.  Cabe 
subdividir  todavía  el  grupo  tercero  sobre  las  obras  filosóficas,  que  es 
el  que  más  de  cerca  nos  atañe,  en  razón  a  la  diversidad  de  materias  tra- 
tadas por  Lull,  conforme  se  indica  en  la  nota  8o.  Todo  ello  a  reserva 
de  que,  al  exponer  las  diversas  partes  del  o  pus  filosófico  luliano,  serán 
indicadas  las  fuentes  propias  de  cada  materia. 

Apresurémonos  a  advertir  que  la  clasificación  propuesta,  basada  en 
la  diversidad  de  aspectos  de  la  obra  luliana,  no  debe  ser  tomada  lite- 
ralmente. Así,  tienen  también  carácter  enciclopédico  obras  como  el  Blan- 
querna  y  el  Libre  de  Meravelles,  que  incluímos  en  el  grupo  IX  referen- 
te a  las  obras  literarias;  el  Libre  de  Contemplado  en  Dea,  que  es  cata- 
logado como  la  primera  de  las  obras  enciclopédicas,  es  a  la  vez  la  obra 
capital  de  la  mística  luliana,  aunque  no  figure  entre  las  obras  místicas 
del  grupo  VI ;  en  fin,  si  bien  el  grupo  III  comprende  especialmente  las 
obras  filosóficas,  es  preciso  advertir  que — contrariamente  a  cierto  crite- 
rio sustentado  (68) — la  interna  unidad  y  el  total  desarrollo  del  pensa- 
miento filosófico  de  Lull  deben  ser  investigados  en  toda  la  producción 
luliana,  sin  excluir  las  obras  poéticas  y  literarias.  Hemos  comprobado 
que  efl  fondo  caballeresco  da  tono  y  carácter  a  las  doctrinas  lulianas  (69) ; 
y  en  los  capítulos  que  dedicaremos  a  la  exposición  de  la  filosofía  lulia- 
na, habremos  de  acudir  frecuentemente  a  las  fuentes  literarias  y  poé- 
ticas. No  hay  que  olvidar  tampoco  que  el  Doctor  Iluminado  se  sirvió 
de  la  plástica  literaria  y  especialmente  de  la  rima  como  recurso  peda- 
gógico, a  fin  de  hacer  asequibles  al  vulgo  las  ideas  filosóficas  más  abs- 
trusas.  De  R.  Lull  puede  afirmarse  que  su  pensamiento  filosófico  está 
entero  en  todas  sus  obras,  pero  también  en  cada  una  de  ellas. 

Animados  por  el  propósito  de  ofrecer  un  instrumento  de  trabajo, 
en  el  catálogo  que  presentamos  a  continuación  damos  una  breve  idea 
del  asunto  y  valor  de  las  obras  principales,  con  miras  al  interés  filosó- 
fico, prescindiendo  de  otros  detalles  de  erudición  que  se  hallarán  pre- 
ferentemente en  los  catálogos  modernos  de  Littré-Hauréau,  Longpré, 
Ottaviano  y  Avinyó,  en  el  Sumario  de  las  lecciones  del  Dr.  A.  Rubio  y 
Lluch.  en  los  estudios  de  R.  de  Alós-Moner  sobre  el  Manuscrito  otto- 
boniano  latino  405  y  sobre  Los  catálogos  lulianos,  y  en  el  de  Jorge  Ru- 


(68)  "La  edición  de  los  Textos  originales  catalanes,  labor  meritísima  en  el  campo 
-de  la  lengua  y  literatura  de  Cataluña,  hace  un  mal  grandísimo  al  Beato  Lulio,  filósofo  y 
teólogo"  (Salvador  Bové,  obra  cit.,  cap.  L,  pág.  460).  Participa  de  la  misma  opinión 
su  discípulo,  Juan  Avinyó  (Moderna  visió  del  Lul.lisme,  Barcelona,  ig2Q,  cap.  XVTT, 
pág.  100). 

(69)  Véase  el  capítulo  anterior,  §  II,  núms.  o-io. 


-  283  - 


bió  sobre  Los  códices  Míanos  de  Innichen.  Cuando  se  trate  de  obras 
inéditas,  haremos  una  referencia  expresa  a  los  mencionados  catálogos  y 
demás  trabajos  que  resumen  la  situación  actual  de  los  manuscritos  lu- 
lianos  y  contienen  otras  indicaciones  útiles.  Dentro  de  cada  grupo  de 
la  clasificación  adoptada  las  obras  serán  presentadas  cronológicamente, 
y  anotaremos  las  obras  lulianas  recientemente  descubiertas.  En  fin,  gra- 
cias a  la  Bibliografía  de  los  señores  Rogent  y  Durán,  prologada,  revi- 
sada y  hecha  manejable  por  R.  de  Alós-Moner,  podremos  dar  las  edi- 
ciones de  cada  obra  impresa  catalogada.  Y,  como  quiera  que  dicha  Bi- 
bliografía sólo  alcanza  hasta  el  año  1868,  la  completaremos,  en  cada 
caso,  con  las  ediciones  modernas  de  Mallorca  y  con  las  demás  ediciones 
paralelas  o  recientes. 

6.  Para  mejor  orientar  al  lector  y  de  paso  evitar  repeticiones,  damos 
noticia  a  continuación  de  las  siguientes  ediciones  de  colecciones  de  obras 
— auténticas  o  atribuidas — de  R.  Lull,  ediciones  a  las  cuales  nos  referi- 
remos principalmente  en  nuestro  catálogo. 

De  alchimia  opuscula  (Nurenberg,  1546). 

Libelli  aliquot  chemici  (Basi'lea,  1572  y  1600). 

Opera  ea  quae  ad...  artem  universalem...  pertinent  (Estrasburgo, 
1598,  1609,  1617  y  1651). 

Le  fondément  de  V artífice  universel  (París,  1632). 

Opera  (Maguncia,  1721-1742).  Publicados  solamente  ocho  volúmenes, 
a  saber:  I  (1721),  II  y  III  (1722),  IV  y  V  (1729),  VI  (1737),  IX  (1740) 
y  X  (1742). 

Opera  parva.  Publicados  solamente  tres  volúmenes  de  los  cinco  que 
la  edición  había  de  comprender  (Mallorca,  1744,  1745  y  1746). 
Opera  medica  (Mallorca,  1752). 

Las  ediciones  siguientes  están  dedicadas  a  'Jos  textos  catalanes : 

Obras  rimadas,  ed.  J.  Rosselló  (Mallorca,  1859). 

Obras  de  Ramón  Lull,  ed.  J.  Rosselló  (Mallorca).  Comprende  3  vols. : 
el  I  y  el  II  (1901)  y  el  III  (1903). 

Obres  de  Ramón  Lull  (Mallorca,  en  curso  de  publicación),  a  cargo 
primero  de  'la  Comisión  Editora  Luliana  y,  desde  1923,  de  D.  Salvador 
Ga'lmés,  bajo  el  patronato  de  la  Diputación  Provincial  de  Baleares  y 
del  Instituí  d'Estudis  Catalans  (70).  Vols.  publicados:  I  y  II  (1906),  III 
(1909),  IV  (1910),  V  y  VI  (191 1),  VII  (191 3),  VIII  y  IX  (1914),  X 


(70)  Acerca  de  la  historia  de  esta  edición,  véase  S.  Galmés:  L 'edicto  de  les  obres 
origináis  del  Mestre  (en  "La  Nostra  Terra",  ag.-sept.-oct.  de  IQ35)- 


-   284  — 


(1915),  XI  (1917),  XII  Í1923),  XIII  (1926),  XIV  (1928),  XV  (1930),. 
XVI  (1932),  XVII  (1933)  y  XVIII  (1935). 

Els  Nostres  Clássics  (Barcelona,  en  curso  de  publicación).  Compren- 
den obras  lulianas  los  siguientes  volúmenes:  n.°  3  (1925),  n.°  14  (1927), 
n.e  34  (1931),  n.°  38  Ú932),  n.°  42  (1933),  núms.  46-47  (1934)  y  números 
50-51  (1935). 

Omitimos,  para  no  alargar  más  el  presente  capítulo,  presentar  la  bi- 
bliografía— copiosísima  y  abrumadora,  pero  de  muy  desigual  calidad — 
referente  al  o  pus  luliano  visto  en  conjunto  y  en  sus  diversas  partes,  y 
a  la  historia  del  lulismo.  La  iremos  indicando,  seleccionada,  en  cada  uno 
de  los  capítulos  de  la  exposición.  Por  lo  demás,  el  lector  hallará  una 
guía  segura  en  la  antes  citada  Bibliografía  de  los  señores  Rogent  y  Du- 
rán,  que.  como  dijimos,  llega  sólo  hasta  el  año  1868.  D.  Ramón  de  Alós- 
Moner,  que  dirigió  la  publicación  de  esta  obra  y  tiene  preparados  todos 
los  materiales  para  continuarla  hasta  nuestros  días,  ha  anticipado  una 
visión  panorámica  de  la  literatura  luliana  contemporánea  en  su  reciente 
artículo  Lullistische  Literatur  der  Gegenwart,  inserto  en  la  revista  "Wis- 
senschaft  und  Weisheit"  (n.°  de  octubre  de  1935,  págs.  288-310). 


II 


Catálogo  sistemático  de  las  obras  lulianas  con  indicaciones 
filosóficas  y  bibliograficas. 

I.  Obras  enciclopédicas. — II.  Obras  científicas. — III.  Obras  filosóficas. — IV.  Obras 
teológicas  y  apologéticas. — V.  Obras  antiaverroístas. — VI.  Obras  místicas. — 
VII.  Obras  pedagógicas. — VIII.  Obras  sobre  la  Cruzada  y  las  misiones. — 
IX.  Obras  literarias  (de  fondo  social). — X.  Obras  rimadas. — XI.  Obras  per- 
didas.— XII.  Obras  apócrifas  y  atribuidas. 


/.    Obras  enciclopédicas. 

1.  Libre  de  Contemplado  en  Déu  (Líber  contemplationis).  Ma- 
llorca, hacia  1272  (71).  Es  el  Contemplador  Major  de  los  antiguos  lulis- 
tas  y  el  Magnus  Líber  Contemplationis  in  Deum  de  la  edición  magun- 
tina.  Escrita  originariamente  en  árabe  y  traducida  luego  por  el  mismo 
Lull  al  catalán.  Es,  indudablemente,  una  de  las  primeras  obras  escritas 
por  el  filósofo  mallorquín. 

Obra  de  vastísima  extensión.  Torras  y  Bages,  ya  en  1892,  la  califi- 
có de  "obra  maestra"  de  Lull,  añadiendo  que  ella  venía  a  ser  para  la 
literatura  catalana  lo  que  la  Divina  Comedia  había  sido  para  la  lite- 
ratura italiana  (72).  Longpré,  confirmando  otro  juicio  de  Torras  y 
Bages,  dice  que  "después  de  las  Confesiones  de  San  Agustín  no  existe 
en  la  literatura  cristiana  ninguna  obra  tan  patética  y  desbordante  de 
lirismo"  (73).  Además  de  ser  la  obra  capital  de  la  mística  luliana,  cons- 


(71)  Respecto  a  la  prioridad  cronológica  y  fecha  probable  del  Libre  de  Contemplado 
en  Déu,  véanse  las  notas  de  M.  Obrador  y  Bennassar  al  val.  I  de  la  citada  obra  (Ma- 
llorca, 1906),  págs.  368K374,  y  también  S.  Galmés:  Dinamisme  de  Ramón  Lull,  pág.  11. 

(72)  La  Tradició  Catalana,  edición  definitiva,  Barcelona,  Biblioteca  Balmes,  1935; 
lib.  II,  cap.  II,  art.  IV,  págs.  314-316. 

(73)  Raymond  Lulle,  lug.  cit.,  col.  1090. 


—  286  — 


tituye  un  excelente  punto  de  partida  para  comprender  el  desarrollo  to- 
tal de  su  pensamiento  filosófico,  pues  con  razón  se  ha  dicho  de  ella  que: 
es  "simiente  y  sinopsis  de  toda  la  producción  Juliana"  (74). 

Ediciones: 

Texto  catalán :  Mallorca,  1906-1914,  7  vals. 

Texto  latino:  París,  1505,  por  Lefévre  d'Étaples,  fragmentaria;  Ma- 
guncia, 1740-42;  Mallorca,  1746-49;  Mallorca,  1749. 

2.  Arbre  de  Sciencia  (Arbor  Scientiae).  Roma,  1296. 

Una  de  las  obras  más  características  de  Lull,  la  cual,  además  de- 
mostrar el  pensamiento  filosófico  luliano  en  el  momento  de  su  madurez, 
contiene  una  enciclopedia  de  las  ciencias,  construida  según  la  idea  rec- 
tora de  las  diversas  partes  simbólicas  del  árbol. 

Ediciones: 

Texto  catalán:  Mallorca,  1917-1926,  3  vals. 

Texto  latino:  Barcelona,  1482;  Barcelona,  1505;  Lyón,  1515  ;  Lyónr 
1605;  Lyón,  1635;  Lyón,  1637;  fragmentaria  (Arbor  Imperialis,  séptima 
parte  del  Arbor  Scientiae),  Mallorca,  1745. 

Versiones  castellanas:  Bruselas,  1663  y  1664;  fragmentaria,  Madrid, 
1873,  "Biblioteca  de  Autores  Españoles",  t.  65,  págs.  103-139;  Madrid, 
1932,  con  el  título  genérico  de  "Filosofía  Moral",  reproducción  de  la 
anterior;  por  F.  Sureda  Blanes,  Madrid,  1933  fcon  fragmentos  de  los 
Proverbios)  en  "Nueva  Biblioteca  Filosófica",  vol.  66. 

3.  Comencaments  de  Filosofía.  Mallorca,  1.300.  Inédita.  De  esta 
obra  (que  no  hay  que  confundir  con  eil  Liber  principiorum  philosophiae 
de  la  edición  maguntina)  se  conserva  una  versión  latina,  bajo  el  título 
de  Principia  philosophiae  complexa,  en  París.  Hay  texto  catalán  en  Mi- 
lán y  en  Munich. 

Fsta  obra  es  una  síntesis  de  los  primeros  principios  filosóficos  y  de 
las  conclusiones  que  de  ellos  derivan  necesariamente,  aplicables  a  diver- 
sas cuestiones.  Lull  procede  según  los  círculos  de  la  geometría.  Los 
cien  primeros  principios  tienen  por  objeto  el  ser  en  tanto  que  ser;  los 
del  segundo  círculo,  más  numerosos,  se  refieren  a  los  seres  particulares. 
Esta  compilación  considerable  de  axiomas  metafísicos  con  sus  deduc- 
ciones es  un  esbozo  de  enciclopedia  muy  curiosa. 


(74)  M.  Obrador  y  Bennassar,  proemio  al  Libre  de  Contemplado  en  Deu,  vol.  I, 
Mallorca,  1906. 


-  287  - 


Véanse:  Littré-Hauréau,  núm.  130;  A.  Rubio  y  Lluch,  pág.  22;  Long- 
pré,  núm.  3;  Ottaviano,  núm.  79;  Avinyó,  núm.  81. 

77.    Obras  científicas  (75). 

4.  Líber  principiorum  medicinae.  Mallorca,  1274?  (76). 
Edición.  Texto  latino:  Maguncia,  1721. 

Rogent-Durán  (Bibliog.  de  les  impres.  luí.,  pág.  279)  se  inclinan  a.\ 
identificar  esta  obra  con  los  Comengaments  de  Medicina  (inédita),  de  la 
cual  hay  manuscritos  en  Milán  y  en  Palma  de  Mallorca.  (Véase:  Avi- 
nyó, número  9). 

5.  Ars  compendiosa  medicinae.  Montpellier,  1284?  (77). 
Edición.  Texto  latino:  Mallorca,  1752  (78). 

6.  Libre  de  leugeria  e  de  ponderositat  deis  elements  (Liber  de 
levitate  et  ponderositate  elementorum).  Ñapóles,  1294.  Escrito  a  ins- 
tancia de  los  médicos  de  Nápoles. 

Edición.  Texto  latino  :  Mallorca,  1752. 

7.  Tractat  d'astronomia  (Tractatus  novus  de  astronomía).  Pa- 
rís, octubre  de  1297.  Inédito. 

Texto  catalán  en  Munich  y  en  el  Museo  Británico.  Mss.  latinos  en 
París,  Munich  y  Milán. 

Aplicación  de  los  principios  del  Arte  general  a  la  astronomía.  R.  Lull' 
declara  haber  compuesto  este  tratado  para  alejar  a  los  reyes  y  a  los 
poderosos  de  las  creencias  astrológicas.  Littré-Hauréau,  núm.  169,  A.  Ru- 
bio y  Lluch,  pág.  27,  Longpré,  núm.  4  y  Ottaviano,  núm.  65,  toman  al 
pie  de  la  letra  esta  declaración;  pero  Lynn  Thorndike  (79),  después  de 
haber  estudiado  a  fondo  el  manuscrito  de  París,  concluye  que  Lull  se 
halla  todavía  dentro  de  la  astrología  judi ciaría. 


(75)  Este  grupo  segundo  puede  subdividirse  así  :  a)  Geometría,  núm.  8;  b)  Física, 
números  9,  10  y  12;  c)  Astronomía,  núm.  7;  y  d)  Medicina,  núms.  4,  5,  6  y  11. 

(76)  Sobre  la  cronología  de  esta  obra,  véase  S.  Galmés:  Dinamisme  de  Ramón  Lull, 
át.,  pág.  12. 

(77)  Sobre  la  cronología  de  esta  obra,  véase  S.  Galmés,  ibid.,  pág.  26. 

(78)  Avinyó  (núm.  29)  menciona,  sin  dar  detalles,  otra  edición  de  Mallorca  de- 
1755»  que  no  aparece  descrita  en  la  Bibliografía  de  Rogent-Duran. 

(79)  A  History  of  magic,  etc.,  cit.,  cap.  LXIX,  págs.  868  y  869. 


—  288  — 


8.  Libre  de  nova  geometría  (Líber  de  nova  et  compendiosa  geo- 
metría). París,  julio  de  1299.  Inédito.  Texto  catalán  en  Palma  de 
Mallorca.  Mss.  latinos  en  Munich  y  en  Milán. 

Aplicación  del  Arte  general  luliana  a  la  geometría. 
Véanse:  Littré-Hauréau,  núm.  170;  A.  Rubio  y  Lluch,   pág.  27; 
Longpré,  núm.  5;  Ottaviano,  núm.  75;  Avinyó,  núm.  71. 

9.  Libre  de  natura  (Líber  de  natura).  Famagusta  (Isla  de  Chi- 
pre), diciembre  de  1301.  Texto  catalán,  inédito,  en  Palma  de  Mallorca. 

Estudio,  más  bien  filosófico  que  físico,  de  la  naturaleza  con  arreglo 
a  los  principios  del  Arte  general  luliana. 
Edición.  Texto  latino:  Mallorca,  1744. 

10.  Líber  de  lumine.  Montpellier,  noviembre  de  1303. 
Estudia  los  atributos  metafísicos  más  que  las  propiedades  físicas  de 

la  luz,  y  su  simbolismo. 
Edición:  Mallorca,  1752. 

11.  Líber  de  regionibus  sanitatis  et  infirmitatis.  Montpellier,  di- 
ciembre de  1303. 

Tratado  de  física  en  sus  relaciones  con  la  medicina. 
Edición:  Mallorca,  1752. 

12.  Líber  novus  physícorum,  compendíosus.  París,  febrero 
de  1309. 

Ediciones:  Barcelona,  1512;  Mallorca,  1745. 

777.    Obras  filosóficas  (So). 

13.  Art  abreujada  d'atrobar  veritat  (Ars  compendiosa  inveniendi 

veritatem  seu  A*rs  magna  et  maior).  Mallorca,  1271  ?  (81).  Hay  tex- 
to catalán,  inédito,  en  Munich  (82). 


(So)  Las  obras  de  este  tercer  grupo  son  susceptibles  de  las  siguientes  subdivisiones: 
a)  Arte  general,  núms.  13,  14,  17,  19,  20,  21,  22,  23,  24,  26,  27,  29,  30,  32,  34,  43,  49, 
53,  54  y  57-  b)  Lógica,  núms.  44,  45,  46,  48,  51,  55,  56,  60,  62,  63,  65,  66  y  67.  c)  Me- 
tafísica, núms.  15,  35,  58,  59,  61,  69  y  70.  d)  Cosmología,  núms.  18  y  64.  e)  Psicología, 
números  31,  33,  37,  40,  42  y  52.  /)  Etica,  núms.  4i  y  68.  g)  Derecho,  núms.  16,  25,  39, 
47  y  SO.  h)  Cuestiones  disputadas,  núms.  28  y  36. 

(81)  Sobre  la  cronología  de  esta  obra,  véase  S.  Galmés,  obra  cit.,  pág.  11. 

(82)  Según  el  Dr.  A.  Rubio  y  Lluch,  obra  cit.,  pág.  20. 


-  289  — 


Obra  capital,  aunque  no  haya  sido  de  las  más  divulgadas,  puesto 
que  constituye  él  primer  modelo,  harto  complicado  y  difícil,  del  Arte 
general  luliana.  Es  el  punto  de  partida  para  conocer  la  evolución  del 
Arte  general  en  su  doble  proceso  de  reducción  y  de  perfeccionamiento 
lógico.  Nosotros,  para  distinguir  esta  obra  del  Ars  magna,  generalis  el 
ultima  (1308),  que  cierra  dicho  proceso,  la  denominaremos  también  Ars 
magna  primitiva.  Es  un  artificio  lógico,  pero  de  base  y  trascendencia 
metafísicas,  cuyo  objeto  es  reducir  los  conocimientos  humanos  a  un  cor- 
to número  de  principios  y,  consiguientemente,  expresar  todas  las  redi- 
ciones posibles  entre  las  ideas  mediante  combinaciones  figuradas.  De 
esta  obra  troncal  el  autor  hace  derivar  las  diversas  Artes  particulares. 

Edición.  Texto  latino:  Maguncia,  1721. 

14.  Ars  universalis  seu  Lectura  artis  compendio sae  inveniendi 
veritatem.  Mallorca,  1271?  (83).  Desconocido  el  texto  catalán. 

Es  un  comentario  de  la  obra  anterior  con  el  objeto  de  hacer  más 
comprensible  su  lectura. 

Edición.  Texto  latino  :  Maguncia,  1721. 

15.  Comencaments  de  Filosofía  (Líber  principiorum  philoso- 
phiae).  Mallorca,  1274?  (84). 

Esta  obra,  juntamente  con  los  Comengaments  de  Medicina  (núm.  4), 
los  Comengaments  de  Dret  (núm.  16)  y  los  Comengaments  de  Teología 
(número  72),  aparecidas  al  mismo  tiempo,  son  ramas  de  YArt  abren  jada 
d'atrobar  veritat. 

Edición.  Texto  latino:  Maguncia,  1721. 

16.  Comengaments  de  Dret  (Líber  principiorum  iuris).  Mallor- 
ca, 1274? 

Edición.  Texto  latino:  Maguncia,  1721. 

17.  Art  demostrativa  (Ars  demonstrativa).  Montpellier,  hacia 
1274  (85). 


(83)  Sobre  la  cronología  de  esta  obra,  véase  S.  Galmés,  obra  cit,  pág.  11. 

(84)  Sobre  la  cronología  de  esta  obra,  véase  S.  Galmés,  obra  cit.,  pág.  12.  No  hay 
que  confundir  estos  Comengaments  de  Filosofía  de  la  primera  época,  de  la  cual  sólo  se 
conoce  el  texto  latino,  con  otros  Comengaments  de  Filosofía  de  1300  (núm.  3). 

(85)  Sobre  la  cronología  de  esta  obra,  véase  S.  Galmés,  proemio  a  la  edición  cata- 
lana del  Art  demostrativa  (Mallorca,  1932). 

19 


—  290  — 


Esta  obra,  según  se  lee  en  el  prólogo,  sigue  la  regla  de  YArt  abreu- 
jada  d'atrobar  veritat  (núm.  13);  pero  ella  es,  a  su  vez,  una  obra  tron- 
cal de  la  cual  derivan,  constituyendo  un  nuevo  ciclo  dentro  del  proceso 
del  Arte  general  luliana,  las  obras  núms.  19,  20,  21,  22,  23,  24,  25,  26,. 
27,  28  y  233. 

Ediciones: 

Texto  catalán :  Mallorca,  1932. 

Texto  latino:  Maguncia,  1722. 

18.  Libre  de  Chaos  (Liber  Chaos).  Montpellier,  1275?  (86). 
Es  un  tratado  de  cosmología. 

Edición.  Texto  latino:  Maguncia,  1722. 

19.  Introductoria  artis  demonstrativae.  Mallorca,  1277?  (87). 
Edición:  Maguncia,  1722. 

20.  Lectura  super  figuras  artis  demonstrativae.   M  a  11  o  r  c  a, 

1277?  (88). 

Edición:  Maguncia,  1722. 

21.  Coment  maior  (Compendium  seu  commentum  artis  demons- 
trativae). Mallorca,  1277?'  (89). 

Esta  obra  es,  probablemente,  el  Coment  major  de  los  antiguos  catálo- 
gos lulianos.  Contiene  la  exposición  de  la  teoría  del  ascenso  y  el  des- 
censo del  entendimiento. 

Ediciones.  Texto  latino:  una  de  1721,  sin  nombre  de  lugar  ?  (Rogent- 
Durán,  Bibliogr.,  núm.  301,  pág.  264,  dudan  de  su  existencia);  Magun- 
cia, 1722. 

22.  Ars  inveniendi  particularia  in  universalibus.  M  a  11  o  r  c  a, 

1277?  (90). 

En  el  prólogo  se  dice  que  esta  obra  es  "quasi  ramunculus  extractus 

ab  Arte  demonstrativa". 

Edición:  Maguncia,  1722. 


(86)  Sobre  la  cronología  de  esta  obra,  véase  S.  Galmés:  Dinamisme  ~e  Ramón  Lull, 
cit.,  pág.  12. 

(87)  Sobre  la  cronología  de  esta  obra,  véase  S.  Galmés,  ibid . ,  pág.  13. 

(88)  Sobre  la  cronología  de  esta  obra,  véase  S.  Galmés,  ibid. 

(89)  Sobre  la  cronología  de  esta  obra,  véase  S.  Galmés,  ibid. 

(90)  Sobre  la  cronología  de  esta  obra,  véase  S.  Galmés,  ibid. 


—  291  — 


23.  Líber  propositionum  secundum  artem  demonstrativam.  Ma- 
llorca, 1277?  (91). 

Edición:  Maguncia,  1722. 

24.  Líber  exponens  figuram  elementalem  artis  demonstrativae  o 
Líber  de  gradatíone  elementorum,  y  también  Líber  de  figura  elemen- 

tali.  Mallorca,  1277?  (92). 
Edición:  Maguncia,  1729. 

25.  Ars  iuris.  Montpellier,  1283?  (93). 

Aplicación  de  los  principios  del  Art  demostrativa  a  la  ciencia  del  de- 
recho. 

Ediciones:  Roma,  1516;  Mallorca,  1745. 

26.  Art  inventiva  (Ars  inventiva  veritatis  seu  Ars  intellectiva 
veri).  Montpellier,  1289.  El  texto  catalán  originario  se  ha  perdido. 
Fué  traducida  al  árabe  por  el  mismo  Lull,  en  Genova,  en  1291. 

Esta  Art  inventiva,  juntamente  con  el  Art  amativa  (núm.  20 j)  y  el 
Art  memorativa  que  Lull  no  llegó  a  escribir,  respondían  al  plan  de  ac- 
tualizar u  objetar,  mediante  las  reglas  del  Arte,  las  tres  potencias  del 
alma,  haciéndolas  aptas  para  la  vida  contemplativa.  De  dichas  tres  Artes 
derivan  respectivamente  tres  Arboles,  a  saber :  d  Arbre  de  S ciencia  (nú- 
mero 2),  el  de  Amar  {Arbre  de  Filoso  fia  d'Amor,  núm.  207)  y  el  de 
Membranga,  sólo  esbozado  en  el  Arbre  de  Filosofía,  desiderat  (núme- 
ro 202). 

Lull  expone  en  esta  obra  su  doctrina  de  los  "puntos  transcendentes". 
Ediciones.  Texto  latino  :  Valencia,  1515  ;  Maguncia,  1729. 

27.  Quaestiones  per  artem  demonstrativam  seu  inventivam  so- 
lubiles.  Montpellier,  1289  (94). 

En  este  escrito  Lull  condena  la  alquimia. 
Edición:  Maguncia,  1729. 

28.  Líber  de  quaestionibus  per  quem  modus  artis  demonstrativae 
patefít.  Posterior  a  1274,  y  dentro  del  ciclo  del  Art  demostrativa. 


(91)  Sobre  la  cronología  de  esta  obra,  véase  S.  Galmés,  ibid. 

(92)  Sobre  la  cronología  de  esta  obra,  véase  S.  Galmés,  ibid. 

(93)  Pasqual  señala  esta  fecha,  teniendo  en  cuenta  que  en  esta  obra  se  sigue  el 
modo  del  Art  demostrativa,  que  es  alegada  en  la  parte  I  (Vindiciae  Lullianae,  t.  I,  ca- 
pítulo XVII,  ss  VII,  pág.  163,  y  cap.  XXXII,  pág.  370). 

(94)  Sobre  la  cronología  de  esta  obra,  véase  S.  Galmés,  ibid.,  pág.  29. 


—  292  — 


Figura  con  el  nombre  de  R.  Lull  en  el  ms.  lat.  161 14  de  la  Biblioteca 
Nacional  de  París. 

Véanse:  Littré-Hauréau,  núm.  138;  Longpré,  núm.  49;  Ottaviano, 
número  216;  Avinyó,  núm.  26. 

29.  Taula  general  (Tabula  generalis  ad  omnes  scientias  applica- 
bilis).  Comenzada  en  el  puerto  de  Túnez  a  mediados  de  septiembre 
de  1293  y  terminada  en  Nápoles  en  13  de  enero  siguiente.  Es  la  primera 
obra  íluliana  que  contiene  el  lugar  y  la  fecha  cierta  de  composición.  Ex- 
plica y  complementa  el  Art  inventiva  y  el  Art  amativa;  pero  de  ella,  a 
su  vez,  derivan  o  son  aplicación  las  obras  núms.  28,  30,  32,  34  y  43. 

Ediciones: 

Texto  catalán :  Mallorca,  1932. 

Texto  latino:  Valencia,  15 15;  Maguncia,  1729. 

30.  Lectura  compendiosa  tabulae  generalis.  Nápoles,  1293. 

Es  una  exposición  y  comentario  de  la  Taula  general  con  el  objeto 
de  hacerla  más  comprensible  a  los  escolares  de  Nápoles. 
Edición:  Maguncia,  1729. 

31.  Lo  VIen  seyn  lo  qual  appelam  Afatus  (Liber  de  Affatu  seu 

de  sexto  sensu).  Nápoles,  18  de  abril  de  1294.  Texto  catalán  en 
Munich. 

El  sexto  sentido,  común  al  hombre  y  a  los  animales,  es  la  expresión 
vocal. 

Edición :  J.  H.  Probst  ha  publicado  extractos  del  ms.  catalán  de  Mu- 
nich (Caractere  et  origine  des  idees  du  Bienhereux  Raymond  Lull,  Tou- 
louse,  1912,  apénd.,  págs.  332-334). 

32.  Art  de  fer  e  solre  questions  (Lectura  super  artem  inventi- 

vam  et  tabulam  generalem).  Roma,  1295  (95).  Escrita  originaria- 
mente en  catalán,  Lull  manifiesta  en  el  prólogo  su  deseo  de  que  sea  tra- 
ducida al  latín.  Texto  catalán  en  Munich. 

Obra  muy  voluminosa,  en  la  cual  el  autor  anuncia  mil  cuestiones,  y 
que  significa  un  nuevo  intento  para  hacer  más  asequible  el  Art  inventiva 
y  la  Taida  general,  especialmente  en  sus  aplicaciones  a  la  teología. 

Ediciones.  Texto  latino:  Valencia,  1515 ;  Maguncia,  1729. 


Cq5)    Sobre  la  cronología  de  esta  obra,  véase  S.  Galmés,  ibid.,  pág.  35. 


-  293  — 


33.  Novell  libre  de  ánima  racional  (Liber  de  anima  rationali). 

Roma,  junio  de  1296.  Texto  catalán  en  Munich. 

Tratado  de  psicología  según  las  reglas  de  la  Taula  general. 
Ediciones: 

Texto  catalán :  Fragmentos  del  ms.  catalán  de  Munich  en  J.  H.  Probst 
(obra  citada,  apéndice,  págs.  326-329). 

Texto  latino:  Alcalá,  1519;  Maguncia,  1737. 

34.  Brevis  practica  tabulae  generalis  o  Ars  compendiosa.  París, 
enero  de  1298  (1299  del  cómputo  actual). 

No  hay  que  confundir  esta  obra  con  la  de  núm.  43,  la  cual  fué  pu- 
blicada, erróneamente,  con  el  primer  título  en  el  tomo  V  de  la  edición 
maguntina  (96). 

Esta  obra  y  la  que  citaremos  en  el  núm.  43  fueron  incorporadas  al 
Ars  generalis  ultima  (núm.  54). 

Edición :  Publicada  por  el  Dr.  Carmelo  Ottaviano,  con  el  título  de 
Ars  compendiosa,  sobre  un  manuscrito  de  la  Ambrosiana  de  Milán.  (Es 
el  vol.  XII  de  los  "Études  de  Philosophie  médiévale",  dirigidos  por 
E.  Gilson.  París,  1930.) 

35.  Libre  de  quadratura  e  triangulatura  de  cercle,  denominado 
también  Comencaments  de  teología  (Liber  de  quadratura  et  trian- 
gulatura circuli).  París,  junio  de  1299.  Inédito.  Texto  catalán  en  Ma- 
drid y  en  Munich. 

No  obstante  su  título,  es  un  libro  de  metafísica  aplicada  a  la  teolo- 
gía, con  tecnicismo  y  procedimientos  de  la  geometría. 


(96)  Sobre  este  punto  véanse  A.  R.  Pasqual:  Vindicvae  Lullianae,  t.  I,  cap.  XXIII, 
ss.  IX,  pág.  228;  Littré-Hauréau,  obra  cit.,  núms.  36  y  134,  págs.  188-190  y  294-295; 
y  S.  Galmés,  obra  cit.,  pág.  37.  La  Brevis  practica  tabulae  generalis,  editada  por  Ottavia- 
no con  el  título  de  Ars  compendiosa,  era  conocida  por  el  manuscrito  6443  C.  de  la  Bi- 
blioteca Nacional  de  París,  que  citan  Littré-Hauréau,  y,  todavía  con  datos  más  precisos, 
por  dos  manuscritos  del  convento  de  San  Francisco  de  Mallorca,  descritos  por  Pasqual, 
cuyo  incipit  dice:  "Deus  in  virtute  tua  incipit  Brevis  practica  tabulae  generalis",  e  in- 
mediatamente: "Alphabetum  tabulae  est  hoc",  y  termina:  "Cum  quo  imaginari  movet 
sentiré"  (Aparte  de  la  coincidencia  en  cuanto  a  la  fecha,  el  segundo  incipit  y  el  final  con- 
cuerdan  con  el  texto  editado  por  Ottaviano).  De  todo  ello  resulta:  i.°  Que  el  Ars  com- 
pendiosa editada  por  Ottaviano  es  la  Brevis  practica  tabulae  generalis.  2°  Que  dicha 
obra,  aunque  inédita,  era  ya  conocida.  3.0  Que  en  la  tabla  cronológica  de  Ottaviano  hay 
que  eliminar  la  obra  núm.  73,  Brevis  practica  Tabulae  generalis,  la  cual,  en  cuanto  al 
título,  se  identifica  con  la  núm.  34  de  nuestro  catálogo  y,  en  cuanto  al  contenido  (de- 
nunciado por  el  incipit),  con  la  que  describimos  en  el  núm.  43. 


—  294  — 


Véanse:  Littré-Hauréau,  núm.  160;  A.  Rubio  y  Lluch,  pág.  24;  Long- 
pré,  núm.  20;  Ottaviano,  núm.  71  ;  y  Avinyó,  ,núm.  73. 

36.  Quaestiones  attrebatenses  o  Liber  de  quaestionibus  quas 
quaesivit  magister  Thomas  Limiesiers  de  Attrebato.  París,  julio 

de  1299. 

Compilación  de  50  cuestiones  resueltas  por  Lull,  con  arreglo  a  su 
Arte,  a  instancia  de  Tomás  le  Myésier,  canónigo  de  Arrás. 
Ediciones:  Lyón,  1491 ;  Venecia,  1507;  Mallorca,  1746. 

37.  Libre  de  home  (Liber  de  homine).  Mallorca,  noviembre  de 
1300.  Texto  catalán  en  Munich  y  en  Londres. 

Estudia  al  hombre  en  su  vida  y  su  muerte,  en  d  doble  aspecto  cor- 
poral y  espiritual.  Libro  de  observación,  apartado  de  la  forma  silogística. 
Edición.  Texto  latino:  Maguncia,  1737. 

38.  Rethorica  nova.  Obra  escrita  originariamente  en  catalán,  en 
Chipre,  septiembre  de  1301,  traducida  al  latín  en  Génova  en  1303.  El 
texto  catalán  se  ha  perdido.  Del  texto  latino,  también  inédito,  hay  va- 
rios códices. 

Se  ha  confundido  esta  obra  con  la  Rethorica  isagoge,  atribuida  a 
Lull,  de  la  cual  se  han  hecho  varias  ediciones.  (Véase,  más  adelante,  en 
las  "Obras  apócrifas  o  atribuidas",  el  núm.  26).  Incurren  en  esta  confu- 
sión Littré-Hauréau,  núm.  74,  y  Ottaviano,  núm.  89. 

Es  un  curioso  tratado  del  arte  de  persuadir,  con  interesantes  atisbos 
acerca  de  la  lógica  del  lenguaje. 

39.  Ars  iuris  naturalis,  o  también  Ars  de  iure.  Montpellier,  ene- 
ro de  1303  (97).  Inédito. 

Véanse:  R.  de  Alós-Moner,  Los  catálogos  lulianos,  pág.  10;  Long- 
pré.  núm.  32 ;  Ottaviano,  núm.  94 ;  Avinyó,  núm.  100. 

Trata  del  derecho  natural  en  general  y  de  los  derechos  especiales, 
ya  naturales,  ya  escritos. 

40/   Liber  de  intellectu.  Montpellier,  enero  de  1303.  Inédito. 
Véanse:  Littré-Hauréau,  núm.  140;  Longpré,  núm.  27;  Ottaviano, 
número  95  ;  Avinyó.  núm.  103. 


(q7)    Sobre  el  lugar  y  fecha  de  esta  obra,  véase  Pasqual:  Vindiáae  Lullianae,  t.  E, 

cap.  XXTY,  ss.  XVI,  pág.  242. 


—  295  — 


Esta  obra  y  las  dos  siguientes  forman  una  pequeña  trilogía  de  las 
potencias  del  alma  y  son  compendios,  respectivamente,  de¡l  Art  inventiva 
(número  26),  del  Art  amativa  (núm.  201)  y  del  Art  memorativa  que  no 
llegó  a  ser  escrita. 

41.  Líber  de  volúntate.  Montpellier,  enero  de  1303.  Inédito. 
Véanse:  Littré-Hauréau,  núm.  141;  Longpré,  núm.  28;  Ottaviano, 

número  96;  Avinyó,  núm.  104. 

42.  Líber  de  memoria.  Montpellier,  febrero  de  1303.  Inédito. 
Véanse :  Littré-Hauréau,  núm.  142 ;  Longpré,  núm.  29 ;  Ottaviano, 

número  97;  Avinyó,  núm.  105. 

43.  Lectura  artis  quae  brevís  practica  tabulae  generalis  intitu- 
lata  est.  Génova,  febrero  de  1303. 

Véanse  (las  observaciones  hechas  a  propósito  de  la  obra  núm.  34. 
Edición:  Maguncia,  1729. 

44.  Líber  de  signifícatíone.  Montpellier,  febrero  de  1303  (98). 
Inédito.  Trata  de  la  significación  natural  y  de  sus  varias  especies. 

Véanse:  Littré-Hauréau,  núm.  228;  Longpré,  núm.  31;  Ottaviano, 
número  101  ;  Avinyó,  núm.  102. 

45.  Lógica  nova  (Líber  de  nova  lógica).  Génova,  mayo  de  1303. 
Escrito  originariamente  en  catalán,  fué  después  traducido  al  latín  en 
Montpellier  en  julio  de  1304.  Texto  catalán  en  Munich  y  en  Halle. 

La  novedad  de  esta  lógica  consiste  en  ser  realista  o,  como  se  dice 
<en  el  prólogo,  en  proceder  naturalmente  (naturaliter)  y  no  desentender- 
se de  ¡la  Primera  Intención. 

Ediciones.  Texto  latino:  Valencia,  15 12;  Mallorca,  1744. 

46.  Lógica  brevis  et  nova  o  Lógica  abbreviata.  Lugar  y  fecha, 
desconocidos.  La  situamos  inmediatamente  después  de  la  Lógica  nova. 

La  autenticidad  de  esta  obra  es  indudable,  pues  se  halla  mencionada 
con  él  títu'lo  de  Lógica  brevis  en  el  catálogo  de  131 1.  No  hay  que  con- 
fundirla con  la  Lógica  parva,  obra  probablemente  del  luliano  Nicolás 
de  Pax. 


(98)  Sobre  el  lugar  y  fecha  asignados  a  esta  obra,  véanse  Pasqual:  V indicíete  Lullia- 
nae,  t.  I,  cap.  XXIV,  ss.  XVIII,  pág.  243;  y  Littré-Hauréau,  núm.  228. 


—  296  — 


Ediciones:  Venecia,  1480;  Barcelona,  1489;  Valladolid,  1497;  Barce- 
lona, 15 12;  París,  15 16;  París,  15 18;  Sevilla,  s.  xvi  ?;  Mallorca,  1584; 
Estrasburgo,  1598;  Estrasburgo,  1609;  Estrasburgo,  1617;  París,  1632; 
Estrasburgo,  1651. 

Traducción  francesa  por  De  Vassy,  con  el  título  de  Dialectique  ou 
Logique  nouvelle  (París,  1632). 

47.  Líber  de  modo  applicandi  novam  logicam  ad  scientiam  iuris 
et  medicinae.  Sin  lugar  ni  fecha  (99). 

Complemento  y  aplicación  de  la  obra  anterior  al  derecho  y  a  la  me- 
dicina. 

Edición-,  por  él  Dr.  Ottaviano,  en  "Estudis  Universitaris  Catalans", 
Barcelona,  1929. 

48.  Líber  de  ascensu  et  descensu  intellectus.  Montpellier,  mar- 
zo de  1304. 

Es  uno  de  los  escritos  filosóficos  más  importantes  y  divulgados  de 
Lull. 

Ediciones : 

Texto  latino:  Valencia,  1512;  Mallorca,  1744. 
Versión  castellana:  Mallorca,  1753;  Madrid,  1928. 

49.  Introductoríum  magnae  artis  generalis  ad  omnes  scientias. 

Montpellier,  marzo  de  1305  (100). 

De  una  manera  casi  esquemática  se  establecen,  en  esta  breve  obra, 
primero  los  principios  del  Arte  o  ciencia  general  y,  seguidamente,  los 
principios  de  las  ciencias  particulares  (teología,  filosofía,  derecho,  me- 
dicina, etc.). 

Ediciones : 

Texto  latino:  Lyón,  1515  ;  Lyón,  1635;  Lyón,  1637. 
Versión  castellana:  Bruselas,  1663;  Bruselas,  1664;  Madrid,  1873 
(en  la  "Biblioteca  de  Autores  Españoles",  tomo  65,  págs.  95-102). 
Versión  francesa:  por  De  Vassy,  París,  1634. 


(99)  Ottaviano  la  supone  escrita  en  Génova,  en  mayo  de  1303  (núm.  219);  y  Pas- 
qual,  en  Montpellier,  en  1304  {Vindiciae  Lullkinae,  t.  I,  cap  XXIV,  ss.  XVIII,  pág.  243). 

(100)  Sobre  la  fecha  asignada  a  esta  obra,  véase  Pasqual:  Vindiciae  Lullianae,  t.  I,. 
cap.  XXIV,  ss.  XXIX,  pág.  254. 


—  297  — 


50.  Ars  brevis  quae  est  de  inventione  mediorum  iuris  civilis  o 
Ars  brevis  iuris.  Montpellier,  enero  de  1307?  (101). 

Es,  tal  vez,  la  obra  jurídica  más  importante  de  Lull. 
Edición :  por  E.  Wohlhaupter,   en  "Estudis  Franciscans",  vol.  47 
(Barcelona,  1935),  págs.  161-250. 

51.  Liber  de  venatione   substantiae,  accidentis  et  compositi. 

Montpellier,  febrero  de  1308.  Inédito. 

Obra  en  diez  capítulos  sobre  los  predicamentos  y  la  conversión  de 
las  proposiciones. 

Véanse:  Littré-Hauréau,  núm.  139;  Longpré,  núm.  35;  Ottavianj, 
número  115;  Avinyó,  núm.  132. 

52.  Liber  ad  memoriam  confirmandam.  Pisa,  enero  de  1308  (102). 
Inédito. 

Distinción  entre  memoria  natural  y  memoria  artificial,  y  procedimien- 
tos de  esta  última. 

Véanse:  Littré-Hauréau,  núm.  143;  Longpré,  núm.  36;  Ottaviarc,. 
número  111;  Avinyó,  núm.  122. 

53.  Art  breu  (Ars  brevis  quae  est  imago  artis  generalis).  Pisa, 
enero  de  1308.  Hay  texto  catalán,  inédito,  en  Palma  de  Mallorca. 

Es  un  compendio  del  Ars  generalis  ultima,  o  sea  la  obra  siguiente, 
hecho  por  Lull,  cuando  aún  no  'la  había  terminado.  Esta  obra  obtuvo 
una  gran  difusión. 

Ediciones: 

Texto  latino:  Barcelona,  1485;  Barcelona,  1489;  Barcelona,  151 1  ; 
Aviñón,  1511;  Roma,  1513;  Lyón,  1514;  Barcelona,  1565;  París,  1578; 
Estrasburgo,  1598;  Estrasburgo,  1609;  Estrasburgo,  1612;  Tarazona, 
1613;  Estrasburgo,  1617;  Tarazona,  1619;  Estrasburgo,  1651 ;  Mallor- 
ca, 1669;  Mallorca,  1744. 

Versión  catalana,  explicada  y  adaptada,  por  Mn.  J.  Avinyó,  Bar- 
celona, 1934. 


(101)  Al  final  de  esta  obra  se  lee:  "Finivit  Raymundus  hanc  artem  in  Montepessu- 
lano  mense  Ianuarii,  anno  MCCC,  séptimo  incarnationis  Domini  Iesu  Christi."  Pasqual 
(Vindiciae  Lullianae,  t.  I,  cap.  XXIV,  ss.  XXXU,  págs.  253-254),  rectificando  a  Sal- 
zinger  quien  da  como  buena  esta  fecha,  y  constando  que  en  este  tiempo  Lull  estaba  en 
Pisa,  entiende  que  la  fecha  no  puede  ser  otra  que  la  de  enero  de  1305. 

(102)  Señala  esta  fecha  como  probable  S.  Galmés,  obra  cit.,  pág.  47. 


—  298  -- 


Versiones  francesas:  por  De  Vassy,  París,  1632;  París,  Bibliothéque 
Chacornac,  1901. 

54.  Ars  generalis  ultima  o  Ars  magna  generalis  ultima.  Comen- 
zada en  Lyón  en  noviembre  de  1305  y  terminada  en  Pisa  en  marzo 
de  1308. 

Obra  capital,  que  contiene  la  forma  definitiva  del  Arte  luliana.  La 
denominaremos,  también,  Ars  magna  definitiva  para  distinguirla  del  Ars 
magna  primitiva  (núm.  13). 

Ediciones : 

Venecia,  1480;  Barcelona,  1501  ;  Lyón,  1517 ;  Francfort,  1596;  Es- 
trasburgo, 1598;  Estrasburgo,  1609;  Estrasburgo,  1617;  Mallorca,  1645  ; 
Estrasburgo,  165 1. 

V ersión  francesa :  por  De  Vassy,  con  el  título  de  Le  grana1  et  dernier 
art  de  M.  Raymond  Lulle,  París,  1634. 

55.  De  XII  syllogismis  concludentibus  dúos  actus  finales,  unum 
intrinsecum,  alium  extrinsecum.  Montpellier,  marzo  de  1308. 

Edición:  por  el  el  Dr.  Ottaviano,  en  "Rivista  di  Cultura",  fase.  5-6, 
Roma,  1929. 

56.  Liber  de  novis  fallaciis.  Montpellier,  octubre  de  1308.  Inédito. 

Ensayo  sobre  los  sofismas  desconocidos  por  Aristóteles. 
Véanse:  Littré-Hauréau,  núm.  151;  Longpré.  núm.  39:  Ottaviano, 
número  120:  Avinyó.  núm.  127. 

57.  Liber  de  experientia  realitatis  artis  generalis.  Montpellier, 

noviembre  de  1308.  Inédito. 

Lull  encarece  en  esta  obra  la  eficacia  de  su  Arte  para  la  demostración 
de  las  verdades  de  la  fe. 

Véanse:  Littré-Hauréau,  núm.  135;  Longpré,  núm.  40:  Ottaviano. 
número  121  ;  Avinyó,  núm.  130. 

Termina  la  obra  con  una  Epístola  Raymundi  Luí,  en  la  que  el  filó- 
sofo mallorquín  enumera  algunos  de  sus  escritos  apologéticos,  y  que 
figura  separada  en  algunos  manuscrito^  (Publicó  íntegramente  dicha 
Epístola  S.  Bové:  Al  margen  de  un  discurso,  Seo  de  Urgel,  1912,  pá- 
ginas 26-28). 

58.  Liber  de  perversione  entis  removenda.  París,  diciembre  de 

1309.  Inédito. 


—  299  — 


Escrito  de  carácter  metafísico. 

Véanse:  Littré-Hauréau,  núm.  158;  Longpré,  núm.  41;  Ottaviano, 
número  131;  Avinyó,  núm.  115. 

59.  Metaphysica  nova  et  compendiosa.  París,  enero  de  1309. 
Tratado  del  ser  real  con  arreglo  a  los  principios  del  Arte  general,  y 

particularmente  de  Dios  y  de  los  nueve  Sujetos. 
Ediciones:  Barcdlona,  1512;  París,  1615. 

60.  Tractatus  de  conversione  subiecti  et  praedicati  per  médium 
o  Líber  de  conversione  subiecti.  París,  julio  de  1310. 

Es  un  corto  tratado  de  la  demostración,  cuyo  objeto  es  hacer  cesar 
la  opinión. 

Ediciones:  París,  1516;  París,  1518;  Estrasburgo,  1598;  Estrasbur- 
go, 1609;  Estrasburgo,  1617;  Estrasburgo,  1651  ;  Mallorca,  1744. 
Traducción  francesa :  por  De  Vassy,  París,  1632. 

61.  Liber  de  ente  reali  et  rationis.  Viena  (de  Francia),  diciem- 
bre de  1311. 

Es  un  tratado  lógico-metafísico. 
Edición:  Mallorca,  1745. 

62.  Liber  de  quinqué  principáis  quae  sunt  in  omni  eo  quod  est. 

Mallorca,  agosto  de  1312.  Inédito. 

Guillermo  Pagés,  maestro  regente  de  la  escuela  de  gramática  de  Ma- 
llorca, hizo  una  traducción  de  esta  obra  en  1316. 

Véanse:  Littré-Hauréau,  núm.  161;  R.  de  Alós-Moner,  Los  catálo- 
gos, pág.  80;  Longpré,  núm.  44;  Ottaviano,  núm.  166;  Avinyó,  núm.  178. 

63.  Liber  de  medio  naturali.  Mesina,  octubre  de  1313.  Inédito. 
Véanse:  Littré-Hauréau,  núm.  155;  Longpré,  núm.  45;  Ottaviano, 

número  182 ;  Avinyó,  núm.  199. 

64.  Liber  de  creatione.  Mesina,  diciembre  de  1313.  Inédito. 
Impugnación  de  la  tesis  de  la  eternidad  del  mundo. 

Véanse:  Littré-Hauréau,  núm.  222;  Longpré,  núm.  46;  Ottaviano, 
número  194;  Avinyó,  núm.  214. 

65.  Liber  de  quinqué  praedicabilibus  et  decem  praedicamentis. 

Mesina,  diciembre  de  1313. 
Edición:  Mallorca,  1744. 


—  3oo  — 


66.  Líber  de  affirmatione  et  negatione.  Mesina,  febrero  de  1313. 
Inédito. 

Véanse:  Littré-Hauréau,  núm.  153;  Longpré,  núm.  48;  Ottaviano, 

número  203 ;  Avinyó,  núm.  220. 

67.  De  inventione  maiore.  Túnez,  septiembre  de  1315. 
Edición :  por  el  Dr.  Ottaviano,  en  "Rivista  di  Cultura",  fase.  5-6, 

Roma,  1929. 

68.  De  bono  et  malo.  Túnez,  diciembre  de  1315. 

Edición  :  por  el  Dr.  Ottaviano,  en  "Rivista  di  Cultura",  fase.  5-6, 
Roma,  1929. 

69.  De  exemplo  unissimae  unitatis  et  volissimae  unitatis  et  vo- 
lissimae  voluntatis.  Sin  lugar  ni  fecha. 

Edición :  por  el  Dr.  Ottaviano,  en  "Rivista  di  Cultura",  fase.  5-6, 
Roma,  1929. 

70.  De  esse  Dei.  Sin  lugar  ni  fecha. 

Xo  hay  que  confundir  esta  obra  con  el  Libre  del  és  de  Déu  (núm.  91), 
fechado  en  Mallorca  en  1300. 

Edición :  por  el  Dr.  Ottaviano,  en  "Rivista  di  Cultura",  fase.  7-8, 
Roma,  1929. 

Las  cuatro  últimas  obras  formaban  parte  probablemente  de  aque- 
llas quince  obras,  fruto  de  sus  controversias  con  los  sarracenos,  que  Lull 
deseaba  fuesen  traducidas  al  latín,  para  lo  cual  instaba  la  presencia  de 
su  discípulo  fray  Simón  de  Puigcerdá  (103). 

IV.    Obras  teológicas  y  apologéticas. 

71.  Libre  del  gentil  e  deis  tres  savis  (Liber  de  gentili  et  tribus 

sapientibus).  Mallorca,  1272?  Escrito  primero  en  árabe  y  después  en 

catalán. 

Amplia  y  tolerante  discusión  teológica  entre  tres  sabios — un  judío, 
un  cristiano  y  un  sarraceno — ,  cada  uno  de  los  cuales  expone  los  funda- 
mentos de  su  ley  en  presencia  de  un  pagano.  Es  una  de  las  obras  más 
populares  e  influyentes  de  Lull. 


(103)    Véase  el  cap.  VII,  núir..  15. 


—  3o1  — 


Ediciones : 

Texto  catalán:  Mallorca,  1901.  A.  Rubio  y  Lluch  (en  sus  Lecciones, 
pág.  19)  alude  a  las  traducciones  hebraica  y  castellana  de  esta  obra. 
Texto  latino:  Maguncia,  1722. 

Versión  francesa,  fragmentaria,  con  el  título  de  Libre  de  la  loi  au 
Sarrazin,  París,  1831. 

72.  Comencaments  de  teología  (Líber  principíorum  theologiae). 

Mallorca,  1274? 

Exposición  de  los  primeros  principios  para  la  fundamentación  de  las 
verdades  reveladas. 

Edición.  Texto  latino:  Maguncia,  1721. 

73.  Libre  de  demostracions  (Líber  mírandarum  demonstratio- 
num).  Mallorca,  1274?  Obra  redactada  originariamente  en  catalán. 

Es  un  tratado  muy  sugestivo  de  teodicea  racional  para  la  conversión 
de  los  infieles,  dividido  en  cuatro  libros:  i.°  Posibilidad  para  el  entendi- 
miento de  demostrar  en  cierto  modo  los  artículos  de  la  fe  católica. 
2.0  Pruebas  de  la  existencia  de  Dios.  3.0  Pruebas  de  la  Trinidad.  4.0  Prue- 
bas de  la  Encarnación.  (Influencias  de  Ricardo  de  San  Víctor  y  San  An- 
selmo.) 

Ediciones : 

Texto  catalán :  Mallorca,  1930. 
Versión  latina:  Maguncia,  1722. 

74.  Libre  del  Sant  Esperit  (Líber  de  Sancto  Spiritu).  Mallor- 
ca, 1274? 

Obra  consagrada  a  establecerla  procesión  del  Espíritu  Santo  ab  utro- 
que  contra  los  griegos. 

Edición.  Texto  latino:  Maguncia,  1722. 

75.  Libre  de  ángels  (Liber  de  angelis).  Mallorca,  1275?  Texto 
catalán  en  Munich. 

Edición :  J.  H.  Probst  ha  publicado  fragmentos  del  ms.  de  Munich 
(obra  cit,  págs.  329-332,  Toulouse,  1912). 

76.  Libre  de  difinicions  (Líber  de  deñnitionibus  et  quaestioni- 

bus).  Mallorca,  1275?  Inédito.  Texto  catalán  en  la  Bibl.  Ambro- 
siana  de  Milán. 

Véanse:  A.  Rubio  y  Lluch,  pág.  21;  Longpré,  núm.  6;  Ottaviano, 
número  12. 


—  302  - 


77.  Libre  deis  articles  (Líber  de  quatordecim  articulis  sacro - 
sanctae  romanae  catholicae  fídei  o  Líber  de  XIV  articulis  sacrosanc- 
tae  Romanae  Ecclesiae).  Mallorca,  1275  ? 

Edición.  Texto  latino:  Maguncia,  1722. 

78.  Libre  d'intenció  (Liber  de  prima  et  secunda  intentione). 

Montpellier  o  Perpiñán,  1282? 

Tratado  teológico-metafísico-moral  en  el  que  se  aborda  el  problema 
de  la  finalidad  del  Universo,  es  decir,  de  los  seres  creados. 

Ediciones : 

Texto  catalán:  por  J.  Rosselló,  Mallorca,  1901 ;  por  P.  Barnils,  frag- 
mentaria, en  el  "Boletín  de  la  R.  Academia  de  Buenas  Letras",  t.  V, 
Barcelona,  1909-1910;  por  S.  Galmés,  Mallorca,  1935. 

Texto  latino:  Maguncia,  1737. 

79.  Liber  super  psalmum  Quicumque  vult  sive  Liber  Tartarí  et 
Christiani.  Roma,  probablemente  en  1285. 

Refutación  del  naturalismo  fatalista  y  astrológico  de  los  Tártaros  y 
exposición  del  Símbolo  pseudo-atanasiano. 
Edición:  Maguncia,  1729. 

80.  Disputado  fidelis  et  infidelis.  París,  1288-1289  ? 
Exposición  que  Lull  dirige  a  los  maestros  de  la  Universidad  de  Pa- 
rís sobre  la  manera  de  presentar  la  fe  a  los  infieles. 

Edición:  Maguncia,  1729. 

81.  Líber  de  mixtionibus  princípiorum  o  Investigatio  generalium 
mixtionum.  Escrito  hacia  1289?  (104).  Inédito. 

Tratado  teológico-metafísico. 

Véanse:  Littré-Hauréau,  núm.  152;  Alós,  Los  catálogos,  págs.  45 
y  63;  Ottaviano,  núm.  217;  Avinyó,  núm.  45. 

82.  Dictatum  de  Trinitate.   Escrito   hacia   1288-  1289?^  (105). 

Tnédito. 

Véanse:  A.  Gottron,  Uedició  magimtina  de  Ramón  Lull  cit,  pág.  86; 
Avinyó,  núm.  46. 


C104)  Sobre  la  cronología  de  esta  obra  y  su  identificación,  véase  Pasqual:  Vindiche 
Lullianae,  cap.  XIX,  ss.  VI,  pág.  182. 

(105)    Sobre  la  cronología  de  esta  obra,  véase  Pasqual,  ibid. 


—  303  — 


83.  Libre  d'Antecrist  (Liber  contra  Antichristum).  Montpellier,. 

1290.  Inédito.  Texto  catalán  en  Munich. 

Véanse:  Littré-Hauréau,  núm.  239;  A.  Rubio  y   Lluch,   pág.  24; 
Longpré,  núm.  10;  Ottaviano,  núm.  43;  Avinyó,  núm.  50. 

84.  Quaestiones  quas  quaesivit  quidam  frater  minor.  Montpel- 
lier, 1290?  Inédito. 

Véanse :  Littré-Hauréau,  núm.  223 ;  Longpré,  núm.  1 1  ;  Ottaviano^ 
número  44;  Avinyó,  núm.  48. 

85.  Fons  Paradisi  divinalis.  En  camino  hacia  Génova,  1290.  Dudas 
acerca  de  su  autenticidad.  Inédito. 

Ensayo  sobre  la  pluralidad  de  sentidos  de  la  Escritura. 
Véanse :  Littré-Hauréau,  núm.  237 ;  R.  de  Alós-Moner,  Los  catálo- 
gos, pág.  73;  Longpré,  núm.  12;  Ottaviano,  núm.  48;  Avinyó,  núm.  47. 

86.  Disputació  deis  V  savis  (Disputatio  quinqué  hominum  sapien- 
tium  o  Liber  de  quinqué  sapientibus).  Nápoles,  1295.  Texto  catalán 
(inédito)  en  Munich. 

Disputa  sucesiva  del  autor  con  un  sabio  griego,  nestoriano,  jacobita 
y  mahometano.  Argumentación  secundum  dignitates  Dei.  Es  la  síntesis 
más  completa  de  la  apologética  luliana. 

Ediciones.  Texto  latino:  Valencia,  15 10;  Maguncia,  1722. 

87.  Libre  del  articles  de  la  fe  (Liber  de  articulis  fídei  sacrosanc- 
tae  et  salutiferae  legis  christianae  sive  Liber  Apostrophe).  Anagni, 
junio  de  1296.  Texto  catalán  (inédito)  en  Munich. 

Tratado  popular  de  teodicea  para  la  conversión  de  los  infieles,  que 
ha  influido  en  el  pensamiento  del  Liber  creaturarum  de  Ramón  Sibiuda 
(Sabunde). 

Ediciones.  Texto  latino:  Barcelona,  1504;  Colonia,  1509;  París,  1578* 
París,  1598;  Estrasburgo,  1609;  Estrasburgo,  1617;  Estrasburgo,  1651  ; 
Mallorca,  1688;  Mallorca,  1689;  Maguncia,  1729. 

Hay  dos  versiones  'latinas  diferentes,  y  ambas  figuran  en  el  vol.  IV 
de  la  edición  maguntina. 

88.  De  gradibus  conscientiae  o  De  declaratione  conscientiae.  Pa- 
rís, 1297?  Inédito. 

Véanse:  Littré-Hauréau,  núm.  162,  quienes  dudan  de  su  autentici- 
dad; Longpré,  núm.  15;  Ottaviano,  núm.  64;  Avinyó,  núm.  75. 


—  3°4  — 


89.  Disputatio  Eremitae  et  Reymundi  super  aliquibus  dubiis 
quaestionibus  Sententiarum  magistri  Petri  Lombardi.  París,  agos- 
to de  1298. 

Ediciones:  Lyón,  1491 ;  Venecia,  1507;  Palermo,  1507;  Maguncia, 
1729. 

90.  Quaestio  utrum  illud  quod  est  cortgruum  in  divinis  ad  ne- 
cessariam  probationem  possit  reduci,  salvo  mysterio  fidei.  París, 

1299?  Inédito. 

Véanse:  Littré-Hauréau,  núm.  227;  Longpré,  núm.  17;  Ottaviano, 
número  70;  Avinyó,  núm.  74. 

91.  Libre  del  és  de  Déu  (Liber  de  est  Dei).  Mallorca,  septiembre 
de  1300.  Texto  latino  (inédito)  en  París. 

Tratado  de  Dios  y  especialmente  de  su  primer  atributo,  la  aseidad. 
Edición.  Texto  catalán:  Mallorca,  1901. 

92.  Libre  de  conexenca  de  Déu  (Liber  de  cognitione  Dei  o  Liber 

de  investigatione  Dei).  Mallorca,  octubre  de  1300.  Texto  latino  (iné- 
dito) en  París. 

Xuevo  intento  para  hacer  aceptable  a  los  judíos  y  sarracenos  los 
dogmas  de  la  Trinidad  y  de  la  Encarnación. 
Edición.  Texto  catalán:  Mallorca,  1901. 

93.  Libre  de  Déu  o  Libre  de  Déu  e  Jesucrist  (Liber  de  Deo  et 
Jesu  Christo).  Mallorca,  diciembre  de  1300. 

Ediciones : 

Texto  catalán:  Mallorca,  1901. 
Texto  latino:  Maguncia,  1737. 

94.  Libre  que  deu  hom  creure  de  Déu.  Alleas  (Armenia),  1301. 
Inédito.  Texto  catalán  en  Munich.  El  texto  latino,  que  se  creía  perdido, 
se  guarda  en  la  Ambrosiana  de  Milán. 

Explicación,  no  sólo  de  los  artículos  y  sacramentos,  sino  también  de 
lo  que  es  Dios  en  sí  mismo.  Influencia  de  San  Anselmo. 

Véanse:  Littré-Hauréau,  núm.  177;  A.  Rubio  y  Lluch,  pág.  25 ;  Long- 
pré, núm.  21;  Ottaviano,  núm.  86;  Avinyó,  núm.  90. 

95.  Disputatio  fidei  et  intellectus.  Montpellier,  octubre  de  1303. 
Trata  de  las  relaciones  entre  la  razón  y  la  fe. 

Ediciones:  Barcelona,  1512;  Maguncia,  1729. 


-  305  - 


96.  Líber  ad  probandum  aliquos  artículos  fídeí  per  syllogisticas 
rationes.  (Es  probablemente  el  Líber  de  sex  syllogismis,  mencionado 
en  el  testamento  de  Lull.)  Genova,  febrero  de  1303.  Inédito. 

Véanse:  Littré-Hauréau,  núm.  218;  R.  de  Alós-Moner,  Los  catálo- 
gos, pág.  52 ;  Longpré,  núm.  23 ;  Ottaviano,  núm.  99 ;  Avinyó,  núm.  96. 

97.  Ars  magna  praedicationis  o  Líber  de  praedicatione.  Mont- 
pellier, diciembre  de  1304. 

Véanse:  Littré-Hauréau,  núm.  246;  J.  Rubio,  Los  códices,  pág.  329; 
Longpré,  núm.  25;  Ottaviano,  núm.  103;  Avinyó,  núm.  107. 

El  P.  Samuel  de  Algaida,  que  ha  estudiado  esta  obra  en  el  ms.  31 
de  la  Biblioteca  Provincial  de  Palma  de  Mallorca,  dice  que  contiene  108 
sermones  (109,  según  'la  tabla  final)  y  ha  publicado,  además,  uno  de  di- 
chos sermones  (Un  sermó  inédit  del  Beat  Ramón  Lull  sobre  Sant  Agustí, 
"Estudis  Franciscans",  vol.  42,  Barcelona,  1930,  págs.  493-496). 

98.  Líber  de  demonstratione  per  aequíparantíam.  Montpellier, 
marzo  de  1304. 

Trata  de  la  demostración  por  la  igualdad  y  correlación  de  los  atri- 
butos divinos,  que  es  una  manera  de  argumentar  predilecta  de  Lull,  pues- 
ta al  servicio  de  su  doctrina  trinitaria. 

Ediciones:  Valencia,  1510;  Maguncia,  1729;  Mallorca,  1744. 

99.  Líber  de  investigatione  vestígiorum  productionis  persona- 
rum  dívínarum  o  De  investigatione  actuum  divinarum  rationum. 

Montpellier,  abril  de  1304.  Inédito. 

Véanse:  Littré-Hauréau,  núm.  206;  Longpré,  núm.  24;  Ottaviano, 
-núm.  102 ;  Avinyó,  núm.  129. 

100.  Líber  de  praedestinatione  et  libero  arbitrio.  Montpellier, 
abril  de  1304.  Inédito. 

Véanse :  Littré-Hauréau,  núm.  224 ;  Longpré,  núm.  28 ;  Alós-Moner ; 
Ottaviano,  núm.  107;  Avinyó,  núm.  111. 

101.  Líber  de  Trinitate  in  unitate  permansive  in  essentia  Dei. 

Montpellier,  abril  de  1305?  Inédito. 

Véanse:  Littré-Hauréau,  núm.  208;  Longpré,  núm.  26;  Ottaviano, 
núm.  106;  Avinyó,  núm.  137;  A.  Gottron,  Uedició  maguntina  de 
R.  Lull  cit.,  pág.  85. 


—  3o6  — 


102.  Liber  de  erroribus  iudaeorum  o,  según  la  rúbrica  del  catá- 
logo de  1310,  Liber  praedicationis  contra  iudaeos.  Barcelona,  agosto 
de  1305.  Inédito. 

Contiene  cincuenta  sermones,  cuyo  objeto  es  confundir,  con  argu- 
mentos, principalmente  a  los  judíos,  y  de  paso  también  a  los  sarracenos. 

Véanse:  Pasqual,  Vind.  Lull.,  t.  I,  cap.  XXIV,  ss.  XXIX,  pág.  252; 
Littré-Hauréau,  núm.  256;  Avinyó,  núm.  113. 

103.  Disputatio  Raymundi  Christiani  et  Hamar  Sarraceni.  Pisa, 
abril  de  1308.  Redactada  en  árabe,  en  Bugía,  y  luego  en  latín  después 
del  naufragio  de  Pisa. 

La  discusión  versa  especialmente  sobre  la  Trinidad  y  la  Encarnación. 
Ediciones:  Valencia,  1510;  Maguncia,  1729. 

104.  Libre  de  Clerecía  (Liber  clericorum  o  Clericus).  Pisa, 
mayo  de  1308. 

Ediciones:  Texto  latino:  París,  1499;  París,  1499,  reimpresión  de 
la  anterior. 

Texto  latino,  paralelamente  con  una  versión  francesa,  Mallorca,  1906. 

105.  Liber  de  centum  signis  Dei.  Pisa,  mayo  de  1308.  Inédito. 
Enumeración  de  cien  símbolos  que  nos  revelan  el  ser  íntimo  de  Dios. 
Véanse:  Littré-Hauréau,  núm.  180;  Longpré,  núm.  31;  Ottaviano, 

núm.  118;  Avinyó,  núm.  124. 

106.  Ars  Dei  o  Ars  divina.  Montpellier,  últimos  de  mayo  de  1308. 
Inédito. 

Véanse:  Littré-Hauréau,  núm.  181  ;  R.  de  Alós-Moner,  Los  catálogos, 
pág.  72;  Longpré.  núm.  32;  Ottaviano,  núm.  119;  Avinyó,  núm.  125. 

107.  De  aequalitate  potentiarum  animae  in  beatitudine.  Mont- 
pellier, noviembre  de  1308.  Inédito. 

Edición:  por  el  P.  Bartolomé  M.a  Xiberta,  O.  Car.,  en  "MisceHánia 
Luí-liana",  Barcelona,  1935,  págs.  160-165. 

108.  Excusatio  Raymundi.  Montpellier,  diciembre  de  1308.  Iné- 
dito. 

Tratado  teológico,  preferentemente  de  la  Trinidad  y  la  Encarnación. 
Véanse:  Pasqual,  Vind.  Lull.,  t.  I,  cap.  XXV,  ss.  XXI,  pág.  272; 
Avinyó,  núm.  131. 


—  3°7 


109.  Liber  de  maiori  agentia  Dei.  Montpellier,  marzo  de  1308. 
Nuevo  intento  de  demostración  racional  de  la  Trinidad  y  la  Encar- 
nación. 

Edición:  por  el  P.  Bartolomé  M.a  Xiberta,  O.  Car.,  en  "MisceHánia 
LuMiana",  cit.,  págs.  147-160. 

110.  Liber  de  convenientia  fidei  et  intellectus  in  obiecto.  Mont- 
pellier, marzo  de  1308. 

Doctrina  de  las  relaciones  entre  la  razón  y  la  fe,  e  imposibilidad  de 
la  teoría  averroísta  de  las  dos  verdades. 
Edición:  Maguncia,  1729. 

111.  Liber  de  propriis  et  communibus  actibus  divinarum  ratio- 
num.  Montpellier,  abril  de  1308?  Inédito. 

Trata  especialmente  de  la  Trinidad  y  de  la  procesión  de  las  Personas 
divinas. 

Véanse:  Littré-Hauréau,  núm.  207;  Longpré,  núm.  36;  Ottaviano, 
núm.  126;  Avinyó,  núm.  134. 

112.  De  potestate  divinarum  rationum.  Montpellier,  abril 
de  1309. 

Edición :  por  el  Dr.  Ottaviano,  en  "Rivista  di  Cultura",  fase.  5-6, 
Roma,  1929. 

113.  De  nominibus  divinarum  personarum.  Montpellier,  abril 
de  1309. 

Advierte  Avinyó  (núm.  139)  que  este  libro  tiene  el  mismo  incipit  que 
el  Liber  de  Trinitate  in  imitóte  permansive  in  essentia  Dei  (núm.  101). 
¿Se  trata  de  una  misma  obra  con  título  diferente? 

Edición :  por  el  Dr.  Ottaviano,  en  "Rivista  di  Cultura",  fase.  7-8, 
Roma,  1929. 

114.  Liber  de  probatione  quod  in  Deo  sint  tres  personae  et  non 
plures  ñeque  pauciores.  Montpellier,  abril  de  1309. 

Edición :  por  el  Dr.  Ottaviano,  en  "Rivista  di  Cultura",  fase.  7-8, 
Roma,  1929. 

115.  Liber  de  ente  infinito.  París,  febrero  de  1309.  Inédito. 
Véanse:  Littré-Hauréau,  núm.  199;  Longpré,  núm.  38;  Ottaviano, 

núm.  136;  Avinyó,  núm.  148. 


—  3o8 


116.  Supplicatio  sacrae  theologiae  professoribus  ac  baccalaureis 
8tudii  Parisiensis.  París,  1310. 

Exposición  de  cuarenta  argumentos  en  favor  de  la  Trinidad  y  la  En- 
carnación, y  ruego  a  los  maestros  parisienses  para  que  los  aprueben. 
Edición:  Maguncia,  1729. 

117.  Liber  de  praedestinationae  et  praescientia.  París,  abril  de 

1310.  Inédito. 

Véanse :  Littré-Hauréau,  núm.  225  ;  Longpré,  núm.  39 ;  Ottaviano, 
núm.  137;  Avinyó,  núm.  149. 

118.  Liber  correlativorum  innatorum.  París,  febrero  de  1310. 
Tratado  de  los  atributos  divinos  y  de  sus  mutuas  relaciones. 
Ediciones:  Valencia,  1512;  Mallorca,  1744. 

119.  Liber  de  divina  unitate  et  pluralitate  (dedicado  a  Felipe 
el  Hermoso).  París,  marzo  de  13 10.  Inédito. 

Véanse:  Littré-Hauréau,  núm.  183;  Longpré,  núm.  41;  Ottaviano, 
núm.  148;  Avinyó,  núm.  162. 

120.  Liber  facilis  scientiae.  París,  junio  de  1311. 
Ediciones:  Maguncia,  1729;  Mallorca,  1746. 

121.  Quaestiones   super  librum  facilis   scientiae.   París,  junio 

de  1311. 

Es  un  apéndice  del  libro  anterior.  Pasqual  supone  que  ambos  fueron 
publicados  en  París,  pero  en  junio  de  1306  (Vind.  Lidl,  t.  I,  cap.  XXIV, 
ss.  XXXIV,  pág.  254). 

Ediciones:  Maguncia,  1729;  Mallorca,  1746. 

122.  De  ostensione  per  quam  fides  catholica  est  probabilis  atque 
demonstrabilis.  París,  1309-1311?  Inédito. 

Véanse:  Littré-Hauréau,  núm.  216;  Longpré,  núm.  44;  Ottaviano, 

núm.  132;  Avinyó,  núm.  208. 

123.  De  ente  simpliciter  absoluto.  Viena  (de  Francia),  marzo  de 

1312.  Inédito. 

Véanse:  Littré-Hauréau,  núm.  162;  Longpré,  núm.  45;  Ottaviano, 
núm.  162;  Avinyó,  núm.  174. 


-  3°9 


124.  Líber  de  locutione  angelorum.  Montpellier,  mayo  de  1312. 
Inédito. 

En  el  catálogo  de  manuscritos  de  Munich  el  título  es  De  elocutione 
angelorum.  (El  verdadero  título  ¿no  sería  De  locatione  angelorum?) 

Véanse :  Littré-Hauréau,  núm.  241 ;  Longpré,  núm.  46 ;  Ottaviano, 
num.  163;  Avinyó,  núm.  175. 

125.  Líber  dífferentiae  correlativorum  divinarum  dignitatum. 

(Dedicada  a  Federico  II,  rey  de  Sicilia.)  Mallorca,  julio  de  13 12.  Inédito. 

Véanse:  Littré-Hauréau,  núm.  209;  Longpré,  núm.  47;  Ottaviano, 
núm.  164;  Avinyó,  núm.  177. 

126.  De  secretis  sacratissimae  Trinitatis  et  Incarnationis  o  Lí- 
ber de  Trinitate  et  Incarnatione.  Mallorca,  septiembre  de  1312-1313? 
Escrito  en  árabe,  fué  después  traducido  al  catalán  por  el  mismo  Lull. 
Inédito. 

Véanse :  Littré-Hauréau,  núm.  205 ;  R.  de  Alós-Moner,  Los  catálo- 
gos, pág.  50;  Longpré,  núm.  48;  Ottaviano,  núm.  167;  Avinyó,  núm.  189; 
A.  Gottron,  L'edició  maguntina  de  Ramón  Lull,  pág.  86. 

127.  Líber  de  novo  modo  demonstrando  síve  Ars  praedícativa 
magnitudinis.  Mallorca,  septiembre  de  1312. 

Ediciones:  Maguncia,  1729;  Mallorca,  1746. 

128.  Líber  quí  contínet  confessionem.  Mallorca,  1312?  Inédito. 

Bajo  parecidos  títulos  han  sido  atribuidas  a  Lull  diversas  obras  so- 
bre la  confesión.  Parece  seguro  que  en  Mallorca,  y